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El capitán Feroz inclinó la cabeza como si le hubiesen echado un quintal<br />
de plomo sobre ella.<br />
José miró a su mujer con ceño, y en esa mirada le decía:<br />
-¡Has echado a perder nuestra buena obra!<br />
El Capitán alzó con viveza la frente, y dándose en ella una recia palmada,<br />
dijo a José:<br />
-Mira, cana... mira, bru... mira hombre, te digo, dame ese sable que está<br />
colgado ahí.<br />
-¡Jesús me valga! exclamó la mujer.<br />
-No temas, moza.<br />
-¡Si usted quiere matarnos!<br />
- N o temas, te repito. Mira, bru..., mira, amigo, tráeme el sable, pues<br />
yo no puedo alcanzarlo.<br />
-¿Qué quiere usted hacer con él? preguntó José con más asombro que<br />
susto.<br />
- Y a lo verás.<br />
-Yo no se lo doy.<br />
-Dámele.<br />
-No, señor.<br />
El capitán hizo entonces un esfuerzo para ponerse<br />
en pie y tomar el arma; pero cayó al lecho.<br />
Al punto el aldeano metió los brazos para alzarle, y su mujer acudió<br />
también, depuesto su miedo y con solicitud cariñosa.<br />
-Pero, señor, porqué no se está buenamente, dijo ella.<br />
-Usted está todavía débil, añadió el marido. ¿Para , qué quiso<br />
levantarse? Ya ve usted lo mal que le ha ido.<br />
-¡Quiero morirme! murmuró el enfermo.<br />
-Mal hecho de querer eso.<br />
-¿Para qué me libraron ustedes de mis enemigos?<br />
-Para que viva.<br />
-Mira, cana..., mira, ya que no quieres darme el sable, tómale,<br />
desenváinale y mátame.<br />
-¡Jesús! ¿qué me propone?<br />
-¡María Santísima! Este capitán se ha endiablado, exclamó Margarita<br />
santiguándose.<br />
-No sean ustedes brutos, y ¡tan cobardes!<br />
-Él es el bruto, añadió por lo bajo la mujer.