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segundo-libro-cincuenta-sombras-oscuras

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Es como si me tocara por debajo de la cintura… la diosa que llevo dentro<br />

ejecuta cuatro arabesques y un pas de basque.<br />

—Sí.<br />

Dios, estoy jadeando, desesperada.<br />

Él se inclina ligeramente hacia delante. Yo cierro los ojos y espero su beso,<br />

pensando: Por fin. Pero no pasa nada. Pasados unos <strong>segundo</strong>s interminables, abro los<br />

ojos y descubro que me está mirando fijamente. No sé qué está pensando, pero antes de<br />

que pueda decir nada, vuelve a descolocarme.<br />

—Si te beso ahora, no conseguiremos llegar al piso. Vamos.<br />

¡Agh! ¿Cómo puede ser tan frustrante este hombre? Baja del coche.<br />

Una vez más, esperamos el ascensor. Mi cuerpo vibra de expectación.<br />

Christian me coge la mano y me pasa el pulgar sobre los nudillos, rítmicamente, y con<br />

cada caricia me estremezco por dentro. Oh, deseo sus manos en todo mi cuerpo. Ya me<br />

ha torturado bastante.<br />

—¿Y qué pasó con la gratificación instantánea? —murmuro mientras<br />

esperamos.<br />

—No es apropiada en todas las situaciones, Anastasia.<br />

—¿Desde cuándo?<br />

—Desde esta noche.<br />

—¿Por qué me torturas así?<br />

—Ojo por ojo, señorita Steele.<br />

—¿Cómo te torturo yo?<br />

—Creo que ya lo sabes.<br />

Le miro fijamente, pero es difícil interpretar su expresión. Quiere que le dé<br />

una respuesta… eso es.<br />

—Yo también estoy a favor de aplazar la gratificación —murmuro con una<br />

sonrisa tímida.<br />

De pronto, tira de mi mano y me toma en sus brazos. Me agarra el pelo de<br />

la nuca y me echa la cabeza hacia atrás suavemente.<br />

—¿Qué puedo hacer para que digas que sí? —pregunta febril, y vuelve a<br />

pillarme a contrapié.<br />

Me quedo mirando su expresión encantadora, seria y desesperada.<br />

—Dame un poco de tiempo… por favor —murmuro.<br />

Deja escapar un leve gruñido, y por fin me besa, larga y apasionadamente.<br />

Luego entramos en el ascensor, y somos solo manos y bocas y lenguas y labios y dedos<br />

y cabello. El deseo, denso y fuerte, invade mi sangre y enturbia mi mente. Él me<br />

empuja contra la pared, presionando con sus caderas, sujetándome con una mano en mi<br />

pelo y la otra en mi barbilla.<br />

—Te pertenezco —susurra—. Mi destino está en tus manos, Ana.<br />

Sus palabras me embriagan, y ardo en deseos de despojarle de la ropa. Tiro

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