PLÁSTICA Wifredo Lam: Picasso y la tía santera Por Benito Martínez-Martínez A mi abuelo, el chino Pancho A lo lejos se escucha el tambor. Para el profano, hay sólo colores y formas hermosas, o raras, o ingeniosas, en una masa, en una madeja de seres dispares, multicolores; hay nalgas y brazos y ramas y hierbas y sexos, y todo está mezclado en una escandalosa armonía. Es una jungla densa, apretada, que devuelve la mirada al espectador atónito. Una jungla de razas, supersticiones, sortilegios, curas mágicas, brebajes misteriosos, collares de cuentas multicolores, trances violentos y muertos que hablan por la boca de los vivos. Y el tambor llamando. p La jungla, 1943. Fotografía: Archivo Museum of Modern Art, MoMA, Nueva York. 4
p Autorretrato, 1926. p Maternidad en verde, 1942. Podemos imaginar al pintor, un hombre de piel mestiza, ojos rasgados y cabello rizo “de negro”, una jungla él mismo, agotado y sonriente, contemplar su obra, dejando las volutas del humo de su tabaco escapar del estudio donde todo está patas arriba y se acumulan a uno y otro lado mujeres-caballo, madres con sus hijos, figuras geométricas y no geométricas, cerámicas, esculturas y materiales de cualquier tipo, siempre que sirvan para crear algo. El 29 de junio de 1847, entre el calor, las moscas y los gritos de los capataces, se bajaron de la fragata Oquendo, atracada en el puerto de La Habana, doscientos chinos, los primeros de miles que llegarían durante todo lo que quedaba de siglo; como venían vía Filipinas, los llamaron “los chinos Manila”. Venían a trabajar, contratados en condiciones de esclavitud legal inventadas por los ingleses unos años atrás y ahora aprovechadas por españoles y otros colonialistas para esquivar las prohibiciones británicas sobre el tráfico de esclavos africanos en el Caribe. Eran los llamados culíes, que remplazarían la fuerza de trabajo africana en plantaciones y fábricas de azúcar, en la producción de tabaco y frutales y también en el servicio doméstico. Para 1899, serían unos quince mil. De ellos sólo cuarenta y nueve mujeres, pero el impacto social y cultural de este nuevo componente de la nación cubana superaría en mucho a su repercusión demográfica inicial, especialmente como consecuencia del intenso mestizaje de los chinos con las poblaciones de blancos, negros y mulatos ya presentes en la isla. Estamos juntos desde muy lejos, jóvenes, viejos, negros y blancos, todo mezclado; uno mandando y otro mandado, todo mezclado; (…) Yoruba soy, soy lucumí, mandinga, congo, carabalí. Atiendan, amigos, mi son, que acaba así: Salga el mulato, suelte el zapato, díganle al blanco que no se va… De aquí no hay nadie que se separe; El poeta, nacido el mismo año que el pintor –1902– y que compartirá con él las glorias de la cultura nacional, parece hablar de esta pieza magnífica que marcará un giro fundamental en la obra del artista y será considerada por muchos como “maestra”. Nicolás Guillén se inscribe con Wifredo Lam en una corriente que rescata las raíces diversas de una nación variopinta en sus armonías y contradicciones. De una de las miles de parejas chino-cubanas que se formaron a finales del siglo XIX, nació Wifredo Lam (y de otra, mi abuelo Pancho, que me llevaba a tomar helados de frutas al Anón de Virtudes, uno de aquellos negocios de chinos que subsistían en los años 60, y me contó un montón de cosas sobre los chinos en Cuba). La mayoría venía de 5