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Estaba acostumbrado a escuchar los discos originales
de Elvis Presley, Ray Charles, The Beatles, Chuck
Berry, Buddy Holly y Little Richards entre otros,
que mi padre había traído bajo el brazo de su Tánger
natal y que me tenían embobado por su salvajismo,
su música primitiva y feroz, por lo que las voces
atipladas y, digamos, sutiles, que diferían tanto del
desgarro vocal al que me habían acostumbrado mis
grabaciones preferidas, me parecían demasiado
dulces, ñoñas y pastelosas. Por lo tanto mentiría
si dijese que los Beach Boys me gustaron desde el
primer momento que escuché sus canciones. No es
así, ni mucho menos. De hecho, me parecían muy
tiernos y me costó unos cuantos años conocerlos.
Todos esos prejuicios cambiaron cuando, en la fiesta
de mi vigésimo cumpleaños, un amigo me trajo,
primorosamente envuelto, un vinilo que había sido
realizado en 1966 y que, según me dijo, era la obra
maestra de los chicos de la playa. Un álbum que según
me dijo había influido en los todopoderosos Beatles a la
hora de grabar su álbum “St. Pepper’s Lonely Hearts Club
Band” calificado por los expertos como el mejor álbum
de la historia. Influir en aquellos monstruos de la música
no era peccata minuta, desde luego. Paradójicamente
la mayor influencia que tuvo Brian Wilson para
componer su “Pet Sounds” fue a su vez “Rubber
Soul”, otro magnífico álbum de los chicos de Liverpool.
Estoy hablando, por supuesto, de una maravilla que
reconocí como tal muy pronto. Después de aquella
fiesta de cumpleaños y, tras una primera escucha
emocionante, no pude dejar de escuchar el disco una
y otra vez. Sus melodías eran auténticas maravillas
fluctuantes que hacían que transitara por diferentes
estados de ánimo y paisajes en una sola canción
y se columpiaban incansables entre mis neuronas.
Sus voces, otrora ñoñas, se engastaban de maravilla
con la extraña instrumentación y los no menos
extraños efectos que utilizaran para su grabación.
Si bien es cierto que escuchaba el disco en bucle, el
primer chispazo no ocurrió hasta que la aguja tocó el
último corte de la cara A. Sí, escuchaba las demás
canciones y me gustaban, me iban dejando poso,
algunas eran fascinantes, pero fue “Sloop John B” la
canción que flotaba entre mis neuronas continuamente
haciendo que la tararease o silbase según la ocasión,
una y otra vez. Aún sonrío al escucharla. No sería
hasta algún tiempo después cuando empecé a
darme cuenta de que “Let´s go away for a while”,
“Wouldn’t it be nice” y “God only knows” eran
auténticas joyas. Entre todas ellas hacen de este “Pet
Sounds” que nos ocupa, un auténtico tesoro musical.
Años después, me enteré de casualidad de que este
álbum no tuvo un reconocimiento inmediato por parte
de la crítica y el público, pero a cambio, sí sería un
disco de referencia para los más grandes músicos de
la época en los que influirían decisivamente. En varias
entrevistas que he leído para hacerme una idea de lo
que en su día supuso el disco, realizadas a los más
reputados músicos de aquellos tiempos, he comprobado
que todos ellos coinciden en afirmar que este disco es
uno de los más grandes de la historia de la música pop.
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