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Crítica a la escuela

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papeletas. Repartí éstas, con lo cual provoqué una escena que me recordaba una vieja<br />

pelícu<strong>la</strong> donde Stepin Fetchit voltea una carta al derecho y al revés antes de dárse<strong>la</strong> a<br />

Bob Hope para que <strong>la</strong> lea, explicándole que él no lee en chino. Lo que sucedía es que<br />

Harvey, Roy, Vincent y Alexandra tenían problemas para leer sus propios nombres.<br />

Finalmente Alexandra dio un chillido y se fue a <strong>la</strong> parte de atrás del salón en donde<br />

un niño pequeño, negro y huesudo dio un brinco para dejar<strong>la</strong> pasar, sonriéndole y<br />

agarrándose de otro pupitre para volver a saltar. Alexandra le estaba pidiendo algo; se le<br />

unieron Roy y compañía; finalmente deduje que lo estaban l<strong>la</strong>mando para verificar mi<br />

afirmación sobre sus nombres y <strong>la</strong>s papeletas. Aparentemente él no quería hacerlo, así<br />

que todos corrieron de nuevo hacia mí. Los cuatro empezaron a gritar al unísono que<br />

Virgil les había dicho que sus nombres estaban en esas papeletas y que se estaban<br />

metiendo en un lío por no ir a c<strong>la</strong>ses. ¡El primer día! La c<strong>la</strong>se empezó a hacer desorden<br />

de nuevo. Me levanté a buscar a Virgil, quien se paró de su sil<strong>la</strong> y se fue hacia <strong>la</strong>s<br />

ventanas.<br />

Corrí detrás de él. ¡Válgame! ¡Todo estaba de maravil<strong>la</strong>! de pronto me di cuenta de<br />

que no podría atrapar a Virgil —había yo tenido <strong>la</strong> idea de hacer que dec<strong>la</strong>rara su falta<br />

frente a todos— y me detuve. Virgil salió rápidamente por <strong>la</strong> puerta.<br />

En ese momento llegó el prefecto por <strong>la</strong>s papeletas, <strong>la</strong>s junté y se <strong>la</strong>s di. Los cuatro<br />

niños todavía ahí parados. ¿Estaban o no en problemas? Ellos no lo sabían con certeza<br />

pero, probablemente, sí sabían qué era lo que rechazaban, así como yo también sabía<br />

qué era lo que yo rechazaba. Cuando ya se iba el pref ecto, una bomba de agua que<br />

venía desde fuera del salón cayó en <strong>la</strong> entrada y explotó.<br />

Después de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> me fui al bar más cercano a pensar <strong>la</strong>s cosas con más<br />

detenimiento. La situación no era <strong>la</strong> misma del mediodía. Ahí estaba Roy, un hombre de<br />

hombros y pecho muy anchos, de trece años, fuera de control y probablemente más<br />

fuerte que yo. Estaba Vincent, un niño pequeño, preocupado porque vestía un trajecito<br />

sport y corbata en el primer día de c<strong>la</strong>ses. Harvey parecía un niño del campo, con sus<br />

jeans, un saco de color c<strong>la</strong>ro y zapatos de sue<strong>la</strong> de tractor, propios para el trabajo duro;<br />

no nada más era <strong>la</strong> forma en que vestía, sino <strong>la</strong> manera en que caminaba: derechito,<br />

serio, tratando de encontrar una solución, pero sin lograrlo. Alexandra —de piel oscura,<br />

guapa, orgullosa, grosera, amarga, con <strong>la</strong> habilidad de poder manipu<strong>la</strong>r a cualquier niño<br />

del grupo, excepto a Roy—, con apariencia y temperamento de gitana.<br />

Su situación era tan simple como que no podían leer sus propios nombres cuando los<br />

escribí en <strong>la</strong>s papeletas. Así que cuando Virgil les dijo que yo los había reportado<br />

ausentes, no tenían manera de comprobar si esto era cierto o no. En principio, tenían<br />

que creerlo. Ellos sabían que Virgil podía leer, y esa era toda <strong>la</strong> seguridad con <strong>la</strong> que<br />

contaban. Después me podían preguntar. ¿Me podían tener confianza? Después de todo,<br />

Virgil les acababa de decir que yo estaba tratando de meterlos en problemas (y Virgil<br />

podía leer), así que era muy lógico que yo les mintiera sobre este asunto. Si Virgil tenía<br />

razón, no podían creerme. ¿Y qué de Virgil? Ahí estaban de nuevo, insistiendo sobre el<br />

mismo asunto porque no podían distinguir sus propios nombres de los del resto del grupo<br />

y ésta era su situación diaria en cada semestre del año.<br />

Y cómo era Virgil? He aquí a un niño que no sólo era lo suficientemente malicioso,<br />

sino bastante listo como para pensar en un método infalible con el cual podía volver<br />

locos a los otros niños en el primer día de c<strong>la</strong>ses y que estaba de antemano preparado<br />

—ya que no había tenido tiempo de construir<strong>la</strong> en el pasillo— con una bomba de agua<br />

para arrojar<strong>la</strong> desde <strong>la</strong> entrada conforme corría... y yo lo perseguía. Así fue como él<br />

explicó su huida ilegal al día siguiente.<br />

No podía yo hacer otra cosa, así que al día siguiente, antes de que empezaran <strong>la</strong>s<br />

c<strong>la</strong>ses, fui a consultar el cociente intelectual de Virgil. Resultó ser, después de <strong>la</strong> última<br />

prueba, 138. Estaba yo a punto de ir a preguntarle al consejero por qué este alumno<br />

estaba en el grupo H, pero mientras esperaba a que llegara continué leyendo su tarje ta.<br />

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