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RockBottomMagazine.Numero.16.Mayo.2020.02

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Estaba acostumbrado a escuchar los discos originales

de Elvis Presley, Ray Charles, The Beatles, Chuck

Berry, Buddy Holly y Little Richards entre otros,

que mi padre había traído bajo el brazo de su Tánger

natal y que me tenían embobado por su salvajismo,

su música primitiva y feroz, por lo que las voces

atipladas y, digamos, sutiles, que diferían tanto del

desgarro vocal al que me habían acostumbrado mis

grabaciones preferidas, me parecían demasiado

dulces, ñoñas y pastelosas. Por lo tanto mentiría

si dijese que los Beach Boys me gustaron desde el

primer momento que escuché sus canciones. No es

así, ni mucho menos. De hecho, me parecían muy

tiernos y me costó unos cuantos años conocerlos.

Todos esos prejuicios cambiaron cuando, en la fiesta

de mi vigésimo cumpleaños, un amigo me trajo,

primorosamente envuelto, un vinilo que había sido

realizado en 1966 y que, según me dijo, era la obra

maestra de los chicos de la playa. Un álbum que según

me dijo había influido en los todopoderosos Beatles a la

hora de grabar su álbum “St. Pepper’s Lonely Hearts Club

Band” calificado por los expertos como el mejor álbum

de la historia. Influir en aquellos monstruos de la música

no era peccata minuta, desde luego. Paradójicamente

la mayor influencia que tuvo Brian Wilson para

componer su “Pet Sounds” fue a su vez “Rubber

Soul”, otro magnífico álbum de los chicos de Liverpool.

Estoy hablando, por supuesto, de una maravilla que

reconocí como tal muy pronto. Después de aquella

fiesta de cumpleaños y, tras una primera escucha

emocionante, no pude dejar de escuchar el disco una

y otra vez. Sus melodías eran auténticas maravillas

fluctuantes que hacían que transitara por diferentes

estados de ánimo y paisajes en una sola canción

y se columpiaban incansables entre mis neuronas.

Sus voces, otrora ñoñas, se engastaban de maravilla

con la extraña instrumentación y los no menos

extraños efectos que utilizaran para su grabación.

Si bien es cierto que escuchaba el disco en bucle, el

primer chispazo no ocurrió hasta que la aguja tocó el

último corte de la cara A. Sí, escuchaba las demás

canciones y me gustaban, me iban dejando poso,

algunas eran fascinantes, pero fue “Sloop John B” la

canción que flotaba entre mis neuronas continuamente

haciendo que la tararease o silbase según la ocasión,

una y otra vez. Aún sonrío al escucharla. No sería

hasta algún tiempo después cuando empecé a

darme cuenta de que “Let´s go away for a while”,

“Wouldn’t it be nice” y “God only knows” eran

auténticas joyas. Entre todas ellas hacen de este “Pet

Sounds” que nos ocupa, un auténtico tesoro musical.

Años después, me enteré de casualidad de que este

álbum no tuvo un reconocimiento inmediato por parte

de la crítica y el público, pero a cambio, sí sería un

disco de referencia para los más grandes músicos de

la época en los que influirían decisivamente. En varias

entrevistas que he leído para hacerme una idea de lo

que en su día supuso el disco, realizadas a los más

reputados músicos de aquellos tiempos, he comprobado

que todos ellos coinciden en afirmar que este disco es

uno de los más grandes de la historia de la música pop.

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