Y cuando ores no te preocupes por tener las palabras correctas; preocúpate por tener el corazón correcto. Dios no busca la elocuencia, solo la honestidad.
Diciembre 2018 21 perdona Rompe tu amigo sus promesas? ¿No hizo honor a sus palabras tu jefe? Lo lamento, pero antes de hacer algo, responde esta pregunta: ¿Cómo reacciona Dios cuando rompes las promesas que le haces? ¿Te han mentido? El engaño duele. Pero antes de que contraigas los puños, piensa: ¿Cómo respondió Dios cuando le mentiste? ¿Te han echado a un lado? ¿Te han olvidado? ¿Te han dejado atrás? El rechazo duele. Pero antes de desquitarte, sé franco contigo mismo. ¿Alguna vez has descuidado a Dios? ¿Has estado siempre atento a su voluntad? Ninguno lo ha estado. ¿Cómo reacciona Él cuando lo descuidas? La clave para perdonar a otros es dejar de mirar lo que te hicieron y empezar a mirar lo que Dios hizo por ti. Tal vez digas… pero… ¡eso no es justo! Alguien tiene que pagar por lo que este hombre me hizo. Estoy de acuerdo. Alguien debe pagar, y Alguien ya lo ha hecho. No comprendes, tal vez digas, este hombre no merece misericordia. No es digno de perdón. No digo que lo sea. Pero, ¿lo eres tú? Además, ¿qué otra alternativa tienes? ¿Odio? La alternativa no es atractiva. Los siervos que no perdonan siempre acaban en prisión. Prisiones de ira, culpa y depresión. Dios no tiene que meternos en la cárcel; creamos una propia. “Hay quienes llegan a la muerte llenos de vigor, felices y tranquilos… Otros, en cambio, viven amargados y mueren sin haber probado la felicidad” (Job 21.23-25, VP). Permíteme ser muy claro. El odio te amargará la perspectiva y te romperá la espalda. La amargura es una carga sencillamente demasiado pesada. Las rodillas se doblarán por el esfuerzo y el corazón se romperá bajo el peso. La montaña que tienes <strong>del</strong>ante es ya bastante empinada sin el peso <strong>del</strong> odio en la espalda. La alternativa más sabia, la única alternativa, es que deseches la ira. Jamás te llamarán a que des a nadie más gracia de la que Dios ya te ha dado. Durante la Segunda Guerra Mundial un soldado alemán se lanzó a un cráter de mortero fuera <strong>del</strong> camino. Allí encontró a un enemigo herido. El soldado caído estaba empapado en sangre y a minutos de la muerte. Conmovido por la suerte <strong>del</strong> hombre, el alemán le ofreció agua. Mediante esta pequeña bondad se formó un vínculo. El moribundo señaló el bolsillo de su camisa; el alemán sacó de allí una billetera y de esta unos retratos de familia. Los sostuvo frente al herido para que este pudiera contemplar a sus seres queridos por última vez. Con las balas silbando por encima de sus cabezas y la guerra rugiendo a su alrededor, estos dos enemigos fueron, por unos momentos, amigos. ¿Qué ocurrió en ese cráter de mortero? ¿Cesó todo el mal? ¿Se arreglaron todas las ofensas? No. Lo que ocurrió fue simplemente esto: Dos enemigos se vieron cada uno como humanos necesitados. Esto es perdón. El perdón empieza al elevarse por encima de la guerra, al mirar más allá <strong>del</strong> uniforme y al decidir ver al otro, no como un enemigo y ni siquiera como amigo, sino solo como un compañero de luchas que anhela llegar seguro a casa.