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en 1985, en El taller literario como aprendizaje compartido 3 ,<br />

detalla minuciosamente, las características que tienen los<br />

suyos, una suerte de “deber ser” que insiste en que se trata<br />

de un trabajo colectivo que está obligado, sin embargo, a<br />

respetar la individualidad de cada creador; éste deberá leer<br />

en voz alta los textos suyos que previamente ha repartido<br />

en copias entre los talleristas, de modo que anoten en ellas<br />

sus comentarios y observaciones, alejados, en lo posible<br />

de toda percepción impresionista, adjetiva, ética o política.<br />

Hay que decir que, desde el principio, Agustín Cueva<br />

no estuvo muy convencido de la actividad de Miguel<br />

Donoso, no por los talleres sino por el método que él<br />

aplicaba. En Literatura y conciencia histórica en América<br />

Latina 4 lo critica en duros términos, en respuesta a unos<br />

conceptos no menos duros formulados por Donoso<br />

Pareja en Realidad y mito de los talleres literarios 5 , artículo<br />

publicado en 1990. El interés por trabajar el texto como un<br />

mecanismo autosuficiente y regido por sus propias reglas,<br />

contradecía más que la formación sociológica de Cueva, su<br />

condición marxista y sartreana. El placer del texto 6 , como<br />

diría Barthes, su análisis exhaustivo venido de la teoría<br />

estructuralista, tan de moda en los setentas y ochentas,<br />

dejaba de lado la “totalidad” que fundía texto y sociedad,<br />

obra y vida, que, por caso, reclamaba, el análisis sartreano<br />

y el que, en estudios agudos, practicó el mismo Agustín<br />

Cueva con respecto a la literatura ecuatoriana. Se trataba<br />

de una diferencia de base: para Donoso era un imperativo<br />

el disociar, por ejemplo, autor y narrador, algo que venía de<br />

lejos, del formalismo ruso, pero que había sido recuperado<br />

por el estructuralismo y por las nuevas corrientes de la<br />

crítica a las cuales Donoso ha sido siempre fiel.<br />

Donoso imponía una disciplina férrea: reuniones<br />

semanales o quincenales casi maratónicas: viernes, de 18<br />

a 21 horas, y sábados de 9 a 18 horas. Se desarrollaban así:<br />

un participante leía un texto suyo, fotocopiado de modo<br />

que cada quien pudiese escribir sobre la propia escritura<br />

del autor, sus reparos, correcciones y comentarios. Algunos<br />

miembros “sobrevivientes” de talleres prácticos, hoy<br />

escritores o periodistas profesionales, recuerdan el rigor y<br />

la extrema exigencia de la crítica que se hacía a los trabajos<br />

presentados; juicios que podían ser hasta crueles tanto por<br />

parte de los talleristas como del propio coordinador 7 .<br />

Aquellos “sobrevivientes” de los talleres de Donoso Pareja<br />

en Quito son, hoy por hoy, nombres muy conocidos: Huilo<br />

Ruales, Byron Rodríguez, Alfredo Noriega, Rubén Darío<br />

Buitrón, Edwin Madrid, Pablo Salgado, Diego Velasco,<br />

Vicente Robalino, Gustavo Garzón, Mili Rodríguez (chilena),<br />

Diana Magaloni (mexicana), Jennie Carrasco, Alan Coronel.<br />

De los de Guayaquil: Jorge Velasco Mackenzie, Fernando<br />

Balseca, Raúl Vallejo, Fernando Itúrburo, Gilda Holst, Liliana<br />

Miraglia, Carolina Andrade, Martha Rodríguez, Marta<br />

Chávez, María Leonor Baquerizo, Marcelo Baéz, Jorge

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