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EDITORIAL<br />
¿Pagarías el precio del<br />
éxito y la prosperidad?<br />
Supongo que habrás oído alguna vez aquella<br />
frase de “Quien no conoce su historia, está<br />
condenado a repetirla”. Hace referencia a la<br />
necesidad de conocer bien nuestro pasado,<br />
el origen de nuestras equivocaciones y sus<br />
consecuencias, para no replicarlas más tarde,<br />
quizás con mayor daño. Una reflexión que deberíamos<br />
aplicar cada día de nuestra vida y así<br />
nos evitaríamos dolor y sufrimiento y, sin duda,<br />
seríamos más felices.<br />
El problema es que nos educan con la mentalidad<br />
de que el pasado ya pasó, de que no<br />
existe. Nos dicen que el presente es lo único<br />
que tiene validez como proyección de un futuro.<br />
Sin embargo, lo que hemos hecho anteriormente<br />
influye en lo que somos, nos marca<br />
con cicatrices y también con miedos, dolor o<br />
condicionamientos. Son estrategias de la vida<br />
para enseñarnos qué camino que debemos<br />
seguir para cumplir nuestros sueños.<br />
Conocer nuestra historia y evitar errores es una<br />
estrategia útil en la vida e imprescindible en los<br />
negocios. Esos episodios del pasado actúan<br />
como un poderoso kit de herramientas que te<br />
alertan sobre los peligros que vas a encontrar<br />
en el camino y que te indican cuál es la solución<br />
(o, al menos, las alternativas que puedes considerar).<br />
Pero, la realidad es que muy pocos, casi<br />
nadie, hacen uso de esas herramientas.<br />
Es el caso de los emprendedores, especialmente<br />
de los novatos. Claro, alguno podrá decirme<br />
que carece de experiencia, que no tiene<br />
pasado en esta actividad y que, por lo tanto,<br />
no puede haber aprendizaje. Sin embargo, eso<br />
no es cierto: también podemos (y debemos)<br />
aprender de las experiencias de otros, de los<br />
errores de otros, de los aciertos de otros, de los<br />
logros de otros. Porque esos otros, finalmente,<br />
son maestros de vida.<br />
Dado que soy un poco incrédulo, siempre<br />
dudé, o cuando menos tuve reservas, cuando<br />
me decían que internet era la nueva mina de<br />
oro de los negocios, que era la veta que podría<br />
convertirme en rico de la noche a la mañana.<br />
Afortunadamente, la vida me brindó el<br />
ejemplo de mis padres, de mi familia y de mis<br />
mentores, que se forjaron a base de trabajo, de<br />
esfuerzo, de sacrificio, de constancia y, claro,<br />
de errores, de muchos errores.<br />
A comienzos de 1848, el 24 de enero, James<br />
Wilson Marshall, un carpintero de Nueva Jersey<br />
que trabajaba en la construcción de un<br />
aserradero propiedad de John Sutter, encontró<br />
unas pepitas de oro en el lecho del río American,<br />
en las faldas de la Sierra Nevada, cerca de<br />
Coloma, en California. Sutter era un inmigrante<br />
suizo-alemán de la colonia de Nueva Helvetia,<br />
que dio origen a la ciudad de Sacramento.<br />
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