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Un día normal
Roberto Bada Nerín
ganador de la categoría Joven
ES
2 017
Como un día normal, entró en el bar, se sentó en el taburete de
siempre, en la esquina de siempre y miró al barman con la mirada
de siempre. Sin decir nada, su viejo amigo de detrás de la barra le sirvió,
como siempre, una jarra de cerveza negra y, como siempre, dejó al viejo
físico entrar en ese letargo en el que entraba cada día. Una vez encerrado
en su cabeza, donde nadie podía molestarle, el físico visualizó esa
ecuación que tantos dolores de cabeza le daba desde hacía tiempo. Ya
había perdido la cuenta de cuantas veces había tenido que volver a
empezar con los cálculos al ver que había fallado en una cosa u otra.
Cuando no podía más, el físico abandonaba su despacho y se iba al
único lugar en el que hallaba la tranquilidad, se iba a ese taburete de
esa esquina del único bar de la ciudad que vendía su cerveza favorita,
esa cerveza negra que tomaba a diario durante aquellos años en los que
trabajó en el extranjero. No sabía cómo se llamaba el hombre que
siempre le servía, tampoco necesitaba saberlo, él solo quería su cerveza
y unos minutos de aislamiento para pensar. Pensó en la ecuación. Pensó
en el posible valor de cada variable, en las integrales que debía aplicar,
en los logaritmos que debía tomar. Pensó en cómo simplificarla, buscó
otras ecuaciones que poderle sumar, otros caminos. Pensó en la física,
el manual de instrucciones del universo, su vieja amiga, su vida. Pensó
en Newton y en su fuerza de la gravedad, y vio grandes planetas
describiendo enormes órbitas elípticas alrededor de abrasadoras y
gigantescas bolas de fuego y radiación; siguiendo una simple relación
matemática, de forma perfecta, sin fallos. Pensó en Coulomb, y en dos
cargas de masa infinitamente pequeña atrayéndose siguiendo una sencilla
ley tan simple como la primera. Pensó en Faraday y en Lenz, en Henry,
en Einstein. Pensó en su profesora de física del colegio. Pensó en Bohr,
y vio un átomo de hidrógeno con un único electrón describiendo una
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