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Crítica a la escuela

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Se puede dec<strong>la</strong>rar axiomáticamente que el gasto principal de energía del esco<strong>la</strong>r es<br />

su autodefensa contra el medio ambiente. Cuando esto culmina en deterioro del<br />

desarrollo —casi siempre sucede— no tiene objeto cambiar el rumbo y enseñar fonética.<br />

El medio ambiente en sí debe ser transformado.<br />

Cuando me sentaba junto a José y observaba su lucha con <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras impresas,<br />

siempre me l<strong>la</strong>maba <strong>la</strong> atención el hecho de que tuviera tantas dificultades en ver<strong>la</strong>s. Por<br />

informes médicos, sabía que su vista estaba bien. Era c<strong>la</strong>ro que sus dificultades físicas<br />

eran señal de un terrible conflicto. Por una parte, no quería ver <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras, no quería<br />

fijar los ojos en el<strong>la</strong>s, inclinar <strong>la</strong> cabeza y mantener<strong>la</strong> en su lugar. Por otra parte, quería<br />

volver a aprender a leer, y se esforzaba para realizar esta acción. El conflicto era visible.<br />

Era una barrera de vidrio ahumado <strong>la</strong> que se había interpuesto entre él y <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras:<br />

movía <strong>la</strong> cabeza de aquí para allá, bizqueaba, di<strong>la</strong>taba los ojos, pasaba su mano por <strong>la</strong><br />

frente. Naturalmente, <strong>la</strong> barrera consistía en <strong>la</strong>s emociones crónicas ya mencionadas:<br />

resentimiento, vergüenza, desprecio de sí mismo. Pero, ¿cómo se quita esa barrera? Es<br />

c<strong>la</strong>ro que no puede hacerse en un rinconcito de <strong>la</strong> vida de un niño en <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>. Debe<br />

hacerse a través de su vida en <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>. Estas emociones tampoco pueden quitarse<br />

como si fueran quistes, tumores o astil<strong>la</strong>s. El resentimiento sólo puede ceder<br />

fortaleciendo el desarrollo de <strong>la</strong> confianza y multiplicando los factores de satisfacción; al<br />

igual, <strong>la</strong> vergüenza no desaparecerá a menos que exista el respeto de sí mismo.<br />

Tampoco se irá <strong>la</strong> turbación demostrándole al niño que no hay motivo para ello: debe<br />

reemp<strong>la</strong>zarse por <strong>la</strong> confianza y una consideración más generosa para otras personas.<br />

Es inútil decir que cuando tienen lugar tales transformaciones <strong>la</strong> capacidad para<br />

aprender del niño, al igual que su capacidad para jugar y re<strong>la</strong>cionarse positivamente con<br />

sus compañeros de edad y mayores, aumentará en forma espectacu<strong>la</strong>r. ¿Qué<br />

condiciones de <strong>la</strong> vida en <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> pueden apoyar estos cambios tan deseables?<br />

Obviamente, no se pueden enseñar. Ni tampoco mejores métodos de instrucción o libros<br />

de texto mejores llevarán a ellos.<br />

Cuando, después de diez minutos de una c<strong>la</strong>se de lectura José me decía que quería<br />

ir al gimnasio, y yo contestaba: “Está bien”, en su alma se iniciaba una pequeña<br />

revolución. Esto significaba — ¿o no?— que el maestro lo tomaba en serio como<br />

persona. ¡El maestro accedía a sus deseos! Fue más fácil para José tomarse en serio<br />

como persona. Y cuando injuriaba, golpeaba y peleaba con sus compañeros de c<strong>la</strong>se, y<br />

los maestros sólo respondían con sus propias emociones, ni siquiera con castigo formal,<br />

desmerecimientos, encierro, etc., ¿no significaba esto que lo enfrent aban precisamente<br />

como era, y que con el fin de darles <strong>la</strong> cara no tenía que, primero, suprimirlo todo, menos<br />

su buena conducta? Podía tenerse sobre sus propios pies; ellos podían tenerse sobre los<br />

suyos. Disminuyeron su angustia, su resentimiento y su confusión.<br />

Los cambios graduales en el temperamento de José provinieron del total de nuestra<br />

vida en <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>, no de minúsculos programas especiales designados expresamente<br />

para problemas académicos de José. Y <strong>la</strong> característica no menos importante de esta<br />

vida (posiblemente haya sido <strong>la</strong> más importante) fue el efecto de los demás niños sobre<br />

él. Quiero decir que cuando los adultos dejan el campo libre para que los niños puedan<br />

desarrol<strong>la</strong>r entre ellos <strong>la</strong>s riquezas de sus re<strong>la</strong>ciones naturales, su efecto mutuo es<br />

positivamente curativo. Las oportunidades de que los niños lo hagan son<br />

desalentadoramente raras. Su vida esco<strong>la</strong>r está dominada por los adultos, y después de<br />

<strong>la</strong> escue<strong>la</strong> no hay adónde ir. Las calles, también, están dominadas por los adultos, y a<br />

veces por una violencia juvenil que en sí es expresión de angustia.<br />

Al escribir esto no puedo sino comparar <strong>la</strong>s calles de nuestras ciudades con mi propio<br />

ambiente de cuando era niño, en los pequeños suburbios de Pittsburgh cuando <strong>la</strong><br />

Depresión. Alrededor de nosotros había bosques, campos y lotes baldíos. Y los<br />

progenitores norteamericanos no se preocupaban tanto por sus hijos... o por ellos<br />

mismos. Cuando salíamos de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>, y los sábados y domingos, nuestros padres rara<br />

vez sabían dónde estábamos. Hablo de los ocho, nueve y diez años. Vagábamos en<br />

pequeñas pandil<strong>la</strong>s, o jugábamos en los bosques, los caminos, los campos. Excepto a<br />

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