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La última nevada<br />
Diego Tomás Aliaga Douglas<br />
Postrado sobre su escritorio, Máximo Torres yacía descansando, soñando que vivía en mundos<br />
abstractos. Nueve en punto. El despertador emite agudos ruidos que logran despertar al meteorólogo.<br />
Mientras se preparaba una taza de café, miró el calendario. Viernes diez de julio de 2118. Al tomar<br />
su cálido café de manera pausada, el monitor de estudios meteorológicos que se asentaba en su<br />
escritorio, produjo sonidos que él nunca había escuchado.<br />
Alarmado, Máximo revisó el monitor rápidamente. Este indicaba que, en cuatro horas, vendría una<br />
nevada que caería en la ciudad de Puerto Williams, la localidad en donde él estaba.<br />
Su asombro era inevitable, ya que la presencia de la nieve se había disipado desde hacía seis<br />
décadas, gracias a los efectos del calentamiento global, que acabaron totalmente con ambos polos.<br />
En la sociedad en que vivía Máximo, y el resto de la humanidad, era normal que hubiese en promedio<br />
cuarenta grados Celsius cada día. Eso era normal para Máximo, quien sentía frío cuando había treinta<br />
grados.<br />
Sin dudarlo, contactó a sus amigos, a sus familiares, a la prensa, pero especialmente habló sobre este<br />
evento con el líder de Puerto Williams, el alcalde Herrera, porque Máximo admiraba su capacidad de<br />
hablarle a las masas.<br />
Viernes diez de julio, mediodía. La plaza de Puerto Williams está invadida por miles de periodistas<br />
de todo el mundo que se grababan con sus propios camarógrafos para informar sobre la maravillosa<br />
situación. La población mundial está expectante ante la presencia de una nevada. Hay generaciones