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El último selknam<br />
Juan Carlos Alvarado Otermann<br />
—¡Mamá, mamá! ¿Ya nos vamos donde el abuelo? — dije muy ansioso, ya que amo visitarlo y poder<br />
escuchar sus historias.<br />
—Sí, hijo. Ponte la chaqueta y sube al auto.<br />
Cuando iba en dirección al auto noté que todo estaba nevado. Qué panorama más bueno, pensé,<br />
ya que en días así mi madre cocina sopaipillas, mientras que el abuelo y yo hablamos frente a la<br />
chimenea de la casa. Él cuenta las mejores historias del mundo.<br />
Al cabo de cinco minutos estábamos en su casa. Como siempre pasaba, el abuelo Aurelio no nos<br />
reconoció. Mamá tuvo que tranquilizarlo porque creía que éramos ladrones.<br />
—¡Rufianes! ¿Cómo entraron? ¡Fuera!<br />
—Soy yo, Susana, tu hija, papá —dijo mi madre y lo llevó a su sofá favorito frente al fuego de la chimenea.<br />
—Jimmy, hijo, quédate con tu abuelo y cuida que no se vaya a lastimar. Yo iré a preparar sopaipillas.<br />
La casa del abuelo era pequeña y acogedora y estaba ubicada en el centro de Punta Arenas. A mí me<br />
encantaba estar ahí, sobre todo cuando nevaba, ya que podía ir a la avenida Bulnes y revolcarme en<br />
la nieve.