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aparece un joven Ben Hawkins (Nick Stahl),
sucio y exhausto, que se encuentra con la
comitiva de un circo ambulante al estilo del
de “Freaks” de Tod Browning (las referencias
al clásico de Browning son evidentes) y que
es acogido entre su gente siguiendo las
directrices del misterioso “management”, una
voz que se esconde tras una cortina en un
vagón al que solo puede acceder Samson,
el enano encargado de gestionar el circo.
Desde el comienzo de la serie se aprecia que
el torturado Hawkins posee la capacidad de
sanar (a costa de la energía y salud de otros
seres) a la vez que es torturado continuamente
con extraños sueños, provocados sin duda
por un pasado y unos ancestros mucho más
antiguos que el propio hombre. A la vez,
sin aparente relación, tenemos al hermano
Justin, un imponente sacerdote metodista
(interpretado por Clancy Crown, el recordado
contrincante de Christopher Lambert en
“Los inmortales”) que reside con su hermana
Iris en Mintern, California. Sin duda Crown y
su interpretación, intensa, sobria, impulsada
por su presencia intimidante, hacen que
el personaje de Justin sea absolutamente
demoledor, aterrador y atractivo a partes
iguales. Sucede que Justin también posee
capacidades inquietantes (la escena en la
que hace vomitar monedas a la ladrona en la
iglesia lo muestra aún inseguro pero con un
instinto terrorífico). Ambos comparten sueños
sin ser conscientes el uno del otro y ambos
se niegan a entender quiénes son a través de
las capacidades que los definen. “Carnivale”,
no en vano, representa la eterna batalla entre
la luz y la oscuridad, una batalla entroncada
en los últimos estertores de una dinastía
de “avatares”, manifestaciones de seres
superiores encarnados en seres humanos
con poderes sobrenaturales que representan
el bien y el mal. Una lucha cuya iconografía
y mística proviene de la Edad Media y que
Daniel Knauf desarrolla con maestría no solo
por la profundidad de la historia, sino por cómo
juega con ella y la va configurando poco a
poco, como si necesitaras tomarte el mismo
tiempo que los dos personajes necesitan
para entender quiénes son y cuáles son sus
destinos. Porque si Justin comienza dubitativo
y a la vez aterrador, es a medida del transcurso
de los episodios que se consigue conocer el
alcance real de su maldad y su poder, camino
paralelo al de Hawkins, aunque sin duda
mucho menos interesante (el New York Times
se refería a Ben como un héroe taciturno).
“Al principio de los tiempos, tras la gran guerra
entre el cielo y el infierno, Dios creó la Tierra, y
le concedió su dominio al astuto mono al que
llamó hombre. En cada generación nació una
criatura de luz y una criatura de las tinieblas.
Grandes ejércitos se enfrentaron en las
noches en la antigua guerra del bien y del mal.
Entonces… apareció la magia. Y la nobleza. Y
una inimaginable crueldad. Y así fue pasando el
tiempo. Hasta el día en el que un falso sol explotó
sobre Trinidad. Y el hombre decidió cambiar para
siempre el asombro del milagro… por la razón”.
Introducción de Samson.
Más allá de esa eterna lucha entre bien y mal,
Daniel Knauf lo que pretende (o pretendía,
en realidad) era mostrar cómo el hombre
había dejado de ser el ingenioso mono
que había creado Dios y cómo se había
rebelado no contra él, sino contra todo lo que
representa: magia, mística y docilidad. En el
trasfondo, como eje central de la historia en
su conjunto, se encuentra el desarrollo de la
bomba nuclear que emancipa al hombre de
su creador al haberse convertido en su propio
dios, algo que sin duda no es fácil vislumbrar
a lo largo de estas dos temporadas, a falta de
lo que deberían haber sido cuatro más para
contemplar la obra en su conjunto.
“Respecto a Dios, creo que en el momento en
el que creamos la bomba nuclear no volvemos
a ser el mismo tipo de criaturas nunca más.
«Han creado su propia estrella, su propio
sol. Hemos llegado al momento en el que los
milagros y la magia realmente no interesan
más». Y entonces Él hondearía las llaves y
diría «buena suerte, chicos, ahora vais por
vuestra cuenta»”.
Entrevista a Daniel Knauf en
nightmare-magazine.com.
No os asustéis, no es una serie de personajes
alados ni diablos con cuernos ardiendo entre
nubes de azufre, aquí todo es más sutil.
Knauf es capaz de desarrollar en un ambiente
asfixiante por el hambre, la suciedad, la
pobreza y el polvo, una historia de matices,
lenta, sin duda, pero que se te va adhiriendo
a la piel y no te la puedes quitar, una historia
en la que todo está completamente conectado.
Si bien los dos personajes principales son
Ben Hawkins y “brother” Justin, el casting
de personajes que desfilan son de los que
no dejan indiferente, desde la inquietante
hermana de Justin, Iris (Amy Madigan), una
aparentemente mojigata que ha entregado su
vida al servicio divino de su hermano y es capaz
de quemar un orfanato con los niños dentro
para su beneficio; Lodz (Patrick Bauchau),
un cabronazo ciego que es quien comienza a
vislumbrar (porque hay cosas que no se ven
con la vista) el alcance del destino de ese Ben
Hawkins que acaban de recoger; Apollonia
(Diane Salinger), uno de esos personajes
jodidamente inquietantes… y que es capaz de
mortificar viva y muerta a Sofie (Clea DuVall),
su hija, personaje no menos inquietante y a
la postre… definitivo. Pero sobre todos, ese
enorme (la valía de una persona en general y
de un actor en particular no va en relación con
su tamaño físico) Michael J. Anderson que
da vida a Samson, ese pequeño encargado
del circo ambulante, carisma a raudales
llenando la pantalla en cada ocasión en que
toma protagonismo y que recordaréis por su
papel en “Twin Peaks”, no menos impactante,
sin duda.
“Todo huele a descomposición y muerte en
esta serie tenebrosa, en la que no puedes
identificarte con nadie aunque te haga
comprender las razones de todos para
ser como son y actuar como actúan. No
despierta morbo sino hipnosis. Te da tanto
miedo la realidad de esos personajes como
la amenaza sobrenatural que les castiga. Y
alucinas de que una productora de televisión
haya dado luz verde a algo que jamás podrá
ser mínimamente popular, que invita a la
despavorida huida, desechando la coartada,
que solo promete causarte malestar y miedo”.
Carlos Boyero, El País, 20/11/2010.
“Carnivale” es más que una serie un camino
emocional cuya historia parecía escrita pero
que la realidad ha dejado inconclusa como si
pretendiera que creciera en nuestras mentes y
se expandiera libre, sin ataduras. “Carnivale”
es mística, es polvo, es densidad, es inquietud,
es esotérica, es una obra inacabada y a la vez,
perfecta en su ausencia de cierre... Quince
años en mi psique y que al verla de nuevo ha
sido como recuperar viejos fantasmas (una
referencia que en el episodio “Babylon” toma
una dimensión inquietante) de los que uno
quiere huir y a la vez les resultan terriblemente
atractivos. Una historia que crece con cada
revisión, una obra maestra que no necesita ser
encumbrada… aunque lo merezca.
javistone
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