La Placeta de Lorca nº 87 - Noviembre 2021
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Párrafo subrayado
Lo imprevisible. Todo lo que la
tecnología quiere y no puede
controlar
Marta García Aller
Por Francis Hernández
Casa, única y múltiple. He habitado todos tus espacios y me has
envuelto en un diálogo con la bendita cotidianidad hogareña
que circunda tus espacios. Has convertido cimientos, tejado,
puertas y ventanas en refugio aislante para morar, para crear,
Una de poesía para escribir, para amar, para reír, para llorar…para vivir.
Poderosa fortaleza patrimonial, atlas sentimental y artístico.
Penélope abnegada. Eres proyección, sueño, recuerdo, hogar, intimidad, silueta protectora,
madriguera y jardín; lugar donde cohabitan el desconsuelo, el dolor, el silencio,
así como el amor, la esperanza, el deseo; refugio donde se da la vida o se
aguarda la muerte; rincón en que se aspira a todo o ya no se anhela nada. Eres espacio
maternal que identifica y hermana sueños, temores, preocupaciones o arrebatos
comunes y universales. Si te abrimos nuestros brazos y nuestra “mismidad
así ofrecida” alumbrarás una “otredad reconocible y compartida”. La emoción se
impone filtrada, irrigada, traspasada, se subdivide, se figura, se encarna, se traza,
¡¿quién sabe?! Pero al final todo acaba siempre inundado de luz y de tu dulce calma.
He soñado la casa de mi infancia ( Falsa pimienta 2013)
El problema, por tanto, más que la concentración,
es la interrupción. Un entorno digital
de estímulos externos constantes
anestesia el cerebro, al menos en lo que a
capacidad de focalizar se refiere. Solo
tener el teléfono visible en la mesa donde
estamos trabajando o leyendo baja la productividad
entre un 17 por ciento y un 30
por ciento. No vale con poner el modo
avión (que debería llamarse modo Focus).
Simplemente su presencia, la noción de que
algo puede llegar de un momento a otro,
ya está mermando la concentración. La solución
antihamsterización es guardar el
aparato en un cajón o en otra habitación
mientras tratamos de concentrarnos.
¿Por qué voy a tener que recibir los mensajes
cuando quiere el que los envía? ¿No tendrá
más sentido recibirlos cuando yo
quiera?
He soñado la casa de mi infancia,
la galería, el vértigo del patio,
la escalera gastada, el pasamanos.
Me he visto ahora, con mis hijas,
enseñándoles cómo se podía
vivir en los espacios
que ellas sentían tan extraños.
Cómo cantar o saltar a la comba,
o cómo merendar con los abuelos,
o cómo, en la ventana,
esperar que mi padre volviera del trabajo.
Y allí estaban aquellos, los fantasmas
que antes de serlo fueron esa vida
y mi vida. Se acercan, me preguntan
cómo va todo. Y yo digo que bien,
miento y no les engaño, ellos saben
quién me quiere y quién no. Mis hijas miran
con esos ojos que son mundos plenos.
No entienden casi nada. Yo tampoco.
Salimos del portal, la nube se desgaja,
mis fantasmas siguen allí, sonríen.
Desde lejos me abrigan con su sombra.
Amalia Bautista (Madrid, 1962)