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Entonces, apareció la serpiente. Ese viejo<br />
asqueroso, con la piel suelta, gordo, (tan<br />
gordo que parecía estar esperando a<br />
gemelos), tomó mi frágil mano izquierda y<br />
la llevó a su pene. Comenzó a desdoblarse<br />
como si aquello fuera la serpiente habladora<br />
del Génesis. Su peluda mano se apoderó de<br />
la mía y la movía rápidamente en su pene.<br />
Comenzó a gemir. Comencé a llorar, pronto<br />
comí contra mi voluntad de esa manzana. Me<br />
violó, sin conciencia, sin vergüenza, sin ascos,<br />
me violó y me decía prostituta, sentí que<br />
me moría, su inmenso cuerpo de troglodita,<br />
una bola de nieve estaba encima de mi inútil<br />
existencia.<br />
Cuando desperté, “ese dinosaurio” ya no<br />
estaba y me encontraba en la calle. Todo<br />
era oscuro, no había luna ni estrellas. A<br />
duras penas podía caminar. Sentía un dolor<br />
insoportable entre mis piernas. Lloré como<br />
si fuera una mujer en un cuerpo de una niña.<br />
El Potote y el Cumpeo me encontraron<br />
sentada al lado de unos matorrales. El Potote<br />
comprendió, (aún en su estado de extremo<br />
volado), que algo raro ocurría conmigo. Me<br />
llevó casi a la rastra hasta mi casa. Mi madre,<br />
(borracha como siempre), no comprendió<br />
claramente las palabras del Potote.<br />
No sé en qué momento de la madrugada<br />
mi casa se transformó en el epicentro del<br />
escándalo del barrio. Mi madre me obligó<br />
a levantarme, a duras penas caminé rumbo<br />
al comedor, ahí estaban todos los vecinos<br />
del pasaje e incluso algunos que no son de<br />
nuestro barrio.<br />
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