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tigre

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-Sargento Laprida ¿Cuántos detenidos tenía en su destacamento?<br />

-Solamente dos, señor. –contestó Juanchi poniéndose de pie y vuelto<br />

a sentarse.<br />

-Díganos sus nombres por favor.<br />

-Pablo Hernández y Pedro Sabatinelli, el aquí presente. –señaló<br />

Juanchi de pie y vuelto a sentarse.<br />

-¿Y por cuál razón o circunstancia este detenido ha tenido el privilegio<br />

de gozar de una libertad que no le corresponde? –la voz del<br />

juez era severa.<br />

-El detenido mencionado, nunca ha gozado de tal libertad –dijo<br />

Juanchi de pie y firme. –Siempre ha estado y está detenido bajo mi<br />

custodia.<br />

-Sin embargo acá sabemos que esta madrugada él y usted han salido<br />

del pueblo y regresado a media mañana ¿Cómo explica eso?<br />

-Vea –habló Juanchi anchamente. –Me ha ayudado a resolver un<br />

caso, que ya fue develado aquí, y como la comandancia aun no me<br />

da el ayudante que solicito, lo he llevado conmigo en calidad de tal<br />

para una diligencia que todo mundo ya conoce, y antes de que usted,<br />

señor juez, me diga nada, se lo digo con todo respeto, a Pedro lo he<br />

llevado y traído siempre en calidad de detenido.<br />

Aquí, en este punto, el gobernante estalló en carcajadas y su risa<br />

contagió a la mayoría de los mirones. Juanchi echó una mirada asesina<br />

al delegado que enseguida se silenció y se coloreó sus mejillas.<br />

-Bueno –dijo el juez. –Como sabemos de qué se trata ese asunto,<br />

hoy lo suyo lo dejaremos sin efecto ¿Comprendió?<br />

-Comprendí. –y todo mundo cayó en silencio.<br />

Todo mundo miraba que hacía el juez y éste sacó su reloj, consultó<br />

la hora y guardó silencio a la espera del testimonio aquel. Al rato la<br />

gente empezó a murmurar, luego a hablar y al final era un jolgorio de<br />

voces que no se sabía que decían entre ellos, porque no se escuchaban.<br />

-¡Silencio! ¡Silencio! –gritó el juez a los cuatro vientos y tras cartón,<br />

añadió: -¡Ha llegado el testimonio! –todo mundo se cayó la boca<br />

y voltearon la mirada hacia atrás, hasta el propio Pedro se quedó sin<br />

respiración.

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