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Crítica a la escuela

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si de alguna forma se <strong>la</strong>s arreg<strong>la</strong>ba uno para evitar estos términos, <strong>la</strong>s rimas lo<br />

vencerían. Decir ciego, cerro, fierro, suero, íntegro..., y muy pronto se oiría: “Maestro...<br />

¿dijo usted negro?” O habría una gran variedad amarga: “¡Robert, por favor déjame en<br />

paz!, eres demasiado b<strong>la</strong>nco (manco, f<strong>la</strong>nco, banco). ¡Uuiii...!‘‘<br />

Si me hubiera imaginado que los estudiantes presentarían un frente unificado en<br />

cuanto al asunto de su propia (y re<strong>la</strong>tiva) negrura, era un error. Si yo hubiera supuesto<br />

que ellos estaban interesados en ponerme a prueba, también era un error. No les<br />

interesaban <strong>la</strong>s actitudes liberales de los b<strong>la</strong>ncos tal y como se supone que debería ser.<br />

El grupo 7H no estaba en condiciones para aprender o hacer <strong>la</strong>s cosas. El meollo de<br />

su problema como grupo consistía en el simple arte de saber leer. Había cuatro niños<br />

que no podían leer sus propios nombres; tres o cuatro que no podían leer cualquier otra<br />

cosa y el resto del grupo que podía leer un poco, pero que temb<strong>la</strong>ba al hacerlo. Tenían<br />

mucha inseguridad y dudaban de si podrían evitar <strong>la</strong> bur<strong>la</strong> en un momento dado y, por<br />

consiguiente, trataban de probar su superioridad sobre los demás dentro del área de su<br />

propia incompetencia. Cada vez que intentábamos trabajar sobre el reconocimiento de<br />

<strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras, letras, sonidos, <strong>la</strong> mayoría empezaba a protestar porque eso era “cosa de<br />

bebés” y, como resultado, aquellos que no sabían leer tenían que unirse también. No<br />

podían admitir que no sabían leer y, por lo tanto, nunca podrían empezar a hacerlo en el<br />

salón de c<strong>la</strong>se, porque para poder aprender tenían que comenzar ahí mismo, con sus<br />

simplicidades conocidas, como los que “aprenden a leer” y se exponen al desprecio y al<br />

ridículo. No se podía hacer nada.<br />

Por otra parte, todo lo que hacíamos en c<strong>la</strong>se presuponía que todo el mundo sabía<br />

leer. Y si no podían leer, ¿qué podíamos hacer?<br />

7H tenía muchas respuestas a dicha pregunta. Al enfrentarse a <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra, Roy, por<br />

ejemplo, se reía. Saltaba, echaba <strong>la</strong> cabeza hacia atrás y se reía. Caminaba hacia mi<br />

escritorio y se reía, se reía a carcajadas, corría alrededor del salón riéndose. Todo le era<br />

tan chistoso que no podía dejar de reírse el tiempo suficiente para poder leer. Vincent se<br />

ponía nervioso. Le salían manchas rojas en <strong>la</strong> cara y se le llenaban los ojos de lágrimas,<br />

hasta tal grado que tenía que sacar su pañuelo y secárselos, de tal suerte que como lo<br />

único que no le permitía leer era que tenía los ojos llenos de lágrimas, aseguraba que<br />

podía leer lo que se le pusiera enfrente. Harvey siempre me miraba con indignación y me<br />

preguntaba por qué lo escogía a él para leer <strong>la</strong>s partes difíciles. “Si se tratara de <strong>la</strong>s<br />

partes fáciles <strong>la</strong>s podría yo leer muy bien”, diría, “pero so<strong>la</strong>mente me pide que lea <strong>la</strong>s<br />

partes más difíciles y… ¡yo no voy a hacerlo!”<br />

So<strong>la</strong>mente Alexandra se enfrentaba a <strong>la</strong> lectura con desafío y aplomo, leía como<br />

demonio. Lo que fuera que se le diera a leer, el<strong>la</strong> leía de corrido, tropezándose<br />

ocasionalmente, pero siempre recuperándose y leyendo todo correctamente. Esto me<br />

desconcertaba, hasta que descubrí que el<strong>la</strong> estaba escuchando a Judy que se sentaba<br />

detrás y le murmuraba <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras, mientras Alexandra, muy lista y tranqui<strong>la</strong>, leía en voz<br />

alta después de el<strong>la</strong>. Así que un día cambié a Judy de lugar y Alexandra seguía leyendo<br />

correctamente, aunque más despacio y con algunos errores; no so<strong>la</strong>mente tenía que<br />

seguir viendo a Judy para poder leerle los <strong>la</strong>bios, sino también tenía que estar viendo <strong>la</strong><br />

página de repente para dar <strong>la</strong> impresión de que realmente estaba leyendo, lo que le era<br />

muy difícil. ¡Leía los <strong>la</strong>bios de Judy! Creo que no era tan sorprendente; habían estado<br />

juntas en <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>ses durante años y habían tenido mucha práctica. Cuando Judy estaba<br />

ausente, Alexandra sacaba de su bolsa papas fritas y dulces antes de que le tocara su<br />

turno y comenzaba a comérselos ostentosamente. Si esto no obtenía un comentario de<br />

mi parte, los otros niños protestaban ruidosamente; entonces Alexandra empezaba a<br />

discutir sobre el comer en el salón de c<strong>la</strong>se: ¡su mamá le había dicho que se comiera <strong>la</strong>s<br />

papas fritas!, y muy pronto Alexandra se enojaría y anunciaría que el<strong>la</strong> no iba a leer el<br />

día de hoy, ¡porque yo era tan grosero!<br />

Cuando supe que el<strong>la</strong> leía los <strong>la</strong>bios de Judy, me enfurecí un poco; <strong>la</strong> reprendí<br />

durante diez minutos y le dije lo difícil que era leer los <strong>la</strong>bios, lo fácil que en comparación<br />

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