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Ella obedeció con prontitud y encajó la cabuya en el resquicio.<br />
En este instante llegaron los perseguidores, y rabiando contra el salvador<br />
y el libertado, flecharon las lanzas que como aladas víboras volaron y se<br />
clavaron en las carnudas hojas de las cabuyas.<br />
No era posible saltar este parapeto natural, y desistiendo de su cruel<br />
empeño, volvieron caras los cuatro soldados y se retiraron echando<br />
blasfemias y amenazas.<br />
-¿Estás herido? Preguntó la aldeana a su marido, temblando al notar<br />
manchas de sangre en su chaqueta.<br />
-No hija; el herido es este pobre oficial, contestó tendiéndole suavemente<br />
en el suelo, mientras tomaba algún respiro.<br />
La mujer se inclinó para mirarle, y se enderezó luego y retrocedió<br />
espantada exclamando -¡Ay!... ¿Por salvar a éste te has expuesto a morir?<br />
-Sí, hija mía. Y es preciso acabar de hacer esta buena obra.<br />
-¡Pero, hijo!...<br />
-Calla y ayúdame.<br />
Volvió el campesino a alzar al oficial sobre el hombre, ayudóle la mujer, y<br />
echaron ambos a caminar, él delante y ella detrás.<br />
Cuando llegaron a su casa, la noche era ya cerrada<br />
La mujer se apresuró a encender una vela, y por orden del marido arregló<br />
el pobre lecho de ambos y en él tendieron al herido. Desciñéronle la espada,<br />
quitáronle la levita, abriéronle la camisa y examinaron la herida. Extensa<br />
era ésta y en el costado izquierdo, mas no profunda; sin embargo, la sangre<br />
perdida era mucha, y la debilidad causó fuerte síncope' al robusto oficial en<br />
el momento en que cayó del caballo.<br />
Dos niños y una niña; el mayor de cinco años y la última de tres, flores del<br />
amor de ese excelente par de aldeanos y regocijo de su choza, se habían<br />
acercado al herido, y con labios abiertos más de lo común y ojos<br />
desorbitados por el asombro y el miedo, le contemplaban en silencio. Jamás<br />
habían visto un soldado, menos con cara tan aterradora.<br />
La madre calentó agua, el mozo echó en ella buena porción de<br />
aguardiente, y empapando un paño en la mezcla lavó suavemente la herida.<br />
Después le aplicó una venda y luego comenzó a soltar entre los labios<br />
entreabiertos del oficial cortas porciones de caldo caliente. No sabía otro<br />
remedio aplicable para que volviera en sí.