24.12.2012 Views

Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

<strong>Cuentos</strong> <strong>para</strong> <strong>contar</strong><br />

Enoc Sánchez


© Enoc Sánchez<br />

© Fundación <strong>Editorial</strong> el <strong>perro</strong> y <strong>la</strong> rana, OMMS<br />

Av. Panteón. Foro Libertador.<br />

Edif. Archivo General de <strong>la</strong> Nación, p<strong>la</strong>nta baja,<br />

Caracas- Venezue<strong>la</strong>, 1010.<br />

qÉäÑKWERUJMONOFRSQOQSV<br />

qÉäÉÑ~ñWERUJMONOFRSQNQNN<br />

ÅçêêÉçë ÉäÉÅíêμåáÅçëW<br />

mcu@ministeriode<strong>la</strong>cultura.gob.ve<br />

el<strong>perro</strong>y<strong>la</strong>ranaediciones@gmail.com<br />

ÇáëÉ¥ç ÇÉ ä~ ÅçäÉÅÅáμå<br />

Carlos Zerpa<br />

ÜÉÅÜç Éä aÉéμëáíç ÇÉ iÉó<br />

kø äÑQMOOMMSUMMNUOR<br />

fp_k VUMJPVSJNRVJQ


ÅçäÉÅÅáμåPáginas Venezo<strong>la</strong>nas<br />

La narrativa en Venezue<strong>la</strong> es el canto que define un<br />

universo sincrético de imaginarios, de historias y<br />

sueños; es <strong>la</strong> fotografía de los portales que han<br />

permitido al venezo<strong>la</strong>no encontrarse consigo<br />

mismo. Esta colección celebra –a través de sus cuatro<br />

series– <strong>la</strong>s páginas que concentran tinta como savia<br />

de nuestra tierra, esa feria de luces que define el<br />

camino de un pueblo entero y sus orígenes.<br />

La serie Clásicos abarca <strong>la</strong>s obras que por su fuerza<br />

se han convertido en referentes esenciales de <strong>la</strong><br />

narrativa venezo<strong>la</strong>na; Contemporáneos reúne<br />

títulos de autores que desde <strong>la</strong>s últimas décadas han<br />

girado <strong>la</strong> pluma <strong>para</strong> hacer rezumar de sus pa<strong>la</strong>bras<br />

nuevos conceptos y perspectivas; Antologías es un<br />

espacio destinado al encuentro de voces que unidas<br />

abren senderos al deleite y <strong>la</strong> crítica; y finalmente <strong>la</strong><br />

serie Breves concentra textos cuya extensión le<br />

permite al lector arroparlos en una so<strong>la</strong> mirada.<br />

Fundación <strong>Editorial</strong><br />

el<strong>perro</strong>y<strong>la</strong>rana


<strong>para</strong> Alejandra


Nota del autor<br />

Los apasionados del arte, los diletantes, conocen sobre <strong>la</strong> existencia<br />

de los l<strong>la</strong>mados artistas ingenuos: creadores sin formación en escue<strong>la</strong>s<br />

especializadas; a pesar de esto, logran p<strong>la</strong>smar en un lienzo, en un trozo<br />

de madera o de piedra, grandiosas obras de arte, de pintura o escultura.<br />

De igual manera, muchos melómanos conocen verdaderos prodigios o<br />

virtuosos, sin instrucción académica en un determinado instrumento,<br />

quienes generan con estos, hermosos acordes y bel<strong>la</strong>s producciones<br />

musicales. Tales artistas compiten, en ocasiones, con aquellos egresados<br />

de prestigiosos conservatorios. Si estas personas existen, ¿por qué no los<br />

ingenuos de <strong>la</strong>s letras? Hombres y mujeres, sin formación específica en<br />

literatura, aquellos que pretenden extraer de sus cerebros y de imágenes<br />

oníricas; ideas, que organizadas en un argumento, pueden ser llevadas a<br />

una prosa, bien en forma de cuento, nove<strong>la</strong> o ensayo. En este grupo<br />

quiero incluirme, como un ingenuo de <strong>la</strong> pluma, mejor dicho, del<br />

tec<strong>la</strong>do. Es sabido por todos, que desde hace mucho tiempo, el uso de <strong>la</strong><br />

computadora dejó atrás <strong>la</strong> estilográfica, aquel<strong>la</strong> hermosa “pluma fuente”<br />

utilizada en <strong>la</strong> creación de hermosas obras literarias, <strong>para</strong> que generaciones<br />

posteriores se deleiten del hontanar por donde, hasta ahora,<br />

emana <strong>la</strong> voz por grandes poetas y escritores.<br />

V


No deseo, ni puedo incluirme entre los famosos, ni tampoco sentar<br />

cátedra literaria, mucho menos pretendo romper moldes, tampoco<br />

crear estilos, ni marcar hitos, ni conso<strong>la</strong>r al triste, ni apesadumbrar al<br />

alegre. Con <strong>Cuentos</strong> <strong>para</strong> <strong>contar</strong>, sólo intento acercar a los lectores hacia<br />

una motivación literaria, sencil<strong>la</strong> y amena, según opinión de personas<br />

de han leído parte de este material.<br />

JNMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


Asesinato frustrado<br />

Cinco años es mucho tiempo <strong>para</strong> escuchar televisión día y noche.<br />

Yo trabajo, vivo en mi casa y tengo ese tiempo, sin <strong>para</strong>r, oyendo el a<strong>para</strong>to<br />

del vecino a través de <strong>la</strong>s paredes que nos se<strong>para</strong>. Lo denuncié a <strong>la</strong><br />

policía, a los tribunales y nadie hizo nada por solucionar el tormento.<br />

Por eso, decidí asesinarlo.<br />

Intenté el medio más adecuado y el menos comprometedor. Envenenaría<br />

el agua de su tanque; pero… tal proceder dejaría evidencias.<br />

Perforaría <strong>la</strong> pared e introduciría a través de el<strong>la</strong> una manguera muy<br />

fina <strong>para</strong> inyectar un gas letal, pero mi vida también podría correr<br />

peligro. Pensé romper <strong>la</strong> puerta y entrar, simu<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong> acción de un<br />

comando terrorista. Esto sería muy escandaloso. Entonces, acudí a un<br />

curso <strong>para</strong> aprender cerrajería; de esta forma podría entrar a <strong>la</strong> casa del<br />

vecino y de manera silenciosa, acabar con su vida sin dejar rastro.<br />

Obtuve el diploma de cerrajero en tres meses. Tras<strong>la</strong>dé los instrumentos<br />

<strong>para</strong> abrir <strong>la</strong> puerta, busqué una almohada <strong>para</strong> asfixiar al vecino<br />

y matarlo. Deseaba con vehemencia acabar con el tormento de cinco<br />

años escuchando el televisor.<br />

Abrí <strong>la</strong> puerta sin problema, entré con sigilo; allí encontré al vecino<br />

cómodamente repantigado en el sofá frente al televisor encendido. Agarré<br />

<strong>la</strong> almohada <strong>para</strong> asfixiarlo. Cuando estuve próximo a él, el pánico y<br />

NN


el horror me embriagaron. Observé su esqueleto empijamado con <strong>la</strong><br />

vista hueca mirando hacia <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong>.<br />

L<strong>la</strong>mé <strong>la</strong> policía y después de los procedimientos de ley, el forense<br />

diagnosticó que el vecino había muerto del corazón hacía cinco años.<br />

JNOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />

~Äêáä OMMN


El santuario de <strong>la</strong> paz<br />

Al llegar a <strong>la</strong> casa indicada toqué <strong>la</strong> puerta, esperé, hasta que un<br />

rostro joven femenino se asomó por <strong>la</strong> rendija formada entre <strong>la</strong> puerta<br />

b<strong>la</strong>nca y el marco.<br />

—Buenas tardes, ¿se encuentra <strong>la</strong> señora Rosamaría?<br />

El rostro joven femenino afinó <strong>la</strong> vista tratando de identificarme.<br />

Como desconocía <strong>la</strong> fisonomía del recién llegado, preguntó en tono<br />

indiferente:<br />

—¿De parte de quién? —y nuevamente tomó el tono interrogativo—:<br />

¿Su visita está anunciada? —de inmediato saqué <strong>la</strong> tarjeta de <strong>la</strong><br />

persona que me había enviado. A<strong>la</strong>rgó <strong>la</strong> mano, <strong>la</strong> tomó y dijo—: Espere<br />

un momento, voy a preguntar —cerró nuevamente <strong>la</strong> puerta y permanecí<br />

afuera, contemp<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong> puerta b<strong>la</strong>nca de <strong>la</strong> casa donde habitaba<br />

<strong>la</strong> señora Rosamaría.<br />

Transcurrieron tres minutos. Ya estaba cansado de ver <strong>la</strong> puerta<br />

b<strong>la</strong>nca. Al final, <strong>la</strong> muchacha del rostro joven femenino abrió el portal y<br />

reiteró, en un tono algo displicente:<br />

—Pase ade<strong>la</strong>nte, mami lo atenderá después que a los otros.<br />

Sorprendido ante <strong>la</strong>s últimas pa<strong>la</strong>bras, pensé, que entre los asistentes<br />

habría alguien conocido. Aspiraba encontrarme a so<strong>la</strong>s con <strong>la</strong> señora<br />

Rosamaría. Recordé, que bajo el sobaco cargaba un periódico de<br />

NP


ayer <strong>para</strong> entretenerme en <strong>la</strong> irremediable espera. Atravesé una sa<strong>la</strong> sin<br />

mirar los muebles y después una cocina. Lo adiviné, por el olor a sopa<br />

de sobre con cubito. Finalmente, llegamos a un recibo donde estaban<br />

otras cuatro personas esperando. La muchacha de rostro joven femenino<br />

me aproximó una sil<strong>la</strong> y en el mismo tono indiferente, comentó:<br />

—Tome asiento. Espere que lo l<strong>la</strong>men.<br />

Vi alejarse a <strong>la</strong> muchacha. Fue cuando advertí que tendría unos<br />

diecisiete años bien conformados, estaba vestida con una bata vieja<br />

rota, casi transparente, debido a <strong>la</strong>s numerosas <strong>la</strong>vadas a <strong>la</strong>s que había<br />

sido sometida. Al retirarse, distraje <strong>la</strong> vista, mirándole <strong>la</strong> ropa interior<br />

que se dejaba entrever a través del atuendo, el cual adornaba y cubría un<br />

hermoso cuerpo. También pude fijarme en los bonitos pies descalzos,<br />

los cuales sostenían su espigada anatomía.<br />

Preferí no hab<strong>la</strong>r con mis acompañantes. Al recordar el periódico<br />

de ayer que tenía bajo <strong>la</strong> axi<strong>la</strong>, lo agarré y empecé a ojearlo sin detenerme<br />

en los textos, sólo leía los titu<strong>la</strong>res que informaban: “Asalto en<br />

un banco... Denuncias en el congreso por corrupción... Especu<strong>la</strong>ción<br />

en <strong>la</strong> venta de alimentos...” En el momento, pensé que el periódico de<br />

ayer refleja lo mismo que el periódico de hoy. ¿Para qué iba a comprar el<br />

periódico de mañana?<br />

—¿Y usted por qué vino? —ante <strong>la</strong> pregunta inesperada reparé en<br />

mis acompañantes. No puede ocultar <strong>la</strong> sorpresa. No estaba pre<strong>para</strong>do<br />

<strong>para</strong> hab<strong>la</strong>r con nadie. Recobré <strong>la</strong> calma cuando advertí que <strong>la</strong> pregunta<br />

no estaba dirigida a mí.<br />

Bajé de los ojos del periódico de ayer <strong>para</strong> observar quiénes compartían<br />

<strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de espera. Traté de utilizar <strong>la</strong> psicología doméstica <strong>para</strong><br />

adivinar <strong>la</strong> profesión u oficio y domicilio de cada uno de ellos.<br />

Entre mis acompañantes se encontraban dos damas y dos caballeros.<br />

Una de <strong>la</strong>s féminas tendría unos veinticinco años, morena, vestía<br />

ajustados pantalones blue jeans y una blusa muy pegada, lo cual evidenciaba<br />

<strong>la</strong> ausencia del sostén. Estaba tan corta, que mostraba el lindo,<br />

arrugado, profundo y hermoso ombligo. Además, usaba unos lentes<br />

oscuros p<strong>la</strong>yeros, como los que usan <strong>la</strong>s damas cuando entran y salen de<br />

los moteles situados en <strong>la</strong>s proximidades de <strong>la</strong>s carreteras que conducen<br />

a <strong>la</strong> capital. Si no estaba equivocado, <strong>la</strong> niña podría ser una aprendiz de<br />

modelo. Quizás residiría en unas de esas urbanizaciones que tienen<br />

hasta cuarenta superbloques. No pude descubrir el color de sus ojos<br />

JNQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


pues, los lentes oscuros, que usan <strong>la</strong>s jóvenes cuando salen y entran de<br />

los moteles de carretera, impedían ver el iris y <strong>la</strong> esclerótica.<br />

—Mami, Cocaína se está montando otra vez a Almaperdida.<br />

La intervención en alta voz, interrumpió el análisis pormenorizado<br />

que estaba haciendo de <strong>la</strong> personalidad de los asistentes. Advertí que<br />

quien habló fue <strong>la</strong> muchacha de rostro joven femenino. Al voltear y<br />

dirigir <strong>la</strong> mirada hacia donde se emitió el grito, observé un <strong>perro</strong> y una<br />

perra en acto concupiscente. Estaban fajados en plena acción de reproducción<br />

natural.<br />

—Échales un balde de agua fría. Con los cuatros <strong>perro</strong>s que tenemos<br />

es más que suficiente —fue <strong>la</strong> respuesta de “mami”, es decir, <strong>la</strong> voz<br />

salida del cuarto contiguo a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de recepción. Supuse que “mami” era <strong>la</strong><br />

misma señora Rosamaría, a quien debía esperar por mucho tiempo.<br />

Zuas, zuas, vinieron dos <strong>la</strong>tas de agua fría. Bastó y sobró <strong>para</strong> que<br />

Almaperdida y Cocaína se les bajara <strong>la</strong> libido. De inmediato, suspendieron<br />

el acto, que sin ningún decoro realizaban frente a decentes ciudadanos.<br />

La otra dama, era una señora bigotuda, entrada en años, entre cincuenta<br />

y tres y cincuenta y cinco, con el cabello pintado de rojo, según <strong>la</strong><br />

moda de <strong>la</strong>s señoras maduras. En su mano, cargaba un l<strong>la</strong>vero del cual<br />

sobresalía <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve de un carro último modelo. De acuerdo con <strong>la</strong> psicología<br />

doméstica, <strong>la</strong> señora bigotuda de cabello rojo, según <strong>la</strong> moda, debía<br />

vivir en una quinta de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se media alta.<br />

—Mami, Astrágalo está persiguiendo a Missmundo y <strong>la</strong> va a matar.<br />

Esta nueva interrupción sirvió <strong>para</strong> observar a otro <strong>perro</strong>, supuse<br />

que era Astrágalo, persiguiendo a una hermosa y gorda gallina. Debía<br />

ser Missmundo.<br />

Observé, cuando <strong>la</strong> muchacha de rostro joven femenino perseguía<br />

al insaciable animal con un palo, con éste aspiraba apartar <strong>la</strong> enorme<br />

fiera de <strong>la</strong> bel<strong>la</strong> gallina Missmundo.<br />

—Encierra a Missmundo en <strong>la</strong> misma jau<strong>la</strong> del Jeque, pero cuída<strong>la</strong><br />

de que no se <strong>la</strong> monte, pues ese peazo de loro no respeta na’ ni nadie.<br />

—era <strong>la</strong> voz que salía de cuarto, es decir, <strong>la</strong> voz de “mami”.<br />

La muchacha de rostro joven femenino cargó a Missmundo y <strong>la</strong><br />

introdujo en <strong>la</strong> jau<strong>la</strong> donde estaba un ardiente y robusto loro. Supuse<br />

que era el Jeque.<br />

—Mira Jeque, cuidado con una vaina —esas fueron <strong>la</strong>s únicas pa<strong>la</strong>bras<br />

que, a manera de regaño o de recomendación, le sugirió <strong>la</strong> joven al<br />

JNRJ<br />

El santuario de <strong>la</strong> paz


apasionado Don Juan l<strong>la</strong>mado Jeque, <strong>para</strong> impedir cualquier tentación<br />

lujuriosa con <strong>la</strong> bel<strong>la</strong> gallina.<br />

Del otro señor no tenía mucho que adivinar. Era uno de esos italianos<br />

comerciantes que ganan dinero a espuerta y lo gastan a cuenta<br />

gotas. Aunque poseen una gran fortuna, no <strong>la</strong> usan <strong>para</strong> adquirir, ni<br />

ropas, ni muebles y ni siquiera una buena comida. Sólo acumu<strong>la</strong>n bastante<br />

efectivo en espera del anhe<strong>la</strong>do infarto, <strong>para</strong> luego pagar una<br />

fuerte suma de dinero en una de <strong>la</strong>s más modernas y costosas clínicas,<br />

aguardando el tratamiento cardíaco.<br />

El italiano fijó <strong>la</strong> atención en mí con una mueca que no supe interpretar,<br />

<strong>la</strong> cual trataba de disimu<strong>la</strong>r con una sonrisa. Con cierta voz de<br />

mando preguntó:<br />

—¿A cuánto amaneció el dó<strong>la</strong>r hoy? —no contesté, lo único que<br />

hice fue darle <strong>la</strong> parte del periódico de ayer donde estaban los datos<br />

financieros <strong>para</strong> que él mismo lo buscara. Sabía que no tenía que advertirle<br />

que el periódico no era de hoy.<br />

—Mami, Burocracio se está comiendo <strong>la</strong> comida de Democracia,<br />

—gritó nuevamente <strong>la</strong> muchacha.<br />

—Espanta a ese <strong>perro</strong> de <strong>la</strong> comida de <strong>la</strong> gata —exc<strong>la</strong>mó de nuevo,<br />

<strong>la</strong> voz que salió del cuartito, <strong>la</strong> cual se escuchó en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de recepción—.<br />

Mira mijita, <strong>la</strong> comida de Democracia tiene píldoras anticonceptivas<br />

<strong>para</strong> que no salga preñada y puede hacerle daño a Burocracio.<br />

Por <strong>la</strong> conversación de “mami” y mijita, pude darme cuenta que el<br />

<strong>perro</strong> se l<strong>la</strong>maba Burocracio; y Democracia, una hermosa gata siamesa,<br />

contrastaba con <strong>la</strong> fealdad del <strong>perro</strong> callejero.<br />

Finalmente, miré al otro caballero contiguo, quien estaba leyendo<br />

un libro l<strong>la</strong>mado Reg<strong>la</strong>mento de debates de <strong>la</strong> Cámara de Diputados. Por<br />

su traje de lino bien cortado a <strong>la</strong> medida, <strong>la</strong> fina corbata de marca, el<br />

bigotico negro bien afeitado y el cabello bien peinado, recordé <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca<br />

de <strong>la</strong> camioneta todo terreno que estaba <strong>para</strong>da en <strong>la</strong> calle cuando<br />

llegué. En esta pude leer: Congreso Nacional. No tuve duda de <strong>la</strong> ocupación<br />

del personaje. Todos estos rasgos en conjunto, le daban al compañero<br />

de sa<strong>la</strong> un aspecto de joven pisaverde.<br />

Ya al final, después de haber detal<strong>la</strong>do a mis cuatro acompañantes,<br />

advertí que nadie había respondido <strong>la</strong> interrogante formu<strong>la</strong>da por <strong>la</strong><br />

señora bigotuda de cabello rojo a <strong>la</strong> moda; quien con insistencia volvía a<br />

preguntar, dirigiéndose al señor de bigotico vestido de lino italiano.<br />

JNSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JNTJ<br />

El santuario de <strong>la</strong> paz<br />

Pude observar cuando se abrió <strong>la</strong> puerta del cuartico vecino a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong><br />

de recepción. Apareció una señora de unos treinta y cuatro años quien,<br />

por su apariencia, podía vivir en una urbanización de c<strong>la</strong>se media baja.<br />

Cuál no sería <strong>la</strong> sorpresa que, como si tuviera retenido el l<strong>la</strong>nto desde<br />

hace años, salió <strong>la</strong> dama entre gritos y sollozos, emitiendo a<strong>la</strong>ridos desesperantes.<br />

Se detuvo un momento y me pidió el pañuelo <strong>para</strong> secarse<br />

el líquido espeso que exha<strong>la</strong>ba su nariz.<br />

—¡Lo imaginaba, mejor dicho, sabía que mi marido es homosexual!<br />

Se sonó nuevamente <strong>la</strong> nariz. Al devolverme el pañuelo, con un<br />

gesto cargado de iracundia, exc<strong>la</strong>mó: “Gracias”. Se alejó dirigiéndose<br />

hacia <strong>la</strong> misma puerta por donde yo había entrado. Los p<strong>la</strong>ñidos se<br />

siguieron escuchando, como <strong>la</strong> sirena de una ambu<strong>la</strong>ncia cuando se<br />

aleja; eran menos audible en <strong>la</strong> medida que <strong>la</strong> señora abandonaba <strong>la</strong> sa<strong>la</strong><br />

de recepción.<br />

Todos los asistentes dirigieron <strong>la</strong> mirada hacia mí. Tuve <strong>la</strong> duda<br />

sobre si los presentes pensaban que yo era el marido de <strong>la</strong> atribu<strong>la</strong>da señora,<br />

quien vivía en una de <strong>la</strong>s zonas de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se media baja de <strong>la</strong> ciudad.<br />

—Que pase el que sigue —era <strong>la</strong> voz que salía del cuarto donde<br />

estaba “mami”.<br />

Simi<strong>la</strong>r a <strong>la</strong>s oficinas públicas, donde todos los presentes adivinan<br />

quién es el que debe entrar al despacho del funcionario de acuerdo con<br />

el orden de llegada, se paró <strong>la</strong> niña de los pantalones ajustados y lentes<br />

oscuros. No tuve más alternativa que mirar su bonito trasero, al igual<br />

que lo hicieron los otros caballeros, ante <strong>la</strong> mirada de reprimenda y acusadora<br />

de <strong>la</strong> señora bigotuda de cabello rojo a <strong>la</strong> moda.<br />

—Señor —interrumpió <strong>la</strong> muchacha de rostro joven femenino—,<br />

agárreme un número <strong>para</strong> <strong>la</strong> rifa de dos cachorros negros que Almaperdida<br />

que va a parir el mes próximo —recordé <strong>la</strong> perra aludida, era b<strong>la</strong>nca.<br />

No quise preguntar por el progenitor de los cachorros, pagué el importe<br />

del boleto y <strong>la</strong> muchacha de rostro joven femenino me entregó el número<br />

treinta y cuatro sin habérselo pedido.<br />

Igual tratamiento sufrieron los otros tres asistentes, a uno ofreció<br />

dos cachorros grises, al otro dos marrones y al italiano dos perritos<br />

b<strong>la</strong>ncos con manchas negras. La señora de cabello rojo a <strong>la</strong> moda se<br />

negó a comprar <strong>la</strong> rifa, alegando ser alérgica a <strong>la</strong> saliva de los animales,<br />

según su propio testimonio.


Mi estado contemp<strong>la</strong>tivo fue interrumpido por el sonido del timbre<br />

del teléfono. La muchacha de rostro joven femenino salió corriendo<br />

<strong>para</strong> atender <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada y gritó desde el recibo:<br />

—Mami, l<strong>la</strong>ma el general Velásquez, <strong>para</strong> ver si puede venir con un<br />

amigo doctor.<br />

—Dile a ese viejo del carajo que no venga hoy, porque estoy muy<br />

ocupada. Tengo mis propios negocios que atender, que venga pasado<br />

mañana.<br />

La señora bigotuda de cabello rojo a <strong>la</strong> moda, volvió a interrumpir<br />

<strong>la</strong> tranquilidad de este hogar. Nuevamente, le preguntó al señor de bigotico<br />

vestido de lino italiano, quien se encontraba enfrascado en <strong>la</strong><br />

lectura del Reg<strong>la</strong>mento de debates:<br />

—¿Y usted <strong>para</strong> qué vino?<br />

El joven finolis, levantó <strong>la</strong> vista del libro, donde estaba absorto,<br />

cuando ya iba a responder. Así lo interpreté por un gesto. La muchacha<br />

de rostro joven femenino le dijo a <strong>la</strong> señora bigotuda de cabello rojo<br />

a <strong>la</strong> moda:<br />

—Señora, mientras baño a Almaperdida, por favor péleme este ajo<br />

y estas cebol<strong>la</strong>s. Mami quiere pre<strong>para</strong>r un mondongo; no tengo tiempo<br />

<strong>para</strong> hacer tantas cosas.<br />

Por <strong>la</strong> casa correteaba Almaperdida; sentí cierta hi<strong>la</strong>ridad al ver <strong>la</strong><br />

forma como jugaba con unas pantaletas, hasta que advertí algo caliente<br />

corriéndome por <strong>la</strong> media y el zapato del pie izquierdo. En ese instante<br />

descubrí que Cocaína había hecho una gracia en mi pierna. En tanto<br />

secaba con el pañuelo <strong>la</strong> extremidad, <strong>la</strong> señora bigotuda de cabello rojo<br />

a <strong>la</strong> moda contestó:<br />

—No mija, soy alérgica al ajo y a <strong>la</strong> cebol<strong>la</strong> —esto lo comentaba<br />

mientras meneaba con nerviosismo el l<strong>la</strong>vero que contenía <strong>la</strong> lleve de su<br />

moderno carro.<br />

El tintineo de <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>ves de <strong>la</strong> señora bigotuda de cabello rojo a <strong>la</strong><br />

moda, atrajo <strong>la</strong> atención de un donoso conejo que correteaba alegremente<br />

por el patio; al brincar hacia el objeto ruidoso, le rasgó <strong>la</strong> media<br />

que le cubría <strong>la</strong> mitad de <strong>la</strong> pierna derecha. La dama apartó de un puntapié<br />

al roedor y guardó el l<strong>la</strong>vero en el bolso de piel de cocodrilo. De<br />

esta manera aseguraba <strong>la</strong> permanencia y pulcritud de <strong>la</strong> media que le<br />

protegía <strong>la</strong> mitad de <strong>la</strong> pierna izquierda.<br />

La puerta del cuartico se abrió nuevamente y salió <strong>la</strong> joven de pantalones<br />

ajustados. No pude reconocer el estado de ánimo al salir del<br />

JNUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


ecinto, pues los lentes oscuros, de los que usan <strong>la</strong>s muchachas al entrar<br />

y salir de los moteles de carreteras, lo impedían.<br />

Cuando disponía a retirarse de <strong>la</strong> estancia donde nos encontrábamos,<br />

<strong>la</strong> joven se devolvió y me pidió el pañuelo prestado. Apartó los<br />

lentes de <strong>la</strong> cara con rabia, esto puso en evidencia un par de bellos ojos<br />

g<strong>la</strong>ucos que lloraban con cierta dificultad, seguramente ante alguna<br />

ma<strong>la</strong> noticia o algún dolor físico. Sin dirigir <strong>la</strong> mirada a los presentes,<br />

comentó iracunda:<br />

—Eso pasa por lo tonta que soy, debí haber tomado <strong>la</strong>s píldoras<br />

desde hace tiempo. Y eso que le dije al muérgano de mi jefe que se<br />

pusiera condón. ¿Qué le voy a decir a mi novio?<br />

La joven de pantalones ajustados y de ojos verdes de lentil<strong>la</strong>s secó<br />

con el pañuelo prestado el líquido espeso, que abandonaba <strong>la</strong> nariz a<br />

raudales. También se pasó, con mucho cuidado, <strong>la</strong> te<strong>la</strong> alrededor de los<br />

parpados, evitando que se salieran los lentes de contacto. Enjugó <strong>la</strong>s<br />

lágrimas resba<strong>la</strong>ntes del rostro, ocasionando <strong>la</strong> corrida de <strong>la</strong> sombra de<br />

los ojos. Todo esto estropeó el maquil<strong>la</strong>je, antes impecable. Los presentes<br />

advertimos que una pestaña postiza del ojo derecho fue a <strong>para</strong>r al<br />

suelo de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de recepción. Una vez devuelto el pañuelo bastante<br />

húmedo, abandonó <strong>la</strong> paz y <strong>la</strong> tranquilidad del santuario.<br />

—El que sigue —era <strong>la</strong> voz que salía del cuartico.<br />

El que sigue era el italiano, éste se paró algo sonriente, devolviéndome<br />

<strong>la</strong> página financiera del periódico de ayer, sin conocer el precio<br />

del dó<strong>la</strong>r en el día de hoy. Luego penetró en el cuarto con cierta caute<strong>la</strong>.<br />

—Señor, señor, bata esta leche mientras limpio <strong>la</strong> jau<strong>la</strong> del Jeque y<br />

<strong>la</strong> de Missmundo. Mami dice, que el peazo de loro se calienta si no<br />

cambio el agua y de <strong>la</strong> arrechera se pone a darle picotazos a <strong>la</strong> gallina y a<br />

decir groserías en voz alta.<br />

La muchacha de rostro joven femenino puso en mis manos una ol<strong>la</strong><br />

con leche completa y un batidor manual <strong>para</strong> que cumpliera con el cometido.<br />

Agarré los utensilios culinarios, no tuve otra alternativa, debía<br />

batir <strong>la</strong> leche entera, mientras notaba que mis acompañantes escondían,<br />

de una manera discreta, algunos gestos que podían catalogarse de sonrisas.<br />

El<strong>la</strong> disimu<strong>la</strong>ba, arreglándose el despojo de <strong>la</strong> media rota de <strong>la</strong><br />

pierna derecha y él, subiéndose hasta <strong>la</strong> frente el libro, que con avidez<br />

fingía estar leyendo.<br />

Transcurrió poco tiempo <strong>para</strong> <strong>la</strong> salida del italiano; venía con una<br />

cara sonriente. Se me acercó <strong>para</strong> pedirme el pañuelo prestado. Advertí,<br />

JNVJ<br />

El santuario de <strong>la</strong> paz


que por <strong>la</strong> emoción evidenciada en su cara, traía <strong>la</strong>s manos sudadas.<br />

Una vez realizada <strong>la</strong> operación, el italiano comentó, dirigiéndose a mí:<br />

“Io lo sabía signore, il negocio es molto bueno”. Como el pañuelo estaba<br />

húmedo, se lo paseó por los cachetes y por <strong>la</strong> calva prominente, con<br />

mucha suavidad <strong>para</strong> refrescarse un poco. El rostro rubicundo demostraba<br />

que el recién salido del cuartico estaba encendido de emoción, por<br />

alguna buenaventura favorable. Así se despidió el representante de <strong>la</strong><br />

Comunidad Europea del grupo vernáculo que quedaba reunido.<br />

—El siguiente —nuevamente <strong>la</strong> voz salió del recinto.<br />

Los tres que quedábamos nos miramos unos a los otros, hasta que<br />

comprendí que el próximo era el hombre de bigotico vestido con traje<br />

de lino italiano. El veterano legis<strong>la</strong>dor penetró en el cuartico de una<br />

manera decidida.<br />

Continué batiendo <strong>la</strong> leche completa con <strong>la</strong> batidora de mano,<br />

hasta que observé a <strong>la</strong> muchacha de rostro joven femenino, acercarse<br />

con Almaperdida recién bañada; <strong>la</strong> colocó en el regazo de <strong>la</strong> señora<br />

bigotuda de pelo rojo a <strong>la</strong> moda y casi como una orden le manifestó:<br />

—Señora, como usted no está haciendo nada, por favor, seque <strong>la</strong><br />

perrita mientras le <strong>la</strong>vo los dientes a Burocracia; acaba de comerse <strong>la</strong><br />

paloma de señora Anastasia y el<strong>la</strong> enseguida va a venir con <strong>la</strong> sanidad a<br />

poner en custodia a los animales.<br />

La señora bigotuda de cabello rojo a <strong>la</strong> moda, con cierto mohín de<br />

asco, agarró el paño y se dispuso a secar a Almaperdida, escrutando con<br />

repugnancia <strong>la</strong>s inmensas pulgas que habitaban en <strong>la</strong> piel de <strong>la</strong> adorable<br />

perrita.<br />

Yo, por mi parte, seguí batiendo con <strong>la</strong> batidora <strong>la</strong> ol<strong>la</strong> de leche<br />

completa, contemp<strong>la</strong>ndo con satisfacción <strong>la</strong> <strong>la</strong>bor de <strong>la</strong> vecina, próxima<br />

a entrar al cuartico.<br />

Cuando <strong>la</strong> leche tenía bastante espuma, se acercó <strong>la</strong> muchacha de<br />

rostro joven femenino y vertió dos huevos dentro de <strong>la</strong> leche batida.<br />

Fue en ese instante, después de cierto rato de mi <strong>la</strong>bor, cuando vi al<br />

joven pisaverde emerger del cuartico con rostro de mal ta<strong>la</strong>nte. Como<br />

los otros, se acercó, debía ser por <strong>la</strong> cara de buen vecino que se distinguía<br />

en mi rostro, con cierta confianza, de <strong>la</strong> que suelen hacer a<strong>la</strong>rde los<br />

políticos, comentó:<br />

—Amigo, préstame el pañuelo. Yo sabía, el secretario de organización<br />

del partido quiere echarme una vaina —coloqué <strong>la</strong> ol<strong>la</strong> sobre <strong>la</strong><br />

JOMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JONJ<br />

El santuario de <strong>la</strong> paz<br />

sil<strong>la</strong>, le entregué lo solicitado. De inmediato comenzó el hombre con<br />

rabia a secarse el sudor, el cual le resba<strong>la</strong>ba por <strong>la</strong> frente—. Y pensar que<br />

fui yo mismo quien lo ayudó a conseguir varios contratos <strong>para</strong> él y su<br />

familia.<br />

Ya cuando se disponía a salir y devuelto el pañuelo sudoroso, sonó<br />

nuevamente el teléfono; <strong>la</strong> muchacha de rostro joven femenino gritó,<br />

refiriéndose al señor de bigotico vestido de lino italiano, que por favor<br />

atendiera <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada, puesto que el<strong>la</strong> estaba limpiándole los dientes a<br />

Burocracio, <strong>la</strong> vecina secando a A<strong>la</strong>maperdida y yo, batiendo leche completa<br />

con huevos. El miembro del augusto congreso fue atender el teléfono,<br />

el cual tenía tiempo sonando. Mientras todo esto ocurría, <strong>la</strong> voz<br />

emanada del cuarto se dejaba escuchar:<br />

—El siguiente.<br />

Se levantó del asiento <strong>la</strong> señora bigotuda de cabello rojo a <strong>la</strong> moda.<br />

Como no supo dónde poner a Almaperdida, <strong>la</strong> colocó sobre mi hombro,<br />

mientras yo estaba batiendo leche completa con huevos.<br />

Coloqué <strong>la</strong> ol<strong>la</strong> con leche completa y huevos batidos sobre el piso<br />

con el fin de evitar que cayeran pelos de Almaperdida dentro del recipiente.<br />

Me dispuse a secar el animal con el pañuelo que recién había<br />

devuelto el hombre de bigotico de traje de lino italiano. Mientras estaba<br />

entretenido en mi nueva ocupación escuché:<br />

—Mira, mija —dirigiéndose el pisaverde a <strong>la</strong> muchacha de rostro<br />

joven femenino—: l<strong>la</strong>man de <strong>la</strong> jefatura. Dicen que Josemanuel está<br />

preso porque le dio una pedrada al dueño del botiquín “La Alcaba<strong>la</strong>” y<br />

como hubo sangre en <strong>la</strong> trifulca, tienen que dejarlo detenido <strong>para</strong> hacer<br />

averiguaciones.<br />

En vez de contestarle <strong>la</strong> mija, a quien se había dirigido, el hombre de<br />

bigotico vestido de traje de lino italiano, sonó <strong>la</strong> voz desde el cuartico:<br />

—Dígale a ese gran carajo, que se quede preso, pa’ que no ande<br />

echando vaina puaí.<br />

Escuché, mientras secaba a <strong>la</strong> perrita, cuando el hombre que estaba<br />

al teléfono repetía textualmente pa<strong>la</strong>bra por pa<strong>la</strong>bra, lo indicado por <strong>la</strong><br />

voz de “mami” y después, sentí unos pasos que se alejaban hacia <strong>la</strong> puerta<br />

de <strong>la</strong> calle.<br />

Cuando consideré que Almaperdida estaba seca, guardé el pañuelo<br />

y continué batiendo leche completa con huevos, poniendo todo el<br />

esmero posible en <strong>la</strong> actividad. Permitiéndome observar y sentir <strong>la</strong> paz y


JOOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />

<strong>la</strong> tranquilidad de <strong>la</strong> morada. La comparé con el Taj Mahal y con un<br />

convento en Montserrat, el cual había visitado en mi época de monaguillo<br />

cuando el colegio San Ignacio nos llevaba a España a rezar por <strong>la</strong><br />

paz mundial.<br />

Permanecía absorto en mis meditaciones y recuerdos. Estos fueron<br />

interrumpidos cuando observé que Burocracio se había escapado de <strong>la</strong>s<br />

manos de <strong>la</strong> muchacha de rostro joven femenino. Corría por todo el<br />

patio con <strong>la</strong> boca espumante de pasta dental y <strong>la</strong> joven descalza persiguiéndolo<br />

con el cepillo de dientes en <strong>la</strong> mano.<br />

Mientras esto ocurría, se abrió <strong>la</strong> puerta del cuartico y salió <strong>la</strong> señora<br />

bigotuda de cabello canoso rojo a <strong>la</strong> moda. Noté de inmediato su rostro<br />

iracundo, no disimu<strong>la</strong>ba <strong>la</strong> ira que <strong>la</strong> embriagaba en ese momento.<br />

Recordé mi época de juventud, cuando miraba los programas de lucha<br />

libre, en esos, al más odiado luchador lo apodaban el Bulldog.<br />

La señora bigotuda de cabello rojo a <strong>la</strong> moda, salió del cuartico<br />

encendida con el rostro cargado de rabia, los ojos se le brotaban y noté,<br />

que de los <strong>la</strong>bios asomaban una especie de espuma, simi<strong>la</strong>r a <strong>la</strong> mostrada<br />

por Burocracio, el cual todavía correteaba por el patio perseguido<br />

por <strong>la</strong> joven descalza.<br />

El impulso inmediato fue agarrar el pañuelo <strong>para</strong> limpiarle <strong>la</strong><br />

espuma de <strong>la</strong> boca. El<strong>la</strong>, con cierto tono de ferocidad, lo agradeció y agarrándome<br />

por <strong>la</strong>s so<strong>la</strong>pas del saco, que recién había sacado de <strong>la</strong> tintorería,<br />

utilizó frases que <strong>la</strong>s entendí como un regaño: “Yo sabía que el<br />

baboso de mi marido se estaba acostando con <strong>la</strong> sirvienta”. Acto seguido,<br />

sacó <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve del bolso de piel de cocodrilo. Debido al tintineo del<br />

l<strong>la</strong>vero, el conejo salió de su madriguera, en persecución del sonido<br />

conocido y le rompió, sin misericordia alguna, <strong>la</strong> otra media que cubría<br />

<strong>la</strong> mitad de <strong>la</strong> pierna izquierda, de <strong>la</strong> señora bigotuda de cabello rojo a <strong>la</strong><br />

moda. Como ya no podía agregar más rabia a <strong>la</strong> que ya tenía, le dio otro<br />

puntapié al conejo comemedia, retirándose del recinto de <strong>la</strong> paz, seguida<br />

a saltos, indiferente al maltrato, por el amigo roedor.<br />

La muchacha de rostro joven femenino salió en persecución del<br />

conejo comemedia, mientras desde el cuarto contiguo escuché <strong>la</strong> voz:<br />

—El siguiente.<br />

Tenía sobre mi regazo <strong>la</strong> ol<strong>la</strong> con huevo y leche completa batida,<br />

pero no encontraba que hacer con el<strong>la</strong> y haciéndole señas a <strong>la</strong> muchacha<br />

descalza, con el batidor en <strong>la</strong> mano le pregunté:


—Mira, mija, ¿qué hago con estas cosas? —de inmediato, no se<br />

dejó esperar <strong>la</strong> respuesta.<br />

—Ponga el batidor en <strong>la</strong> ponchera de <strong>la</strong>var y <strong>la</strong> leche batida con<br />

huevos colóque<strong>la</strong> sobre <strong>la</strong> hornil<strong>la</strong> a media l<strong>la</strong>ma —cumplí con <strong>la</strong> orden<br />

emanada y me dirigí al cuartico.<br />

Allí estaba <strong>la</strong> persona por <strong>la</strong> cual había esperado más de dos horas,<br />

<strong>la</strong> mujer por quien había batido leche completa y huevos, y por quien<br />

había secado a Almaperdida. Observé de arriba hacia abajo a <strong>la</strong> señora<br />

Rosamaría; estaba sentada como un Buda con una página de periódico<br />

de ayer, colocada sobre el piso. Según los titu<strong>la</strong>res, eran los mismos de<br />

<strong>la</strong> prensa que yo traía hoy debajo del sobaco.<br />

La observé con mirada escrutadora: ojos chiquitos y angulosos, tez<br />

reseca completamente negra y cabello ensortijado. Los dientes chiquitos,<br />

manchados, desgastados. Al igual que su mano derecha, estaban<br />

impregnados de un amarillo ocre. Los pies descalzos continuaban en<br />

unas piernas f<strong>la</strong>cas llenas de varices. Por <strong>la</strong> delgadez de sus extremidades,<br />

presumí que estaba cerca de una mujer enjuta, de más hueso que<br />

carne. La ropa, poco <strong>para</strong> ser andrajos, como si <strong>la</strong>s comprara a un ropavejero.<br />

Mientras <strong>la</strong> contemp<strong>la</strong>ba con asombro, pues no había imaginado<br />

el aspecto de este personaje, una voz alteró el silencio del cuartico.<br />

—Señor, ¿trajo el tabaco?<br />

Como sabía el procedimiento le entregué lo pedido, lo traía en el<br />

bolsillo pequeño del saco.<br />

—Su nombre por favor.<br />

Como no estaba interesado en identificarme, puesto que no quería<br />

aparecer en su registro de clientes, preferí darle el nombre de un íntimo<br />

amigo, el de mi jefe, en el ministerio donde trabajo. Este hombre ocupaba<br />

el cargo que aspiraba.<br />

Una vez que escuchó el nombre que le di, <strong>la</strong> señora Rosamaría<br />

acercó el tabaco a los ojos, con <strong>la</strong> mano izquierda lo santiguó, farfulló<br />

algo que pareció un conjuro o una oración. Aproximó el tabaco a <strong>la</strong> boca,<br />

lo encendió y después de varias chupadas <strong>la</strong>rgó un escupitajo que llegó<br />

hasta el título del periódico de ayer, el cual el<strong>la</strong> tenía a sus pies. Pensé de<br />

inmediato, si tal acto lo hacía <strong>la</strong> señora tomando puntería, pues llegó<br />

justo hasta <strong>la</strong> letra “L”, sin salirse del borde del periódico.<br />

—Usted tiene muchos problemas, tanto en el trabajo como en su<br />

hogar —con estas pa<strong>la</strong>bras comenzó <strong>la</strong> señora Rosamaría a leer el tabaco,<br />

escrutando, en <strong>la</strong>s cenizas del borde del cigarro, el mensaje que<br />

JOPJ<br />

El santuario de <strong>la</strong> paz


sólo el<strong>la</strong> podía descifrar. A esto era a lo que había venido, sólo por<br />

curiosidad, creyendo el<strong>la</strong> que el nombre que le había dado era el mío.<br />

Siguió chupando y escupiendo hacia diferentes direcciones, pero<br />

siempre caían encima del periódico. Fue cuando me percaté de que no<br />

tomaba puntería <strong>para</strong> <strong>la</strong>nzar sus escupitajos. Chupaba y chupaba el<br />

tabaco y escudriñaba con vehemencia <strong>la</strong>s cenizas ennegrecidas, <strong>la</strong>s<br />

cuales permanecían encendidas. El humo negro que salía de éste era<br />

objeto de mi observación.<br />

—Usted como que está empavado, no pega una. Como aquel general,<br />

quien vino <strong>para</strong> que le leyera un tabaco; él creía que le habían<br />

puesto un mal de ojo. Afirmaba haber traído un amuleto muy poderoso<br />

desde Brasil, el cual tenía un imán. Tenía <strong>la</strong> certeza de que, cuando se le<br />

acabara el poder al pedazo de hierro, estaría desprotegido y le podían<br />

echar un daño.<br />

Escupió nuevamente hacia el periódico. Observé que el escupitajo<br />

le había caído en <strong>la</strong> cara del presidente norteamericano; éste había<br />

salido en primera página del periódico de ayer y continuó:<br />

—Le dije al general que tenía algunos enemigos en el ministerio y<br />

por lo tanto, tenía que cuidarse mucho. Desde ese momento cambiaron<br />

treinta funcionarios de alto rango, con el fin de evitar que le echaran mal<br />

de ojo; de paso le recomendé que mandara a comprar otro amuleto, unos<br />

mejores que venden en Haití.<br />

Otro salivazo cayó en el busto de una hermosa reina de belleza;<br />

recién había conseguido el título de Miss Internacional y continuó <strong>la</strong><br />

señora:<br />

—Así está usted, como ese general, todo empavado. Además,<br />

observe el tabaco —interrumpiéndome del letargo, acercando a los ojos<br />

el instrumento de adivinación, me aproximé por poco tiempo; no soportaba<br />

el olor y el humo que expelía. Continuó con <strong>la</strong>s premoniciones—:<br />

Note que se está consumiendo de medio <strong>la</strong>do —en efecto, lo comprobé<br />

con mis ojos, no sin un marcado asombro y duda. En realidad, no sé el<br />

porqué de <strong>la</strong> sorpresa; el hecho de que el tabaco se extinguiera de medio<br />

<strong>la</strong>do, no tenía ningún significado <strong>para</strong> mí. La señora, luego de tres<br />

escupitajos sentenció con seguridad:<br />

—Su mujer le está poniendo los cuernos con su mejor amigo.<br />

Otro escupitajo cayó sobre <strong>la</strong> calva de uno de los dirigentes de <strong>la</strong><br />

Comunidad Europea. Observé el rostro y <strong>la</strong> cabeza del líder político,<br />

quien arrugó <strong>la</strong> frente ante tal injuria; pensé: “Bien hecho”.<br />

JOQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


La mujer seguía chupando; entre escupitajo y escupitajo continuó:<br />

—Usted trae a mi memoria a un señor, un alto funcionario del<br />

gobierno. Por sospechas que tenía de <strong>la</strong> esposa, ordenó que sesenta<br />

policías vigi<strong>la</strong>ran sus pasos, los de <strong>la</strong> familia y a los amigos. Además,<br />

mandó a intervenir los teléfonos de otros dirigentes políticos del<br />

gobierno y de <strong>la</strong> oposición; dizque, por si acaso. Yo, más o menos lo<br />

orientaba en los pasos a seguir.<br />

En eso noté que <strong>la</strong> señora Rosamaría se quedó viendo con detenimiento<br />

al tabaco; advertí que media porción de cenizas ocupaba parte<br />

del tabaco. A continuación, sentenció con <strong>la</strong> seguridad de una sibi<strong>la</strong><br />

experimentada:<br />

—Cuídese, señor, póngale atención a su mejor amigo en su trabajo<br />

y vigile bien a su mujer —noté que <strong>la</strong>s cenizas cayeron sobre <strong>la</strong> bragueta<br />

de un dirigente sindical; de inmediato, <strong>la</strong> señora Rosamaría se persignó<br />

y escuché <strong>la</strong>s últimas pa<strong>la</strong>bras que pronunció, como una sentencia—:<br />

Pa<strong>la</strong>bra cierta.<br />

Ya no quería escuchar más nada, sólo me entretuve mirando hacia<br />

donde iban a caer los próximos escupitajos que a cada intervalo, entre<br />

chupada y chupada, <strong>la</strong>nzaba como misiles. Casi adiviné el destino de<br />

uno de ellos, cuando cayó en el pie derecho de <strong>la</strong> esposa del presidente<br />

ruso; el<strong>la</strong> estaba de visita en Roma. Había pensado que iba a caer en <strong>la</strong><br />

falda. Sentí satisfacción al notar que el salivazo descendió al sitio próximo<br />

donde lo había imaginado.<br />

Así, entre chupadas, escupitajos y humo de tabaco, escuchaba, sin<br />

ponerle atención, <strong>la</strong> cháchara de <strong>la</strong> señora Rosamaría, sin importarme<br />

nada de lo que el<strong>la</strong> decía. Cuando finalizó, tiró al aire el cabo de tabaco<br />

que quedaba, finalmente sentenció:<br />

—Cuídese, señor, cuídese, mire que su amigo es un gran carajo<br />

—le pagué el importe que cobró. La adivina permaneció en <strong>la</strong> misma<br />

posición de Buda. Cuando abandoné el cuartito, noté que había dos<br />

personas más: un señor con uniforme de oficial pe<strong>la</strong>ndo cebol<strong>la</strong>s y una<br />

señora peinando a Almaperdida.<br />

Estuve dispuesto a retirarme del lugar; en ese momento, <strong>la</strong> muchacha<br />

de rostro joven femenino gritó: “¡Señor, apague <strong>la</strong> ol<strong>la</strong> con huevo y<br />

leche batida!” Cumplí con lo encomendado, atravesé <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> llena de<br />

polvo de alfombra que <strong>la</strong> muchacha descalza estaba sacudiendo y marchándome<br />

a paso lento dejé aquel<strong>la</strong> casa de reposo.<br />

JORJ<br />

El santuario de <strong>la</strong> paz


Ya afuera, en <strong>la</strong> puerta, recordé los ratos disfrutados con p<strong>la</strong>cer, al<br />

refoci<strong>la</strong>rme en actividades concupiscentes con <strong>la</strong> esposa de mi jefe e<br />

íntimo amigo. Estornudé tres veces, debido a <strong>la</strong> eterna alergia al polvo.<br />

Saqué mi pañuelo <strong>para</strong> limpiarme <strong>la</strong> nariz y pensé: “Qué vieja <strong>para</strong><br />

hab<strong>la</strong>r pendejadas”.<br />

Abandoné <strong>la</strong> casa; una vez que estuve afuera le di el último vistazo,<br />

<strong>para</strong> que en mi memoria permaneciera <strong>la</strong> imagen de aquel santuario<br />

de <strong>la</strong> paz.<br />

JOSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


La Diosacaballonegra<br />

Hoy trato de recordar y no soy capaz de afirmar si fue un sueño o si<br />

lo viví realmente. Tengo <strong>la</strong> certeza que fue algo que experimenté en el<br />

mes de <strong>la</strong>s flores, es decir, en el mes de mayo de no sé cuál año.<br />

Andaba un poco perdido por <strong>la</strong>s sabanas de mi tierra. Eso fue en<br />

tiempo de primavera, cuando los ramilletes multicolores de <strong>la</strong>s copas de<br />

los árboles adornan los prados como joyas resp<strong>la</strong>ndecientes, simi<strong>la</strong>r a<br />

un arcoíris de colores vegetales. Sólo un ruido se escuchaba: el trinar de<br />

algunos pájaros. Era tal <strong>la</strong> magnitud de tanta tranquilidad y belleza que<br />

podía percatarme del revoloteo de los pájaros y de de <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s de <strong>la</strong>s<br />

mariposas, <strong>la</strong>s cuales, en una danza con ritmo de amor, invitaban a <strong>la</strong><br />

pareja al disfrute del p<strong>la</strong>cer sensual de <strong>la</strong> vida. Todo lo observaba en<br />

estado de éxtasis; un gran p<strong>la</strong>cer contemp<strong>la</strong>tivo me embriagaba, el<br />

espectáculo permitía sentirme como parte del paisaje, hasta creí que de<br />

mis pies brotaban raíces <strong>para</strong> sembrarme en <strong>la</strong> tierra. Temí moverme<br />

<strong>para</strong> no romper <strong>la</strong> armonía de <strong>la</strong> campiña.<br />

En el continuo caminar por <strong>la</strong> sabana escuché un ruido detrás de<br />

unos matorrales; <strong>para</strong> satisfacer <strong>la</strong> curiosidad acudí lentamente, hasta<br />

aproximarme al sitio de donde venía tal perturbación. La sorpresa de ese<br />

momento no tuvo <strong>para</strong>ngón con lo que en el resto de mi vida pude percibir<br />

a través de los sentidos. Era algo indescriptible. No hay pa<strong>la</strong>bras,<br />

OT


que sin el peligro de cometer errores, permitan describir fielmente todo<br />

lo que vi, escuché y sentí. Pero bien, como tengo que re<strong>la</strong>tar <strong>la</strong> experiencia,<br />

utilizaré el recurso de <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra escrita, un poco <strong>para</strong> aproximarme<br />

a lo que allí contemplé en ese mes de mayo. Al apartar un poco<br />

el matorral que estorbaba <strong>la</strong> visión y <strong>para</strong> satisfacer <strong>la</strong> curiosidad,<br />

observé dos objetos, mezc<strong>la</strong> de mortales y divinidades. Parecía que<br />

hubiese abierto un libro de mitología griega o un libro de arte romano;<br />

tenía enfrente una mujer negra completamente desnuda acariciando<br />

un bello caballo b<strong>la</strong>nco. Tal visión parecía una sinfonía sin melodía;<br />

ésta sonaba sólo <strong>para</strong> mis oídos. Toqué mis carnes, <strong>la</strong>s pellizqué porque<br />

creí estar muerto o estar soñando; tales formas no pertenecen a <strong>la</strong><br />

Tierra, debían ser dioses del Olimpo quienes por alguna equivocación<br />

deambu<strong>la</strong>ban por este lugar.<br />

Tomaré el abuso de describir tan bel<strong>la</strong>s formas y digo abuso, porque<br />

los dioses no pueden ser descritos con <strong>la</strong> prosa de un simple mortal,<br />

sin cometer una apostasía. En fin, permítanmelo cometerlo.<br />

El<strong>la</strong>, negra, totalmente desnuda; esto permitía resaltar su piel azabache<br />

tersa, lozana y bril<strong>la</strong>nte como un ébano pulido. El primor de<br />

mujer permanecía de pie acariciando un bello corcel b<strong>la</strong>nco. Los rayos<br />

de Sol que llegaban a su cuerpo reflejaban <strong>la</strong> luz de manera uniforme,<br />

envolviéndolo con un resp<strong>la</strong>ndor bril<strong>la</strong>nte, como el aura dorada emanada<br />

de un arca, en cuyo interior existiera un gran tesoro. Sus piernas,<br />

dos columnas de ébano perfectamente tal<strong>la</strong>das por ángeles del cielo,<br />

éstas le daban seguridad y el hieratismo de un par de a<strong>la</strong>bastrinas<br />

columnas griegas, pero muy bien contorneadas. Los senos duros y turgentes,<br />

como frutas maduras; tan grandes como atraer <strong>la</strong> mirada de<br />

cualquier mortal y suficientemente pequeños como <strong>para</strong> sentirse cautivado<br />

ante semejante belleza. Los pezones, rosados y diminutos estaban<br />

coronados por una preciosa aureo<strong>la</strong>, estos daban <strong>la</strong> impresión de apuntar<br />

hacia el horizonte de <strong>la</strong> sábana. En fin, toda el<strong>la</strong>: el vientre, los glúteos<br />

y brazos estaban tal<strong>la</strong>dos con una perfección no humana, con <strong>la</strong><br />

tersura de los pétalos de una rosa. Todo ese cuerpo culminaba con una<br />

corona embellecida con una so<strong>la</strong> joya preciosa: su linda y bel<strong>la</strong> cara.<br />

Puedo afirmar que tuve enfrente, en ese momento, <strong>la</strong> Diosanegra.<br />

Describamos, ahora, al hermoso caballo b<strong>la</strong>nco. B<strong>la</strong>nco como <strong>la</strong>s<br />

nubes, como <strong>la</strong>s brumas de <strong>la</strong>s o<strong>la</strong>s; así también imaginaba <strong>la</strong> b<strong>la</strong>ncura<br />

de <strong>la</strong> nieve, <strong>la</strong> cual conocía por fotografías. La albura del bello corcel<br />

contrastaba armoniosamente con <strong>la</strong> negritud de <strong>la</strong> Diosanegra. La crin<br />

JOUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JOVJ<br />

La Diosacaballonegra<br />

b<strong>la</strong>nca, que nunca habían sido cortadas, caía sobre el cuello del animal<br />

como cascadas de agua que bañaban suavemente su piel. La co<strong>la</strong>, parecía<br />

<strong>la</strong> este<strong>la</strong> luminosa dejada por un cometa en su recorrido por <strong>la</strong> bóveda<br />

celeste. El tamaño, <strong>la</strong> b<strong>la</strong>ncura, <strong>la</strong>s patas, <strong>la</strong> crin y <strong>la</strong> piel daban <strong>la</strong> impresión<br />

de tener enfrente el caballo de Troya, era tal <strong>la</strong> imponencia. Si le<br />

hubiese colocado un cuerno en <strong>la</strong> cabeza, parecería el unicornio mitológico,<br />

porque eso era lo que tenía ante mí, un caballo arrancado de <strong>la</strong><br />

mitología.<br />

Hasta aquí <strong>la</strong> descripción de estas dos formas sobrenaturales, pero<br />

continuemos <strong>la</strong> mejor parte del re<strong>la</strong>to.<br />

En un momento <strong>la</strong> Diosanegra comenzó a mesar, como caricias, <strong>la</strong><br />

crin del caballo, logrando que sus luengas trenzas se entre<strong>la</strong>zaran entre<br />

sus dedos. El brioso animal, de inmediato levantó el cuello dirigiendo<br />

su mirada hacia el horizonte de <strong>la</strong> sabana, en una actitud imponente;<br />

sus ojos reflejaban el p<strong>la</strong>cer que estas carantoñas producían. Eran los<br />

mimos de <strong>la</strong> Diosanegra. La mirada del corcel demostraba <strong>la</strong> comp<strong>la</strong>cencia,<br />

el gozo interno; el deleite de sentir <strong>la</strong> crin en unas manos candorosas.<br />

Queriéndole retribuir su satisfacción le dijo:<br />

—Diosanegra, súbete al lomo, deseo sentir el contacto de tu piel.<br />

Sí señor, algo en mi cerebro se modificó, fue como una transmisión<br />

telepática entre el caballo y yo. Pienso, que momentáneamente se despertó<br />

en mí <strong>la</strong> vena animal, <strong>la</strong> cual permitió sincronizar mis ondas cerebrales<br />

con <strong>la</strong>s del bello corcel; tengo <strong>la</strong> seguridad que escuché <strong>la</strong> súplica<br />

que hacía el caballo. El equino emitió esas pa<strong>la</strong>bras, cual súbdito hab<strong>la</strong><br />

a su reina sin mirarle los ojos. Era su deber respetar <strong>la</strong> majestad de <strong>la</strong><br />

divinidad. La mujer no habló, ni siquiera pestañeó, se mantuvo erguida<br />

con los senos turgentes apuntando hacia el horizonte, con <strong>la</strong>s nalgas y<br />

piernas firmes como un tronco. Sólo hizo una caricia al lomo del caballo;<br />

éste comprendió el significado.<br />

La diosa montó el caballo; ¡qué magno espectáculo! Lo negro y lo<br />

b<strong>la</strong>nco inextricablemente mezc<strong>la</strong>dos, en armonía por contraste. Cuando<br />

estuvieron estáticos los dos, parecían una estatua esculpida colocada<br />

en un pa<strong>la</strong>cio celestial. El<strong>la</strong> mantuvo su cuerpo erguido, imponente,<br />

dirigiendo sus ojos hacia el horizonte, con <strong>la</strong>s piernas acop<strong>la</strong>das al lomo<br />

del animal. De inmediato, al sentirse encima de su amado siervo, noté<br />

en <strong>la</strong> mirada de <strong>la</strong> Diosanegra cierto p<strong>la</strong>cer orgásmico. Fue como si una<br />

corriente <strong>la</strong> hubiese atravesado desde <strong>la</strong>s piernas, pasando por el vientre<br />

hasta llegar a los ojos donde aprecié el clímax de <strong>la</strong> dama. En ese


momento <strong>la</strong> turgencia y <strong>la</strong> dureza de los senos se hizo mayor y en los<br />

ojos, espejo del alma, advertí <strong>la</strong> satisfacción, pues sus negras pupi<strong>la</strong>s se<br />

di<strong>la</strong>taban y se contraían en un arrebato de p<strong>la</strong>cer.<br />

El caballo comprendió todo lo que sucedía; permaneció inmóvil y<br />

esperó que <strong>la</strong> Diosanegra hiciera una breve presión con los pies sobre<br />

sus ijares. Era <strong>la</strong> hora, <strong>la</strong> Diosa había completado el rito del amor. Fue<br />

en ese mismo instante cuando el corcel preguntó:<br />

—Diosa ¿hacia dónde vamos? ¿Cuál ruta seguimos?<br />

La Diosanegra continuaba imponente, mirando siempre hacia el<br />

horizonte; como si le hab<strong>la</strong>ra a <strong>la</strong> naturaleza, sin dirigir <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra a<br />

alguien en especial, expresó:<br />

—Corre, mi bello corcel, corre sin rumbo fijo, sigue por donde no<br />

existan trochas ni caminos, sigue <strong>la</strong> dirección del viento y corre hacia<br />

donde nace <strong>la</strong> luz, corre hacia <strong>la</strong> libertad.<br />

El caballo no esperó más, se irguió en <strong>la</strong>s patas traseras, en espera<br />

del abrazo de <strong>la</strong> amada en el cuello. El<strong>la</strong> se aferró a <strong>la</strong> crin, cual fémina<br />

radiante de amor. El brioso animal arrancó, trotando lentamente, cuidando<br />

el sensible cristal que se posaba sobre su lomo. Se alejaron a paso<br />

firme. Desde lejos quise diferenciar al caballo de <strong>la</strong> mujer y pude notar<br />

una única figura, observaba un solo ser en busca del goce y de los p<strong>la</strong>ceres<br />

de <strong>la</strong> libertad, únicamente miraba una forma… <strong>la</strong> Diosacaballonegra.<br />

Pasados muchos mayos, regresé por los mismos <strong>para</strong>jes en busca<br />

de <strong>la</strong> soledad y <strong>la</strong> tranquilidad de <strong>la</strong> que había disfrutado años atrás.<br />

Cuál sería mi sorpresa que en <strong>la</strong> mitad de <strong>la</strong> sabana encontré nuevamente,<br />

aquel bello corcel b<strong>la</strong>nco. Lo aprecié más viejo y cansado, curtido<br />

por el sol y <strong>la</strong> arena. Me acerqué con mucho cuidado y respeto <strong>para</strong><br />

contemp<strong>la</strong>rlo de cerca. El caballo permaneció en su sitio, desentendido<br />

de mi presencia, pasé <strong>la</strong> mano por su cuello y le mesé <strong>la</strong> <strong>la</strong>rga crin; aproveche<br />

<strong>para</strong> preguntarle:<br />

—Caballo..., caballo, ¿qué pasó con <strong>la</strong> Diosacaballonegra? —como<br />

por acto reflejo, al oír<strong>la</strong> nombrar irguió el cuello, colocó <strong>la</strong>s cuatro patas<br />

en actitud imponente tratando de imitar aquel joven y bello corcel que<br />

había conocido hace años. Los ojos se dirigieron hacia el horizonte de <strong>la</strong><br />

sabana tratando de buscar alguna figura, pero no dio respuesta alguna.<br />

De nuevo pregunté:<br />

—¿Qué pasó con <strong>la</strong> Diosacaballonegra?<br />

JPMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JPNJ<br />

La Diosacaballonegra<br />

La mirada del viejo corcel se mantuvo hacia el horizonte, sin respuesta<br />

alguna. Sus ojos no parpadeaban, pero noté en ellos una mezc<strong>la</strong><br />

de p<strong>la</strong>cer, éxtasis y el recuerdo de un gran amor.<br />

El caballo se alejó a paso cansino, conservando parte de <strong>la</strong> elegancia.<br />

En ese momento noté el papel de estúpido que estaba haciendo; comprendí<br />

<strong>la</strong> lección dada por el animal. En el amor sobran <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras.<br />

àìäáç NVUR


La santidad de Críspu<strong>la</strong><br />

Está bien, Benavides, es <strong>la</strong> última vez que te cuento lo de <strong>la</strong> santidad<br />

de Críspu<strong>la</strong>. No voy a negarte que me enamoré de el<strong>la</strong> desde que estaba<br />

muy pequeño. La culpa <strong>la</strong> tuvo mi madre; siempre decía: Críspu<strong>la</strong> es<br />

muy linda, Críspu<strong>la</strong> es una muchacha hacendosa, Críspu<strong>la</strong> es una buena<br />

estudiante... Fueron tantas <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>banzas, que ya <strong>para</strong> <strong>la</strong> época de mi<br />

eclosión hormonal terminé por amar<strong>la</strong> locamente.<br />

Oye Benavides, lo de <strong>la</strong> santidad de <strong>la</strong> niña comenzó al arribar al<br />

pueblo el cura Valverde, quien recién había salido de un seminario ubicado<br />

en <strong>la</strong> lejana Sevil<strong>la</strong>. El joven sacerdote venía recomendado, con<br />

muy buenas cartas, por el arzobispo de <strong>la</strong> capital. Cuando llegó el curita,<br />

pude percatarme de lo piadosas que eran mis coterráneas.<br />

A ti te confieso, Benavides, <strong>la</strong> única molestia que sentía por el ensotanado,<br />

era el bendito acento castizo, eso no me convencía. La forma<br />

muy particu<strong>la</strong>r de hab<strong>la</strong>r lo notaba más durante los sermones dominicales.<br />

Siempre recordaré <strong>la</strong> zeta con <strong>la</strong> que acentuaba el “corazón” de<br />

Jesús. Pero no puedo negarlo, nuestro joven abate organizó y dio nueva<br />

vida a <strong>la</strong> comunidad religiosa del pueblo. Alguna de éstas, fue el coro de<br />

<strong>la</strong> iglesia dirigida por frau Freeda. Una católica alemana, nacida en <strong>la</strong><br />

zona de Baviera, quien vino a <strong>para</strong>r a este pueblo; nunca conocimos <strong>la</strong><br />

razón de su permanencia por estos <strong>para</strong>jes. Algunos comentaban, que <strong>la</strong><br />

regia mujer era una antigua nazi, escondida en estos <strong>para</strong>jes lejanos <strong>para</strong><br />

PP


escapar de los tribunales de Nuremberg. Te juro, Benavides, que nunca<br />

lo creí, no eran más que chismes. El coro de <strong>la</strong> iglesia estaba integrado<br />

por quince muchachas del pueblo y entre <strong>la</strong>s coristas estaba<br />

Críspu<strong>la</strong>. Además, <strong>la</strong> batuta alemana organizó <strong>la</strong>s hijas de <strong>la</strong> piadosa<br />

virgen de Nuestra Señora de Baviera, una versión alemana de <strong>la</strong>s hijas<br />

de María. Como <strong>la</strong> directora de <strong>la</strong> coral tenía muy mal genio, nadie fue<br />

capaz de insinuarle que cambiara el nombre por algo más autóctono.<br />

Como era de esperar, Críspu<strong>la</strong> perteneció a <strong>la</strong> congregación dirigida<br />

por <strong>la</strong> germana.<br />

Aparte de <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>banzas de mi madre hacia Críspu<strong>la</strong>, <strong>la</strong> superiora<br />

de <strong>la</strong> congregación afirmaba que <strong>la</strong> niña no cantaba, sino trinaba; su<br />

canto estaba más cerca al trino de un canario que a <strong>la</strong> voz de un ser<br />

humano. Aseveraba, que el<strong>la</strong> debía pertenecer a un coro de ángeles y no<br />

al mundo terrenal. ¿No crees, Benavides, que estaba condenado a enamorarme<br />

de <strong>la</strong> santita?<br />

Preguntas, Benavides, ¿por qué hablo de el<strong>la</strong> como <strong>la</strong> santita? Es<br />

que a <strong>la</strong> llegada del curita Valverde Críspu<strong>la</strong> desató una devoción exagerada<br />

por Dios. Acudía con frecuencia a <strong>la</strong> iglesia; a <strong>la</strong>s misas vespertinas<br />

de los lunes, miércoles, jueves, y nunca faltaba a <strong>la</strong>s dominicales,<br />

tanto en <strong>la</strong> mañana, como en <strong>la</strong> tarde. En estos actos religiosos, siempre<br />

cantaba en el coro. C<strong>la</strong>ro, Benavides, yo también asistía. ¿Cómo iba a<br />

perderme el bello trinar de Críspu<strong>la</strong>? Entre <strong>la</strong>s quince voces del coro<br />

podía distinguir, perfectamente, <strong>la</strong> voz de <strong>la</strong> santita.<br />

Benavides, mi corazón fue constriñéndose, en <strong>la</strong> misma medida<br />

que observaba el proceso de santificación de Críspu<strong>la</strong>. Es que no lo<br />

imaginas; <strong>la</strong> santita se confesaba tres veces al día, después del desayuno,<br />

del almuerzo y <strong>la</strong> cena. Afirmaba, que <strong>la</strong> gu<strong>la</strong> es un pecado, que <strong>la</strong> única<br />

comida conocida de Jesús, El Salvador, fue <strong>la</strong> de <strong>la</strong> última cena, por lo<br />

tanto, tenía que confesarse después de cada comida. Su santidad cada<br />

vez <strong>la</strong> alejaba más de mí.<br />

Su vocación de santa <strong>la</strong> descubrí un día domingo, durante <strong>la</strong> misa<br />

matutina, cuando se presentó el coro de ángeles, dirigido por <strong>la</strong> regia<br />

batuta de frau Freeda. Ocurrió, que Críspu<strong>la</strong> en medio del canto sacro,<br />

orientó sus bellos ojos hacia el Cristo Salvador colocado en el altar<br />

mayor de <strong>la</strong> iglesia. Permaneció pegada en <strong>la</strong> última nota de un hermoso<br />

miserere, sin tomar ni exha<strong>la</strong>r aire. En ese momento, no tuve <strong>la</strong> menor<br />

duda, que el Espíritu Santo bajó del cielo y se posesionó de su frágil<br />

cuerpo. Puedo asegurar que vi en su lindo rostro un rictus de sagrado<br />

JPQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JPRJ<br />

La santidad de Críspu<strong>la</strong><br />

éxtasis y una aureo<strong>la</strong> dorada le rodeó <strong>la</strong> linda cabecita. La germana<br />

observó con detenimiento, ordenó al coro angelical que cal<strong>la</strong>ra mientras<br />

que Críspu<strong>la</strong> permanecía estática, atascada en esa nota. Así duró<br />

casi seis minutos, hasta que se desmayó y quedó <strong>para</strong>lizada. Se acabó el<br />

canto, finalizó <strong>la</strong> misa y todos los feligreses reunidos en el lugar sagrado<br />

gritaron, incluso yo, “¡Mi<strong>la</strong>gro!” Recogieron a Críspu<strong>la</strong>, <strong>la</strong> llevaron a <strong>la</strong><br />

sacristía. En ese preciso momento sentí que mi amor por el<strong>la</strong> se hacía<br />

cada vez más distante.<br />

Gracias a Dios, Críspu<strong>la</strong> se recuperó del estado de arrebato y continuó<br />

<strong>la</strong>s actividades religiosas: asistía a <strong>la</strong>s misas vespertinas y dominicales,<br />

se confesaba tres veces al día y luego, venían verdaderos actos de<br />

contrición. También, noté nuevamente, su presencia en el coro de <strong>la</strong><br />

iglesia, gracias a <strong>la</strong>s atenciones que frau Freeda le proporcionó.<br />

Mira, Benavides, cada día estaba más distante de santa Críspu<strong>la</strong>,<br />

así comencé a l<strong>la</strong>mar<strong>la</strong>. La santidad ap<strong>la</strong>staba el amor terrenal. Estaba<br />

convencido de que <strong>la</strong>s cosas de Dios sólo le pertenecen a Él y <strong>la</strong> santita,<br />

era un objeto destinado al Señor y no a un simple mortal como yo.<br />

Benavides, <strong>la</strong>s cosas en el pueblo seguían iguales con <strong>la</strong> diferencia<br />

que en Críspu<strong>la</strong> <strong>la</strong> santidad se agrandaba más y más, parece que se graduaría<br />

de beata con <strong>la</strong>s mejores calificaciones. Lo piadoso se convirtió<br />

en <strong>la</strong> cotidianidad. Asistía al cura Valverde en bautizos y matrimonios;<br />

llevaba pa<strong>la</strong>bras de aliento a los enfermos de gravedad y acompañaba a<br />

<strong>la</strong> última morada aquellos que dejaban de ser. Muchas veces, <strong>la</strong> veía<br />

escoltando al curita con <strong>la</strong> Biblia, <strong>la</strong> cual siempre cargaba bajo el brazo.<br />

Iban al pueblo vecino <strong>para</strong> llevar una guía espiritual a los desam<strong>para</strong>dos.<br />

Los muertos del pueblo contaban siempre con <strong>la</strong> compañía de <strong>la</strong><br />

santa. El<strong>la</strong> dirigía <strong>la</strong>s oraciones del rosario, <strong>para</strong> que el alma del difunto<br />

llegara en sana paz a <strong>la</strong>s puertas de San Pedro. Si los emolumentos eran<br />

buenos, el cura Valverde podía obsequiarle al difunto una despedida<br />

con el coro de <strong>la</strong> iglesia. No te lo voy a negar, Benavides; aprendí todos<br />

los responsos de los muertos, acudía asiduamente a los velorios y novenarios.<br />

Cuando sabía que <strong>la</strong> santita iba a <strong>la</strong> casa de un finado, allí estaba<br />

yo como su primer fan; observando, como cada día Dios atraía hacia el<br />

cielo mi gran amor. Fue <strong>para</strong> esa época cuando intenté suicidarme: mi<br />

único interés era oír, aunque fuese desde el más allá, <strong>la</strong> voz angelical de<br />

Críspu<strong>la</strong> y que el<strong>la</strong> acompañara mis despojos a <strong>la</strong> última morada. Pensé<br />

tirarme al río, pero recordé que sabía nadar. Te juro, Benavides, que<br />

también ideé tomarme un poco de esperma derretida, pero mamá me


advirtió que iba a estreñirme; de inmediato, rechacé <strong>la</strong> idea. En fin,<br />

deseché ese propósito, pero perdí <strong>la</strong> esperanza de ennoviarme con <strong>la</strong><br />

santita. Ese mismo día, hice responsable a mi madre del amor que<br />

sentía por el<strong>la</strong>, le rec<strong>la</strong>mé <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>banzas continuas hacia <strong>la</strong> hermosa<br />

canaria. Estaba escrito: ese amor era imposible.<br />

Benavides, mamá estaba convencida de <strong>la</strong> santidad de Críspu<strong>la</strong>.<br />

Solía decirme que el<strong>la</strong> le recordaba a Sor Juana Inés de <strong>la</strong> Cruz, una<br />

santa que vivió en una ciudad españo<strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada Ávi<strong>la</strong>. Este lugar lo<br />

visitó cuando el cura Abe<strong>la</strong>rdo, el que oficiaba en el pueblo antes del<br />

curita, preparó una excursión. Allá acudió a un museo, donde observó<br />

un hueso del dedito de <strong>la</strong> mano derecha y una zapatil<strong>la</strong> de <strong>la</strong> santa de<br />

Ávi<strong>la</strong>. Todo esto le traía en mientes <strong>la</strong> santita, por lo tanto, mi madre<br />

exigía lo imposible: que olvidara a Críspu<strong>la</strong>. Con reiteración, siempre<br />

tenía en sus <strong>la</strong>bios: “Hijo, está escrito: no será <strong>para</strong> ti”.<br />

¿Y cómo podía olvidar <strong>la</strong> santita Benavides? Si yo iba a <strong>la</strong> iglesia cada<br />

vez que presentaban el coro bajo <strong>la</strong> regia batuta de frau Freeda ¿Cómo<br />

iba a olvidar<strong>la</strong>, si aprendí los responsos de los difuntos y los rosarios de<br />

los novenarios? ¿Cómo iba a preterir<strong>la</strong> si yo también estaba volviéndome<br />

santo? Por mi mente ya no pasaba algún pensamiento pecaminoso.<br />

Sentía, que a su <strong>la</strong>do me aproximaba más a Dios. Cumplía los diez mandamientos<br />

con más devoción que el mismo Moisés.<br />

Para recortar, Benavides, voy a re<strong>la</strong>tarte lo sucedido en el velorio<br />

del finado Venancio, donde asistí como era mi costumbre. Ayudaba a<br />

rezar el rosario bajo <strong>la</strong> conducción y supervisión de <strong>la</strong> santita; el<strong>la</strong> trataba<br />

de enmendarme cada vez que cometía un error. En verdad, no era<br />

que se me olvidaba el rezo, sino que siempre permanecía ale<strong>la</strong>do cuando<br />

el<strong>la</strong> me dirigía una mirada angelical. De inmediato volvía a rezar <strong>la</strong><br />

plegaria en <strong>la</strong> forma correcta.<br />

Ese día, <strong>la</strong> familia del compadre solicitó al cura Valverde que, por<br />

favor, le concediera una misa cantada al difunto. El bondadoso religioso<br />

solicitó a <strong>la</strong> santita que, junto a <strong>la</strong>s otras niñas del coro, interpretara una<br />

parte del réquiem de Mozart. Juré mientras escuchaba <strong>la</strong> música angelical,<br />

decidí fallecer al día siguiente <strong>para</strong> que Críspu<strong>la</strong> interpretara “El<br />

Aleluya” del Mesías de Händel; de esta manera podría alejarme de este<br />

mundo acompañado de un sonido celestial.<br />

Finalizó el canto, <strong>la</strong>s plegarias y <strong>la</strong> corte celestial abandonó <strong>la</strong> casa<br />

del difunto. Pero, con el apuro por el cobro de los emolumentos por el<br />

canto, el rosario, el incienso, <strong>la</strong>s flores y otros rubros, el cura Valverde y su<br />

JPSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JPTJ<br />

La santidad de Críspu<strong>la</strong><br />

corte, olvidaron <strong>la</strong> santa Biblia, <strong>la</strong> cual siempre lo acompañaba. Estaba<br />

colocada sobre el féretro, donde reposaban los restos del compadre. Me<br />

acerqué a <strong>la</strong> urna <strong>para</strong> tomar el libro sagrado, vi <strong>la</strong> cara de satisfacción del<br />

difunto por tan excelente velorio. Por ser persona de confianza del fallecido,<br />

fui encargado de devolver al santo padre el vademécum.<br />

Benavides, corrí como un loco hacia <strong>la</strong> casa parroquial <strong>para</strong> cumplir<br />

con el encargo. Toqué <strong>la</strong> puerta y nadie contestó. Curioseé por <strong>la</strong><br />

ventana y no vi sombra de gente. Acudí al patio trasero de <strong>la</strong> casa parroquial<br />

y fue allí donde observé al curita con <strong>la</strong> sotana arriba y los santos<br />

interiores por los tobillos y a mi ángel, con el vestido arriba y <strong>la</strong>s santas<br />

pantaletas por <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s. Estaban abrazados en acción de tener descendencia.<br />

Permanecí estupefacto en actitud hierática. Mientras observaba<br />

el acto sacrílego, sentí que por los ojos escapaba mi alma y <strong>la</strong> entregaba a<br />

Mefistófeles. Ese día lloré como un niño.<br />

Mira, Benavides, quizá no lo entiendas porque nunca te has enamorado,<br />

pero <strong>la</strong> rabia desatada fue tan intensa, que mientras contemp<strong>la</strong>ba<br />

el acto diabólico ingerí ciento veinticinco páginas que arranqué de<br />

<strong>la</strong> Biblia. Cuando todo estaba dispuesto <strong>para</strong> engullirme otra, encontré<br />

¡un condón! dentro del libro sagrado. Le quité el envoltorio y también lo<br />

tragué, como si en este acto devorara al curita. Seguí <strong>para</strong>do hasta que<br />

comí <strong>la</strong> página doscientas; finalmente abandoné <strong>la</strong> casa de Dios dejando<br />

a ese heresiarca con <strong>la</strong> re<strong>la</strong>psa, cometiendo semejante b<strong>la</strong>sfemia. Corrí<br />

como un demonio a llorar mi desconsuelo al calor de <strong>la</strong> almohada.<br />

Pasé tres días llorando encerrado en el cuarto, interca<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong>s lágrimas<br />

con una santa cagantina, causada de tanto comer papel sacrosanto.<br />

Benavides y lo que más rabia me daba era que, cuando mamá<br />

pasaba por mi cuarto, comentaba:<br />

—Te lo dije, hijo mío, Críspu<strong>la</strong> es muy santa <strong>para</strong> ser tu novia<br />

—fue entonces cuando decidí salirme del pueblo y venirme <strong>para</strong> esta<br />

endemoniada is<strong>la</strong>.<br />

¡Pero bueno!, Benavides volviste a dormirte, no me pidas más nunca<br />

que cuente lo de <strong>la</strong> santidad de Críspu<strong>la</strong>.<br />

ÑÉÄêÉêçI OMMM


La estatua<br />

Andrés Octavio Alvarenga es un viejo amigo, lo conozco desde los<br />

estudios secundarios. Siempre nos hemos mantenido en contacto, bien<br />

por carta o por teléfono. El día miércoles recibí una l<strong>la</strong>mada; en ésta<br />

insistía <strong>la</strong> intención verme en el café donde nos reunimos con frecuencia.<br />

Me informó que recién había llegado de Sevil<strong>la</strong> y como colecciono<br />

historias raras, él había encontrado una de gran interés.<br />

Nos encontramos en el lugar a <strong>la</strong> hora fijada. Luego que conversamos<br />

de su periplo por <strong>la</strong> madre patria, a<strong>la</strong>rgó una carpeta, <strong>la</strong> cual contenía<br />

el mencionado re<strong>la</strong>to. A continuación refirió:<br />

—Toma y lee bien estas hojas, en el<strong>la</strong>s encontrarás <strong>la</strong> historia de<br />

una estatua que estuvo ligada a mi vida durante muchos años.<br />

No entendí nada de lo que dijo el amigo. Andrés era conocido por<br />

su <strong>la</strong>bor de ingeniero y no como escultor. Dado el apuro que lo obligaba<br />

a abandonar el café, culminó nuestra entrevista rápidamente con estas<br />

pa<strong>la</strong>bras:<br />

—Recién acabo de llegar de Sevil<strong>la</strong> donde pude ac<strong>la</strong>rar varias dudas<br />

que me acompañaron durante muchos años.<br />

No intenté sacarle más información a Andrés Octavio. Prometí<br />

revisar el material y que lo incorporaría a <strong>la</strong> colección de historias raras<br />

PV


que guardo en <strong>la</strong> biblioteca. Nos alejamos con una despedida afectuosa,<br />

reiterándole <strong>la</strong> promesa de leer el re<strong>la</strong>to del novel ingeniero.<br />

“Nací en un pueblo olvidado situado muy próximo a una hermosa<br />

costa. A estas p<strong>la</strong>yas sólo se llega por vía marítima, bien por barco o por<br />

<strong>la</strong>ncha”.<br />

Así comienza <strong>la</strong> historia de Andrés Octavio. En verdad, todos sus<br />

condiscípulos sabíamos que él provenía de un pueblito muy lejano.<br />

Vino a <strong>la</strong> capital <strong>para</strong> vivir con unas tías solteronas y a estudiar puesto<br />

que en su terruño no había un liceo.<br />

“Cuando tengo <strong>la</strong> posibilidad de recordar los sucesos que ocurrieron<br />

a mi alrededor, acude a <strong>la</strong> memoria <strong>la</strong> existencia de una estatua<br />

colocada en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za, frente a <strong>la</strong> iglesia del pueblo. Ésta, era colmada de<br />

todo tipo de veneración y respeto por parte de los habitantes del lugar<br />

donde nací”. Andrés Octavio continuó de esta manera <strong>la</strong> historia y,<br />

<strong>para</strong> no transcribir al pie de <strong>la</strong> letra todo lo re<strong>la</strong>tado, trataré de hacer un<br />

resumen de los aspectos más resaltantes.<br />

Parece ser, que <strong>la</strong> estatua llegó al pueblo en <strong>la</strong> época de <strong>la</strong> Colonia.<br />

Por alguna extraña razón, una goleta que pasó cerca de <strong>la</strong> costa de <strong>la</strong><br />

tierra natal de Andrés Octavio, descargó y <strong>la</strong> abandonó en ese <strong>para</strong>je<br />

donde estaba establecido un pequeño caserío. Allí residía un grupo de<br />

aborígenes y un fraile en función catequizadora.<br />

“El adusto misionero pidió a los indígenas el tras<strong>la</strong>do de <strong>la</strong> estatua<br />

frente a <strong>la</strong> choza que fungía como iglesia, en espera de que otra goleta<br />

viniera a rescatar<strong>la</strong>. Esta parte de <strong>la</strong> Historia recoge el origen del objeto<br />

abandonado, que se difundió, por vía oral, entre los primeros habitantes<br />

de mi pueblo”.<br />

La tal<strong>la</strong> de piedra, según <strong>la</strong> descripción del autor del re<strong>la</strong>to, tenía <strong>la</strong><br />

forma de un hombre de más o menos dos metros de altura, montado<br />

sobre un pedestal en actitud hierática. La cabeza, erguida hacia el cielo,<br />

estaba cubierta por un hermoso yelmo, <strong>la</strong> mano derecha agarraba una<br />

<strong>la</strong>nza y <strong>la</strong> izquierda asía un escudo. Este último mostraba en bajorrelieve,<br />

un manojo de espigas de trigo, un caballo y un libro abierto.<br />

“Todas <strong>la</strong>s mañanas el clérigo se acercaba a <strong>la</strong> estatua, <strong>la</strong> miraba<br />

con cierta extrañeza profiriendo con desdén <strong>la</strong>s siguientes pa<strong>la</strong>bras:<br />

“Vanitas, vanitatum, et omnia vanitas” (vanidad de vanidades y todo<br />

vanidad). Nuestros aborígenes, quienes de <strong>la</strong>tín no conocían una letra,<br />

interpretaron que nuestro misionero rendía cierta pleitesía a <strong>la</strong> estatua,<br />

tal y como ellos lo hacían con los antiguos ídolos; por lo tanto, también<br />

JQMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JQNJ<br />

La estatua<br />

comenzaron a brindarle reverencia. Cada vez que algún indio pasaba<br />

frente a el<strong>la</strong>, hacía una genuflexión en actitud de respeto. Los aborígenes<br />

comenzaron a l<strong>la</strong>mar<strong>la</strong> San Vanitun, asociando, de manera extraña, el<br />

lenguaje de los nativos con algunas de <strong>la</strong>s expresiones que el cura le<br />

dirigía a <strong>la</strong> estatua”. Este párrafo lo tomé tal como lo escribió Andrés<br />

Octavio y le da sentido a <strong>la</strong> historia. Creo que esta parte está re<strong>la</strong>cionada<br />

con su viaje a Sevil<strong>la</strong>.<br />

Refería Andrés Octavio que fue con ese nombre como conoció a <strong>la</strong><br />

estatua. Todo el pueblo <strong>la</strong> l<strong>la</strong>maba San Vanitun y comentaban que era<br />

uno de los santos más mi<strong>la</strong>grosos. La mayoría de los habitantes le debía<br />

algún favor al santo patrono: curaba el mal de ojo, sanaba los cuerpos de<br />

enfermedades, conseguía novio, expulsaba los demonios de <strong>la</strong>s almas<br />

posesas, mejoraba <strong>la</strong>s cosechas. En fin, no había promesa que San<br />

Vanitun no cumpliera.<br />

Una de <strong>la</strong>s cosas más raras de <strong>la</strong> historia se refería a <strong>la</strong>s peticiones<br />

solicitadas a dicho santo. Había que hacérse<strong>la</strong>s en versos. Para ello<br />

existía en el pueblo un personaje, don Melecio, quien era el encargado<br />

de redactar<strong>la</strong>s a cambio de cierto pago por los servicios prestados.<br />

Cuenta Andrés Octavio que, cuando tenía ocho años, padeció de<br />

un hipo que parecía incurable. Tomó sorbos de agua. Entre buche y<br />

buche decía “Jesús, María y José”, pero el movimiento convulsivo no se<br />

quitó. Bebió agua con <strong>la</strong> cabeza hacia abajo y los pies hacia arriba, pero<br />

el hipo permanecía. Se tragó tres ajos con agua bendita y… nada. Hasta<br />

que decidió recurrir a don Melecio y le pidió pre<strong>para</strong>r una plegaria dirigida<br />

a San Vanitun, <strong>para</strong> erradicar el mal que lo aquejaba. Una vez<br />

redactado y pagado el verso, Andrés Octavio se paró frente a San<br />

Vanitun, con su cántico en <strong>la</strong> mano derecha, y gritó:<br />

Vanitun dame una mano<br />

mira que soy buen tipo<br />

como soy buen cristiano<br />

por favor, quítame el hipo.<br />

Re<strong>la</strong>ta el amigo que una vez terminada <strong>la</strong> cuarta oración de <strong>la</strong> plegaria,<br />

el último “hip” desapareció como por obra y gracia de una mano<br />

sacrosanta. Lo único que se le ocurrió proferir a Andrés Octavio fue:<br />

“¡Coño, qué santo tan arrecho!”. Como este, muchos fueron los mi<strong>la</strong>gros<br />

que San Vanitun realizó.


La fama de don Melecio, redactando rogativas al santo, se regó por<br />

los caseríos aledaños al pueblo. Engracia, una solterona de cuarenta<br />

años, hizo una promesa al Venerado <strong>para</strong> que le concediera un marido.<br />

Acudió a nuestro bardo criollo <strong>para</strong> rimar aquel<strong>la</strong> plegaria. Previo pago<br />

de los emolumentos que por esta santa actividad cobraba. Todos los<br />

habitantes del pueblo oyeron a <strong>la</strong> solterona, muy temprano en <strong>la</strong> mañana,<br />

cuando gritaba el siguiente verso:<br />

San Vanitum, mira mi l<strong>la</strong>nto<br />

que fluye como gotas de rocío<br />

quiero obsequiarte este manto<br />

pa’ que me consigas marío.<br />

Después de gritar tres veces <strong>la</strong> plegaria, colocó al pie de <strong>la</strong> estatua un<br />

hermoso manto, que el<strong>la</strong> había tejido, y se alejó llorando. Ocultaba el<br />

rostro por <strong>la</strong> vergüenza que esto le ocasionaba. Dos meses después del<br />

acontecimiento, el cura celebró con toda pompa <strong>la</strong> boda de Engracia<br />

con el manco Encarnación. Además, supo agradecer a <strong>la</strong> novia el manto<br />

que había donado a <strong>la</strong> iglesia, éste sirvió <strong>para</strong> enga<strong>la</strong>nar a <strong>la</strong> Virgen del<br />

Rosario en <strong>la</strong>s procesiones de <strong>la</strong> Semana Santa.<br />

En fin, aparte de los mi<strong>la</strong>gros referidos anteriormente, fueron<br />

muchos los que contó Andrés Octavio en su re<strong>la</strong>to. Entre ellos hay uno<br />

que impresiona mucho. Se produjo cuando los mandingas colocados<br />

en <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>yas próximas a pueblo no recogían sino una que otra sardina.<br />

Las redes no lograban <strong>la</strong> buena ca<strong>la</strong>da deseada, esto ocasionó escasez de<br />

pescado, única fuente de vida de los habitantes de <strong>la</strong> costa. La junta de<br />

pescadores acudió a don Melecio <strong>para</strong> que pre<strong>para</strong>ra una plegaria. El<br />

famoso vate acordó un precio especial por tratarse del caso de una rogativa<br />

colectiva. En un corto tiempo nuestro poeta redactó el pedido:<br />

Vanitum somos gente infame.<br />

Acá, todos vivimos en pecado<br />

y hoy tus sacras p<strong>la</strong>ntas <strong>la</strong>me<br />

pa’que nos consigas pescado.<br />

Leí el verso, quizás don Melecio no fue inspirado por <strong>la</strong> mejor de<br />

sus musas, pero puedo asegurar que <strong>la</strong> plegaria cumplió el cometido. El<br />

domingo, una semana después que los pescadores gritaron <strong>la</strong> jacu<strong>la</strong>toria<br />

JQOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JQPJ<br />

La estatua<br />

al pie de <strong>la</strong> estatua, recogieron en sus redes una abundante ca<strong>la</strong>da de<br />

carites y pargos, lo cual salvó al pueblo de grandes penalidades.<br />

Andrés Octavio permaneció en su terruño hasta cursar el sexto<br />

grado. No tenía <strong>la</strong> posibilidad de continuar los estudios secundarios.<br />

Cuenta el historiador que el día de <strong>la</strong> despedida había un homenaje en<br />

<strong>la</strong> p<strong>la</strong>za, hermosamente festoneada, dedicado al santo patrono con<br />

motivo de <strong>la</strong>s fiestas patronales. En el sitio estaban todas <strong>la</strong>s fuerzas<br />

vivas del pueblo y tocó al alcalde pronunciar <strong>la</strong> pieza oratoria:<br />

“Damos gracia a nuestro patrono San Vanitum por todos los favores<br />

concedidos. Aquí lo tenemos en actitud hierática, mirando hacia<br />

el cielo de donde vino como un ángel, <strong>para</strong> ayudar a <strong>la</strong>s almas pecadoras<br />

de los mortales de este pueblo escondido. Con <strong>la</strong> <strong>la</strong>nza, <strong>la</strong> cual permitió<br />

acabar con los demonios que nos acosaban, el manojo de espigas <strong>para</strong><br />

darnos de comer y el libro abierto, <strong>para</strong> traernos <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra de Dios como<br />

alimento de nuestro espíritu. Todos sabemos, el caballo representa el<br />

brioso corcel que lo llevó por todos estos montes, apartándonos de <strong>la</strong>s<br />

tentaciones de <strong>la</strong> carne y de los otros pecados que nos acosaban”.<br />

Lo anterior, es parte del discurso del alcalde recogido por Andrés<br />

Octavio en el re<strong>la</strong>to. Evidentemente causaban buena impresión. Nos<br />

cuenta, además, que en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za estaban reunidos numerosas personas,<br />

entre el<strong>la</strong>s, ocupando puestos principales, destacaban: doña Apascacia<br />

de Carmona, una de <strong>la</strong>s más antiguas pob<strong>la</strong>doras y beneficiarias de<br />

nuestro santo, también, presidenta de <strong>la</strong> cofradía encargada de <strong>la</strong>s fiestas<br />

patronales dedicadas a San Vanitum. En el lugar se encontraba el poeta<br />

don Melecio. Permanecía sentado, mostrando un rictus sardónico en su<br />

cara. Esto lo hacía ver como hombre de destacada importancia en el<br />

pueblo. Por todos era conocida <strong>la</strong> existencia del libro sagrado, donde se<br />

recopi<strong>la</strong>ban los versos o rogativas mi<strong>la</strong>grosas del rimador.<br />

Como afirmé anteriormente, fue en esta fiesta cuando Andrés<br />

Octavio dio un hasta luego a su bien amado santo. No sin pedirle un<br />

favor antes de irse a continuar estudios en <strong>la</strong> capital junto a <strong>la</strong>s tías. Pagó<br />

los derechos de autor al viejo poeta <strong>para</strong> que redactara <strong>la</strong> plegaria, <strong>la</strong> cual<br />

pronunció al pie de <strong>la</strong> estatua del santo patrono.<br />

Vanitun, te quiero como ayer<br />

y más te querré mañana<br />

yo te ofrezco una jarana<br />

si regreso bachiller.


Hasta esta parte del re<strong>la</strong>to, no encontré nada de particu<strong>la</strong>r, ya que<br />

<strong>la</strong> mayoría de los hagiógrafos cuentan historias simi<strong>la</strong>res a <strong>la</strong> contadas<br />

por el amigo. Dejé parte del material <strong>para</strong> leerlo al día siguiente.<br />

“Ya adolescente, regresé al pueblo graduado de bachiller, cargado<br />

de regalos <strong>para</strong> <strong>la</strong> familia. Entre mis bártulos, traía una figurita de p<strong>la</strong>ta;<br />

representaba un joven con toga y birrete, <strong>la</strong> cual debía entregar<strong>la</strong> en<br />

ofrenda al santo patrono. Además, había reunido cierta cantidad de dinero<br />

<strong>para</strong> hacerle una fiesta a San Vanitum, tal como lo había prometido”.<br />

Así comienza <strong>la</strong> segunda parte de su re<strong>la</strong>to.<br />

Cuenta el nuevo bachiller que, cuando llegó a <strong>la</strong> tierra natal estaban<br />

homenajeando a San Vanitum, en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za donde <strong>la</strong> estatua hacía a<strong>la</strong>rde<br />

de <strong>la</strong> santidad. El lugar se veía adornado con guirnaldas y banderas, en<br />

un ambiente festivo. Nuestro re<strong>la</strong>tor, entusiasmado, pensó aprovechar<br />

<strong>la</strong> oportunidad <strong>para</strong> entregar <strong>la</strong> ofrenda al patrono del pueblo. Dejó <strong>la</strong><br />

maleta en su casa y corrió hacia el sitio sagrado.<br />

“Queridos ciudadanos, <strong>la</strong> alcaldía tiene el gusto de honrar a tan<br />

grande hombre, célebre por <strong>la</strong>s hazañas realizadas <strong>para</strong> <strong>la</strong> fundación de<br />

este caserío escondido. Hoy se cumplen cuatrocientos años, cuando<br />

nuestro Capitán General don Antonio Ruiz y Cervera colocó en esta<br />

tierra el pendón donde ondeó, por vez primera, batido por los aires litorales<br />

de este pueblo, <strong>la</strong> Santa Cruz de nuestra religión”.<br />

Este fue parte del discurso escuchado por el novel bachiller, al colocarse<br />

frente al venerado santo. Re<strong>la</strong>ta Andrés Octavio: “En ese momento<br />

pensé que había desembarcado en un pueblo vecino. Hasta el<br />

momento que abandoné el terruño desconocía <strong>la</strong> existencia de ese Capitán<br />

General”.<br />

Andrés Octavio copió parte de <strong>la</strong> arenga del alcalde:<br />

“Nosotros los aquí reunidos, sabemos el significado del escudo y <strong>la</strong><br />

<strong>la</strong>nza, que en buen gusto enga<strong>la</strong>nan <strong>la</strong> estatua de nuestro fundador,<br />

pero es mi deber como alcalde, recordárselo a <strong>la</strong>s nuevas generaciones<br />

<strong>para</strong> que conozcan parte de <strong>la</strong> historia de este pueblo. La <strong>la</strong>nza, que en<br />

su mano derecha muestra el Capitán General, significa <strong>la</strong> bravura con<br />

<strong>la</strong> que el glorioso conquistador venció a los herejes acosadores de estos<br />

lugares; los manojos de trigo, significan <strong>la</strong> nueva p<strong>la</strong>nta que tras<strong>la</strong>dó<br />

desde <strong>la</strong> madre patria, <strong>para</strong> sembrar<strong>la</strong> en esta tierra conquistada, enriqueciendo<br />

<strong>la</strong> flora del territorio y <strong>la</strong> alimentación de los aborígenes de<br />

estas regiones. El libro, es <strong>la</strong> sagrada Biblia, con <strong>la</strong> cual convenció a los<br />

JQQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


apóstatas de estos <strong>para</strong>jes <strong>para</strong> cobijarlos bajo <strong>la</strong> fe cristiana. Demos<br />

gracias al egregio capitán porque nuestros ancestros aceptaron como<br />

guía espiritual y bienhechor, de todas <strong>la</strong>s actividades que se realizara en<br />

este territorio, a Dios, nuestro Señor”.<br />

En ese momento, Andrés Octavio —según lo re<strong>la</strong>ta— sintió que<br />

ese nuevo alcalde era un trapisondista, que estaba enredando el origen y<br />

desarrollo cultural del pueblo donde había nacido. Tuvo <strong>la</strong> intención de<br />

gritarle al discursiador ¡trapisondista!, pero prefirió esperar el fin de <strong>la</strong><br />

ceremonia.<br />

“Observemos el hermoso rocín. Éste patentiza <strong>la</strong> presencia y permanencia<br />

del noble fundador a lo <strong>la</strong>rgo de estas tierras agrestes, <strong>la</strong>s<br />

cuales recorrió sobre el lomo de su brioso corcel, llevando los evangelios<br />

a esos lugareños desconocedores de <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra de Dios”.<br />

Cuenta Andrés Octavio, que presenció cómo algunos de sus vecinos<br />

conocidos asentían con un movimiento de cabeza cada una de <strong>la</strong>s<br />

pa<strong>la</strong>bras pronunciadas por el alcalde. Todo esto aparece en el re<strong>la</strong>to del<br />

viejo amigo.<br />

El final del discurso fue el siguiente:<br />

“Debo agradecer a don Melecio, quien de bienhechora gana ofreció<br />

los buenos oficios, <strong>para</strong> recopi<strong>la</strong>r los momentos este<strong>la</strong>res de nuestro<br />

fundador. Por su empeño, pudo escribirse <strong>la</strong> gloriosa biografía del<br />

Capitán General don Antonio Ruiz y Cervera, resumida en el libro,<br />

que actualmente vende <strong>la</strong> alcaldía. De igual manera, quiero agradecer a<br />

doña Apascacia Ruiz de Carmona; su presencia ava<strong>la</strong> <strong>la</strong> estirpe del gran<br />

conquistador, puesto que <strong>la</strong> genealogía <strong>la</strong> coloca en el nadir de <strong>la</strong> descendencia<br />

del Capitán General don Antonio Ruiz y Cervera, el gran<br />

conquistador. Muchas gracias”.<br />

Andrés Octavio, cuenta que <strong>la</strong> profusión de ap<strong>la</strong>usos no se dejó<br />

esperar, se paró don Melecio al <strong>la</strong>do del alcalde y, finalmente, doña<br />

Apascacia, en espera de recibir los vítores y <strong>la</strong>s glorias de sus coterráneos.<br />

La presencia de tan notables personajes eclipsó <strong>la</strong> del nuevo<br />

bachiller, quien venía a colocar el bachillercito de p<strong>la</strong>ta en <strong>la</strong> punta de <strong>la</strong><br />

<strong>la</strong>nza de <strong>la</strong> estatua. Enfatiza el autor del re<strong>la</strong>to: “¡Aquello era una avi<strong>la</strong>ntez<br />

contra el venerado santo!”.<br />

Nuestro amigo esperó que <strong>la</strong> gente se disgregara por <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za. Observó<br />

con detenimiento <strong>la</strong> estatua; podía asegurar que era San Vanitum.<br />

Les preguntó a los conocidos por el santo, pero nadie supo darle información.<br />

Todos coincidieron que en ese lugar, desde hacía mucho tiempo,<br />

JQRJ<br />

La estatua


estaba colocada <strong>la</strong> estatua del fundador del pueblo. Interrogó a don Melecio<br />

por <strong>la</strong>s plegarias; éste contestó que jamás en <strong>la</strong> vida él había logrado<br />

rimar un verso: lo suyo era <strong>la</strong> prosa. Deseó averiguar sobre <strong>la</strong> cofradía de<br />

San Vanitum, pero doña Apascacia, sin mirarle <strong>la</strong> cara informó, que el<strong>la</strong><br />

estaba encargaba de <strong>la</strong>s hijas de María.<br />

Finalmente, Andrés Octavio fue a <strong>la</strong> casa parroquial <strong>para</strong> obtener<br />

alguna información de boca del párroco. El nuevo sacerdote confirmó<br />

desconocer <strong>la</strong> existencia de ese santo, además, aseguró que ese nombre<br />

no aparecía en el santoral de <strong>la</strong> Santa Iglesia Católica. El bachiller Andrés,<br />

tuvo vergüenza de preguntar por el libro sagrado de don Melecio,<br />

en el cual estaban recopi<strong>la</strong>das todas <strong>la</strong>s plegarias poéticas dedicadas al<br />

santo. En fin, a nuestro devoto, ni siquiera su propia familia dio razón<br />

del porqué del cambio de San Vanitum por el de Capitán General.<br />

Andrés Octavio pasó <strong>la</strong>s vacaciones en su pueblo natal, en espera<br />

del ingreso a <strong>la</strong> universidad, sin dejar de acudir todos los días a rezarle al<br />

santo preferido. Nadie entendía <strong>la</strong>s reverencias del muchacho ante <strong>la</strong><br />

estatua del Capitán General, fundador del pueblo.<br />

Todo lo referido anteriormente, aparece en <strong>la</strong>s notas entregadas<br />

por el amigo de infancia. En esta parte de <strong>la</strong> historia, cuenta <strong>la</strong> manera<br />

de despedirse del santo. Se negaba aceptar <strong>la</strong> existencia del Capitán<br />

General. Estaba probado y requeteprobado que San Vanitum era mi<strong>la</strong>groso,<br />

además, iba a ofrecerle, cuando regresara nuevamente, su título<br />

de ingeniero como ofrenda por los favores concedidos.<br />

“Como don Melecio rehusó escribir <strong>la</strong> plegaria, tuve que hacer uso<br />

de <strong>la</strong>s lecciones de literatura sobre <strong>la</strong> rima y el verso. Intenté varios,<br />

hasta que por fin redacté <strong>la</strong> plegaria pidiéndole al santo <strong>la</strong> ayuda <strong>para</strong> <strong>la</strong><br />

obtención del título de ingeniero civil”.<br />

Transcribo textualmente el verso, tal como aparece en sus notas.<br />

Los herejes al mechero,<br />

Vanitum al santoral,<br />

si me gradúo de ingeniero<br />

yo seré tu caporal.<br />

Con esta rogativa se despidió el bachiller y regresó a <strong>la</strong> capital <strong>para</strong><br />

estudiar ingeniería. Como no es <strong>la</strong> intención re<strong>la</strong>tar los sinsabores de<br />

un estudiante pobre de <strong>la</strong> provincia en <strong>la</strong> capital, centraré <strong>la</strong> historia en<br />

JQSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


lo que se refiere a <strong>la</strong> estatua de San Vanitum, hoy <strong>la</strong> del Capitán General<br />

Antonio Ruiz y Cervera.<br />

“Nuevamente regresé al pueblo con el título de ingeniero civil, dispuesto<br />

a presentarme como un caporal ante el santo preferido, tal y<br />

como lo había prometido. La intención era meter en cintura a mis coterráneos<br />

en el culto y veneración de <strong>la</strong> imagen de San Vanitum. En <strong>la</strong><br />

maleta traía una fotocopia reducida, montada en un cuadrito con marco<br />

de p<strong>la</strong>ta, del título de ingeniero, el cual colocaría en <strong>la</strong> punta de <strong>la</strong><br />

<strong>la</strong>nza mi<strong>la</strong>grosa del santo”.<br />

Parece ser, que el novel profesional regresó con <strong>la</strong> intención de<br />

reconquistar el pueblo hacia una vocación de fervor del antiguo santo<br />

patrono. Pero cinco años son muchas y demasiadas <strong>la</strong>s cosas que acontecen<br />

en una comunidad durante esa marcada ausencia. Veamos qué<br />

ocurrió al llegar Andrés Octavio a <strong>la</strong> patria chica.<br />

En el momento, cuando <strong>la</strong> <strong>la</strong>ncha donde viajaba el joven ingeniero<br />

atracó en el muelle del pueblo, había una bataho<strong>la</strong> en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za. Al parecer,<br />

el arribo coincidió con <strong>la</strong> celebración de <strong>la</strong>s fiestas patronales. De<br />

inmediato él pensó que los lugareños habían reanudado el culto a San<br />

Vanitum. Dejó en <strong>la</strong> casa el equipaje y acudió a <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za con <strong>la</strong> miniatura<br />

del título de ingeniero civil. Llegó al sitio de reunión, observó y escuchó<br />

al nuevo alcalde, elegido por votación directa y secreta de los ciudadanos,<br />

elevando <strong>la</strong> siguiente arenga a los presentes.<br />

“Ciudadanos, <strong>para</strong> nosotros no es nada nuevo enumerar <strong>la</strong>s victorias<br />

y <strong>la</strong>s glorias obtenidas en el ejército libertador, por el héroe de <strong>la</strong><br />

patria, a quien estamos rindiéndole un merecido homenaje en el día de<br />

hoy. El coronel Miguel de Alvarado Altamirano no necesita presentación.<br />

Por todos es conocido que el ínclito personaje abandonó <strong>la</strong>s comodidades<br />

de <strong>la</strong>s tropas realistas <strong>para</strong> incorporarse a <strong>la</strong>s huestes patrióticas.<br />

Entregó a nuestro país su experiencia como soldado del rey contra <strong>la</strong>s<br />

tropas napoleónicas, <strong>para</strong> luego convertirse en acérrimo enemigo de <strong>la</strong><br />

corona españo<strong>la</strong>. Tenemos al frente un gran republicano, quien, a pesar<br />

del yelmo llevado sobre <strong>la</strong> cabeza, símbolo del conquistador, luchó en<br />

aras de <strong>la</strong> libertad de nuestro pueblo. Bien lo supo esculpir el artista,<br />

mirando el cielo en <strong>la</strong> búsqueda del camino; éste debió ser su asiento<br />

después de morir en el campo de batal<strong>la</strong>”.<br />

Re<strong>la</strong>ta el ingeniero, que el asombro fue superior al de cinco años<br />

atrás. No entendía en absoluto lo que estaba sucediendo. Pensó que los<br />

vecinos del terruño estaban afectados de una especie de locura colectiva.<br />

JQTJ<br />

La estatua


JQUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />

No entendía cómo una estatua cambiara de representado cada cinco<br />

años. Andrés Octavio, cuenta en su re<strong>la</strong>to, que afinó el oído <strong>para</strong> escuchar<br />

con detenimiento <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras del alcalde.<br />

El escultor tuvo un acierto cuando representó al coronel don Miguel<br />

de Alvarado Altamirano en una estatua, donde se destaca una <strong>la</strong>nza.<br />

Esta simboliza el valor con el cual nuestro patriota combatió los ejércitos<br />

de su majestad. En el escudo observamos un manojo de espigas; el<strong>la</strong>s<br />

representan <strong>la</strong> extensa l<strong>la</strong>nura por donde guerreó nuestro augusto personaje;<br />

además, un hermoso caballo. Con ese animal recorrió nuestras p<strong>la</strong>nicies<br />

persiguiendo y derrotando con su <strong>la</strong>nza vencedora al oprobioso<br />

ibero. Finalmente, miren el libro abierto, en él se patentiza <strong>la</strong> solidaridad<br />

con el acta de independencia, a <strong>la</strong> cual había jurado defender”.<br />

Cualquiera que siga el re<strong>la</strong>to de Andrés Octavio debe tener presente<br />

<strong>la</strong> sorpresa que el referido discurso causaba a nuestro devoto de<br />

San Vanitum. Toda <strong>la</strong> culpa de lo sucedido se <strong>la</strong> echó a <strong>la</strong>s sectas evangélicas<br />

que estaban modificando el patrimonio religioso de su comunidad.<br />

Olvidemos <strong>la</strong>s interpretaciones políticas y religiosas de nuestro<br />

re<strong>la</strong>tor y leamos el final del discurso.<br />

“Quiero agradecer a los presentes, pero en especial a Don Melecio,<br />

quien con elegante prosa logró recopi<strong>la</strong>r en un libro, al que catalogo<br />

como un gran poema épico, simi<strong>la</strong>r a <strong>la</strong> prosa de Homero. En éste, describe<br />

<strong>la</strong>s gloriosas batal<strong>la</strong>s donde participó nuestro eximio Coronel. Dicho<br />

compendio pueden adquirirlo en <strong>la</strong> alcaldía por una módica suma.<br />

De igual manera, quiero destacar <strong>la</strong> presencia de doña Apascacia Ruiz<br />

de Carmona y Altamirano, pariente consanguínea, en tercera generación,<br />

de nuestro homenajeado. Finalmente, deseo que los aquí presentes<br />

secunden una moción que dejo gravitar en este augusto auditorio:<br />

deseo que el coronel don Miguel de Alvarado Altamirano sea dec<strong>la</strong>rado<br />

hijo ilustre de este pueblo”.<br />

De acuerdo con <strong>la</strong> lectura, tuve <strong>la</strong> impresión que <strong>la</strong> propuesta <strong>la</strong><br />

aprobaron con un profuso ap<strong>la</strong>uso por unanimidad. De esta manera, el<br />

alcalde finalizó su discurso. Andrés Octavio continuó describiendo lo<br />

presenciado.<br />

“De inmediato dirigí <strong>la</strong> mirada hacia don Melecio, aunque muy<br />

viejo, se distinguía entre sus arrugas una escuálida sonrisa de satisfacción.<br />

También pude observar a doña Apascacia, <strong>la</strong> tenían sentada en una sil<strong>la</strong><br />

de cuero de chivo, cual personaje inmortal. Parecía una momia viviente,


JQVJ<br />

La estatua<br />

ya no se le veía en el rostro muestra de tristeza, de alegría, sólo se observaba<br />

un montón de arrugas rodeadas por una cara y un cuerpo. Le calculé,<br />

en ese instante, como trescientos años”.<br />

El ingenuo ingeniero agarró con rabia su título en miniatura y con<br />

todo y <strong>la</strong> montura de p<strong>la</strong>ta, lo tiró con rabia al mar. Nuestro hombre se<br />

preguntó: “¿Qué pasó con San Vanitun? ¿Qué hicieron los evangélicos<br />

con nuestro pueblo?”<br />

No se preocupó por interrogar a nadie sobre lo ocurrido; sabía que<br />

iba a obtener <strong>la</strong> misma respuesta de hace cinco años. Andrés Octavio<br />

juró que investigaría lo que había sucedido en el pob<strong>la</strong>do. No tuvo otra<br />

alternativa sino <strong>la</strong> de mantener c<strong>la</strong>ndestina <strong>la</strong> devoción por el santo<br />

preferido, tal como los cristianos en <strong>la</strong>s catacumbas romanas.<br />

El joven ingeniero, antes de llegar a <strong>la</strong> casa familiar, había hecho<br />

algunas diligencias <strong>para</strong> estudiar un posgrado en una universidad españo<strong>la</strong>,<br />

hacia donde partiría una vez finalizadas <strong>la</strong>s vacaciones en el pueblo.<br />

Por lo tanto, el devoto c<strong>la</strong>ndestino de San Vanitun abandonó <strong>la</strong><br />

tierra que lo vio nacer, no sin antes hacerle una rogativa de despedida,<br />

que él mismo redactó:<br />

San Vanitum, qué desagrado,<br />

te juro, no sé qué pasó<br />

ayúdame en el posgrado<br />

que a los herejes los saco yo.<br />

En fin, el ingeniero fue a <strong>la</strong> madre patria a realizar un posgrado en<br />

estructura. Allá pasó cuatro años, no sin antes aprovechar <strong>la</strong> estadía <strong>para</strong><br />

dirigirse a Sevil<strong>la</strong> e investigar en el Real Archivo de Indias sobre <strong>la</strong>s<br />

goletas <strong>la</strong>s cuales, con frecuencia, realizaban viajes desde <strong>la</strong>s colonias<br />

americanas hacia el reino Ibero.<br />

Fue al término de <strong>la</strong> estadía cuando, ya logrado su título de especialización,<br />

finalizó <strong>la</strong> investigación en Andalucía.<br />

“En mis pesquisas concluí, que en una goleta proveniente del virreinato<br />

de Santa Fe, estaba como pasajero el regidor don Pascual<br />

Cevallos de Céspedes, quien había culminado sus servicios a <strong>la</strong> corona;<br />

una vez rico, retirado y anciano, regresaba a <strong>la</strong> tierra natal, <strong>la</strong> región de<br />

Extremadura. Para allá volvía con <strong>la</strong> familia, con el equipaje y con el oro<br />

que había logrado acumu<strong>la</strong>r en <strong>la</strong> colonia americana. Además, <strong>la</strong> goleta<br />

llevaba entre <strong>la</strong> carga una estatua, <strong>la</strong> cual el regidor se había mandado a


esculpir por un famoso artista del virreinato, <strong>para</strong> exaltar su bizarría.<br />

Parece ser que el navío presentó algún problema y tuvo que tirar al mar<br />

los objetos más pesados, entre ellos <strong>la</strong> estatua de nuestro vanidoso funcionario<br />

real. Tal acontecimiento se produjo cerca de <strong>la</strong> costa de mi<br />

pueblo, según muestran <strong>la</strong>s cartas de navegación del bergantín.”<br />

Qué tremenda decepción debió sufrir nuestro devoto amigo, al<br />

conocer <strong>la</strong> verdadera historia de <strong>la</strong> venerada estatua. La trastada, jugada<br />

por el destino al joven ingeniero con postgrado, no tenía perdón. Después<br />

de más de veinticinco años de engaño ¿qué podía hacer con su vida<br />

religiosa? Cuenta Andrés Octavio, que quemó <strong>la</strong> fe de bautismo frente a<br />

<strong>la</strong> catedral de Sevil<strong>la</strong>; fue acusado por b<strong>la</strong>sfemo y hereje por un joven<br />

seminarista, quien pasaba cerca del sitio donde el arrepentido hacía el<br />

acto diabólico. Luego de lo anterior, se inscribió en una secta satánica<br />

<strong>para</strong> combatir a los católicos, a los musulmanes, a los protestantes, a los<br />

judíos y a cualquier cosa que oliera a sacerdote, ayatolá, pastor, rabino,<br />

gurú o algo por el estilo.<br />

Andrés Octavio terminó el postgrado, regresó al pueblo <strong>para</strong> <strong>contar</strong>le<br />

a sus coterráneos ignorantes el descubrimiento. Abandonó el<br />

barco y fue directamente a <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za <strong>para</strong> insultar a <strong>la</strong> estatua. Al llegar al<br />

antiguo sitio sagrado, recibió una nueva frustración: en el pedestal,<br />

donde reposaba <strong>la</strong> figura mi<strong>la</strong>grosa, el fundador del pueblo o el gran<br />

republicano, ahora existía un enorme obelisco de seis metros de alto. Al<br />

pie del monumento había una p<strong>la</strong>ca donde estaba inscrito lo siguiente:<br />

“En honor al soldado desconocido. De los hijos de <strong>la</strong> patria”.<br />

“Pregunté por <strong>la</strong> estatua y me informaron que estaba en <strong>la</strong> casa de<br />

doña Apascacia. Dirigí los pasos hacia el domicilio de <strong>la</strong> vieja con <strong>la</strong><br />

intención de insultar al regidor, <strong>para</strong> rec<strong>la</strong>marle los años perdidos en <strong>la</strong><br />

devoción. Cuando llegué al hogar de <strong>la</strong> mujer inmortal localicé <strong>la</strong> figura<br />

de mármol del ilustre realista don Pascual Cevallos de Céspedes. Estaba<br />

en el corral, junto con los animales, tirada y abandonada de ceremonias y<br />

ha<strong>la</strong>gos. Al insigne español lo honraban <strong>la</strong>s deposiciones, que sobre su<br />

cara y cuerpo, habían hecho <strong>la</strong>s gallinas, los patos y los cochinos de doña<br />

Apascacia.<br />

Parece que Andrés Octavio no se conformó con esta venganza y,<br />

como estaba ducho en eso de redactar plegarias en versos, recitó en voz<br />

alta y con gran satisfacción su última inspiración:<br />

JRMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JRNJ<br />

Vanitum, santo maldito,<br />

tú no eres santo ni nada,<br />

pero te ves bien bonito<br />

con tu cara bien cagada.<br />

La estatua<br />

Así finalizó el re<strong>la</strong>to Andrés Octavio. Al terminar <strong>la</strong> lectura reflexioné<br />

sobre <strong>la</strong> naturaleza de los humanos y <strong>la</strong> virtud de cambiar de opinión,<br />

cada cierto tiempo, sobre <strong>la</strong>s personas y sobre los acontecimientos<br />

de los cuales, muchas veces, somos protagonistas.


Edén y Averno<br />

Cuando recuperé el conocimiento, después del accidente, observé<br />

una luz bril<strong>la</strong>nte alumbrando intensamente mi rostro y el cuerpo.<br />

Espabilé. Un señor vestido de b<strong>la</strong>nco, mesándose sus luengas y níveas<br />

barbas, estaba observándome con detenimiento. Esto sosegó mi ánimo,<br />

tenía <strong>la</strong> seguridad de encontrarme en el cielo. Salí del estupor en el<br />

momento que el señor barbado preguntó: “¿Cómo te sientes?”. Luego,<br />

<strong>para</strong> tranquilizarme, con una voz apacible y humana, sentenció:<br />

—Olvida <strong>la</strong>s preocupaciones, pronto sanarás y abandonarás el hospital<br />

—en ese instante, me di cuenta que había regresado al infierno.<br />

RP<br />

àìåáç OMMM


Siete cruces en Agua de Vaca<br />

Soy agüevaquero. Ustedes creerán que soy algo así como un cuáquero,<br />

un mormón, un feligrés de una de esas religiones que todos los<br />

años invaden al país o pensarán que soy militante de una de esas sectas<br />

que están pudriéndoles el cerebro a los jóvenes del globo terrestre. No<br />

señor, <strong>para</strong> vuestra tranquilidad, ese es mi gentilicio. Nací en un pueblo<br />

insu<strong>la</strong>r l<strong>la</strong>mado Agua de Vaca, situado muy cerca de <strong>la</strong> costa, donde el<br />

aire fresco, el salitre y el olor a pescado forman parte del paisaje de esa<br />

pequeña región.<br />

Como dije antes, nací, me crié, estudié y trabajé en Agua de Vaca,<br />

hasta que, por razones <strong>la</strong>borales, tuve que abandonar <strong>la</strong> is<strong>la</strong> y dirigirme a<br />

<strong>la</strong> capital. Sin embargo, son tantos los recuerdos evocados cuando estoy<br />

fuera de mi patria chica, que cada vez que puedo, voy a pasar <strong>la</strong>s vacaciones<br />

al terruño. Entonces, allí dedico mi vida disfrutando del aire insu<strong>la</strong>r,<br />

compartiendo con los coterráneos y deleitándome en admirar con<br />

regocijo cada milímetro del paisaje.<br />

Recién pasé unas vacaciones y como es mi costumbre, recorro el<br />

cementerio <strong>para</strong> conocer por vía directa <strong>la</strong>s personas que han hecho del<br />

campo santo <strong>la</strong> nueva residencia. Esta vez, me sorprendieron siete tumbas<br />

de algunos personajes conocidos desde <strong>la</strong> infancia. Las sepulturas<br />

RR


JRSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />

estaban colocadas una a continuación de <strong>la</strong> otra con fechas de fallecimientos<br />

casi seguidas; dos de el<strong>la</strong>s cenotafios y en <strong>la</strong>s otras cinco, los<br />

restos reposan en una paz sepulcral. En vida, eran del tipo de personas<br />

que en los pueblos son muy popu<strong>la</strong>res, por una u otra razón. En fin,<br />

estas muertes tan repentinas y consecutivas parecían algo extrañas.<br />

Como eran cosas de difuntos me dirigí a <strong>la</strong> casa de Crispinita<br />

Marcano, una persona avezada en lo que se refiere a muertos; el<strong>la</strong> es <strong>la</strong><br />

que siempre dirige los rosarios, tanto en el velorio como en los novenarios<br />

y por lo tanto debía estar enterada de lo ocurrido.<br />

Crispinita es una mujer nacida vieja, vive siendo vieja. Creo que<br />

vivirá eternamente como una vieja y nunca morirá. La recuerdo desde<br />

que yo era joven, tenía toda su piel envuelta con una manta de arrugas.<br />

Nunca he visto a una hechicera. Pienso que por su apariencia, hubiese<br />

servido <strong>para</strong> interpretar <strong>la</strong> bruja de B<strong>la</strong>nca Nieves. La figura enjuta de<br />

gran estatura, el pelo siempre despeinado, los dientes carcomidos de<br />

tanto mascar tabaco, le daban un raro aspecto. Pero a su favor puedo<br />

decir, que este rostro distaba mucho del carácter y conversación de <strong>la</strong><br />

amiga. Cuando estoy a su <strong>la</strong>do, bajo una palmera y una bebida refrescante,<br />

podemos p<strong>la</strong>ticar horas y horas sin importar el tiempo que permanezcamos<br />

juntos.<br />

Teniendo como fondo un gran manto azu<strong>la</strong>do, musicalizado por <strong>la</strong><br />

cadencia de <strong>la</strong>s o<strong>la</strong>s del mar, inicié <strong>la</strong> conversación con el único interés de<br />

averiguar sobre los dos cenotafios y <strong>la</strong>s cinco tumbas que vi en el cementerio.<br />

Sabía que Crispinita tenía <strong>la</strong> respuesta, porque desde que <strong>la</strong><br />

conozco siempre ha estado presente en todos los actos fúnebres del<br />

pueblo. En los velorios tiene por costumbre, antes de dar inicio a los<br />

rezos, tal como si fuera un médico forense, decir el nombre o el apodo<br />

del antiguo vivo y dar <strong>la</strong> causa de su muerte. Recuerdo cuando murió mi<br />

tío; dijo con voz solemne, manteniendo el tabaco en su mano izquierda:<br />

—Goyito Sa<strong>la</strong>zar, te falló el corazón y te moriste; que en paz descanse.<br />

Iniciemos el rosario.<br />

En efecto el tío Gregorio había muerto de un infarto. Después de<br />

estas pa<strong>la</strong>bras comenzó el acto sagrado y el<strong>la</strong>, como directora de un<br />

orfeón, dirigió los rezos.<br />

La conversación con Crispi, así <strong>la</strong> l<strong>la</strong>maban, fue muy <strong>la</strong>rga, me dio<br />

los detalles de lo ocurrido a <strong>la</strong>s personas enterradas en <strong>la</strong>s siete tumbas y<br />

sentenció:<br />

—Eso le pasó a esos grandes carajos por vio<strong>la</strong>r <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra sagrada.


JRTJ<br />

Siete cruces en Agua de Vaca<br />

Como debo <strong>contar</strong> el chisme, voy presentar a cada uno de los personajes<br />

<strong>para</strong> que se familiaricen con ellos y a manera pedagógica voy a<br />

se<strong>para</strong>r el re<strong>la</strong>to en capítulos.<br />

Capítulo 1: La “fortuna” del pobre<br />

Abelcaín nació <strong>para</strong> mendigo. Desde que lo conocí <strong>la</strong> pasaba mendigando<br />

por toda <strong>la</strong>s calles. Siempre lo veíamos deambu<strong>la</strong>ndo por el<br />

pob<strong>la</strong>do vestido con harapos, llevando una bolsa sucia y un <strong>perro</strong> cancerbero<br />

que le hacía compañía. Nunca supe si en realidad Abelcaín era<br />

su nombre o apodo, pero con ese nombre fue como lo conocí; todo el<br />

mundo desconocía el apellido. Un día se p<strong>la</strong>ntó en el pueblo como una<br />

mata de cují y no quiso salir de Agua de Vaca.<br />

Abelcaín se residenció en un rancho, el cual hacía tiempo habían<br />

abandonado unos pescadores. Allí, junto a cancerbero, vivía del producto<br />

obtenido de <strong>la</strong> mendicidad. En los pueblos costeños, afortunadamente,<br />

nunca escasea <strong>la</strong> comida, por lo menos siempre puede<br />

conseguirse algo, aunque sea una sardina, <strong>para</strong> cuando aprieta el hambre.<br />

A Abelcaín lo observaban todas <strong>la</strong>s mañanas en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya, en<br />

espera de los barcos pesqueros regresado de sus faenas. Nunca faltaba<br />

un pescador que le rega<strong>la</strong>ra alguno que otro pescado, <strong>para</strong> que el<br />

pedigüeño no muriera de hambre.<br />

Es evidente que <strong>la</strong> biografía de un mendigo no puede ser muy<br />

extensa, a menos que sea <strong>la</strong> de un personaje llegado a ese estado por<br />

algún problema existencial y no creo que ese fue el caso de Abelcaín. El<br />

mendigo, lo único que hacía era mendigar con su bolsa a cuestas bajo <strong>la</strong><br />

vigi<strong>la</strong>ncia del fiel cancerbero con el que compartía los pocos alimentos.<br />

Las actuaciones de <strong>la</strong>s personas en Agua de Vaca tienen un carácter<br />

religioso. Entre <strong>la</strong>s vecinas del pueblo se turnaban <strong>para</strong> llevarle comida y<br />

alguna que otra ropa. Nunca faltaron los óbolos <strong>para</strong> contribuir con <strong>la</strong><br />

existencia del mendigo, los cuales nunca gastaba, ni siquiera en aguardiente,<br />

porque el hombre era abstemio. Nunca se le vio tomando, ni<br />

siquiera una cerveza —algo raro por estos lugares—. Sentenció <strong>la</strong> re<strong>la</strong>tora.<br />

Un día dejó de mendigar. Nunca supimos <strong>la</strong> razón —dijo Crispinita—.<br />

Abelcaín desistió de recorrer <strong>la</strong>s calles. Pero como en los pueblos<br />

hay siempre gente generosa, algunas de el<strong>la</strong>s iban a su casa, le<br />

rega<strong>la</strong>ban un p<strong>la</strong>to de comida y le entregaban alguno que otro dinero.<br />

Pero lo más curioso es: nadie estaba enterado en qué gastaba <strong>la</strong>s limosnas,<br />

puesto que su vestuario siempre era el mismo.


JRUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />

Reiteró Crispinita, que un día el mendigo decidió quedarse en su<br />

rancho. Permanecía siempre sentado abrazando su bolsa sucia y vieja,<br />

bajo <strong>la</strong> mirada vigi<strong>la</strong>nte de su fiel cancerbero. Todos los vecinos le indicaban<br />

que debía salir a caminar porque “<strong>la</strong>s piernas se le iban a entiesar”,<br />

además, se podía enfermar. Pero está visto que ni los adultos, y<br />

mucho menos un mendigo, razonan por consejo ajeno. El hombre se<br />

mantenía en su rancho aferrado al sórdido vademécum.<br />

Cierto día, cuando el viejo Ildefonso le llevó unas sardinas y una<br />

arepa <strong>para</strong> el desayuno, lo encontró asido a su bolso inmundo, profundamente<br />

dormido. El acompañante de Abelcaín miró al visitante como<br />

con angustia, como si quisiera comunicarle algo. Ildefonso afirmó que el<br />

<strong>perro</strong> tenía lágrimas en sus ojos. Todos en el pueblo dijeron que eso era<br />

embuste porque los animales no lloran, pero él aseguró que había visto<br />

llorar al fiel cancerbero. En fin, el hombre con el p<strong>la</strong>to de comida l<strong>la</strong>mó a<br />

Abelcaín pero éste no dio respuesta, trató de moverlo con un <strong>la</strong>rgo palo<br />

—porque debido a su suciedad nadie se atrevía a tocarlo— y el indigente<br />

no reaccionó, permanecía aferrado al sucio bolso. A pesar del olor que<br />

despedía, Ildefonso se acercó y notó que Abelcaín no parpadeaba, no<br />

respiraba, entonces comprendió que el pobre estaba muerto.<br />

Algunos curiosos del pueblo, incluyendo al padre Anselmo, propusieron<br />

que debía registrarse <strong>la</strong> bolsa <strong>para</strong> ver si encontraban el nombre de<br />

algún familiar, con <strong>la</strong> finalidad de avisarles. Costó mucho se<strong>para</strong>r al<br />

mendigo del vademécum al cual se mantuvo aferrado durante toda <strong>la</strong><br />

vida y aún después de muerto. Cuando <strong>la</strong> abrieron, los testigos presentes<br />

se asombraron al ver que <strong>la</strong> bolsa estaba atiborrada de monedas y billetes,<br />

producto de <strong>la</strong> limosna que los pob<strong>la</strong>dores de Agua de Vaca le<br />

habían hecho llegar.<br />

El sacerdote convino, que a falta de familia, el dinero se debía disponer<br />

<strong>para</strong> darle al pobre un entierro cristiano y el sobrante lo tomaría<br />

<strong>para</strong> <strong>la</strong> iglesia, como una contribución del indigente a <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong><br />

Virgen. Gracias a el<strong>la</strong>, a sus mi<strong>la</strong>gros y a <strong>la</strong> caridad de <strong>la</strong>s personas —dijo<br />

el clérigo—, el buen mendigo había podido subsistir. Nadie puso objeción,<br />

pero tampoco conocieron el monto de lo encontrado en <strong>la</strong> bolsa.<br />

Según testimonia <strong>la</strong> re<strong>la</strong>tora.<br />

El <strong>perro</strong> acompañó los despojos de Abelcaín hasta que lo metieron<br />

en <strong>la</strong> tumba y después siguió <strong>la</strong> vida de vagabundo a <strong>la</strong> que lo había<br />

acostumbrado su dueño.


JRVJ<br />

Siete cruces en Agua de Vaca<br />

Crispinita contó todos los pormenores y <strong>la</strong>s cifras con <strong>la</strong>s que diferentes<br />

personas del pueblo especu<strong>la</strong>ron sobre el contenido del bolso:<br />

unos hab<strong>la</strong>ban de miles, otros de millones y otros de billones. Total<br />

nunca se supo <strong>la</strong> cantidad de dinero que Abelcaín había logrado acumu<strong>la</strong>r<br />

en su bolsa raída y sucia.<br />

En Agua de Vaca, como en todos los pueblos, un velorio es un acto<br />

social donde se reúnen los más conspicuos personajes. Me dijo Crispinita,<br />

que en <strong>la</strong> iglesia, donde se hizo una misa de cuerpo presente,<br />

estaban, entre otros, el padre Anselmo, Garibaldi, dueño del supermermercado,<br />

los hermanos Vil<strong>la</strong>rroel jugadores de gallos, hasta el viejo<br />

Ildefonso, quien descubrió el cadáver. Evidentemente que no faltó <strong>la</strong><br />

directora del rosario, quien narró como una sentencia, tal como lo dijo<br />

en el velorio antes de iniciar el rezo, el motivo de su muerte: “A Abelcaín<br />

lo mató <strong>la</strong> avaricia”.<br />

Capítulo 2: La siestecita<br />

Cuando llegaban los barcos de <strong>la</strong>s faenas de pesca, no sólo Abelcaín<br />

frecuentaba <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya, había un personaje que siempre estaba presente en<br />

espera del arribo de <strong>la</strong>s naves de los pescadores. Su nombre era Fidelito<br />

Maneiro, alias “Caguepato”, cuyo apodo tenía que ver con <strong>la</strong> gran actividad<br />

y el trabajo que realizaba el buen hombre. “Caguepato” no hacía<br />

absolutamente nada, ni siquiera le gustaba mendigar, porque todo le<br />

daba flojera, de allí el apodo que le encasquetó Crispinita desde que<br />

Fidelito estaba en <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>. El<strong>la</strong> decía que era más flojo que excremento<br />

de pato. No había quien lo sacara de su <strong>la</strong>situd.<br />

“Caguepato” frecuentaba <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> de p<strong>la</strong>ya <strong>para</strong> compartir con los<br />

pescadores el desayuno, el almuerzo y <strong>la</strong> cena, porque afirmaba que le<br />

daba flojera caminar hasta su casa <strong>para</strong> satisfacer tal necesidad. Los pescadores<br />

le daban <strong>la</strong>s sobras y él se conformaba con eso, después se sentaba<br />

un rato <strong>para</strong> mirar el mar y luego se acostaba a dormir en alguno de<br />

los botes que estaban desocupados.<br />

Recuerdo, Fidelito, desde que yo era muy pequeño: lo botaron de<br />

<strong>la</strong> escue<strong>la</strong> por flojo, a pesar de los ruegos de <strong>la</strong> madre y del padre. Era<br />

tanto el desaliento del muchacho que, cuando se le caía un cuaderno<br />

permanecía de pie, esperando que algún compañero lo recogiera. La<br />

madre optó por entregárselo al padre Anselmo <strong>para</strong> quitarle el “mal de<br />

ojo”. El buen sacerdote lo colocó como monaguillo, oficio en el cual<br />

duró poco. En cierta ocasión se quedó dormido sobre el altar mayor


con <strong>la</strong> bandeja de <strong>la</strong>s hostias. Cuando el sacerdote lo vio tendido sobre<br />

<strong>la</strong> alfombra algunos escucharon, yo entre ellos: “Me cago en <strong>la</strong> hostia.<br />

Llévense a este perdu<strong>la</strong>rio perezoso lejos del altar”. Luego de esta experiencia,<br />

<strong>la</strong> madre le pidió a Garibaldi que lo empleara en el supermercado;<br />

el italiano, al segundo día de trabajo lo encontró dormido en el<br />

depósito, acostado sobre los sacos de harina. Finalmente, Ildefonso,<br />

como buen nadador, quiso enseñar a Fidelito a nadar y el mocoso evidenció<br />

su flojera <strong>para</strong> ese deporte. Bien se merecía el sobrenombre<br />

“Caguepato”.<br />

En el re<strong>la</strong>to, Crispinita manifestó que el<strong>la</strong> misma había recomendado<br />

a <strong>la</strong> madre de Fidelito, que colocara sobre <strong>la</strong> cabeza del muchacho<br />

un turbante embadurnado de azufre, a ver si el perezoso maduraba un<br />

poco. Recuerdo haberlo visto en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya, con <strong>la</strong> cabeza tapada con un<br />

paño, parecía un príncipe hindú. Nunca olvidaré el olor sulfuroso con<br />

que se impregnaba el ambiente, mucha gente lo confundía hasta con el<br />

mismo diablo. Pero “Caguepato” seguía en su molicie. La <strong>la</strong>situd <strong>la</strong><br />

tenía incrustada en el alma, en <strong>la</strong>s venas y en los huesos.<br />

“Caguepato” crecía, llevado de <strong>la</strong> mano por <strong>la</strong> flojera. Nunca desempeñó<br />

un oficio o realizó actividad alguna. Se <strong>la</strong> pasaba comiendo<br />

con los pescadores, mirando el mar y durmiendo en uno de los botes.<br />

Un día, <strong>para</strong> <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong> Virgen, anunciaron, <strong>para</strong> <strong>la</strong> noche una<br />

fuerte tempestad. Los pescadores pidieron a Fidelito que no se quedara<br />

durmiendo en el bote; corría grave peligro. Pero <strong>la</strong> flojera pudo más.<br />

“Caguepato” hizo caso omiso de los consejos y fue a dormir en uno de<br />

los botes. Durante <strong>la</strong> noche, <strong>la</strong> tormenta fue tan fuerte que rompió <strong>la</strong>s<br />

amarras que aseguraba el bajel donde dormía el perezoso. La marea<br />

arrastró <strong>la</strong> pequeña nave y más nunca se supo de Fidelito.<br />

Crispinita refirió, que no se pudo hacer <strong>la</strong> misa de cuerpo presente,<br />

sino que se usó una urna como representación del difunto. En el cementerio<br />

se construyó el cenotafio: monumento donde <strong>la</strong> familia reza<br />

por el alma del flojo perdido. Las oraciones evitarían que el espíritu de<br />

“Caguepato” deambu<strong>la</strong>ra por Agua de Vaca en búsqueda de otra víctima.<br />

Crispinita sentenció tal como lo había hecho en el velorio: “A<br />

Fidelito “Caguepato” lo mató <strong>la</strong> pereza”.<br />

Capítulo 3: Tritón de los siete mares<br />

Dos p<strong>la</strong>ceres tenía el viejo Ildefonso: jugar a los gallos y nadar. Para<br />

comp<strong>la</strong>cer el primero, se le veía en <strong>la</strong> gallera del pueblo apostando grandes<br />

JSMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


sumas de dinero. Entre sus contrincantes estaban los gallos de los hermanos<br />

Vil<strong>la</strong>rroel: Donato y Pedro María, criadores de gallos de pelea,<br />

viciosos furibundos de este juego. Para satisfacción de <strong>la</strong> segunda dicha,<br />

se levantaba muy temprano y nadaba dos horas en <strong>la</strong>s límpidas aguas<br />

que circundan <strong>la</strong> is<strong>la</strong>.<br />

Debo decir que Ildefonso durante <strong>la</strong> juventud ganó varias medal<strong>la</strong>s<br />

como nadador. A dos kilómetros de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya se encontraba una gran<br />

piedra, que l<strong>la</strong>mábamos el “Peñón de <strong>la</strong> Virgen”. Durante <strong>la</strong>s fiestas patronales<br />

se realizaban competencias <strong>para</strong> ir a nado hasta <strong>la</strong> roca y regresar<br />

nuevamente a <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya. Durante cinco años seguidos Ildefonso<br />

ganó el primer lugar. Esto lo demostraba exhibiendo cinco preseas colgándole<br />

del cuello, <strong>la</strong>s cuales lo acreditaban como el mejor nadador de<br />

Agua de Vaca. Siempre decía, con fatuidad, que se había retirado de <strong>la</strong><br />

contienda <strong>para</strong> darle oportunidad a los jóvenes. Pero mientras vivió<br />

nunca se quitó <strong>la</strong>s medal<strong>la</strong>s de <strong>la</strong>s que se sentía orgulloso y vanidoso,<br />

por eso sus paisanos lo miraban como a un hombre pedante y jactancioso.<br />

Tenía un sentimiento muy elevado de su persona; nunca perdía<br />

oportunidad <strong>para</strong> hacer a<strong>la</strong>rde de sus gestas gloriosas.<br />

En el penúltimo día de <strong>la</strong> celebración de <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong> Virgen,<br />

Ildefonso dijo que le iba a demostrar a esos cagaleches lo que era un<br />

buen nadador. Todo el mundo le recordaba —me dijo Crispinita—,<br />

que ya no era un muchacho. Todos en Agua de Vaca sabíamos, que en<br />

el camino hacia el peñón había corrientes submarinas traicioneras y que<br />

podían darle un susto. Lamentablemente, los consejos son como <strong>la</strong>s<br />

hojas secas, son sólo pa<strong>la</strong>bras que se <strong>la</strong>s lleva el viento.<br />

El día de <strong>la</strong> competencia, el viejo Ildefonso llegó temprano, enga<strong>la</strong>nado<br />

con sus medal<strong>la</strong>s de campeón. Lo vieron hacer los ejercicios de<br />

calentamiento <strong>para</strong> tonificar los músculos. No tenía <strong>la</strong> postura ni el<br />

cuerpo de cuando era joven. Garibaldi y los hermanos Vil<strong>la</strong>rroel trataron<br />

de persuadirlo <strong>para</strong> que desistiera de esa locura, pero el viejo<br />

esponjó el pecho y sentenció: “Ya verán estos cagaleches quién es el<br />

campeón”.<br />

Se dio <strong>la</strong> partida, de inmediato los participantes corrieron hacia el<br />

agua, debían nadar con mucha energía hacia el Peñón de <strong>la</strong> Virgen. Me<br />

dijo Crispinita, que con su mirada siguió el trayecto del viejo campeón<br />

pero llegó el momento que lo perdió. El<strong>la</strong> lo atribuyó a <strong>la</strong> avanzada edad<br />

y a <strong>la</strong> catarata. Cruzaron <strong>la</strong> meta los participantes, el viejo Idelfonso no<br />

llegó de primero, ni de segundo, ni de tercero, simplemente no apareció.<br />

JSNJ<br />

Siete cruces en Agua de Vaca


JSOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />

Se dio <strong>la</strong> voz de a<strong>la</strong>rma y de inmediato los vecinos iniciaron <strong>la</strong> búsqueda<br />

del viejo campeón, pero <strong>la</strong> operación de salvamento fue infructuosa. A<br />

Ildefonso, al igual que a Fidelito, se lo había tragado el mar. Neptuno<br />

había cobrado sus ofrendas sacrificando dos vecinos de Agua de Vaca.<br />

Repitieron lo mismo que con Fidelito. Como nunca recuperaron<br />

el cadáver de Ildefonso, los vecinos de Agua de Vaca construyeron en el<br />

cementerio un cenotafio representativo de los restos del antiguo<br />

pa<strong>la</strong>dín de <strong>la</strong> natación. Durante <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong> Virgen es tradición que<br />

los nadadores, antes de darse <strong>la</strong> partida de <strong>la</strong> competencia, acudan al<br />

monumento sepulcral <strong>para</strong> rezarle y de esta forma evitar que el veterano<br />

campeón los hale hacia <strong>la</strong>s profundidades del mar.<br />

Crispinita contó que el viejo Ildefonso era muy testarudo, él creía<br />

que estaba en <strong>la</strong>s mismas condiciones que cuando joven. Repitió <strong>la</strong> sentencia<br />

con <strong>la</strong> cual inició el rezo del primer novenario: “Al viejo Ildefonso<br />

lo mató el orgullo”.<br />

Capítulo 4: La espue<strong>la</strong> envenenada<br />

Los hermanos Vil<strong>la</strong>rroel eran dos criadores y jugadores de gallos<br />

¿Quién en esta zona insu<strong>la</strong>r no lo hace? Creo que únicamente yo no lo<br />

hago porque me parece algo muy cruel criar dos criaturas únicamente<br />

<strong>para</strong> pelear o <strong>para</strong> matarse. Pero en fin, de eso vivían los hermanos<br />

Donato y Pedro María.<br />

Por ser hermanos, ambos criadores de gallos poseían animales en<br />

común, pero aparte, cada uno tenía los suyos. Usualmente, cuando hay<br />

dos personas realizando una misma actividad, es lógico y natural que una<br />

se destaque más que <strong>la</strong> otra. En este caso, los gallos de Donato eran<br />

mejores que los de su hermano, esto estaba probado y requeteprobado en<br />

<strong>la</strong>s competencias. Siempre salían perdedores los gallos de Pedro María.<br />

Recuerdo: mis amigos comentaban, casi como un rec<strong>la</strong>mo, que<br />

nunca asistía a una gallera. Cuando peleaban los gallos de los hermanos<br />

siempre ganaban los de Donato y el perdedor no escondía <strong>la</strong> rabia y <strong>la</strong><br />

envidia que le profesaba, tal como Caín hacia Abel.<br />

Durante <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong> Virgen invitaron a los hermanos Vil<strong>la</strong>rroel<br />

<strong>para</strong> pelear en <strong>la</strong> gallera de otro pueblo, el cual celebraba <strong>la</strong>s festividades<br />

por ser <strong>la</strong> misma patrona de todos los pueblos <strong>la</strong> is<strong>la</strong>. Donato manifestó<br />

no estar interesado. Sin embargo, el lucro y <strong>la</strong> envidia por lo general<br />

marchan juntos. Pedro María confirmó su asistencia.


JSPJ<br />

Siete cruces en Agua de Vaca<br />

Pedro María, sabedor de <strong>la</strong> valentía y el arrojo de los gallos de su<br />

hermano, decidió <strong>para</strong> competir, “tomar prestado” el mejor de los gallos<br />

de Donato.<br />

La gallera estaba completamente llena. El dinero de <strong>la</strong>s apuestas<br />

corría de unas manos hacia <strong>la</strong>s otras. Un vaho envolvía el ambiente, una<br />

mezc<strong>la</strong> de sudor, aguardiente y humo de tabaco, acompañado con los<br />

gritos y <strong>la</strong>s groserías de los jugadores, quienes ponían en <strong>la</strong>s espue<strong>la</strong>s de<br />

los gallos fortuna, casas, negocios y hasta sus mujeres.<br />

Cuando apareció Pedro María con el hermoso gallo, todas <strong>la</strong>s<br />

apuestas lo favorecieron. El contrincante, era un brioso gallo cubano de<br />

fama internacional, cuyo dueño estaba notoriamente afectado por los<br />

efluvios etílicos. Todos los asistentes de <strong>la</strong> gallera, sabían que el gallo que<br />

estaba sobre <strong>la</strong> arena era el preferido de Donato. No voy a describir <strong>la</strong><br />

cruel pelea como lo hizo Crispinita, ya que a el<strong>la</strong> se <strong>la</strong> re<strong>la</strong>taron con lujo y<br />

detalles. Al final, perdió y murió el gallo cubano herido con un espue<strong>la</strong>zo<br />

en <strong>la</strong> garganta. El dueño del ave muerta, no queriendo reconocer <strong>la</strong><br />

pérdida, acusó a Pedro María de haber envenenado <strong>la</strong>s es-pue<strong>la</strong>s de su<br />

gallo. Como estaba de por medio una jugosa cantidad de dinero en<br />

apuestas, se generó una trifulca de filmación. Salieron a relucir puñales,<br />

armas de fuego, botel<strong>la</strong>zos y el gallo de Donato desapareció. Como resultado<br />

de <strong>la</strong> batal<strong>la</strong>, recogieron varios heridos. A Pedro María lo levantaron<br />

del suelo sin vida, con una puña<strong>la</strong>da que le había partido el<br />

corazón. Nunca se descubrió quién fue el asesino, ni el <strong>para</strong>dero del<br />

gallo ganador.<br />

Crispinita contó, que llevaron a Pedro María a <strong>la</strong> iglesia, el padre<br />

Anselmo ofició <strong>la</strong> misa de difunto de cuerpo presente. El<strong>la</strong> dirigió los<br />

rezos del rosario durante el velorio y los novenarios. La sentencia, como<br />

<strong>la</strong> de un médico forense veterano, no se hizo esperar: “Pedro María, <strong>la</strong><br />

envidia te llevó a <strong>la</strong> tumba”.<br />

Le dije a Crispinita que estaba equivocada y el<strong>la</strong>, reconfirmando <strong>la</strong><br />

sentencia, falló con <strong>la</strong> seguridad de una experta: “La acción sobre él fue<br />

un puñal, pero <strong>la</strong> razón de su muerte fue <strong>la</strong> envidia hacia su hermano”.<br />

Como pensé que lo dicho era alta filosofía doméstica no me atreví a<br />

discutir.<br />

De Donato no se supo nunca más. Regaló los gallos y abandonó<br />

Agua de Vaca <strong>para</strong> siempre y no dijo a nadie el destino a seguir. Crispinita,<br />

cree que el buen gallero carga sobre <strong>la</strong> espalda un gran sentimiento<br />

de culpa.


Capítulo 5: Los ángeles de María<br />

La madre de María de los Ángeles de <strong>la</strong> Virgen del Valle Vil<strong>la</strong>lba<br />

empeñó <strong>la</strong> virginidad de su hija desde antes del momento del nacimiento.<br />

Antes de alumbrar<strong>la</strong>, le manifestó a Crispinita, que el connubio<br />

de <strong>la</strong> niña sería con Cristo, es decir, que <strong>la</strong> pondría a estudiar <strong>para</strong> monja.<br />

La vocación espiritual <strong>la</strong> mantendría alejada de <strong>la</strong>s tentaciones carnales.<br />

María de los Ángeles, una vez finalizados los estudios primarios, dedicaría<br />

su vida a <strong>la</strong> caridad y <strong>para</strong> esto, buscaría un cupo en el convento de<br />

<strong>la</strong>s hermanas Carmelitas <strong>para</strong> que <strong>la</strong> nueva religiosa sirviera a Dios y a<br />

los pobres.<br />

Pero una cosa pensó <strong>la</strong> madre y otra fue lo que maquinó <strong>la</strong> hija. Ya a<br />

los trece años recorría <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya mostrando <strong>la</strong> bel<strong>la</strong> naturaleza con <strong>la</strong> que el<br />

mismo Dios —a quien el<strong>la</strong> debía servirle— <strong>la</strong> había dotado. Las diminutas<br />

prendas con <strong>la</strong> que enga<strong>la</strong>naba su hermoso cuerpo, permitía pensar<br />

al prójimo que <strong>la</strong> linda muchacha estaba muy lejos de <strong>la</strong> beatitud.<br />

Ya a los quince años estaba casada y a los dieciocho, divorciada. El<br />

marido <strong>la</strong> botó por dos razones. Primero, porque <strong>la</strong> niña había dejado<br />

de ser virgen mucho antes del matrimonio —esto lo dijo muchos años<br />

después—. Segundo, porque <strong>la</strong> simiente del pobre hombre no se reproducía<br />

en el surco de su adorable esposa. El hombre enterraba <strong>la</strong> semil<strong>la</strong><br />

en lo más profundo, <strong>la</strong> regaba, pero nunca brotaba el retoño anhe<strong>la</strong>do.<br />

El marido, de manera despiadada, bebiendo en un botiquín, <strong>la</strong> acusó de<br />

inútil de<strong>la</strong>nte los compinches. Es decir, que si seguía casado con María<br />

de lo Ángeles, no conocería descendencia y no tendría quien lo ayudara<br />

en <strong>la</strong>s arduas <strong>la</strong>bores de <strong>la</strong> pesca.<br />

El divorcio <strong>para</strong> María de los Ángeles no fue, en ningún momento,<br />

una pena. Nunca <strong>la</strong> vieron apesadumbrada por <strong>la</strong> se<strong>para</strong>ción. Parece ser<br />

que esta situación fue el disparo inicial de su carrera concupiscente. No<br />

crean que esta es una profesión universitaria, sino que <strong>la</strong> muchacha,<br />

viéndose liberada del castigo de <strong>la</strong> maternidad, dedicó su vida, de una<br />

manera desenfrenada, a <strong>la</strong> satisfacción de los apetitos sexuales. Crispinita<br />

y yo comentamos —puesto que sabía de ello— que <strong>la</strong> afición de <strong>la</strong><br />

joven por los p<strong>la</strong>ceres de <strong>la</strong> carne era desmedida.<br />

Las ma<strong>la</strong>s lenguas aseguraban, que en Agua de Vaca no había<br />

hombre mayor de quince años que no hubiese disfrutado de los p<strong>la</strong>ceres<br />

carnales en el dormitorio de <strong>la</strong> bel<strong>la</strong> muchacha. A María, los ángeles <strong>la</strong><br />

habían abandonado.<br />

JSQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JSRJ<br />

Siete cruces en Agua de Vaca<br />

María nunca cambió <strong>la</strong> manera de vivir. Se mantuvo en ese desenfreno<br />

hasta ya entrada en años, con <strong>la</strong> única diferencia, que empezó<br />

a cobrarles a los hombres por el goce de su cuerpo y <strong>la</strong> entrega de<br />

los p<strong>la</strong>ceres.<br />

Las fiestas patronales en todos los pueblos son un culto a Baco y<br />

Afrodita, y Agua de Vaca no es <strong>la</strong> excepción. En los festejos de <strong>la</strong> Virgen,<br />

una botel<strong>la</strong> de ron, de cerveza o, en el mejor de los casos, de whisky,<br />

es casi <strong>la</strong> moneda nacional, todos tienen una. Además, parecía, que <strong>la</strong><br />

patrona agasajada conectaba a los feligreses con el botón del p<strong>la</strong>cer,<br />

tanto a hombres como a mujeres. Después de finalizada <strong>la</strong> procesión, los<br />

cargadores colocaban <strong>la</strong> santa en el pedestal de <strong>la</strong> iglesia y a continuación,<br />

comenzaba el desenfreno. Agua de Vaca se convertía en un pueblo<br />

sicalíptico.<br />

Comenzaba de esta manera un nuevo culto: a “santa <strong>la</strong>scivia” y a<br />

“santa lujuria”. Son tales los actos concupiscentes practicados por los<br />

moradores de Agua de Vaca, que hasta el mismo Satán se ruborizaría<br />

de lo que ocurría durante esas fiestas.<br />

Una de <strong>la</strong>s cosas buenas del p<strong>la</strong>cer es que no es racista: los hombres<br />

y mujeres ante su disfrute, mezc<strong>la</strong>n <strong>la</strong>s etnias, unen <strong>la</strong>s salivas, juntan<br />

los sudores y refriegan los cuerpos entre sí sin discriminación alguna.<br />

Todo por satisfacer, con <strong>la</strong> pareja del momento, el goce instintivo y<br />

bestial que llevamos por dentro. No importa si el caballero es b<strong>la</strong>nco y<br />

<strong>la</strong> dama negra, que el macho sea americano y <strong>la</strong> hembra europea, que<br />

el<strong>la</strong> sea agüevaquera y él italiano, porque así empezó <strong>la</strong> tragedia.<br />

Todo el mundo sospechaba de <strong>la</strong>s re<strong>la</strong>ciones escondidas de Garibaldi<br />

con María de los Ángeles, quien ya no era ninguna moza. Bajo<br />

los efectos etílicos el italiano descuidó <strong>la</strong> prudencia y fue a solicitar, de <strong>la</strong><br />

manera más indiscreta, los favores sexuales de <strong>la</strong> agüevaquera. Lo vieron<br />

entrar en <strong>la</strong> casa de <strong>la</strong> impúdica; al rato se escuchó un grito de horror, el<br />

cual no tenía nada que ver con <strong>la</strong> celebración de <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong> virgen. Los<br />

vecinos se aglomeraron en <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> casa de <strong>la</strong> mujer marcada que<br />

de súbito abrió. Por allí salió Garibaldi desnudo, aterido de miedo y dis<strong>para</strong>do<br />

de <strong>la</strong> casa de <strong>la</strong> pecadora. Se escuchó el a<strong>la</strong>rido del italiano: “No<br />

tuve <strong>la</strong> culpa, fue <strong>la</strong> tentación del súcubo”.<br />

Se nombró una comisión <strong>para</strong> entrar a <strong>la</strong> casa. Era sabido que a los<br />

católicos practicantes de esta localidad les estaba vetado visitar el lugar<br />

del pecado. Crispinita y el padre Anselmo, atendieron <strong>la</strong> petición y<br />

penetraron junto con otras dos personas a <strong>la</strong> casa de Satanás. Una vez


adentro, dirigieron los pasos directamente hacia el cuarto de María de<br />

los Ángeles. La encontraron sobre <strong>la</strong> cama con convulsiones, aferrándose<br />

a <strong>la</strong> vida, pero el innombrable <strong>la</strong> arrancó de este <strong>la</strong>do y se <strong>la</strong> llevó<br />

con él. Sólo se escuchó un grito desgarrador: era el estertor de una<br />

muerta. El padre Anselmo observó sobre <strong>la</strong> mesa de noche de <strong>la</strong> difunta<br />

el dinero caliente, el óbolo del pecado que Garibaldi había entregado<br />

antes. El europeo, con el susto y el apuro, había olvidado el efectivo,<br />

pagados por los favores p<strong>la</strong>centeros que recibiría de <strong>la</strong> bacante. El religioso<br />

lo tomó y Crispinita recordó sus pa<strong>la</strong>bras: “Esto lo confisco como<br />

ofrenda hacia <strong>la</strong> iglesia, por <strong>la</strong>s ofensas que María de los Ángeles hizo a<br />

nuestro Señor”. Todos los presentes exc<strong>la</strong>maron “Amén”, como si<br />

fuese una plegaria. El clérigo cerró los ojos de <strong>la</strong> difunta y administró <strong>la</strong><br />

extremaunción, <strong>para</strong> que el viaje al infierno fuese menos escabroso.<br />

No se supo qué le dijo Garibaldi a <strong>la</strong> señora y cómo explicó su desnudez,<br />

cuando corría como un loco por <strong>la</strong>s calles de Agua de Vaca, pero<br />

<strong>la</strong> esposa se conformó con <strong>la</strong> explicación de su marido: “María de los<br />

Ángeles me puso un daño y el diablo se metió dentro del cuerpo”. Algo<br />

así como una locura momentánea, <strong>la</strong> cual había comenzado por <strong>la</strong> bragueta<br />

y terminado con un susto.<br />

El padre no prestó <strong>la</strong> iglesia <strong>para</strong> <strong>la</strong> misa de difunto de cuerpo presente,<br />

dada <strong>la</strong> impudicia de <strong>la</strong> fallecida. Algunos nos pusimos de acuerdo<br />

<strong>para</strong> realizar el velorio en <strong>la</strong> propia casa de <strong>la</strong> pecadora, herencia de su<br />

madre. Asistieron pocas personas y, entre el<strong>la</strong>s, vieron a Garibaldi y a su<br />

esposa, como <strong>para</strong> no darle importancia a lo acontecido. Crispinita contó,<br />

que antes de iniciar el rezo <strong>la</strong> sentencia fue: “María de los Ángeles de<br />

<strong>la</strong> Virgen del Valle Vil<strong>la</strong>lba te mató <strong>la</strong> lujuria”. Pero <strong>la</strong> mujer del italiano<br />

comentó en voz baja: “María de los Ángeles, moriste por puta”.<br />

Capítulo 6: El mundial de fútbol<br />

Tres cosas caracterizaban a Garibaldi Mancini: <strong>la</strong> <strong>la</strong>scivia, puesto<br />

que sus miradas libidinosas desvestían a <strong>la</strong>s mujeres que frecuentaban el<br />

supermercado; <strong>la</strong> gu<strong>la</strong>, porque todos conocían su afición a <strong>la</strong> comida,<br />

por lo tanto exhibía una prominente barriga; y por último, el mal genio.<br />

De todas estas, a <strong>la</strong>s que el padre Anselmo le sacaba más provecho,<br />

era al mal genio. Garibaldi se ponía bravo por cualquier cosa. Los dos<br />

europeos, puesto que el sacerdote había nacido en La Coruña, era el embajador<br />

gallego en Agua de Vaca, discutían todo el tiempo sobre <strong>la</strong>s bondades<br />

de los productos autóctonos de sus regiones. Cuando el italiano<br />

JSSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


hab<strong>la</strong>ba del vino Chanti, el cura le enfrentaba el Rioja, cuando le nombraba<br />

el sa<strong>la</strong>mi el otro le ponía enfrente el jamón pata negra ibérico,<br />

cuando el hombre nacido en <strong>la</strong> bota le hab<strong>la</strong>ba de los espaguetis el gallego<br />

lo enfrentaba con una pael<strong>la</strong>. En fin, <strong>la</strong>s discusiones eran interminables<br />

pero, al final, Garibaldi abandonaba el lugar iracundo, mostrando<br />

en los carrillos un rojo encendido.<br />

Era que al padre Anselmo le gustaba amargarle <strong>la</strong> vida al italiano.<br />

Una vez el gallego le reprochó a Garibaldi:<br />

—Americo Vespucio era mafioso. Sobornó a los geógrafos de su<br />

época y así fue que logró ponerle su nombre a esta “tierra de gracia”. Los<br />

geógrafos sabían, que si no lo hacía <strong>la</strong> mafia los matarían.<br />

Yo, que presencié esta discusión, observé cómo <strong>la</strong>s mejil<strong>la</strong>s del<br />

dueño del supermercado pasaron a un color escar<strong>la</strong>ta, alejándose enfadado<br />

como demostración de disgusto. El padre Anselmo quedó satisfecho<br />

con una sonrisa en <strong>la</strong> cara.<br />

Una cosa tenía en común el cura y el dueño del supermercado. Lo<br />

único que une, pero que también se<strong>para</strong> a los europeos: <strong>la</strong> afición por el<br />

fútbol. Parece ser que so<strong>la</strong>mente un partido de fútbol puede suspender<br />

cualquier actividad en Europa, hasta una guerra —algo frecuente por<br />

esas tierras—, <strong>para</strong> permitir que los combatientes vean <strong>la</strong> competencia.<br />

El italiano y el gallego trajeron a Agua de Vaca el fanatismo por este<br />

deporte y <strong>para</strong> ello, decidieron formar dos equipos. Uno dirigido por el<br />

italiano, integrado en su mayoría, por descendientes de portugueses,<br />

italianos y españoles y por esto los l<strong>la</strong>mó “Los Cóndores de <strong>la</strong> Comunidad”.<br />

El cura Anselmo, con más años en el país, formó el equipo con<br />

puros agüevaqueros y a <strong>la</strong> oncena criol<strong>la</strong> <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mó “Los Tiburones de<br />

Agua de Vaca”.<br />

Los enfrentamientos entre <strong>la</strong>s oncenas de <strong>la</strong> Comunidad Europea<br />

y los agüevaqueros eran como el final de un mundial de fútbol. Para<br />

desgracia del italiano siempre ganaba <strong>la</strong> representación criol<strong>la</strong>. Al final<br />

de cada partido, todos lo observábamos alejándose rojo de <strong>la</strong> rabia, sin<br />

poder explicar <strong>la</strong> razón del porqué esos indios, en este deporte, eran<br />

mejores que los europeos.<br />

Durante <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong> Virgen nunca faltaba el enfrentamiento de<br />

los europeos contra los criollos. Una vez que el italiano se repuso del<br />

susto, ocasionado por <strong>la</strong> muerte de María de los Ángeles, continuó con<br />

los entrenamientos del equipo, al igual que lo hacía el cura, cuando <strong>la</strong>s<br />

actividades sagradas lo permitía.<br />

JSTJ<br />

Siete cruces en Agua de Vaca


JSUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />

El partido final se realizó el día de culminación de <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong><br />

Virgen. Ya habían jugado el tercer tiempo y ambas oncenas llevaban un<br />

gol cada una. Faltando dos segundos <strong>para</strong> cerrar el partido, en el último<br />

segundo, el hijo de Cheíto metió un soberano gol el cual hizo que el italiano<br />

quedara <strong>para</strong>lizado. Crispinita dijo haberlo visto todo. Garibaldi,<br />

observó con rabia cuando el guardameta de los Cóndores dejó entrar <strong>la</strong><br />

bo<strong>la</strong>. El italiano exc<strong>la</strong>mó un soberano “cara”. No pudo completar el “jo”<br />

porque éste lo atragantó, como una manzana en su garganta, a tal grado,<br />

que no lo dejaba respirar. Los intentos <strong>para</strong> revivirlo fueron vanos. Su<br />

cara había pasado por todos los colores del arcoíris, del verde hasta el<br />

violeta. Cuando toda <strong>la</strong> piel tomó ese color, nos dimos cuenta que<br />

Garibaldi había abandonado el mundo de los vivos. El padre Anselmo<br />

corrió hacia el moribundo, le colocó sobre los <strong>la</strong>bios <strong>la</strong> cruz que llevaba<br />

en el cordón de <strong>la</strong> cintura y le administró <strong>la</strong> extremaunción. El partido lo<br />

ganaron “Los Tiburones de Agua de Vaca”.<br />

La fiesta de <strong>la</strong> Virgen había sido de arduo trabajo <strong>para</strong> el padre<br />

Anselmo y <strong>para</strong> Crispinita. El primero, oficiando <strong>la</strong>s misas de cuerpo<br />

presente de los difuntos y <strong>la</strong> segunda, dirigiendo los rosarios del velorio y<br />

de los novenarios. Contó <strong>la</strong> rezandera que <strong>la</strong> sentencia de el<strong>la</strong> no tuvo<br />

equívoco y, como un juez con un martillo, evocó ese momento: “Garibaldi<br />

Mancini sucumbiste ante <strong>la</strong> ira”. Yo hubiese dicho que murió de<br />

una arrechera, pero <strong>la</strong> esposa del italiano —refirió <strong>la</strong> rezandera— dio<br />

otro fallo, más contundente: “A mio marido se lo llevó <strong>la</strong> putana”.<br />

Capítulo 7: El gran sibarita<br />

Crispinita re<strong>la</strong>tó, que todas <strong>la</strong>s vecinas de Agua de Vaca miraban<br />

con regocijo <strong>la</strong> prominente barriga mostrada por el padre Anselmo.<br />

Digo regocijo, porque, incluso el<strong>la</strong>, era coautora del crecimiento de <strong>la</strong><br />

andorga del sacerdote. Porque tal como lo hacían con Abelcaín, no en<br />

<strong>la</strong> cantidad ni en <strong>la</strong> calidad, <strong>la</strong>s mejores viandas iban a <strong>para</strong>r en <strong>la</strong> mesa<br />

del abate. Entre el<strong>la</strong>s competían <strong>para</strong> demostrar que <strong>la</strong>s recetas de una<br />

eran mejores que <strong>la</strong>s de <strong>la</strong>s otras. El religioso, <strong>para</strong> no herir <strong>la</strong>s susceptibilidades<br />

de sus feligresas ingería todas <strong>la</strong>s comidas. Está de más decir,<br />

que los desayunos, almuerzos y cenas eran pantagruélicos, sin dejar de<br />

acompañarlos con un delicado vino de cosecha. En ello no era nada<br />

nacionalista, repantigábase en una buena sil<strong>la</strong> <strong>para</strong> disfrutar de un buen<br />

Chablís francés, un buen Barolo italiano, un Rioja español. En fin, su<br />

pa<strong>la</strong>dar estaba pre<strong>para</strong>do <strong>para</strong> catar, degustar y digerir esos buenos


JSVJ<br />

Siete cruces en Agua de Vaca<br />

caldos espirituosos, tal como lo hacía cuando libaba vinos de consagración<br />

durante el oficio de <strong>la</strong> misa. Después del postre y el café, siempre<br />

tomaba, como en un rito atávico, un exquisito licor <strong>para</strong> ayudar a digerir<br />

<strong>la</strong> opulenta comida.<br />

Todas <strong>la</strong>s vecinas de Agua de Vaca estaban orgullosas de <strong>la</strong> barriga<br />

del cura, dado el tributo de cada una de el<strong>la</strong>s a <strong>la</strong> conformación de esa<br />

enormidad. Pero <strong>la</strong> última vez que lo vi, lo noté un poco enfermo, como<br />

si su respiración fal<strong>la</strong>ra. Presentaba los síntomas de <strong>la</strong> mayoría de los<br />

obesos. Le comuniqué mi preocupación al sacerdote, pero él agarró con<br />

<strong>la</strong>s dos manos <strong>la</strong> prominente barriga y dijo, con cierta donosura: “Esta <strong>la</strong><br />

mandó Dios”. Lo observé alejándose, moviéndose de <strong>la</strong>do y <strong>la</strong>do, porque<br />

sus débiles piernas no podían soportar el peso de <strong>la</strong> enorme panza.<br />

En <strong>la</strong> narrativa, Crispinita dijo que, el día de <strong>la</strong> misa de c<strong>la</strong>usura de<br />

<strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong> Virgen, el cura estaba enga<strong>la</strong>nado con su enorme y limpia<br />

sotana <strong>para</strong> oficiar el acto sagrado. Como parte de <strong>la</strong> liturgia normal de<br />

una misa, el sacerdote debe arengar un sermón. Comenzó a criticar a<br />

Abelcaín: su muerte se debió a <strong>la</strong> convivencia con el pecado. Por todos<br />

era sabido, que uno de los pecados capitales es <strong>la</strong> avaricia. Después continuó<br />

con María de los Ángeles; <strong>la</strong> condenó, a manera de buen pastor,<br />

al último infierno por desafiar <strong>la</strong> ira de Dios con <strong>la</strong> lujuria. Iba a continuar<br />

con el discurso, en ese instante, todos notaron que <strong>la</strong> voz se le fue<br />

apocando, sus respiraciones se distanciaron y el color de <strong>la</strong> piel se le<br />

tornó violeta, simi<strong>la</strong>r a <strong>la</strong> del italiano a <strong>la</strong> hora de <strong>la</strong> muerte. En ese preciso<br />

momento, el padre Anselmo cayó de bruces, como si un rayo celestial<br />

le hubiese partido el corazón. Crispinita se percató cuando se apretó<br />

el pecho con <strong>la</strong> mano asida al crucifijo. Todo el mundo escuchó el farfullo<br />

del cura en los estertores de <strong>la</strong> muerte: “Perdóname, Dios mío, si he<br />

pecado”.<br />

Agua de Vaca había perdido su amado guía espiritual y no había<br />

nadie en el pueblo que oficiara una misa de difuntos. No podían permitirse<br />

el abandono <strong>para</strong> siempre de esta tierra del buen sacerdote, sin<br />

que lo acompañara <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra sagrada a <strong>la</strong>s puertas de San Pedro.<br />

Crispinita contó, que el<strong>la</strong> tuvo una idea. La rezandera fue a <strong>la</strong> casa<br />

parroquial y buscó una túnica del padre Anselmo, aquel<strong>la</strong> de <strong>la</strong> época de<br />

cuando el cura estaba recién llegado. Para esa temporada el buen abate<br />

estaba algo canijo. Se colocó <strong>la</strong> sotana y dijo a los feligreses que el<strong>la</strong> misma<br />

oficiaría <strong>la</strong> misa, a sabiendas de que el Vaticano prohibía tales prácticas<br />

a <strong>la</strong>s mujeres. Crispinita, con el apoyo de <strong>la</strong> feligresía —quien no


podía permitir el viaje del buen cura hacia el cielo, sin una misa de<br />

difuntos de cuerpo presente—, se dispuso a cumplir el acto religioso.<br />

Colocaron en el a<strong>la</strong> central de <strong>la</strong> iglesia el féretro que contenía los<br />

restos mortales del padre Anselmo, destaparon <strong>la</strong> parte superior de <strong>la</strong><br />

urna <strong>para</strong> que cada uno de los residentes de Agua de Vaca diera el último<br />

adiós a su guía espiritual y religiosa. El catafalco, estaba bel<strong>la</strong>mente<br />

adornado con ramos de flores y hermosos encajes b<strong>la</strong>ncos. Una vez finalizado<br />

este acto, dijo Crispinita: “Se inició <strong>la</strong> misa de difunto”.<br />

Refirió <strong>la</strong> rezandera, que los vecinos de Agua de Vaca no salieron<br />

del asombro, no se imaginaban que el<strong>la</strong> sabía <strong>la</strong>tín. En verdad,<br />

Crispinita era lega en <strong>la</strong> lengua muerta pero, de tanto escuchar misa,<br />

conocía de oído y de memoria toda <strong>la</strong> monserga utilizada por los sacerdotes.<br />

Como había aprendido al dedillo <strong>la</strong> liturgia del acto sagrado, le<br />

indicaba al monaguillo lo que tenía que hacer. Era simi<strong>la</strong>r a cuando los<br />

cantantes interpretan una canción en idioma diferente al de ellos, pero<br />

desconocen el significado de <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras proferidas por su boca.<br />

Crispinita contó, que todo había salido a <strong>la</strong> perfección, se había<br />

comportado como una veterana sacerdotisa. Pero una misa sin sermón<br />

es como una comida sin postre, por lo que improvisó el discurso.<br />

Mi vieja amiga no repitió el sermón completamente, hizo una breve<br />

síntesis de <strong>la</strong> arenga. Manifestó que había retomado parte de <strong>la</strong> disertación<br />

del padre Anselmo, <strong>para</strong> prevenir a <strong>la</strong> feligresía de los pecados de <strong>la</strong><br />

carne. Parecía que sobre Agua de Vaca habían caído <strong>la</strong>s siete p<strong>la</strong>gas de<br />

Egipto, representadas en los siete pecados capitales a los que habían<br />

caído algunos agüevaqueros, hoy difuntos. Les informó a los oyentes de<br />

<strong>la</strong> misa, <strong>la</strong>s preocupaciones que <strong>la</strong> acosaban. Tenía <strong>la</strong> certeza de que por<br />

Agua de Vaca habían paseado los sietes jinetes del Apocalipsis <strong>para</strong><br />

acabar con el pueblo. Culminó el re<strong>la</strong>to, con el fin del sermón y sin<br />

temor alguno, con una sentencia <strong>la</strong>pidaria expresó: “Porque también al<br />

padre Anselmo lo mató <strong>la</strong> gu<strong>la</strong>”.<br />

Qué se podía decir de un pueblo donde su guía espiritual, en acto<br />

f<strong>la</strong>grante, había vio<strong>la</strong>do <strong>la</strong>s leyes divinas. Me contó Crispinita, que <strong>la</strong><br />

feligresía después del discurso abandonó cabizbajo <strong>la</strong> iglesia en profundo<br />

estado de constricción, cargando sobre <strong>la</strong> espalda los pecados<br />

cometidos por los sietes difuntos cuyas cruces evidenciaban los sietes<br />

pecados capitales de Agua de Vaca.<br />

Antes de regresar a <strong>la</strong> capital visité a Crispinita <strong>para</strong> despedirme. La<br />

encontré vestida de sacerdotisa. Estaba pre<strong>para</strong>da <strong>para</strong> oficiar <strong>la</strong> misa<br />

JTMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


hasta <strong>la</strong> llegada del nuevo párroco. Oficialmente estaba autorizada por el<br />

Arzobispo <strong>para</strong> estas sacras actividades, con <strong>la</strong> comp<strong>la</strong>cencia de los<br />

agüevaqueros. No soy religioso, ni mucho menos supersticioso pero,<br />

antes de tomar el carro de regreso, le pedí a Crispinita que, por favor, me<br />

santiguara y me bendijera <strong>para</strong> estar bien con Dios y con el diablo.<br />

JTNJ<br />

Siete cruces en Agua de Vaca<br />

ã~êòç OMMN


Albanieves y los siete chiquitos<br />

—Melchor —gritó una joven desde su cuarto—, ¿por fin arreg<strong>la</strong>steis<br />

mis zapatil<strong>la</strong>s de cristal? A una de el<strong>la</strong>s le falta <strong>la</strong> tapita. Mira, hoy<br />

celebran <strong>la</strong> fiesta del príncipe Alicán. Recuerda que no tengo dinero<br />

<strong>para</strong> mandar a re<strong>para</strong>r<strong>la</strong>s.<br />

Así doy inicio a este cuento porque me dijeron que era pavoso<br />

comenzar por: érase una vez.<br />

Esas fueron <strong>la</strong>s primeras pa<strong>la</strong>bras escuchadas al despuntar un día<br />

cualquiera, en un apartamento de dos habitaciones de una urbanización<br />

de c<strong>la</strong>se media alta. Allí vivían Albanieves Peralta junto con siete chiquitos,<br />

dos de ellos australianos, tres asiáticos y dos suramericanos,<br />

todos eran hermanos por <strong>la</strong> gracia de Dios. Los nombres con los cuales<br />

identificaremos a cada uno de ellos son los siguientes: Melchor,<br />

Baltazar, Gaspar, Reagan, Gorbachov, Ratonperez y Patdonald. Sí señor.<br />

Aunque ustedes no lo crean, estas sietes criaturas divinas, por alguna<br />

razón sobrenatural no determinada hasta ahora, eran hermanos.<br />

Salió Albanieves Peralta de <strong>la</strong> alcoba y <strong>la</strong>s divinas criaturas estaban<br />

esperándo<strong>la</strong> con ansiedad, todos permanecían sentaditos en el sofá de<br />

<strong>la</strong> sa<strong>la</strong>. Los siete, dirigieron sus miradas hacia <strong>la</strong> deidad, <strong>la</strong> niña Albita.<br />

La joven vestía unos ceñidos pantalones blue jeans de marca y una blusa<br />

muy corta que le permitía exhibir su hermoso ombligo que florecía<br />

TP


sobre una tierna y carnosa ruedita de grasa, dada <strong>la</strong> estrechez de <strong>la</strong> vestimenta.<br />

El cabello de <strong>la</strong> encantadora Albita era <strong>la</strong>rgo y ondu<strong>la</strong>do, como consecuencia<br />

de los rulitos hechos con rollos de papel higiénico durante <strong>la</strong><br />

noche. Estos, los conseguían los siete chiquitos en el basurero de <strong>la</strong><br />

p<strong>la</strong>nta baja del edificio y algunas construcciones vecinas. En un principio,<br />

<strong>la</strong> conserje de <strong>la</strong> residencia los ayudaba en <strong>la</strong> recolección de los<br />

preciados objetos recic<strong>la</strong>bles.<br />

El rostro de Albita era terso, de una gran lozanía, lindo y bello cual<br />

muñequita barbie, de <strong>la</strong>s importadas. Cuidaba <strong>la</strong> piel del rostro con esmero;<br />

utilizaba, con frecuencia, una máscara de sábi<strong>la</strong>, (p<strong>la</strong>ntas que los<br />

chiquitos sustraían de los jardines de unas casas vecinas). El esmero y <strong>la</strong><br />

dedicación que Albita destinaba a su aspecto personal, se debía a <strong>la</strong> promesa<br />

que el<strong>la</strong> había hecho a sus inquilinos: anhe<strong>la</strong>ba ceñir sobre su<br />

cabecita <strong>la</strong> corona de por lo menos, Miss Amistad o Miss Fotogenia de<br />

uno de los trescientos concursos que se realizaban en su urbanización<br />

de c<strong>la</strong>se media alta.<br />

—Sí, Albanieves, ya te arreglé <strong>la</strong> zapatil<strong>la</strong> de cristal. Le puse una<br />

tapita de cuero de chivo que mataron, se lo comieron y a mí no me<br />

dieron ni <strong>para</strong> probar —así le respondió Melchor a <strong>la</strong> angustiada pregunta<br />

del hada madrina—. Además, ¿quién más que nosotros, estamos<br />

interesados de que andes impecablemente arreg<strong>la</strong>da, <strong>para</strong> que seduzcas<br />

al príncipe Alicán? Recuerda —continuaba el hombrecito—, tenemos<br />

cuatro meses sin trabajo y sin posibilidad de conseguirlo mientras estén<br />

persiguiendo a los indocumentados. Si no fuera por tu gran corazón,<br />

nos estaríamos muriendo de hambre.<br />

—Mira, Peralta —atinó a decir Baltasar, quien así <strong>la</strong> l<strong>la</strong>maba—,<br />

no es que no deseo que vayas a <strong>la</strong> fiesta, pero me informaron, no como<br />

chisme, <strong>la</strong>s muchachas del veinticuatro que por ahí anda el joven<br />

Loboferoz. Ya sabes, ese tipo vago, pedante y jactancioso. Todo el<br />

tiempo dice que no te le escaparás, que no eres capaz de resistirte a sus<br />

encantos.<br />

Fueron estas <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de Baltazar, quien hab<strong>la</strong>ba con cierto tono<br />

de disgusto y recelo. Los chiquitos estaban enterados de que Peralta no<br />

quiso ir a <strong>la</strong> celebración con Baltasar por ser muy chaparrito.<br />

Los hombrecitos contemp<strong>la</strong>ban al hada madrina como su salvadora;<br />

por eso no escatimaban en dirigirle miradas tiernas y pa<strong>la</strong>bras de<br />

a<strong>la</strong>banzas. A continuación, una vez saciados de <strong>la</strong> contemp<strong>la</strong>ción de su<br />

JTQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JTRJ<br />

Albanieves y los siete chiquitos<br />

protectora, dejaban caer una lágrima de sus ojos, como “per<strong>la</strong>s cristalinas<br />

que caen al mar”. Desde hacía muchos años, cuando aparecieron en <strong>la</strong><br />

puerta del apartamento solicitándole el alquiler de una habitación mientras<br />

ellos conseguían una visa de residente, los ocho —los chiquitos y<br />

el<strong>la</strong>— sabían que sus vidas estarían inextricablemente entre<strong>la</strong>zadas. Una<br />

fuerza superior a ellos los había dirigido hacia el apartamento de <strong>la</strong> bel<strong>la</strong>.<br />

El<strong>la</strong> los sentaba a su alrededor, les decía: “Los designios de Dios son<br />

ineluctables y por eso aterrizaron en esta casa”.<br />

Los inquilinos y el<strong>la</strong> vivían juntos desde hacía ocho años. Albanieves,<br />

cada día por <strong>la</strong> mañana al despuntar el alba, los l<strong>la</strong>maba, los sentaba<br />

muy cerca unos de los otros en el sofá de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> —donde cabían por<br />

ser currutacos—, los contemp<strong>la</strong>ba con una mirada tierna y dulce,<br />

abriéndole su corazón. Acto seguido, daba comienzo al rito mañanero<br />

de todos los días, desde que los chiquitos llegaron a su apartamento de<br />

c<strong>la</strong>se media alta, lloviera, tronara o re<strong>la</strong>mpagueara. “Uno, dos, tres, cuatro,<br />

cinco, seis y siete”. Por cada hombrecito que contaba, levantaba y<br />

tocaba un dedito de su mano. Al final remataba con una frase muy dulce<br />

y tierna, <strong>la</strong> cual resonaba en los cerebritos de los pobrecitos, “los deditos<br />

de mis manos, los deditos de mis pies” ¡Habrase visto mayor muestra de<br />

ternura! Ni <strong>la</strong>s nove<strong>la</strong>s de <strong>la</strong>s nueve de <strong>la</strong> televisión han perpetuado un<br />

amor tan intenso y desinteresado, como el que acabamos de re<strong>la</strong>tar. Era<br />

el rito mañanero, al final de <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra “pie”, los hombrecitos tenían <strong>la</strong><br />

piel de gallina y salían, a borbotones torrentes de lágrimas de los diminutos<br />

ojos. La buena de Albanieves sacaba un pañuelo de popelina roja,<br />

éste lo había confeccionado de una blusa que no le servía. En ese trapito,<br />

uno de los inquilinos había bordado, con unas preciosas letras góticas,<br />

<strong>la</strong>s iniciales del nombre de <strong>la</strong> joven. La protectora, usaba este suave<br />

lienzo <strong>para</strong> secarle a los chiquitos <strong>la</strong>s lágrimas de un amor desinteresado,<br />

derramadas por cada uno de los siete, vertidas a raudales cuando <strong>la</strong><br />

observaban tocándose cada uno de los deditos.<br />

Así comenzaban todas <strong>la</strong>s mañanas en ese nido de felicidad de <strong>la</strong><br />

c<strong>la</strong>se media alta.<br />

El buenote de Gaspar, que así le decían los otros seis y <strong>la</strong> Peralta,<br />

no por generoso sino por <strong>la</strong> manera particu<strong>la</strong>r que tenía de iniciar toda<br />

conversación, siempre <strong>la</strong> comenzaba con “bueno pues”.<br />

—Bueno pues, Alba Peralta, creo que lo que dice Gaspar es cierto.<br />

Tienes que cuidarte, recuerda que el año pasado <strong>la</strong> vieja bruja del tercer<br />

piso te regaló una arepa de perico. Para aquel<strong>la</strong> época tus deposiciones


se prolongaron durante cinco días continuos, como consecuencia de tu<br />

debilidad, dormiste como <strong>la</strong> bel<strong>la</strong> durmiente durante casi un mes…<br />

—y continuaba el buenote—: Bueno pues, pensábamos en una sobredosis;<br />

si no hubiese sido porque vino el doctor Quildare, mejor dicho el<br />

bachiller, quien no ha hecho el rotatorio y tiene una materia pendiente,<br />

todavía estarías durmiendo.<br />

El buenote dirigía su mirada sensiblera buscando los ojos del<br />

hada bienhechora, los cuales tenían demasiado rímel y sombra que<br />

impedían verle el iris color guayoyo. Siempre aspiraba de el<strong>la</strong> una mirada<br />

tierna y amorosa, que envolviera con un manto de paz y tranquilidad<br />

a los otros seis.<br />

—Bueno pues, Peralta, cuídate mucho, mira que de ti dependemos<br />

todos.<br />

Los chiquitos ilegales, quienes vivían en el apartamento situado en<br />

<strong>la</strong> urbanización de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se media alta, intervenían en <strong>la</strong> pre<strong>para</strong>ción del<br />

atuendo <strong>para</strong> <strong>la</strong> fiesta a <strong>la</strong> cual asistiría Albanieves en busca del admirado<br />

y acosado príncipe Alicán. Uno, como ya dijimos anteriormente,<br />

le pegaba <strong>la</strong> tapita de cuero de chivo a <strong>la</strong> zapatil<strong>la</strong> de cristal, otro <strong>la</strong>vaba<br />

<strong>la</strong> vianda que llevaría Albita con <strong>la</strong> finalidad de traer <strong>la</strong> comida que<br />

sobrara de <strong>la</strong> fiesta. Otro, Reagan, tenía un curso de diseño y confección<br />

en París. Éste, había diseñado un delicado bolso de blonda, con<br />

una pasamanería muy rococó, con asa de carey y lentejue<strong>la</strong>s. El bolso<br />

serviría <strong>para</strong> que Albita metiera dentro de él los rollos de papel higiénico<br />

sobrante. Los siete y Peralta, sabían que <strong>la</strong> conserje del edificio<br />

amenazó con denunciarlos a Extranjería si los veía merodeando por el<br />

basurero de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nta baja del edificio. Reagan afirmaba con iracundia:<br />

—Lo que pasa es que <strong>la</strong> vieja los recoge <strong>para</strong> el<strong>la</strong>; su hija, Benedicta,<br />

<strong>la</strong> bochinchera, va a hacer <strong>la</strong> primera comunión y quiere peinarse<br />

como nuestra Albanieves.<br />

—Albanieves Peralta, cuídate de <strong>la</strong> conserje —le decía Reagan al<br />

hada madrina— tengo un chisme de buena fuente. Esa vieja va a rega<strong>la</strong>rte<br />

un sobrecito de agujas infectadas <strong>para</strong> que, cuando puyes uno de<br />

los deditos te contagies de SIDA.<br />

Durante <strong>la</strong>rgo rato, el chiquito consejero, permaneció en silencio,<br />

escondiendo <strong>la</strong> cara entre <strong>la</strong>s manos. Sollozaba, imaginaba que su<br />

benefactora fuese víctima de tan terrible enfermedad. El pobre vislumbraba<br />

el deterioro físico de <strong>la</strong> protectora, su rostro f<strong>la</strong>co y manchado no<br />

necesitaría los potingues de sábi<strong>la</strong>, que él mismo le pre<strong>para</strong>ba. De entre<br />

JTSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


los dedos comenzaron a emanar torrentes de lágrimas, <strong>para</strong> demostrarle<br />

a <strong>la</strong> niña su amor desmedido y afecto desinteresado. Albanieves,<br />

arrimándose al hombrecito llorón, le pasó suavemente <strong>la</strong> mano, mesándole<br />

los sedosos cabellos, en gesto de agradecimiento y en tono<br />

dulce le refirió:<br />

—No temas, Reagan, recuerda que en los numerosos viajes que<br />

hice a crédito, cuando el dó<strong>la</strong>r estaba barato, fui a África y el Duende<br />

que Camina (señor Walker <strong>para</strong> los que llegaron tarde). El héroe<br />

enmascarado estampó <strong>la</strong> buena marca del fantasma en mis nalgas por<br />

mis servicios prestados a Gurán. Esta señal es una protección contra<br />

los daños; estoy inmune al SIDA y a otras enfermedades de transmisión<br />

sexual.<br />

Reagan <strong>la</strong> miró con sus ojos rojos empañados de lágrimas y descubrió<br />

entre el rímel y <strong>la</strong> sombra de los ojos, <strong>la</strong> mirada tierna y protectora<br />

de <strong>la</strong> guardiana.<br />

Entonces, intervino el más tímido de los hombrecitos, el más pequeño,<br />

el más consentido de Albanieves, por esto andaba siempre<br />

pegado de <strong>la</strong> falda o a los ceñidos pantalones del hada tratando de<br />

sacarle <strong>la</strong>s monedas que el<strong>la</strong> siempre llevaba en los bolsillos.<br />

—Me dijeron que el príncipe Alicán va a hacer un sancocho de pescado<br />

en una gran ol<strong>la</strong>. Debes tener cuidado de no tragarte una espina.<br />

Además, estoy enterado que <strong>para</strong> <strong>la</strong> recepción va Ramona <strong>la</strong> buscapleitos<br />

y el<strong>la</strong> juró vengarse; supo que Martinito, el cajero del supermercado,<br />

el que te rega<strong>la</strong> <strong>la</strong>s prestobarbas <strong>para</strong> nosotros, está enamorado de<br />

ti —así hab<strong>la</strong>ba Ratónperez, el más pequeño de los chiquitos y continuó—:<br />

Tú sabes, puede ser que Ramona, <strong>la</strong> buscapleito, te empuje<br />

dentro de <strong>la</strong> ol<strong>la</strong> de <strong>la</strong> sopa; si eso llega a suceder, Ratónperez lo siente y<br />

lo llora —Albanieves comprendió <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras afectivas del pequeñín y<br />

respondió con su voz encantadora.<br />

—Martinito, también le rega<strong>la</strong> prestobarba a Cami<strong>la</strong> <strong>la</strong> bigotuda,<br />

<strong>para</strong> que el<strong>la</strong> se afeite el bozo y <strong>la</strong> buscapleito, no le ha hecho nada, por<br />

lo tanto no debes preocuparte.<br />

Gorbachov, el hombrecito más conspicuo de todos, a quien le estaban<br />

consiguiendo una cédu<strong>la</strong> falsa a través de unos amigos que tiene en<br />

Extranjería, a cambio de una fórmu<strong>la</strong> que él había inventado <strong>para</strong> pegar<br />

cuatro números de un terminal, hizo profundas reflexiones verbales.<br />

—Albita, tú, más que todos sabes del aprecio y del afecto que te<br />

profesamos, debes tener mucho cuidado. Si te dan arepa con perico<br />

JTTJ<br />

Albanieves y los siete chiquitos


pasado no <strong>la</strong> comas porque podrías dormirte como <strong>la</strong> otra vez. Si el<br />

príncipe Alicán te da una aguja <strong>para</strong> que le cosas unos interiores ten<br />

cuidado con el SIDA. Por eso, lleva en el bolso de blonda, con asa de<br />

carey y titi<strong>la</strong>ntes lentejue<strong>la</strong>s, una aguja de <strong>la</strong>s tuyas, unas tabletas de<br />

Alka Seltzer y si vez <strong>la</strong> ol<strong>la</strong> de sancocho, no te le acerques, porque si caes<br />

dentro de el<strong>la</strong>, Ratónperez lo siente y lo llora.<br />

Faltaba Patdonald, <strong>para</strong> darle los últimos consejos antes de <strong>la</strong> partida<br />

<strong>para</strong> el baile de ga<strong>la</strong>.<br />

—Por Loboferoz, despreocúpate; tengo <strong>la</strong> certeza de que es impotente<br />

por lo tanto no corres peligro de una barriga. De quien sí debes<br />

cuidarte es de Pedronavaja, ese delincuente ataca sus víctimas en <strong>la</strong>s<br />

esquinas y no quisiera verte tu rostro de ángel desfigurado —en tono<br />

pausado y mesurado continuó <strong>la</strong>s admoniciones—: Recuerda, que todos<br />

nosotros contribuimos <strong>para</strong> que ganes el concurso, aunque sea, el<br />

de Miss Fotogenia, en cualquiera de los certámenes que realizan en <strong>la</strong><br />

urbanización de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se media alta.<br />

—¡Qué lindo, Patdonald, preocupado por mí! —exc<strong>la</strong>mó de una<br />

manera muy dulce <strong>la</strong> bel<strong>la</strong> Peralta, quien exc<strong>la</strong>mó—: Recuerda, Alicán<br />

tiene cinco carros y su valet, el negrito de bigotes, al que le falta un<br />

diente y es amigo con derecho de Dominga, <strong>la</strong> hermana de <strong>la</strong> conserje,<br />

él viene a buscarme y traerme. Por lo tanto olvídate de <strong>la</strong>s angustias.<br />

Ya todo estaba dicho y arreg<strong>la</strong>do. La zapatil<strong>la</strong> con <strong>la</strong> tapita de piel<br />

de chivo muerto, que se lo comieron y que a Melchor no le dieron <strong>para</strong><br />

probar, <strong>la</strong> vianda, <strong>para</strong> traer el sobrado de comida de <strong>la</strong> fiesta, así tenían<br />

asegurado el condumio por tres semanas, el elegante bolso de blonda<br />

con asa de carey y titi<strong>la</strong>ntes lentejue<strong>la</strong>s, <strong>para</strong> llenarlo con papel higiénico<br />

y así aprovechar los rollitos de cartón, <strong>para</strong> que Albanieves siga<br />

ondulándose su <strong>la</strong>rga cabellera. Finalmente, habían inventado un<br />

detector de ol<strong>la</strong>s de sancocho de pescado, con este artilugio evitaban<br />

que <strong>la</strong> Peralta cayera dentro de el<strong>la</strong>, así, Ratonperez no lo sienta y no <strong>la</strong><br />

llore. Con todos estos implementos, aunados a estos los ajustados bluejeans<br />

de marcas y <strong>la</strong> blusa corta, <strong>la</strong> cual le permitía mostrar su ombligo<br />

coqueto que coronaba una minúscu<strong>la</strong> y atractiva ruedita de grasa, <strong>la</strong><br />

linda hada bienhechora de los chiquitos, estaba pre<strong>para</strong>ba <strong>para</strong> cautivar<br />

con sus encantos al codiciado príncipe Alicán.<br />

Así, con este atuendo impresionantemente elegante, entraría Albanieves<br />

Peralta por <strong>la</strong> puerta del salón de <strong>la</strong> fama, donde se llevaría a<br />

JTUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JTVJ<br />

Albanieves y los siete chiquitos<br />

cabo <strong>la</strong> gran fiesta de ga<strong>la</strong>. En ese lugar, se realizaría una dura competencia<br />

con <strong>la</strong>s otras jóvenes asistentes. Estaba segura, que al final el<strong>la</strong><br />

conseguiría <strong>la</strong> corona y conquistaría al príncipe Alicán, obligándolo a<br />

rendirse a sus encantos, <strong>para</strong> obtener de él <strong>la</strong> promesa de matrimonio.<br />

Una vez realizado el connubio, los ocho tendrían asegurado su<br />

futuro económico. No tenía <strong>la</strong> menor duda, necesitaba con urgencia<br />

mantener a los hombrecitos y pagar los cinco meses atrasados del<br />

alquiler del apartamento ubicado en <strong>la</strong> zona de c<strong>la</strong>se media alta. En ese<br />

hermoso nirvana vivían Albanieves y los siete querubines indocumentados,<br />

hermanos por <strong>la</strong> gracia de Dios y única razón de <strong>la</strong> existencia de<br />

<strong>la</strong> bel<strong>la</strong> Peralta.<br />

Al sonar <strong>la</strong> bocina de uno de los cinco carros del príncipe, todos<br />

imaginaron que era el chofer: el negrito con bigotes al que le faltaba un<br />

diente. Albanieves se despidió de los chiquitos mediante un ósculo en<br />

los cachetes de cada uno de ellos. Todos se apretujaron en <strong>la</strong> puerta con<br />

los ojos llorosos y rostro encendido, <strong>para</strong> despedir<strong>la</strong> y ver<strong>la</strong> partir con <strong>la</strong><br />

esperanza de una vida nueva.<br />

Cuando Albanieves comenzó a descender por <strong>la</strong>s escaleras, desde<br />

el quinto piso —puesto que el ascensor estaba dañado, porque el condominio<br />

no pagaba el mantenimiento del mismo—, hacía ciertas reflexiones<br />

en silencio. A medida que bajaba cada escalón recordaba, no sin<br />

preocupación, del retraso de tres meses que tenía en su período.<br />

Imaginaba a los hombrecitos enfrente de el<strong>la</strong>, apretujados en el sofá, en<br />

<strong>la</strong> misma posición de siempre. Sólo atinaba a pensar, <strong>para</strong> determinar <strong>la</strong><br />

responsabilidad de su pequeño pecado, en unas tiernas y dulces pa<strong>la</strong>bras:<br />

“tín marín cucara, macara títere fue”. Al que le correspondiera el<br />

“fue” sería el padre biológico del producto de un amor desinteresado.<br />

Fue así como Albanieves Peralta se dirigió en busca de <strong>la</strong> fama y de<br />

<strong>la</strong> gloria; debía ceñir sobre su cabeza una corona, aunque fuera de “miss<br />

amistad”, <strong>la</strong> cual llevaría con orgullo. Además, una promesa de matrimonio<br />

del príncipe Alicán, <strong>para</strong> <strong>la</strong> alegría de <strong>la</strong> urbanización de c<strong>la</strong>se<br />

media alta donde vivía, <strong>para</strong> el bienestar económico y social de los siete<br />

chiquitos indocumentados, hermanos por <strong>la</strong> gracia de Dios.


Celos<br />

Hoy, como todos los domingos, me dirijo a <strong>la</strong> clínica psiquiátrica<br />

<strong>para</strong> visitar a una amiga de <strong>la</strong> secundaria, Verónica Franco. Como siempre,<br />

oriento mis pasos hacia <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de visitas. Allí <strong>la</strong> ubico sentada en el<br />

sofá, buscando con su mirada perdida hacia el paisaje del jardín, el<br />

momento en que se alejó de este mundo. Se encuentra rodeada de su<br />

silencio, en un mutismo sempiterno que <strong>la</strong> ayuda a vivir. Nadie sabe si es<br />

una enfermedad orgánica en algún resquicio de su cerebro, o una dolencia<br />

del alma o de su espíritu que <strong>la</strong> ha desconectado de todo. Parece<br />

que el mundo exterior solo le llegaba a través del sentido de <strong>la</strong> vista.<br />

Cuando estoy frente a el<strong>la</strong> me formulo varias preguntas ¿acaso los<br />

estudios y <strong>la</strong> formación académica de Verónica no le permitieron<br />

escoger el camino más adecuado? ¿Por qué su Dios fue tan cruel que no<br />

<strong>la</strong> ayudó a escoger <strong>la</strong> vía más conveniente y asegurarle una vida normal?<br />

¿Nuestro libre albedrío no nos da acceso <strong>para</strong> elegir una vida de acuerdo<br />

con los valores familiares y nuestra pre<strong>para</strong>ción? La némesis que está<br />

pagando Verónica es inmerecida. Quizás sea <strong>la</strong> ofrenda que debe entregar<br />

a su Dios por los posibles pecados que hubiese cometido en su<br />

corta vida.<br />

No quería interrumpir su silencio y mi mirada, buscaba en <strong>la</strong> de<br />

el<strong>la</strong> <strong>la</strong> contestación a <strong>la</strong>s preguntas. So<strong>la</strong>mente tenía una respuesta a <strong>la</strong><br />

UN


desgracia que <strong>la</strong> envolvía. Esta era el amor desmedido por Narciso,<br />

quien <strong>la</strong> llevó a <strong>la</strong> locura. Desde que lo conoció se enamoró perdidamente<br />

de él. Los estudios, los viajes alrededor del mundo, su condición<br />

de políglota, <strong>la</strong> formación universitaria, <strong>la</strong> racionalidad, nada de<br />

ello sirvió a Verónica <strong>para</strong> escoger <strong>la</strong> pareja adecuada. Pienso que el<br />

amor es un estado de feliz irracionalidad hasta que, algunas veces,<br />

esa buenaventura se convierte en fatalidad. Eso fue lo que le pasó a<br />

Verónica.<br />

A Verónica <strong>la</strong> conocí, como dije antes, desde los estudios secundarios.<br />

Nos alejamos después que se graduó de bachiller, aunque siempre<br />

mantuvimos contacto. Su padre, durante mucho tiempo fue miembro<br />

destacado del cuerpo diplomático; esto le permitió a mi amiga vivir en<br />

varios países, entre otros, Ing<strong>la</strong>terra, Italia, Francia, Alemania y de ahí<br />

su dominio sobre varios idiomas. De igual manera, su formación académica<br />

y profesional <strong>la</strong> hizo en <strong>la</strong>s mejores universidades del mundo.<br />

Por lo anterior, el roce con el complejo mundo de <strong>la</strong> diplomacia, los<br />

estudios sobre arte y música, su condición de políglota, su gran desenvoltura<br />

en <strong>la</strong> sociedad y su belleza, le aseguraban un futuro promisorio.<br />

A Narciso lo conoció en una de esas recepciones diplomáticas. Un<br />

hombre alto, rubio, con unos bellos ojos azules, con mentón y pómulos<br />

perfectamente marcados, como esculpidos en un trozo de mármol. De<br />

porte atlético, de pechos y hombros amplios, vientre tal<strong>la</strong>do y piernas<br />

firmes como columnas griegas. Como hombre que se desenvuelve en<br />

altas esferas, era dueño de una conversación cautivante y seductora,<br />

propicia <strong>para</strong> atraer a cualquier mujer que se le colocara enfrente.<br />

Lástima que en este caso le tocó a Verónica.<br />

Desde el momento que Verónica conoció a Narciso supo que este<br />

era el hombre de su vida. Este hombre conocedor y seductor de mujeres,<br />

tal como un encantador de serpientes, supo desde ese mismo instante<br />

que <strong>la</strong> tenía atrapada en su red. Narciso era como los cazadores<br />

furtivos, que siempre tienen pre<strong>para</strong>da el arma en espera de <strong>la</strong> presa<br />

ingenua que se acerca <strong>para</strong> darle, en <strong>la</strong> oportunidad precisa, el golpe<br />

mortal. Sus armas, aparte de <strong>la</strong> belleza corpórea, eran: conversación,<br />

<strong>la</strong>bia envolvente, profuso en ha<strong>la</strong>gos y además, <strong>la</strong> inversión económica<br />

que siempre estaba dispuesto a realizar <strong>para</strong> conquistar los imperios<br />

más difíciles y uno de estos era el de Verónica. Narciso era el propio fascinador.<br />

JUOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JUPJ<br />

Celos<br />

Narciso conocía perfectamente el idioma de <strong>la</strong> lisonja, lo hacía<br />

tanto en español, como en inglés o en francés. A Verónica le llovieron<br />

<strong>la</strong>s invitaciones a restaurantes de todo tipo, franceses, italianos, tai<strong>la</strong>ndeses,<br />

donde degustaban buenos caldos de cosecha. Cada vez que<br />

descorchaba una botel<strong>la</strong> era capaz de adivinar, después de apreciar <strong>la</strong>s<br />

virtudes organolépticas del vino, <strong>la</strong> casa que lo fabricó, el tipo de uvas<br />

utilizadas y el año de e<strong>la</strong>boración de tan delicada bebida. Todo esto<br />

dejaba impresionada a mi amiga Verónica.<br />

Invitaba a <strong>la</strong> recién embelesada al teatro y luego, de finalizada <strong>la</strong><br />

obra, se dirigían a un restorán italiano <strong>para</strong> comentar el espectáculo.<br />

Allí aprovechaba sus conocimientos de literatura y remontaba desde el<br />

teatro griego, el romano hasta llegar al teatro absurdo de Ionesco. Otro<br />

día <strong>la</strong> convidaba a una ópera en <strong>la</strong> Esca<strong>la</strong> de Milán <strong>para</strong> disfrutar de<br />

algunos de sus autores preferidos; podía ser Verdi, Rossini, Bizet, entre<br />

otros. Una vez finalizado el espectáculo <strong>la</strong> llevaba a un buen restorán<br />

francés <strong>para</strong> comentar <strong>la</strong> ópera y <strong>la</strong> paseaba por toda <strong>la</strong> historia del bel<br />

canto; le refería <strong>la</strong>s características de los mejores tenores, <strong>la</strong>s sopranos o<br />

los barítonos que en el momento estaban de moda.<br />

Cuando Narciso se proponía a <strong>la</strong> conquista de un imperio no escatimaba<br />

los gastos, en ningún momento pensaba en <strong>la</strong> economía del<br />

dinero. Si en un museo de Europa se mostraba alguna exhibición de<br />

algún pintor famoso, invitaba a Verónica <strong>para</strong> disfrutar del arte como<br />

una forma de alimentar el espíritu. Recuerdo una vez que me comunicó<br />

dirigirse a Alemania <strong>para</strong> apreciar, en <strong>la</strong> pinacoteca de Munich, una<br />

exposición de los impresionistas de los siglos XIX y XX, previa invitación<br />

que le había hecho Narciso. Me contó, que había visto los mejores<br />

cuadros de Van Gogh, Monet, Manet, Degas, entre otros y el<strong>la</strong>, al<br />

igual que su galán, lo había disfrutado mucho. Luego de Alemania se<br />

dirigieron a Salzburgo <strong>para</strong> deleitarse de un festival de Mozart ¿qué<br />

mujer podía resistirse ante tal arremetida? Evidentemente, <strong>la</strong> reina<br />

sucumbió ante el conquistador y puso su corona a los pies de Narciso.<br />

Verónica Franco se había enamorado perdidamente y <strong>la</strong> pasión se convirtió<br />

en una cruel tirana.<br />

Pero no todo marchaba bien en <strong>la</strong> vida de Narciso, en <strong>la</strong>s investigaciones<br />

que realicé descubrí que a Narciso no se le conocía profesión<br />

alguna, tampoco disponía de bienes de fortuna, pero siempre se le veía<br />

acompañado de lindas damas pertenecientes a <strong>la</strong>s más conspicuas sociedades.<br />

No sólo <strong>la</strong>s de mi país, sino de <strong>la</strong>s influyentes casas europeas,


norteamericanas o en cualquiera reunión donde los participantes eran<br />

dueños o dueñas de mucho dinero.<br />

El connubio se celebró, aún en contra de <strong>la</strong> opinión de su padre, el<br />

cual parecía conocer los pasos de su futuro yerno, pero ¿quién puede<br />

luchar contra una mujer enamorada? No por ello, <strong>la</strong> recepción dejó de<br />

tener el colorido esperado, cual cuento de hadas. Fue tal el lujo y dispendio<br />

del agasajo que los periódicos <strong>la</strong> reseñaron como <strong>la</strong> boda del<br />

año. Verónica Franco se lució con un bello traje e<strong>la</strong>borado por un<br />

famoso diseñador francés y más bien parecía una reina de <strong>la</strong>s pocas que<br />

quedan en Europa. Al <strong>la</strong>do de el<strong>la</strong> estaba el gran conquistador, el gran<br />

seductor, enga<strong>la</strong>nado con un traje de frac inglés, repartiendo sonrisas y<br />

saludando como un galán de cine. Durante <strong>la</strong> recepción se degustaron<br />

los mejores vinos, exquisitos manjares, deliciosos postres y licores cual<br />

festín del imperio romano. Se descorcharon varias botel<strong>la</strong>s del mejor<br />

champaña, servido en finas copas de cristal de Bacará, que al chocar<strong>la</strong><br />

los invitados, el tintineo de <strong>la</strong>s mismas auguraban a los novios <strong>la</strong>s<br />

mejores dichas en su futura vida matrimonial. Parecía <strong>la</strong> pareja perfecta,<br />

el<strong>la</strong> muy joven y bel<strong>la</strong> y él un buen padrote engendrador de una<br />

linda prole y así eternizar una familia de gran raigambre criol<strong>la</strong>. La presencia<br />

de <strong>la</strong> estirpe Manrique-Franco estaba certificada, una vez nacido<br />

el primer varón de <strong>la</strong> familia.<br />

La luna de miel <strong>la</strong> costeó el padre de <strong>la</strong> novia, ya que el novio aseguraba<br />

que el matrimonio le había desequilibrado su presupuesto. Durante<br />

el viaje, <strong>para</strong> celebrar el reciente en<strong>la</strong>ce, recibieron los aires litorales de<br />

los mares. El crucero alrededor del mundo lo realizaron en el yate privado<br />

del señor Franco. El padre de <strong>la</strong> novia, <strong>para</strong> el momento del matrimonio<br />

había dejado el cargo diplomático y era dueño de una empresa de<br />

importación radicada en Europa —que a final de año generaba una<br />

buena ganancia, dada su excelente facturación.<br />

Finalizada <strong>la</strong> luna de miel comenzaron los problemas de mi amiga<br />

Verónica. Narciso Manrique como buen cazador y buen conquistador,<br />

una vez que está el animal muerto a sus pies o una vez que los súbditos<br />

están conquistados, pierde interés por <strong>la</strong> presa y por <strong>la</strong>s personas subyugadas.<br />

Era por tanto necesario buscar un nuevo animal <strong>para</strong> darle caza o<br />

unas nuevas tierras <strong>para</strong> tiranizar. A ello se dedicó Narciso. Tenía asegurada<br />

a Verónica por lo que era imprescindible buscar nuevos cotos y<br />

nuevas víctimas <strong>para</strong> enfrentar<strong>la</strong>s con sus armas.<br />

JUQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


En lo que se refiere con los deberes familiares del novel casado, es<br />

penoso ac<strong>la</strong>rar que Narciso se consideró sin obligaciones económicas<br />

que cumplir, argumentando que el padre de Verónica tenía dinero.<br />

Además, su esposa ejercía como traductora <strong>para</strong> varias empresas editoras<br />

transnacionales, lo que le generaba buenos ingresos a su cónyuge.<br />

Por lo tanto, nuestro querido amigo se sintió liberado de cualquier<br />

compromiso económico <strong>para</strong> con su esposa. Su vida social era tan<br />

intensa, que lo había alejado del tá<strong>la</strong>mo nupcial de su hogar, despertando<br />

en Verónica unos celos exacerbados que casi <strong>la</strong> volvían loca. Este<br />

fue el inicio del fin de <strong>la</strong> vida de mi amiga.<br />

A Narciso se le veía con frecuencia en los mejores salones de los<br />

hoteles de lujo, donde celebran fastuosas fiestas que <strong>la</strong>s personas con<br />

dinero suelen hacer. En éstas los asistentes suelen hab<strong>la</strong>r de sus riquezas,<br />

también sirven <strong>para</strong> que <strong>la</strong>s esposas y los esposos comenten entre ellos<br />

sus infidelidades, <strong>la</strong>s desgracias matrimoniales y de <strong>la</strong> futesa de sus vidas.<br />

En esos ambientes se desenvolvía nuestro seductor, usualmente, de <strong>la</strong><br />

manera más descarada, se le veía acompañado de bel<strong>la</strong>s mujeres. Estos<br />

escenarios despertaban <strong>la</strong> ira y los celos de Verónica.<br />

La razón y el amor, por lo general marchan por caminos opuestos,<br />

es casi imposible que una mujer enamorada utilice <strong>la</strong> racionalidad <strong>para</strong><br />

explicar ciertos comportamientos. Muchas veces nos reunimos en un<br />

café <strong>para</strong> hab<strong>la</strong>r de sus desdichas y de su fracaso matrimonial. Tuve el<br />

atrevimiento de sugerirle <strong>la</strong> posibilidad del divorcio, antes que le dedicara<br />

más tiempo y dinero al seductor incorregible. Pero ante mi propuesta,<br />

surgieron <strong>la</strong>s contrapropuestas. El<strong>la</strong> aspiraba que su marido con<br />

el tiempo se corrigiera, que a lo mejor, cuando tuvieran un niño su<br />

actitud cambiaría. Además, ese día me enteré, que Verónica le conseguiría<br />

una representación comercial en el país de <strong>la</strong> compañía de su<br />

padre, <strong>para</strong> que él <strong>la</strong> dirigiera. En fin, consiguió los mejores argumentos<br />

<strong>para</strong> asegurarme que su querido marido cambiaría de actitud y<br />

así recuperaría el amor que había perdido. Ante tal arremetida, le di<br />

otros consejos y tal como los p<strong>la</strong>cebos, estos no sirvieron <strong>para</strong> nada. Su<br />

conversación, por lo general, iba acompañada de lágrimas que brotaban<br />

de sus ojos, como un ácido que <strong>la</strong>ceraba un corazón angustiado.<br />

Aparte del derrumbe matrimonial y emocional de Verónica, su<br />

actitud ante <strong>la</strong> vida fue cambiando, desarrolló cierta esquizofrenia<br />

motivada por los celos hacia su marido. Todo el tiempo estaba persiguiéndolo,<br />

le puso detectives <strong>para</strong> que le informaran paso por paso sus<br />

JURJ<br />

Celos


movimientos. Revisaba los recibos de <strong>la</strong>s tarjetas de créditos que llegaban<br />

al apartamento. De esta manera se torturaba, enterándose de los<br />

gastos que hacía el gran seductor, disfrutando éste del dinero que el<br />

padre y el<strong>la</strong> aportaban. Lo peor del caso era, que sus progenitores, como<br />

buenos católicos, se oponían al divorcio de <strong>la</strong> hija. Había que guardar <strong>la</strong>s<br />

apariencias ante <strong>la</strong> augusta sociedad donde se desenvolvían y por lo<br />

tanto, su única hija debía sacrificarse en aras del buen nombre de <strong>la</strong><br />

familia, manteniendo el juramento que hizo frente al altar. Verónica no<br />

durmió durante muchas noches, se mantenía en ve<strong>la</strong> esperando el regreso<br />

del marido. Cuando finalmente el infiel regresaba al hogar, el<strong>la</strong>,<br />

como perra cazadora, olía todas sus prendas, tanto <strong>la</strong>s externas como<br />

íntimas. De esta manera se enteraba de <strong>la</strong>s marcas de los perfumes que<br />

usaban <strong>la</strong>s amantes de su querido esposo.<br />

Un domingo recibí una l<strong>la</strong>mada de Verónica <strong>para</strong> decirme que se<br />

iba <strong>para</strong> España; debía arreg<strong>la</strong>r algo re<strong>la</strong>tivo a su trabajo con una de <strong>la</strong>s<br />

editoriales <strong>para</strong> <strong>la</strong> cuales prestaba servicios. Me confió, que le diría al<br />

marido una fecha de regreso pero <strong>la</strong> ade<strong>la</strong>ntaría, quería sorprenderlo en<br />

sus infidelidades. Por una parte, disfruté de <strong>la</strong> noticia del viaje de mi<br />

amiga, pensé que le serviría de provecho <strong>para</strong> que, por un tiempo se alejara<br />

de Narciso, el hombre que tanto daño le había ocasionado. Pero no<br />

dejaba de embargarme una gran preocupación; presagiaba un contratiempo<br />

una vez que regresara. Verónica partió al día siguiente.<br />

El infortunio, <strong>la</strong> desgracia y <strong>la</strong> ma<strong>la</strong> suerte parece que siempre<br />

viajan juntos, en espera de entrar a <strong>la</strong> casa del menos afortunado. Estas<br />

desdichas, formaron parte del equipaje de los padres de Verónica,<br />

quienes venían en un avión proveniente de Ing<strong>la</strong>terra. Ambos querían<br />

realizar una visita inesperada a su hija <strong>para</strong> colmar<strong>la</strong> de dicha. Desconocían<br />

del repentino viaje de ésta.<br />

Narciso, como buen za<strong>la</strong>mero, hizo ga<strong>la</strong> de su poder persuasivo.<br />

Los envolvió en una amena conversación e impidió que sus suegros se<br />

marcharan a un hotel. Le ofreció su casa, en espera de <strong>la</strong> pronta llegada<br />

de Verónica y así darle a el<strong>la</strong> <strong>la</strong> gran sorpresa.<br />

Verónica, tal como me lo había informado llegó en <strong>la</strong> madrugada,<br />

dos días antes de lo prometido a Narciso. Se dirigió a su hogar cansada<br />

y trasnochada. Una vez allí, introdujo <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve con cuidado, tratando de<br />

no hacer ruido <strong>para</strong> no despertar a su marido. Acudió sigilosamente a<br />

su alcoba, abrió y cerró <strong>la</strong> puerta evitando cualquier sonido. Tal como<br />

lo imaginaba, allí encontró dos cuerpos refoci<strong>la</strong>dos impúdicamente en<br />

JUSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JUTJ<br />

Celos<br />

el tá<strong>la</strong>mo nupcial. La sangre se le subió a su cabeza, <strong>la</strong> ira, el temor, <strong>la</strong><br />

inquina, el odio, los celos, <strong>la</strong> lástima con el<strong>la</strong> misma, todos estos sentimientos<br />

adversos se apelotonaron e hicieron que Verónica se dirigiera a<br />

<strong>la</strong> cómoda, allí guardaba desde hacía tiempo una pisto<strong>la</strong>. La tomó,<br />

revisó si estaba cargada, pidió perdón al Todopoderoso y se persignó.<br />

Luego se dirigió a <strong>la</strong> alcoba y apuntó sobre <strong>la</strong> cabeza de <strong>la</strong>s dos personas,<br />

a una de el<strong>la</strong>s, por usurpar su puesto de señora y al otro por<br />

traidor y adúltero. Disparó con rabia y descargó todos los tiros en <strong>la</strong><br />

humanidad de los durmientes. Una vez consumado el doble asesinato<br />

se sentó en su sofá a llorar y a rezar.<br />

En breve, notó que <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> alcoba se abrió y apareció en <strong>la</strong><br />

penumbra su marido Narciso, quien vino corriendo del cuarto de huéspedes<br />

mostrando señales de sorpresa, ante el estrépito producido por<br />

los disparos. Verónica creyó que era un fantasma, entonces corrió hacia<br />

<strong>la</strong> cama, quitó <strong>la</strong> cobija con machas purpuradas del rostro de <strong>la</strong>s personas,<br />

<strong>la</strong>s cuales yacían en su lecho. Descubrió con horror <strong>la</strong> cara moribunda<br />

de su padre y su madre a quien Narciso le había prestado <strong>la</strong><br />

alcoba matrimonial <strong>para</strong> que descansaran cómodamente. La recién llegada<br />

mostró un rostro de espanto ante el tétrico espectáculo.<br />

Me contó luego Narciso, que Verónica al notar que había cometido<br />

un parricidio, fijó su mirada en los cuerpos inertes de sus padres y<br />

cayó desmayada sobre los cadáveres. No fue a <strong>la</strong> cárcel, porque después<br />

del acto criminal más nunca habló, fue dec<strong>la</strong>rada demente y recluida en<br />

el hospital donde hoy me encuentro. Su prisión fue su cuerpo y su<br />

mente, estos más nunca le dejaron aflorar otra expresión que no fuera <strong>la</strong><br />

mirada vesánica de una inocente.<br />

Nunca sabré si el cerebro de Narciso funciona tan sabiamente como<br />

<strong>para</strong> tramar este asesinato con tal perfección. No soy ni Dios ni juez<br />

<strong>para</strong> juzgar su comportamiento, pero cada vez que lo veo en <strong>la</strong>s páginas<br />

sociales, acompañado de <strong>la</strong> gerente de <strong>la</strong> empresa de su suegro, me<br />

quedan profundas sospechas y no dejo de sentir una gran arrechera<br />

hacia Narciso. Porque una vez muerto el padre y <strong>la</strong> madre de Verónica<br />

y sin ningún otro heredero, toda <strong>la</strong> fortuna de <strong>la</strong> familia pasó a manos<br />

del gran seductor.<br />

Me retiré del <strong>la</strong>do de mi amiga sin despedirme, sin decir nada, sólo<br />

miré sus ojos y no observé ningún cambio. La mirada seguía perdida en<br />

el firmamento, buscando en un punto de <strong>la</strong> infinitud algún remedio<br />

<strong>para</strong> <strong>la</strong> enfermedad de su alma.


JUUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />

Saliendo del hospital miré un gran crucifijo que estaba colocado en<br />

<strong>la</strong> entrada <strong>para</strong> recibir y despedir a los pacientes que ingresan al hospital.<br />

Me acerqué y miré su rostro bondadoso, como suelen dibujarlo y<br />

esculpirlo. Sentí rabia con el hijo de Dios y le pregunté: “¿Por qué<br />

siempre muestras tu <strong>la</strong>do iracundo y no nos brindas con acciones tu<br />

parte bondadosa? ¿Por qué castigaste a Verónica de esta manera si lo<br />

único que hizo fue amar desmesuradamente a Narciso? ¿Es que acaso<br />

el amor es un pecado?” Miré fijamente los ojos de <strong>la</strong> imagen de yeso, al<br />

no obtener respuesta abandoné el hospital con una gran pena que agobiaba<br />

mi alma.<br />

ã~óç OMMN


Los héroes de mi patria<br />

Buscando entre los materiales de estudio <strong>para</strong> mi grado de sociólogo<br />

encontré uno que nunca utilicé. Quizás, por considerarlo de poca<br />

utilidad o tal vez, porque se perdió en el olvido, como suele suceder con<br />

ciertas situaciones a <strong>la</strong>s que uno no les da <strong>la</strong> importancia que merecen.<br />

Recuerdo que el trabajo se refería <strong>la</strong> problemática del hacinamiento de<br />

nuestras cárceles. Para realizar tal monografía obtuve el permiso de<br />

permanencia en una de <strong>la</strong>s prisiones de <strong>la</strong> capital. Parte de este material<br />

está recopi<strong>la</strong>do en mi libreta de anotaciones y en varios casetes grabados<br />

donde refiero el caso de Nemesio González.<br />

—¿Así que, licenciado, usted está buscando material <strong>para</strong> escribir<br />

sobre <strong>la</strong> vida en esta cárcel? —de esta manera comenzaba <strong>la</strong> grabación<br />

que tenía en mi equipo de sonido y que nuevamente volví a escuchar.<br />

«Escríbalo ahí, licenciado. Le voy a <strong>contar</strong> mi historia, quizás le<br />

parezca algo interesante. Mi nombre es Nemesio González, así nada<br />

más, sin ningún otro apellido, como <strong>la</strong> mayoría de <strong>la</strong>s personas nacidas<br />

en el Valle de San Pedro. Allá todos tenemos un solo apellido y ¿<strong>para</strong><br />

qué más? Con uno solo basta. Tengo treinta y cuatro años de los cuales<br />

diez los he pasado en esta apestosa prisión y por lo visto, moriré en esta.<br />

A los diecisiete años me reclutaron <strong>para</strong> llevarme al cuartel.<br />

UV


Hizo una breve pausa, como <strong>para</strong> coger fuerza y continuó:<br />

—Sin ni siquiera haber llegado a <strong>la</strong> mayoría de edad fui arrebatado<br />

del <strong>la</strong>do de mi familia. Como hermano mayor, debía arrimar el hombro<br />

en los trabajos de <strong>la</strong> casa. Además, ayudaba a <strong>la</strong>brar <strong>la</strong> tierra de una finquita,<br />

de <strong>la</strong> cual obteníamos el sustento <strong>para</strong> mantener a mi madre y a<br />

mis doce hermanos. No se olvide licenciado, escriba todo lo que estoy<br />

diciendo porque es <strong>la</strong> purita verdad —permanecía atento, escuchando<br />

<strong>la</strong> grabación mientras Nemesio tomó aliento, como arrancándole a su<br />

memoria trazos de su vida y continuó:<br />

«En el cuartel me convertí en el mejor francotirador del destacamento.<br />

Fui entrenado por un rubio; un militar que venía de Carolina<br />

del Norte de una academia especializada en estos menesteres. Si mal no<br />

recuerdo, creo que se l<strong>la</strong>ma “Escue<strong>la</strong> de Guerra de Fort Bragg”. Dada<br />

mi pre<strong>para</strong>ción física y sicológica fui bautizado como el soldado mejor<br />

entrenado en operaciones de comando. No había en el regimiento un<br />

soldado que dis<strong>para</strong>ra mejor que yo. Podía pegarle un tiro a un pájaro<br />

que vo<strong>la</strong>ra a más de veinte metros de altura. Me convirtieron en un<br />

individuo calmado, frío y metódico.<br />

Era sorprendente el lenguaje utilizado por mi interlocutor, cuyas<br />

frases salían por <strong>la</strong>s cornetas del equipo de sonido. Evidenciaba que era<br />

un especialista en el “arte” de matar. Permanecía expectante ante sus<br />

pa<strong>la</strong>bras:<br />

—Mis disparos eran acertados, lo que me valió el sobrenombre de<br />

“Ojo de Águi<strong>la</strong>”, anótelo ahí, licenciado. Evoco <strong>la</strong>s indicaciones del<br />

gringo: “contro<strong>la</strong> <strong>la</strong> respiración al apretar el gatillo. Recuerden que un<br />

leve movimiento de <strong>la</strong> caja toráxica puede desviar el punto de impacto”<br />

—aquel día Nemesio engoló su voz sintiéndose orgulloso de sus<br />

hazañas como francotirador. Aseguraba, que <strong>para</strong> ese período tenía <strong>la</strong>s<br />

referencias más actualizadas en materia de armamento—. Era <strong>la</strong> época<br />

de <strong>la</strong> guerril<strong>la</strong>, en esos tiempos en que estaba en peligro <strong>la</strong> paz, <strong>la</strong> democracia<br />

y <strong>la</strong> libertad.<br />

Su lenguaje todavía era el de un militar.<br />

—Todos los días, después del entrenamiento, nos reunía un<br />

comandante y nos daba una perorata. Durante <strong>la</strong> arenga, el oficial nos<br />

informaba de los peligros que acosaban a <strong>la</strong> República, es decir, mi<br />

patria —Nemesio utilizaba <strong>la</strong> voz de mando; yo suponía que era <strong>la</strong> del<br />

capitán y repetía—. “Ustedes han sido predestinados por Dios y el<br />

Ministerio <strong>para</strong> continuar <strong>la</strong> <strong>la</strong>bor del ejército libertador”. El capitán<br />

JVMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JVNJ<br />

Los héroes de mi patria<br />

nos hab<strong>la</strong>ba del peligro del comunismo y del riesgo de una invasión<br />

extranjera que pisotearía <strong>la</strong> soberanía del país. Por todas estas razones<br />

nos escogieron <strong>para</strong> remitirnos a los campamentos antiguerrilleros. Debíamos<br />

combatir a los desalmados que ponían en peligro <strong>la</strong> paz, <strong>la</strong><br />

democracia y <strong>la</strong> libertad de mi tierra natal.<br />

«Escríbalo ahí, licenciado, porque es <strong>la</strong> purita verdad —Nemesio<br />

hizo una prolongada pausa y continuó:<br />

«Me enviaron con un contingente a una montaña donde lo único<br />

que se veía era monte, culebra y mosquitos. La espesura de <strong>la</strong> selva<br />

impedía ver el sol. Durante <strong>la</strong> temporada de lluvia permanecíamos<br />

empapados durante mucho tiempo, siempre en <strong>la</strong> búsqueda de los enemigos<br />

de <strong>la</strong> patria. En los momentos de descanso me dedicaba a practicar<br />

el tiro al b<strong>la</strong>nco, ya no contra los pájaros, sino con maniquíes que<br />

simu<strong>la</strong>ban guerrilleros. A estos últimos los l<strong>la</strong>mábamos “objetivos”, <strong>para</strong><br />

mí no eran hombres. Cuando salíamos a cazar guerrilleros el capitán decía<br />

que ello era “una operación especial”. Si por ma<strong>la</strong> suerte matábamos,<br />

por confusión, algún civil que se atravesara en el campo de batal<strong>la</strong>, este<br />

difunto no era más que un “daño co<strong>la</strong>teral” que se produce en <strong>la</strong>s guerras<br />

tan necesarias. Es decir, estaba entrenado <strong>para</strong> eliminar o neutralizar a<br />

un “objetivo”. Por ello nunca me quedó ningún remordimiento por los<br />

“objetivos” destruidos.<br />

Después de una <strong>la</strong>rga pausa continuó.<br />

—Mi entrenamiento progresaba de maravil<strong>la</strong>, podía acertar con un<br />

fusil a veinte metros, colocando <strong>la</strong> ba<strong>la</strong> entre <strong>la</strong>s dos cejas o en el corazón<br />

del “objetivo” —en este momento volvió a engo<strong>la</strong>r su voz mientras<br />

comentaba:<br />

«“Ojo de Águi<strong>la</strong>”, como solían l<strong>la</strong>marme, “te espera un gran futuro<br />

en el ejército” —recordando <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras con <strong>la</strong>s que lo animaba el sargento—.<br />

C<strong>la</strong>ro, licenciado, esto inf<strong>la</strong>ba mi orgullo y despertaba <strong>la</strong><br />

envidia de mis camaradas. Así me convertí en el mejor cazador de<br />

almas. Una vez que entrábamos en combate contra el enemigo no desperdiciaba<br />

ni una so<strong>la</strong> ba<strong>la</strong>. Por cada apretada del gatillo en <strong>la</strong> contienda<br />

había un “objetivo aniqui<strong>la</strong>do”. Todos conocían mis difuntos:<br />

tenían un proyectil entre <strong>la</strong>s cejas o un disparo certero y mortal en el<br />

corazón. Era lo que yo l<strong>la</strong>maba “muerto con elegancia” y no como lo<br />

hacía el “Chino Fuentes”. Este soldado agarraba heridos a los enemigos<br />

y los mantenía presos, sin ningún tipo de auxilio. Después de someterlos


a horribles y dolorosas torturas, les daba un tiro en <strong>la</strong> nuca. Para estas<br />

crueldades había sido entrenado.<br />

La voz del presidiario tomó un descanso como evocando esa época<br />

y continuó:<br />

—Yo le decía al Chino: “Así no se mata a un hombre, ni aún siendo<br />

enemigo de <strong>la</strong> patria”. Pues sí, licenciado, mis muertos eran limpios,<br />

un solo tiro y zuás, caían patas pa’rriba. En un año de campaña, escríbalo<br />

ahí, licenciado, me eché al pico treinta y cuatro “objetivos”. En esa<br />

guerra tan cara fue mucho lo que le ahorré al Ministerio; no desperdiciaba<br />

ni una ba<strong>la</strong>. Mi arrojo y valentía sirvieron <strong>para</strong> premiarme con<br />

una medal<strong>la</strong> al mérito y otra, al valor del soldado. Además, permanecí<br />

en el primer puesto en el cuadro de honor durante seis meses. Me convertí<br />

en un héroe de <strong>la</strong> patria. Seguí los pasos de los gloriosos soldados<br />

del ejército libertador.<br />

No dejaba de sorprenderme <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de Nemesio. Recordaba<br />

muchas de <strong>la</strong>s pelícu<strong>la</strong>s que venían del Norte, <strong>la</strong>s cuales constituyen<br />

una verdadera apología a <strong>la</strong> destrucción de <strong>la</strong> humanidad y continué<br />

escuchando.<br />

—Todos los días los oficiales que conducían <strong>la</strong> lucha antiguerrillera<br />

nos daban un discurso <strong>para</strong> exacerbarnos los ánimos y exaltarnos los<br />

odios hacia nuestros hermanos, quienes estaban cobijados con <strong>la</strong> misma<br />

nacionalidad. En estas peroratas siempre estaba presente <strong>la</strong> necesidad<br />

de vivir en paz, democracia y libertad —<strong>para</strong> ese momento creí que el<br />

antiguo soldado había terminado pero siguió conversando—. Como en<br />

<strong>la</strong>s pelícu<strong>la</strong>s, <strong>la</strong> guerra <strong>la</strong> ganan los buenos y los malos <strong>la</strong> pierden.<br />

Teníamos <strong>la</strong> seguridad que el triunfo nos permitía asegurar que ninguna<br />

bota extranjera pisotearía el suelo sagrado de nuestra patria. Al<br />

llegar al cuartel, una vez de regreso y orgulloso de nuestro triunfo, recibí<br />

los homenajes que merecían los héroes de <strong>la</strong> patria. Allí estaba mi<br />

mamá y mis doce hermanos, viendo en mi pecho los ga<strong>la</strong>rdones que me<br />

acreditaban como un gran soldado, heredero de <strong>la</strong>s Huestes Libertadoras.<br />

Como el Alto Mando del Ejército tenía <strong>la</strong> seguridad que <strong>la</strong> patria<br />

no estaba en peligro, nos dieron de baja. Yo, con dos medal<strong>la</strong>s me enorgullecía<br />

de ser garante de <strong>la</strong> paz, <strong>la</strong> democracia y <strong>la</strong> libertad. Anótelo ahí,<br />

licenciado.<br />

Introduje el segundo casete y <strong>la</strong> voz del soldado continuó saliendo<br />

por los par<strong>la</strong>ntes del equipo.<br />

JVOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


—Después que abandoné el ejército, empecé a meditar y comprendí<br />

que a un héroe de <strong>la</strong> patria le quedaba chiquito el valle de San<br />

Pedro. Le di mis ahorros a mi vieja y emprendí el viaje a <strong>la</strong> capital, en<br />

busca de los homenajes y <strong>la</strong>s glorias que en justicia merecía. Inicié mis<br />

caminatas por <strong>la</strong>s calles de <strong>la</strong> gran metrópolis en busca de trabajo, mostrando<br />

mis dos medal<strong>la</strong>s bien merecidas. Pero a nadie parecía interesarle<br />

que yo, Nemesio González, era uno de los muchos cuyo único oficio<br />

era matar. Me daba <strong>la</strong> impresión que en <strong>la</strong> capital no se necesitan<br />

héroes. Mi currículo ¿se dice así, licenciado?, no era suficiente <strong>para</strong><br />

conseguir trabajo.<br />

Ya más cansado y sin el vigor anterior continuó.<br />

—Definitivamente los héroes no tienen cabida en <strong>la</strong> gran ciudad.<br />

Lo único que aprendí fue a “destruir objetivos” con una precisión increíble.<br />

Esto so<strong>la</strong>mente fue lo que me enseñó el Ministerio —en <strong>la</strong> grabación<br />

se hizo una pausa grande y recordé su cara de decepción y desespero<br />

por su permanencia en <strong>la</strong> cárcel—. Por fin, encontré trabajo de vigi<strong>la</strong>nte<br />

en una empresa de seguridad, parecía que sólo <strong>para</strong> eso servíamos los<br />

reservistas, mejor dicho los apóstoles de <strong>la</strong> paz, <strong>la</strong> democracia y <strong>la</strong><br />

libertad. Anote todo eso ahí, licenciado, que todavía falta más.<br />

Revisé mis notas mientras aparecía <strong>la</strong> voz del presidiario y me pregunté<br />

<strong>la</strong> razón de no haber publicado mi trabajo.<br />

—Cierto día, en una de <strong>la</strong>s rondas de vigi<strong>la</strong>ncia en el centro comercial,<br />

donde <strong>la</strong> empresa me asignó <strong>para</strong> custodiar, observé, desde mi<br />

puesto de trabajo, a un mozalbete que intentaba atracar a una señora<br />

con una navaja, de esas que l<strong>la</strong>man “pico e’ loro”. Como activado por un<br />

resorte recordé el entrenamiento: caja toráxica firme, control de <strong>la</strong> respiración,<br />

actitud fría, calculé <strong>la</strong> distancia a <strong>la</strong> que se encontraba el “objetivo”;<br />

pensé más o menos treinta metros. Tomé mi fusil, observé por <strong>la</strong><br />

mira y vi puesto mis ojos en el centro de un par de cejas. Ese era el punto<br />

en donde metería <strong>la</strong> ba<strong>la</strong>. Vinieron a <strong>la</strong> mente <strong>la</strong>s prácticas de tiro, <strong>la</strong>s<br />

medal<strong>la</strong>s, los muertos y mis méritos bien ganados. Mientras memorizaba<br />

todo esto apreté el gatillo y <strong>la</strong> ba<strong>la</strong> fue a <strong>para</strong>r justo en el lugar esperado.<br />

Pensé “Ojo de Águi<strong>la</strong>” estás en forma. Me acerqué al “objetivo”<br />

completamente destruido y pude comprobar que mis medal<strong>la</strong>s tenían<br />

una razón de ser. Allí yacía tirado, con mi marca de fábrica: un ba<strong>la</strong>zo<br />

entre ceja y ceja, como si lo hubiese medido con una reg<strong>la</strong> <strong>para</strong> colocar <strong>la</strong><br />

ba<strong>la</strong>. En verdad no me sorprendí, el Ministerio <strong>para</strong> eso me había entrenado,<br />

únicamente <strong>para</strong> aniqui<strong>la</strong>r “objetivos”. Me llevaron detenido,<br />

JVPJ<br />

Los héroes de mi patria


supuse que era por simple averiguación. Cuál no sería mi sorpresa cuando<br />

fui tras<strong>la</strong>dado preso <strong>para</strong> uno de los retenes de <strong>la</strong> capital. Anótelo ahí,<br />

licenciado.<br />

A partir de esta parte de <strong>la</strong> grabación <strong>la</strong> voz del reservista no tenía <strong>la</strong><br />

fortaleza con <strong>la</strong> cual habíamos iniciado <strong>la</strong> conversación.<br />

—Luego me informaron que el difunto era hijo de un matrimonio<br />

prominente y que no era un atracador sino un “menor transgresor de <strong>la</strong><br />

ley”, escríbalo ahí, licenciado, entre comil<strong>la</strong>s. Que no debí haber dis<strong>para</strong>do,<br />

que yo no era policía, que mi trabajo era cuidar y vigi<strong>la</strong>r el centro<br />

comercial y no meterme en asuntos que eran estrictamente policiales.<br />

Por lo tanto, tuve que buscar un abogado porque mi situación era de<br />

cuidado. Total que yo Nemecio González alias “Ojo de Águi<strong>la</strong>”, a<br />

quien el gobierno había premiado por matar a más de treinta personas<br />

que no conocía, iban a condenarme por liquidar a un menor transgresor<br />

de <strong>la</strong> ley ¿acaso usted lo entiende, licenciado? Me llevaron al retén,<br />

como se lo dije antes, enterrándome en un ca<strong>la</strong>bazo lleno de “transgresores<br />

de <strong>la</strong> ley”; el nuevo nombre que le dan en <strong>la</strong> capital a los ma<strong>la</strong>ndros.<br />

Al entrar al cuartucho parecía que lo hubiese hecho Jennifer<br />

López. Los malparidos comenzaron a mirarme de arriba abajo y comentaban<br />

en voz alta: “Acaba de llegar un tiernito, vamos a estrenarlo y<br />

parece virguito”. Adiviné de inmediato <strong>la</strong>s ma<strong>la</strong>s intenciones y anhelé<br />

mi fusil <strong>para</strong> meterle una ba<strong>la</strong> entre <strong>la</strong>s cejas a cada uno. Me agarraron<br />

entre todos; robándome los zapatos, <strong>la</strong> frane<strong>la</strong>, mientras un chuzo<br />

amenazaba mi vida. Intentaron bajarme los pantalones y comencé a<br />

gritar porque sabía que mi hombría y mi virginidad estaban en peligro.<br />

Pero <strong>la</strong> gloria de Dios es grande y sus caminos son inescrutables. En<br />

medio de <strong>la</strong> alharaca apreció un policía; este gritó: “Ojo de Águi<strong>la</strong>” ¿qué<br />

haces aquí? Era el Chino Fuentes, quien trabajaba en el retén y ese día,<br />

<strong>para</strong> felicidad mía, estaba de guardia en <strong>la</strong> prisión. La vida y mis bártulos<br />

volvieron a mi cuerpo; <strong>la</strong> crueldad de mi antiguo compañero del<br />

ejército aseguraba que mi doncellez no estaba perdida. El chino<br />

Fuentes logró cambiarme de celda; una segura y más humana. Es esta<br />

misma en <strong>la</strong> que estamos conversando, licenciado. Anótelo e informe<br />

cómo tratan en este país a los héroes de <strong>la</strong> patria, aquellos hombres que<br />

pelearon por <strong>la</strong> paz, <strong>la</strong> democracia y <strong>la</strong> libertad.<br />

A partir de este momento en <strong>la</strong> grabación <strong>la</strong> voz de Nemecio era<br />

más pausada; en algunos momentos se le quebraba <strong>la</strong> voz mostrando un<br />

gran resentimiento contra toda <strong>la</strong> humanidad.<br />

JVQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


—Pasaron años y años, no sabía nada sobre mi situación legal. Me<br />

asignaron un defensor público con quien conversé sobre mi expediente,<br />

recomendándome que alejara <strong>la</strong>s preocupaciones, que al nomás salir de<br />

ciento veinticinco expedientes que tenía de<strong>la</strong>nte del mío se ocuparía de<br />

mi caso. Una vez se acercó un abogado a mi sitio de reclusión. Refirió<br />

que mi situación no era grave, que consiguiera medio millón y todo se<br />

arreg<strong>la</strong>ría. Le comuniqué, con mucha tristeza: los héroes de <strong>la</strong> patria<br />

tenemos medal<strong>la</strong>s pero nada de dinero. Después vino otro picapleitos,<br />

participándome que había estudiado muy bien mi expediente, revisado<br />

los alegatos de <strong>la</strong> parte acusadora; además, conocía mis méritos de<br />

reservista y de mis medal<strong>la</strong>s. Que <strong>para</strong> el próximo mes el presidente de<br />

<strong>la</strong> república iba a conceder algunos indultos. La emoción dibujó mi<br />

rostro, enseguida pensé que mi <strong>la</strong>bor como soldado de grandes merecimientos<br />

no <strong>la</strong> podían olvidar. Recuerdo, que el abogado continuó <strong>la</strong><br />

conversación y reiteró: “Pero con <strong>la</strong> finalidad de agilizar el papeleo… tú<br />

sabes cómo son esas cosas… debes conseguirme doscientos mil”. El<br />

leguleyo debió ver en mis ojos <strong>la</strong> ira, <strong>la</strong> rabia. La fisonomía de mi rostro<br />

y los músculos de mis manos se tensaron, deseaba con vehemencia realizar<br />

el único trabajo <strong>para</strong> el cual había sido entrenado. Quise matarlo<br />

con mis propias manos, pero afortunadamente, <strong>para</strong> el bien de los dos,<br />

el abogado abandonó asustado <strong>la</strong> celda. Han pasado diez años y todavía<br />

no sé qué hacer. Parece que nadie está preocupado por los héroes de <strong>la</strong><br />

patria. A nadie le interesa solucionarle un problema a un apóstol de <strong>la</strong><br />

paz, de <strong>la</strong> democracia y <strong>la</strong> libertad. Tengo que pagar por matar a un<br />

hombre, después que el gobierno me premió por matar a más de treinta.<br />

Escríbalo ahí, licenciado.<br />

JVRJ<br />

Los héroes de mi patria<br />

ã~êòç NVUQ


Luces de <strong>la</strong> gran ciudad<br />

Cara<strong>la</strong>mpio es un agricultor, como muchos de los que habitan a lo<br />

<strong>la</strong>rgo de <strong>la</strong> geografía de mi país, quien alguna vez, en su época de mozalbete<br />

acompañó a su padre a <strong>la</strong> capital, <strong>para</strong> el tratamiento de una<br />

enfermedad que aquejaba al viejo <strong>la</strong>brador. Por esas tierras era imposible<br />

encontrar el tratamiento adecuado que lo mejorara del mal que lo<br />

agobiaba.<br />

El joven horte<strong>la</strong>no y el padre llegaron a <strong>la</strong> ciudad en horas nocturnas,<br />

por lo que <strong>la</strong> luminosidad de <strong>la</strong> gran metrópolis, <strong>la</strong> cual se divisaba<br />

desde lo alto de <strong>la</strong> carretera, le causó gran impresión al muchacho.<br />

Éste pensó, que por los sembradíos de su tierra natal <strong>la</strong>s únicas luces<br />

que se observaban eran <strong>la</strong>s exha<strong>la</strong>ciones de <strong>la</strong>s luciérnagas, <strong>la</strong>s lumbres<br />

de <strong>la</strong>s ve<strong>la</strong>s que encendían en su casa <strong>para</strong> alumbrarse y el brillo de <strong>la</strong>s<br />

estrel<strong>la</strong>s, <strong>la</strong>s cuales titi<strong>la</strong>n hermosamente en <strong>la</strong> inmensidad del Universo.<br />

Fue esa noche cuando Cara<strong>la</strong>mpio pensó, que él era una persona<br />

citadina, prometiéndose que algún día viviría en <strong>la</strong> gran ciudad.<br />

Transcurrieron los años y nuestro personaje permaneció en el<br />

campo realizando <strong>la</strong>s <strong>la</strong>bores, que había aprendido junto a su padre:<br />

cultivando <strong>la</strong> tierra y criando animales. Esa era <strong>la</strong> herencia que su progenitor<br />

le había legado. Pero al pequeño <strong>la</strong>briego jamás se le olvidó <strong>la</strong><br />

VT


impresión que había tenido al ver los resp<strong>la</strong>ndores luminosos de <strong>la</strong><br />

metrópolis; juró que algún día se iría a vivir <strong>para</strong> allá.<br />

La educación del campesino fue precaria, tan solo llegó hasta tercer<br />

grado de Educación Básica. Había en su pueblo una so<strong>la</strong> maestra<br />

que <strong>la</strong> l<strong>la</strong>maban “<strong>la</strong> señorita Eulogia”. El<strong>la</strong> fue su guía espiritual y académica<br />

durante los estudios de primero, segundo y tercer grado.<br />

Cierta vez, <strong>la</strong> educadora pretendió enseñarle a nuestro joven los<br />

quebrados, vale decir los números fraccionarios. Cara<strong>la</strong>mpio le manifestó<br />

“Maestra, creo que eso en el campo no sirve de nada, acá se venden<br />

<strong>la</strong>s vitual<strong>la</strong>s enteras y no por pedazos”. La señorita Eulogia no insistió,<br />

en realidad creía que su pupilo tenía razón. Cuando fue a enseñarle los<br />

Sistemas de Medidas, le habló del kilogramo, <strong>la</strong> libra y <strong>la</strong> tone<strong>la</strong>da. De<br />

nuevo, el discípulo preguntó:<br />

—Maestra ¿<strong>para</strong> qué nos sirven <strong>la</strong> tone<strong>la</strong>da y <strong>la</strong> libra si aquí <strong>la</strong>s<br />

únicas Unidades de Medidas son el saco y el guacal?<br />

La señorita Eulogia, quien descendía de campesinos, pensó que su<br />

pupilo estaba en lo cierto.<br />

El agricultor, ya casado, cierta mañana fue al pueblo <strong>para</strong> comprar<br />

abono <strong>para</strong> <strong>la</strong> siembra. Encontró en el banco de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za un libro que<br />

algún viajero había dejado olvidado. Como hombre honrado buscó y<br />

rebuscó en el pueblo al propietario de este objeto, pero no lo localizó.<br />

Fue a <strong>la</strong> oficina del prefecto <strong>para</strong> su entrega y posible devolución al propietario,<br />

a lo que aquel le manifestó:<br />

—Como el dueño del libro no aparece, te puedes quedar con él.<br />

Esas son cosas de alguna gente de <strong>la</strong> capital, quien debió pasar por el<br />

pueblo y lo dejó olvidado.<br />

Cara<strong>la</strong>mpio sabía leer muy bien y leyó el título del autor en voz alta:<br />

—La guerra y <strong>la</strong> paz de León Tolstoi —no se impresionó por lo<br />

leído ya que el título no le decía nada, además el autor no era vecino<br />

suyo. No se animó a leerlo, no quería perder tiempo en esas tonterías y<br />

muy adentro se preguntó ¿<strong>para</strong> qué voy aprender más? y en voz alta<br />

dijo—: Sé leer, sé sacar cuentas, sé firmar y no escribo mucho porque<br />

no tengo a quién mandarle una carta.<br />

El campesino llegó a su casa con el abono y el libro bajo su axi<strong>la</strong>.<br />

Como siempre, su esposa Dorotea lo recibió con un buen p<strong>la</strong>to de<br />

comida. Extrañada por ese objeto raro y desconocido que había traído,<br />

preguntó por él, su marido contestó:<br />

JVUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JVVJ<br />

Luces de <strong>la</strong> gran ciudad<br />

—Es un libro que alguien de <strong>la</strong> capital dejó olvidado en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za y el<br />

prefecto dijo que me quedara con él.<br />

Pero <strong>la</strong> curiosidad es enemiga de <strong>la</strong> ignorancia y el <strong>la</strong>briego, <strong>para</strong><br />

satisfacer <strong>la</strong> primera comenzó a llevarse el libro <strong>para</strong> <strong>la</strong>s faenas del<br />

campo. En los ratos libres se dedicaba a su lectura. Fue tanta <strong>la</strong> emoción,<br />

que a pesar del grosor del libro, lo leyó en una semana. Cuando<br />

terminó de leerlo le vino a <strong>la</strong> memoria <strong>la</strong>s luces de <strong>la</strong> gran ciudad y como<br />

los libros eran cosas de gente de <strong>la</strong> capital decidió comprar otros; así se<br />

convertiría en un hombre citadino.<br />

No tenía afición por ningún tema o tópico en especial, compraba<br />

cualquier libro que vendían en <strong>la</strong>s ferias del pueblo o en algunos<br />

remates que diversos comerciantes traían. Adquirió Don Quijote de <strong>la</strong><br />

Mancha, un diccionario, un libro sobre enfermedades renales, <strong>la</strong> Biblia,<br />

un libro sobre <strong>la</strong> historia de los aztecas, Los miserables, una antología<br />

poética, en fin, dotó a su biblioteca de una treintena de libros, suficientes<br />

como <strong>para</strong> convertirse en un hombre de <strong>la</strong> ciudad.<br />

El granjero se dedicó tanto a <strong>la</strong> lectura que su esposa y vecinos<br />

juraban que el joven agricultor se estaba volviendo loco. Leía y releía los<br />

mismos libros; fue tal el aprendizaje del <strong>la</strong>briego, que éste dejó de<br />

hab<strong>la</strong>r como sus coterráneos y como consecuencia, no le entendían.<br />

Dorotea le dijo un día:<br />

—¡Qué vaina, Cara<strong>la</strong>mpio!, ¿quién carajo te enseñó a hablá en inglé?<br />

—esto ocurrió cierto día cuando él le pidió su jubón y <strong>la</strong> vianda del<br />

condumio <strong>para</strong> yantar después de <strong>la</strong> faena.<br />

Una noche le dijo a Dorotea:<br />

—Por favor, mujer, pásame <strong>la</strong> jofaina que deseo darme una ablución.<br />

Recuerda que hoy es el onomástico del compadre Remigio y no<br />

quiero llegar después que fenezca <strong>la</strong> jarana.<br />

Dorotea, queriendo entender al pie de <strong>la</strong> letra el pedido, le llevó un<br />

trozo de tabaco de mascar, los interiores nuevos y una botel<strong>la</strong> de aguardiente.<br />

El marido se rio y él mismo buscó su ponchera, su jabón, su tusa<br />

<strong>para</strong> <strong>la</strong>varse y luego irse a celebrar el santo del compadre.<br />

A <strong>la</strong> mañana siguiente, después del sarao, Cara<strong>la</strong>mpio no se levantó<br />

de <strong>la</strong> cama, l<strong>la</strong>mó a su mujer y le comunicó:<br />

—Dorotea, mírame <strong>la</strong> andorga. Creo que tengo los pródromos de<br />

una flegmasía, debido al estropicio cometido con los comistrajos que<br />

preparó <strong>la</strong> menegilda del compadre —¿qué podía hacer nuestra<br />

Dorotea? ¿Hacia dónde iba a mirar <strong>la</strong> buena mujer? Abrió los ojos una


inmensidad y no le quedó otro remedio que asombrarse ante tanta incomprensión.<br />

La esposa del agricultor obró como cualquiera mujer de<br />

Cartago que se hubiese colocado frente Astarté, <strong>la</strong> diosa ídolo. Sintió<br />

temor por lo desconocido y permaneció impertérrita, vaci<strong>la</strong>nte, en actitud<br />

hierática sin saber que hacer. Estuvo a punto de un desmayo.<br />

Cuando <strong>la</strong> consorte del agricultor se recuperó del soponcio, miró<br />

despavorida al marido y salió corriendo abrazada por <strong>la</strong> locura. Se dirigió<br />

a <strong>la</strong> casa del compadre y al llegar, después de estar más tranqui<strong>la</strong>, le<br />

comunicó trému<strong>la</strong> de pánico:<br />

—Compadre, dos brujas, una tal Menegilda y otra l<strong>la</strong>mada Flegmacía<br />

le hicieron brujería a mi esposo en <strong>la</strong> comida que el<strong>la</strong>s trajeron y<br />

están buscando al indio Estropicio, <strong>para</strong> que le dé con un pródromo en <strong>la</strong><br />

cabeza de Cara<strong>la</strong>mpio —¿qué podía entender el compadre de esta jerigonza?<br />

Los dos se pusieron de acuerdo <strong>para</strong> regresar a <strong>la</strong> casa de Dorotea<br />

con <strong>la</strong> finalidad de ac<strong>la</strong>rar <strong>la</strong> situación.<br />

Al llegar a <strong>la</strong> casa de Dorotea el compadre le pidió al enfermo una<br />

explicación de lo ocurrido, con <strong>la</strong> única finalidad de tranquilizar los<br />

nervios de <strong>la</strong> comadre. Fue cuando nuestro bienhab<strong>la</strong>do agricultor le<br />

mostró <strong>la</strong> panza, <strong>para</strong> que observara que tenía los síntomas de una<br />

inf<strong>la</strong>mación, debido a los desórdenes cometidos con <strong>la</strong> comida que<br />

había pre<strong>para</strong>do su sirvienta. Es decir, Cara<strong>la</strong>mpio tradujo al léxico<br />

sencillo de los campesinos el problema de f<strong>la</strong>tulencia que había adquirido,<br />

de tanto comer y beber en <strong>la</strong> noche anterior. Dorotea quedó tranqui<strong>la</strong><br />

y se fue a pre<strong>para</strong>rle un guarapo de anís estrel<strong>la</strong>do. Cuando se lo<br />

entregó le dijo con rabia, en un lenguaje coloquial:<br />

—Tómate esto <strong>para</strong> que se te salgan los peos.<br />

La lectura envició a nuestro personaje. Leía y releía los mismos<br />

libros. Se estaba pre<strong>para</strong>ndo <strong>para</strong> cuando decidiera irse a <strong>la</strong> capital.<br />

Empezó a tomar decisiones, <strong>la</strong> primera: se cambiaría el nombre porque<br />

el suyo no era de ciudad sino del campo; por lo tanto, acordó l<strong>la</strong>marse<br />

Tolstoi como el autor del libro que se había encontrado. A su mujer, <strong>la</strong><br />

iba a bautizar como Amigdalitis, pensando que era el nombre más adecuado<br />

<strong>para</strong> el<strong>la</strong>, hasta que buscó en el diccionario el significado de dicha<br />

pa<strong>la</strong>bra y decidió cambiarlo por Nefertiti, a lo que su esposa respondió:<br />

“¡Carajo, ese nombre no es cristiano!” En fin, así lo decidió Cara<strong>la</strong>mpio,<br />

es decir, Tolstoi.<br />

Tolstoi compartía sus jornadas de trabajo con sus lecturas, además era<br />

muy cuidadoso con sus ahorros, con ellos aspiraba vivir en <strong>la</strong> gran ciudad.<br />

JNMMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JNMNJ<br />

Luces de <strong>la</strong> gran ciudad<br />

La soledad de los esposos se vio premiada, porque de tanto regar <strong>la</strong>s<br />

flores los frutos del matrimonio empezaron a llegar. Nefertiti le pidió a<br />

Tolstoi que por favor, pusiera nombres cristianos a sus hijos alegando<br />

que el<strong>la</strong> no hab<strong>la</strong>ba inglés, a lo que nuestro héroe le contestó: “De <strong>la</strong><br />

toponimia y el gentilicio de nuestra prole se encarga <strong>la</strong> geografía, pero de<br />

<strong>la</strong> nombradía de nuestros vástagos me encargaré yo”. Nefertiti salió<br />

corriendo y le trajo al esposo una torta de casabe con guarapo, pensando<br />

que Tolstoi, en <strong>la</strong> perorata, le había pedido algo de comer.<br />

Fueron tres los herederos del agricultor, dos varones y una hembra,<br />

a los que l<strong>la</strong>mó por mucho tiempo: Uno, Dos y Tres, hasta que encontrara<br />

los nombres adecuados <strong>para</strong> su descendencia. Fue en una feria del<br />

pueblo donde compró un pequeño libro titu<strong>la</strong>do: Breve florilegio de<br />

nombres propios personales, que le dio <strong>la</strong> solución a su problema.<br />

Al hijo mayor lo l<strong>la</strong>mó Andamaro, que viene del idioma germano y<br />

significa “grande por riqueza” y a partir de ese momento lo l<strong>la</strong>mó “Andamaro<br />

El Grande”. A <strong>la</strong> hembra <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mó Cleopatra, que viene del<br />

griego y significa “gloria de su padre” y al hijo menor lo l<strong>la</strong>mó Laomedonte,<br />

que en griego significa “el que rige al pueblo”. Esta fue <strong>la</strong> información<br />

que obtuvo del libro. Nuestro amigo Tolstoi se sintió orgulloso<br />

de los nombres de sus hijos y al comunicárselo a su mujer esta le manifestó:<br />

—Mira, mijo, ¿por qué le pusiste a mis muchachos nombres de matas?<br />

Tolstoi trabajaba, en sus <strong>la</strong>bores de agricultor noche y día, con <strong>la</strong><br />

única finalidad de ahorrar lo suficiente <strong>para</strong> ir a vivir con <strong>la</strong> familia en <strong>la</strong><br />

capital. Pasaron varias sequías y varios períodos de lluvias, hasta que<br />

logró reunir una modesta cantidad de dinero. Cierto día le comunicó a<br />

su mujer:<br />

—Nefertiti, he aumentado mi peculio personal y con ello me permito<br />

ir a <strong>la</strong> metrópolis en busca de un <strong>la</strong>r <strong>para</strong> mi consorte y mi prole.<br />

—<strong>la</strong> pobre mujer quedó en b<strong>la</strong>nco y lo único que se le ocurrió fue ir al<br />

baño a buscar un remedio <strong>para</strong> <strong>la</strong>s lombrices y le dio una cucharada al<br />

marido <strong>para</strong> que se le rebajara el peculio.<br />

Tolstoi se marchó después de dejarle cierta cantidad de dinero a su<br />

mujer y a los hijos <strong>para</strong> que se mantuvieran, mientras los mandaba a<br />

buscar. De todas maneras su familia podía vivir del fruto de <strong>la</strong> tierra y<br />

de los animales que se criaban en <strong>la</strong> finca. Su mujer, al igual que sus<br />

hijos, estaba pre<strong>para</strong>da <strong>para</strong> <strong>la</strong> dura faena del campo.


Nuestro héroe llegó a <strong>la</strong> capital en horas de <strong>la</strong> madrugada, cuando<br />

todavía <strong>la</strong>s luces enga<strong>la</strong>naban <strong>la</strong> gran ciudad. Pronto se apagarían, <strong>para</strong><br />

anunciar <strong>la</strong> llegada de un radiante amanecer. Tolstoi se emocionó,<br />

recordó <strong>la</strong> época cuando había venido con su padre. Cumplía así lo prometido:<br />

viviría en <strong>la</strong> capital. Se levantó del asiento del autobús y notó<br />

que había una se<strong>para</strong>ción en <strong>la</strong> iluminación; <strong>la</strong> ciudad estaba dividida<br />

entre <strong>la</strong>s luces de arriba y <strong>la</strong>s luces de abajo. En ese instante decidió que<br />

él viviría en <strong>la</strong> ciudad de <strong>la</strong>s luces de abajo.<br />

Tolstoi llegó al terminal de autobuses; de inmediato, agarró <strong>la</strong> maleta<br />

y fue en busca de un hotel. Como desconocía todo lo que se refería a hospedaje<br />

en <strong>la</strong> ciudad se dispuso a vivir en una de <strong>la</strong>s pensiones próximas al<br />

terminal. Fue allí donde empezaron los problemas de nuestro amigo.<br />

Tolstoi, una vez ubicado en el cuarto de su nueva residencia se dispuso<br />

a dormir en espera del alba, con <strong>la</strong> finalidad de buscar trabajo o<br />

alguna colocación. Al levantarse, saboreó <strong>la</strong>s primeras hieles de <strong>la</strong> decepción;<br />

parte de su dinero y de su equipaje había desaparecido. Como de<br />

costumbre, hizo <strong>la</strong>s rec<strong>la</strong>maciones de rigor, fue a <strong>la</strong> policía a denunciar el<br />

hurto, pero como ocurre en esos casos, todo quedó en <strong>la</strong> nada.<br />

Tolstoi, un hombre de campo, no se ami<strong>la</strong>nó por ese pequeño<br />

avatar que se le había presentado en el camino y de inmediato comenzó<br />

su peregrinaje hacia <strong>la</strong> jung<strong>la</strong> de cemento <strong>para</strong> él desconocida.<br />

¿Qué podemos decir del trabajo que pasó el pobre hombre? ¿Qué<br />

podía hacer un agricultor, un hombre del campo, en una ciudad que le<br />

era hostil? Nuestro personaje desempeñó los trabajos más variados:<br />

caletero, operador de carritos en automercados, limpiador de carros,<br />

cargó mercancías de comerciantes árabes <strong>para</strong> vender a domicilio, vendió<br />

<strong>perro</strong>s calientes. En fin, cualquier oficio en que se pudiese <strong>la</strong>borar<br />

en <strong>la</strong> en <strong>la</strong> ciudad, ese lo desempeñó Tolstoi.<br />

El letrado agricultor compartió su trabajo sólo con su trabajo, sólo<br />

a ello se dedicaba y no tenía ningún vicio. Alguna que otra vez compraba<br />

un libro <strong>para</strong> enriquecer su bienhab<strong>la</strong>do vocabu<strong>la</strong>rio. Fue tal su<br />

riqueza en el hab<strong>la</strong>, que sus compañeros de oficio lo l<strong>la</strong>maban el “filósofo”,<br />

no porque cultivara tal disciplina, sino porque era muy poco lo<br />

que entendían cuando el agricultor conversaba y compartía con ellos <strong>la</strong>s<br />

horas de descanso.<br />

Su dedicación al trabajo permitió que se hiciese de cierta cantidad<br />

de dinero <strong>para</strong> alqui<strong>la</strong>r una casa, no en <strong>la</strong> zona de <strong>la</strong>s luces bajas como él<br />

deseaba, sino en <strong>la</strong> otra, en aquel<strong>la</strong> donde los hombres y mujeres tienen<br />

JNMOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


que desarrol<strong>la</strong>r <strong>la</strong>s piernas <strong>para</strong> poder llegar a su domicilio. En aquellos<br />

<strong>para</strong>jes donde el logro de <strong>la</strong>s esperanzas está tan lejos como <strong>la</strong> altura de<br />

sus hogares. Es decir, nuestro agricultor alquiló una pequeña casa en una<br />

de <strong>la</strong>s miles de <strong>la</strong>s zonas marginales que acordonan <strong>la</strong> capital. Para llegar<br />

al rancho alqui<strong>la</strong>do, Tolstoi tenía que subir trescientos veintiséis escalones,<br />

los cuales contó el primer día que durmió en su nuevo hogar. Al llegar<br />

arriba comprendió él porqué de <strong>la</strong>s luces bajas y <strong>la</strong>s altas de <strong>la</strong> ciudad.<br />

Mucho fue el trabajo que pasó Tolstoi en su nueva casa. Compartió<br />

sus miserias, lo único que podía compartir con sus vecinos, hasta<br />

que uno de ellos lo entusiasmó un día:<br />

—Carajo, “filósofo”, tú que no gastas dinero en nada ¿por qué no<br />

juegas un número en <strong>la</strong> lotería? —nuestro hombre siguió el consejo del<br />

vecino y jugó el trescientos veintiséis en un terminal del juego de azar.<br />

La suerte acompañó al “filósofo” al ganarse una módica cantidad<br />

de dinero. Esto permitió mandar a buscar a <strong>la</strong> mujer y a los hijos <strong>para</strong><br />

compartir con ellos una vida dura. Estaba convencido que pronto<br />

podría residir en <strong>la</strong> ciudad de <strong>la</strong>s luces bajas. Decidió ir por su familia y<br />

<strong>para</strong> ello le escribió una carta a <strong>la</strong> esposa en los siguientes términos:<br />

Querida Nerfertiti:<br />

Después que abandoné mis ocupaciones en <strong>la</strong> economía informal quiero<br />

anunciarte que mi situación <strong>la</strong>boral ha mejorado enormemente. Actualmente<br />

me desempeño, de manera estable, en <strong>la</strong> pequeña y <strong>la</strong> mediana<br />

industria y por lo tanto dispongo de cierta liquidez monetaria, por tal<br />

razón mi peculio ha aumentado. Esto me permite el gozo de ir por mi<br />

prole; a partir de ahora, podré compartir con mi familia en <strong>la</strong> gran metrópolis.<br />

Además, por esta misiva quiero comunicarte, que <strong>la</strong> diosa Cibeles,<br />

quien lleva sobre sus rodil<strong>la</strong>s <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve de los tesoros terrenales, me abrió<br />

con el<strong>la</strong> <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> fortuna y por esto pude agrandar mi cornucopia y<br />

mi hacienda.<br />

Este fin de semana apareja todos los enceres y los de los niños, <strong>para</strong> que<br />

vengas conmigo a <strong>la</strong> capital, junto con Andamaro El Grande, Cleopatra y<br />

Laomedonte. Prepárate <strong>para</strong> el periplo que tenemos que realizar hacia <strong>la</strong><br />

gran ciudad y así, de nuevo, podremos disfrutar nuestra vida en común en<br />

nuestro nuevo <strong>la</strong>r<br />

Pobrecita nuestra ignara campesina. Al recibir <strong>la</strong> misiva se contentó<br />

de tener noticias del marido. De inmediato, después de leer<strong>la</strong>,<br />

JNMPJ<br />

Luces de <strong>la</strong> gran ciudad


corrió a buscar un ungüento <strong>para</strong> bajarle ese bendito peculio que no terminaba<br />

de deshincharse, puesto que en <strong>la</strong> carta que había recibido le<br />

reiteraba que éste le había aumentado. Corrió y buscó entre los vecinos<br />

muchas botel<strong>la</strong>s y recipientes <strong>para</strong> que Tolstoi guardara en el<strong>la</strong>s <strong>la</strong><br />

liquidez a <strong>la</strong> que se había referido en <strong>la</strong> carta, y que lo estaba deshidratando.<br />

“¿Será que está miando mucho?”, pensó en voz alta nuestra pueblerina.<br />

Se fue al pueblo a comprar bastante estambre; tenía que hacerle<br />

al marido un periplo que le quedara bien y al regreso del pueblo, pasó<br />

por <strong>la</strong> casa de su comadre Alfonsina <strong>para</strong> que le prestara una pomada<br />

<strong>para</strong> untarle a Tolstoi en <strong>la</strong> cornucopia ya que una prostituta l<strong>la</strong>mada<br />

Cibeles le había pegado una ma<strong>la</strong> enfermedad.<br />

En fin, tal como lo prometido, el agricultor fue en busca de <strong>la</strong><br />

familia y <strong>la</strong> trajo a <strong>la</strong> gran ciudad. Cuando Nefertiti observó <strong>la</strong> escalera<br />

que tenía que subir <strong>para</strong> llegar a <strong>la</strong> casa, casi se desmayó. El<strong>la</strong>, acostumbrada<br />

a caminar a campo traviesa, ¿cómo iba hacer <strong>para</strong> subir y bajar<br />

tantos escalones?<br />

Se podrán imaginar <strong>la</strong> cantidad de trabajo que pasó esta familia en<br />

su nuevo hogar. Aunque Tolstoi se empeñaba en creer que eran muy<br />

felices, en su interior sabía que <strong>la</strong>s cosas no marchaban como él esperaba.<br />

La familia después de mucho esfuerzo se integró al barrio. Nefertiti<br />

hizo re<strong>la</strong>ciones sociales con <strong>la</strong>s otras mujeres de <strong>la</strong> localidad en el l<strong>la</strong>mado<br />

“Club La Pi<strong>la</strong>”. Este no era más que el grupo de vecinas que se<br />

congregaban alrededor de <strong>la</strong> pi<strong>la</strong> de agua situada en el escalón ciento<br />

veintidós. A este sitio acudían los vecinos de <strong>la</strong> comunidad <strong>para</strong> proveerse<br />

del vital líquido. Mientras <strong>la</strong> esposa de Tolstoi esperaba turno<br />

<strong>para</strong> abastecerse de agua con algunos recipientes, conversaba con <strong>la</strong>s<br />

vecinas sobre <strong>la</strong>s miserias y problemas que por esos <strong>para</strong>jes agobian a<br />

sus moradores. Es que <strong>para</strong> los pobres el hambre y <strong>la</strong>s desgracias son<br />

como el cielo, nunca terminan.<br />

Los hijos de nuestros héroes comenzaron a estudiar en <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> que<br />

quedaba en el escalón número cuatrocientos. Esto permitía, a <strong>la</strong> abnegada<br />

madre, vigi<strong>la</strong>rlos cuando iban y venían del establecimiento esco<strong>la</strong>r.<br />

Pasaron años que los otrora campesinos permanecían en <strong>la</strong> capital;<br />

no vale <strong>la</strong> pena describir cuántos y cuáles fueron los padecimientos de<br />

nuestra familia en <strong>la</strong> zona de <strong>la</strong>s luces altas de <strong>la</strong> gran metrópolis. Con<br />

los esfuerzos y sacrificios de los padres Andamaro El Grande estudiaba<br />

segundo año de Derecho en <strong>la</strong> universidad, Cleopatra tenía dieciséis<br />

JNMQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


años y cursaba el último año de <strong>la</strong> segunda enseñanza y Laomedonte,<br />

seguía en los estudios a <strong>la</strong> hermana mayor.<br />

Pese a los esfuerzos de Tolstoi que trabajaba día y noche y los de<br />

Nefertiti que hacía arepas y empanadas <strong>para</strong> vender, <strong>la</strong> vida de <strong>la</strong> familia<br />

era sumamente difícil en <strong>la</strong> gran metrópolis. La bel<strong>la</strong> cuidad anhe<strong>la</strong>da,<br />

no era <strong>la</strong> quimera de sus sueños mozos.<br />

El inexorable tiempo pasó y cierto día, durante <strong>la</strong>s festividades<br />

navideñas, Tolstoi comenzó a subir sus trescientos veintiséis escalones.<br />

Ya no hacía el ascenso con <strong>la</strong> destreza de siempre. La juventud y <strong>la</strong><br />

fuerza se le estaban agotando, se veía algo canoso y bastante cansado.<br />

Algunos lo vieron subir como el Cristo, haciendo <strong>la</strong>s estaciones en el<br />

Calvario, tenía que descansar <strong>para</strong> aliviar el peso de <strong>la</strong> cruz. Esta cruz<br />

eran <strong>la</strong>s penas y <strong>la</strong>s pesadumbres que lo agobiaban. Otros lo oyeron contando<br />

cada uno de los escalones durante el recorrido hacia su rancho.<br />

Ciento uno. Aquí se sentó nuestro amigo. Recordó a su hija Cleopatra<br />

que recién graduada de bachiller, cuando regresaba de <strong>la</strong> celebración<br />

del grado, dos desnaturalizados <strong>la</strong> agarraron y abusaron de el<strong>la</strong>. De<br />

esta re<strong>la</strong>ción pecaminosa y contranatura nació el producto del pecado<br />

del cual el<strong>la</strong> era inocente. Los amigos cercanos del “filósofo” le hab<strong>la</strong>ron<br />

de un aborto, pero nuestro buen cristiano prefirió cargar él sobre sus<br />

hombros <strong>la</strong> desgracia de <strong>la</strong> familia y su hija, dentro del vientre, exhibir <strong>la</strong><br />

deshonra de su castidad. En fin, muestro amigo Tolstoi se hizo abuelo<br />

de un ser cuyo padre desconocía. A <strong>la</strong> querida nieta le puso el nombre de<br />

Melpóneme o musa de <strong>la</strong> tragedia, según lo afirmaba el libro de nombres,<br />

de acuerdo con el origen de su concepción.<br />

Doscientos uno. Aquí nuestro filósofo volvió a sentarse en el<br />

escalón y notó que <strong>la</strong>s luces de <strong>la</strong> ciudad no alumbraban; un apagón<br />

había dejado <strong>la</strong> gran metrópolis en total oscuridad, incluyendo el barrio<br />

donde vivía. En este descanso hizo presente en su memoria a su hijo<br />

menor Laomedonte, que ya no vivía con él.<br />

Recordó cuando varios amigos de su hijo le fueron avisar que hubo<br />

una redada en el barrio y como su vástago no tenía antecedentes, se lo<br />

llevó <strong>la</strong> recluta. Cuando fue al cuartel de conscripto a rec<strong>la</strong>mar —por<br />

ser su hijo menor de edad—, <strong>la</strong>s autoridades le comunicaron que al<br />

joven lo habían enviado <strong>para</strong> <strong>la</strong> frontera a prestarle servicios a <strong>la</strong> patria y<br />

además, allá se haría un hombre útil a <strong>la</strong> sociedad. Fue imposible cualquier<br />

diligencia <strong>para</strong> que le devolvieran al padre su querido hijo.<br />

JNMRJ<br />

Luces de <strong>la</strong> gran ciudad


Trescientos veintiséis y última estación de descanso de nuestro amigo,<br />

que ya se encontraba al frente de su casa. Se sentó nuevamente a<br />

reposar. La pesada carga lo abrumaba y lo tenía extenuado, sin poder<br />

quitarse el fardo que le pesaba en su espalda. Tolstoi venía del hospital,<br />

donde enviaron a su hijo mayor <strong>para</strong> extraerle dos ba<strong>la</strong>s: una del brazo y<br />

otra del muslo. Tal infortunio se produjo cuando dos malparidos le dis<strong>para</strong>ron<br />

a Andamaro El Grande <strong>para</strong> despojarlo de una chaqueta y de<br />

unos zapatos de marca, que tanto esfuerzo le había costado <strong>para</strong> adquirirlos.<br />

Afortunadamente su hijo estaba vivo y fuera de peligro, pero <strong>la</strong><br />

pena y el dolor que sentía el agricultor lo hacían parecer como si estuviese<br />

difunto.<br />

Tolstoi desde su ata<strong>la</strong>ya observó <strong>la</strong> ciudad sumergida en una oscuridad<br />

extraña y profunda. Miró hacia el cielo y no distinguió ninguna<br />

estrel<strong>la</strong>, puesto que <strong>la</strong> contaminación de <strong>la</strong> ciudad lo impedía y además,<br />

por estos <strong>la</strong>dos no existían <strong>la</strong>s luciérnagas que adornaran <strong>la</strong> profundidad<br />

de <strong>la</strong>s noches.<br />

Durante breve tiempo reflexionó y deseó mirar sus manos pero <strong>la</strong>s<br />

tinieb<strong>la</strong>s de <strong>la</strong> noche lo impedían. Se <strong>la</strong>s llevó a su nariz como queriéndole<br />

arrancarles el olor a bosta y a tierra mojada que recordaba perfectamente.<br />

De inmediato, como impulsado por una fuerza mayor se paró<br />

del escalón y con marcada furia gritó desde afuera del rancho:<br />

—¡Carajo, Dorotea, recoge tus macundales y los corotos, que<br />

Cara<strong>la</strong>mpio y su familia se van mañana bien temprano <strong>para</strong> el campo<br />

de donde nunca debimos salir!<br />

JNMSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


Longevo americano<br />

Me pregunto siempre ¿cómo debo iniciar esta historia? Yo diría:<br />

ésta comenzó en <strong>la</strong> época de mi mocedad, pero es hoy cuando pienso<br />

escribir sobre lo acontecido. El origen de ésta, si mal no recuerdo, se<br />

remonta antes de <strong>la</strong> llegada del conquistador al mal l<strong>la</strong>mado “Nuevo<br />

Mundo” —pero si existíamos desde hacían siglos, mucho antes de <strong>la</strong><br />

llegada de aquellos extraños—. En fin, no creo recordar al detalle <strong>la</strong><br />

génesis de cómo comenzó todo. Quizás, a medida que vaya escribiendo<br />

aparecerán en <strong>la</strong> memoria parte de los acontecimientos que se sucedieron<br />

hace muchos, pero muchos años atrás.<br />

Ustedes pensarán que quien esto escribe es el conde de Saint Germain,<br />

gran impostor francés, quien tuvo fama de haber vivido mucho<br />

tiempo. Algunos afirman que fue un caballero de <strong>la</strong> orden del Temple<br />

durante <strong>la</strong>s Cruzadas, él aseveró que participó en <strong>la</strong> toma de <strong>la</strong> Bastil<strong>la</strong>,<br />

otros de sus seguidores certificaron que fue uno de los firmantes del<br />

Tratado de Versalles y otros, que vistió un elegante uniforme de general<br />

galo durante <strong>la</strong> Segunda Guerra Mundial.<br />

Mis primeros pasos por este p<strong>la</strong>neta fueron antes de <strong>la</strong> llegada de<br />

Colón. Me inicié en el arte de <strong>la</strong> caza y de <strong>la</strong> pesca, tal como lo hicieron<br />

mis ancestros. Puedo afirmar, que obtuve una buena educación. Ustedes<br />

mostrarán un mohín en su boca, parecido a una sonrisa y pensarán<br />

NMT


¿Qué sentido tiene seguir leyendo a semejante loco? Los antiguos<br />

hebreos tuvieron a Matusalén y los galos a su conde longevo, pregunto:<br />

¿acaso los nacidos en estos <strong>para</strong>jes no merecían tener un indio que<br />

viviera muchos años? ¿Los chamanes de mi tribu no podían poseer el<br />

secreto de alguna pócima que asegurara <strong>la</strong> eterna juventud?<br />

Mi padre no era cacique. Por lo general en <strong>la</strong> historia oral y escrita<br />

los personajes con características sobresalientes son hijos de reyes,<br />

generales ganadores de muchas batal<strong>la</strong>s o hijo de algún noble de <strong>la</strong> realeza,<br />

en cambio yo no, soy un indio vulgar y silvestre, cazador, recolector,<br />

dormí en hamaca tal como mis congéneres y además comía con<br />

<strong>la</strong>s manos, sin <strong>la</strong> elegancia de los cubiertos.<br />

Mi nombre, no puedo escribirlo en su forma original, no lo entenderían,<br />

además, no existe un diccionario que traduzca mi lengua a <strong>la</strong> del<br />

conquistador ibérico. Pero mi padre tuvo <strong>la</strong> precaución de colocarme<br />

uno que tendría que ver con mi vida futura. Éste, tras<strong>la</strong>dado al idioma<br />

del colonizador, más o menos significaría: “hombre de muchas vidas”.<br />

No se equivocó mi padre cuando me bautizó con ese nombre hace<br />

muchos siglos. Han pasados muchas lunas, muchas lluvias, muchas<br />

sequías y ahora, en esta época posmoderna me posesioné del título que<br />

vengo utilizando desde finales del siglo diecinueve. Ahora me l<strong>la</strong>man:<br />

“El longevo americano”.<br />

Ustedes, nuevamente se preguntarán ¿qué ha hecho semejante loco<br />

<strong>para</strong> merecer este título tan pomposo? Acaso <strong>la</strong> historia oral y escrita no<br />

ha archivado en <strong>la</strong> memoria de sus pueblos los calificativos de grandes<br />

dignidades, estos han servido <strong>para</strong> encumbrar a <strong>la</strong>s lumbreras, tales<br />

como: “el precursor”, “el libertador”, “el benemérito”, “el ilustre americano“,<br />

“el benefactor”, “el invicto”, “el restaurador” “el regenerador”, “el<br />

héroe del deber”, “el padre de <strong>la</strong> democracia” y tantos otros que enriquecen<br />

<strong>la</strong> literatura épica y del ja<strong>la</strong>mecatismo de nuestro país. La alta<br />

sociedad nunca ha sido mezquina en eso de endosarle grandes títulos a<br />

“encumbrados personajes“ de <strong>la</strong> política, el arte y <strong>la</strong> literatura.<br />

¿Qué obra he realizado <strong>para</strong> merecer tal título? ¿Qué cosa en el<br />

mundo puede ser más difícil que vivir tantos años sin haberlo pedido?<br />

Pues sí señor, no hice pacto con Mefistófeles <strong>para</strong> poseer <strong>la</strong> fuente de<br />

vida, tampoco fui a ningún brujo <strong>para</strong> que me diera algún bebedizo y así<br />

me asegurara <strong>la</strong> vida eterna. Tampoco bebí de <strong>la</strong> fuente de <strong>la</strong> eterna<br />

juventud. Simplemente viví, vivo y seguiré viviendo por muchos siglos,<br />

esto lo asegura mi nombre aborigen.<br />

JNMUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JNMVJ<br />

Longevo americano<br />

Es que ¿acaso es difícil vivir? No, durar cuarenta, cincuenta u<br />

ochenta años, debe ser muy fácil, pero ¿cómo hace una persona <strong>para</strong><br />

tener a cuestas tantos siglos? Nunca conocerán, afortunadamente, <strong>la</strong>s<br />

dificultades y el dolor de tener que perder familia, amigos y tantos<br />

afectos que se acumu<strong>la</strong>n durante una vida eterna. En fin, uno se adapta<br />

a los designios de <strong>la</strong> naturaleza o a los de Dios. Se entiende que los seres<br />

vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren, menos yo. Así pensaba y<br />

eso ocupaba mi cerebro cuando iba cazar o a pescar, cuando correteaba<br />

por estas tierras vírgenes y solitarias que me vieron nacer en mi primera<br />

y única vida. Sí señor, tal como se entiende, yo no he <strong>para</strong>do de vivir y<br />

por ello reconozco que merezco el título del “longevo americano”.<br />

¿Entonces qué es lo peor de vivir, si no es <strong>la</strong> pérdida de sus afectos?<br />

Le informo a los lectores que se decidieron a continuar este re<strong>la</strong>to: lo<br />

peor de esta vividera son los cambios a los que estoy obligado a soportar<br />

a través de <strong>la</strong>s diferentes épocas, puesto que soy un inmortal. Se pueden<br />

imaginar pasar de un período “primitivo” tal como nos calificaron los<br />

recién llegados a estas tierras, a una época colonial. Después de ésta, a <strong>la</strong><br />

independencia y así sucesivamente. No señor, no quiero ponerme en<br />

los calzones de aquel conde galo que supuestamente vivió desde <strong>la</strong> edad<br />

media y dicen que todavía camina por algún lugar de <strong>la</strong> Tierra, peleando<br />

en alguna que otra guerra que nunca falta.<br />

Si usted se p<strong>la</strong>ntea ser inmortal en nuestro país ponga atención por<br />

algunas de <strong>la</strong>s nimiedades por <strong>la</strong>s que tendrá que pasar.<br />

Durante <strong>la</strong> vida de indígena vivía tranqui<strong>la</strong>mente cazando, recolectando<br />

frutas y verduras que aseguraban el condumio y <strong>la</strong> existencia<br />

de <strong>la</strong> familia. Sin preocupación de <strong>la</strong>rgas jornadas de trabajo, pago de<br />

impuestos, cance<strong>la</strong>ción de condominio, cuentas del mercado, facturas<br />

de luz, agua, aseo, servicio de cable, cuota del sindicato y todas esas<br />

cosas novedosas que trajeron los navegantes de <strong>la</strong>s viejas tierras.<br />

Nuestra vida era muy sencil<strong>la</strong>; imagínense que no nos preocupábamos<br />

por <strong>la</strong> ropa; simplemente teníamos un guayuco que nos protegía <strong>para</strong><br />

que los bichos no nos picaran <strong>la</strong>s partes. Después supimos que esas<br />

partes eran “pudendas”, puesto que los navegantes decían que era<br />

pecado exhibir lo que <strong>la</strong> naturaleza nos había dado y que sabíamos que<br />

los otros también tenían. Por lo tanto, nos impusieron una nueva forma<br />

de vestir <strong>para</strong> esconder <strong>la</strong>s partes pecaminosas del cuerpo. Nos obligaron<br />

a usar unos trapos calurosos <strong>para</strong> no ofender al Todopoderoso<br />

con nuestra desnudez, ya que Él todo lo ve. Eso tuvimos que soportarlo


todos lo que vivíamos en este <strong>para</strong>íso terrenal, después de <strong>la</strong> llegada de<br />

los navegantes.<br />

Yo, que estaba acostumbrado a vagar por <strong>la</strong> sabana sin más ropa<br />

que un pedazo de guayuco, el cual sostenía lo que en <strong>la</strong> actualidad le<br />

l<strong>la</strong>man órgano sexual masculino, todo lo demás estaba al aire. Luego<br />

tuve que acostumbrarme a esa incómoda ropa que hacía sentirme como<br />

si estuviera en el mismo infierno de los cristianos. A partir de allí<br />

sudaba continuamente a borbotones; con esos trapos no podía <strong>la</strong>nzarme<br />

al río, como solía hacerlo con mi diminuta ropa. Además, esto<br />

conllevó a que muchos de nosotros se enfermara; ignorábamos que <strong>la</strong>s<br />

te<strong>la</strong>s había que <strong>la</strong>var<strong>la</strong>s. Luego, al igual que los navegantes, comenzamos<br />

a desprender un hedor simi<strong>la</strong>r a los mapurites salvajes.<br />

Pero si fue difícil <strong>para</strong> los hombres, mucho más complicado fue<br />

<strong>para</strong> <strong>la</strong>s mujeres; estas féminas no tenían porqué esconder lo que <strong>la</strong><br />

naturaleza les había dado. Pero fueron los conquistadores, aupados por<br />

los l<strong>la</strong>mados frailes —que de paso miraban lujuriosamente a nuestras<br />

indias— quienes obligaron a nuestras aborígenes a vestirse a <strong>la</strong> usanza<br />

de <strong>la</strong>s peninsu<strong>la</strong>res. Pobrecitas, cuánto debieron sufrir <strong>para</strong> acostumbrarse<br />

a esas horribles sayas españo<strong>la</strong>s. Pienso que todo fue por envidia<br />

de <strong>la</strong>s mujeres de los peninsu<strong>la</strong>res. Recuerdo <strong>la</strong> <strong>la</strong>scivia impregnada en<br />

los ojos de los recién llegados, cuando miraban los senos y <strong>la</strong>s nalgas<br />

desnudas de mis coterráneas.<br />

La cuestión de <strong>la</strong> religión no fue tan sencil<strong>la</strong>. Teníamos muchos<br />

dioses representados, algunos por bellos ídolos de piedra o madera: el<br />

dios Sol que nos daba <strong>la</strong> luz, <strong>la</strong> diosa Luna que algunas veces nos alumbraba<br />

<strong>la</strong>s noches oscuras, <strong>la</strong> diosa lluvia que nos rega<strong>la</strong>ba el agua <strong>para</strong><br />

regar <strong>la</strong>s cosechas, el dios del viento que nos quitaba el calor y a cada<br />

uno de ellos le pedíamos o le echábamos <strong>la</strong> culpa de lo sucedido. Es<br />

decir, dividíamos equitativamente el trabajo entre los diferentes dioses.<br />

El arribo de los navegantes complicó <strong>la</strong>s cosas. Nos inculcaron que<br />

había un solo Dios <strong>para</strong> todo; pueden creer mayor confusión <strong>para</strong> nosotros<br />

¿cómo una so<strong>la</strong> divinidad podía atender tantos problemas que<br />

afectaban nuestras tribus? Tenía que mandar lluvia <strong>para</strong> <strong>la</strong>s cosechas,<br />

curar enfermedades, ayudar al alumbramiento de los tripones, llenar<br />

los ríos de peces, enviarnos un poco de sol después de grandes chaparrones,<br />

entre otros. Siempre aseguré que era demasiado trabajo <strong>para</strong> un<br />

solo dios. Puede usted imaginarse lo difícil que fue <strong>para</strong> mí acostumbrarme<br />

a <strong>la</strong> nueva religión. Debo recordar que el conquistador llegó a <strong>la</strong><br />

JNNMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


tierra de gracia armado con <strong>la</strong> Biblia, <strong>la</strong> cruz y el arcabuz <strong>para</strong> civilizar a<br />

estos pueblos ignorantes e ignorados del Dios cristiano.<br />

Como verán el gran conquistador, una vez establecida <strong>la</strong> colonia,<br />

nos impuso una unidad religiosa y también lingüística. Se nos prohibió<br />

hab<strong>la</strong>r nuestro lenguaje puesto que, según él, era una jerigonza usada<br />

por herejes. De igual manera nos forzaron a rezar y a comulgar a <strong>la</strong><br />

usanza peninsu<strong>la</strong>r.<br />

Pero eso no fue todo. No crean, no fue fácil <strong>para</strong> los hombres acostumbrados<br />

a descargar nuestras vísceras sin dificultad, sin tener que<br />

escondernos de los demás. En nuestra época “primitiva” estas actividades<br />

eran un acto social. Me sentaba frente a un amigo a descargar mi<br />

intestino, mientras conversábamos amenamente. Es decir nos cambiaron<br />

hasta <strong>la</strong> manera de realizar “<strong>la</strong>s necesidades fisiológicas” tal<br />

como lo mientan los peninsu<strong>la</strong>res. Tampoco logré entender <strong>la</strong> razón de<br />

escondernos de los demás cada vez que nos holgábamos con nuestras<br />

indias, ya que <strong>para</strong> nosotros era una forma natural de reproducirse.<br />

En fin, fueron muchos los sufrimientos que padecí <strong>para</strong> habituarme<br />

a este nuevo modo de vida, tenía: un nuevo idioma, una nueva<br />

religión, como consecuencia un nuevo Dios y único, nueva forma de<br />

vestir, hasta una nueva forma de comer. Tuve que olvidarme de <strong>la</strong> yuca,<br />

el topocho y del mono asado. Ahora comía pan, chuleta, bistec, pael<strong>la</strong> y<br />

otras cosas que no me caían bien. Todo marchó perfecto, ya que los<br />

hombres, de alguna manera tenemos una gran capacidad de adaptación<br />

ante una novedad.<br />

Se puede decir que me fui acomodando a este nuevo mundo.<br />

—¿qué podía hacer después de tantos años viviendo de esta manera?—<br />

Fui acostumbrándome al gobierno de los peninsu<strong>la</strong>res, al l<strong>la</strong>mado<br />

régimen de casta. Peor lo pasaron los que l<strong>la</strong>man ahora “hombres<br />

de color”. A estos trajeron de lejanas tierras. Los sometieron a una vil<br />

esc<strong>la</strong>vitud, los trataron peor que los animales, hasta que un “Papa piadoso”<br />

dictó un decreto: a partir de ese momento, primero ocurrió con<br />

los indios y mucho tiempo después fueron los negros, que tales criaturas<br />

tenían alma y por lo tanto éramos hijos de Dios. No por esto finalizó<br />

el sometimiento de los esc<strong>la</strong>vos negros ante los poderosos. Fueron<br />

los hombres traídos de África quienes en realidad realizaron los trabajos<br />

más duros. Nosotros lo aborígenes, nos fuimos acostumbrando al<br />

mangüareo y al bochinche. Con <strong>la</strong> excusa de que éramos unos flojos,<br />

nos dejaban los trabajos menos severos.<br />

JNNNJ<br />

Longevo americano


Todo marchaba a <strong>la</strong> perfección, bueno casi a <strong>la</strong> perfección, en <strong>la</strong>s<br />

tierras de los súbditos de su majestad. Hasta que un esc<strong>la</strong>vo, primero en<br />

Yaracuy, el negro Miguel se dec<strong>la</strong>ró nuevo rey de estas tierras. Luego,<br />

por allá en Coro, un zambo libre, José Leonardo, hijo de una india libre<br />

y un negro esc<strong>la</strong>vo, reunió a varios como él y se convirtieron en cimarrones.<br />

Quisieron se<strong>para</strong>rse de <strong>la</strong> monarquía peninsu<strong>la</strong>r, <strong>para</strong> proc<strong>la</strong>mar<br />

una nueva cosa l<strong>la</strong>mada “república”. Tengo <strong>la</strong> impresión que a los iberos<br />

no les gustó <strong>la</strong> idea. Para evitar una futura coronación u otra forma de<br />

gobierno, por orden de <strong>la</strong> Real Audiencia, se optó por <strong>la</strong> forma más sencil<strong>la</strong><br />

de impedir cualquier propósito de emancipación en el futuro: le<br />

cortaron <strong>la</strong> cabeza a todos los sublevados. Sus pensadoras fueron expuestas<br />

en el camino, cual trofeo de caza. De esa manera se impedía <strong>la</strong><br />

existencia de un nuevo rey; no habría cabeza a quien coronar.<br />

¿Qué más se puede decir de aquel<strong>la</strong> época de los colonizadores?<br />

Ahora recuerdo; por aquello de una deuda externa, igual que <strong>la</strong> de<br />

ahora, que a los españoles por no poder pagar<strong>la</strong>, se les ocurrió una idea<br />

genial como si estas tierras fueran de su propiedad: nuestro insigne<br />

ibero Carlos V, autorizó a una familia de banqueros germanos, los l<strong>la</strong>mados<br />

Welser, <strong>para</strong> que pob<strong>la</strong>ran <strong>la</strong> naciente provincia. De esta manera,<br />

los teutones se cobrarían y se darían los vueltos con todas <strong>la</strong>s<br />

riquezas extraídas del naciente país. Fue el primer período germánico<br />

que viví.<br />

Pare <strong>la</strong> lectura y póngase a pensar, nosotros los indios, acostumbrados<br />

a comer yuca, plátano, casabe, carne asada, chigüire y pescado<br />

asado; comida con bajo nivel de colesterol, pasamos a degustar chistorras,<br />

chorizos, cocidos gallegos, pael<strong>la</strong>, pan de trigo, hasta aprendimos<br />

a dormir una cosa que los peninsu<strong>la</strong>res l<strong>la</strong>maban “siesta”. A parir de esa<br />

época se comenzaron a ver algunos indios exhibiendo una prominente<br />

barriga. Después, con <strong>la</strong> llegada de los teutones empecé a comer salchichas<br />

y repollo. —Vean si no tengo razón—. Estaba c<strong>la</strong>ro, con <strong>la</strong> disciplina<br />

traída por los germanos era imposible pensar en una “siestesita”.<br />

Todo era puro trabajo.<br />

Pero <strong>la</strong> cosa no terminó allí. Empezaron a escucharse voces libertarias<br />

con <strong>la</strong> intención de independizarse de <strong>la</strong> Corona Españo<strong>la</strong>. Aparece<br />

en cierta época nuestro primer hombre internacional —según los estudiosos<br />

de <strong>la</strong> globalización—. En verdad, se veía un poco afrancesado,<br />

algo morigerado, quien nuevamente tuvo <strong>la</strong> osadía de hab<strong>la</strong>r de independencia.<br />

Aparece en este período, según mi archivo memorístico,<br />

JNNOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


nuestro primer título: “el Precursor”. Nuestro galo precursor no fue<br />

mucho lo que pudo hacer. Nuestras castas sociales a lo único que<br />

estaban acostumbrados era al bochinche y no iban a abandonar su<br />

comodidad <strong>para</strong> cambiar<strong>la</strong> por una férrea disciplina europea, a <strong>la</strong> que<br />

estaba acostumbrado el recién llegado. Peor aún por <strong>la</strong>s venas de este<br />

aventurero no corría sangre noble, sino <strong>la</strong> de bodeguero.<br />

Me mantuve ajeno a todo eso. Seguía viviendo, a esto era a lo único<br />

que estaba acostumbrado; tenía mi india, mis indiecitos y no era mucho<br />

lo de trabajar <strong>para</strong> poder vivir. Tenía un conuco, unas gallinitas, pescaba<br />

con tranquilidad, evidentemente mis productos no eran <strong>para</strong> <strong>la</strong><br />

exportación, estos no tenían denominación de origen, ni control de<br />

calidad. Para <strong>la</strong> época cuando se escucharon nuevamente voces libertarias,<br />

supe de un joven zambo o pardo, de baja estatura, con patil<strong>la</strong>s y<br />

bigotes, un poco arrogante, que quiso seguir lo que había empezado el<br />

Precursor. Recuerdo cierta vez cuando, en un terremoto, el criollo se<br />

paró sobre los escombros y arengó contra Dios y contra <strong>la</strong> naturaleza,<br />

ya que él <strong>la</strong> obligaría a obedecerle.<br />

En esta parte de mi vida empecé a dudar de <strong>la</strong> religión, pues si el<br />

patiquín iba a obligar a <strong>la</strong> naturaleza y a Dios a obedecerle, era porque<br />

esa deidad no era tan omnipotente. Acá surgen mis primeros conflictos,<br />

pero miren lo que continúa.<br />

Nosotros los indios acostumbrados a los peninsu<strong>la</strong>res como dueños<br />

y señores de <strong>la</strong>s tierras y de nuestras voluntades, no podíamos imaginar<br />

que existiera otra forma de vida. Ahora venía este petimetre criollo, el<br />

que nombré anteriormente, a decirles a esos isleños y a esos gallegos que<br />

<strong>contar</strong>an con <strong>la</strong> muerte aún siendo indiferentes. Surgieron <strong>para</strong> mí <strong>la</strong>s<br />

primeras dudas: este patiquín quería romper con el establecimiento<br />

político de <strong>la</strong> época, al que todos estamos acostumbrados. ¿Quería eso<br />

decir que los peninsu<strong>la</strong>res eran tan mortales como nosotros? Mi mundo<br />

se derrumbó. Tenía tantos años viviendo y ahora debía cambiar todos<br />

mis hábitos.<br />

Continué viviendo en el caos. Me uní a <strong>la</strong>s fi<strong>la</strong>s libertadoras que<br />

comandaba el dandy de <strong>la</strong>s patil<strong>la</strong>s, al que le fue otorgado el título de “el<br />

Libertador”. Otros indios y negros se unieron a otro comandante que le<br />

endilgaron otro adjetivo que le resaltaba su gran dignidad, lo l<strong>la</strong>maron<br />

“el Urogallo”. Ambos líderes prometieron cosas. El segundo afirmaba<br />

que le iba a quitar <strong>la</strong>s tierras a los b<strong>la</strong>ncos y se <strong>la</strong>s iba a rega<strong>la</strong>r a los indios<br />

y a los negros que formaban su ejército. El primero, mucho más idealista<br />

JNNPJ<br />

Longevo americano


ofrecía <strong>la</strong> independencia, <strong>la</strong> libertad de comercio y luego, <strong>la</strong> libertad de<br />

los esc<strong>la</strong>vos.<br />

En fin, después de pasar casi cuatrocientos años viviendo y pensando<br />

que todo lo que nos había dado <strong>la</strong> madre patria era bueno, ahora<br />

había que destruirlo. Fue una época ca<strong>la</strong>mitosa. Había españoles, negros<br />

e indios al <strong>la</strong>do del patiquín peleando contra los españoles, negros e<br />

indios que estaban en el ejército del “Urogallo”.<br />

Fue entonces cuando descubrí que era venezo<strong>la</strong>no. Antes decía<br />

simplemente, soy súbdito de <strong>la</strong> Corona. El patiquín nos arengaba un<br />

sentimiento libertario afianzando nuestra nacionalidad y por tal razón,<br />

debíamos se<strong>para</strong>rnos de <strong>la</strong> monarquía. Nos habló de igualdad, libertad<br />

y fraternidad, pa<strong>la</strong>bras de uso diario en una revolución que se había gestado<br />

en un país europeo en <strong>la</strong> cual peleó, por cierto, nuestro Precursor y<br />

dicen que, también el conde Saint Germain.<br />

La vida transcurrió, viviendo de miserias, de muertes, enfermedades,<br />

pero eso sí afianzamos nuestra nacionalidad venezo<strong>la</strong>na. Nuestros<br />

l<strong>la</strong>nos, montañas, ríos y nuestra geografía fueron recorridos por<br />

hombres a caballos, canoas, curiaras, carretas, los cuales llevaban una<br />

asta en <strong>la</strong> que ondeaba <strong>la</strong> orif<strong>la</strong>ma tricolor signo de nuestra nacionalidad.<br />

Viví lo suficiente como <strong>para</strong> ver coronado los esfuerzos de los ejércitos<br />

libertadores, hasta que me vino otra confusión: el antiguo patiquín,<br />

ahora general del Ejército Libertador le cambió el nombre del<br />

país por <strong>la</strong> cual habíamos peleado y ahora lo l<strong>la</strong>maba Colombia.<br />

Cuando arengaba su fino verbo nos decía ¡colombianos! Entonces ¿qué<br />

había ocurrido? ¿Qué pasó con <strong>la</strong> venezo<strong>la</strong>nidad? En <strong>la</strong> medida que<br />

más vivía, más me confundía ¿no existirá un filósofo chino que tenga<br />

una máxima que diga “vive más <strong>para</strong> que te confundas más”? Si no<br />

existe <strong>la</strong> debo registrar como mía; el aforismo del “longevo americano”.<br />

En verdad eso de ser colombiano no me molestaba. Comencé a<br />

tomarme mis tintos por <strong>la</strong> mañana, aprendí a cocinar sobre barriga,<br />

libaba de vez en cuando mi aguardientito y nunca me faltaron en <strong>la</strong><br />

mesa <strong>la</strong>s papas chorreadas. Tenía <strong>la</strong> seguridad de que ahora era colombiano<br />

tal como lo aseguraba el Libertador.<br />

No crean que lo que vino después fue mucho mejor. Nada podía<br />

ser eterno, el único perpetuo soy yo. A pesar de que me adaptaba a <strong>la</strong>s<br />

nuevas formas, comencé a comprender que todo tiende a cambiar.<br />

Uno de los generales del Ejército Libertador, un rubio recio, de los<br />

que combatían por el l<strong>la</strong>no a lomo de caballo y <strong>la</strong>nza, que le mereció el<br />

JNNQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JNNRJ<br />

Longevo americano<br />

título: “el Ciudadano Esc<strong>la</strong>recido” o como también se le conoce “el León<br />

de Payara”, se enemistó con el creador de <strong>la</strong> patria. Por un decreto<br />

dec<strong>la</strong>raba “de ahora en ade<strong>la</strong>nte no seremos más colombianos, continuaremos<br />

siendo venezo<strong>la</strong>nos”. Yo, un indio ignorante, había olvidado<br />

cómo ser venezo<strong>la</strong>no, por lo tanto, tuve que ponerme nuevamente a<br />

practicar el gentilicio que por muchos años conocí.<br />

Se dan cuenta ustedes lo dificultoso que es vivir tanto tiempo.<br />

¿Cómo haría usted <strong>para</strong> resolver todo esos problemas de identidad<br />

nacional? Pero no crean que <strong>la</strong> cosa terminó en este período.<br />

Viví durante muchos años con el orgullo de ser venezo<strong>la</strong>no, eso sí,<br />

nos <strong>la</strong> pasábamos peleándonos entre nosotros. Cada año surgía un caudillo<br />

que decía que era más nacionalista que el otro, hasta que acabaron<br />

con buena parte del país. La patria se vio nuevamente sumergida en <strong>la</strong><br />

barbarie y en <strong>la</strong> miseria, con <strong>la</strong> seguridad de que manteníamos el<br />

orgullo de <strong>la</strong> nacionalidad.<br />

Todo marchó perfectamente mal, entre <strong>la</strong> barbarie y <strong>la</strong> miseria de<br />

los lugareños. Hasta que apareció en nuestra historia un caudillo, educado<br />

en París. El nuevo abanderado informó que lo único bueno era lo<br />

que provenía de <strong>la</strong> Ciudad Luz. Fue entonces cuando nos afrancesamos.<br />

Nuestra sociedad, pródiga en el arte de atraer hacia sus conspicuos<br />

miembros un buen mecate, le endilgó al refinado caudillo el título<br />

del “Ilustre Americano”. Se repite nuevamente lo de los títulos <strong>para</strong><br />

engrandecer <strong>la</strong> obra de tan excelso personaje.<br />

“El Ilustre” no fue mezquino en <strong>la</strong> decoración de <strong>la</strong> ciudad —de<br />

acuerdo a los moldes parisinos—. Tuvo el tupé de construir su propio<br />

arco de triunfo, emu<strong>la</strong>ndo al que observó en <strong>la</strong> ciudad, donde había<br />

pasado gran parte de su vida. Nuestra sociedad, novelera y frasquitera no<br />

tardó en tomar <strong>para</strong> sí <strong>la</strong>s orientaciones francesas: tanto de <strong>la</strong> moda, arte,<br />

gastronomía que venía del otro <strong>la</strong>do del Atlántico. Ya no se tomaba<br />

“leche de burra”, sino <strong>la</strong> espumosa “champaña” y al chocar <strong>la</strong>s copas no<br />

se decía salud sino santé. Ya no se empatucaba el pan con mantequil<strong>la</strong>,<br />

sino con el delicioso foie-gras. Fue tal nuestra novelería que adoptamos<br />

en nuestro idioma lo que los intelectuales de <strong>la</strong> lengua l<strong>la</strong>man galicismo.<br />

No decíamos señor ni señora; ahora en nuestro léxico aparecieron<br />

“madan” y “mesié” respectivamente; no se daban <strong>la</strong>s gracias, ahora se<br />

decía “mersí”, al mesonero lo l<strong>la</strong>maban “garzón”; cuando tropezábamos<br />

con alguien le decíamos “pardon” en vez de perdón, al queso derretido le


decían “fondiú” y cuando una mujer le pe<strong>la</strong>ba el ojo a un hobre, a eso lo<br />

l<strong>la</strong>maban “flirt”. Podemos pensar en tamaña frasquitería.<br />

De esta manera fui afianzando <strong>la</strong> venezo<strong>la</strong>nidad indígena germánica<br />

colombiana afrancesada. Ya no se comía casabe, ni mucho menos<br />

tomaba guarapo, ahora engullía pan francés o croissant. Cuando me<br />

invitaban a una “soireé”, un sarao, degustaba vino galo, hasta comía<br />

“entrecotte” y me despedía de mis amistades diciéndole “orreguá<br />

mesié”. Y cuando caminaba por <strong>la</strong>s calles de <strong>la</strong> capital, el aire se mezc<strong>la</strong>ba<br />

con los aromas de aguas de colonias y perfumes franceses importados<br />

de <strong>la</strong> Ciudad Luz.<br />

¿Poseo o no tengo razón al afirmar que no es fácil vivir tanto tiempo?<br />

Pero ustedes dirán, <strong>la</strong> cosa terminó en este período. Estaba demás decir<br />

que nuestra nacionalidad estaba afianzada. No había problema con <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada<br />

penetración cultural, mi enraizado proceso histórico no permitiría<br />

que ninguna bota extranjera pisoteara nuestra identidad cultural.<br />

Recuerdo que existió un señor bigotudo, éste provenía de <strong>la</strong> sierra y<br />

gobernó el país durante muchos años. En un principio de su mandato, ¿a<br />

que no saben qué hicieron los representantes de <strong>la</strong>s encumbradas familias?<br />

Enseguida lo coronaron con una diadema de <strong>la</strong>ureles y lo titu<strong>la</strong>ron<br />

“el Benemérito”. Se ve que nuestra sociedad, durante todas <strong>la</strong>s épocas no<br />

ha sido mezquina en eso de graduar personajes con los mejores honores.<br />

Pero qué les digo, nuestro “Benemérito”, durante una guerra entre<br />

todos los países, todos contra todos, se colocó del <strong>la</strong>do de los teutones.<br />

Para el dictador, <strong>la</strong> guerra <strong>la</strong> debía ganar el hombre de los bigoticos,<br />

porque los teutones, al igual que los hombres de <strong>la</strong> sierra donde él había<br />

nacido, eran disciplinados. Para esa época algunos <strong>la</strong>mbucios del país<br />

creyeron fielmente que había que acabar con los gitanos, judíos, los<br />

negros y los homosexuales. Más aún, le pidieron al Benemérito que<br />

construyera un horno crematorio en una de <strong>la</strong>s is<strong>la</strong>s deshabitadas, allá<br />

enviarían a los negros e indios de sangre impura, puesto que había<br />

pocos judíos y gitanos en el país. Con los homosexuales no había problemas,<br />

ellos estaban trabajando, como “voluntarios” en <strong>la</strong> construcción<br />

de <strong>la</strong>s carreteras y caminos que unieron al país. En algún vetusto<br />

álbum de nuestras dignas familias de <strong>la</strong> época, debe haber alguna foto<br />

donde el Benemérito aparece montado sobre un caballo imitando al<br />

“tercer reich”, en pose netamente germánica. Recuerdo que en ese<br />

período comencé a tomar cerveza, tal como los alemanes, y seguí comiendo<br />

salchichas con ensa<strong>la</strong>da de repollo y papa.<br />

JNNSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


Lo que pasa es que nuestros dirigentes se han empeñado en afianzar<br />

en nosotros, en los indios, en los negros y en los mestizos lo que se l<strong>la</strong>ma<br />

<strong>la</strong> pureza de <strong>la</strong> cultura con <strong>la</strong> finalidad de evitar cualquier intromisión<br />

extranjera en el devenir cultural del país.<br />

Estaba saliendo del período teutón, simi<strong>la</strong>r como los pintores que<br />

hab<strong>la</strong>n del período azul o del violeta, cuando surgió <strong>la</strong> época del desarrollo<br />

e industrialización de lo que algún intelectual l<strong>la</strong>mó “el excremento<br />

del diablo”.<br />

Entramos ahora a una nueva etapa que ha durado y permanecido<br />

tal como el imperio romano, pero igualmente estoy pre<strong>para</strong>do <strong>para</strong> <strong>la</strong><br />

próxima.<br />

A este período ya estoy adaptado, ya hemos dejado los galicismos y<br />

el germanismo, ahora me estoy acostumbrando al anglicismo. Ya no<br />

digo “mesié” sino “míster” y mucho menos madam, ahora digo “misia”.<br />

Es que desde que llegaron <strong>la</strong>s petroleras a mi país, <strong>la</strong>s cosas cambiaron<br />

por completo. Ya los jóvenes no juegan <strong>la</strong> gallinita ciega, ni el “gárgaro<br />

agachao”, ni “guataco” por <strong>la</strong>s orejas, ni “el escondido”; ahora juegan<br />

“béisbol” y “basquetbol” juegos que identifican el criollismo lúdicro, el<br />

cual que aprendimos de <strong>la</strong>s compañías. Organizamos nuestros equipos<br />

simi<strong>la</strong>res a como lo hacían los del Norte, por eso de que el Norte es una<br />

quimera.<br />

Aparecieron nuevos regímenes y nuestra sociedad no fue mezquina<br />

en eso de otorgarles títulos a los gobernantes, aún sin haber acudido<br />

a una universidad. Aparece en nuestra historia política uno que<br />

l<strong>la</strong>maban el “padre de <strong>la</strong> democracia” título éste que lo disputan varios<br />

ex presidentes, pero en fin, pertenece también al glosario criollo de <strong>la</strong>s<br />

designaciones, <strong>para</strong> honrar a los grandes hombres de <strong>la</strong> naciente democracia.<br />

Comenzaba el período gringo de nuestra idiosincrasia.<br />

Hubo una lucha de influencias extranjeras sobre el imberbe gobierno<br />

del pueblo y <strong>para</strong> el pueblo: los ingleses querían introducir al país<br />

sus juegos de jockey y fútbol, los germanos nos querían obligar a comer<br />

salchichas y los españoles no perdían <strong>la</strong>s esperanzas de que continuáramos<br />

siendo súbditos del caudillo español que representaba en <strong>la</strong> Tierra<br />

lo que Dios en el cielo. En fin, pudo más <strong>la</strong> influencia del Norte a través<br />

de <strong>la</strong>s compañías petroleras; preferimos el hotdog, <strong>la</strong> “coca co<strong>la</strong>” y el<br />

béisbol, con los que identificamos nuestra idiosincrasia. Por ello <strong>la</strong> formación<br />

de equipos de béisbol era un problema de identidad nacional.<br />

Nuestros teams, simi<strong>la</strong>r a los del septentrión, tenían nombre de<br />

JNNTJ<br />

Longevo americano


animales: “los tiburones” “<strong>la</strong>s águi<strong>la</strong>s”, “los leones” y otros nombres de<br />

nuestra zoología, afianzando de esta manera nuestra venenzo<strong>la</strong>nidad.<br />

La influencia del Norte en lo criollo ha sido de mucha importancia<br />

<strong>para</strong> el desarrollo de país y ésta ha sido de tal magnitud que en algún<br />

momento de nuestra vida un grupo de venezo<strong>la</strong>nos le solicitaron al<br />

gobierno de turno que “por favor cambie <strong>la</strong> capital de <strong>la</strong> nación <strong>para</strong> una<br />

penínsu<strong>la</strong> situada al Norte, donde los venezo<strong>la</strong>nos gastan más divisas<br />

que en su propia patria”. Tal petición fue discutida en el Congreso pero<br />

<strong>la</strong>mentablemente no prosperó. La historia nos reve<strong>la</strong> que fueron varias<br />

<strong>la</strong>s comunidades indígenas que tuvieron <strong>la</strong> intención de revocar <strong>la</strong><br />

medida tomada por el Congreso; afirmaron con vehemencia que esto<br />

atentaba contra <strong>la</strong> nacionalidad de nuestros ciudadanos.<br />

Me fui adaptando al nuevo período, parecía que era el mejor de mi<br />

vida, más de una vez viajé <strong>para</strong> <strong>la</strong> capital que nos fue negada por <strong>la</strong> ignorancia<br />

de nuestros congresantes. No se imagina <strong>la</strong> cantidad de cosas<br />

“made in USA” que abarrotaban mis maletas cuando llegaba nuevamente<br />

al país. Por allá <strong>la</strong>s cosas estaban tan baratas que algo en mi interior<br />

me impulsaba a comprar dos artículos iguales. Este período fue una<br />

delicia.<br />

Para mí, <strong>la</strong> bandera tricolor y <strong>la</strong> de estrel<strong>la</strong>s con barras, son los símbolos<br />

de <strong>la</strong> venezo<strong>la</strong>nidad, me identifico con el<strong>la</strong>s, tal como el l<strong>la</strong>nero lo<br />

hace con <strong>la</strong> “coleada de toros” o como cualquiera de nosotros lo hace<br />

con <strong>la</strong> hal<strong>la</strong>ca y el tequeñón. Pero <strong>la</strong> cosa se complicó en cierta época.<br />

Tal inconveniente aconteció cuando se disputaba el campeonato de un<br />

deporte que practican Europa y que había visto por televisión. Fue en<br />

este período cuando me arrepentí de haber vivido tanto; maldije a los<br />

chamanes por los teteros ingeridos, los cuales me permiten morar por<br />

estas tierras durante una eternidad.<br />

Se inició un campeonato mundial de lo que los europeos l<strong>la</strong>man<br />

“fútbol”. Comenzó nuevamente mi inquietud. Yo, que dominaba a <strong>la</strong><br />

perfección nuestro vocabu<strong>la</strong>rio criollo, tales como: “jonrón”, “hit”,<br />

“raifil” y otras pa<strong>la</strong>bras como “p<strong>la</strong>y ball” que nos hace orgullosos del<br />

sentir venezo<strong>la</strong>no, tenía que incorporar otras <strong>para</strong> poder entender el<br />

dichoso juego.<br />

Pero allí no quedó <strong>la</strong> cosa. Vivo en un apartamento cuya terraza da a<br />

uno de los grandes corredores viales que cruza <strong>la</strong> urbanización que<br />

habito. Cuál no sería mi sorpresa, cuando durante <strong>la</strong> culminación del<br />

JNNUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


mundial de fútbol escucho en <strong>la</strong> avenida unos estruendos, bocinas, gritería.<br />

Al asomarme al balcón, mi estupor ante el estrépito llegó al<br />

máximo, cuando veo ondear sobre <strong>la</strong> ventana de los carros, no <strong>la</strong> bandera<br />

tricolor, ni <strong>la</strong> de rayas con estrel<strong>la</strong>s que me identifican con el ser<br />

venezo<strong>la</strong>no, sino que veo una verdiamaril<strong>la</strong> ondeando, tal como f<strong>la</strong>meó<br />

<strong>la</strong> bandera tricolor, en <strong>la</strong> época de <strong>la</strong> guerra libertadora. Conf<strong>la</strong>gración<br />

donde nuestro pendón despedía olor a pólvora y a sangre derramada<br />

por nuestros soldados, <strong>para</strong> que nos sintiéramos orgullosos de ser venezo<strong>la</strong>nos.<br />

De esa nueva orif<strong>la</strong>ma emanaba un olor a cerveza, ron, anís y a<br />

jolgorio, pero en ningún momento <strong>la</strong> identifiqué como los símbolos de<br />

<strong>la</strong> nacionalidad conocidos por mí.<br />

Después que pasó el estruendo, regresé a mi estudio <strong>para</strong> escuchar<br />

música criol<strong>la</strong>: “hip hop” y “reguetón”. Decidí retomar un nuevo entretenimiento:<br />

mientras jugaba “p<strong>la</strong>y station” recordé que debía comprar una<br />

botel<strong>la</strong> de “carpiriña” <strong>para</strong> degustar una buena “hamburguesa”, acompañado<br />

con un delicado “mouse de choco<strong>la</strong>te”. A continuación tomaría un<br />

“güayoyo bien caliente”. Finalmente, <strong>para</strong> acelerar <strong>la</strong> digestión, pa<strong>la</strong>dearé<br />

un delicioso “cuantreu on the rock” y luego, me iría a descansar en<br />

un chinchorro de moriche. De esta manera hago ga<strong>la</strong> de mi título “el<br />

longevo americano”, y de mi gran raigambre criol<strong>la</strong>.<br />

Como habrán leído los lectores mi capacidad de adaptación es<br />

grande y más aún en esta época, en <strong>la</strong> que sop<strong>la</strong>n aires globalizadores.<br />

Utilizaré mis poderes mentales <strong>para</strong> amoldarme a un nuevo período de<br />

mi vida y ello permitirá afianzar mucho más el sentimiento nacional del<br />

“longevo americano”.<br />

JNNVJ<br />

Longevo americano


La joven directora<br />

Dos pasos ade<strong>la</strong>nte y uno <strong>para</strong> atrás, dos pasos ade<strong>la</strong>nte y uno <strong>para</strong><br />

atrás... A este ritmo cargaban <strong>la</strong> urna de quien fuera uno de los habitantes<br />

de un pueblo de Barlovento. Ya lo habían ve<strong>la</strong>do y rezado, sólo<br />

faltaba el paseo ritual por <strong>la</strong>s calles empedradas y empolvadas del<br />

caserío, <strong>para</strong> llevarlo a <strong>la</strong> última morada. Algunas caras negras con rostros<br />

de dolor acompañaban al difunto y otros, abrazados entre ellos con<br />

aliento a ron, entonaban un cántico propio de <strong>la</strong>s etnias negras y que<br />

<strong>para</strong> otros, ajenos a estas tierras, hubiese sido una pieza de baile propia<br />

de <strong>la</strong> fiesta de San Juan. Un canto en el que sus tonalidades llevaban el<br />

dolor, el sufrimiento y <strong>la</strong>s tristezas de los primeros negros traídos en los<br />

barcos que realizaban el repugnante y vil comercio de seres humanos.<br />

—¿A quién llevan ahí? —seña<strong>la</strong>ndo al sarcófago, preguntó una<br />

joven cargada con una maleta. Por el aspecto parecía recién llegada de<br />

<strong>la</strong> capital.<br />

—Al director de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>— contestó una hermosa trigueña,<br />

quien se encontraba a su <strong>la</strong>do y formaba parte del coro del canto funerario,<br />

junto con los demás concurrentes al acto mortuorio. La muchacha<br />

de <strong>la</strong> maleta hizo <strong>la</strong> señal de <strong>la</strong> cruz al pasar el féretro frente a<br />

el<strong>la</strong>. Miraba con asombro el espectáculo del baile de difuntos. El<strong>la</strong>, como<br />

persona citadina, nunca había visto un entierro bai<strong>la</strong>do y mucho<br />

NON


menos, que <strong>la</strong>s personas que acompañaban al difunto entonaran canciones<br />

al son de tambores que insinuaban jolgorio y alegría, pero nunca<br />

tristeza y pesar.<br />

—¿Y de qué murió el director de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>? —<strong>la</strong> muchacha de <strong>la</strong><br />

maleta hacía <strong>la</strong> pregunta pero sin dirigir<strong>la</strong> a nadie en particu<strong>la</strong>r, sus ojos<br />

se entretenían viendo el espectáculo nunca visto. La misma trigueña<br />

que estaba a su <strong>la</strong>do contestó:<br />

—Lo encontraron privado a <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> del río. La comadrona del<br />

pueblo dice que murió de un susto.<br />

Dos pasos <strong>para</strong> ade<strong>la</strong>nte y uno <strong>para</strong> atrás. Así continuaba <strong>la</strong> procesión<br />

fúnebre entre los cantores; todos iban entre<strong>la</strong>zados, turnándose una<br />

botel<strong>la</strong> de aguardiente. De esta manera entonaban el canto funerario de<br />

<strong>la</strong> etnia; tonada que habían transmitido los ancestros desde sus tierras<br />

africanas. Réquiem de tierras lejanas, importado por hombres sometidos<br />

a <strong>la</strong> ignominiosa esc<strong>la</strong>vitud en nombre de Dios y su majestad el rey.<br />

Con un mohín, casi una sonrisa, <strong>la</strong> muchacha de <strong>la</strong> maleta preguntó:<br />

—¿Y cómo puede una persona morirse de un susto?<br />

La hermosa trigueña que sostenía <strong>la</strong> ve<strong>la</strong> con rictus solemne, volteó<br />

<strong>para</strong> ver quién hacía <strong>la</strong> pregunta; notó que <strong>la</strong> joven de <strong>la</strong> maleta no era<br />

de su color y con cierto desdén le contestó:<br />

—Ay señorita, cómo se ve que uté no es de po’aquí. En este pueblo<br />

pasan cosas que naiden sabe explicá.<br />

Ya cuando pasaron los últimos acompañantes de <strong>la</strong> procesión<br />

funeraria, <strong>la</strong> joven de <strong>la</strong> maleta tomó lo suyo y con <strong>la</strong> blusa nueva pegada<br />

al cuerpo —por el intenso calor tropical—, se dirigió por <strong>la</strong>s calles<br />

empedradas y polvorientas del caserío. Miraba a uno y otro <strong>la</strong>do <strong>la</strong>s<br />

casas de barro con techos de palmera, observando los hombres de color<br />

que estaban sentados enfrente de sus casas, en espera de lo que nunca<br />

sucedería. Notaba, que algunos de ellos se le quedaban mirando con<br />

cierta extrañeza. Durante el trayecto <strong>la</strong> joven recién llegada, también<br />

los atisbaba con disimulo y todavía no entendía su presencia en ese<br />

caserío. Para el<strong>la</strong>, era inevitable com<strong>para</strong>r lo que veía con <strong>la</strong> capital,<br />

donde estaba su casa y todas <strong>la</strong>s comodidades.<br />

Acababa de graduarse de maestra normalista y como no consiguió<br />

trabajo en ninguna parte, el ministerio decidió enviar<strong>la</strong> como directora<br />

a ocupar el cargo del difunto, quien recién había pasado de<strong>la</strong>nte de el<strong>la</strong>.<br />

Sacó el papel donde estaba <strong>la</strong> dirección de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> y le preguntó a uno<br />

de los lugareños, el cual se encontraba fuera de su casa. De inmediato,<br />

JNOOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JNOPJ<br />

La joven directora<br />

uno de ellos, sin proferir alguna pa<strong>la</strong>bra —pues por el calor abrasador le<br />

daba flojera hasta de conversar—, apuntó con su dedo <strong>la</strong> casa requerida.<br />

Al arribar a <strong>la</strong> dirección indicada en el papel, tocó <strong>la</strong> puerta, dudando<br />

que esta casa destarta<strong>la</strong>da fuera el local, donde el<strong>la</strong>, como maestra<br />

graduada con altas calificaciones, se desempeñaría como directora de<br />

escue<strong>la</strong>. La joven de <strong>la</strong> maleta esperó que le abrieran <strong>la</strong> puerta, con <strong>la</strong><br />

tentación de dejar todo y salir corriendo <strong>para</strong> <strong>la</strong> capital.<br />

Abrió <strong>la</strong> puerta un señor fornido y trigueño de cabellos ensortijados<br />

y canosos, con edad indefinible, puesto que <strong>la</strong> edad de esas personas, <strong>la</strong><br />

cual se determina por años de sufrimientos, no es fácil calcu<strong>la</strong>r<strong>la</strong> de una<br />

so<strong>la</strong> mirada. En ese momento <strong>la</strong> joven tomó <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra:<br />

—Buenas tardes, señor. Soy <strong>la</strong> maestra Zunilde, <strong>la</strong> nueva directora<br />

de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> —el señor trigueño de muchos años, <strong>la</strong> observó con una<br />

mirada escrutadora, recorriendo con ésta todo el cuerpo y el alma de <strong>la</strong><br />

joven directora.<br />

—Pase uté, diretora, yo soy Julián, el encargao de hacé <strong>la</strong> limpieza<br />

de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> los fines de semana.<br />

La maestra Zunilde recorrió con su mirada parte del local donde, a<br />

partir del lunes, iba a dirigir el proceso educativo, aplicando los últimos<br />

procedimientos metodológicos y didácticos. El<strong>la</strong> con diecinueve años y<br />

sin ninguna experiencia, se sintió desconso<strong>la</strong>da de este pueblo olvidado<br />

de Dios, del ministerio y muy cerca del infierno, dado el calor que <strong>la</strong><br />

atormentaba.<br />

—Maestra Zunilde, uté es muy joven pa’ sé <strong>la</strong> directora de esta escue<strong>la</strong>.<br />

Le recomiendo que se vuelva a <strong>la</strong> capital en el autobús que pasa a<br />

<strong>la</strong>s siete de <strong>la</strong> noche.<br />

Julián recibió con estas pa<strong>la</strong>bras a <strong>la</strong> joven directora, quien no comprendía<br />

estas frases, quizás ni siquiera <strong>la</strong>s oyó, ante <strong>la</strong> perplejidad que le<br />

produjo el destarta<strong>la</strong>do centro educativo, donde el<strong>la</strong> aspiraba innovar<br />

junto con sus seis maestras y una secretaria.<br />

—Yo que se lo digo, maestra Zunilde, vuélvase pa’ <strong>la</strong> capital. Regrese<br />

por donde vino. Con ellos no pudo ni el difunto maestro Andrés<br />

Solórzano. Él ya había ido a consultar a un brujo de Birongo y éste le dijo<br />

que abandonara <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> lo más rápido posible.<br />

Así le hab<strong>la</strong>ba Julián a <strong>la</strong> juvenil maestra y finalmente, sentenció:<br />

—Maestra, tiene que cuidarse mucho.<br />

La novel educadora comenzó a ponerle atención a Julián y lo<br />

observó detenidamente. El<strong>la</strong>, que en su época adolescente había leído


La cabaña del tío Tom, lo comparó con el personaje central de <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> y<br />

de inmediato sintió un gran afecto por él.<br />

—No se preocupe, señor Julián, yo sé tratar a los niños y además,<br />

aspiro no tener problemas con <strong>la</strong>s maestras y <strong>la</strong> secretaria de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>.<br />

Julián se sonrió, bajó <strong>la</strong> cara y se miró los pies, cubiertos por unas<br />

alpargatas desgastas por el uso. Trató de esconderlos detrás de una sil<strong>la</strong>,<br />

como queriendo ocultar su destrozado aspecto ante <strong>la</strong> presencia sudorosa,<br />

acica<strong>la</strong>da y joven de <strong>la</strong> maestra Zunilde. Como si el avejentado<br />

aspecto y lo raído su ropa, producido por años de sufrimientos, fuera<br />

algo por lo que debía avergonzarse.<br />

—Ay, maestra Zunilde, uté está equivocá. Como siempre, en <strong>la</strong><br />

capital metiendo embustes.<br />

La directora colocó <strong>la</strong> maleta sobre el piso y cuando ya se disponía a<br />

sentarse <strong>para</strong> continuar <strong>la</strong> conversación pegó un grito despavorido, al<br />

sentir por su cabeza y por su pelo el revoloteo de una cosa.<br />

—No se asuste directora, esos son los murcié<strong>la</strong>gos, esos no hacen<br />

na’, pero los otros sí.<br />

La maestra Zunilde se recuperó del susto y una vez más tranqui<strong>la</strong>,<br />

preguntó a Julián:<br />

—¿Por qué dices que en <strong>la</strong> capital siempre mienten?<br />

El obrero se paró <strong>para</strong> espantar el murcié<strong>la</strong>go con un trapo rojo y<br />

fue en busca de una totuma <strong>para</strong> llevarle café a <strong>la</strong> joven acompañante.<br />

—Tómese un poquito que está recién co<strong>la</strong>o.<br />

La maestra agarró <strong>la</strong> totuma con dificultad, puesto que sólo hacía<br />

uso de tasas <strong>para</strong> beber, se mantuvo esperando con ansiedad <strong>la</strong> respuesta<br />

del viejo.<br />

—Directora, esta escue<strong>la</strong> tiene so<strong>la</strong>mente dos maestras, una es <strong>la</strong><br />

señora Benita B<strong>la</strong>nco, el<strong>la</strong> no pudo vení a recibir<strong>la</strong> po’que está cortando<br />

racimos de topochos. La maestra Benita da c<strong>la</strong>se de primero, segundo y<br />

tercer grado a los cuatro alumnos que tiene: Andrés de dieciséis años<br />

que estudia primer grado, Julio el hijo de Monzón, el que tiene <strong>la</strong><br />

bodega. Este manganzón estudia segundo grado y tiene catorce años y<br />

<strong>la</strong>s dos hijas de Tomasa, <strong>la</strong> que barre <strong>la</strong> iglesia cuando viene el cura, el<strong>la</strong>s<br />

estudian tercero y tienen dieciséis y diecisiete años.<br />

La joven directora se mostró estupefacta ante lo confirmado por<br />

Julián. Miraba y miraba <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>, <strong>la</strong> com<strong>para</strong>ba con <strong>la</strong>s que el<strong>la</strong> conocía<br />

en <strong>la</strong> capital, en <strong>la</strong>s que el<strong>la</strong> había realizado sus prácticas docentes y<br />

notaba que en nada se parecían.<br />

JNOQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


—Bueno, señor Julián, ¿y cómo se l<strong>la</strong>ma <strong>la</strong> otra maestra? —preguntó<br />

en tono resignado—. El bueno de Julián trató de esconder nuevamente<br />

sus pies forrados por <strong>la</strong>s destrozadas alpargatas, <strong>la</strong>s que estaban<br />

así por sus enormes pies. Julián durante muchos años había trabajado<br />

muy duro en <strong>la</strong> misma hacienda donde su abuelo fue esc<strong>la</strong>vo y su padre,<br />

en ese mismo sitio, había sido un negro manumiso. Sus pies estaban<br />

desfigurados de tanto cargar racimos de plántanos, topochos y sacos de<br />

cacao. Con una media carcajada contestó:<br />

—La otra maestra es uté, quien tiene que dar c<strong>la</strong>se a cuarto, quinto<br />

y sexto grado; <strong>la</strong> maestra Benita tiene quince años dando los mismos<br />

grados y no sabe más nada.<br />

Ante estas pa<strong>la</strong>bras <strong>la</strong> maestra Zunilde se tomó el café de un solo<br />

trago, sin percatarse de que el líquido estaba caliente; casi de inmediato<br />

le provocó agarrar <strong>la</strong> maleta y regresar de nuevo a su casa.<br />

Julián observó con cierta compasión <strong>la</strong>s lágrimas que corrían por<br />

los carrillos de <strong>la</strong> joven maestra Zunilde, que tomaron un color terroso<br />

al mezc<strong>la</strong>rse con el sudor, el rubor y el polvo del camino. Pensando que<br />

Julián sabía todo lo que ocurría en <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>, <strong>la</strong> maestra preguntó nuevamente<br />

—Bueno, señor Julián, ¿y mis alumnos?<br />

—Por sus alumnos no se preocupe maestra —Julián respondió—.<br />

Uté tiene sólo cuatro pasmarotes, los hijos de Magdalena, <strong>la</strong> que reza<br />

los rosarios en los velorios y en los novenarios. Ellos trabajan en <strong>la</strong><br />

hacienda de don Andrés De Sousa; sólo asisten a <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> dos veces a<br />

<strong>la</strong> semana.<br />

La voz quebrada y <strong>la</strong>s lágrimas corriéndole por <strong>la</strong>s mejil<strong>la</strong>s, <strong>la</strong>s<br />

cuales dejaban un camino c<strong>la</strong>ro hasta <strong>la</strong>s comisuras de los <strong>la</strong>bios, mostraban<br />

el estado de ánimo de <strong>la</strong> joven directora. Presa de angustia, preguntó<br />

nuevamente:<br />

—Y <strong>la</strong> secretaria, ¿cómo se l<strong>la</strong>ma?<br />

En el momento que el<strong>la</strong> hizo <strong>la</strong> pregunta, Julián agarró nuevamente<br />

el trapo rojo <strong>para</strong> espantar otros murcié<strong>la</strong>gos que estaban revoloteando<br />

por el salón de primero, segundo y tercer grado. Se habían<br />

mantenido siempre en esta sa<strong>la</strong>. Julián pensaba en su interior: “Son<br />

como <strong>la</strong> maestra Benita B<strong>la</strong>nco, no quieren salir del mismo grado”.<br />

—La secretaria ¿cuál secretaria? El difunto maestro Solórzano,<br />

que en paz descanse, él mismo hacía los trabajos en <strong>la</strong> máquina vieja<br />

que está en un cuartico situado al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> letrina.<br />

JNORJ<br />

La joven directora


JNOSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />

Parecía que a <strong>la</strong> maestra Zunilde se le había agotado <strong>la</strong> capacidad<br />

<strong>para</strong> asombrarse. Ahora, era el<strong>la</strong> quien quería esconder detrás de <strong>la</strong> sil<strong>la</strong><br />

sus zapatos nuevos llenos de polvo del camino, al com<strong>para</strong>rlos con<br />

detenimiento con <strong>la</strong>s desgastadas alpargatas que calzaban los enormes<br />

pies de Julián. Su mirada, era <strong>la</strong> de una sonámbu<strong>la</strong>, permanecía hipnotizada.<br />

De nuevo oyó una voz que le recordaba que estaba acompañada.<br />

—Maestra Zunilde, le repito, el autobús pasa de nuevo a <strong>la</strong>s siete<br />

de <strong>la</strong> noche pa’que regrese a <strong>la</strong> capital. Mire que peores son los otros.<br />

“Peores son los otros”, fue lo último que escuchó <strong>la</strong> joven directora.<br />

“Peores son los otros…”, repitió en voz baja, con sus ojos dirigidos<br />

hacia una cucaracha que pasaba por debajo de <strong>la</strong> sil<strong>la</strong>. Sin hacer el gesto<br />

de repugnancia que tanto le causaban estos animales farfulló:<br />

¿Qué puede ser peor de lo que estaba pasando? ¿Qué había hecho<br />

<strong>para</strong> que el Ministerio <strong>la</strong> enterrara en vida en este pueblo infernal? Y<br />

continuó, ahora, meditando en voz alta: “¿Qué puede ser peor que esta<br />

escue<strong>la</strong>, donde tengo que hacer maestra de cuatro mozalbetes, de secretaria<br />

y de paso de espanta murcié<strong>la</strong>gos?”.<br />

Julián, sabía lo que le estaba pasando por <strong>la</strong> cabeza a <strong>la</strong> joven directora.<br />

A manera de consuelo le indicó, en tono algo sosegado:<br />

—Su cuarto es aquel que se ve en el fondo, al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> letrina. Se lo<br />

acomodé esta mañana. Todos sabíamos que uté venía hoy —mientras<br />

Julián decía estas frases comenzó a levantarse de <strong>la</strong> sil<strong>la</strong>, moviendo sus<br />

pesados años, despidiéndose con estas últimas pa<strong>la</strong>bras—: Si uté quiere,<br />

maestra, pa’que no tenga que ir de noche a <strong>la</strong> letrina, puede comprarse<br />

una bacinil<strong>la</strong> en <strong>la</strong> bodega del viejo Monzón. Si no tiene dinero, no se<br />

preocupe, él fía. Ya le pagará cuando cobre su primer sueldo. Aquí le<br />

dejo unas ve<strong>la</strong>s pa’que se alumbre esta noche.<br />

El viejo Julián se fue lentamente arrastrando sus pesados pies y con<br />

ellos más de quinientos años de sufrimientos de estos pueblos. La maestra<br />

lo observaba desde <strong>la</strong> puerta, hasta que lo confundió con <strong>la</strong> oscuridad<br />

que comenzaba a mostrarse. También, a esta hora, empezaban a aparecer<br />

los candiles de <strong>la</strong>s ve<strong>la</strong>s encendidas de <strong>la</strong>s casas vecinas a <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>.<br />

“En este pueblo de Barlovento <strong>la</strong>s noches son tan oscuras como <strong>la</strong> piel de<br />

sus habitantes”. En eso pensaba <strong>la</strong> nueva docente cuando vio alejarse a su<br />

amable anfitrión.<br />

La maestra Zunilde aprovechó los últimos vestigios de c<strong>la</strong>ridad<br />

<strong>para</strong> dar un recorrido por <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>. Dos cuartos con seis pupitres cada<br />

uno, dos escritorios destarta<strong>la</strong>dos con sus sil<strong>la</strong>s de <strong>la</strong>tón, una cartelera


con el corcho deteriorado y dos papeles pegados con tachue<strong>la</strong>s donde se<br />

leía “Aniversario de <strong>la</strong> independencia. 5 de julio de 1963” y en el otro,<br />

“Moral y luces son nuestras primeras necesidades. Bolívar”. La joven<br />

directora no se animó a sacar <strong>la</strong> cuenta de los años transcurridos desde<br />

<strong>la</strong> última cartelera. Eran muchos.<br />

En su recorrido <strong>la</strong> maestra Zunilde espantó doce murcié<strong>la</strong>gos, mató<br />

diez cucarachas y pegó un grito cuando le pasaron dos inmensas ratas por<br />

encima de sus zapatos llenos de polvo del camino. Nadie acudió a socorrer<strong>la</strong>.<br />

A partir de ese momento se sintió muy so<strong>la</strong>, <strong>la</strong> soledad y el miedo<br />

comenzó a penetrar por cada uno de los resquicios de sus entrañas.<br />

Se fue a su cuarto, contempló el catre viejo que serviría de lugar de<br />

reposo, un esca<strong>para</strong>te con el espejo partido y un cajón que serviría de<br />

mesa de noche. La maestra encendió <strong>la</strong> ve<strong>la</strong> que estaba sobre el cajón y<br />

notó que su mano estaba temblorosa. El movimiento de <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ma de <strong>la</strong><br />

ve<strong>la</strong> producía un espectáculo fantasmagórico. Cada momento parecía<br />

que anunciaba <strong>la</strong> visita un murcié<strong>la</strong>go, una rata o una cucaracha. Estaba<br />

pre<strong>para</strong>da con el trapo rojo que le había dejado Julián y en <strong>la</strong> otra mano,<br />

sostenía el rosario que había traído de <strong>la</strong> capital, un regalo de su abue<strong>la</strong><br />

el día de su primera comunión.<br />

Una vez que sacó de su maleta <strong>la</strong> dormilona b<strong>la</strong>nca que se iba poner<br />

<strong>para</strong> dormir, después de algunos rezos y aspirando que <strong>la</strong> ve<strong>la</strong> le durara<br />

hasta el amanecer, se dispuso acostarse; con <strong>la</strong> seguridad de que esa noche<br />

no podría conciliar el sueño.<br />

Finalmente, <strong>la</strong> ve<strong>la</strong> se consumió en su totalidad y el cuarto quedó<br />

completamente a oscuras. Una oscuridad que <strong>la</strong> joven directora jamás<br />

hubiese imaginado, parecía que todo, absolutamente todo lo habían pintado<br />

de azabache. Todo estaba sumergido en una profunda negritud.<br />

Transcurrido cierto tiempo, más allá de <strong>la</strong> medianoche, <strong>la</strong> joven<br />

directora comenzó a impacientarse, como si notase <strong>la</strong> presencia de seres<br />

extraños. No eran murcié<strong>la</strong>gos, ni <strong>la</strong>s cucarachas, ni <strong>la</strong>s ratas. Su<br />

piel se puso como <strong>la</strong> de <strong>la</strong> gallina y sintió un escalofrío que le recorrió<br />

todo el cuerpo.<br />

Escuchó que movían los pupitres, sintió que barrían los salones de<br />

<strong>la</strong> escue<strong>la</strong> y <strong>para</strong> colmo, alguien estaba dándole a <strong>la</strong>s tec<strong>la</strong>s de <strong>la</strong> vetusta<br />

máquina de escribir. Ante tales ruidos, <strong>la</strong> joven directora se sintió<br />

horrorizada, quiso mirar sus manos <strong>para</strong> ver<strong>la</strong>s temb<strong>la</strong>r, pero <strong>la</strong> oscuridad<br />

de <strong>la</strong> noche se lo impidió. Prefirió pensar que todo era producto<br />

de su imaginación y por breves instantes le volvió <strong>la</strong> calma a su espíritu.<br />

JNOTJ<br />

La joven directora


Pudo detectar el revoloteo de los murcié<strong>la</strong>gos, pero no les tuvo<br />

miedo, más bien se sintió reconfortada, pues ellos no le hacían sentir <strong>la</strong><br />

soledad. Su estado de ánimo cambió cuando oyó nuevamente el ruido<br />

de <strong>la</strong> máquina de escribir y el movimiento de <strong>la</strong>s gavetas del estropeado<br />

archivo.<br />

Los ojos y <strong>la</strong> cara de terror de <strong>la</strong> joven directora era imposible describirlos<br />

puesto que <strong>la</strong> noche había entrado por <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>.<br />

La oscuridad era tal que ni el<strong>la</strong> misma sabía dónde se encontraba. Una<br />

cosa sí era cierta, <strong>la</strong> maestra estaba aterrorizada.<br />

A <strong>la</strong> mañana siguiente, muy temprano, llegó Julián, <strong>para</strong> hacerle<br />

café a <strong>la</strong> directora y se percató que <strong>la</strong>s puertas y ventanas de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong><br />

estaban de par en par. Un estremecimiento le heló los huesos. Era el<br />

escalofrío de <strong>la</strong> muerte. En ese momento supo que se encontraba solo,<br />

que <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> estaba nuevamente abandonada. Buscó infructuosamente<br />

y pensó que <strong>la</strong> maestra se había ido. Se dirigió al cuarto y se dio<br />

cuenta que <strong>la</strong> puerta estaba abierta. Encontró <strong>la</strong> maleta y otros enseres<br />

de <strong>la</strong> joven directora.<br />

Salió corriendo moviendo sus pesados años, pero de inmediato se<br />

paró, como si algo o alguien le dijera hacia dónde debería conducir sus<br />

pasos cansinos. Se dirigió, con marcha apresurada e imprecisa, hacia el<br />

río que atravesaba el pueblo. Cuando llegó a <strong>la</strong> ribera, esperó un rato.<br />

Julián contemp<strong>la</strong>ba el río como en espera de algún mensaje, aparte<br />

de los <strong>la</strong>mentos y los quejidos de los hombres de su etnia que siempre<br />

arrastraba <strong>la</strong> corriente. Mientras observaba con detenimiento, <strong>la</strong>s aguas<br />

de <strong>la</strong> corriente trajo un nuevo pesar. Notó que sobre el agua flotaba un<br />

trapo b<strong>la</strong>nco. Penetró a grandes zancadas dentro de su viejo amigo el<br />

río. Tomó <strong>la</strong> prenda entre sus manos y se percató de que era una dormilona<br />

b<strong>la</strong>nca.<br />

El viejo Julián agarró <strong>la</strong> prenda y se <strong>la</strong> colocó en el pecho, del <strong>la</strong>do<br />

del corazón. Se le salieron <strong>la</strong>s lágrimas y tiró nuevamente al río <strong>la</strong> invalorable<br />

pieza. Se secó <strong>la</strong>s manos en <strong>la</strong> parte trasera del pantalón, miró al<br />

cielo y exc<strong>la</strong>mó:<br />

—Maestra Zunilde, yo le advertí que se fuera en el autobús de <strong>la</strong>s<br />

siete, porque peores eran los otros.<br />

Las lágrimas siguieron fluyendo y resba<strong>la</strong>ndo por los cachetes<br />

oscuros del viejo Julián, quien miraba cómo se alejaba <strong>la</strong> dormilona<br />

b<strong>la</strong>nca llevada por <strong>la</strong>s aguas turbulentas de su amigo.<br />

JNOUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


—Pobrecita, se <strong>la</strong> llevó el río, tan joven que estaba el<strong>la</strong> —miró nuevamente<br />

hacia el cielo pidiendo por el alma de <strong>la</strong> maestra y fijó en su<br />

memoria el recuerdo de <strong>la</strong> joven directora.<br />

JNOVJ<br />

La joven directora<br />

àìäáç NVUT


Diálogos con el vividor<br />

—Tú me preguntas: ¿qué entiendo yo por vivir? La respuesta es<br />

muy sencil<strong>la</strong>. Vivir no es levantarse, irse a trabajar, comer y dormir, ni<br />

tampoco, repetir cada día lo mismo que el día anterior. Yo diría, que<br />

esos son los ciclos vitales que les aseguran a los humanos <strong>la</strong> existencia.<br />

La vida es poner los cinco sentidos, sí es que no hay más, al servicio de<br />

uno. Vivir es deleitarse con los ojos: mirar un paisaje, aguzar los sentidos<br />

ante una obra pictórica como un Rubens, embelesarse dando una<br />

ojeada y si es posible, tocar <strong>la</strong> Venus de Milo. Escuchar una bel<strong>la</strong><br />

melodía, por ejemplo el Aleluya de Händel. Vivir, es sentir en tu mano<br />

<strong>la</strong> piel sensible de un cuerpo femenino y experimentar por todo el organismo<br />

<strong>la</strong> forma como mana el flujo sanguíneo. Como un correo que<br />

avisa al cerebro del gran éxtasis en que uno se encuentra —estas fueron<br />

<strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de Idelfonso Corbiére, conocido en el pueblo del Yunque<br />

con el seudónimo del “Francés”.<br />

La pregunta que cabe formu<strong>la</strong>r es <strong>la</strong> siguiente ¿qué hacía un francés<br />

culto por estas tierras olvidadas de Dios? Todos sabemos que <strong>para</strong><br />

llegar a este orbe hay que atravesar seis horas de carretera de tierra,<br />

desde <strong>la</strong> capital de <strong>la</strong> provincia, donde el único paisaje son unas piedras.<br />

Las figuras pétreas, todos los días rec<strong>la</strong>man al sol lo imp<strong>la</strong>cable que ha<br />

sido con éstas. Los nacidos en El Yunque afirman, que ya <strong>la</strong>s formas<br />

NPN


ocosas no sudan como antes, puesto que ya se les agotó el agua. Cuentan<br />

los viejos que durante mucho tiempo, de esas rocas siempre manaba<br />

un manantial cristalino. Da <strong>la</strong> impresión que ese hontanar permanece<br />

seco y de allí lo que reverbera es un calor imp<strong>la</strong>cable. La gente cree que<br />

son <strong>la</strong>s mismas piedras que Moisés tocó con su báculo prodigioso. El<br />

verdor del paisaje de estos <strong>para</strong>jes está retenido únicamente en <strong>la</strong> memoria<br />

de los pob<strong>la</strong>dores más viejos; sin embargo, todos los moradores<br />

se mantienen aferrados a este pueblo y se niegan abandonar el terruño<br />

legado por los antepasados.<br />

Pero no he respondido <strong>la</strong> pregunta. El francés llegó a El Yunque<br />

en una motocicleta destarta<strong>la</strong>da y le preguntó a un aborigen por un<br />

pueblo l<strong>la</strong>mado El Martillo, nuestro pueblo vecino con el cual teníamos<br />

ciertas desavenencias por cuestiones de territorialidad. Los martillences<br />

afirmaban que el Yunque les pertenecía por un edicto emitido<br />

desde <strong>la</strong> época colonial y por lo tanto, todos sus terrenos eran propiedad<br />

de los pob<strong>la</strong>dores de El Martillo. Los yuquenses, aseguran que todo eso<br />

era mentira, ya que a partir de <strong>la</strong> guerra libertadora todos los decretos<br />

reales y los de <strong>la</strong> capitanía general quedaron anu<strong>la</strong>dos automáticamente<br />

y como consecuencia, abolidos todos los derechos que de tales disposiciones<br />

se derivaran. Por lo tanto, se consideraban propietarios por ser<br />

pisatarios del lugar desde <strong>la</strong> época de <strong>la</strong> independencia. La guerra entre<br />

los habitantes de El Yunque y los de El Martillo era secu<strong>la</strong>r. Se quemaban<br />

<strong>la</strong>s pocas p<strong>la</strong>ntaciones, se robaban <strong>la</strong>s gallinas, los patos, además<br />

de otros desmanes.<br />

Trataban, en lo posible, de sabotear todos los juegos y todas <strong>la</strong>s<br />

fiestas patronales de ambos pueblos. En fin, creo que ni <strong>la</strong> ONU hubiese<br />

dirimido esta controversia. Tanto los unos como los otros estaban organizados<br />

en mesnadas bárbaras <strong>para</strong> penetrar, cada una, en el otro pueblo.<br />

Simi<strong>la</strong>r a <strong>la</strong>s guerras conquistadoras de los romanos, o de los otomanos o<br />

a <strong>la</strong>s Cruzadas. Ninguno de los habitantes de El Yunque y de El Martillo<br />

tenía el menor rescoldo <strong>para</strong> insultar a su vecino. Se <strong>la</strong> pasaban buscando<br />

en los diccionarios los epítetos más peregrinos <strong>para</strong> calificarlos: si alguno<br />

afirmaba que los yuquenses eran unos gaznápiros, los vecinos le respondían:<br />

“Los martillenses son unos pavisosos”. Que si los primeros eran<br />

unos fariseos, entonces los otros lo insultaban con el adjetivo de fámulos<br />

de <strong>la</strong> corona españo<strong>la</strong>. En fin, se podría escribir una antología de ludibrios,<br />

baldones e insultos como consecuencia de <strong>la</strong> guerra entre estos dos<br />

pueblos.<br />

JNPOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JNPPJ<br />

Diálogos con el vividor<br />

Bueno se preguntarán, ¿y qué pasó con Idelfonso? Debo decir que<br />

esta guerra siempre se mantenía viva, así como <strong>la</strong> de los judíos y palestinos.<br />

El yuquense, a quien el francés le formuló <strong>la</strong> pregunta le respondió:<br />

—Mira gringo, el fuego devastó a ese pueblo hace muchos años y<br />

de ellos no quedó ni siquiera carbón <strong>para</strong> leña —era evidente, que<br />

nuestro lugareño no tenía idea de <strong>la</strong> geografía universal ni del gentilicio<br />

de <strong>la</strong>s personas; <strong>para</strong> él, todo rubio era gringo y recíprocamente, todo<br />

gringo era rubio. El peregrino, algo maduro, de pelo amarillo, con su<br />

mirada azu<strong>la</strong>da, hizo un oteo muy rápido de <strong>la</strong>s casas que conformaban<br />

el pueblo y sintió un profundo desaliento. Como por arte de birlibirloque<br />

hubiera querido desaparecer del tercer mundo. El extraño, parloteó<br />

en un desfigurado castel<strong>la</strong>no; le preguntó al aborigen dónde<br />

podía alojarse y que le recomendara un taller <strong>para</strong> arreg<strong>la</strong>r <strong>la</strong> moto.<br />

Hab<strong>la</strong>ba con un marcado acento francés, en el que el idioma galo mezc<strong>la</strong>do<br />

con el español, se transformaba en otro nuevo.<br />

La presencia de Idelfonso atrajo a varios vecinos del lugar, quienes<br />

lo miraban con <strong>la</strong> extrañeza de un ser tan raro. ¿Cuándo un hombre<br />

rubio, colorado y mal oliente se había paseado por El Yunque? Como los<br />

presentes escucharon <strong>la</strong> intención del rubio de ir al pueblo vecino, todos<br />

le ofrecieron al unísono <strong>la</strong> posibilidad de darle hospedaje en su casa, con<br />

<strong>la</strong> única condición de que se bañara. No cabía duda, cuando se mezc<strong>la</strong> el<br />

calor, con los humores emanados por esos cuerpos rubios, se exha<strong>la</strong> un<br />

vaho mefítico insoportable <strong>para</strong> <strong>la</strong>s narices de cualquier ser humano. No<br />

fue fácil <strong>la</strong> transacción, el galo afirmaba que se podía bañar dos veces por<br />

semana y los yuquenses no estaban conformes, hasta que acordaron que<br />

Idelfonso se bañaría cuatro veces a <strong>la</strong> semana, previa supervisión. Para el<br />

cumplimiento del pacto fue asignado uno de los vecinos, cuyo único trabajo<br />

era verificar si el francés cumplía con lo estipu<strong>la</strong>do.<br />

En fin, se acordó que el extranjero pernoctaría en varias casas y ello<br />

no le acarrearía ningún desembolso. Había que impedir, por sobre<br />

todas <strong>la</strong>s cosas, que el francés se dirigiera a su destino original. Los<br />

yuquenses adoptaron al hombre proveniente del otro <strong>la</strong>do del océano.<br />

Una vez que se retiró Idelfonso los notables del pueblo tomaron una<br />

decisión. L<strong>la</strong>maron a Carmelito Utrera, hombre versado en <strong>la</strong> mecánica<br />

y le dieron <strong>la</strong> orden de impedir que nadie re<strong>para</strong>ra <strong>la</strong> moto y si era<br />

posible, <strong>la</strong> terminara de dañar. Era inminente, justo y necesario, que el


francés debía permanecer en El Yunque, hasta que <strong>la</strong> junta de emergencia,<br />

<strong>la</strong> cual se había creado en ese momento, tomara una nueva decisión<br />

al respecto.<br />

Evidentemente, hay fallos que transforman, <strong>para</strong> bien o <strong>para</strong> mal,<br />

<strong>la</strong> vida de un p<strong>la</strong>neta, de un país, de una región, hasta <strong>la</strong> de un pobre<br />

mortal. A veces, a una so<strong>la</strong> persona le toca tomar una resolución y al<br />

final, pesará sobre el<strong>la</strong> excelentes beneficios o grandes pesadumbres. Si<br />

Nerón no hubiese quemado a Roma otra cosa hubiese pasado; si<br />

Moisés no sale de Egipto, <strong>la</strong> historia de Israel sería otra; si Napoleón no<br />

decide atacar a Rusia, quizás no se hubiese escenificado <strong>la</strong> batal<strong>la</strong> de<br />

Waterloo y <strong>la</strong> historia del imperio francés hubiese sido otra. En fin, en<br />

oportunidades una gran o una tonta decisión, decide el destino de una o<br />

muchas personas. Esto fue lo que sucedió con nuestro apreciado rubio.<br />

Idelfonso en sus conversaciones, a pesar de hab<strong>la</strong>r mal el español,<br />

dio muestras de ser un hombre de buenas costumbres, gran facundia y de<br />

una extensa cultura. Era capaz de p<strong>la</strong>ticar sobre grandes tópicos: viajes a<br />

otras civilizaciones, filosofía, religión, historia, pintura, escultura, en fin,<br />

parecía tener una formación enciclopédica, como los grandes sabios de <strong>la</strong><br />

antigüedad. Siempre tenía una repuesta ante alguna duda. Podíamos<br />

decir que nuestro galo se convirtió en algo así como un asesor cultural del<br />

pueblo. A cambio de <strong>la</strong> transferencia de erudición a los vecinos del<br />

pueblo, recibía como pago su manutención en El Yunque. Todas <strong>la</strong>s<br />

familias lo querían tener en su casa, o bien <strong>para</strong> sentirse orgullosa de su<br />

permanencia o bien, <strong>para</strong> que su presencia ayudara de alguna manera,<br />

enriqueciera el patrimonio cultural de <strong>la</strong> familia.<br />

Soy capaz de afirmar que nuestro galo se convirtió en una especie<br />

de bibelot, a quien todos los moradores de El Yunque anhe<strong>la</strong>ban con<br />

vehemencia tener en su casa.<br />

Siempre que tuve <strong>la</strong> oportunidad de p<strong>la</strong>ticar con el francés lo hacía,<br />

dado que podía mantener una conversación muy amena. Cierto día me<br />

confirmó:<br />

—Estimado amigo, yo me considero un vividor, no porque me<br />

gusta que me mantengan, ya que ello fue una decisión de los habitantes<br />

de El Yunque, si no que a mí me gusta vivir. Soy capaz de arrancarle<br />

oportunidades a <strong>la</strong> vida y por ello me encuentro en este pueblo tan amigable,<br />

donde fui acogido como uno de lo suyos —pensé en mis adentros,<br />

<strong>la</strong> verdadera razón de <strong>la</strong> permanencia de Corbiére en <strong>la</strong> tierra que<br />

me vio nacer y continuó en un mejor español:<br />

JNPQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


«He recorrido muchos países en <strong>la</strong> búsqueda de algo que no sé qué<br />

es. Pienso que si logro saber lo que busco y lo consigo, perdería parte<br />

del interés por vivir. No sé cuándo ni dónde voy a morir, pero <strong>la</strong> frontera<br />

entre <strong>la</strong> vida y <strong>la</strong> muerte es muy difusa. No he podido descifrar si <strong>la</strong><br />

muerte es parte de <strong>la</strong> vida, o <strong>la</strong> vida es parte de <strong>la</strong> muerte —me informó<br />

que sabía que su óbito lo esperaba en alguna parte de su recorrido, que<br />

en muchas oportunidades había retado al hombre de <strong>la</strong> guadaña y<br />

estaba seguro que moriría en el momento justo. Esto era muy complicado<br />

<strong>para</strong> mi cerebro y pensaba que eso debía ser lo que los letrados o<br />

intelectuales l<strong>la</strong>man Filosofía.<br />

La vida fue pasando y el francés ya no se preocupaba por su moto.<br />

Lo advertía muy a gusto en el pueblo y se bañaba casi todos los días, sin<br />

tener que ser supervisado. El cariño que le profesaron los yuquenses<br />

hacia el amigo de otras tierras, iba creciendo, en <strong>la</strong> misma medida que<br />

aumentaba <strong>la</strong> curiosidad de saber qué había venido a buscar este hombre<br />

a El Martillo.<br />

Era frecuente ver a Idelfonso conversando en una de <strong>la</strong>s esquinas<br />

del pueblo. Sus char<strong>la</strong>s se podían escuchar cuando el sol deposita su<br />

ardor al poniente y comienza <strong>la</strong> brisa serena a presagiar los primeros<br />

resp<strong>la</strong>ndores de <strong>la</strong> luna. Era <strong>la</strong> hora cuando el céfiro vespertino refresca<br />

a los habitantes del pueblo. En ese momento los yuquenses sacaban <strong>la</strong>s<br />

sil<strong>la</strong>s fuera de sus casas y se daba inicio a <strong>la</strong>s pláticas nocturnas de sus<br />

moradores. Era manifiesto, que todos los vecinos querían que dicha<br />

noche se <strong>la</strong> dedicara a su familia. Por tal razón, se estableció un horario<br />

de visitas durante todo el año, con <strong>la</strong> finalidad de evitar disputas por <strong>la</strong>s<br />

tertulias del francés. Era que nuestro estimado galo se había convertido<br />

en parte del patrimonio y del acervo histórico y cultural de El Yunque.<br />

Este hombre era un pedazo de nuestro pueblo, como lo era <strong>la</strong> gallera, el<br />

ateneo, <strong>la</strong> iglesia colonial; es decir, el francés pertenecía a El Yunque y<br />

eso nadie lo ponía en duda. A su <strong>la</strong>do nos sentíamos como los griegos<br />

en el Areópago, sentados frente a <strong>la</strong> luz, escuchando <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra sabia<br />

de P<strong>la</strong>tón.<br />

Pero en <strong>la</strong> guerra y en el amor todo vale, eso dice un viejo proverbio<br />

anónimo. Como manteníamos una guerra fría con nuestros vecinos,<br />

estos también tenían sus tácticas. Es que ni <strong>la</strong> CIA, ni el FBI tenían <strong>la</strong>s<br />

habilidades de los martillenses <strong>para</strong> el espionaje. Permanentemente<br />

había en nuestro pueblo un espía, un sicofante, un agente secreto,<br />

presto <strong>para</strong> cualquiera felonía a cambio de un buen estipendio. Todas<br />

JNPRJ<br />

Diálogos con el vividor


mis investigaciones me condujeron hacia Carmelito, quien por unos<br />

tragos de ron y unos dinares, como los recibidos por Judas, pasó el dato<br />

a nuestros vecinos sobre <strong>la</strong> presencia del francés al otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> frontera.<br />

Así debió suceder en Berlín, cuando los hermanos se mantuvieron<br />

se<strong>para</strong>dos por el ignominioso muro. Para esa época estaba en boga el<br />

espionaje entre alemanes orientales y occidentales. Por procedimientos<br />

simi<strong>la</strong>res al de los germanos, el espía infame le informó a nuestros<br />

vecinos, que el destino inicial de Idelfonso era El Martillo. La afrenta<br />

recibida por nuestros enemigos fue como una ba<strong>la</strong> dis<strong>para</strong>da directamente<br />

al corazón de los martillenses. Maldita sea <strong>la</strong> sangre que circu<strong>la</strong><br />

por lo felones. Por culpa del mecánico sicofante se dis<strong>para</strong>ron de nuevo<br />

<strong>la</strong>s a<strong>la</strong>rmas que anunciaban el inicio de una guerra de exterminio. De<br />

inmediato, se preparó una mesnada que pretendía arrasar El Yunque.<br />

Se había roto <strong>la</strong> tregua que hacía muchos años habían firmado los dos<br />

pueblos. Se encendió <strong>la</strong> pavesa del terror, El Yunque y El Martillo se<br />

dec<strong>la</strong>raron en alerta roja y de <strong>la</strong> guerra fría pasamos a <strong>la</strong> caliente.<br />

El Yunque se preparó nuevamente <strong>para</strong> una conf<strong>la</strong>gración. Se l<strong>la</strong>maron<br />

los hombres activos y los de <strong>la</strong> reserva, <strong>para</strong> enfrentar <strong>la</strong>s bandas<br />

armadas que venían de <strong>la</strong> frontera tremo<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong>s banderas de <strong>la</strong> venganza<br />

y <strong>la</strong> violencia. Un único objetivo se p<strong>la</strong>nteaban: rescatar a Idelfonso<br />

Corbiére, quien permanecía secuestrado por <strong>la</strong>s hordas asesinas<br />

de El Yunque.<br />

Se reunieron los notables de El Yunque y tuvieron que poner en<br />

acto en <strong>la</strong>s actividades del bienamado patrimonio histórico viviente. Le<br />

<strong>contar</strong>on todo lo referente a los actos bélicos que se estaba pre<strong>para</strong>ndo y<br />

cuyo origen venía desde época muy remota. El galo se comportó como<br />

un verdadero diplomático y pidió una zona de distensión, donde pudieran<br />

conversar un grupo notables de El Yunque y de El Martillo. La<br />

reunión se llevaría a cabo en una zona neutral, allí acudirían representantes<br />

de ambos bandos sin ningún tipo de armas. Había que buscar,<br />

como diera lugar, sin derramamiento de sangre, el sosiego de los pueblos<br />

en conflicto.<br />

Se nombraron los embajadores quienes tomarían <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra en <strong>la</strong><br />

reunión. Se fijó el próximo domingo a <strong>la</strong>s nueve de <strong>la</strong> mañana <strong>para</strong><br />

dilucidar el tema. Todo se organizó como si fuera una reunión de alta<br />

diplomacia: se pre<strong>para</strong>ron algunas bebidas no alcohólicas <strong>para</strong> evitar<br />

confrontaciones deletéreas, alguno que otro refrigerio, un libro de actas,<br />

JNPSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


olígrafos y todo lo necesario <strong>para</strong> evitar el toque de diana, <strong>la</strong> cual anunciara<br />

una guerra estúpida e innecesaria.<br />

Idelfonso, proveniente del otro <strong>la</strong>do del océano y testigo de dos<br />

grandes tragedias apocalípticas europeas, se propuso impedir, en lo<br />

posible, una matanza entre pueblos hermanos y ofreció una salida salomónica.<br />

—A partir de <strong>la</strong> próxima semana estoy dispuesto a compartir mi<br />

persona con los pob<strong>la</strong>dores de El Martillo y los de El Yunque. En vista<br />

de <strong>la</strong> munificencia con que me acogieron los pob<strong>la</strong>dores de El Yunque<br />

no puedo permitir que sufran <strong>la</strong> ignominia de una guerra por culpa mía<br />

—mientras lo escuchaba, no sabía si el francés era un vividor porque le<br />

gustaba vivir, tal como él mismo se autodenominaba o simplemente,<br />

que solía aprovecharse de <strong>la</strong> circunstancia <strong>para</strong> sacar provecho <strong>para</strong> él<br />

mismo. Cualquiera que fuese el motivo <strong>la</strong> intención era noble: evitar un<br />

nuevo enfrentamiento entre los dos pob<strong>la</strong>dos.<br />

En fin, se levantó un acta de <strong>la</strong> reunión donde se acordó que el<br />

francés viviría seis meses en El Martillo y los otros seis en El Yunque.<br />

Eso sí, quedó asentado que los gastos de mantenimiento que incluía<br />

vivienda, vestido, alimentación y otros desembolsos menores lo sufragarían<br />

los habitantes de cada región. A partir de ese día el francés vivió<br />

mejor que nunca, porque ambos pueblos se esmeraban en darle al rubio<br />

afortunado, una estadía de rey.<br />

Al final de <strong>la</strong> reunión, felicité al francés por su solución salomónica,<br />

puesto que todos salieron beneficiados sin ningún tipo de sacrificio.<br />

Tuve el abuso de referirle que se había conducido como los viejos<br />

sabios de <strong>la</strong>s civilizaciones antiguas, a pesar de que nunca le había preguntado<br />

su edad. Parecía muy joven por su dinamismo, pero su gran<br />

experiencia en <strong>la</strong> vida, lo hacía ver como un hombre muy maduro.<br />

Recuerdo, que como un apotegma, afirmó:<br />

—La edad no se mide por los años cumplidos sino por <strong>la</strong>s experiencias<br />

acumu<strong>la</strong>das. Por ello te puedo decir que tengo como cien años.<br />

Muchas personas pasan los sesenta años y su experiencia no pasó de<br />

hacer todos los días lo mismo que hizo el día anterior. Eso no es vivir;<br />

eso es morir lentamente.<br />

Con el tiempo, a nuestro amado galo se le olvidó su patria, ya ni<br />

siquiera recordaba <strong>para</strong> qué había venido a <strong>para</strong>r a estos confines, sólo<br />

se dedicaba a vivir. Lo único que hacía era bienvivir una temporada allá<br />

y otra acá. Algunas veces, lo observaba con algún libro o algún recorte<br />

JNPTJ<br />

Diálogos con el vividor


de periódico leyendo tan ensimismado que parecía que se había transportado<br />

<strong>para</strong> otro mundo. Cuando lo observábamos en ese estado<br />

estaba terminantemente prohibido interrumpirlo. Nuestro patrimonio<br />

cultural viviente refería, que en ese momento se encontraba meditando<br />

y metido profundamente en <strong>la</strong> lectura. Algunas personas que se le acercaban,<br />

afirmaban que escuchaban de su boca <strong>la</strong> invocación de unos<br />

dioses raros: Zeus, Odín, Atenea, entre otros.<br />

Las viejas rezanderas de ambos pueblos no negaban lo morigerado<br />

de nuestro francés. Continuamente le manifestaban su marcada ausencia<br />

a <strong>la</strong> iglesia y por ello tuve el abuso de preguntarle el motivo de ello.<br />

—¿Que mayor iglesia que el cielo abierto y <strong>la</strong> tierra bajo mis pies<br />

<strong>para</strong> comunicarme con mis dioses. Las grandes catedrales, <strong>la</strong>s bel<strong>la</strong>s<br />

mezquitas, los templos budistas y <strong>la</strong>s sinagogas, fueron construidos por<br />

los hombres <strong>para</strong> rendirles culto a ciertos personajes y no a los dioses.<br />

La imponencia de sus construcciones tiene por objeto hacer sentir a los<br />

mortales como enanos, <strong>para</strong> ap<strong>la</strong>starlos con el temor hacia lo desconocido.<br />

A mis dioses los convoco aquí en El Yunque o allá en El Martillo;<br />

dialogo con ellos con confianza y no con miedo.<br />

Le dije que sus pa<strong>la</strong>bras b<strong>la</strong>sfemas lo conducían directamente al<br />

infierno y que Satanás, disfrutará de <strong>la</strong> fritanga que van hacer con él al<br />

morirse. El rubio continuó:<br />

—Allí estriba el problema de <strong>la</strong> mayoría de nosotros. Le tememos a<br />

<strong>la</strong> muerte y de ello se aprovechan todas <strong>la</strong>s religiones. Éstas nos hab<strong>la</strong>n<br />

de <strong>la</strong> inmortalidad del alma y de esto casi estamos seguros. Creemos que<br />

somos eternos, <strong>para</strong> ello utilizamos más de una forma. La más elemental<br />

y fácil, es teniendo un hijo. Creemos que un retoño es <strong>la</strong> prolongación de<br />

cada uno de nosotros o bien, algunos hombres se construyen una estatua,<br />

de esta manera se creen imperecederos. Piensan que el alma está<br />

atrapada dentro del bronce y que durarán eternamente. Si no lo crees<br />

—me lo decía fijando su mirada persuasiva en mis ojos— recuerda que<br />

los egipcios momificaban a sus faraones y los enterraban con todos sus<br />

enseres <strong>para</strong> el viaje hacia <strong>la</strong> eternidad. Eso de <strong>la</strong> inmortalidad es un atavismo.<br />

Yo afinaba el oído tratando de entender todo lo que el francés<br />

decía, pero internamente rezaba el padrenuestro. Estaba seguro que este<br />

galo pecador iba a llevarme en el mismo autobús, <strong>para</strong> que Mefistófeles<br />

hiciera conmigo chicharrón. A pesar de <strong>la</strong>s maledicencias del francés, <strong>la</strong>s<br />

rezanderas de los dos pueblos nunca dejaron de brindarle <strong>la</strong> atención<br />

que merecía tan conspicuo personaje. Más de uno de los habitantes de<br />

JNPUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


estos dos pueblos enemigos se hubiesen sentido feliz actuando como<br />

un f<strong>la</strong>belífero, <strong>para</strong> que nuestro amigo recordara de manera p<strong>la</strong>centera<br />

los días estivales de su amada París.<br />

No todo era p<strong>la</strong>cer y alegría en monsieur Corbiére, como lo l<strong>la</strong>mó<br />

uno de los yuquenses, quien había encargado un diccionario francésespañol,<br />

con <strong>la</strong> finalidad de aprender el idioma culto y olvidarse de una<br />

vez por todas de su lengua vernácu<strong>la</strong>. Muchas veces el galo andaba<br />

cabizbajo, retratando en su rostro cierto aire de saudade, quizás recordando<br />

<strong>la</strong> tierra lejana o algún amor, pensamiento que lo ais<strong>la</strong>ba de todo<br />

lo que lo rodeaba. Mi madre afirmaba:<br />

—Estoy segura que el francés tiene un padecimiento en el alma y<br />

cuando estos son prolongados, enferman el corazón. Ese hombre se<br />

vino a morir acá —en verdad, nunca creí este vaticinio.<br />

En una época —creo que fue después de <strong>la</strong> epifanía—, se reanudaron<br />

<strong>la</strong>s agresiones entre El Yunque y El Martillo dado que nuestro<br />

“mesié”, como lo l<strong>la</strong>maron con afecto algunos, se perdió y no lo podían<br />

encontrar. Los habitantes de ambos pueblos fronterizos se acusaron<br />

mutuamente de secuestro. Ante el peligro de reanudarse de nuevo <strong>la</strong><br />

violencia, se ordenó <strong>la</strong> conformación de una comisión investigadora,<br />

formada por tres miembros de El Yunque y otros tres del pueblo vecino;<br />

además de unos lebreles expertos en el rastreo y caza de liebres.<br />

Se repartió el trabajo y se dedicaron a investigar <strong>la</strong> ausencia del<br />

galo. Tras arduas horas de búsqueda por aviesos caminos logramos<br />

resolver el enigma que acibaraba <strong>la</strong> vida a los pueblos vecinos.<br />

Lo encontramos, porque yo integraba <strong>la</strong> comisión, en una montaña<br />

alejada de los dos pueblos vecinos. Estaba sentado sobre una manta, a <strong>la</strong><br />

sombra de un frondoso araguaney, con <strong>la</strong> mirada fija hacia el crepúsculo.<br />

El hasta luego del sol nos indicaba <strong>la</strong> proximidad de <strong>la</strong> noche. Todos<br />

respetamos su silencio y fui comisionado <strong>para</strong> convencer a Idelfonso a<br />

que regresara. Me senté a su <strong>la</strong>do sin interrumpir su rito contemp<strong>la</strong>tivo.<br />

De momento, pensé que estaba acosado por un ataque de vesania, pero<br />

al ver en sus ojos <strong>la</strong> tranquilidad y <strong>la</strong> paz con que miraba al horizonte, lo<br />

tomé como un heraldo que había venido a estas tierras agrestes a<br />

traernos un mensaje de paz. Sin voltear a mirarme habló, no a mí, si no a<br />

sus fantasmas o a sus demonios de los que venía huyendo.<br />

—A veces los humanos necesitan estar sólo lejos de sus afectos, de<br />

sus enemigos, de <strong>la</strong>s cosas materiales, <strong>para</strong> así encontrar el hontanar de<br />

<strong>la</strong> sabiduría. Deseo con vehemencia <strong>la</strong> quietud absoluta de mi alma<br />

JNPVJ<br />

Diálogos con el vividor


porque creo que me estoy despidiendo. Comienzo a sentir los gusanos<br />

dentro de mí, corroyendo mis entrañas y ya casi veo cómo brotan <strong>la</strong>s<br />

margaritas y <strong>la</strong>s rosas de mi cuerpo.<br />

Yo, que no soy versado en eso de metáforas, me asusté; intuí que<br />

mi dómine francés estaba anunciando su despedida del mundo<br />

terrenal. No quise indagar más sobre sus sentimientos y sólo lo convidé<br />

a que me acompañara, ya que <strong>la</strong> noche nos podría tomar por sorpresa<br />

por estos <strong>para</strong>jes peligrosos.<br />

Les conté a los otros miembros de <strong>la</strong> comisión <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras dichas<br />

por el francés y como exegetas especialistas trataron de descifrar su<br />

metáfora. Algunos decían que el “mesié” estaba enamorado y quizás nos<br />

iba abandonar <strong>para</strong> contraer nupcias, cosa que impediríamos aunque<br />

fuera a <strong>la</strong> fuerza. Otro, que eso era un guayabo; <strong>la</strong> lengua f<strong>la</strong>mígera de<br />

una dama comentó que, simplemente el francés lo que estaba era borracho;<br />

yo so<strong>la</strong>mente lo entendí, tal como mi madre, como una admonición<br />

de <strong>la</strong> muerte.<br />

Todos los días veíamos cómo Idelfonso caminaba por <strong>la</strong>s calles del<br />

pueblo arrastrando los pies. No podíamos darle ninguna atención que<br />

lo sacara de <strong>la</strong> molicie que lo mantenía apagado. Ya casi no hab<strong>la</strong>ba; no<br />

hubo quien afirmara que todo esto era carencia de mujer, porque durante<br />

los muchos años que pasó el francés nunca se le conoció un amor.<br />

Por ello, <strong>la</strong>s viejas casamenteras del pueblo, en algún momento, se les<br />

ocurrió pre<strong>para</strong>r a algunas “señoritas de bien” <strong>para</strong> presentárse<strong>la</strong>, con <strong>la</strong><br />

intención, como dirían algunas —de cogerle cría— porque al francés<br />

valía <strong>la</strong> pena tenerle hijos, y que, <strong>para</strong> mejorar <strong>la</strong> raza.<br />

Fueron muchos los mimos y <strong>la</strong>s garatusas que <strong>la</strong>s “señoritas de bien”<br />

le prodigaron al francés, pero no consiguieron sacarlo de su abulia.<br />

Muchas de los habitantes de El Yunque acusaron a Bernarda Calzadil<strong>la</strong><br />

de echarle un mal de ojo al pobre francés, por despreciarle una de sus<br />

hijas. Otra ma<strong>la</strong> lengua de El Martillo, regó que nuestro culto francés<br />

sufría de anafrodisia. En esa oportunidad, no supe a lo que esa mujer se<br />

refería, luego descubrí que lo que quería decir, era que Idelfonso era<br />

impotente. Pobre francés, evidentemente que <strong>la</strong> raza humana tiene un<br />

comportamiento muy particu<strong>la</strong>r, por lo general reniega de quien en<br />

algún momento los trató de ayudar. No cabe duda, Idelfonso nos había<br />

ampliado nuestro panorama cultural. Muchas veces lo escuché hab<strong>la</strong>ndo<br />

sobre: <strong>la</strong> mezquita de Sa<strong>la</strong>dino, de <strong>la</strong>s pirámides de Egipto; de <strong>la</strong>s<br />

grandes catedrales del mundo: <strong>la</strong> de Colonia en Alemania, de Santiago<br />

JNQMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


de Composte<strong>la</strong>, de Nuestra Señora de París. En otra oportunidad, lo<br />

encontré dibujando en el piso, mostrándole a <strong>la</strong> gente una escultura,<br />

algún alcázar español o hablándoles de los buenos vinos franceses, o de<br />

su champaña que tanto anhe<strong>la</strong>ba. Nadie podía negar <strong>la</strong>s cualidades de<br />

maestro de nuestro adoptado, quien <strong>la</strong>s ponía en práctica con nosotros.<br />

Pero nunca faltan <strong>la</strong>s ma<strong>la</strong>gradecidas y ma<strong>la</strong>s lenguas, capaces de destruir<br />

todo un mundo a cambio de nada y en poco tiempo. Mucho más<br />

fácil es destruir que construir; algunos hombres son capaces de acabar en<br />

poco tiempo lo que a otros, con tanto trabajo y en mucho tiempo, les<br />

costó levantar. Recordé a Moisés, quien tuvo que conducir a los judíos<br />

por el desierto durante cuarenta años en búsqueda de <strong>la</strong> tierra prometida<br />

y al menor descuido, de que conversó con Dios, ya los conducidos<br />

estaban adorando al vellocino de oro; culpando a Moisés de todos los<br />

avatares que tuvieron que sufrir durante <strong>la</strong> travesía. De igual manera nos<br />

estábamos comportando con el “mesié”.<br />

A finales de mayo, después de <strong>la</strong>s fiestas de <strong>la</strong> cruz, Idelfonso convocó<br />

a los notables de El Yunque y de El Martillo a una reunión urgente<br />

que se celebraría en zona de distensión. De inmediato se hicieron los<br />

pre<strong>para</strong>tivos: se llevó <strong>la</strong> mesa, <strong>la</strong>s bebidas refrescantes, alguno que otro<br />

refrigerio, con <strong>la</strong> finalidad de escuchar <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras del francés y también<br />

adornaron el sitio con bellos festones. Todos pensamos que Idelfonso<br />

nos iba a comunicar su partida. Fui encomendado <strong>para</strong> que en caso que<br />

ese fuera su p<strong>la</strong>nteamiento, disuadirlo de tal intención por ser su amigo<br />

más próximo.<br />

Todos observamos cuando venía aproximándose el francés. Le<br />

observábamos un paso cansino, como desorientado y algo torpe. Sus<br />

ojos azules estaban apagados y su mirada, no tenía el brillo del Idelfonso<br />

que había arribado a El Yunque en una moto destarta<strong>la</strong>da, hacía<br />

algunos años.<br />

Cuando llegó a <strong>la</strong> mesa le acerqué <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> <strong>para</strong> impedir que se fuera<br />

de bruces y en ese momento nos dirigió <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra:<br />

—Señores de El Yunque y de El Martillo, los he convocado hasta<br />

este sitio con <strong>la</strong> finalidad de agradecerle toda sus atenciones, porque en<br />

verdad, no creo ser merecedor de ello. Pero en fin, no sé quién se siente<br />

mejor, el que recibe, sin dar nada a cambio o el que da, porque se siente<br />

bien al hacerlo —todos nos miramos puesto que ignorábamos hacia<br />

dónde se dirigía nuestro culto francés y continuó—: Creo que a su <strong>la</strong>do<br />

conseguí parte de esa paz que anhe<strong>la</strong>ba. Estuve rodeado de <strong>la</strong>s mejores<br />

JNQNJ<br />

Diálogos con el vividor


personas del mundo y por esto me siento feliz. La única razón por <strong>la</strong> que<br />

los he convocado es <strong>para</strong> decirles que me cansé de vivir y lo <strong>la</strong>mento por<br />

ustedes, por traerles mi desgracia —todos mirábamos con estupor cómo<br />

<strong>la</strong> voz de nuestro patrimonio viviente se iba opacando. Finalmente<br />

afirmó:<br />

«¿Cuánto le tememos a <strong>la</strong> muerte y cuánto deseamos dormir? ¿Acaso,<br />

estar dormido no es como sentirse difunto? Creo que tengo mucho<br />

sueño, gracias —de inmediato, una <strong>la</strong>situd se apoderó del galo y cayó<br />

sobre <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> que le había aproximado.<br />

Nadie dijo nada, sólo se escuchaba el silencio; el único vocabu<strong>la</strong>rio<br />

que retumbó después del derrumbe fue el visual. Nadie reaccionó y<br />

pienso que tardamos como un año —así lo sentí— en reanimarnos. Al<br />

final de ese año, me paré, colocándome muy cerca de Idelfonso y<br />

advertí que nuestro amigo no respiraba. En ese momento le dije a mis<br />

compañeros con un gran sentimiento:<br />

—Estimados amigos, el vividor se cansó de vivir. El francés acaba<br />

de fallecer.<br />

Todos notamos que Idelfonso traía en el bolsillo de <strong>la</strong> camisa un<br />

papel escrito. Lo tomé, lo leí y comprendí que era un mensaje que él por<br />

su debilidad no nos pudo comunicar. Entendí, que parte de lo escrito<br />

era el mismo agradecimiento que anteriormente nos había hecho y<br />

finalizaba, de su puño y letra: “Espero que mi defunción contribuya a<br />

un acercamiento entre el pueblo de El Yunque y El Martillo. Confío<br />

que en el futuro, los vientos de guerra no se respiren por estos pueblos.<br />

Que <strong>la</strong> paz y <strong>la</strong> armonía reinen en este lugar del Olimpo. Aspiro que<br />

mis restos sean cremados, <strong>para</strong> que el humo se eleve al cielo y se mezcle<br />

con el aire. Que en mi viaje hacia <strong>la</strong> eternidad muchas de esas partícu<strong>la</strong>s<br />

esparcidas lleguen a mi amada París”.<br />

Mi madre me decía que los hombres no lloran y en esa reunión<br />

había hombres bragados, probados en muchas actividades bravías; allí<br />

pude observar, con estupor, cómo de los ojos de mis compañeros brotaban<br />

lágrimas de dolor por <strong>la</strong> pérdida de un amigo.<br />

Las autoridades del pueblo dieron el permiso <strong>para</strong> <strong>la</strong> cremación de<br />

Idelfonso, junto con sus pocos bienes. Cuando colocamos el cadáver<br />

del francés sobre <strong>la</strong> pira funeraria comenzaron a escucharse los p<strong>la</strong>ñidos<br />

de <strong>la</strong>s mujeres, que, como el coro de un réquiem, acompañaría el alma<br />

del difunto hacia <strong>la</strong> anhe<strong>la</strong>da paz eterna.<br />

JNQOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JNQPJ<br />

Diálogos con el vividor<br />

Cuando se encendió <strong>la</strong> hoguera fúnebre, comenzaron a mezc<strong>la</strong>rse<br />

los restos de Idelfonso con <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mas, se juntaron <strong>la</strong>s partícu<strong>la</strong>s de humo<br />

con <strong>la</strong>s del aire apuntando hacia el cielo, buscando el descanso final. No<br />

supimos si fue un mi<strong>la</strong>gro o una casualidad, pero cuando se inició <strong>la</strong><br />

humareda, buscando los lugares más altos del firmamento, comenzó a<br />

sop<strong>la</strong>r un viento intenso que venía del oriente y solo me quedó decirle a<br />

mi amigo como panegírico de despedida:<br />

—Maestro Idelfonso, <strong>la</strong> brisa está sop<strong>la</strong>ndo fuerte, pronto estarás<br />

en <strong>la</strong> Ciudad Luz, tal como l<strong>la</strong>mabas a tu amada París. Que en paz descanses<br />

y todos tus dioses te acojan en sus regazos.<br />

Las cenizas de nuestro amigo fueron recogidas y repartidas por<br />

igual en dos arcas, <strong>la</strong>s cuales reposan dignamente en los Ateneos de El<br />

Yunque y de El Martillo, como un homenaje al forjador de <strong>la</strong> paz y <strong>la</strong><br />

tranquilidad de estos dos pueblos.<br />

La muerte de Idelfonso no fue en vano. Una vez finalizados los<br />

actos mortuorios y recuperados del dolor que producía <strong>la</strong> ausencia del<br />

francés, se decidió, por unanimidad, que los habitantes de los dos pueblos<br />

firmaran de un armisticio, comprometiéndose a mantener <strong>la</strong> paz<br />

de por vida entre El Yunque y El Matillo. Alguien propuso, como un<br />

homenaje, que se colocara <strong>la</strong> destarta<strong>la</strong>da moto en un pedestal, en el<br />

mismo sitio donde el francés había dicho sus últimas pa<strong>la</strong>bras. Nuestro<br />

venerado maestro Idelfonso no había arado en el mar. Se colocó un<br />

bello cenotafio y en él una p<strong>la</strong>ca donde se leía: “En honor al maestro<br />

Idelfonso Corbiére, quien llegó tal como se fue y con ello logró <strong>la</strong> paz<br />

entre dos pueblos”.<br />

Pero no todo terminó allí. Varios años después que se habían realizado<br />

los actos mortuorios de Idelfonso, sucedió algo inesperado e inexplicable.<br />

Ambos pueblos quedaron atónitos cuando vieron llegar varios<br />

camiones militares; que por los uniformes de los ocupantes parecían<br />

extranjeros. En uno de estos venía una banda musical y se fueron<br />

bajando uno a uno frente al monumento del fallecido. A <strong>la</strong> voz de<br />

mando, uno de ellos sacó un papel y comenzó un baturrillo que nadie<br />

entendió. Daba <strong>la</strong> impresión, por <strong>la</strong> entonación del orador, de que se<br />

trataba de un panegírico en honor a quien se había evaporado por los<br />

aires. A continuación, <strong>la</strong> banda militar comenzó a interpretar un hermoso<br />

himno, que alguno de los conocedores de música lo identificó<br />

como La Marsellesa, el himno nacional de Francia. Finalizado esto le<br />

fueron rendidos honores militares, a quien había llegado a esta tierra y


se había ido dejándonos todos los enigmas del mundo. Finalmente, el<br />

oficial de más alto rango colocó sobre el monumento conmemorativo<br />

una bandera y se retiraron del lugar, luego de una orden, sin dirigirles<br />

una pa<strong>la</strong>bra a los vecinos.<br />

Pasado el tiempo, que es el que se encarga de arropar <strong>la</strong>s alegrías,<br />

<strong>la</strong>s tristezas y los dolores, le prometí a los habitantes de El Yunque y El<br />

Matillo que escribiría, como homenaje al galo un libro titu<strong>la</strong>do De cómo<br />

<strong>la</strong> muerte de Idelfonso Corbiére contribuyó a <strong>la</strong> paz entre dos pueblos.<br />

JNQQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


El mediático<br />

Soy un mediático. No crean que soy una persona que camina por el<br />

medio de <strong>la</strong> calle, ni tampoco que soy medio hombre y medio mujer, a<br />

esos se les l<strong>la</strong>ma bisexual o hermafrodita. No señor, no soy nada de eso.<br />

Soy un empedernido lector, escucha y televidente de todo lo que tiene<br />

que ver con <strong>la</strong> información que comunican los medios impresos, radiales<br />

y televisivos.<br />

Esto no es culpa mía, sino de mi padre. Desde que yo era muy niño<br />

me despertaba cuando él se levantaba a <strong>la</strong>s cinco de <strong>la</strong> madrugada, <strong>para</strong><br />

escuchar en <strong>la</strong> radio un programa de noticias. Luego a <strong>la</strong>s seis, encendía<br />

el televisor <strong>para</strong> que su vista asimi<strong>la</strong>ra <strong>la</strong>s mismas informaciones que<br />

había escuchado por radio. Nunca se perdía los programas de opinión<br />

que transmitían los diversos canales de <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> chica. Desde muy<br />

temprano le traían dos periódicos, los cuales leía y releía durante el desayuno.<br />

Era tal el ensimismamiento, que muchas veces no se acordaba de<br />

si había desayunado, o de lo que había ingerido. Para colmo, inventado<br />

el Internet, comenzó a navegar buscando <strong>la</strong> información directamente<br />

de <strong>la</strong>s agencias internacionales y de los canales foráneos de información.<br />

Nunca supe si esa conducta de mi padre era compulsiva o una forma<br />

extraña de esquizofrenia, tal comportamiento, aparentemente no le<br />

afectaba. Aparte del poco tiempo que le dedicaba a mi madre, debido a<br />

NQR


su avidez por <strong>la</strong> información, y por el desconocimiento, algunas veces,<br />

de si había desayunado o no, <strong>la</strong> apariencia de Arquímedes Valecillos,<br />

—que así se l<strong>la</strong>maba mi padre— era aparentemente normal. Como mi<br />

papá estaba perfectamente informado tenía a mi <strong>la</strong>do a dos Arquímedes,<br />

porque mi padre decía todo el tiempo: “Un hombre informado<br />

vale por dos”.<br />

Muchas de <strong>la</strong>s manías que tenemos los humanos nos llegan, o bien<br />

por genética, por costumbre o por el legado que nos hace <strong>la</strong> sociedad y<br />

<strong>la</strong> educación. Total, yo heredé de mi padre esta idea fija por escuchar,<br />

ver y leer noticias en todos los medios impresos, visuales y sonoros.<br />

Creí, tal como mi padre, que yo valdría por dos. Pensé que esta<br />

avidez desmedida por <strong>la</strong> información me haría una persona culta, formándome<br />

el carácter y capaz de darme solidez política y filosófica, ante<br />

los diversos problemas que agobiaron, agobian y agobiarán a <strong>la</strong> humanidad.<br />

Juraba que con todo este cúmulo de información, aunado a mi<br />

sólida formación universitaria me convertiría en un hombre de opinión.<br />

Pero mi vida es un desastre y ello se lo debo a que soy un hombre<br />

mediático. Debo referir que nunca milité en un partido político, ni profesé<br />

religión alguna, por lo que no puedo decir que <strong>la</strong> militancia partidista<br />

o un dogma de fe me inclinaron hacia alguna concepción política<br />

o filosófica. Sólo vivía <strong>para</strong> los estudios y <strong>para</strong> escuchar, ver y leer noticias,<br />

además de mirar los programas de opinión. En un principio lo<br />

hacía acompañado de mi padre y luego, solo, por mi cuenta.<br />

En verdad, no puedo asegurar que lo hacía porque lo disfrutaba,<br />

era algo así como el alcohólico, como el fumador, como el drogadicto<br />

que necesita de un estimu<strong>la</strong>nte <strong>para</strong> pasar<strong>la</strong> bien. Mi droga era <strong>la</strong> noticia,<br />

me había convertido en un hombre disoluto. Tenía que leer y ver<br />

noticias <strong>para</strong> que el día tuviera sentido. No importaba si <strong>la</strong> noticia era<br />

buena o ma<strong>la</strong>, <strong>la</strong> necesitaba más que a mi familia.<br />

Ustedes se preguntarán: “¿En qué puede esto afectar a un<br />

hombre?”. Evidentemente, <strong>la</strong> mayoría de <strong>la</strong> gente que lee periódico,<br />

escucha o ve noticias por televisión, esto no los afecta más allá de lo<br />

normal. Sigan leyendo un poco más <strong>para</strong> que entienda mi tragedia.<br />

Como afirmé anteriormente, nunca tuve militancia política ni religiosa,<br />

pensando que ello me hacía un libre pensador y de esta manera<br />

podía ver <strong>la</strong>s cosas con más objetividad. Por carecer de formación filosófica<br />

y de teorías modernas de economía no me parcialicé por ninguna<br />

tendencia, pero en eso estribó parte de mi problema. Cuando escuchaba<br />

JNQSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JNQTJ<br />

El mediático<br />

un prominente economista socialista hab<strong>la</strong>ndo sobre <strong>la</strong>s bondades del<br />

socialismo y <strong>la</strong> forma de acabar <strong>la</strong> pobreza que azota al mundo, inmediatamente<br />

me hacía socialista. Yo, en mi ignorancia absoluta sobre el<br />

tema, era incapaz de rebatir al augusto personaje. Pero si al día siguiente,<br />

en el otro canal entrevistaban a un eminente economista francés de tendencia<br />

capitalista, entonces advertía que el otro estaba equivocado; en<br />

ese momento me transformaba en un capitalista empedernido. Entonces<br />

venía y leía en <strong>la</strong> prensa algún artículo sobre <strong>la</strong>s bondades del socialismo,<br />

escrito por un destacado sociólogo alemán, de inmediato mi<br />

cerebro dictaba que el capitalista galo estaba errado, porque <strong>la</strong>s bondades<br />

del socialismo no salvarían al mudo de <strong>la</strong> pobreza. En verdad, un<br />

neófito como yo no resistía el bombardeo de tanta información. Es que<br />

esos hombres hab<strong>la</strong>ban con solidez profesional y muchas veces el hab<strong>la</strong>r<br />

bien convierte al malo en bueno.<br />

Después que pasó de moda el capitalismo y el socialismo —el<br />

mundo bipo<strong>la</strong>r no sirvió <strong>para</strong> nada—, los pobres siguieron siendo<br />

pobres y los ricos igual de ricos. Cayó el muro de Berlín y en <strong>la</strong> actualidad<br />

se hab<strong>la</strong> de neoliberalismo, de globalización, de movimientos ecológicos,<br />

de un mundo unipo<strong>la</strong>r y de mundo pluripo<strong>la</strong>r. Ahora tenía más<br />

<strong>para</strong> escoger: un día era un furibundo neoliberalista globalizado y al otro<br />

día, era un ecologista que caminaba por <strong>la</strong>s calles de Oslo con una pancarta<br />

protestando contra <strong>la</strong>s multinacionales, culpables de <strong>la</strong> pobreza y<br />

de los desastres ecológicos. Al mes siguiente, después de escuchar a un<br />

connotado neoliberal, defendía <strong>la</strong> administración de <strong>la</strong>s riquezas de un<br />

país por parte de <strong>la</strong> empresa privada. Luego que leía en <strong>la</strong> prensa un artículo<br />

de un ínclito militante del partido verde francés, caminaba con<br />

pancartas por <strong>la</strong>s calles de mi ciudad pidiendo los subsidios <strong>para</strong> los productos<br />

agríco<strong>la</strong>s. No sabía dónde estaba <strong>la</strong> verdad ni dónde <strong>la</strong> mentira,<br />

ya que el engaño a muchos aprovecha y <strong>la</strong> verdad, a muchos perjudica.<br />

Eso es con lo que respecta a los programas de opinión.<br />

Cuando leía en un periódico una crónica policial en otro, aparecía<br />

<strong>la</strong> misma noticia pero desvirtuada: si en uno decía quince muertos, en el<br />

otro decía cuarenta y dos. Un periódico informaba que en <strong>la</strong> reunión de<br />

un partido se produjo un incidente que le costó <strong>la</strong> vida a uno de los militantes<br />

y en otro, aparecía que <strong>la</strong> reunión aconteció sin ningún problema<br />

debido <strong>la</strong> madurez alcanzada por los militantes del partido. Si en un<br />

opúsculo se hab<strong>la</strong>ba de <strong>la</strong> fructuosa visita de un personaje del tercer<br />

mundo en algún país europeo, y yo, al buscar por Internet <strong>la</strong> misma


eseña en alguna agencia internacional, era probable que se destacara el<br />

fracaso del viaje del honorable personaje. A veces, tenía en mis manos<br />

dos periódicos diferentes y notaba que el reportaje periodístico sobre<br />

un mismo acontecimiento no tenía ningún elemento en común. Parecía<br />

que lo reseñado era de dos sucesos diferentes.<br />

Mi esposa Proserpina decía que iba a volverme loco, que dejara de<br />

ver y leer noticias porque nunca iba a valer por dos, sino <strong>la</strong> mitad de un<br />

hombre, ya que me auguraba <strong>la</strong> locura como forma normal de vida. A<br />

pesar de todo no dejaba mi manía.<br />

Como todos saben, en muchos de los programas informativos<br />

siempre dan alguna noticia re<strong>la</strong>tiva a <strong>la</strong> salud y en muchos casos referían<br />

lo peligroso de usar grasa en <strong>la</strong> pre<strong>para</strong>ción de <strong>la</strong>s comidas. De inmediato<br />

le refería a mi esposa <strong>la</strong>s bondades de <strong>la</strong> comida sana y nos dedicábamos a<br />

comer como aspirantes a concurso de belleza. Pero al mes siguiente, en<br />

ese mismo canal, durante el noticiero, aparecía un conocido chef de<br />

cocina exhibiendo una prominente panza y mostrando <strong>la</strong> excelencia de<br />

una comida pre<strong>para</strong>da con media taza de aceite, huevos, queso crema y<br />

salsa de mayonesa. Como consecuencia de ello le sugería a mi mujer que<br />

cocinara <strong>la</strong> delicia gastronómica del conocido cocinero.<br />

Pero eso no es todo. Tengo entendido que los reportajes los pre<strong>para</strong>n<br />

reporteros asesorados con personas competentes en <strong>la</strong> materia y<br />

yo, como ciudadano preocupado por <strong>la</strong> vida sana tomaba <strong>para</strong> mí los<br />

consejos sobre salud y deporte. Resultó que un día observo en <strong>la</strong> televisión<br />

<strong>la</strong>s orientaciones y los beneficios <strong>para</strong> el corazón de correr por lo<br />

menos cinco kilómetros diarios, bajo el eslogan “correr es vivir”. Me<br />

entusiasmé con este reportaje, e invité a Proserpina a trotar todos los<br />

días esa distancia —como perseguidos por una jauría—. Mi pobre<br />

mujer me acompañó religiosamente y luego en <strong>la</strong> noche nos acostábamos<br />

muertos de cansancio. Pero un año después leí en uno de los<br />

periódicos, que un prominente médico deportivo norteamericano hab<strong>la</strong>ba<br />

del alto impacto que se producía al correr y que esto conllevaba,<br />

algunas veces, al desgarramiento de alguno de los órganos internos. Sin<br />

pensarlo dos veces, ante el temor de que se me cayeran los testículos, le<br />

dije a mi mujer que no correríamos, sino que de ahora en ade<strong>la</strong>nte teníamos<br />

que caminar. Incluso recuerdo que el galeno trajo su propio eslogan<br />

“correr es morir y caminar es vivir”. Creo que Proserpina se contentó<br />

con el cambio.<br />

JNQUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


Aparte de correr también montaba bicicleta, puesto que yo quería<br />

llegar a <strong>la</strong> tercera edad sin los achaques ni <strong>la</strong>s manías de los viejos. Este<br />

deporte fue recomendado en un artículo periodístico, donde afirmaba<br />

que era muy bueno <strong>para</strong> <strong>la</strong> resistencia cardiovascu<strong>la</strong>r. Pero luego apareció<br />

en <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> chica, durante unas jornadas médicas, un reportaje<br />

sobre los órganos sexuales masculinos. Aquí explicaban que el ciclismo<br />

era prohibitivo <strong>para</strong> los hombres, ya que el asiento de <strong>la</strong> bicicleta afecta<br />

<strong>la</strong> próstata, como consecuencia de ello podía quedar impotente y estéril<br />

¿qué iba hacer si se me moría mi apreciado órgano sexual? Ante tal<br />

peligro, tuve que dejar <strong>la</strong> bicicleta.<br />

Hubo un período de mi vida en que <strong>la</strong> pobre Proserpina tuvo<br />

intención de de acabar con mi apreciada vida. Fue aquel<strong>la</strong> vez cuando<br />

leí en un periódico que hacer el amor prevenía contra los ataques cardíacos<br />

en el futuro. Para esa época me convertí en un homus-eroticus;<br />

pobre Proserpina, <strong>la</strong> buscaba hasta cuatro veces al día: en <strong>la</strong> alcoba, en el<br />

sofá, en <strong>la</strong> cocina y en el baño. Mi obsesión era tirar hasta cansarme,<br />

<strong>para</strong> impedir un ataque del corazón. Para fortuna de mi mujer y mía,<br />

esta manía no me duró más de un mes; me asusté al mirar mi consunción<br />

frente al espejo.<br />

Además de <strong>la</strong> era de <strong>la</strong> información, estábamos en <strong>la</strong> era de <strong>la</strong><br />

figura, de <strong>la</strong> autoestima. Una bel<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra que sirve <strong>para</strong> vender todo,<br />

<strong>para</strong> que los humanos compitiéramos, en cualquier certamen, bien con<br />

Adonis y bien con <strong>la</strong> Venus de Milo. Fue, <strong>para</strong> desgracia de Proserpina,<br />

cuando leí un artículo sobre <strong>la</strong>s bondades de <strong>la</strong> liposucción como tratamiento<br />

<strong>para</strong> eliminar <strong>la</strong> grasa “dura de quemar”. Como mi mujer tenía<br />

unos rollitos —que el<strong>la</strong> decía que eran imposibles de quitar—, le sugerí<br />

que se practicara dicha operación <strong>para</strong> que sintiera <strong>la</strong> envidia de <strong>la</strong>s<br />

mejores “top model” de <strong>la</strong>s pasare<strong>la</strong>s internacionales.<br />

Proserpina accedió a regañadientes <strong>para</strong> hacerse <strong>la</strong> liposucción y<br />

como cosa curiosa, le pedí a los médicos que yo quería guardar en mi<br />

refrigerador toda <strong>la</strong> grasa que le quitaran a mi mujer. Los médicos se<br />

extrañaron pero accedieron a mi pedido. Guardé en <strong>la</strong> nevera cinco<br />

kilos de manteca humana, sin saber <strong>la</strong> razón que me impulsaba a esto.<br />

Mi mujer quedó muy bel<strong>la</strong>, tal como lo habían dicho los médicos. Era<br />

tal su autestima, que estaba empeñada a meterse en una academia de<br />

mode<strong>la</strong>je, hasta que por Internet estuve al tanto de lo perjudicial que<br />

era <strong>la</strong> práctica de <strong>la</strong> liposucción. Leí un reportaje sobre todos los males<br />

que dicha práctica acarreaba a <strong>la</strong>s mujeres: que dicha grasa era buena<br />

JNQVJ<br />

El mediático


<strong>para</strong> <strong>la</strong> piel porque esta contribuía a su lozanía y evitaba el envejecimiento<br />

prematuro. Ante tales razonamientos y respaldado por una<br />

sólida investigación de una conocida clínica ho<strong>la</strong>ndesa, no tuve otra<br />

cosa que hacer. Agarré mi mujer, mis cinco kilos de manteca conge<strong>la</strong>da,<br />

<strong>la</strong> llevé a <strong>la</strong> clínica y le pedí al médico que, por favor, le volviera a<br />

meter <strong>la</strong> grasa que le había sacado a mi cónyuge. Proserpina se negaba,<br />

pero ante el argumento de que se iba a poner vieja prematuramente no<br />

se resistió. Ante <strong>la</strong> amenaza de una demanda, el médico accedió a restaurarle<br />

a su santo lugar <strong>la</strong> grasa que en ma<strong>la</strong> hora se le había sustraído<br />

del cuerpo de mi Proserpina.<br />

Está c<strong>la</strong>ro, que el cuerpo de mi mujer no quedó con <strong>la</strong> esbeltez<br />

anterior. Al pasar mi mano sobre <strong>la</strong> desnudez de Proserpina notaba<br />

algunos sobresalientes simi<strong>la</strong>res a cuando se le pasa <strong>la</strong> mano a una bolsa<br />

llena de papa. Pero en fin, el<strong>la</strong> tendría su grasa <strong>para</strong> no ponerse vieja<br />

prematura y yo una citación a un tribunal, donde se me notificaba que<br />

mi mujer se quería divorciar de mí. Alegaba que yo vivía en una enajenación<br />

eterna a <strong>la</strong> que me habían llevado los medios de comunicación.<br />

Por ello pienso que soy un mediático.<br />

En <strong>la</strong> actualidad tengo prohibido leer noticias, ver televisión y<br />

escuchar radio. Proserpina, <strong>para</strong> no divorciarnos, puso como condición<br />

recluirme en un centro psiquiátrico. El<strong>la</strong> le refirió al médico que no<br />

quería que yo valiera por dos, porque no era bígama. Una vez que<br />

saliera de mi sitio de reclusión debía incorporarme al mundo como un<br />

ser normal, sin <strong>la</strong> manía de estar leyendo y viendo noticias o que por lo<br />

menos, esta lectura no afectara mi pensadora en lo más mínimo.<br />

Creo que estoy curado, ya casi no me provoca comprar periódico,<br />

pero estoy muy contento con esta computadora de bolsillo. Ésta permite<br />

conectarme y acceder vía Internet, con <strong>la</strong>s grandes agencias internacionales<br />

de noticia. Pero no se lo digan a Proserpina porque va creer<br />

que sigo siendo un mediático.<br />

JNRMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />

~Äêáä OMMN


Libertad<br />

Si mal no recuerdo tres fueron los legados de <strong>la</strong> revolución francesa,<br />

estos son: “libertad”, “igualdad” y “fraternidad”. Mucha ha sido <strong>la</strong> sangre<br />

que se ha derramado en los diferentes campos de batal<strong>la</strong>s <strong>para</strong> que esa<br />

herencia ga<strong>la</strong> se haya universalizado. Y yo, como ferviente creyente de <strong>la</strong><br />

democracia he tomado <strong>para</strong> mí el primero de ellos como bandera, es<br />

decir el de <strong>la</strong> emancipación. A través de toda mi vida luché por mi independencia<br />

y hago uso de ésta como un valor ligado inextricablemente a<br />

mi persona. Me considero un hombre libre, emancipado y por esto he<br />

peleado <strong>para</strong> conseguirlo, <strong>para</strong> corroborarlo continúe leyendo.<br />

Nací en una típica familia de c<strong>la</strong>se media: mi padre, hombre autoritario,<br />

mujeriego, alcohólico y machista. Mi madre, una mujer monomaníaca,<br />

histérica, hipocondríaca, sumisa ante <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra despótica del<br />

jefe de <strong>la</strong> casa y una hermana, <strong>la</strong> preferida de mis padres, convertida en<br />

una niña malcriada a los que todos tenían que prodigarle, sin merecerlo,<br />

una mayor atención.<br />

Mi padre, como funcionario de un gobierno democrático, nos<br />

inculcó los beneficios de <strong>la</strong> democracia y entre estos, estaba el de <strong>la</strong><br />

libertad. Por lo anterior me crié dentro de lo que podía l<strong>la</strong>marse una<br />

democracia en pequeño. El cabeza de <strong>la</strong> casa nos hacía ver <strong>la</strong>s ventajas<br />

NRN


de crecer bajo un régimen de libertades individuales, donde que se resaltaban<br />

los grandes valores de <strong>la</strong> familia, como <strong>la</strong> célu<strong>la</strong> fundamental<br />

de <strong>la</strong> sociedad.<br />

Como se ve, me encontraba dentro de una parente<strong>la</strong> y un hogar<br />

que, cuando mi padre llegaba borracho se hacía lo que él decía. Soportando<br />

<strong>la</strong> manía de mi madre, <strong>la</strong>s enfermedades imaginarias y <strong>la</strong>s ma<strong>la</strong>crianzas<br />

de <strong>la</strong> consentida de <strong>la</strong> familia.<br />

Al poco tiempo de nacido, creo que fue en <strong>la</strong> época de neonato,<br />

según escuché alguna vez a mi progenitor, me bautizaron con el<br />

nombre de un santo que nunca fue de mi agrado. Al poco tiempo de ver<br />

por primera vez <strong>la</strong> luz, estaba dentro de <strong>la</strong> estadística de una religión,<br />

cuyos misterios desconocía y nunca comprendí. Mi predecesor inmediato<br />

decía que, con esto se fortalecía <strong>la</strong> moral de <strong>la</strong> familia, es decir<br />

dentro de <strong>la</strong> fe, <strong>la</strong> caridad y <strong>la</strong> moral cristiana. Desde el momento de<br />

recibir el sacramento debía cumplir con los mandamientos y los preceptos<br />

religiosos que imponía esta creencia. Como se notará, estaba<br />

preparándome cada día mejor <strong>para</strong> el ejercicio de mi libertad individual,<br />

bajo un régimen democrático.<br />

Como había que cumplir con los mandatos religiosos, mis progenitores,<br />

obligaban a los hermanos (mi hermana y yo) a frecuentar <strong>la</strong> iglesia<br />

todos los domingos, con <strong>la</strong> finalidad de escuchar <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra alentadora<br />

del párroco quien, cuando estaba con el gobierno hab<strong>la</strong>ba muy bien del<br />

presidente de turno, pero si estaba mal, despotricaba del régimen. De<br />

igual manera, el hombre de Dios nos hab<strong>la</strong>ba de <strong>la</strong>s bondades de <strong>la</strong> fe y<br />

el temor que debíamos sentir si pecábamos de hecho o pensamiento, ya<br />

que con eso despertaríamos <strong>la</strong> ira del santísimo. Recuerdo que mi madre,<br />

mujer piadosa, durante cierto tiempo nos obligaba, a mi hermana y<br />

a mí, a confesarle al cura los posibles pecados <strong>para</strong> que él nos absolviera<br />

por medio de <strong>la</strong> penitencia. De esta forma nos liberaba de <strong>la</strong>s tentaciones<br />

del dios de <strong>la</strong> oscuridad. Por tal procedimiento incompresible <strong>para</strong><br />

ambos, asegurábamos a nuestra alma un pase de por vida al <strong>para</strong>íso<br />

terrenal, al <strong>la</strong>do de los serafines y San Pedro. Tengo presente algunas<br />

pa<strong>la</strong>bras que cierta vez, desde el púlpito, profirió el vicario del Señor, a<br />

quien recuerdo todavía con el solideo:<br />

—Los que conversan con Dios están más cerca del cielo y por lo<br />

tanto no deben temerle ni a los truenos, ni a los relámpagos, ni a <strong>la</strong> fatalidad.<br />

Se sentirán cada día más libres. Recuerden que no hay más alegría<br />

en el cielo por <strong>la</strong>s lágrimas de un pecador arrepentido; no lo cambio<br />

JNROJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JNRPJ<br />

Libertad<br />

ni por cien hombres que prometan un falso albedrío. Nuestra Iglesia<br />

sabrá conducirlos, de mano del sacerdote, <strong>para</strong> nunca se<strong>para</strong>rlos de <strong>la</strong>s<br />

cuatros puras luces que iluminarán su espíritu: <strong>la</strong> verdad, <strong>la</strong> justicia, <strong>la</strong><br />

caridad y <strong>la</strong> libertad.<br />

Yo le creí letra por letra <strong>la</strong> arenga del sacerdote, puesto que con<br />

éstas estaba protegido de los demonios. Nos retirábamos del templo<br />

mostrando en el rostro nuestra atrición por los pecados cometidos.<br />

Mi padre nunca dejó de beber alcohol, ni tampoco desistió de<br />

tener amantes, pero continuamente nos recalcaba el valor de una<br />

familia unida. Siempre que llegaba bebido de visitar a <strong>la</strong> barragana de<br />

turno, maltrataba a mi madre de hecho y de pa<strong>la</strong>bra. El<strong>la</strong>, como mujer<br />

piadosa y sumisa, consideraba que lo merecía por los pecados que había<br />

cometido en esta o en <strong>la</strong> vida anterior. Era <strong>la</strong> prueba a <strong>la</strong> que <strong>la</strong> sometía<br />

el Todopoderoso <strong>para</strong> alcanzar el reino de los cielos. Estaba convencida<br />

que <strong>la</strong> infamia estaba sedienta de circunspección. Creo que si me<br />

hubiesen preguntado hubiera escogido otra familia. Lamentablemente<br />

no tuve libertad <strong>para</strong> escoger<strong>la</strong>.<br />

Todavía siendo un bebé, como de dos o tres años, estuve resguardado<br />

en un depósito de niños, algo que l<strong>la</strong>man maternal. Mi padre,<br />

quería que desde muy pequeño nos sometiéramos a <strong>la</strong> disciplina de <strong>la</strong><br />

una institución educativa. Opinaba que desde el principio de <strong>la</strong> existencia<br />

debía moldearse el carácter rebelde de los niños. De esta forma,<br />

bajo el rigor, se inculcaba una férrea obediencia a los infantes rebeldes,<br />

tan necesaria en los regímenes democráticos. Había que formar demócratas<br />

<strong>para</strong> el ejercicio de <strong>la</strong> democracia.<br />

Después de <strong>la</strong> imposición del nombre, una familia, una religión, me<br />

sacaron del maternal, enviándome a <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> primaria. Aquí comenzó<br />

a forjarse dentro de mí el sentimiento de <strong>la</strong> nacionalidad. Todos los días,<br />

antes de entrar al au<strong>la</strong> de c<strong>la</strong>se, como señal de respeto y sumisión, estaba<br />

obligado a cantar solemnemente el himno nacional junto a los compañeros<br />

de colegio, <strong>para</strong>dos frente a los nuevos íconos los cuales había que<br />

rendirle respeto. Estos eran el escudo y <strong>la</strong> bandera, además, de <strong>la</strong>s reverencias<br />

que debía ofrecerle a <strong>la</strong>s esculturas religiosas conocidas desde que<br />

frecuentaba <strong>la</strong> iglesia. Había que internalizar en el cerebro de cada uno<br />

de los niños el amor a <strong>la</strong> patria, <strong>para</strong> que en el futuro el país <strong>contar</strong>a con<br />

ciudadanos capaces de tomar un fusil y morir en su defensa. Recuerdo un<br />

vecino que comentaba: “La fecha de nacimiento y <strong>la</strong> nacionalidad de<br />

los hombres no pasan de ser un accidente histórico y geográfico. No


entiendo <strong>la</strong> razón del por qué <strong>la</strong> condición del gentilicio de un hombre y<br />

una mujer lo acredita un documento de identidad”. Mi padre se disgustaba<br />

al escuchar estas pa<strong>la</strong>bras. Éste afirmaba que si se desarraigaban <strong>la</strong>s<br />

familias, se desintegraba el país, ya que ésta es <strong>la</strong> célu<strong>la</strong> fundamental primaria;<br />

ésta mantiene intacta <strong>la</strong> nacionalidad y los valores históricos de<br />

una nación. Una cédu<strong>la</strong> de identidad es el único documento que ava<strong>la</strong> el<br />

lugar de nacimiento de un ciudadano.<br />

Las pocas veces que se reunía <strong>la</strong> familia lo hacíamos frente al televisor<br />

y ello era <strong>para</strong> ver los partidos de béisbol, fútbol y basquetbol.<br />

Como era de esperarse, mi padre tenía equipos favoritos y dicho fanatismo<br />

me fue legado, sin discusión alguna, como herencia familiar.<br />

Mucho tiempo después yo estaba discutiendo, rasgándome <strong>la</strong>s vestiduras<br />

sin tener motivo alguno, por <strong>la</strong>s ventajas de mi equipo de<br />

béisbol, el de fútbol o el de basquetbol, que eran los mismos preferidos<br />

del jefe del hogar. No entendía por qué Empédocles, un amigo de mi<br />

infancia, era aficionado de otros equipos, si era evidente que los míos<br />

eran los mejores. Algo que no entendía, era <strong>la</strong> razón por <strong>la</strong> cual<br />

algunos de los jugadores que jugaban en mi equipos favoritos, el otro<br />

año estaban en el equipo al cual era aficionado mi amigo. Nuestras discusiones<br />

sobre el resultado de un juego duraban <strong>la</strong>rgo tiempo, hasta el<br />

colmo que algunas veces no nos dirigíamos <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra. Con frecuencia,<br />

iba al estadio <strong>para</strong> vociferar <strong>la</strong>s consignas <strong>para</strong> darle ánimo a mi equipo<br />

favorito según nos indicaba un anfitrión, quien nos orientaba en lo que<br />

debíamos hacer o gritar.<br />

Como ustedes ven, fui criado bajo un régimen donde se respetaba<br />

<strong>la</strong> libertad individual, el cual se hizo más notorio cuando ingresé al club<br />

donde era socio mi padre. Dicha membresía pasó como herencia del<br />

abuelo a mi familia. Al ingresar al sitio de recreación, lo primero que<br />

hizo el presidente de <strong>la</strong> junta directiva fue leer a los nuevos miembros<br />

los estatutos. En estos, se seña<strong>la</strong>ban <strong>la</strong>s normas y reg<strong>la</strong>mentos que<br />

debían cumplir los usuarios —así nos l<strong>la</strong>maban— <strong>para</strong> el adecuado<br />

funcionamiento y el buen nombre de <strong>la</strong> institución.<br />

Ingresé al bachillerato en el mismo liceo donde había estudiado mi<br />

padre —por eso de mantener <strong>la</strong>s tradiciones familiares—. Lo primero<br />

que hizo fue inscribirme en <strong>la</strong> “liga de estudiantes libres”, ésta forjaría a<br />

sus miembros el amor por <strong>la</strong> patria, <strong>la</strong> democracia y <strong>la</strong> libertad. Esta<br />

agrupación estaba instaurada desde hacía muchos años en el liceo. Dicha<br />

cofradía contribuía, de alguna manera, a internalizar en los adolescentes<br />

JNRQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JNRRJ<br />

Libertad<br />

los valores y <strong>la</strong>s tradiciones del liceo, así como también, reforzaba los<br />

sentimientos de <strong>la</strong> libertad y nacionalidad elementos indispensables<br />

—tal como afirmé anteriormente— <strong>para</strong> el funcionamiento de <strong>la</strong> democracia.<br />

Cada uno de los miembros de <strong>la</strong> liga ve<strong>la</strong>ba por el cumplimiento<br />

fiel de <strong>la</strong>s normas de <strong>la</strong> hermandad.<br />

Llegué a <strong>la</strong> adolescencia impregnado con los vahos de licor de mi<br />

padre, con <strong>la</strong> monomanía e hipocondría de mi madre y <strong>la</strong>s malcriadeces<br />

de mi hermana, quien por ser <strong>la</strong> favorita, ya a los quince años tenía un<br />

f<strong>la</strong>mante automóvil. Recuerdo que papá estaba apegado a <strong>la</strong> doctrina<br />

socialdemócrata, <strong>la</strong> cual profesaba ya que militaba en un partido cuyo<br />

fundamento político era <strong>la</strong> libertad y <strong>la</strong> igualdad de los ciudadanos.<br />

Cierta vez al preguntarle <strong>la</strong> razón por <strong>la</strong> cual no me regaló a mí también<br />

un carro, obtuve como respuesta fue otra pregunta: “¿Acaso te crees<br />

igual que tu hermana?” De esta manera pude advertir, sin frustraciones<br />

y sin equívocos, que el legado francés había pasado de generación a<br />

generación hasta enraizarse en mi familia.<br />

Total, que desde muy joven milité en el partido socialdemócrata de<br />

mi padre y como consecuencia de esto, tuve que asistir a <strong>la</strong>s reuniones<br />

de <strong>la</strong> agrupación con <strong>la</strong> finalidad de conocer <strong>la</strong> doctrina del partido. Por<br />

esta vía, debía ve<strong>la</strong>r por el acatamiento de los dictamines que mis jefes<br />

políticos nos hacían llegar. Era evidente, que todos los militantes debíamos<br />

cumplir los estatutos y <strong>la</strong>s normas que nuestros máximos líderes y<br />

fundadores habían formu<strong>la</strong>do, desde hacía muchos años. Empédocles,<br />

que como siempre me llevaba <strong>la</strong> contraria, militaba en el partido socialcristiano,<br />

que <strong>para</strong> nosotros lo socialdemócrata esos estatutos coartaban<br />

<strong>la</strong> libertad. Yo, como persona criada bajo un régimen familiar de<br />

libertades individuales, le hacía notar de lo equivocado de su militancia.<br />

En períodos electorales el partido les asignaba a los militantes el<br />

trabajo que debían realizar <strong>para</strong> lograr el triunfo en <strong>la</strong>s urnas electorales.<br />

Durante esa época mi padre me obligaba a pegar y a repartir propaganda<br />

hasta en horas de <strong>la</strong> madrugada. Estaba sumamente orgulloso de<br />

mi régimen de libertad individual, el cual compartía con <strong>la</strong>s normas<br />

disciplinarias de mi padre, los compromisos con <strong>la</strong> iglesia, los estatutos<br />

del club, el cumplimiento de mi trabajo en <strong>la</strong> “liga de los jóvenes por <strong>la</strong><br />

libertad”, mis obligaciones en el liceo y con los estatutos del partido.<br />

Empédocles y yo nos graduamos de bachilleres. Él siguió con su<br />

militancia socialcristiana, luego ingresó a un seminario porque se consideraba<br />

un elegido y yo, me mantuve al otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> acera. Le recordé


al amigo lo que en alguna parte había leído: “los elegidos por Dios<br />

tienen el signo de <strong>la</strong> infelicidad y del sufrimiento”, pero él siguió en <strong>la</strong><br />

búsqueda de <strong>la</strong> santidad. Yo entré a <strong>la</strong> facultad de Medicina; desde<br />

pequeño quise graduarme de médico y una vez armado con mi título,<br />

realizaría una <strong>la</strong>bor social.<br />

Al ingresar a <strong>la</strong> “casa que vence <strong>la</strong>s sombras” me inscribí en “La<br />

Asociación de Estudiantes Librepensadores”. El fundamento de esta<br />

agrupación era limpiar de nuestras mentes de cualquiera influencia<br />

doctrinaria. Desde luego, debíamos aprendernos <strong>la</strong> teoría del libre pensamiento<br />

y como consecuencia, cumplir con los estatutos de <strong>la</strong> comunidad.<br />

Para dar cumplimiento a esto nos reuníamos en <strong>la</strong> casa de un<br />

joven profesor de Filosofía que nos empapaba de los fundamentos del<br />

libre pensar, que según mi padre, contradecía mi formación política.<br />

Muchas veces afirmaba: “Creo que dentro de poco tendremos un anarquista<br />

en mi familia”. Cuando invité a Empédocles a militar en <strong>la</strong> asociación,<br />

señaló que pertenecía a <strong>la</strong> “Juventud universitaria por el rescate<br />

de los valores del cristianismo moderno”. Le increpé y le dije que <strong>la</strong>s<br />

religiones lo único que habían hecho era castrar a los individuos<br />

durante muchos siglos. Le reiteré que los dogmas, en los jóvenes, eran<br />

como una fiebre que les achicharraba sus cerebros. Pero no hubo<br />

manera de sacar a Empédocles de <strong>la</strong>s trincheras del oscurantismo.<br />

Obtuve el título de médico. De inmediato, me afilié al Colegio<br />

Médico <strong>para</strong> poder ejercer <strong>la</strong> profesión, después de hacer el juramento<br />

hipocrático en el <strong>para</strong>ninfo universitario. Todavía hoy retumban en mi<br />

cerebro <strong>la</strong>s últimas frases de dicho juramento: “que los hombres nos<br />

concedan su estima si nos mantenemos fieles a estas promesas, y nos<br />

cubra de oprobio y el desprecio si faltamos a el<strong>la</strong>s” (lindas pa<strong>la</strong>bras).<br />

Siempre estuve bajo <strong>la</strong> supervisión de <strong>la</strong> asociación que me acogió.<br />

Finalmente, consagré mi vida con fervor social al ejercicio de <strong>la</strong> profesión,<br />

hasta que me decidí por hacer un estudio de postgrado; opté por el<br />

de Cirugía Plástica. Con esto contribuiría al embellecimiento del<br />

ambiente. Es decir, mi nuevo título académico era de casi de carácter<br />

ecológico.<br />

Me gradué en dos años; de inmediato obtuve <strong>la</strong> membresía en <strong>la</strong><br />

“Sociedad Interamericana de Cirujanos Plásticos”. Desde <strong>la</strong> clínica, de<br />

<strong>la</strong> cual era socio, tenía que seguir los dictamines éticos que dicha sociedad<br />

establecía <strong>para</strong> <strong>la</strong> vigi<strong>la</strong>ncia del buen ejercicio profesional de sus<br />

JNRSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


miembros. Como ven ustedes, cada día me hacía más libre dentro de<br />

una sociedad democrática.<br />

Debo resaltar que además de mi familia, <strong>la</strong> militancia política, el<br />

ejercicio religioso, <strong>la</strong> colegiatura profesional y demás etcéteras, también<br />

era, desde muy joven, adicto a <strong>la</strong> televisión y a <strong>la</strong>s computadoras. A<br />

través de estos tuve acceso a los mejores productos; convirtiéndome en<br />

un asiduo consumista de <strong>la</strong>s reconocidas marcas de zapatos, ropa,<br />

relojes y pare usted de <strong>contar</strong>. Además de mi permanencia durante<br />

<strong>la</strong>rgas horas, frente a <strong>la</strong> computadora, a través de Internet, tuve acceso a<br />

<strong>la</strong>s últimas noticias científicas, económicas, políticas, etc. Ahora estaba<br />

seguro de ser un hombre bien informado. Por todo lo anterior, podía<br />

ufanarme de sentirme como consejero de Dios. Experimentaba y disfrutaba<br />

cada día, de manera orgullosa y gozosa, mi libertad individual.<br />

El conseguir una novia <strong>para</strong> mí no fue catastrófico. Mis padres<br />

resolvieron ese problema con una joven de buena estirpe. El<strong>la</strong> era hija<br />

de unos amigos que frecuentaban nuestra casa, así como nosotros <strong>la</strong> de<br />

ellos. El connubio fue concertado entre <strong>la</strong> familia de mi padre y <strong>la</strong> de mi<br />

futura cónyuge. Esta es una tradición que se ha mantenido durante<br />

muchos años y yo, como amante de <strong>la</strong> libertad, acepté sin protestar<br />

cuando mis progenitores me lo informaron. El matrimonio se realizó<br />

de acuerdo —en <strong>la</strong> misma iglesia—, con <strong>la</strong> misma normas de etiqueta,<br />

tal como lo habían hecho los abuelos y luego mis padres. Era parte de <strong>la</strong><br />

tradición familiar<br />

Como era de esperar, Empédocles se convirtió en un hombre sumiso<br />

y religioso, incapaz de tomar decisiones por él mismo. A pesar de<br />

los consejos que le daba, se empeñó en seguir el camino equivocado y yo<br />

<strong>la</strong> vía de mi libertad individual, esto me haría crecer como profesional,<br />

como futuro esposo y como persona. Esta manera de actuar permitiría<br />

forjar una familia, con los mismos valores que tremo<strong>la</strong>ron los pendones<br />

libertarios de <strong>la</strong> vetusta y heroica revolución francesa.<br />

Cierta vez encontré a Empédocles en una de <strong>la</strong>s calles de <strong>la</strong> ciudad.<br />

Me sorprendió cuando lo observé vestido con el alzacuello clerical y<br />

una <strong>la</strong>rga sotana. Sonrió al notar en mi cara una mezc<strong>la</strong> de exultación y<br />

de asombro. Luego del cordial saludo manifestó con voz sacerdotal<br />

“Me he liberado de los apetitos carnales y de <strong>la</strong>s tentaciones del mundo<br />

material. Cuando tengo un problema acudo a <strong>la</strong> catedral, rezo y le<br />

pido a Dios. Ante <strong>la</strong> magnificencia del templo y <strong>la</strong> grandiosidad del<br />

Señor, advierto lo pequeño y lo débil de los humanos. No somos más<br />

JNRTJ<br />

Libertad


que un grano de arena en <strong>la</strong> inmensidad del universo. Me he liberado,<br />

emancipándome de este mundo y de <strong>la</strong>s personas arrogantes que tienen<br />

enferma <strong>la</strong> sociedad”. No puedo negar <strong>la</strong> sorpresa que albergué dentro<br />

de mí al advertir lo cerca que el amigo estaba de <strong>la</strong> santidad. No tuve<br />

pa<strong>la</strong>bras, arrancadas del mundo terrenal donde vivía, <strong>para</strong> refutar <strong>la</strong>s<br />

suyas muy espirituales. Solo restó decirle: “Yo también experimento<br />

esa sensación de libertad, soy un hombre libre. Cuando tengo un problema<br />

y tengo dinero, acudo a un centro comercial, gasto y compro lo<br />

que necesito —noté <strong>la</strong> sonrisa sacrosanta de mi interlocutor y continué<br />

<strong>la</strong> perorata—; cuando llevo en <strong>la</strong> cartera mis tarjetas de crédito y en mis<br />

manos unas bolsas llenas de productos de marca, siento como si estuviera<br />

escapado del bolsillo a Dios. Tengo <strong>la</strong> certeza que el dinero nos<br />

concede esa libertad tan anhe<strong>la</strong>da”. Tuve que despedirme del amigo<br />

porque <strong>la</strong> tecnología, por medio del celu<strong>la</strong>r, obligaba a socorrer a una<br />

paciente, quien acababa de informarme que uno de sus senos artificiales<br />

se había desinf<strong>la</strong>do. Escuché, casi en tono premonitorio, <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de<br />

despedida de mi amigo sacerdote, mientras se alejaba: “La libertad, tal<br />

como <strong>la</strong> vida, es una enfermedad de <strong>la</strong>s personas, <strong>la</strong> cual se cura con <strong>la</strong><br />

muerte”.<br />

En <strong>la</strong> actualidad estoy de reposo víctima de un atentado. En días<br />

pasados se pretendió acusar a uno de los dirigentes del partido de<br />

corrupción. Como se sabe <strong>la</strong> libertad tiene muchos detractores, por lo<br />

que <strong>la</strong> dirección regional obligó a sus militantes a defender <strong>la</strong> bandera y<br />

<strong>la</strong> doctrina de <strong>la</strong>s que nos sentíamos orgullosos. Había que erradicar<br />

cualquier intento de resquebrajar <strong>la</strong> unión que nos hacía fuerte. Para<br />

esto convocaron a una manifestación frente al Ministerio de Justicia,<br />

como forma de protesta, haciendo uso de <strong>la</strong> libertad de expresión de<br />

cualquier país democrático. Durante <strong>la</strong> concentración se produjo un<br />

zafarrancho provocado por nuestros enemigos y en eso, sonó un disparo<br />

que fue a dar en mi humanidad. Recibí un tiro en el muslo con orificio<br />

de entrada y salida que obligó mi tras<strong>la</strong>do a un centro hospita<strong>la</strong>rio.<br />

Fui muy bien atendido en <strong>la</strong> clínica y lo único que le pedí al médico<br />

fue que no se preocu<strong>para</strong> por <strong>la</strong> cicatriz, que no me hiciera una excelente<br />

sutura. Deseaba, con fervor revolucionario, mostrarle al mundo <strong>la</strong><br />

huel<strong>la</strong> que había quedado en mi pierna como consecuencia de mis<br />

luchas por <strong>la</strong> libertad individual. Estoy deseoso de quitarme el es<strong>para</strong>drapo<br />

<strong>para</strong> enseñar con orgullo a <strong>la</strong> familia y a los amigos <strong>la</strong> mácu<strong>la</strong><br />

dejada en mi cuerpo. Como fiel creyente de los legados de <strong>la</strong> revolución<br />

JNRUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


francesa, estaba obligado a escribir <strong>la</strong> historia de <strong>la</strong> emancipación de mi<br />

país con mi propia sangre. Bien valía mi holocausto.<br />

Sirva este escrito como una autoayuda <strong>para</strong> aquellos padres que<br />

quieran inculcar en sus hijos un sentimiento de libertad. Con esto se formarán<br />

ciudadanos responsables, capaces de tomar decisiones sin inherencia<br />

de ningún elemento ajeno a <strong>la</strong> personalidad. Que únicamente<br />

interfiera <strong>la</strong> genética en <strong>la</strong> conformación del temperamento de los vástagos.<br />

Que sea <strong>la</strong> misma libertad individual <strong>la</strong> que se imponga, junto al<br />

libre albedrío de su hijo, sobre cualquier escollo que él encuentre en <strong>la</strong>s<br />

sing<strong>la</strong>duras de <strong>la</strong> nave de <strong>la</strong> vida.<br />

JNRVJ<br />

Libertad<br />

ÇáÅáÉãÄêÉ OMMN


El hombre se deslumbra con lo hermoso;<br />

elige lo aparente<br />

abrazando tal vez lo más dañoso;<br />

pero escarmiente ahora en tal cabeza:<br />

el útil bien es <strong>la</strong> mejor belleza.<br />

p~ã~åáÉÖç


La nacionalidad<br />

Crisóstomo Marcano y Onésimo Montiel, dos jóvenes como<br />

muchos de los que pulu<strong>la</strong>n por nuestra geografía, amigos, compañeros,<br />

casi hermanos. Se criaron, jugaron y estudiaron juntos durante muchos<br />

años, lo único que los se<strong>para</strong>ba era una raya, una simple raya. Crisóstomo<br />

y Enésimo vivían en pueblos fronterizos, el primero vivía en el<br />

pueblo de acá de <strong>la</strong> raya y Onésimo en el de allá, es decir, después de <strong>la</strong><br />

frontera. En el pueblo de acá, estaba <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> primaria donde compartieron<br />

los primeros años de su vida y en el de allá, estaba <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> de<br />

música y <strong>la</strong> cancha de fútbol. De esta manera, Crisóstomo y Onésimo<br />

pudieron estudiar y jugar durante mucho tiempo, estableciéndose entre<br />

ellos una gran hermandad. Los partidos de pelota se jugaban en <strong>la</strong>s<br />

sabanas situadas en cualquiera de los <strong>la</strong>dos de <strong>la</strong> raya, a los que acudían<br />

los jóvenes de acá y de allá.<br />

Todo marchó a <strong>la</strong> perfección durante <strong>la</strong> infancia y <strong>la</strong> adolescencia.<br />

Las discusiones y <strong>la</strong>s peleas que se suscitaban entre los jóvenes formaban<br />

parte del paisaje de estas soledades, así como también los encuentros<br />

amorosos entre los jóvenes de ambos pueblos, quienes prometían quererse<br />

y amarse durante toda una eternidad. Eran frecuentes <strong>la</strong>s celebraciones<br />

de connubios entre los mozos y <strong>la</strong>s mozas de ambos <strong>la</strong>dos de <strong>la</strong><br />

NSP


JNSQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />

raya, por lo que <strong>la</strong> familia y <strong>la</strong>s dos nacionalidades estaban inextricablemente<br />

ligadas entre sí.<br />

Crisóstomo y Onésimo eran personajes conocidos, integraban conjuntos<br />

musicales que amenizaban los jolgorios de acá y de allá. Además,<br />

formaban parte de <strong>la</strong> banda musical que interpretaba <strong>la</strong> música sacra en<br />

<strong>la</strong>s fiestas patronales, a lo <strong>la</strong>rgo del recorrido por <strong>la</strong>s calles de ambos pueblos;<br />

porque hasta el santo era el mismo patrono en ambas regiones.<br />

Una so<strong>la</strong> situación logró que los dos amigos se se<strong>para</strong>ran. Con <strong>la</strong><br />

finalidad de que los jóvenes pagaran el servicio a <strong>la</strong> patria, se inició <strong>la</strong><br />

recluta en ambos <strong>la</strong>dos de <strong>la</strong> raya, tal como lo establecía <strong>la</strong>s leyes y los<br />

reg<strong>la</strong>mentos de <strong>la</strong>s naciones vecinas. Había que forjarles a los jóvenes <strong>la</strong><br />

pasión y el amor por sus países, a través del servicio militar obligatorio.<br />

A ellos había que afianzarles el sentimiento de <strong>la</strong> nacionalidad <strong>para</strong><br />

formar ciudadanos útiles a <strong>la</strong>s repúblicas.<br />

—Onésimo, dice el sargento que <strong>la</strong>s cosas entre nosotros no están<br />

muy buenas. ¿Qué estará pasando? —así iniciaba Crisóstomo <strong>la</strong> conversación<br />

en una esquina de su pueblo, en un día libre de sus prácticas<br />

militares.<br />

—Sí, tienes razón, parece que algo anda mal entre ustedes y nosotros.<br />

El comandante, cuando forma <strong>la</strong> tropa, todos los días también nos<br />

informa que debemos estar prevenidos contra los enemigos que habitan<br />

del otro <strong>la</strong>do de a frontera. Según él, ustedes nos están quitando<br />

parte de nuestro patrimonio territorial —fue <strong>la</strong> respuesta que le dio<br />

Onésimo a su amigo Crisóstomo.<br />

Los habitantes de ambos pueblos observaban, con sorpresa, ciertos<br />

movimientos raros de los carruajes militares. Ninguno de los lugareños,<br />

moradores de ambos <strong>la</strong>dos de <strong>la</strong> raya, podía explicar lo que estaba ocurriendo.<br />

Los del <strong>la</strong>do de allá, veían que sus soldados con cascos recorrían<br />

<strong>la</strong>s calles del pueblo, dotados con uniformes y armas <strong>la</strong>rgas nuevas recién<br />

adquiridas. Los del pueblo de acá, observaban —no sin asombro— a los<br />

reservistas trotando, haciendo ejercicios y prácticas militares, con más<br />

frecuencia de lo normal. En ambas pob<strong>la</strong>ciones se observaban carros<br />

militares con muchos soldados fuertemente armados recorriendo <strong>la</strong>s<br />

calles polvorientas.<br />

Las conversaciones de Crisóstomo y Onésimo, siguieron, pero no<br />

con el mismo entusiasmo de siempre. Los juegos, los chismes y <strong>la</strong>s<br />

ocurrencias de <strong>la</strong>s personas de su pueblo ya no estaban presentes en sus


JNSRJ<br />

La nacionalidad<br />

diálogos. No hab<strong>la</strong>ban de música, ni de fútbol, no se referían a <strong>la</strong>s muchachas<br />

con <strong>la</strong> picardía de siempre. Sólo había un tema de conversación:<br />

<strong>la</strong> guerra.<br />

—Crisóstomo, ayer leí un periódico que trajo mi tío Ambrosio de<br />

<strong>la</strong> capital. Allí se escriben cosas que no caben en mi entendimiento. Leí<br />

que debíamos dec<strong>la</strong>rarles <strong>la</strong> guerra por <strong>la</strong> continua vio<strong>la</strong>ción que ustedes<br />

vienen haciendo de nuestro territorio.<br />

El amigo aludido, levantó <strong>la</strong> cara sorprendido y respondió con una<br />

pregunta.<br />

—¡Qué vaina, Enésimo!, ¿quiere decir que desde que éramos pequeños<br />

tú y yo, nos <strong>la</strong> pasábamos violentando <strong>la</strong> integridad territorial<br />

de los dos países y no sabíamos que eso era causa de una dec<strong>la</strong>ración de<br />

guerra?<br />

El joven de acá, tampoco entendía lo del exhibicionismo de <strong>la</strong> gran<br />

cantidad de armas, muchas de el<strong>la</strong>s recién adquiridas que llegaban continuamente<br />

al cuartel, mientras que había otro lote que nunca usaron y<br />

permanecían abandonadas en galpones.<br />

—Bueno, tan sólo una vez —a Crisóstomo le había dicho un viejo<br />

sargento:<br />

—La utilizamos en los desfiles que se hicieron en <strong>la</strong> capital,<br />

durante <strong>la</strong> celebración de los días patrios y de <strong>la</strong> nacionalidad. Luego,<br />

ese mismo día regresamos al pueblo, depositamos <strong>la</strong>s armas en esos galpones<br />

y más nunca le dimos uso.<br />

Esa fue <strong>la</strong> confesión que el viejo soldado le hizo al joven recluta.<br />

Crisóstomo se paró con ánimo de despedirse de su amigo y le<br />

manifestó:<br />

—Yo estoy muy confundido con lo que está ocurriendo. Ayer vi<br />

que al cuartel entraron más tanques y más cañones; deben costar<br />

mucho dinero. También observé a varios señores rubios y colorados,<br />

tenían unos uniformes diferentes al nuestro. Por allí se comenta que<br />

vinieron a enseñarnos a manejar esos bichos nuevos.<br />

Onésimo también se levantó, se sacudió <strong>la</strong> parte trasera de sus pantalones<br />

raídos, observó cuando se acercaron carros militares, desde allí<br />

le gritaron:<br />

—Sube al camión; dentro de poco comenzaremos a defender nuestra<br />

soberanía.


Onésimo subió, no sin antes despedirse de su amigo, sin que ninguno<br />

de los dos tuviera una explicación racional de lo que estaba sucediendo.<br />

Crisóstomo se despidió de Enésimo; se dirigió al cuartel que<br />

estaba en el pueblo de allá, caminaba con <strong>la</strong> cara cabizbaja con los ojos<br />

mirando al suelo, como queriendo encontrar <strong>la</strong> raya que se<strong>para</strong>ba los<br />

pueblos. Mientras andaba, en su cabeza le retumbaba una pa<strong>la</strong>bra que<br />

había escuchado a su sargento: Soberanía. Y pensó en voz alta:<br />

—¿Qué querrá decir esa pa<strong>la</strong>bra?<br />

Al llegar al cuartel se dirigió a <strong>la</strong> biblioteca; buscó en un vetusto<br />

diccionario <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra que tantas angustias y sinsabores le estaba ocasionando.<br />

“Soberanía: Estado del poder político de una nación o de un organismo<br />

que no está sometido al control de otra nación u organismo”. Así<br />

definía <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra que encontró Crisóstomo en el viejo diccionario. La<br />

confusión del joven fue mayor y musitó:<br />

—¿Cómo puede ser que una frase tan sencil<strong>la</strong> acarree tantos problemas<br />

a dos pueblos hermanos? —él no entendía nada, ni de política ni<br />

de organismo. Lo único que sabía era que Onésimo y él habían estudiado<br />

en <strong>la</strong> misma escue<strong>la</strong>, que jugaron fútbol desde pequeños y además,<br />

sus abuelos, sus padres y su familia habían cruzado <strong>la</strong> raya, desde tiempos<br />

inmemorables, cada vez que ellos querían. Recordó también que su<br />

familia estaba integrada por personas de acá y de allá de <strong>la</strong> raya.<br />

Cierto día, a Crisóstomo lo l<strong>la</strong>maron a formar fi<strong>la</strong>s; el comandante<br />

de <strong>la</strong> guarnición militar les iba a dar un discurso antes de dar inicio a <strong>la</strong>s<br />

prácticas militares. Algunas de <strong>la</strong>s frases de <strong>la</strong> arenga fueron:<br />

—Estimados soldados, <strong>la</strong> patria se siente orgullosa de <strong>contar</strong> con<br />

ustedes <strong>para</strong> defender los intereses de <strong>la</strong> nación. Todos tienen que tener<br />

presente que nuestros enemigos están allá, del otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> frontera,<br />

ellos y sólo ellos, son los responsables de <strong>la</strong>s grandes ca<strong>la</strong>midades por <strong>la</strong>s<br />

que estamos atravesando.<br />

Al escuchar estas pa<strong>la</strong>bras, el enredo mental en que se mantenía<br />

aumentó mucho más. Crisóstomo estaba deseoso de que Onésimo estuviera<br />

a su <strong>la</strong>do <strong>para</strong> discutir todo esto, deseaba con vehemencia encontrar,<br />

entre los dos, una explicación y una solución a lo que estaba<br />

sucediendo, tal como lo hacían desde pequeños.<br />

El oficial continuó su alocución infundándole a los reclutas odios<br />

y resentimientos contra los habitantes del pueblo de allá. Había que<br />

JNSSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


vengarse y <strong>la</strong> única posibilidad era mediante <strong>la</strong> dec<strong>la</strong>ración formal de <strong>la</strong><br />

guerra que los políticos y los congresantes de <strong>la</strong> capital estaban negociando.<br />

Sus pa<strong>la</strong>bras al cierre fueron:<br />

—Recuerden, queridos soldados, hijos de <strong>la</strong> patria, que <strong>la</strong>s afrentas<br />

a <strong>la</strong> soberanía se <strong>la</strong>van con sangre enemiga.<br />

Era verdad, <strong>la</strong> guerra se estaba negociando, porque esto es lo que es<br />

<strong>la</strong> guerra, un buen negocio, pero no <strong>para</strong> Onésimo ni <strong>para</strong> Crisóstomo,<br />

ni <strong>para</strong> los habitantes del pueblo de allá, ni los de acá, lo es sólo <strong>para</strong> los<br />

mercaderes de muertos; los mismos que les venden todo tipo de pertrechos<br />

militares a los gobiernos de <strong>la</strong>s naciones de acá y de allá. Negocio<br />

es <strong>para</strong> los políticos y altos oficiales, quienes se benefician con <strong>la</strong>s altas<br />

comisiones que obtienen por <strong>la</strong>s ventas de armas. Todo esto lo había<br />

leído Onésimo en un periódico que su tío Ambrosio le había traído de<br />

<strong>la</strong> capital. Se podía leer el opúsculo, que el presidente estaba esperando<br />

<strong>la</strong> opinión del soberano Congreso de <strong>la</strong> República <strong>para</strong> una dec<strong>la</strong>ración<br />

formal de <strong>la</strong> guerra; constantemente, de una manera reiterada y alevosa<br />

los enemigos de <strong>la</strong> patria estaban vio<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong> soberanía del país. Mientras<br />

Crisóstomo leía todo esto meditaba en voz alta:<br />

—Pensar que Onésimo y yo somos responsables de esta guerra;<br />

desde muy pequeños nos <strong>la</strong> pasábamos vio<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong> soberanía de <strong>la</strong>s dos<br />

naciones.<br />

En el pueblo de Onésimo, igualmente que en el otro, estaban preparándose<br />

<strong>para</strong> <strong>la</strong> guerra. En todos los postes de <strong>la</strong> calle se habían colocados<br />

altavoces y par<strong>la</strong>ntes, a través de estos se exacerbaban el fervor<br />

patriótico del pueblo y el odio hacia sus vecinos de muchos años. Estas<br />

vecindades existían desde tiempos inmemorables, antes de que los<br />

gobiernos y los cartógrafos decidieran en el mapa <strong>la</strong> se<strong>para</strong>ción de los<br />

dos pueblos mediante rayas y puntos.<br />

Un sargento l<strong>la</strong>mó a Onésimo a formar fi<strong>la</strong>s en el pelotón al que<br />

había sido asignado y le arengó:<br />

—Estimados soldados, <strong>la</strong> patria se siente orgullosa de <strong>contar</strong> con<br />

ustedes <strong>para</strong> que defiendan sus intereses. Todos saben que nuestros enemigos<br />

están del otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> raya; sólo ellos son los responsables de <strong>la</strong>s<br />

grandes ca<strong>la</strong>midades por <strong>la</strong>s que estamos atravesando —el joven, mientras<br />

escuchaba esta perorata se acordó del judío Benjamín, a quien todos<br />

en el pueblo le echaban <strong>la</strong> culpa de <strong>la</strong>s cosas ma<strong>la</strong>s que sucedían. Cuando<br />

llovía mucho, <strong>la</strong> culpa era del judío, cuando <strong>la</strong> sequía era prolongada <strong>la</strong><br />

JNSTJ<br />

La nacionalidad


culpa <strong>la</strong> tenía el maldito semita. Cuando Onésimo le preguntaba a alguna<br />

persona <strong>la</strong> razón de tal comportamiento, ésta respondía:<br />

—Desde hace mucho tiempo los judíos tienen <strong>la</strong> culpa de todo.<br />

Cierta vez le preguntó a Benjamín, el dueño de <strong>la</strong> tienda, su opinión<br />

sobre tales delitos; el buen judío meditó y respondió:<br />

—El hombre tiene sus propios demonios dentro de sí, pero siempre<br />

le echará <strong>la</strong> culpa de sus males a los demás.<br />

Onésimo no le prestaba atención a lo que decía el sargento, se<br />

puso a cavi<strong>la</strong>r y a recordar cosas. Le vino a su memoria un libro que<br />

había leído sobre <strong>la</strong>s guerras religiosas en <strong>la</strong> que los musulmanes y cristianos<br />

se mataron entre sí, igualmente ocurrió entre católicos y protestantes<br />

y musitó:<br />

—Esto de <strong>la</strong> nacionalidad es como <strong>la</strong>s religiones, lo único importante<br />

es odiarse entre sí, sin tener explicación de tal comportamiento.<br />

Los judíos y los cristianos se odian, igualmente los musulmanes y los<br />

judíos. Pareciera que nunca se acabará <strong>la</strong> inquina entre ellos. Creo que<br />

los hombres inventaron <strong>la</strong>s religiones y <strong>la</strong>s nacionalidades <strong>para</strong> enfrentar<br />

a los seres humanos como enemigos, <strong>para</strong>, de esta forma, exacerbar<br />

odios sin motivo y de alguna manera sacar dividendos de esta actitud.<br />

Las dudas de Crisóstomo y Onésimo aumentaban a <strong>la</strong> par que<br />

crecía el olor a pólvora entre los dos pueblos. Los habitantes de ambos<br />

pob<strong>la</strong>dos corrían de un <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> raya al otro <strong>para</strong> visitar a sus familias,<br />

quienes vivían indistintamente allá y acá. En <strong>la</strong>s tiendas comenzó agotarse<br />

<strong>la</strong>s te<strong>la</strong>s negras y b<strong>la</strong>ncas. No era necesario ser adivino <strong>para</strong> augurar<br />

el luto que se aproximaba dentro de poco tiempo.<br />

Los mercaderes de <strong>la</strong> guerra vendían sus armas, los políticos y <strong>la</strong>s<br />

otras personas cobraban sus comisiones, los comandantes daban dec<strong>la</strong>raciones<br />

en <strong>la</strong> prensa que acentuaba el odio hacia los vecinos. Benjamín,<br />

como todos los comerciantes, aumentó los precios de su mercancía y el<br />

tío Ambrosio trajo un periódico donde se leía “El presidente y el congreso<br />

firmaron <strong>la</strong> dec<strong>la</strong>ración formal de <strong>la</strong> guerra, de acuerdo con lo pautado<br />

por los organismos internacionales, con <strong>la</strong> finalidad de darle viso de legalidad.<br />

Los comandos militares de ambos países se comprometieron al uso<br />

de armas convencionales”. Cuando el tío Ambrosio leyó esta última frase<br />

se dibujó una sonrisa sarcástica en su rostro y pensó en voz alta:<br />

—Algo así, como <strong>para</strong> que los muertos no protesten. Los decesos<br />

de los jóvenes se producirán en apego a <strong>la</strong>s leyes internacionales sobre el<br />

derecho de guerra.<br />

JNSUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JNSVJ<br />

La nacionalidad<br />

La conf<strong>la</strong>gración duró muchos meses. Se cerró formalmente <strong>la</strong><br />

frontera, pero los soldados de ambos bandos pasaban de un pueblo a<br />

otro, matando civiles y militares, saqueando, incendiando, vio<strong>la</strong>ndo a<br />

<strong>la</strong>s mujeres, quienes en algunos casos, podían ser su familia.<br />

La frontera sólo se habría cuando <strong>la</strong> Cruz Roja Internacional mediaba<br />

entre <strong>la</strong>s autoridades militares y civiles. Debía supervisar que <strong>la</strong>s<br />

personas del pueblo de allá y de acá, recogieran sin problemas los familiares<br />

muertos y heridos. Triste papel de un organismo humanitario.<br />

Crisóstomo y Enésimo integraban <strong>la</strong>s bandas musicales de ambos<br />

pueblos, éstas, por medio de himnos y marchas exaltaban en los jóvenes<br />

soldados el sentimiento patrio cuando caminaban hacia el campo enemigo,<br />

sin importar <strong>la</strong> entrega de sus vidas en aras de <strong>la</strong> nacionalidad.<br />

No había familia en ambos pueblos que no tuviera un pariente fallecido<br />

en los campos de batal<strong>la</strong>. Las ventas de armas y <strong>la</strong>s comisiones<br />

aumentaban, así como <strong>la</strong>s ganancias de los mercaderes de almas, todo<br />

ello a expensas de <strong>la</strong> sangre joven que se estaba derramando. Las discusiones<br />

y el parloteo entre los políticos se escuchaban con frecuencia por <strong>la</strong><br />

radio, los delegados en los organismos internacionales, según se podía<br />

leer en <strong>la</strong> prensa, discutían. A todo esto, se le sumaban los muertos y <strong>la</strong>s<br />

miserias de los pueblos, cuyos habitantes desconocían <strong>la</strong> causa de <strong>la</strong> pelea.<br />

Cierto día, en el fragor de <strong>la</strong> batal<strong>la</strong>, Onésimo marchaba tocando el<br />

tambor, marcaba el paso de los soldados. Se dirigía hacia el campo enemigo,<br />

vale decir al pueblo vecino, pero no en p<strong>la</strong>n de visita a su amigo<br />

Crisóstomo, sino en p<strong>la</strong>n de guerrear, en p<strong>la</strong>n de conquista. Se encaminaba<br />

hacia allá, simplemente porque lo habían mandado con el tambor<br />

que anunciaba los sonidos de <strong>la</strong> muerte. El camino hacia el pueblo de<br />

allá, que en otro tiempo olía a pastizales y a hermandad, ese día estaba<br />

impregnado de una mezc<strong>la</strong> de olores de sudor, pólvora, sangre, odio y<br />

miseria. Allí, en el campo de batal<strong>la</strong>, se encontró con muchos cadáveres<br />

de amigos y compañeros, con los cuerpos completamente muti<strong>la</strong>dos y<br />

destrozados. Cada repique de tambor iba acompañado de lágrimas y<br />

tristezas. Lloraba y marchaba hacia el objetivo y todavía no entendía <strong>la</strong><br />

razón de dicha guerra. Se preguntaba en voz alta:<br />

—¿Qué ocurrió? ¿Quién forjó tanto odio entre los moradores de<br />

estos dos pueblos hermanos donde compartimos tantas cosas? ¿Habrá<br />

creado Dios al hombre a su imagen y semejanza?<br />

Todas estas dudas le llegaban su mente, hasta que divisó tirado en el<br />

suelo el cornetín que conocía como si fuera de él. Al <strong>la</strong>do de éste observó


un soldado conocido. Allí estaba Crisóstomo tendido sobre un mogote,<br />

con el uniforme bañado de sangre, con su mano próxima al instrumento<br />

musical y una ba<strong>la</strong> dentro de su corazón. Onésimo se acercó, lo tocó <strong>para</strong><br />

ver si había un rastro de vida, le gritó, lo sacudió, lo l<strong>la</strong>mó por su nombre<br />

y exc<strong>la</strong>mó:<br />

—Maldita sea esta guerra —agarró el trompetín que también sabía<br />

tocar, entonó una música de despedida, un canto fúnebre <strong>para</strong> el amigo<br />

fallecido. Las notas musicales se mezc<strong>la</strong>ban con los gritos de dolor de<br />

los jóvenes soldados, caídos en el campo de batal<strong>la</strong> por <strong>la</strong>s armas que<br />

enriquecían a algunos y que desgarraban los cuerpos de los muchachos<br />

en aras de <strong>la</strong> patria. Una vez finalizado el réquiem, colocó a su amigo el<br />

casco en <strong>la</strong> cabeza, puso el cornetín en su mano y le dio un beso en <strong>la</strong><br />

mejil<strong>la</strong>. Miró hacia los <strong>la</strong>dos y fijó su atención en un fusil, de los<br />

muchos que se encontraban tirados en el campo de matanza, lo tomó<br />

en sus manos y gritó a todo pulmón, como panegírico de despedida:<br />

“Maldita sea <strong>la</strong> guerra”. Se colocó <strong>la</strong> trompa del arma en su boca y se<br />

escuchó un disparo, uno más de los muchos que se oían en el campo de<br />

batal<strong>la</strong>. Allí quedó Onésimo, sin sesos, sin rostro, acompañando al hermano<br />

del alma al viaje hacia <strong>la</strong> eternidad. La explosión se elevó al cielo,<br />

junto con los gritos de los muchos jóvenes soldados que elevaban su<br />

dolor al creador, como un rec<strong>la</strong>mo por <strong>la</strong>s viudas, los huérfanos y <strong>la</strong>s<br />

madres que quedaban sin sus seres queridos.<br />

Al poco rato de lo acontecido pasaron varios oficiales por el campo<br />

de batal<strong>la</strong>, entre ellos se encontraba un enjundioso general, cuyas medal<strong>la</strong>s<br />

le llenaban no se sabe si el pecho o <strong>la</strong> redonda andorga, contempló<br />

los múltiples cadáveres esparcidos en el terreno y exc<strong>la</strong>mó con gran<br />

regocijo:<br />

—Estos son los soldados de mi patria, qué muchachos tan arrechos.<br />

Onésimo y Crisóstomo no pudieron leer los titu<strong>la</strong>res de <strong>la</strong> prensa<br />

que trajo el tío Ambrosio de <strong>la</strong> capital: “¡Finalizó <strong>la</strong> guerra! Firmado el<br />

tratado de paz que permitirá <strong>la</strong> co<strong>la</strong>boración mutua entre <strong>la</strong>s dos<br />

naciones”. Al leer el titu<strong>la</strong>r el tío pensó en voz alta:<br />

—No es necesaria <strong>la</strong> guerra <strong>para</strong> preservar <strong>la</strong> paz entre los pueblos.<br />

—en <strong>la</strong> prensa se destacaba <strong>la</strong> foto donde los presidentes, los comandantes,<br />

los políticos, los empresarios, los sacerdotes y los intelectuales<br />

ava<strong>la</strong>ban el tratado de paz, brindando con champaña por el progreso, <strong>la</strong><br />

armonía y <strong>la</strong> paz de <strong>la</strong>s naciones.<br />

JNTMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


En los pueblos de allá y de acá <strong>la</strong> vida siguió igual, los vivos enterraron<br />

a sus muertos; nuevas viudas, nuevos huérfanos, nuevos odios y<br />

<strong>la</strong> misma miseria, esta última, lo único que había permanecido inmutable<br />

desde hacía muchos años en ambos <strong>la</strong>dos de <strong>la</strong> frontera.<br />

JNTNJ<br />

La nacionalidad


Quique. Biografía<br />

Quien comience a leer esta biografía tan corta recurrirá inmediatamente<br />

a un diccionario, a <strong>la</strong> sección de personajes célebres, con <strong>la</strong> finalidad<br />

de ubicarlo entre los prohombres de nuestra humanidad. Pero no<br />

se molesten, no lo encontrarán. Quique es mi creación, lo llevé de <strong>la</strong><br />

mano, lo asesoré y por ello soy responsable de su destino.<br />

Lo que pasa, es que estamos acostumbrados a leer volúmenes y<br />

volúmenes de libros que nos hab<strong>la</strong>n de los grandes personajes de <strong>la</strong> historia,<br />

de su vida y sus obras. Por ejemplo, si se descubre una carta de<br />

Napoleón dirigida a una amante que vivía en Sebastopol, aparecerá un<br />

“experto”, psicólogo o antropólogo, quien escribirá una biografía del<br />

gran estratega francés; a lo mejor se titu<strong>la</strong>rá: Vida sexual de Napoleón<br />

durante su campaña en Sebastopol. O por ejemplo, si el Libertador le<br />

hubiese escrito una misiva al mariscal Antonio José, y entre otras cosas,<br />

escribiera en el<strong>la</strong> algo como esto: “Querido mariscal, recuerdo en este<br />

momento aquel<strong>la</strong> campaña contra los enemigos de América, donde<br />

Usted y yo, a <strong>la</strong> sombra de una mata de apamate, discutimos los pormenores<br />

de <strong>la</strong> batal<strong>la</strong>...”, vendrá un conservacionista y escribirá un libro<br />

cuyo título podría ser: Vigencia de <strong>la</strong> teoría conservacionista del<br />

Libertador hasta nuestros días. De igual manera, como descubridor de<br />

NTP


Quique, me siento en <strong>la</strong> obligación de escribir su biografía; debido a su<br />

vida fugaz, no pasará de unas pocas cuartil<strong>la</strong>s.<br />

El interesado en esta lectura, se preguntará ¿pero quién es Quique?<br />

Bueno, Quique fue un limpiabotas que cierto mediodía, con anuencia<br />

de <strong>la</strong> dirección de <strong>la</strong> empresa de economía y finanzas donde trabajo,<br />

limpiaba los zapatos a varios ejecutivos. En uno de esos mediodías, en<br />

mi hora de almuerzo, me sorprendió con <strong>la</strong>s siguientes pa<strong>la</strong>bras:<br />

—Doctor, si usted no quiere que me dedique a delinquir y me convierta<br />

en enemigo de <strong>la</strong> sociedad, monte sus zapatos sobre mi instrumento<br />

de trabajo. Yo se los limpio, se los pulo, cance<strong>la</strong> mi <strong>la</strong>bor y nuestra<br />

re<strong>la</strong>ción obrero-patronal quedará satisfecha —levanté <strong>la</strong> mirada del<br />

p<strong>la</strong>to donde había un muslo de pollo, una ración de arroz con ensa<strong>la</strong>da<br />

(cortesía de <strong>la</strong> empresa) y dirigí mi vista hacia el simpático rapaz. Sin<br />

mediar pa<strong>la</strong>bra alguna, coloqué uno de mis zapatos sobre el cajón y de<br />

inmediato comenzó su trabajo. Una vez concluida <strong>la</strong> jornada, cancelé lo<br />

convenido y el joven abandonó tranqui<strong>la</strong>mente <strong>la</strong> oficina.<br />

Así se estableció mi re<strong>la</strong>ción con Quique. Personaje, quien a lo<br />

sumo tendría unos doce años y como frecuentaba <strong>la</strong>s diferentes oficinas<br />

de <strong>la</strong> empresa, se familiarizó con el lenguaje que mis colegas utilizaban;<br />

por eso el mozalbete se sentía como uno de nosotros. Me<br />

enteré de su nombre porque después de muchas operaciones de limpieza<br />

se lo pregunté.<br />

—Para nuestras re<strong>la</strong>ciones de negocio me l<strong>la</strong>marás Enrique y <strong>para</strong><br />

los tratos menos formales, simplemente Quique, tal como lo hacen mis<br />

colegas, por lo que podrás utilizar éste <strong>para</strong> los vínculos no <strong>la</strong>borales.<br />

El personaje era muy simpático; muchas de <strong>la</strong>s veces, cuando <strong>la</strong><br />

comida no me gustaba, se <strong>la</strong> rega<strong>la</strong>ba. Él me confiaba su gratitud con<br />

estas pa<strong>la</strong>bras cargada de cierta donosura: “Los activos de mi empresa se<br />

incrementarán como consecuencia del ahorro en otros rubros”. Cierta<br />

vez, cuando atacaba fieramente un duro bistec con unos tenedores de<br />

plástico, Quique me observaba con detenimiento y me preguntó:<br />

—Doctor, ¿<strong>para</strong> qué sirve <strong>la</strong> economía y <strong>la</strong>s finanzas, si mi abuelo,<br />

mi mamá y ahora yo, que siempre hemos ahorrado y trabajado, y desde<br />

que mi memoria funciona, recuerdo que hemos vivido en el cerro y creo<br />

que nunca podremos salir de esa mugre?<br />

¿Qué podría decirle a esta criatura? Él no entendería sobre modelos<br />

macroeconómicos, sobre variables estadísticas, sobre <strong>la</strong> teoría de los<br />

JNTQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JNTRJ<br />

Quique. Biografía<br />

mercados, sobre <strong>la</strong> globalización, etc.; quizás allí estaba <strong>la</strong> respuesta <strong>para</strong><br />

aliviar <strong>la</strong> miseria de muchos de los habitantes de <strong>la</strong> Tierra.<br />

—Doctor, usted está más jodido que yo, como puedo ver, tiene que<br />

comerse ese bistec, el cual está más duro que <strong>la</strong> sue<strong>la</strong> de este zapato.<br />

Comprendo, que es el almuerzo que <strong>la</strong> empresa le proporciona. En cambio,<br />

yo tengo mi propia compañía, por lo tanto yo puedo comer lo que<br />

quiero.<br />

Reflexioné por un instante sobre <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de mi interlocutor; le<br />

informé que trabajaba como economista <strong>para</strong> una empresa de economía<br />

y finanzas. El cargo que desempeñaba tenía carácter ejecutivo,<br />

por lo que devengaba un sueldo más o menos bueno; además, no<br />

siempre <strong>la</strong> comida era tan ma<strong>la</strong>. “Pero si los economistas son importantes<br />

¿por qué los ministros de hacienda no son graduados como<br />

usted?” No le di respuesta alguna; de inmediato pensé que <strong>la</strong> mayoría<br />

de los muchachos ven programas de comiquitas en <strong>la</strong> televisión, pero a<br />

mí me había acercado uno que veía los noticieros económicos. Sin<br />

embargo, recordé que el último ministro de Hacienda era un psicólogo<br />

con un curso de contabilidad de año y medio, en una academia que se<br />

cursa por correspondencia.<br />

Con todo y lo fastidioso de mi personaje nos hicimos buenos<br />

amigos. Esto dio pie a que aceptara una invitación <strong>para</strong> visitar su casa, situada<br />

en un barrio de uno de los cerros que rodea <strong>la</strong> ciudad. Le demostré<br />

mi temor de ir a su hogar y su respuesta fue:<br />

—No se preocupe Doc, yo seré su salvoconducto. Usted irá con el<br />

Quique, todos los chamos de <strong>la</strong> zona me conocen.<br />

Los pormenores de mi caminata hacia <strong>la</strong> casa de Quique no los voy<br />

a re<strong>la</strong>tar; primero un urólogo tendría que explicarme, <strong>la</strong> razón de <strong>la</strong><br />

facilidad con que <strong>la</strong>s glándu<strong>la</strong>s sexuales masculinas se ubican próximas<br />

a <strong>la</strong> nuez de Adán, en momentos de angustia y desesperación.<br />

Después de tantos sustos, llegamos a <strong>la</strong> casa de mi anfitrión. Mi<br />

sorpresa no menguó, al percatarme de <strong>la</strong> presencia de los seis hermanos<br />

más pequeños que Quique y de diferentes edades; estaban mirando una<br />

pelícu<strong>la</strong>, sentados frente a un televisor de veintiséis pulgadas. Me pude<br />

dar cuenta que poseían un moderno y costoso DVD; además, de un<br />

potente equipo de sonido. Mientras esto sucedía, <strong>la</strong> madre operaba una<br />

moderna máquina de coser industrial, trabajo que hacía <strong>para</strong> mantener<br />

<strong>la</strong> familia, debido a que <strong>la</strong> ausencia del padre era evidente. Se hicieron


<strong>la</strong>s presentaciones de ley, cortésmente me obsequiaron un vaso de<br />

papelón con limón y el susto se me “bajó” a sus lugares normales, es decir,<br />

al receptáculo que guarda los órganos de <strong>la</strong> hombría.<br />

—¿Ves, Quique?, esto es producto de <strong>la</strong> distorsión del mercado y<br />

del consumismo arraigado en <strong>la</strong> pob<strong>la</strong>ción. No es posible que en este<br />

rancho, ustedes que carecen de comida, posean ese televisor tan grande,<br />

un DVD, una nevera de dos puertas que hace hielo, una cocina eléctrica,<br />

esa moderna máquina de coser y ese costoso equipo de sonido.<br />

Fue lo primero que se me ocurrió decirle, sorprendido ante el gran<br />

dispendio de tecnología moderna en este minúsculo rancho. O quizás<br />

era por envidia, ya que en mi pequeño apartamento de soltero sólo<br />

poseía minúscu<strong>la</strong> kichinett, un solo mueble con televisor y radio, el cual<br />

me sirve <strong>para</strong> colocar mi colección de CD.<br />

—No, Doc, qué consumismo, ni distorsión de mercado, ni na’.<br />

Todo esto era del ma<strong>la</strong>ndro Jairo, el chamo apartaco —yo, que no estoy<br />

ducho en <strong>la</strong> jerga interrumpí:<br />

—¿Y qué es apartaco? —de nuevo el muchacho, con una sonrisa<br />

dibujada en su rostro, tomó <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra.<br />

—No sea ingenuo, Doc, como dirían ustedes en <strong>la</strong> compañía: el<br />

ramo de trabajo de ese chamo, tal como <strong>la</strong>s inmobiliarias, son los apartamentos<br />

—y continuó mi anfitrión—: El tipo se robó todo esto en<br />

unas residencias del Este y se lo llevó a su rancho. Un pana policía, le<br />

pasó el dato que lo iban a requisar, le dio culillo porque estaba ilegal en<br />

el país, se fue del barrio y nos los vendió a precio de “sale” —culminó<br />

nuestro personaje con una pregunta de tipo bursátil— ¿Es que usted<br />

nunca ha comprado alguna mercancía a precio de oferta? —no le contesté.<br />

Evidentemente, los parámetros con los que se miden <strong>la</strong>s cosas en<br />

este barrio, no son los mismos con los que se miden en <strong>la</strong>s Cámaras de<br />

Industria y Comercio. Conocedor de inventarios, de precios de compras<br />

y de los de ventas, de los intereses activos y pasivos de los bancos, por un<br />

momento dudé si estábamos entre iguales.<br />

Nuestra re<strong>la</strong>ción se acrecentaba más al pasar el tiempo; por tal<br />

razón, mi afecto hacia Quique aumentaba. Sus preguntas sobre economía<br />

se hacían cada vez más frecuentes.<br />

—Doctor ¿qué es eso de <strong>la</strong> globalización? —le informé que en los<br />

países de gran desarrollo económico había empresas que extendían sus<br />

mercados hacia otras naciones. También le referí que <strong>la</strong>s transnacionales<br />

de lo países poderosos generan empleos y movimiento de divisas<br />

JNTSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


en <strong>la</strong>s regiones donde se insta<strong>la</strong>n. Le hablé de los tratados de Libre<br />

Comercio, de Mercosur, del ALCA, de <strong>la</strong> Comunidad Europea. Eran<br />

pa<strong>la</strong>bras de mi época de pre<strong>para</strong>dor de <strong>la</strong> universidad. Le conversé de<br />

<strong>la</strong>s divisas que se llevan <strong>la</strong>s transnacionales por concepto de franquicias;<br />

de los empleados con sueldos de miserias en <strong>la</strong> maqui<strong>la</strong>s; de <strong>la</strong> materia<br />

prima de alto valor energético, <strong>la</strong> cual compran, a bajos precios, los<br />

países desarrol<strong>la</strong>dos a los países del tercer mundo y luego, <strong>la</strong>s regresa,<br />

como productos acabados, vendiéndolos a precios exorbitantes. Esto<br />

genera un desequilibrio en <strong>la</strong>s ba<strong>la</strong>nzas de pagos y más miserias a los<br />

países del hemisferio sur. Rememoré mi época de dirigente estudiantil.<br />

Coincidí con algunos expertos, que <strong>la</strong>s empresas tenían que aumentar<br />

sus ganancias por encima de cualquier cosa, ya que el dinero no tiene<br />

moral. Que <strong>la</strong> globalización permite penetrar con una gran fuerza y<br />

competencia <strong>para</strong> abrir mercados en otros países, sin importar <strong>la</strong><br />

quiebra de <strong>la</strong> pequeña y mediana industria de los países económicamente<br />

débiles. No cabía <strong>la</strong> menor duda, que los dueños de los grandes<br />

capitales no tienen alma. Estaba comportándome como un verdadero<br />

ejecutivo empresarial.<br />

—De acuerdo con lo que usted dice, debo incorporarme a <strong>la</strong> globalización;<br />

<strong>para</strong> ello deberé ampliar mi ramo comercial —le sonreí a<br />

Quique. Recordé el rancho donde residía junto con sus hermanos y su<br />

madre sacrificada, quien trabajaba remendando ropa. Una pregunta se<br />

paseaba por mi mente ¿qué más podía hacer mi pequeño amigo, además<br />

de limpiar zapatos?<br />

Cierto día, cuando compartíamos el almuerzo suministrado por <strong>la</strong><br />

empresa, con cierto tono de seguridad en sus pa<strong>la</strong>bras, me informó:<br />

—Creo que encontré otro ramo comercial, aparte de <strong>la</strong> compañía<br />

de servicios de limpieza y pulitura de calzado.<br />

La jerga de mi amigo causaba risa, sabía que se esmeraba en escuchar<br />

y repetir <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de los colegas, <strong>la</strong> cual reforzaba con <strong>la</strong>s informaciones,<br />

que en materia económica escuchaba en <strong>la</strong> televisión.<br />

Continuó conversando.<br />

—Hay un producto que tiene mucha demanda en el barrio. Si yo<br />

incursiono en su comercialización, conseguiré un buen capital <strong>para</strong><br />

montar una transnacional —le informé que eso no era fácil, que tenía que<br />

tener una infraestructura, capital, sistema de cobranzas, instrumentos<br />

especiales de comercialización tales como publicidad, facturas, formatos<br />

de todo tipo. En fin le hablé de muchas cosas, solo por el ejercicio de<br />

JNTTJ<br />

Quique. Biografía


hab<strong>la</strong>r; sabía que el pobre Quique no tenía los medios <strong>para</strong> iniciar algún<br />

tipo de actividad comercial, por lo tanto, le llevé <strong>la</strong> corriente.<br />

Las visitas de Quique se hacían cada vez más espaciadas; algunas<br />

veces, utilizaba el teléfono <strong>para</strong> hacerme llegar sus saludos o <strong>para</strong> pedirme<br />

asesoría. Yo le seguía <strong>la</strong> corriente en su loca fantasía.<br />

—Ya tengo el instrumento de cobranza, ese del que usted habló;<br />

mi problema ahora es eliminar <strong>la</strong> competencia.<br />

Estas fueron <strong>la</strong>s primera pa<strong>la</strong>bras con <strong>la</strong>s que me saludó. No me<br />

quedó más que sonreírme; pensé en <strong>la</strong> desbordada imaginación de mi<br />

querido párvulo. No me quedó más remedio que seguirle <strong>la</strong> corriente.<br />

—Creo que mi negocio está globalizado. Evidentemente, <strong>la</strong> demanda<br />

y <strong>la</strong> abundancia del rubro que comercializo permiten incorporación<br />

de empresas emergentes en esta actividad comercial. Esto trae<br />

como consecuencia una mayor competencia en el negocio.<br />

Esta fue <strong>la</strong> última conversación que tuve con Quique. Comencé a<br />

preocuparme; su vestimenta había cambiado notoriamente, ya no se<br />

ocupaba de su trabajo de limpiabotas.<br />

—Mire, doctor, el instrumento de cobranza me facilita el cobro de<br />

deudas, pero <strong>la</strong>s fluctuaciones del mercado me tienen preocupado, <strong>la</strong><br />

saturación de <strong>la</strong> mercancía hace que el precio baje constantemente —le<br />

informé que eso pasaba en todas <strong>la</strong>s economías. Por ejemplo, los precios<br />

del petróleo fluctúan según sea invierno o verano, según que los<br />

inventarios estén vacíos o estén abarrotados; según <strong>la</strong> producción aumente<br />

o disminuya. Por eso los precios han osci<strong>la</strong>dos entre $ 10 y $ 60<br />

en los últimos diez años.<br />

Una vez que terminé <strong>la</strong> información me pareció estúpida mi<br />

actitud; a quien tenía frente de mí era un niño de doce años con una<br />

mente fantasiosa, estimu<strong>la</strong>da por <strong>la</strong>s conversaciones que escuchaba en<br />

<strong>la</strong> empresa y su afición por los programas de corte económico en <strong>la</strong> televisión.<br />

Quizás, mis preocupaciones eran exageradas, a lo mejor su<br />

madre había conseguido un hombre, quien le estaba dando dinero y <strong>la</strong><br />

situación económica de <strong>la</strong> familia había mejorado.<br />

Tomé unas vacaciones por tres semanas. Durante mucho tiempo,<br />

después del regreso, no supe de Quique. Pregunté por él y nadie tenía<br />

alguna información sobre su <strong>para</strong>dero. Recordé que era tan solo un<br />

niño, quizás había cambiado de sitio <strong>para</strong> limpiar zapatos, tendría nuevas<br />

amistades y se había olvidado de <strong>la</strong>s viejas. En fin, solo me quedaría<br />

JNTUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JNTVJ<br />

Quique. Biografía<br />

con mis preocupaciones y mis dudas, porque el reto de visitarlo a su casa<br />

era imposible, sin el correspondiente salvoconducto.<br />

Cierto día, antes de tomar el desayuno en <strong>la</strong> cafetería, <strong>la</strong> cual estaba<br />

frente a <strong>la</strong> empresa, abrí el periódico. Mi estupor fue grande cuando<br />

observé a Quique retratado en <strong>la</strong> página roja del diario. Yacía, al <strong>la</strong>do de<br />

un arma de fuego y acribil<strong>la</strong>do a ba<strong>la</strong>zos. El título decía “Muerto menor<br />

de edad entre bandas por el control de <strong>la</strong> venta de drogas”. Dirigí <strong>la</strong> vista<br />

al instrumento de cobranzas del cual me había hab<strong>la</strong>do el difunto. Descubrí,<br />

en ese momento, que Quique había incursionado en el negocio de<br />

<strong>la</strong> droga en los barrios marginales de <strong>la</strong> ciudad. Mi pequeño amigo tenía<br />

razón, su negocio estaba globalizado.<br />

Leí el artículo completo, el cual no suministraba más datos que los<br />

que comúnmente aparecen en <strong>la</strong> prensa. Miré por última vez <strong>la</strong> foto de<br />

Quique. Tiré el periódico al cesto de <strong>la</strong> basura, noté mis zapatos manchados<br />

de sangre y al dirigirme a mi trabajo, sintiéndome muy abatido<br />

por <strong>la</strong> infausta noticia, sólo se me ocurrió pensar: “Cosas de <strong>la</strong> globalización<br />

y de <strong>la</strong> economía de mercado”.<br />

ÉåÉêç ÇÉ OMMM


Ovario 2050<br />

Este re<strong>la</strong>to no es ficción, más bien, constituirá un documento <strong>para</strong><br />

<strong>la</strong>s civilizaciones posteriores, también será un referencial <strong>para</strong> aquellos<br />

románticos quienes todavía toman el amor como sentimiento fundamental<br />

de <strong>la</strong>s re<strong>la</strong>ciones humanas.<br />

Mi origen fue muy sencillo. Fui perfectamente p<strong>la</strong>nificado por mi<br />

madre, según consta en los archivos del Centro de Concepción y<br />

P<strong>la</strong>nificación de Nacimientos, organización gubernamental encargada<br />

de todo lo re<strong>la</strong>tivo a los alumbramientos de nuevas vidas. De<br />

acuerdo con los estudios de dicha institución es como se estructuran<br />

los p<strong>la</strong>nes de <strong>la</strong> nación.<br />

Por ser un niño p<strong>la</strong>nificado por <strong>la</strong> organización nombrada anteriormente,<br />

fui concebido so<strong>la</strong>mente en el vientre materno sin <strong>la</strong> participación<br />

del sexo masculino, quiere decir esto, que soy hijo de una vagina<br />

solitaria, puesto que en mi concepción no hubo intervención del sexo<br />

masculino.<br />

Pude enterarme muchos años después, que <strong>para</strong> p<strong>la</strong>nificar el nacimiento,<br />

de quien escribe el re<strong>la</strong>to, mi progenitora concurrió a un médico<br />

especialista, un obstetra cibernético, doctorado en ingeniería genética<br />

con estudios especializados en concepciones genéticas programadas.<br />

NUN


Según como aparece en <strong>la</strong> ficha, todo fue muy sencillo. Quiere decir<br />

que fui objeto de un proyecto dentro de un <strong>la</strong>boratorio.<br />

Veamos el procedimiento. Mi madre se inscribió en un programa<br />

de nacimientos p<strong>la</strong>nificados. Según el p<strong>la</strong>n, debía darme a luz en una<br />

fecha determinada, período en el cual se necesitaban trescientos cincuenta<br />

y dos niños —yo, entre ellos—, y cuatrocientas veinticuatro<br />

niñas. La finalidad era <strong>la</strong> de establecer un equilibrio entre los sexos; se<br />

había determinado <strong>la</strong> necesidad de una modificación en el programa<br />

del año anterior. La dama llenó los requisitos administrativos, manifestándole<br />

a <strong>la</strong> secretaria su interés por alumbrar un hermoso niño —el<br />

autor del re<strong>la</strong>to—. La empleada tomó todos los datos y a continuación<br />

le sugirió que viniera <strong>para</strong> <strong>la</strong> fecha fijada.<br />

Poco tiempo después recibió un correo electrónico; en éste le<br />

informaban que todo estaba pre<strong>para</strong>do <strong>para</strong> <strong>la</strong> imp<strong>la</strong>ntación del espermatozoide,<br />

de acuerdo con <strong>la</strong>s características solicitadas. Cuando mi<br />

progenitora llegó al centro de especialidades, le reiteró nuevamente al<br />

médico <strong>la</strong> intención de tener un niño. En este momento, cuando disfruto<br />

un solitario descanso, pienso que <strong>la</strong> respuesta del especialista<br />

debió ser: “Bueno, señora, estamos en capacidad de proporcionarle <strong>la</strong><br />

criatura que usted desee; nuestro lema es ‘pida su nene y nosotros se lo<br />

construimos’ ”.<br />

La dama, aspirante a primeriza, le entregó al médico una ficha con<br />

los datos donde aparecían <strong>la</strong>s características del futuro bebé y le reiteró:<br />

“Quiero uno con los ojos azules, de piel trigueña, con el pelo gris un<br />

poco liso, eso sí un poco ondu<strong>la</strong>do, que posea inteligencia musical, una<br />

mezc<strong>la</strong> de Mozart y Stravinsky”. Puedo imaginarme, mientras el<strong>la</strong><br />

hab<strong>la</strong>ba, al obstetra especializado introduciendo al computador los<br />

datos de <strong>la</strong> ficha entregado por <strong>la</strong> futura madre; dándole el toque final,<br />

de acuerdo con los últimos aportes que estaba escuchando. Todavía no<br />

habían terminado <strong>la</strong>s características del futuro primogénito: “Además,<br />

aspiro que el bebé no contenga genes de algún tipo de enfermedad<br />

viral. Aspiro que sea inmune a todo tipo de virus, sin posibilidad de<br />

adquirir cáncer, ni SIDA. También debe erradicarse, cualquiera posibilidad<br />

de alguna tendencia hacia el homosexualismo; debe eliminarse <strong>la</strong><br />

factibilidad de algún tipo de gripe y de enfermedades eruptivas”. Imaginaba<br />

al obstetra comunicándole a mi madre: “Por eso no se preocupe<br />

señora, tenemos los programas de concepción más higiénicos que cualquier<br />

otra clínica de <strong>la</strong> competencia. Si usted quiere, mire en <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong><br />

JNUOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JNUPJ<br />

Ovario 2050<br />

otras características, por si desea introducir otras de su preferencia”.<br />

Luego, tuve <strong>la</strong> información, que el<strong>la</strong> marcó tres tec<strong>la</strong>s más y al tocar <strong>la</strong><br />

última, el especialista preguntó: “¿Conforme?” Ante <strong>la</strong> respuesta afirmativa<br />

de <strong>la</strong> dama, el obstetra marcó <strong>la</strong> que decía “enter”; de inmediato<br />

por algún sitio de <strong>la</strong> máquina se eyectó una cápsu<strong>la</strong> contentiva de un<br />

espeso líquido lechoso. Su interior encerraba el espermatozoide con <strong>la</strong>s<br />

características genéticas solicitadas. A continuación, el especialista,<br />

quien sabía de acuerdo con <strong>la</strong> ficha de <strong>la</strong> dama, que el<strong>la</strong> estaba en su<br />

período de fecundación, le pidió que pasara a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> contigua <strong>para</strong> proceder<br />

a <strong>la</strong> inseminación del líquido perlino. De esta forma, se fecundó<br />

el óvulo de mi madre. De <strong>la</strong> manera más aséptica posible, sin <strong>la</strong> participación<br />

de ningún macho de <strong>la</strong> especie.<br />

Mi madre se alejó del centro de concepciones, confiada en que su<br />

futuro bebé sería <strong>la</strong> criatura más perfecta y más linda del mundo.<br />

Mientras se dirigía hacia su domicilio, pensaría en <strong>la</strong>s diversas cualidades<br />

de <strong>la</strong>s cuales estaría dotado su primogénito.<br />

Tengo <strong>la</strong> impresión, que <strong>la</strong> clínica encargada de mi concepción<br />

disponía de un banco de datos insuperable; cualquiera de los otros centros<br />

especializados del ramo <strong>la</strong> envidiaría. Con tanta información, era<br />

como imposible <strong>la</strong> creación de un espermatozoide con <strong>la</strong> conformación<br />

y <strong>la</strong> carga genética deseaba por mi madre; pero el prodigio se logró.<br />

De este entubamiento nací yo, un niño lindo y bello —que ni el<br />

Niño Jesús—, con una carga genética envidiable, hasta por un santo.<br />

Daba <strong>la</strong> impresión que mi futuro era el de un superhombre, en lo que se<br />

refiere a mi agudeza y genio musical; sin <strong>la</strong>s enfermedades que caracterizaron<br />

los insignes músicos de los siglos pasados. Ni sordera, ni locura,<br />

ni sífilis, ni SIDA ni nada de esos horribles padecimientos que atormentaron<br />

a los excelsos estudiosos del pentagrama, quienes dejaron<br />

una gran herencia musical<br />

No padecí de sarampión, ni tosferina, ni paperas, ni dengue; jamás<br />

me resfrié y nunca padecí de enfermedad alguna. La existencia de tales<br />

dolencias <strong>la</strong>s conocí por medio de <strong>la</strong>s enciclopedias. En éstas se referían<br />

a tales achaques, como los males que habían arrasado, en los siglos<br />

anteriores, a gran parte de los habitantes del p<strong>la</strong>neta.<br />

Mi educación fue casi perfecta, dispuse de <strong>la</strong>s mejores computadoras,<br />

<strong>la</strong>s cuales supieron guiarme sabiamente en todo lo referente a <strong>la</strong><br />

disciplina musical. Conocí verdaderos maestros cibernéticos; puedo<br />

afirmar que jamás se recalentaban, de un archivo y de una memoria


muy amplia. Con solo marcar una tec<strong>la</strong>, tenía acceso a toda una gama<br />

de información, poniéndome en contacto con una serie de condiscípulos<br />

estudiosos y amantes de <strong>la</strong> música. En fin, puedo afirmar que<br />

estas maravillosas máquinas moldearon mi carácter y mis sentimientos.<br />

Mis juegos fueron muy animados. Con <strong>la</strong> computadora podía crear<br />

lo que deseaba, obteniendo <strong>la</strong>s mejores imágenes virtuales, con el<strong>la</strong>s<br />

podía interactuar. Algunas veces, mediante el correo electrónico podía<br />

hacer partícipe de mis momentos de esparcimiento a algún internauta<br />

con <strong>la</strong>s mismas inquietudes mías. Mediante esta máquina, yo podía<br />

decidir qué era lo que quería jugar y, además, poseía un inmenso arsenal<br />

de programas de juegos, los cuales podía compartir con los amigos virtuales.<br />

Sin embargo, mis actividades lúdicas duraron poco tiempo de<br />

acuerdo con lo establecido en el programa educativo.<br />

En <strong>la</strong> medida que crecía, estaba convirtiéndome progresivamente<br />

en un genio musical, tal como lo p<strong>la</strong>nificado desde mi nacimiento. La<br />

mayor ilusión después de cumplir mis dieciocho años, al igual que los<br />

jóvenes contemporáneos, era convertirme en un donador sano de espermatozoide.<br />

Comía y vivía, de acuerdo con el programa de vida establecido<br />

por los estudiosos de <strong>la</strong> genética —estaba prohibido salirse de <strong>la</strong><br />

p<strong>la</strong>nificación—. Cada uno de los músicos era poseedor de unos códigos,<br />

ello implicaba seguir un modo de vida adecuado, acorde con lo proyectado<br />

y <strong>la</strong>s necesidades del país.<br />

En el momento de mi creación, se estaba gestando, de igual manera,<br />

el de <strong>la</strong> futura madre de mis hijos. Era obligatorio que <strong>la</strong> clínica le<br />

informara a mi progenitora que había una cliente, una señora muy sana,<br />

quien <strong>la</strong> estaban pre<strong>para</strong>ndo <strong>para</strong> <strong>la</strong> concepción de una niña, cuya tendencia<br />

genética era hacia <strong>la</strong> literatura. Ésta había sido <strong>la</strong> solicitud de <strong>la</strong><br />

demandante del servicio. De esta manera, si se llegaran a unir un espermatozoide<br />

del varón —quiere decir el mío—, y un óvulo de <strong>la</strong> hembra<br />

—<strong>la</strong> que se estaba gestando—, se obtendría una mezc<strong>la</strong> compatible,<br />

cuya genética sería, <strong>la</strong> de un superdotado en <strong>la</strong>s disciplinas literarias y<br />

musicales. Un producto de gran carga humanística, necesaria <strong>para</strong><br />

nación en un futuro no muy lejano.<br />

Imagino que mi madre y <strong>la</strong> otra señora, cuyo nombre era Higinia<br />

25, firmaron un contrato de concepción. De esta manera, quedaba<br />

asegurada <strong>la</strong> herencia genética de <strong>la</strong>s dos familias, eso sí, bajo <strong>la</strong> supervisión<br />

del Estado. No cabía <strong>la</strong> menor duda, todo lo re<strong>la</strong>tivo a <strong>la</strong> procreación<br />

estaba a cargo de <strong>la</strong> clínica a <strong>la</strong> cual se le había encomendado <strong>la</strong><br />

JNUQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


concepción y configuración de los dirigentes del futuro. Ellos debían<br />

ve<strong>la</strong>r que el espermatozoide de <strong>la</strong> fecundación proviniera de mi órgano<br />

sexual, <strong>para</strong> poder fertilizar el óvulo de Higinia 26, <strong>la</strong> hija de <strong>la</strong> 25. Todo<br />

lo anterior estaba refrendado en un formato de contrato que poseía <strong>la</strong><br />

clínica. En éste se especificaba, que en ningún momento los donantes<br />

tendrían conocimiento uno del otro. Esto aseguraba que <strong>la</strong> concepción<br />

se realizaría de <strong>la</strong> manera más higiénica posible, sin contacto visual, ni<br />

carnal, ni de ningún tipo. Tales precauciones se tomaban, <strong>para</strong> evitar los<br />

gérmenes emanados durante los choques “persona a persona”. Estaba<br />

c<strong>la</strong>ro, que <strong>la</strong>s concepciones de los niños realizadas mediante <strong>la</strong>s refriegas<br />

carnales, sólo estaban permitidas entre <strong>la</strong>s personas de los bajos estratos<br />

sociales. Por lo tanto, <strong>la</strong> clínica y los padres de los donantes se comprometían<br />

a evitar toda posibilidad de encuentros personales, ni virtuales<br />

entre los donadores.<br />

Pero el albur le da paso a lo imposible. Resulta que, cuando tenía<br />

nueve años conocí mediante el correo electrónico a Higinia 26. Este<br />

encuentro fue muy animado, a pesar del vocabu<strong>la</strong>rio limitado que estaba<br />

permitido utilizar a personas de sexos diferentes —aunque no lo crean,<br />

no se toleraba identificar el sexo cuando <strong>la</strong>s personas se intercomunicaban<br />

vía e-mail—. Esto evitaba cualquier contacto personal futuro.<br />

Sólo mediante un permiso muy especial, entre científicos, estaban autorizadas<br />

<strong>la</strong>s conversaciones intersexuales, siempre y cuando se utilizara<br />

un código especial <strong>para</strong> tales fines.<br />

No cabe duda, <strong>la</strong>s leyes, los decretos, los convenios, los tratados y<br />

todo aquello que implique prohibición, se hicieron <strong>para</strong> vio<strong>la</strong>rlos. La<br />

computadora, que sirve <strong>para</strong> alejar a <strong>la</strong> gente, nos sirvió <strong>para</strong> acercarnos a<br />

Higinia 26 y a mí. Como se sabe, primero se hizo <strong>la</strong> trampa y después <strong>la</strong><br />

ley. Mediante un artilugio cibernético logré infringir los códigos que me<br />

se<strong>para</strong>ban del mundo. Por medio de <strong>la</strong> computadora logré establecer<br />

una gran amistad con <strong>la</strong> futura receptora de mis espermas. Pudimos<br />

conocernos más íntimamente, también intercambiamos fotos, esto nos<br />

permitió tener una idea de <strong>la</strong> forma y figura de cada uno de nosotros;<br />

Compartimos nuestras preferencias y nuestras inquietudes. Ya no jugábamos<br />

con amigos virtuales, ahora teníamos nuestras máquinas programadas<br />

<strong>para</strong> jugar y conversar; en fin, nuestros contactos se hicieron mas<br />

frecuentes.<br />

Crecimos juntos, compartiendo nuestros avances, yo, en materia<br />

musical y el<strong>la</strong> en literatura. Higinia 26 se convirtió en una niña prodigio,<br />

JNURJ<br />

Ovario 2050


JNUSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />

ya a los doce años había analizado y hasta había hecho un juicio crítico<br />

sobre una obra antigua l<strong>la</strong>mada Ulises. Todo ese estudio está guardado<br />

en un disco duro, que si se lograra transcribir en aquel<strong>la</strong>s antigüedades<br />

de papel l<strong>la</strong>madas libros, se recopi<strong>la</strong>ría en 2.500 páginas.<br />

El interés por Higinia 26 se fue incrementando. Mantenía <strong>la</strong> computadora<br />

encendida en espera de algún correo de <strong>la</strong> futura receptora de<br />

mis espermatozoides. En <strong>la</strong> medida que <strong>la</strong> adolescencia nos modificaba<br />

nuestra anatomía, nos aproximábamos cada día más. El<strong>la</strong> estaba en<br />

conocimiento de que recibiría mi espermatozoide, tal como lo había<br />

hecho su madre con <strong>la</strong> simiente de su padre, de <strong>la</strong> misma manera como<br />

lo hizo <strong>la</strong> mía con mi progenitor, <strong>para</strong> nuestras concepciones.<br />

Pero en el mundo de estas maravillosas máquinas no hay nada<br />

escondido, siempre y cuando sus operadores conozcan alguna que otra<br />

c<strong>la</strong>ve secreta o alguno que otro código. Cierta vez, operando con alguno<br />

de ellos, logré penetrar en algunos lugares considerados como top secret<br />

por el Ministerio de <strong>la</strong> Censura. Indagué presuroso sobre esta sección a<br />

<strong>la</strong> cual muy pocos teníamos acceso. Descubrí un mundo completamente<br />

desconocido <strong>para</strong> nuestra generación. Después de pisar una tec<strong>la</strong> apareció<br />

en pantal<strong>la</strong>:<br />

“ATENCION: PORNOGRAFÍA. MATERIAL DE USO<br />

LIMITADO SOLO PARA FUNCIONARIOS DEL MINIS-<br />

TERIO DE LA CENSURA O CUALQUIERA EMPLEADO<br />

OFICIAL CON AUTORIZACIÓN JUDICIAL”.<br />

Santas pa<strong>la</strong>bras <strong>para</strong> querer indagar sobre tan delicado tema.<br />

Las inefables imágenes y textos que aparecieron en <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> de <strong>la</strong><br />

computadora no tenían com<strong>para</strong>ción con el mundo conocido. Advertí<br />

parejas realizando el acto primitivo y antihigiénico de <strong>la</strong> concepción.<br />

Comencé a leer los párrafos de algunas vetustas lecturas que fueron consideradas<br />

en <strong>la</strong> antigüedad como eróticas. Entendí, <strong>la</strong> forma como <strong>la</strong>s<br />

parejas antiguas realizaban, lo que <strong>para</strong> aquel<strong>la</strong> época se decía “hacer el<br />

amor.” Los textos, de una manera muy explícita narraban, con lujo y<br />

detalles, <strong>la</strong> forma como <strong>la</strong>s parejas antiguas se montaban uno sobre otro;<br />

introduciendo el órgano dador del macho en el receptor de <strong>la</strong> hembra.<br />

Todo esto me parecía extraordinario. En <strong>la</strong> medida que iba leyendo los<br />

textos y observaba <strong>la</strong>s imágenes, sentí una sensación imposible de describir,<br />

y dudo que ninguno de los miembros de mi generación haya<br />

experimentado tal emoción. Formulé en silencio y en ese instante una<br />

pregunta:


JNUTJ<br />

Ovario 2050<br />

—¿Qué re<strong>la</strong>ción guardan los ojos, organismos sensores de estímulos,<br />

con el órgano destinado a <strong>la</strong> procreación?<br />

En el momento que leía y miraba <strong>la</strong>s imágenes de <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong>, comprendí<br />

lo que en los textos pornográficos l<strong>la</strong>maban “p<strong>la</strong>cer”. Esto trajo<br />

como consecuencia, una sensación de calor intenso en el cuerpo, acompañado<br />

con una protuberancia aumentada en <strong>la</strong> zona de mi entrepierna.<br />

No sentí algún temor por haber vio<strong>la</strong>do <strong>la</strong>s disposiciones gubernamentales.<br />

Sólo quería que Higinia 26 compartiera conmigo el descubrimiento.<br />

El correo electrónico permitió enviarle a <strong>la</strong> futura receptora, <strong>la</strong>s<br />

imágenes y los textos descifrados. Quería que observara con minucia,<br />

cada una de <strong>la</strong>s imágenes y leyera con detenimiento los párrafos; deseaba<br />

con vehemencia su opinión. La amiga cibernética, conoció con detalle<br />

<strong>la</strong>s nuevas sensaciones que experimenté durante mis sesiones. Le pedí,<br />

que en breve tiempo, me describiera, por esta misma vía, <strong>la</strong> percepción y<br />

los cambios que su cuerpo experimentara al recibir <strong>la</strong>s imágenes y <strong>la</strong> lectura<br />

de los párrafos y <strong>la</strong>s imágenes que había enviado<br />

Una vez leída <strong>la</strong> muy explícita descripción que hizo Higinia 26 de<br />

sus sensaciones, después que observó <strong>la</strong>s imágenes y leyó los textos que<br />

le remití, sentí <strong>la</strong> obligación de vio<strong>la</strong>r el contrato redactado en <strong>la</strong> clínica,<br />

cuyos firmantes fueron nuestras respectivas madres. Al fin y al cabo, ni<br />

el<strong>la</strong> ni yo fuimos signatarios de tal contrato.<br />

No sé si <strong>la</strong> prosa de Higinia 26 tuvo <strong>la</strong> virtud de enardecer todo lo<br />

que los primitivos l<strong>la</strong>maron el instinto. La descripción de sus emociones<br />

y de los fluidos emanados por su cuerpo, al ver y leer lo mostrado en <strong>la</strong><br />

pantal<strong>la</strong> fue tal, que decidimos que debíamos vernos en algún sitio de <strong>la</strong>s<br />

zonas bajas de <strong>la</strong> ciudad. Eran los lugares donde estaban permitidos los<br />

encuentros carnales de <strong>la</strong>s parejas. No nos importaba descender a <strong>la</strong>s<br />

c<strong>la</strong>ses bajas, queríamos dar rienda suelta a nuestras emociones, simi<strong>la</strong>r a<br />

como habíamos leído en algunos de los textos prohibidos.<br />

Fijamos un lugar <strong>para</strong> nuestro encuentro, una edificación l<strong>la</strong>mada<br />

“motel”, lugar adonde se acuden <strong>la</strong>s parejas de c<strong>la</strong>se baja <strong>para</strong> procrear<br />

hijos. Estos niños al crecer, serán los encargados, una vez adultos, de<br />

realizar los trabajos menos especializados: obreros, servicios o cualquier<br />

otro empleo. Por medio de contactos cibernéticos, logré <strong>para</strong> una fecha<br />

determinada un cupo en esta edificación. Evidentemente, deberíamos<br />

recurrir a nombres falsos; lo que íbamos hacer estaba penado por el<br />

ministerio. En fin, logramos concertar una cita, con <strong>la</strong> única intención


de realizar el acto de <strong>la</strong> concepción de <strong>la</strong> manera primitiva y como lo<br />

hacen <strong>la</strong>s parejas de <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>ses bajas de <strong>la</strong> ciudad.<br />

Fui el primero en acudir al lugar de <strong>la</strong> cita con el interés de revisar<br />

con detenimiento el local donde se produciría el encuentro. Al poco<br />

rato, tocaron <strong>la</strong> puerta y sin pensarlo mucho acudí rápidamente <strong>para</strong><br />

abrir. La sorpresa fue muy grande, al tener enfrente <strong>la</strong> mujer que había<br />

sido predestinada a recibir mis espermatozoides. No nos dijimos ninguna<br />

pa<strong>la</strong>bra, ni siquiera nos saludamos, nos habíamos comunicado lo<br />

suficiente. Sabíamos <strong>la</strong> intención de encontráramos en este lugar —muy<br />

a pesar de los riesgos que corríamos—. Después que le mostré <strong>la</strong>s fotos y<br />

luego que leímos parte de los textos prohibidos, comenzamos a desvestirnos<br />

con el propósito de practicar cada una de <strong>la</strong>s poses que se observaban<br />

en <strong>la</strong>s páginas. Teníamos <strong>la</strong> intención de repetir al pie de <strong>la</strong> letra<br />

cada posición tan bien descrita en los textos. ¿Qué puedo decir de <strong>la</strong>s<br />

emociones y del p<strong>la</strong>cer que sentimos cada uno de nosotros? Gritamos,<br />

gemimos, el éxtasis fue indescriptible. Nuestras sensaciones y sentimientos<br />

no tenían nada que ver con <strong>la</strong>s lecturas y los lineamientos programáticos,<br />

inculcados durante tantos años de estudio. Sentí <strong>la</strong> música<br />

como parte integral de mi ser, aprecié el cuerpo desnudo de Higinia 26<br />

como una guitarra que me entregaba sus acordes y sus compases, ante <strong>la</strong>s<br />

suaves caricias que le prodigaba a su cuerpo. Igualmente, el<strong>la</strong> decía que<br />

estaba componiendo <strong>la</strong> mejor obra épica y <strong>la</strong> mejor poesía que jamás en<br />

<strong>la</strong> historia de <strong>la</strong> humanidad se había escrito. Le informé que los antiguos<br />

tenían una pa<strong>la</strong>bra <strong>para</strong> describir tal pasión, le referí que a ese sentimiento<br />

que estábamos experimentando era algo l<strong>la</strong>mado “amor”.<br />

Durante <strong>la</strong>rgo tiempo practicamos otras posiciones; conocimos los<br />

ósculos que también estaban descritos en los textos. Fue cuando Higinia<br />

26 se dio cuenta de los otros usos que se le podía dar a lengua. Mis<br />

orgasmos, nombre dado en los textos prohibidos a <strong>la</strong> acción de expulsar<br />

el líquido procreador, no tenían nada que ver con <strong>la</strong>s experiencias mecánicas<br />

a <strong>la</strong>s que continuamente estábamos sometidos con <strong>la</strong> finalidad de<br />

estudiar <strong>la</strong> pureza del líquido seminal. Esto era grandioso, mucho mejor<br />

que navegar en el Internet, más divino que <strong>la</strong>s experiencias virtuales.<br />

Desde este momento me dec<strong>la</strong>ré un hombre primitivo, perteneciente a<br />

<strong>la</strong>s c<strong>la</strong>ses bajas de mi país.<br />

Nos pusimos de acuerdo <strong>para</strong> p<strong>la</strong>nificar futuros encuentros. Debíamos<br />

hacerlo con <strong>la</strong> mayor discreción posible, dado los riesgos de tales<br />

visitas. Nos despedimos con <strong>la</strong> seguridad de nuestro gran amor y <strong>la</strong><br />

JNUUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


imposibilidad de romper este vínculo desconocido por todos los de<br />

nuestra c<strong>la</strong>se. Pero todo no podía salir bien, parece ser que <strong>la</strong>s tragedias<br />

de los enamorados continuarán, independientemente de <strong>la</strong> época en<br />

que se viva.<br />

Al salir del local, nos estaban esperando los agentes pertenecientes<br />

al Departamento de Sanidad e Higiene, encargados de ve<strong>la</strong>r por <strong>la</strong><br />

pureza de <strong>la</strong>s concepciones entre los miembros de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se alta del país.<br />

Nos informaron de nuestros derechos, nos leyeron los artículos que<br />

estábamos vio<strong>la</strong>ndo y de inmediato nos tras<strong>la</strong>daron al Centro de Purificación<br />

y de Higiene <strong>para</strong> descontaminarnos de los gérmenes contraídos<br />

en <strong>la</strong> re<strong>la</strong>ción carnal; contacto poco aséptico, permitido so<strong>la</strong>mente a<br />

los miembros de <strong>la</strong>s parejas de <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>ses bajas. Nos recordaron que <strong>la</strong><br />

función de ese organismo era <strong>la</strong> vigi<strong>la</strong>ncia de <strong>la</strong> pureza de <strong>la</strong>s futuras generaciones.<br />

Han transcurrido muchos años desde nuestras detenciones y todavía<br />

no he podido olvidar ese encuentro. Luego que nos enviaron a los<br />

Centro de Purificación y de Higiene, fuimos encomendados a un programa<br />

de higienización y purificación de los gérmenes, posiblemente<br />

contraído durante el encuentro carnal. Fui sometido a tratamientos de<br />

todo tipo, con <strong>la</strong> única finalidad de alejar de <strong>la</strong> mente cualquier pensamiento<br />

ligado a Higinia 26. Fui recluido en una habitación especial<br />

donde recibía electrochoques, cada vez que me mostraban una mujer<br />

desprovista de ropas. La idea era eliminar cualquier rasgo de emociones<br />

ante una fémina desnuda. Fue extraído, por procedimientos mecánicos,<br />

el líquido reproductor, con <strong>la</strong> intención de verificar <strong>la</strong> pureza del mismo;<br />

como era de suponer me prohibieron tener acceso a <strong>la</strong> computadora, por<br />

un tiempo, por lo que más nunca he tenido contacto con Higinia 26. Me<br />

imagino los tormentos por los que el<strong>la</strong> debió haber pasado. Nunca los ha<br />

descrito, pues hasta los momentos no he sabido de el<strong>la</strong>.<br />

En cuanto a Higinia 25 y mi madre, tuvieron que pagar una multa,<br />

puesto que sus descendientes vio<strong>la</strong>ron una de <strong>la</strong>s cláusu<strong>la</strong>s del contrato,<br />

el cual impedía <strong>la</strong> re<strong>la</strong>ción carnal de los donantes de fluidos reproductores.<br />

Por lo tanto, tenían que esperar el próximo programa de fecundación<br />

<strong>para</strong> ser tomados en cuenta.<br />

Actualmente, estoy solitario, en espera de exámenes y de <strong>la</strong> extracción<br />

continua del líquido reproductor; en ningún momento esta sensación<br />

se parece a lo que los antiguos y los habitantes de los barrios bajos<br />

l<strong>la</strong>man “p<strong>la</strong>cer”. Permanezco ais<strong>la</strong>do, solo <strong>la</strong> música. Mientras <strong>la</strong> escucho<br />

JNUVJ<br />

Ovario 2050


tengo <strong>la</strong> voluntad de vivir, porque con el<strong>la</strong> evoco el amor que un día fue<br />

eternizado en aquel motel.<br />

Mi única esperanza, con el propósito de perpetuar este gran amor,<br />

es que <strong>para</strong> el año 2050, cuando se reanuden los programas de reproducción<br />

contro<strong>la</strong>da, uno de mis espermatozoides logre fertilizar a uno<br />

de los óvulos contenidos en <strong>la</strong> vagina solitaria de Higinia 26. De esta<br />

manera, podría consolidar aquel amor fugaz, el cual deseaba eternizar<br />

en aquel lugar. Todo lo que pasó, parece simi<strong>la</strong>r a <strong>la</strong>s tragedias de<br />

amantes imposibles de <strong>la</strong> literatura universal de <strong>la</strong>s épocas antiguas.<br />

Esta historia, fue copiada subrepticiamente en una minicomputadora<br />

de bolsillo bajo estrictas medidas de seguridad, ruego que <strong>la</strong> persona<br />

que encuentre el minidisco lo reproduzca y lo haga circu<strong>la</strong>r, como<br />

el recuerdo de una pasión efímera, eternizada mediante un c<strong>la</strong>ndestino<br />

encuentro carnal primitivo.<br />

Nota del editor: este documento fue hal<strong>la</strong>do en un minidisco que<br />

se encontraba abandonado en una biblioteca pública y tal como lo<br />

sugirió su autor, lo transcribimos a varios papeles comprados en un anticuario,<br />

a manera de hacerlo circu<strong>la</strong>r entre los habitantes de <strong>la</strong> ciudad.<br />

JNVMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


La muerte de mi gran amor<br />

Todo comenzó una semana antes del cumpleaños, cuando mi mujer<br />

me ofreció como regalo una computadora; <strong>la</strong> consideraba necesaria<br />

<strong>para</strong> mi trabajo de ingeniero y de cuentista aficionado, sobre todo de<br />

re<strong>la</strong>tos de misterio. Para mí fue una gran sorpresa esa promesa; estaba<br />

acostumbrado a <strong>la</strong> vieja máquina eléctrica “Olimpia”, <strong>la</strong> cual tenía desde<br />

mi época de estudiante. Además, poseía una calcu<strong>la</strong>dora científica HP,<br />

ésta había sustituido una antigua reg<strong>la</strong> de cálculo alemana que utilizaba<br />

desde los tiempos de bachiller en ciencias y durante los estudios universitarios.<br />

Desde el momento del ofrecimiento yo, neófito en materia de cibernética,<br />

comencé a visitar librerías especializadas en computación e hice<br />

los primeros intentos de formar una bibliografía re<strong>la</strong>tiva a tales temas:<br />

Introducción a <strong>la</strong> programación, Maravil<strong>la</strong>s de <strong>la</strong> computadora, Presentando<br />

Microsoft-Windows, Programación <strong>para</strong> niños, entre otros, fueron los nuevos<br />

títulos que enriquecieron <strong>la</strong> biblioteca, además de los libros de ingeniería<br />

civil y cuentos de misterios.<br />

Olvidé, durante toda <strong>la</strong> semana, <strong>la</strong> existencia del mundo terrenal.<br />

Puse mucho énfasis en <strong>la</strong> investigación del tema y a leer, todo lo que<br />

podía, lo concerniente a <strong>la</strong> computación y sus aplicaciones, en espera<br />

del cumpleaños. Cuando viajaba en el Metro y observaba algún joven<br />

NVN


con libros de programación o informática, le buscaba conversación<br />

sobre el tópico de interés. Estaba convencido, cada día más, de mi<br />

ignorancia supina en los ade<strong>la</strong>ntos de <strong>la</strong> tecnología moderna. Y pensar<br />

que tiempo atrás mi ego se llenaba de orgullo cuando destapaba <strong>la</strong><br />

“Olimpia”. Realizaba el acto con tal parsimonia imaginando que estaba<br />

desvistiendo a una púber de dieciocho años.<br />

El día miércoles llegaría a mi casa <strong>la</strong> computadora junto con los<br />

treinta y ocho años. Fui a <strong>la</strong> oficina como era <strong>la</strong> costumbre, pero no<br />

pude concentrarme. Todo el día tuve en <strong>la</strong> cabeza <strong>la</strong> imagen del regalo,<br />

el cual esperaba con tanta desesperación. A <strong>la</strong>s cuatro de <strong>la</strong> tarde, una<br />

hora antes de mi horario, salí del trabajo y en vez de tomar el Metro,<br />

como lo hacía todos lo días, caminé hasta mi hogar. En el camino, avistaba<br />

<strong>la</strong>s tiendas donde veía en exhibición una pantal<strong>la</strong> de computadora.<br />

Conversaba con los vendedores sobre <strong>la</strong>s características del a<strong>para</strong>to<br />

mostrado en <strong>la</strong> vidriera, de los logros de tan codiciada máquina; de<br />

igual manera les pedía información sobre el mundo de <strong>la</strong> informática.<br />

Tuve el abuso de penetrar en una oficina de una famosa empresa, <strong>para</strong><br />

preguntarle a <strong>la</strong> operadora una explicación sobre los programas de ese<br />

prodigio de <strong>la</strong> técnica, <strong>la</strong> cual estaba operando sin aparente complicación.<br />

De inmediato se fijó en mi rostro, pensó, tal vez en un bicho raro<br />

que venía molestarle. A pesar de todo, <strong>la</strong> señorita muy amable, al notar<br />

mi insistencia, a<strong>la</strong>rgó sus expertos dedos, provistos de <strong>la</strong>rgas uñas pintadas<br />

de rojo sangre y de manera versada, los paseó por el hermoso<br />

tablero. Mi alegría fue inmensa al pensar que dentro de pocas horas<br />

disfrutaría de tal privilegio.<br />

Advertí que había caminado treinta y ocho cuadras desde el trabajo<br />

hasta mi hogar; tal coincidencia con el cumpleaños me confirmó que el<br />

número era cabalístico, algo así como un heraldo que presagiaba una<br />

gran alegría. Al llegar al edificio no quise esperar al ascensor; subí<br />

treinta y ocho escalones, los cuales se<strong>para</strong>ban <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nta baja de mi dulce<br />

hogar. Allí estaba aguardándome <strong>la</strong> familia reunida, además del regalo<br />

que me cambiaría mi vida.<br />

Al llegar al apartamento <strong>la</strong>s muestras de alegrías no se dejaron<br />

esperar. Mi esposa y mis dos hijos colmaron de afecto al cumpleañero.<br />

Efusivos abrazos y candorosos besos, demostraban el amor y el cariño<br />

que <strong>la</strong> parente<strong>la</strong> profesaba al rey por un día. No pude interrumpir el<br />

camino que siguieron dos lágrimas que brotaron de mis ojos y que<br />

corrieron por mis mejil<strong>la</strong>s. Era <strong>la</strong> manera como correspondía, ante <strong>la</strong><br />

JNVOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JNVPJ<br />

La muerte de mi gran amor<br />

muestra de sentimiento del entorno familiar. Mi hija corrió al baño, en<br />

busca de un trozo de papel higiénico <strong>para</strong> secar con cuidado el torrente<br />

acuoso que seguía emanando de mis <strong>la</strong>grimales. Esto ocurrió, después<br />

que <strong>la</strong>s dos primeras gotas abrieran el camino, provocando que mis abultados<br />

cachetes tomaran en color purpurado y adquirieran un sabor<br />

sa<strong>la</strong>do. A pesar de mi estado de ánimo, recordé, a pesar de los p<strong>la</strong>ñidos de<br />

<strong>la</strong> familia, que <strong>la</strong> edad de mi bel<strong>la</strong> hija menor era siete años y <strong>la</strong> del varón,<br />

doce. Si se suman estas dos edades resulta diecinueve y al multiplicar por<br />

dos —dos hijos—, resulta treinta y ocho. Esto confirmaba nuevamente<br />

que este número era el oráculo que anunciaba una nueva vida.<br />

Celebré el cumpleaños dentro del ambiente íntimo de mi hogar:<br />

cantaron <strong>la</strong> consabida canción de siempre, partí <strong>la</strong> torta, repartí <strong>la</strong>s<br />

velitas y brindamos con champaña chileno, anhe<strong>la</strong>ndo una vida feliz a<br />

los integrantes de <strong>la</strong> familia. La emoción por <strong>la</strong> máquina ofrecida mantenía<br />

mi corazón ansioso, hasta que mi esposa nos invitó al estudio<br />

donde esperaba <strong>la</strong> gran sorpresa. Mi mujer oscureció mis ojos con un<br />

pañuelo y fui conducido a <strong>la</strong> biblioteca, agarrado de <strong>la</strong>s manos de mis<br />

dos hijos. Allí estaba el coroto que cambiaría mi vida.<br />

Una vez dentro del estudio fui despojado del pañuelo. Abrí los ojos<br />

lentamente <strong>para</strong> recibir <strong>la</strong> sorpresa con lentitud. Al tenerlos abiertos, <strong>la</strong><br />

vi, ahí estaba, sentí su presencia desde el momento que llegué a <strong>la</strong><br />

biblioteca y sabía que esta máquina también deseaba que yo fuera su<br />

dueño. La única exc<strong>la</strong>mación que se me ocurrió, como una explosión<br />

de alegría, fue gritar “¡Carajo qué belleza!”.<br />

Me acerqué con ojos libidinosos, deseaba ver tal maravil<strong>la</strong> de <strong>la</strong><br />

tecnología moderna. Le puse <strong>la</strong> mano con cierta sensualidad; acariciaba<br />

<strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> cual mujer de linda cabellera. No debía confesarlo, pero creo<br />

que sentí cierta excitación en mi parte íntima al posar mi dedo en <strong>la</strong> fina<br />

tec<strong>la</strong>. La computadora constaba del monitor o pantal<strong>la</strong>, el fino tec<strong>la</strong>do,<br />

un cajón pequeño que contenía el cerebro de <strong>la</strong> máquina y una impresora,<br />

esta última, hacía a mi vieja “Olimpia”, como un Ford modelo T,<br />

al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong>s nuevas maravil<strong>la</strong>s mecánicas-electrónicas que estaban<br />

saliendo al mercado. Agarré <strong>la</strong> vieja máquina, <strong>la</strong> introduje dentro de su<br />

caja, le puse una etiqueta donde escribí RIP y junto a el<strong>la</strong>, iban los benditos<br />

“típex” y el antihigiénico líquido borrador.<br />

Comenzó el proceso de entrenamiento. Para poder progresar en el<br />

manejo de <strong>la</strong> computadora, como debía cumplir con el trabajo, tenía que


levantarme más temprano y acostarme más tarde; hasta <strong>la</strong> nove<strong>la</strong>, que<br />

todas <strong>la</strong>s noches veía y comentaba con mi mujer, tuve que dejar de ver<strong>la</strong>.<br />

Mi re<strong>la</strong>ción con <strong>la</strong> máquina se hacía cada vez más personal. A tal<br />

grado, que ahora en ade<strong>la</strong>nte, <strong>para</strong> referirme a el<strong>la</strong> <strong>la</strong> l<strong>la</strong>maré Domiti<strong>la</strong>.<br />

Cada día aprendía cosas nuevas de el<strong>la</strong>. En <strong>la</strong> noche, antes de acostarme,<br />

<strong>la</strong> limpiaba con sumo cuidado. El domingo siguiente después de mi<br />

cumpleaños, cuando realizaba <strong>la</strong>s <strong>la</strong>bores de limpieza, por curiosidad<br />

descubrí el número de serial; observé con gran sorpresa que aparecía<br />

AN 0383838 —¡qué coincidencia!— Las iniciales de mi nombre y el<br />

número cabalístico. De inmediato pensé: Domiti<strong>la</strong> te hicieron <strong>para</strong> mí.<br />

Pasó mucho tiempo y comencé a manejar a Domi como todo un<br />

veterano, así <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mé cariñosamente. Coloqué una colchoneta al <strong>la</strong>do<br />

de el<strong>la</strong> <strong>para</strong> sentir el calor que emanaba durante <strong>la</strong> noche. No asistí más<br />

a <strong>la</strong> oficina; comprendí que podía hacerlo todo desde mi casa y enviar el<br />

trabajo por el correo electrónico. Descubrí, que mediante una c<strong>la</strong>ve,<br />

únicamente yo podía tener acceso a ciertos archivos privados, por tal<br />

razón, podía tener con Domiti<strong>la</strong> una re<strong>la</strong>ción más íntima; entre los dos<br />

había cierta confidencialidad. Con sólo pisar una tec<strong>la</strong>, tenía acceso a <strong>la</strong><br />

información que requería. Compré algunos programas de juegos, así<br />

podía pasar toda <strong>la</strong> noche divirtiéndome con el<strong>la</strong>. El mayor éxtasis de<br />

felicidad que percibí, fue cuando me conecté a Internet, a partir de ese<br />

momento tenía el mundo a mis pies; me había convertido en un homus<br />

internacional.<br />

Fueron muchas <strong>la</strong>s noches y muchos días al <strong>la</strong>do de Domi: jugando,<br />

oyendo música, viajando por el mundo, viendo pelícu<strong>la</strong>s, trabajando<br />

junto a el<strong>la</strong>. Cuando terminaba de utilizar<strong>la</strong>, <strong>la</strong> limpiaba con delicadeza<br />

y mimosidad. Fueron meses, años, no sé cuánto tiempo pasó, hasta que<br />

un día salí del estudio. Cuál no sería mi sorpresa. Encontré el apartamento<br />

completamente solo, no había nada: ni comedor, ni recibo, ni<br />

cuadros, nada, absolutamente nada. Fue cuando pude percatarme que<br />

mi mujer se había <strong>la</strong>rgado junto con mis hijos. Nunca supe cuándo ocurrió<br />

<strong>la</strong> deserción. Encontré una nota sin fecha, en el<strong>la</strong> pude leer: “Adiós,<br />

te abandono <strong>para</strong> siempre, me llevo los niños; te deseo que seas feliz con<br />

Domiti<strong>la</strong>”. Mi alegría fue grande, no había motivo <strong>para</strong> <strong>la</strong> tristeza,<br />

menos aún remordimiento alguno de mi parte. Ahora podía jurarle<br />

fidelidad a Domi, sin interrupciones, sin tener que compartir mi tiempo<br />

con nadie, sino que todo se lo dedicaría a el<strong>la</strong>. Estaba en el cenit de <strong>la</strong><br />

felicidad.<br />

JNVQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


Nunca me di cuenta de <strong>la</strong> ausencia de mi esposa, puesto que<br />

Domiti<strong>la</strong> resolvía todas mis necesidades: tenía conectada a un terminal<br />

de restaurán, esto permitía el envío a mi estudio de <strong>la</strong> comida, de acuerdo<br />

con un programa dietético el cual había introducido a <strong>la</strong> máquina.<br />

Mediante <strong>la</strong> red podía comunicarme, a través de mi eficiente compañera,<br />

con el banco <strong>para</strong> realizar mis transacciones comerciales. Por medio del<br />

correo electrónico, podía solicitar al supermecado todo lo necesario <strong>para</strong><br />

mi subsistencia en el apartamento. Todo eso lo podía hacer, simplemente<br />

apretando una tec<strong>la</strong>. En fin, de mi gran amor podía obtener lo que<br />

quisiera, hasta podía solicitar a un centro de limpieza <strong>para</strong> que vinieran al<br />

apartamento <strong>para</strong> realizar el aseo cada cierto tiempo.<br />

Una de <strong>la</strong>s pocas veces que abandoné el estudio, fui a visitar ciertas<br />

tiendas en <strong>la</strong>s que se ofrecían novedades en materia de informática. En<br />

una de éstas, pude contemp<strong>la</strong>r una belleza de computadora; fue tal <strong>la</strong><br />

sorpresa ante tal hermosura: color verde pastel, pantal<strong>la</strong> p<strong>la</strong>na y negra,<br />

tec<strong>la</strong>do ergonómico, impresora láser y otros modernos adminículos<br />

que hacía a mi Domiti<strong>la</strong> algo menospáusica, tales eran los nuevos ade<strong>la</strong>ntos<br />

tecnológicos. Estuve a punto de tener un orgasmo cuando acaricié<br />

<strong>la</strong> endemoniada máquina. Pero mi amor por Domiti<strong>la</strong> pudo más.<br />

Salí corriendo apenado por mi infidelidad. Corrí sin rumbo fijo, corrí<br />

avergonzado sin saber dónde dirigirme, hasta que encontré una iglesia<br />

donde pensé que tenía que encontrar mi paz espiritual. Tuve <strong>la</strong> necesidad<br />

de confesarle al sacerdote mi gran pecado, mi deslealtad hacia<br />

Domi. Cuando le expuse al sacerdote mi falta, el hombre de Dios exc<strong>la</strong>mó<br />

sin inmutarse: “Rece cuatro Padres Nuestros y cinco Avemarías<br />

y por favor coloque diez dó<strong>la</strong>res en el pote de <strong>la</strong> limosna”. Cumplí con<br />

lo estipu<strong>la</strong>do por el confesor; de inmediato pensé en un programa <strong>para</strong><br />

los pecadores, quienes, como yo, infringen <strong>la</strong>s leyes del Supremo.<br />

Programé a Domiti<strong>la</strong> con un programa de penitencias; el cual utilizaría<br />

cuando quebrantara <strong>la</strong>s leyes sagradas. Podía confesarme sin tener<br />

que recurrir a un sacerdote; obteniendo de esta manera <strong>la</strong> indulgencia<br />

necesaria que me librara del infierno. El programa era muy sencillo;<br />

establecía: por el pecado de <strong>la</strong> gu<strong>la</strong>, dos Padres Nuestros, un Avemaría y<br />

diez dó<strong>la</strong>res de limosna; por el pecado de <strong>la</strong> carne, tres Padres Nuestros y<br />

cinco Avemarías y cinco dó<strong>la</strong>res de limosnas; por desear <strong>la</strong> computadora<br />

del prójimo, diez Padres Nuestros y diez Avemarías y veinte dó<strong>la</strong>res de<br />

limosnas. Fueron muchos los renglones, dada <strong>la</strong> capacidad pecaminosa<br />

del hombre. También estaba contemp<strong>la</strong>da <strong>la</strong> respectiva limosna, <strong>la</strong> cual<br />

JNVRJ<br />

La muerte de mi gran amor


JNVSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />

depositaba en el banco, en una cuenta corriente de <strong>la</strong> que disponía el<br />

cura de <strong>la</strong> parroquia.<br />

Con <strong>la</strong> finalidad de evitar mis infidelidades hacia Domiti<strong>la</strong>, obtuve<br />

una información, a través de revistas especializadas, <strong>la</strong>s cuales recibía<br />

mensualmente, que podía mejorar el rendimiento de <strong>la</strong> adorada. Para<br />

esto, podía cambiar el disco duro, agregarle otros anexos que le permitiera<br />

ampliar <strong>la</strong> red de información de <strong>la</strong> computadora, aumentar <strong>la</strong><br />

memoria y <strong>la</strong> velocidad de respuesta. Hice todos los arreglos <strong>para</strong> que<br />

ello ocurriera. Una vez que <strong>la</strong> repotenciaron, descubrí que cada día<br />

podía evitar mi dependencia del mundo exterior. La nueva tecnología<br />

de punta me hacía más independiente de los humanos y por ello le<br />

dedicaría mayor tiempo a mi amada.<br />

Con Domiti<strong>la</strong>, a través de Internet, logré conectarme más rápido<br />

con el ciberespacio. Ahora, sí podía decir que era un verdadero internauta,<br />

esto me permitía tener acceso a todo un mundo de información.<br />

Podía comunicarme con otras personas, en cualquier parte del mundo,<br />

quienes como yo poseían una máquina como <strong>la</strong> adorada. El chateo con<br />

nuevas amistades se convirtió en un nuevo entretenimiento, acercándome<br />

así, a nuevas culturas y a nuevos semejantes, quienes utilizan este<br />

medio <strong>para</strong> re<strong>la</strong>cionarse. Además, tenía <strong>la</strong> opción: conocer <strong>la</strong> información<br />

de lo que estaba ocurriendo en cualquier parte del mundo, tanto<br />

noticias nacionales como internacionales. Ahora, evitaba comprar <strong>la</strong><br />

prensa <strong>para</strong> no ensuciar mis dedos con <strong>la</strong> tinta negra de los periódicos,<br />

que tanta repugnancia me daba y que algunas veces profanaba el cuerpo<br />

de Domiti<strong>la</strong>. Hasta podía adquirir lo que quisiera en <strong>la</strong>s grandes tiendas<br />

europeas, éstas vendían desde un tornillo hasta un avión. Navegaba en<br />

un mar de felicidad.<br />

No sabía si <strong>la</strong> vida celestial existía, pero suponía que estaba próxima<br />

a el<strong>la</strong>, con sólo pisar varias tec<strong>la</strong>s podía comunicarme con el<br />

Vaticano, y con el mismo Papa si quisiera. Esta amada máquina no<br />

pudo ser creada por el hombre sino por el mismo Dios, con el<strong>la</strong> se había<br />

llegado a <strong>la</strong> perfección. Inclusive, llegué a pensar que no necesitaba a<br />

más nadie. Todo era posible a través de Domi. Informaba a mis<br />

clientes, a través de <strong>la</strong> máquina, sobre <strong>la</strong>s transacciones financieras,<br />

pagaba el teléfono, <strong>la</strong> luz, tenía información sobre los movimientos de<br />

<strong>la</strong> bolsa, tanto nacional como internacional. También logré bajar a<br />

través de Internet algunas imágenes que satisfacían mi libido, haciendo<br />

innecesaria <strong>la</strong> presencia de mujeres a mi <strong>la</strong>do. Me había convertido en


JNVTJ<br />

La muerte de mi gran amor<br />

un “homus eroticus cibernético” quien satisfacía el mandato de <strong>la</strong>s hormonas<br />

mediante <strong>la</strong> autocompalcencia digital.<br />

Todo funcionó a <strong>la</strong> perfección durante muchos años, hasta que<br />

llegó <strong>la</strong> ruina de mi vida, evidentemente <strong>la</strong> felicidad no es duradera, sino<br />

que es un simple momento, que se nos puede escapar en breve tiempo.<br />

Cierto día, cuando pre<strong>para</strong>ba el menú de mi almuerzo <strong>para</strong> ordenarlo<br />

al restaurán, observé que en <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> aparecían algunos caracteres<br />

e informaciones que no pertenecían a ninguno de mis archivos de<br />

mi disco duro, ni siquiera a mi archivo personal, del cual únicamente yo<br />

conocía <strong>la</strong> c<strong>la</strong>ve. Mi sorpresa fue grande al pensar que Domiti<strong>la</strong> se había<br />

enfermado. En mis lecturas sobre los temas de computadores había<br />

leído sobre los l<strong>la</strong>mados “virus” que atacaban estas máquinas. A pesar de<br />

mis celos —el pensar que otras manos, diferentes a <strong>la</strong>s mías fueran a<br />

tocar a mi fiel amiga, me volvía loco—, decidí l<strong>la</strong>mar un especialista; es<br />

decir, un técnico, <strong>para</strong> que auscultara mi adorada y descubriera <strong>la</strong> enfermedad<br />

que <strong>la</strong> aquejaba. Si era posible debía re<strong>para</strong>r<strong>la</strong> rápidamente.<br />

Afortunadamente el técnico llegó sin di<strong>la</strong>ción, lo conduje a mi<br />

estudio y le mostré a Domiti<strong>la</strong>. El especialista colocó el maletín en el<br />

suelo. Cerré mis ojos al ver que otras manos estaban manoseando y<br />

profanando el cuerpo de mi compañera de vida. Mis ojos se llenaron de<br />

ira y de dolor. No podía ser que en mi presencia manos ajenas, pecadoras<br />

e inescrupulosas, posaran sus dedos de manera descarada en <strong>la</strong>s<br />

tec<strong>la</strong>s de mi Domiti<strong>la</strong>. Abrí mis ojos cuando el usurpador manifestó:<br />

—No se preocupe señor, lo que le pasa a su máquina es que ha sido<br />

penetrada por otro sistema.<br />

No había terminado de hab<strong>la</strong>r cuando de una manera estridente y<br />

estentórea, con <strong>la</strong> boca y los ojos abiertos hasta el máximo, grité:<br />

—Mi Domiti<strong>la</strong> ha sido “penetrada” por otro —<strong>la</strong> angustia y desesperación<br />

debió ser tan manifiesta, que ante tal exc<strong>la</strong>mación, el técnico<br />

agarró su maletín y prácticamente salió corriendo del edificio; no sin<br />

antes dejar una factura por 38 $. No había terminado de salir de mi<br />

asombro cuando observé con detenimiento <strong>la</strong>s dos primeras cifras de <strong>la</strong><br />

factura. Era <strong>la</strong> venganza de mi ex mujer.<br />

Mi dolor y mi pesar duraron mucho tiempo. Casi no podía recuperarme<br />

al pensar que mi Domiti<strong>la</strong> había sido “penetrada” por otro. Me<br />

quedaba observando <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> durante horas y horas y no obtenía respuesta<br />

de <strong>la</strong> razón de su infidelidad. Toqué con suavidad <strong>la</strong>s tec<strong>la</strong>s,<br />

coloqué <strong>la</strong> c<strong>la</strong>ve que nos permitía más intimidad, con esto le reve<strong>la</strong>ba


nuestro amor, del cual era testigo el archivo secreto; nunca obtuve <strong>la</strong> respuesta<br />

de su perfidia. Busqué el código de <strong>la</strong>s penitencias por su pecado<br />

cometido y sólo obtuve una que me desgarró el alma: “No es compatible<br />

con el sistema. Comuníquese con uno de nuestros distribuidores”.<br />

Acudí a varios especialistas del comportamiento humano, estaba<br />

dispuesto a someterme a una dinámica de grupo. Finalmente decidí<br />

buscar a dos personas <strong>para</strong> que conversaran con Domiti<strong>la</strong>, yo sabía que<br />

eran <strong>la</strong>s únicas que podían salvar nuestra re<strong>la</strong>ción. Afortunadamente<br />

<strong>la</strong>s dos llegaron el mismo día y a <strong>la</strong> misma hora. Durante <strong>la</strong>rgo tiempo,<br />

antes de entrar al estudio, les conversé sobre mi problema con mi adorada:<br />

de mi re<strong>la</strong>ción con el<strong>la</strong> por tantos años, de <strong>la</strong> pérdida de mi matrimonio<br />

y de mis hijos por los vínculos que mi unían a Domi, de los<br />

esfuerzos y mi dedicación hacia el<strong>la</strong>. Finalmente le p<strong>la</strong>tiqué sobre su<br />

traición. También le expliqué lo re<strong>la</strong>tivo a <strong>la</strong> “penetración” descarada,<br />

cómplice y comp<strong>la</strong>ciente por parte de otros ajenos a mi persona. El<br />

sacerdote y el asesor en materia matrimonial comprendieron <strong>la</strong> situación;<br />

con unos golpes en <strong>la</strong> espalda pretendieron conso<strong>la</strong>rme, <strong>para</strong> que<br />

en <strong>la</strong> resignación encontrara el sosiego. Ambos me sugirieron que los<br />

dejara solos con el<strong>la</strong>, deseaban conversar sobre el problema. La angustia<br />

y el dolor danzaban por el aire de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, en espera de una señal positiva<br />

de los visitantes. No transcurrió mucho tiempo, cuando noté que asomaban<br />

por <strong>la</strong> puerta mis dos esperanzas. Observé <strong>la</strong> expresión de cada<br />

uno de ellos y noté unas sonrisas reve<strong>la</strong>doras. En ese momento comprendí<br />

que ya no había remedio. Mis ilusiones se desvanecieron como<br />

un fantasma, cuando observé que ambos se alejaban, no sin voltear,<br />

mostrándome una sonrisa satánica.<br />

Estaba convencido, Domiti<strong>la</strong> había conversado con los visitantes<br />

sobre <strong>la</strong> “penetración”. Lloré como un niño, no tenía un alma piadosa<br />

que conso<strong>la</strong>ra mis penas. Traté de l<strong>la</strong>mar a mi ex mujer y a mis hijos,<br />

pero recordé que no sabía nada de ellos. Busqué <strong>la</strong> Biblia, el Corán, los<br />

libros sagrados de <strong>la</strong> India y en ninguno de ellos encontré el consuelo<br />

necesario. En mi desesperación gritaba que el número de <strong>la</strong> bestia no<br />

era el 666 sino el 38. Luego de tres días de l<strong>la</strong>nto, dolor, ausencia de<br />

sueño y de hambre, comprendí que estaba extenuado, resolví hacer<br />

algo. Estaba seguro que había perdido <strong>la</strong> motivación de <strong>la</strong> vida, no<br />

existía ningún elemento terrenal que ocu<strong>para</strong> un espacio en mi sentimiento<br />

que generara emociones o tristezas, experimentaba <strong>la</strong> vacuidad<br />

del alma.<br />

JNVUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


En el décimo día, después de <strong>la</strong> penetración, tengo a mi Domiti<strong>la</strong><br />

enfrente, erguida ante mí, mostrándome sin arrepentimiento su indolencia,<br />

su desfachatez, como si tuviera conocimiento y satisfacción por<br />

mi desgracia. Siento su bur<strong>la</strong>, su desatino, su altivez, orgullosa de mi<br />

deshonra. Aquí estoy muy cerca de el<strong>la</strong>: con un martillo, una pisto<strong>la</strong>, <strong>la</strong><br />

foto de mi ex mujer y mis dos hijos, <strong>para</strong> buscar una proximidad con<br />

Dios y pagar con mi vida y <strong>la</strong> de Domi todos los males que cometí.<br />

JNVVJ<br />

La muerte de mi gran amor<br />

~Öçëíç NVUQ


Candilejas en El Paralelo<br />

Cuando se trabaja durante mucho tiempo en un tribunal, a uno<br />

siempre le quedará <strong>la</strong> duda de si hubo o no error en una determinada<br />

sentencia. No es que pienso que en el caso de que un juez se haya equivocado<br />

en el dictamen, lo haya hecho con intención y mucho menos con<br />

sevicia, sino que por ser los humanos imperfectos, algunas de sus decisiones<br />

pudieron haber sido injustas. Tales reflexiones <strong>la</strong>s hago como<br />

secretario que fui de un tribunal en un pueblo alejado de <strong>la</strong> capital.<br />

Siempre quedará <strong>la</strong> inquietud sobre un procedimiento de embargo de<br />

un negocio l<strong>la</strong>mado El Paralelo. Este negocio estaba situado en <strong>la</strong> carretera<br />

que conduce al pueblo y que pertenecía a <strong>la</strong> jurisdicción del tribunal<br />

donde trabajé durante muchos años.<br />

Del procedimiento nombrado guardé unos legajos. Estos no se<br />

tomaron en cuenta durante el juicio, dado que no tenían que ver con <strong>la</strong><br />

actividad económica del negocio. No sé por qué razón permanecieron<br />

archivados en el tribunal. Los vetustos y polvoreados papeles los mantuve<br />

en mi casa hasta que me decidí desatar el badu<strong>la</strong>que que api<strong>la</strong>ban<br />

los documentos. Fue entonces cuando comencé a leer cada uno de los<br />

escritos que allí se encontraban amarrados.<br />

OMN


Entre todos los que leí había un manuscrito de puño y letra del que<br />

presumo fue autor del re<strong>la</strong>to; como el documento toma una forma interesante<br />

lo transcribiré sin cambiar pa<strong>la</strong>bra alguna.<br />

«Me l<strong>la</strong>mo Arsubanipal Caicedo, evidentemente que con este<br />

nombre no se le puede pedir mucho a una persona. Soy hijo de una<br />

hetaira, de una meretriz. Para no usar sinónimos ni eufemismos, diré<br />

que mi madre fue una mujer pública, bueno, soy un perfecto “hijo de<br />

puta”, no porque sea un hombre malo sino porque esa era <strong>la</strong> profesión<br />

de mi madre, quien por un desengaño amoroso llegó preñada a un<br />

burdel. Como dirían los castizos, llegó a un lugar de amancebamiento<br />

l<strong>la</strong>mado “El Paralelo”, el cual estaba alejado del pueblo. Mi progenitora,<br />

fue acogida por <strong>la</strong> madama del negocio <strong>para</strong> que realizara, en principio,<br />

faenas de limpieza, y luego, de finalizado mi alumbramiento y mi<br />

destetamiento, se desempeñara como re<strong>la</strong>cionista sexual, título que <strong>la</strong><br />

dueña del negocio le endilgaba a <strong>la</strong>s chicas de El Paralelo.<br />

«De mi genética paterna no tengo ningún conocimiento; mi madre<br />

nunca me habló de <strong>la</strong> existencia de un papá. Cierta vez cuando le pregunté<br />

por él, señaló que yo era producto de un fenómeno asexual y así lo<br />

creí, aunque no entendí el término utilizado por el<strong>la</strong>. Mi nacimiento no<br />

fue como el de cualquier niño que viene al mundo, quien por lo general,<br />

se ve rodeado de un padre, una madre, de una familia y de un paisaje<br />

geográfico natural. No, en mi caso fueron <strong>la</strong>s prostitutas del burdel mis<br />

madres, mi familia, y el paisaje geográfico natural, un festivo lupanar.<br />

En realidad, <strong>la</strong>s meretrices del burdel fueron mis mamás ya que todas<br />

el<strong>la</strong>s me cobijaron en sus brazos y opinaban sobre mi crianza.<br />

«Así pues que nací, me crié, desarrollándome y trabajando en El<br />

Paralelo: un burdel de carretera situado lejos del pueblo. Este lugar<br />

solía l<strong>la</strong>marse zona de tolerancia, debe ser porque allí se toleraba que los<br />

hombres casados hicieran todo lo que no podían hacerle a sus esposas.<br />

Estaba sobreentendido, que tales negocios no debían funcionar dentro<br />

de <strong>la</strong>s fronteras del pob<strong>la</strong>do.<br />

«Mi permanencia dentro de El Paralelo fue de por vida, no porque<br />

lo disfrutaba, sino que no tuve de donde escoger. Los conocimientos de<br />

mi madre, quien había estudiado hasta tercer año de Letras en <strong>la</strong> universidad,<br />

no sirvieron <strong>para</strong> subsistir, por lo tanto, no tuvo más opción sino<br />

vivir y trabajar dentro del lupanar. Pienso, que al final le gustó su trabajo.<br />

Por estas razones, tuve que convivir en ese ambiente y aprender parte del<br />

negocio, sin preocuparme de juzgar <strong>la</strong> honorabilidad ni <strong>la</strong> virtud de <strong>la</strong>s<br />

JOMOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


niñas de El Paralelo, incluyendo a mi madre. El<strong>la</strong>s simplemente realizaban<br />

una <strong>la</strong>bor social, tal como decía <strong>la</strong> madama. La profesión de sus<br />

empleadas, proporcionaba a los desenfrenados y libertinos el alimento<br />

de sus bajas pasiones.<br />

«Mi educación no fue en nada precaria puesto que —no sé por qué<br />

razón, ni nunca <strong>la</strong> averigüé— en el negocio <strong>la</strong>boraba y vivía una<br />

maestra, quien en sus tiempos libres se dedicó a enseñarme, con miel y<br />

jugo de limón, el amor por <strong>la</strong> lectura y por los números. El<strong>la</strong> se convirtió<br />

en mi tutora por muchos años y no porque mi madre le pagara,<br />

sino que, por ser yo <strong>la</strong> mascota del lupanar todas <strong>la</strong>s meretrices volcaban<br />

sus sentimientos y sus afectos hacia mí, sentía como si todas el<strong>la</strong>s fueran<br />

mis madres. Además de <strong>la</strong>s lecciones de <strong>la</strong> maestra, me dediqué a <strong>la</strong> lectura<br />

de los muchos libros que mi progenitora, como buena estudiante le<br />

Letras, se trajo al burdel. Mucha de sus colegas le decían que mi madre<br />

era una “puta intelectual”, ya que el<strong>la</strong> y yo, nos dedicábamos, en los<br />

tiempos libres, a <strong>la</strong> literatura. Entre sus textos había algunos clásicos<br />

griegos, alemanes, franceses y de historia universal, de donde presumo<br />

tomó mi nombre.<br />

«Otra cosa que me considero obligado a escribir, es lo re<strong>la</strong>tivo a mi<br />

madre. Examino con detenimiento mi cabeza y en ningún rincón de mi<br />

pensamiento encuentro un rasgo de rencor ni rec<strong>la</strong>mo hacia el<strong>la</strong>, por el<br />

contrario, estoy plenamente agradecido por su gran capacidad de amor<br />

hacia mí. Se dedicó a criarme y a mimarme con el esmero que dentro de<br />

un burdel puede permitirse. Por eso, reitero que estoy lleno de gratitud<br />

hacia mi madre, hacia mi maestra y hacia todas <strong>la</strong>s meretrices del local<br />

que llenaron de alegría mi infancia.<br />

«Hasta los siete años estuve merodeando por el lupanar, eso sí apartado<br />

de <strong>la</strong>s alcobas, ya que allí era, según mi madre, donde se cerraban <strong>la</strong>s<br />

transacciones comerciales. En verdad, hasta cierta edad nunca tuve curiosidad<br />

alguna, pues <strong>para</strong> mí todo eso era un problema netamente de<br />

negocio, donde se entregaba una mercancía a cambio de dinero.<br />

«Mi soledad no duró mucho tiempo, pues cuando tenía unos cinco<br />

o seis años unas de <strong>la</strong>s empleadas salió preñada. A pesar de <strong>la</strong> orientación<br />

de <strong>la</strong> madama, sobre <strong>la</strong>s obligaciones de <strong>la</strong>s meretrices de utilizar<br />

sus dispositivos <strong>para</strong> evitar <strong>la</strong> concepción. Recuerdo cuando <strong>la</strong> dueña<br />

del negocio les decía:<br />

«—Miren niñas, ustedes serán prostitutas, pero mientras que no<br />

<strong>para</strong>n serán tan inmacu<strong>la</strong>das como <strong>la</strong> Virgen María.<br />

JOMPJ<br />

Candilejas en El Paralelo


«Como <strong>la</strong> madama tenía buen corazón, no botó a <strong>la</strong> preñadita.<br />

Hasta que no se le notó <strong>la</strong> prominente barriga le permitió que continuara<br />

en sus actividades de re<strong>la</strong>cionista sexual, pero luego se encargaría<br />

del departamento de limpieza, tal como lo hizo mi madre durante mi<br />

embarazo. La dueña del burdel, en re<strong>la</strong>ción con el cuidado y pulcritud<br />

del local tenía carácter cenobítico. Pasado el parto y el destete de <strong>la</strong> criatura<br />

continuó con <strong>la</strong>s actividades propias de su profesión.<br />

«Cuando Rubí, que así l<strong>la</strong>maban a <strong>la</strong> preñadita, rompió fuente se le<br />

complicó el parto y todas <strong>la</strong>s meretrices le encomendaron al bebé a <strong>la</strong><br />

Virgen María, <strong>para</strong> que el neonato se presentara sin problema. Afortunadamente,<br />

pese a los inconvenientes, nació bien y entre todas le escogieron<br />

el nombre del niño. Lo l<strong>la</strong>maron Pablo María.<br />

«Aunque <strong>la</strong> naturaleza es sabia, también gusta darnos todo tipo de<br />

sorpresas. A medida que Pablito crecía todos notamos que tenía más de<br />

María que de Pablo. Cuando cumplió doce años lo encontré frente al<br />

espejo de una de <strong>la</strong>s meretrices, poniéndose en su piel el perfume penetrante<br />

de una de <strong>la</strong>s empleadas, hurgando en los tarros llenos de polvos<br />

<strong>para</strong> b<strong>la</strong>nquear su cara, delineando sus <strong>la</strong>bios con los tubos color púrpuras<br />

y resaltando sus mejil<strong>la</strong>s con los afeites rosados, que le daban un<br />

aspecto algo grotesco. En fin, qué le vamos hacer, se notaron marcadas<br />

tendencias homosexuales en el adolescente, pero esto no fue, en ningún<br />

momento, un óbice <strong>para</strong> que Pablo fuese excluido del afecto y del<br />

cariño de <strong>la</strong>s meretrices. Tampoco existió ningún roce, ni fue motivo<br />

de bur<strong>la</strong> de parte mía por sus amaneramientos, mejor aún, puedo<br />

afirmar que durante mucho tiempo nos criamos como hermanos. Tal<br />

como sentenció <strong>la</strong> madama:<br />

«—La naturaleza da origen a <strong>la</strong>s diversidades y Pablo María es<br />

producto de el<strong>la</strong>, por ello a Pablo María lo aceptamos como uno más<br />

dentro del lupanar.<br />

«Fue durante <strong>la</strong> adolescencia cuando a Pablo María se le despertó<br />

su vena artística. Comenzó a decir que había nacido <strong>para</strong> bai<strong>la</strong>r ballet y<br />

a partir de allí da inicio a su carrera como bai<strong>la</strong>rín en El Paralelo. La<br />

madama, con cierta hi<strong>la</strong>ridad, le decía al “novel artista”:<br />

«—Mira, Pablito, ¿quién ha dicho que una mariquita de un burdel<br />

de carretera sirve <strong>para</strong> bai<strong>la</strong>rín? —con todo y <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de <strong>la</strong> madama,<br />

a quien respetábamos mucho, siguió con su tendencia, aupado por todas<br />

<strong>la</strong>s meretrices del local. Su gran ambición era <strong>la</strong> de llegar a ser un gran<br />

artista de <strong>la</strong> danza.<br />

JOMQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


«Como se sabe, a un burdel asisten todo tipo de personajes pertenecientes<br />

a los diferentes estratos sociales y profesionales. Muchos de<br />

ellos le hab<strong>la</strong>ban sobre los bailes en los teatros de <strong>la</strong> capital y de <strong>la</strong>s<br />

grandes bai<strong>la</strong>rinas de ballet, como lo fueron Isadora Duncan, Margot<br />

Lafontaine y Alicia Alonso. Cierto día, aseguró que uno de los clientes<br />

le había hecho una regresión hipnótica y descubrió que él era <strong>la</strong> reencarnación<br />

masculina de Isadora Duncan, <strong>la</strong> famosa bai<strong>la</strong>rina descalza.<br />

Después de ese momento, comenzó a bai<strong>la</strong>r sin zapatos y como consecuencia<br />

de ello, Pablo María pasó a l<strong>la</strong>marse Isadora, no sin <strong>la</strong> protesta<br />

y el asombro de su madre Rubí. Con este nombre me referiré, de ahora<br />

en ade<strong>la</strong>nte, <strong>para</strong> nombrar al bai<strong>la</strong>rín del burdel.<br />

«Las prostitutas que viajaban a <strong>la</strong> capital en busca de una ropa<br />

apropiada <strong>para</strong> su profesión le compraban y le rega<strong>la</strong>ban a Isadora,<br />

mal<strong>la</strong>s, tutú, zapatil<strong>la</strong>s y todo tipo de trajes requeridos por un bai<strong>la</strong>rín;<br />

también discos clásicos y videos donde se observa <strong>la</strong> magia y grandiosidad<br />

del ballet. En sesiones privadas nos deleitaba con el Danubio<br />

Azul, El Lago de los Cisnes, La danza de <strong>la</strong>s o<strong>la</strong>s; en diciembre durante <strong>la</strong><br />

Navidad, nos ofrecía su versión de El Cascanueces. En verdad, todos nos<br />

quedábamos anonadados de <strong>la</strong> virtuosidad y hermosura de su baile.<br />

Quizás <strong>la</strong> ignorancia en tales cosas y nuestras soledades, nos hacía ver <strong>la</strong><br />

belleza escondida en <strong>la</strong> vena artística del bai<strong>la</strong>rín.<br />

«Por lo que se puede leer, <strong>la</strong> vida en El Paralelo era de lo más animada.<br />

En <strong>la</strong> noche, muchos eran los hombres que compartían con <strong>la</strong>s<br />

meretrices a los sones de <strong>la</strong>s melodías, sus penas, sus desamores, sus fracasos<br />

nupciales, sus problemas profesionales. Inclusive, Isadora, a pesar<br />

de su condición homosexual, poseía una modesta cliente<strong>la</strong>, quienes les<br />

producían buenas ganancias al negocio. Su lista de clientes no tenía<br />

nada que envidiarle a los de <strong>la</strong>s mejores hetairas del local. Cuando<br />

algunos de los asiduos le increpaban en tono de bur<strong>la</strong> su condición de<br />

homosexual, Isadora le respondía, con voz atip<strong>la</strong>da y con una sonrisa,<br />

que siempre estaba a flor de <strong>la</strong>bio:<br />

—En <strong>la</strong> naturaleza, no todo es b<strong>la</strong>nco ni negro, también hay tonos<br />

grises; yo soy un divino matiz dentro de <strong>la</strong> sexualidad humana.<br />

«A continuación, se retiraba del lugar batiendo su cuerpo con una<br />

acentuada feminidad. De esta manera lo entendíamos todos en El Paralelo.<br />

Simplemente, nuestro bai<strong>la</strong>rín era diferente a nosotros, pero en<br />

ningún momento lo consideramos raro.<br />

JOMRJ<br />

Candilejas en El Paralelo


Muchos fueron los intentos que se hicieron <strong>para</strong> c<strong>la</strong>usurar El Paralelo.<br />

Pero el lupanar encendía sus candilejas a <strong>la</strong>s seis de <strong>la</strong> tarde y <strong>la</strong><br />

luminosidad se observaba desde muy lejos, animando <strong>la</strong> soledad de estos<br />

<strong>para</strong>jes con <strong>la</strong> música propia de esos locales. Toda pretensión de cierre<br />

fue vana, puesto que al prostíbulo lo frecuentaban personajes del<br />

gobierno regional, estatal y hasta nacional. Alguna vez se dejó caer por<br />

este sitio de so<strong>la</strong>z un ministro del gobierno. Recuerdo, que en esa ocasión<br />

cerraron el local, pero so<strong>la</strong>mente <strong>para</strong> una animada celebración que<br />

hizo el personaje gubernamental y sus paniaguados.<br />

«Recuerdo el día que varias señoras, rec<strong>la</strong>mando <strong>la</strong> presencia de los<br />

maridos en sus hogares, acudieron ante el párroco acusando a <strong>la</strong>s meretrices<br />

de re<strong>la</strong>psas. Se organizaron en <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada “Liga <strong>para</strong> <strong>la</strong> protección<br />

de <strong>la</strong> virtud, decencia y honra de <strong>la</strong>s mujeres y sus hogares”. Esta agrupación<br />

no gubernamental, pretendió c<strong>la</strong>usurar el burdel. Intentaron ir<br />

en caravana hasta el negocio <strong>para</strong> solicitar su cierre, alegando que El<br />

Paralelo era una apología a <strong>la</strong> vulgaridad. El cura del pueblo, con gran<br />

ascendencia sobre el<strong>la</strong>s pues lo consideraban un santo, prefirió humanizar<br />

su apariencia con <strong>la</strong> eutrapelia, virtud de <strong>la</strong> cual hacía ga<strong>la</strong>. Todos<br />

sabíamos de sus visitas al burdel con <strong>la</strong> excusa de “llevar <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra<br />

divina” a <strong>la</strong>s mujeres pecadoras. El sacerdote conversó con <strong>la</strong>s señoras, y<br />

<strong>para</strong> tranquilidad nuestra, con los piadosos argumentos impidió <strong>la</strong> colocación<br />

de una cerradura gubernamental a <strong>la</strong> casa del p<strong>la</strong>cer. Las convenció,<br />

diciéndoles que todos éramos hijos de Dios y que él, como buen<br />

pastor, debía asegurarle el condumio a sus ovejas. Santas pa<strong>la</strong>bras, <strong>la</strong>s<br />

señoras desistieron de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>usura.<br />

«Las protestas contra el lupanar no lograron apagar <strong>la</strong> albura de <strong>la</strong>s<br />

candilejas, <strong>la</strong>s cuales se mantenían encendidas durante <strong>la</strong>s noches, tal<br />

como alumbraba desde hacía más de cincuenta años. La madama decía<br />

con sabiduría, que El Paralelo era parte del patrimonio cultural del<br />

estado; éste pertenecía al acervo histórico del pueblo. Además, que en<br />

su local se realizaba una <strong>la</strong>bor de profi<strong>la</strong>xis psiquiátrica, puesto que allí<br />

se apaciguaban los bajos y fieros instintos masculinos, suministrándole<br />

alimento a sus pasiones reprimidas. En este sitio es adonde acuden los<br />

hombres reprimidos o libertinos, a volcar sus tribu<strong>la</strong>ciones, tal como lo<br />

hacen los camiones de volteos con <strong>la</strong> arena. Algunas veces pensaba en<br />

voz alta: “En realidad, no se resuelve ningún problema. Parece ser que<br />

en los humanos, su naturaleza, hace necesario <strong>la</strong> presencia de otra persona<br />

<strong>para</strong> que le escuchen sus tribu<strong>la</strong>ciones”. Hasta Isadora, tenía sus<br />

JOMSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JOMTJ<br />

Candilejas en El Paralelo<br />

clientes fijos que <strong>la</strong> buscaban únicamente <strong>para</strong> bai<strong>la</strong>r, por ser el<strong>la</strong> una<br />

formidable pareja de baile. La madama experimentaba mucha alegría<br />

al observar el local lleno; se sentía comp<strong>la</strong>cida cuando miraba sobre<br />

cada una de <strong>la</strong>s mesas una botel<strong>la</strong> de aguardiente a medio consumir.<br />

«Nunca faltaron <strong>la</strong>s sabias orientaciones de <strong>la</strong> dueña del lupanar al<br />

personal: “Recuerden, esta es su fuente de vida, no mezclen el amor, el<br />

p<strong>la</strong>cer y el trabajo, dicha liga constituye un cóctel explosivo”. Cuando<br />

notaba que una de <strong>la</strong>s niñas se enamoraba de uno de los clientes, le<br />

pedía a <strong>la</strong> empleada que se alejara del negocio durante un tiempo, hasta<br />

que <strong>la</strong> lejanía matara <strong>la</strong> ilusión. Quizás, por el cumplimiento de esta<br />

reg<strong>la</strong> se mantuvo vivo el negocio durante muchas décadas. Pero esos<br />

consejos me marcaron de por vida y fueron los responsables de mi desgracia.<br />

«Como se sabe, este trabajo no es como el de los bienes inmuebles,<br />

que a medida que pasan los años adquieren más valor. Las meretrices<br />

en <strong>la</strong> medida que se iban poniendo viejas tenían que ser cambiadas por<br />

otras más jóvenes, por esto, cada cierto tiempo había rotación de personal.<br />

Es el vil negocio de <strong>la</strong> carne.<br />

«Por <strong>la</strong> bondad de <strong>la</strong> dueña, permanecimos en El Paralelo mi<br />

madre, Isadora, Rubí, y yo. Mi madre, porque <strong>la</strong> dueña le tomó aprecio<br />

y <strong>la</strong> fue pre<strong>para</strong>ndo en el manejo del lupanar; <strong>la</strong> bai<strong>la</strong>rina, porque le<br />

daba un sabor especial al negocio; Rubí <strong>para</strong> que se encargara del mantenimiento<br />

y el orden del local y yo, quien por ser hijo de mi madre,<br />

ocupé el puesto del nieto que <strong>la</strong> madama nunca tuvo. Por eso, siempre<br />

estuve arropado por su afecto y consideración. Además, de haberme<br />

convertido en una gran ayuda de mi progenitora.<br />

«Mis re<strong>la</strong>ciones con Isadora durante mucho tiempo fueron normales,<br />

notaba que tenía atenciones muy especiales hacia mí, pero no lo<br />

consideraba nada excepcional por tratarse de mi hermano, por tal razón<br />

nunca me molestaron. Solía <strong>contar</strong>me con detalles, con <strong>la</strong>s discreciones<br />

normales de estos casos, <strong>la</strong> amistad y los nexos con los clientes, de los<br />

amores escondidos con alguno de ellos, que aunque casados y con hijos,<br />

encontraban en él algo diferente a <strong>la</strong>s re<strong>la</strong>ciones que tenían con sus<br />

esposas. Yo no lo juzgaba, ni criticaba su comportamiento, sólo le<br />

recordaba <strong>la</strong> reg<strong>la</strong> de <strong>la</strong> madama: “No mezcles el amor, el p<strong>la</strong>cer y el trabajo,<br />

es un cóctel explosivo”.<br />

«Los estragos del tiempo son como los designios de Dios, ineluctables.<br />

La dueña del negocio, como todos los que habitamos debajo de


<strong>la</strong> bóveda celeste, comenzó a finalizar su ciclo de vida. Su luz y su alegría<br />

se fueron apagando. Como el<strong>la</strong> no tenía descendientes, ni se le<br />

conocía familia, todo apuntaba a que el negocio pasaría como una<br />

herencia a mi madre, quien desde hacía tiempo actuaba como su asistente.<br />

Pienso, que <strong>la</strong> gran <strong>la</strong>bor que realizó <strong>la</strong> dueña del negocio en este<br />

lugar, contribuyó a que su retiro del mundo terrenal se hiciera de una<br />

manera digna y silenciosa. Una mañana, cuando Isadora fue a llevarle el<br />

desayuno, tal como lo venía haciendo desde hacía mucho tiempo,<br />

encontró a <strong>la</strong> madama dormida en su sueño eterno. Dios, los ángeles o<br />

a quien se ocupe de ello, debió darle cabida en el cielo a su alma bondadosa.<br />

Isadora se desgarró en un grito que salió de <strong>la</strong> profundidad de su<br />

sentimiento:<br />

«—¡La madama ha muerto! —todas <strong>la</strong>s meretrices se despertaron y<br />

acudieron al cuarto de <strong>la</strong> recién fallecida, rodearon su cama. Sólo se<br />

escuchó un único acompasado l<strong>la</strong>nto de los seres queridos, quienes<br />

acompañaron el alma de <strong>la</strong> madama al sitio de su descanso eterno. Se<br />

hizo un entierro digno de una gran dama. Asistieron todas <strong>la</strong>s putas<br />

activas y jubi<strong>la</strong>das, quienes habían recibido los sabios consejos y favores<br />

de <strong>la</strong> hoy finada. Antes de llevar<strong>la</strong> al cementerio, Isadora se enga<strong>la</strong>nó<br />

con su mejor traje de bai<strong>la</strong>rín, se puso sus zapatil<strong>la</strong>s de ballet y bailó a su<br />

nombre La muerte del Cisne. El camino hacia el campo santo se hizo<br />

acompañado con música y aguardiente, rodeada con el mismo ambiente<br />

festivo al que estuvo ligada toda su vida.<br />

«Así viví y se desarrolló <strong>la</strong> primera parte de mi vida en El Paralelo.<br />

«Cuando en <strong>la</strong>s monarquías fallece un rey o una reina, los súbditos<br />

en un principio gritan, con suma tristeza, “¡La reina ha muerto!” y<br />

luego, elegida <strong>la</strong> nueva majestad, se escucha el c<strong>la</strong>mor, <strong>la</strong> euforia de los<br />

vasallos: “¡Viva <strong>la</strong> reina!” Igual ocurrió en el negocio, <strong>la</strong> nueva autoridad<br />

real, es decir, <strong>la</strong> nueva madama, era mi madre, y yo, por consiguiente,<br />

me convertí en el cabrón de todas <strong>la</strong>s meretrices de El Paralelo. La<br />

antigua dueña del negocio testó, en un documento notariado y registrado,<br />

a favor de mi progenitora. Así, mi madre se convirtió en <strong>la</strong> única<br />

propietaria del burdel, con el beneplácito de todas <strong>la</strong>s prostitutas del<br />

local, quienes desde hacía tiempo estaban acostumbradas a que el ser<br />

que me alumbró dirigiera el lupanar. Mi madre dec<strong>la</strong>ró una semana de<br />

duelo en El Paralelo; al domingo siguiente, finalizado el luto, <strong>la</strong> función<br />

debía de continuar, como suele ocurrir en el teatro y en el circo.<br />

JOMUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


«Como <strong>la</strong> nueva dueña y empleadas tenían que comer, se abrió<br />

nuevamente El Paralelo. A eso de <strong>la</strong>s seis de <strong>la</strong> tarde se escuchó el grito<br />

conocido por todos ¡Isadora enciende <strong>la</strong>s candilejas! La novel administración<br />

le dio otra visión a El Paralelo. Mi madre tenía un criterio<br />

empresarial diferente. Procedió a hacerle algunas transformaciones al<br />

lupanar: lo afilió a todas <strong>la</strong>s tarjetas de créditos, instaló una línea directa<br />

telefónica con los bancos más importantes del país <strong>para</strong> <strong>la</strong> conformación<br />

de cheques, ordenó que en el bar se sirviera sólo bebidas alcohólicas<br />

importadas. Además, se cambiaron <strong>la</strong>s candilejas, también, los<br />

muebles del salón principal y los de <strong>la</strong>s alcobas, algo churriguerescos<br />

según mi gusto. Pero <strong>la</strong> opinión de Isadora, quien <strong>para</strong> mi madre tenía<br />

mucha importancia, fue <strong>la</strong> que prevaleció en <strong>la</strong> decoración del local.<br />

Los estilos Luis XV y el Imperio fueron los predominantes, en materia<br />

de mobiliario. En fin, nuevos oropeles, pero al final, El Paralelo siguió<br />

siendo un burdel de carretera.<br />

«En los lupanares pasa siempre lo mismo durante <strong>la</strong>s noches:<br />

música, alcohol, humo de cigarro, alguno que otro pleito y mucha testosterona.<br />

Durante el día, al burdel lo envuelve una especie de vaho,<br />

algo así como un vapor de flojera que arropa a cada uno de sus moradores.<br />

Quizás el dormir de día, el trabajar y disfrutar de noche como <strong>la</strong>s<br />

lechuzas, nos mantenía alterado nuestro reloj biológico, como se dice<br />

ahora: el biorritmo se mantenía perturbado.<br />

«Con el tiempo, mi madre se fue retirando del ejercicio profesional,<br />

sólo atendía a un cliente fijo, alguien muy especial, quien les proporcionaban<br />

buenas ganancias. En verdad, su figura todavía no había perdido<br />

<strong>la</strong> sensualidad y atractivo de los primeros años. Se preguntarán de mi<br />

actitud frente a el<strong>la</strong> y su trabajo; en realidad no me molestaba, ni me<br />

daba celos de ningún tipo. Había nacido, crecido, vivido y trabajado en<br />

El Paralelo. El lupanar era mi vida, por eso, todo lo que ocurría a mi<br />

alrededor eran cosas normales del trabajo; el mismo que desempeñaba<br />

<strong>la</strong>s meretrices y mi progenitora. Era parte del ejercicio de su profesión.<br />

Unas mujeres trabajan con <strong>la</strong>s manos, otras con su cerebro; mi madre y<br />

sus compañeras con el cuerpo. El<strong>la</strong>s proporcionaban un servicio que los<br />

hombres necesitaban, al igual que el médico, el psicólogo, el sacerdote o<br />

cualquiera otra profesión. Las putas entregan parte de su cuerpo, a<br />

cambio del bienestar psíquico y sexual de los hombres. Por algo era un<br />

oficio tan antiguo como <strong>la</strong> humanidad misma; había perdurado por<br />

JOMVJ<br />

Candilejas en El Paralelo


muchos siglos, por encima de todos los avatares que habían arrasado<br />

parte de <strong>la</strong> existencia de muchas personas.<br />

«Las cosas en El Paralelo continuaron como antes. Mi madre<br />

tomó <strong>para</strong> sí <strong>la</strong> reg<strong>la</strong>, que sin redactarse en un papel se cumplía sin discusión<br />

en el negocio: “El p<strong>la</strong>cer, el amor y el trabajo no se deben mezc<strong>la</strong>r”.<br />

Lo repetía muchas veces a <strong>la</strong>s meretrices; machacaba el tema,<br />

sobre todo a mí, el nuevo administrador. Cargo al cual fui ascendido<br />

<strong>para</strong> que <strong>la</strong> dueña se ocu<strong>para</strong> de otras cosas, tales como del ambiente del<br />

local, <strong>la</strong>s bebidas, del vestuario de <strong>la</strong>s meretrices, de <strong>la</strong> música, etc. A<br />

eso de <strong>la</strong>s seis de <strong>la</strong> tarde el<strong>la</strong> gritaba:<br />

«—¡Isadora, enciende <strong>la</strong>s candilejas!<br />

«Ya lo hacía como cumpliendo un ritual, puesto que él sabía que<br />

eso era parte de sus obligaciones. Al momento se encendía <strong>la</strong> roco<strong>la</strong> y<br />

con <strong>la</strong> música comenzaba el fragor del burdel, anunciando a sus clientes<br />

que El Paralelo abría sus puertas <strong>para</strong> darle atención a los que buscaban<br />

el p<strong>la</strong>cer, <strong>la</strong> paz y el sosiego que en sus hogares no encontraban.<br />

Todo marchó a <strong>la</strong> perfección hasta que llegó Pigalle.<br />

«Pigalle, que así <strong>la</strong> bautizamos, era una meretriz francesa procedente<br />

de Europa, vino a <strong>para</strong>r a este lugar por alguna razón que nunca<br />

se supo. Mi madre, tal como acostumbraba <strong>la</strong> otra madama, lo único<br />

que exigía era que tuviese los papeles en reg<strong>la</strong> y su certificado de salud;<br />

tenía por ley no preguntar los motivos o <strong>la</strong>s razones del ejercicio profesional.<br />

Sólo <strong>la</strong>s miraba con su ojo clínico, vestidas con ropa interior,<br />

luego conversaba un poco con el<strong>la</strong>s; en el caso de aprobar el breve<br />

examen, quedaban contratadas en El Paralelo. De esta manera, <strong>la</strong> francesa<br />

pasó a formar parte de <strong>la</strong>s cortesanas del lupanar.<br />

«La francesita era una mujer de una belleza muy especial. Tenía<br />

más de treinta años, pero no tan cerca de <strong>la</strong> cota de los cuarenta, con<br />

una presencia y personalidad poco conocida por estos lugares. De una<br />

albura de piel que casi oscurecía <strong>la</strong>s candilejas del negocio. Sumamente<br />

alta, destacaba por su tamaño entre todas <strong>la</strong>s mujeres. Afirmaba que su<br />

padre era nórdico y su madre de Estonia. Tenía una gran guedeja negra<br />

azabache que provenían de una linda cara, <strong>la</strong> cual hermoseaba <strong>la</strong> caía<br />

sobre sus hombros. Ésta, contrastaba con un par de ojos azules de<br />

donde parecía salir un fluido eléctrico que penetraba el alma <strong>para</strong><br />

seducir y cautivar su interlocutor. Cuando sonreía, se asomaban detrás<br />

de sus <strong>la</strong>bios voluptuosos unos hermosos dientes nacarados. Era evidente,<br />

su cuerpo estaba en armonía con <strong>la</strong> cara que <strong>la</strong> sostenía. Poseía<br />

JONMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


una figura escultural, simi<strong>la</strong>r a <strong>la</strong>s tal<strong>la</strong>s de <strong>la</strong>s diosas helénicas que resguardan<br />

los templos sagrados, éstas <strong>la</strong>s había visto en los libros de historia<br />

universal de mi madre. Siempre me pregunté por mucho tiempo:<br />

“¿Qué vino hacer esta mujer a un burdel de carretera? ¿Qué decepción<br />

<strong>la</strong> trajo por estos <strong>para</strong>jes?” Creo que ni Dios, con toda su omnisciencia,<br />

tiene respuesta a muchas de <strong>la</strong>s interrogantes que alguno de los<br />

humanos le formulemos.<br />

«Así se presentó Pigalle <strong>para</strong> darle una nueva vida a El Paralelo.<br />

Cuando reflexiono sobre todo lo que me ocurrió, pienso que <strong>la</strong> francesita<br />

fue un instrumento del mal, una peregrina venida del otro <strong>la</strong>do del<br />

mar, de alguna esfera superior, con <strong>la</strong> finalidad de seducirme y tentarme<br />

<strong>para</strong> violentar <strong>la</strong>s reg<strong>la</strong>s que como mandato divino regían El Paralelo.<br />

«Todo marchaba normal <strong>para</strong> los demás, menos <strong>para</strong> mí. Durante<br />

el día comencé a conversar con Pigalle, confirmándome de su rara<br />

mezc<strong>la</strong> genética. Me informó que había trabajado en París, en un sitio<br />

del que tomó su nombre “artístico”. Durante <strong>la</strong>s <strong>la</strong>rgas pláticas nos re<strong>la</strong>taría<br />

algo de su vida profesional. Fue así como con su lengua enredada,<br />

mezc<strong>la</strong> de español y francés, nos paseaba por los lugares interesantes de<br />

<strong>la</strong> Ciudad Luz. Nos comentaba sobre el Molino Rojo, del Lido, dos<br />

grandes cabarets. Nos describió <strong>la</strong> torre Eiffel y el Arco de Triunfo; nos<br />

llevó de compras por los Campos Elíseos y por los barrios más elegantes,<br />

como Saint Germain, Montmaitre y Montparnase. A Isadora,<br />

le comentó sobre los excelentes espectáculos en el Teatro de <strong>la</strong> Ópera y<br />

de los grandes bai<strong>la</strong>rines que mostraban su arte en <strong>la</strong>s diferentes sa<strong>la</strong>s de<br />

París. Su gran capacidad <strong>para</strong> describir los objetos y situaciones, nos<br />

permitió a los tres tomados de <strong>la</strong> mano, realizar un viaje virtual, comiendo<br />

y bebiendo en los mejores bistró y bares de <strong>la</strong> gran ciudad.<br />

«Durante <strong>la</strong>s <strong>la</strong>rgas conversaciones que los tres sosteníamos, <strong>la</strong><br />

observaba con detenimiento. Disfrutaba de su belleza, advertí que de <strong>la</strong><br />

profunda mirada, proveniente de sus bellos ojos azules, hurgaba en <strong>la</strong><br />

profundidad de mi ser. Tuvo <strong>la</strong> gloria de hacerme sentir como jamás lo<br />

había hecho mujer alguna. Estaba seguro que Pigalle era de otra ga<strong>la</strong>xia,<br />

enviada a <strong>la</strong> Tierra con <strong>la</strong> única finalidad de desquiciarme y de esta manera,<br />

estuve tentado a romper con el mandamiento de <strong>la</strong> madama ¿y qué<br />

puedo decir cuando <strong>la</strong> bel<strong>la</strong> francesita, con su voz melosa <strong>la</strong> escuchaba<br />

l<strong>la</strong>marme: mon chéri? En ese momento, toda su miel se regaba sobre<br />

mi cuerpo totalmente empa<strong>la</strong>gado; creo que a punto de un deliquio.<br />

JONNJ<br />

Candilejas en El Paralelo


Advertí que el imperio de <strong>la</strong> voluntad y <strong>la</strong> razón no podían contra el<br />

poder omnímodo de mis sentidos y sentimientos.<br />

«Mi madre, ya con muchos años, con más sabiduría y <strong>la</strong> experiencia<br />

que da el ejercicio de esta profesión, comenzó a notar mis atenciones<br />

hacia Pigallle. No tardó en reiterarme sobre los cuidados de<br />

cualquier vínculo sentimental con <strong>la</strong> francesita. Sus pa<strong>la</strong>bras eran <strong>la</strong>s<br />

mismas de siempre: “Acuérdate de lo peligroso del cóctel”.<br />

«En <strong>la</strong> medida que mis atenciones hacia <strong>la</strong> francesa aumentaban,<br />

sentía lo contrario hacia mí de parte de Isadora, quien me tenía acostumbrado<br />

a un trato muy especial. Se lo achaqué a los celos normales<br />

entre hermanos. Supuse que estos no eran iguales a los que sentía<br />

cuando Pigalle se metía en <strong>la</strong>s alcobas con sus clientes. Los acompañaba<br />

con mi mirada hasta <strong>la</strong> puerta del dormitorio, sentía que <strong>la</strong> sangre<br />

de mis venas hervía. En muchos casos, era sorprendente cuando advertía<br />

lágrimas corriendo por mi cara; se <strong>la</strong>s achacaba al humo del cigarro,<br />

que como una nieb<strong>la</strong> envolvía al burdel. Desconocía esta emoción,<br />

puesto que <strong>para</strong> mí <strong>la</strong>s meretrices <strong>la</strong>s consideraba como mi familia, o en<br />

último caso, eran empleadas del negocio. Comencé a experimentar un<br />

extraño sentimiento sin saber ubicar el órgano de mi cuerpo responsable<br />

de ese malestar. Se lo comenté a Isadora y observé cierto mohín<br />

de disgusto. De inmediato, rezó el mandamiento que debíamos cumplir<br />

en El Paralelo.<br />

«Mi madre, con el tiempo se fue poniendo vieja, se le había disipado<br />

su hermosura de antaño. El humo del cigarro y los trasnochos le<br />

fueron deteriorando <strong>la</strong> lozanía de <strong>la</strong> piel, que en otras épocas fue su<br />

carta de presentación. Isadora, había perdido su fragilidad y no bai<strong>la</strong>ba<br />

el Danubio Azul con <strong>la</strong> elegancia y <strong>la</strong> destreza de antes. Sus zapatil<strong>la</strong>s y<br />

sus trajes estaban raídos y decolorados; y Pigalle, cada día más hermosa,<br />

me desgarraba el corazón con sus miradas.<br />

«Muchas veces notaba que Isadora p<strong>la</strong>ticaba a so<strong>la</strong>s con Pigalle;<br />

el<strong>la</strong> mantenía <strong>la</strong> conversación mirándome con sus penetrantes ojos<br />

azules, obligándome a bajar <strong>la</strong> mirada; no sabía si era por vergüenza o<br />

<strong>para</strong> que no descubriera en mi rostro <strong>la</strong> pasión incontro<strong>la</strong>ble e indecisa.<br />

Cuando quería indagar con el bai<strong>la</strong>rín sobre el tema de <strong>la</strong> conversación<br />

sentía su desprecio y no hacía ningún comentario.<br />

«En <strong>la</strong> medida que el dios Cronos movilizaba los engranajes de <strong>la</strong><br />

máquina del tiempo, cada día que pasaba sentía mi corazón más constreñido.<br />

No encontraba pa<strong>la</strong>bras <strong>para</strong> acercarme a Pigalle; en mi mente,<br />

JONOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JONPJ<br />

Candilejas en El Paralelo<br />

como un puñal c<strong>la</strong>vado en el lugar del sentimiento, recordaba <strong>la</strong>s frases<br />

de <strong>la</strong> antigua madama y <strong>la</strong>s de mi madre, <strong>la</strong>s cuales colocaban a <strong>la</strong> francesa<br />

como un producto prohibido <strong>para</strong> mi afecto. El mandamiento era<br />

<strong>para</strong> mí como un dogma de fe, había que cumplirlo sin buscarle explicación<br />

alguna.<br />

«A Isadora, al igual que mi madre y a mí, nos estaban irrumpiendo<br />

los años sin que estos tuvieran nuestro consentimiento. Entraban y<br />

entraban nuevas edades y parecía no darnos cuenta de lo que ocurría.<br />

Con el tiempo se inauguraron nuevos burdeles, se abrieron casinos en<br />

<strong>la</strong> ciudad, y otras industrias del vicio fueron alejando del negocio los<br />

clientes de mayor poder económico. Nuestro bai<strong>la</strong>rín, empezó a ocuparse<br />

de <strong>la</strong> limpieza porque Rubí había abandonado El Paralelo y <strong>la</strong><br />

francesita, seguía incrustándose en los más profundo de mi ser. Quería<br />

limpiar mi pensamiento de su recuerdo; fue entonces cuando comprendí<br />

lo que era el amor. Sin darme cuenta, Pathos se había apoderado<br />

de mí y Mengue le había quitado unos es<strong>la</strong>bones a <strong>la</strong> escalera <strong>para</strong> precipitarme<br />

hacia el abismo.<br />

«Cierto día, mi madre se acostó con un malestar y se llevó a su<br />

lecho un desconocido que ninguna de <strong>la</strong>s meretrices hubiese querido<br />

tener como cliente. El hombre de <strong>la</strong> guadaña ocupó el <strong>la</strong>do izquierdo<br />

de <strong>la</strong> cama y a mi madre <strong>la</strong> sorprendió <strong>la</strong> muerte durante <strong>la</strong> noche. Se<br />

había ido sin decirme nada, como <strong>la</strong>s aves cuando abandonan <strong>la</strong> tierra.<br />

No se supo cuál enfermedad <strong>la</strong> afectó durante el sueño y sin avisar, <strong>la</strong><br />

parca se <strong>la</strong> llevó al mundo del cual nadie regresa. Me abandonó y no se<br />

lo perdoné porque todavía estaba ávido de sus pa<strong>la</strong>bras, de sus sabios<br />

consejos, quería tener su fortaleza porque me sentía débil ante lo que<br />

me esperaba. Pero si existe un hado que debió acompañarme durante<br />

toda mi vida, en él no estaba escrita <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra felicidad. Era imposible<br />

luchar contra los designios del Ser que había creado el mundo. A veces<br />

me consideraba un animal, porque estaba seguro que el destino es cosa<br />

de los hombres, y yo, me consideraba que era un hombre sin futuro.<br />

«El velorio, fue como tenía que ser. Tal como lo había hecho con <strong>la</strong><br />

otra madama, Isadora bailó con mucho sentimiento La bel<strong>la</strong> durmiente,<br />

arrancándoles a <strong>la</strong>s meretrices lágrimas de pesar y hasta el mismo<br />

Jesucristo, colocado sobre el catafalco, mostró una cara de tristeza. Lloré<br />

durante todo el día acompañado de <strong>la</strong>s meretrices de El Paralelo, de<br />

Pigalle quien me acompañó durante <strong>la</strong>s horas de dolor, y a Isadora lo<br />

percibí un poco alejado. Lo observé en un rincón apartado del lupanar,


experimentando su propia desgracia. Por una semana permaneció cerrado<br />

El Paralelo dado el luto que nos embargaba.<br />

«“¡Ha muerto <strong>la</strong> reina!” “¡Viva el rey!” En realidad, no era en un rey<br />

en lo que me había convertido, era el dueño, amo y señor, mejor dicho,<br />

el gran cabrón de El Paralelo. Por lo tanto, quise que todo continuara<br />

igual como lo había dejado mi madre. Pero aunque lo intentara, sentía<br />

que faltaba su mano prodigiosa, <strong>la</strong> mano que le daba un toque mágico al<br />

burdel. Sabía que <strong>la</strong>s cosas no serían iguales.<br />

«Me alejé de Pigalle durante un tiempo, debido a <strong>la</strong> ausencia de mi<br />

madre; mi efervescencia por <strong>la</strong> francesa permaneció en reposo. Pero al<br />

igual que el sol, que a <strong>la</strong> hora del crepúsculo se oculta con <strong>la</strong> seguridad<br />

de que en <strong>la</strong> mañana habrá un nuevo amanecer, así apareció de nuevo <strong>la</strong><br />

gran pasión hacia <strong>la</strong> mujer prohibida <strong>para</strong> mí.<br />

«Las conversaciones de <strong>la</strong> francesita con Isadora continuaron durante<br />

mucho tiempo, mientras persistían <strong>la</strong>s miradas eléctricas que me<br />

<strong>para</strong>lizaban. También podía asegurar, con tristeza, que <strong>la</strong>s atenciones<br />

del bai<strong>la</strong>rín hacia mí estaban en su punto muerto. No comprendía nada<br />

de lo que estaba pasando. Yo consideraba a <strong>la</strong>s mujeres como un negocio,<br />

y en el amor, era como una novicia, cuyo único sentimiento es hacia<br />

Cristo. Cuando estaba frente a Pigalle, podía sentirme como un recién<br />

tonsurado cuando observa <strong>la</strong> portada de una revista pornográfica. Algunas<br />

meretrices, que como en todo burdel corren los chismes, afirmaban<br />

que el bai<strong>la</strong>rín y <strong>la</strong> francesa estaban enamorados de mí. Pero, parece ser,<br />

que los ojos de los humanos sólo miran lo que ellos quieren ver, y yo, en<br />

verdad, no percibía lo que estaba ocurriendo a mi alrededor.<br />

«Tuve <strong>la</strong> intención de hab<strong>la</strong>rle a Pigalle de una posible re<strong>la</strong>ción.<br />

Además, como yo era el amo y señor de El Paralelo podía nombrar<strong>la</strong><br />

nueva madama. Pero tal como si fuese una orden divina, recordaba <strong>la</strong><br />

reg<strong>la</strong> de <strong>la</strong> primera patrona y <strong>la</strong>s de mi madre, como si estuviese escrito<br />

un onceavo mandamiento en <strong>la</strong>s tab<strong>la</strong>s de Moisés:<br />

«—No mezcléis el amor, el p<strong>la</strong>cer y el trabajo.<br />

«Estas pa<strong>la</strong>bras me enfermaron durante toda mi vida y fueron <strong>la</strong><br />

causa de mi infelicidad. Al acostarme y al levantarme persistía <strong>la</strong> obsesión<br />

por esa mujer, sus ojos azules, sus dientes nacarados, su cabellera<br />

negra, su tez impecablemente b<strong>la</strong>nca y su hermosa figura aca<strong>para</strong>ban<br />

mis pensamientos. Toda el<strong>la</strong>, junto con todos sus atributos, pasó a ser<br />

parte de mi vida. Sabía que era un sentimiento, pero no lograba darle<br />

JONQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


una ubicación en alguna parte de mi cuerpo. En <strong>la</strong>s mañanas, antes de<br />

irme a <strong>la</strong> cama algunas preguntas me quitaban el sueño:<br />

«—¿Por qué no soy dueño de mi destino, si es que lo tengo? ¿Por<br />

qué es difícil descubrir el camino más conveniente sin temor a equivocarme?<br />

«Pero no lograba respuesta alguna. Dios o <strong>la</strong> naturaleza, nos ofrecen<br />

varias vías y por lo general escogemos <strong>la</strong> menos adecuada. Pareciera, que<br />

<strong>la</strong> fruta que más nos gusta es <strong>la</strong> que está en <strong>la</strong> rama más alta, <strong>la</strong> que nos<br />

cuesta agarrar y por lo general, cuando lleguemos a el<strong>la</strong> nos caeremos del<br />

árbol. No quería equivocarme, sabía, por los consejos adquiridos, que mi<br />

re<strong>la</strong>ción con Pigalle era imposible porque el<strong>la</strong> era parte del negocio y<br />

constantemente Isadora reforzaba <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de <strong>la</strong>s difuntas.<br />

«Cierta noche cerramos el burdel <strong>para</strong> celebrar el cumpleaños de<br />

Pigalle, quien con más edad, mantenía su belleza y su esbeltez. No se<br />

permitió a nadie que no fuera empleado asistir a <strong>la</strong> fiesta. La homenajeada<br />

apareció más imponente que nunca. Vestía un traje b<strong>la</strong>nco ceñido<br />

al cuerpo que contrastaba con el negro de su cabellera y el bermellón de<br />

sus bellos <strong>la</strong>bios, todo en perfecta armonía con el azul eléctrico de sus<br />

ojos. Isadora había comprado una bel<strong>la</strong> lencería <strong>para</strong> darle una función<br />

de ga<strong>la</strong> a <strong>la</strong> francesita.<br />

«El agasajo se desarrolló a <strong>la</strong> perfección, puesto que lo organizó<br />

Isadora como cronometrado por un reloj. Todo fue alegría, bebidas,<br />

comidas, mucho sentimiento y afecto de mi parte. El bai<strong>la</strong>rín nos asombró<br />

nuevamente, pudimos deleitarnos con una parte del ballet Giselle.<br />

Pigalle, quedó sorprendida ante <strong>la</strong> magnificencia de <strong>la</strong> interpretación;<br />

noté cómo sus ojos bai<strong>la</strong>ban al compás de <strong>la</strong> música y de los movimientos<br />

de Isadora. Después todo, el agasajo fue un sibarítico culto a<br />

Baco: comida, alcohol, humo y risas. Al final de <strong>la</strong> fiesta, noté con preocupación<br />

que el bai<strong>la</strong>rín se había retirado más temprano de lo común,<br />

luego de sostener una breve discusión con <strong>la</strong> francesita. Antes de que se<br />

dirigieran a sus alcobas, sentí <strong>la</strong> mirada penetrante de Pigalle y <strong>la</strong> indiferencia<br />

de Isadora. El alba y el crepúsculo se mezc<strong>la</strong>ron a <strong>la</strong> hora de levantarme<br />

y me sorprendió con una gran duda en mi alma.<br />

«Me levanté tarde por <strong>la</strong> resaca, casi a <strong>la</strong> hora de abrir el negocio;<br />

como era <strong>la</strong> costumbre de hacía muchos años, grité con voz sonora:<br />

«—¡Isadora, enciende <strong>la</strong>s candilejas! —volví a gritar hasta que<br />

me reventé y no apareció el bai<strong>la</strong>rín. Fue entonces cuando una de <strong>la</strong>s<br />

JONRJ<br />

Candilejas en El Paralelo


meretrices me informó que Isadora y Pigalle se habían ido con sus maletas<br />

sin despedirse de nadie.<br />

«El Paralelo no volvió a ser lo que había sido, creo que lo abandoné.<br />

Pienso que fue por despecho, por rabia o por algún sentimiento<br />

escondido que no pude identificar. A partir de <strong>la</strong> deserción de mis seres<br />

queridos el negocio empezó a decaer y <strong>la</strong> bebida fue mi fiel compañera;<br />

<strong>la</strong> sombra de <strong>la</strong> debacle comenzó a quitarle el brillo a El Paralelo con <strong>la</strong><br />

creación de otros burdeles en <strong>la</strong> carretera <strong>la</strong>s meretrices abandonaron<br />

El Paralelo. Había comenzado el principio del fin.<br />

«Me había abandonado <strong>la</strong> francesita, <strong>la</strong> luz de mi vida que alumbró<br />

<strong>la</strong> senda del amor. Necesitaba sus pa<strong>la</strong>bras almibaradas, sus miradas de<br />

azul eléctrico que me habían robado el aliento. Simplemente necesitaba<br />

esa mujer. También se había ido Isadora, el alma de El Paralelo.<br />

Mi ánimo y me espíritu estaban resecos como una pasa.<br />

«En cuanto al negocio, como lo referí anteriormente, estaba en su<br />

peor momento. Me vi acosado por los acreedores, puesto que no podía<br />

honrar mis créditos. Los servicios de agua y luz los cortaron. Las candilejas<br />

de El Paralelo se apagaron <strong>para</strong> siempre y <strong>para</strong> el colmo tengo una<br />

amenaza de embargo.<br />

«Lo que más me molesta de todo esto, es que tengo cincuenta años<br />

y nunca tuve una re<strong>la</strong>ción sexual con una mujer; a todas <strong>la</strong>s miré como<br />

material de trabajo. Tengo el temor y <strong>la</strong> vergüenza de morir célibe. Es<br />

que <strong>la</strong>s reg<strong>la</strong>s que pasaron de <strong>la</strong> vieja madama a mi madre y de el<strong>la</strong> a mí,<br />

había que cumplir<strong>la</strong> como un mandato divino. Dos generaciones legis<strong>la</strong>tivas<br />

se incrustaron en mi piel, en mi carne, en mi cerebro y ello fue el<br />

motivo de mi infelicidad. El día que apagué por última vez <strong>la</strong>s candilejas<br />

renegué de mi genética, de mi patrimonio cultural y religioso;<br />

todos estos contribuyeron a que Pigalle, Isadora y yo no lográramos<br />

entendernos sino más bien a se<strong>para</strong>rnos.”<br />

Aquí finaliza lo escrito en el documento. No sé si se perdieron, o se<br />

extrapape<strong>la</strong>ron otras páginas en el desorden del embargo. Entre los<br />

papeles, también encontré unas descoloridas postales provenientes de<br />

París sin remitente y sin una so<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra escrita. Nada pude saber sobre<br />

el fin de Arsubanipal, ni de <strong>la</strong>s otras personas del re<strong>la</strong>to, pero algo aprendí<br />

de <strong>la</strong> lectura del documento.<br />

Existen otros mundos <strong>para</strong>lelos al que resido, casi de otras dimensiones,<br />

en los que <strong>la</strong>s leyes, principios y reg<strong>la</strong>s morales son diferentes al<br />

mío pero sus moradores aman, odian, sufren y lloran; tienen los mismos<br />

JONSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


pesares y alegrías simi<strong>la</strong>res al mundo donde vivo. Después de <strong>la</strong> lectura,<br />

juré que más nunca emitiría juicio u opinión sobre ninguna persona; el<br />

mejor tribunal es el de <strong>la</strong> conciencia. Fue cuando entonces me dieron<br />

lástima los jueces, porque muchas veces se equivocarán sin saberlo.<br />

JONTJ<br />

Candilejas en El Paralelo<br />

ã~êòç OMMN


El iluminado de San Sebastián<br />

Chas, chas, chas... Juan arrastraba el pesado fardo, chas, chas,<br />

chas... A medida que subía <strong>la</strong> colina, el saco parecía más pesado, como si<br />

estuviera arrastrando todos los males que había acumu<strong>la</strong>do durante sus<br />

cortos veinte años de vida. De vez en cuando, se <strong>para</strong>ba a descansar y su<br />

mirada <strong>la</strong> dirigía hacia <strong>la</strong> bahía en <strong>la</strong> que permanecían los barcos y <strong>la</strong>s<br />

<strong>la</strong>nchas de pescadores, escuchando el monótono vaivén de <strong>la</strong>s o<strong>la</strong>s, el<br />

único ruido que permanecía sin alteración frente al rancho que habitaba<br />

desde niño.<br />

Las o<strong>la</strong>s iban y venían, como un ritornelo, trayendo añejos recuerdos<br />

de su infancia.<br />

—Vamos Juan, apúrate, arrastra el saco con fuerza que nos va a<br />

coger <strong>la</strong> c<strong>la</strong>ridá y no quiero que nos vean es esto —gritábale de esta manera<br />

María del Valle a su hijo.<br />

María del Valle, sacudió el hombro de su hijo <strong>para</strong> sacarlo del letargo<br />

en que permanecía envuelto, contemplándose <strong>la</strong> palma de <strong>la</strong> mano<br />

y perdiendo su mirada en <strong>la</strong> bahía. De inmediato, su madre trató de convencerlo:<br />

—Mira, Juan, yo no sé si lo que estamos haciendo es obra de Dios<br />

o del diablo, pero aquí en mi de<strong>la</strong>ntal traigo <strong>la</strong> solución de mi vida, <strong>la</strong><br />

ONV


tuya y <strong>la</strong> de tus cuatro hermanos —María del Valle, con sus manos<br />

dentro del de<strong>la</strong>ntal tocaba <strong>la</strong>s frías monedas de oro que sonaban como<br />

música celestial. Con <strong>la</strong> mirada dirigida hacia el cielo recordaba <strong>la</strong><br />

sesión espiritista a <strong>la</strong> que había asistido con su hijo en <strong>la</strong> casa de don<br />

Cristancho “el iluminado de San Sebastián”.<br />

—No seas pendeja, María del Valle, no tengas miedo, dame esa<br />

botel<strong>la</strong> de aguardiente e invoquemos a los espíritus. Hoy presiento que<br />

voy a posesionarme del alma de don Tomás —así le habló aquel<strong>la</strong> noche<br />

don Cristancho y en tres sorbos desapareció, en <strong>la</strong> prominente<br />

barriga del iluminado, el apetecido líquido contenido en <strong>la</strong> botel<strong>la</strong>.<br />

En <strong>la</strong> colina, María del Valle recordaba aquel<strong>la</strong> noche como si le<br />

mostraran una pelícu<strong>la</strong> de aquel momento inolvidable.<br />

Su hijo Juan, asustado, con los ojos totalmente abiertos, como si<br />

viese bajar al mismo diablo <strong>para</strong> llevárselo al infierno, permanecía estático<br />

de asombro. El muchacho, tembló al mirar a don Cristancho tomarse<br />

el aguardiente en tres sorbos. De inmediato, lo vio <strong>para</strong>lizarse<br />

como una estatua, como si el iluminado estuviese recibiendo órdenes<br />

provenientes del más allá, del otro <strong>la</strong>do del mundo, del lugar de donde<br />

nadie regresa. Madre e hijo se miraron, el<strong>la</strong>, así lo recordaba y con una<br />

mueca, mezc<strong>la</strong> de dolor y asombro, observaron cuando don Cristancho<br />

cayó al suelo poseso de un espíritu.<br />

—María del Valle —gritó don Cristancho, con voz de poseído,<br />

con una voz que no era <strong>la</strong> del iluminado, con un tono desgarrador que<br />

daba un vigor implorante a <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra. La madre recordó <strong>la</strong> expresión de<br />

terror de Juan, en el mismo momento en que se le mojaron los pantalones,<br />

preso de miedo no pudo esconder su horror hacia lo desconocido.<br />

Lo único que se le ocurrió a <strong>la</strong> mujer fue quitarse un crucifijo que<br />

le colgaba de su cuello y se lo entregó a su hijo, pensaba que con esto le<br />

alejaba el miedo que le brotaba por los ojos.<br />

María del Valle, mujer curtida, no por sus treinta y cinco años, ya<br />

que su figura mostraba los vestigios de una mujer hermosa, sino por los<br />

duros trabajos que había realizado y además, por <strong>la</strong>s desagradables<br />

experiencias pasadas, se armó de gran valor. Le contestó al espíritu, que<br />

usaba el cuerpo del iluminado:<br />

—¿Quién eres tú? ¿Qué quieres de mí? ¿Para qué me buscas? —y<br />

de inmediato se acercó al hijo <strong>para</strong> abrazarlo, no como una muestra de<br />

amor maternal, sino que de esta manera trataba de evitar que su hijo<br />

siguiera temb<strong>la</strong>ndo de miedo.<br />

JOOMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


La voz continuó de manera firme pero implorante:<br />

—Estoy en pena, mi alma deambu<strong>la</strong> sin rumbo y te necesito <strong>para</strong><br />

que me saque de este infierno.<br />

María del Valle, trajo a su memoria que esa era <strong>la</strong> voz de don Tomás,<br />

el amante canario de su abue<strong>la</strong>, quien, cuando el<strong>la</strong> era pequeña <strong>la</strong> sentaba<br />

en sus piernas y <strong>la</strong> manoseaba, <strong>para</strong> p<strong>la</strong>cer de ambos. Recuerda, que<br />

el<strong>la</strong>, aunque muy joven, ya había comenzado a sentir los goces de una<br />

mujer adulta.<br />

—Diga don Tomás, aquí estoy <strong>para</strong> servirle, pero a cambio de ello<br />

tendrá que decirme dónde están <strong>la</strong>s cincuenta y seis morocotas que le<br />

robó a mi abue<strong>la</strong>.<br />

El cuerpo del iluminado era un mar de contorsiones, el montón de<br />

carne de aquel hombre se movía como un cochino grande luego que le<br />

dan el palo de gracia.<br />

Juan seguía asustado, sólo el abrazo de su madre lo podía mantener<br />

de pie y con el sudor chorreándole por <strong>la</strong> frente, le susurró al oído:<br />

—Maíta, me cagué.<br />

María le hizo caso omiso de <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de Juan y armándose de<br />

valor se mantenía atenta a <strong>la</strong>s frases que profería el iluminado.<br />

—María del Valle te entrego <strong>la</strong>s cincuenta y seis morocotas, a cambio<br />

de que me reces todas <strong>la</strong>s noches y me des el alma de un bautizado.<br />

Ante tal pedimento, <strong>la</strong> mujer no se inmutó. Por su mente cruzaron<br />

todos los pob<strong>la</strong>dores del caserío donde residía, desde el momento en<br />

que <strong>la</strong> comadrona le hizo ver <strong>la</strong> luz por primera vez. Pensó en los cinco<br />

ex maridos, padres de sus cinco hijos, <strong>para</strong> buscar el alma del bautizado,<br />

le vino a su memoria Aminta, <strong>la</strong> loquita del pueblo, quien no tenía<br />

dolientes. Su memoria le trajo el sagrado sacramento que el<strong>la</strong> había<br />

recibido, apadrinada por don Tomás, dizque <strong>para</strong> sacarle “el mandinga”<br />

que tenía <strong>la</strong> pobre por dentro. Recordó el “mal de ojo” que le<br />

había puesto María Vicenta a Juan, cuando él apenas tenía cinco años y<br />

lo enfermó con una diarrea casi durante un mes. A su mente vinieron<br />

todas <strong>la</strong>s personas que le habían hecho daño, entre el<strong>la</strong>s, el chino<br />

Andrés, el marido de su hermana mayor, quien <strong>la</strong> había deshonrado<br />

con el dedo, cuando el<strong>la</strong> apenas tenía diez años. Todos ellos le vinieron<br />

a <strong>la</strong> memoria, pero tuvo el temor de entregar el alma de alguno de ellos<br />

a cambio del descanso en paz de don Tomás y de <strong>la</strong>s cincuenta y seis<br />

morocotas.<br />

JOONJ<br />

El iluminado de San Sebastián


Mientras María del Valle pensaba en todo esto, Juan casi se moría<br />

de miedo, empezó a vomitar debido a los hedores que él mismo exha<strong>la</strong>ba<br />

de un cuerpo tembloroso; el muchacho se mantenía como c<strong>la</strong>vado<br />

en el mismo lugar. Su mano le sangraba de apretar con reciedumbre el<br />

crucifijo que tenía en una de el<strong>la</strong>s.<br />

El poseso, seguía contorneándose y su piel cambiaba de colores<br />

como el camaleón, pasaba del tono rojo al verde y después adquirió el<br />

color grisáceo, el color de los muertos cuando no tienen a nadie que los<br />

llore. De inmediato, se escuchó una voz que parecía que venía de<br />

ultratumba:<br />

—María del Valle, <strong>la</strong>s cincuenta y seis morocotas son tuyas, están<br />

enterradas al pie de <strong>la</strong> mata de mango que está en <strong>la</strong> casa de Rosa María,<br />

mi última mujer. Recuerda que debes ahora cumplir y me entregarás el<br />

alma del bautizado, en caso contrario traeré a mi <strong>la</strong>do uno de tus hijos.<br />

A María del Valle, quien había recostado a Juan en el catre de don<br />

Cristancho, le retumbaron en sus oídos <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras del poseso; éstas <strong>la</strong>s<br />

tomó casi como una sentencia. El hombre, parecía agotado por el esfuerzo<br />

de venir del mundo de los espíritus al mundo terrenal. La mujer<br />

observó <strong>la</strong> cara gris del iluminado, que en medio de <strong>la</strong> borrachera y <strong>la</strong><br />

posesión parecía más muerto que vivo; de pronto le vino una gran idea.<br />

En tono solemne y decidido le dijo a don Tomás:<br />

—Tienes ya el cuerpo, te regalo su alma a cambio de <strong>la</strong>s morocotas.<br />

Cuando María del Valle culminó sus pa<strong>la</strong>bras, don Cristancho<br />

abrió los ojos impregnados de terror y con un dolor muy grande trató de<br />

levantar los brazos, pero no pudo; procuró <strong>para</strong>rse y notó que ninguna<br />

de <strong>la</strong>s extremidades le respondía. Intentó oír, pero no escuchó, pretendió<br />

ver pero no veía y fue en ese momento que comprendió que<br />

estaba muerto.<br />

A don Cristancho, en los estertores de <strong>la</strong> muerte sólo se le escuchó<br />

gritar, antes de morir, entre sollozos y maldiciones:<br />

—María del Valle, puta, coño de tu madre.<br />

Chas, chas, chas...<br />

—Ya llegamos —dijo María del Valle— échale tierra y recemos los<br />

dos por el alma de don Cristancho y <strong>la</strong> de don Tomás.<br />

Ya, bajando por <strong>la</strong> colina, de regreso a su rancho y contando <strong>la</strong>s<br />

monedas de oro dentro de su de<strong>la</strong>ntal, se detuvo un momento y mirando<br />

hacia <strong>la</strong> bahía, observando su mar, parecía <strong>contar</strong>le sus secretos, luego se<br />

escuchó un susurro:<br />

JOOOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


—Qué vaina don Cristancho, tenías que morir <strong>para</strong> que yo viviera.<br />

Detrás de el<strong>la</strong> venía Juan, solo, escuchaba un sonido, el ritornelo<br />

del ir y venir de <strong>la</strong>s o<strong>la</strong>s. Fijaba sus ojos en <strong>la</strong> mano, contemp<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong><br />

marca de <strong>la</strong> cruz que le había quedado en su palma.<br />

JOOPJ<br />

El iluminado de San Sebastián


Un cuento posmo<br />

Voy a comenzar este re<strong>la</strong>to como se inician algunos programas que<br />

he visto en <strong>la</strong> televisión: esta historia es verdadera, los nombres de los<br />

personajes que intervienen fueron cambiados <strong>para</strong> proteger a los inocentes.<br />

Lugar: un sitio del p<strong>la</strong>neta Tierra. Fecha: finales del siglo veinte.<br />

Personajes: mi hermano y yo —los únicos inocentes— quienes <strong>para</strong> los<br />

efectos de este re<strong>la</strong>to los identificaré al primero ojitos verdiazul y al<br />

segundo ojitos negroamarillos. Ambos coleccionistas empedernidos de<br />

jeringas o inyectadoras o hipodérmicas. Los otros personajes son: <strong>la</strong> que<br />

l<strong>la</strong>maré madre y su esposo, a este último me referiré como el japonés.<br />

Como <strong>la</strong> historia es verdadera, debo comenzar que los protagonistas:<br />

ojitos verdiazul y ojitos negroamarillo deben tener una madre y<br />

un padre, como todos los seres normales montados en este inmenso<br />

globo. Trataré de lograr una breve descripción de mi progenitora. El<strong>la</strong>,<br />

una secretaria bilingüe de una empresa transnacional japonesa, establecida<br />

en un país tercermundista —dicho de otra manera, un país tropical—.<br />

Como todas <strong>la</strong>s mujeres de este ardiente trópico, era una morena<br />

buenamoza, conversadora, bai<strong>la</strong>dora y bebedora social. El japonés, que<br />

he denominado esposo de nuestra madre, de destacaba por un rasgo<br />

característico: era japonés, es decir, trabajaba como un loco furioso,<br />

además, los ojos oblicuos, como dos rayitas lo diferenciaba de los otros<br />

OOR


JOOSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />

hombres. Tampoco, tenía predisposición a ninguno de los vicios que<br />

caracterizan al gentilicio tercermundista, los cuales resaltaban en su<br />

esposa. Ambos, con <strong>la</strong> intención de aproximar <strong>la</strong>s dos culturas, <strong>la</strong> oriental<br />

y <strong>la</strong> tropical del nuevo mundo, decidieron casarse. Como en los<br />

cuentos de hadas, decidieron tener muchos hijos y vivir muy felices <strong>para</strong><br />

toda <strong>la</strong> vida. Todo lo anterior reza textualmente en los expedientes.<br />

Parece ser, que el intento de crear un nuevo grupo étnico —como<br />

afirmaría un sociólogo— tropicalizada-japonesa, fue imposible durante<br />

mucho tiempo, porque el japonés y mi madre, a pesar de practicar<br />

todas <strong>la</strong>s posiciones de <strong>la</strong> cópu<strong>la</strong> de unos ardiente recién casados, el<br />

fruto de ese gran amor no aparecía. Era probable que el mundo o el destino<br />

no estuvieran pre<strong>para</strong>dos <strong>para</strong> esta nueva especie humana. Pero <strong>la</strong><br />

tozudez del japonés era com<strong>para</strong>ble a <strong>la</strong> de un español; pudo más que el<br />

destino y los designios de Dios, nuestro Señor. Su perseverancia ayudó<br />

a que ambos recurrieran a los l<strong>la</strong>mados especialistas del amor: siquiatras,<br />

sexólogos, entre otros, con <strong>la</strong> finalidad de recibir orientación que<br />

permitiera darle a <strong>la</strong> humanidad tan codiciado mestizaje; en otras pa<strong>la</strong>bras,<br />

que los ayudaran en el arte de hacer bebés. Estos, los especialistas,<br />

le recomendaron pastil<strong>la</strong>s, inyecciones y <strong>la</strong>s más difíciles posiciones,<br />

simi<strong>la</strong>res a <strong>la</strong>s que aparecen en un longevo texto de <strong>la</strong> India, titu<strong>la</strong>do el<br />

Kamasutra. Fue en una de esas posturas, cuando mi madre, bajo los<br />

efectos de los efluvios etílicos, se fracturó una pierna. Así consta en los<br />

expedientes.<br />

Muchos fueron los intentos <strong>para</strong> obtener el codiciado fruto del<br />

amor, pero el destino fue imp<strong>la</strong>cable con <strong>la</strong> pareja; el japonés no logró <strong>la</strong><br />

siembra de <strong>la</strong> semil<strong>la</strong>. Los médicos, descubrieron lo que luego se transformó<br />

en una tragedia: el nipón, a pesar de ser un singador empedernido,<br />

era impotente. Muchas veces, mientras permanecía en <strong>la</strong> clínica<br />

<strong>para</strong> resolver su problema, lo introducían en un baño privado, donde<br />

había revistas pornográficas, <strong>para</strong> que, practicando el viejo vicio de<br />

Onán, entregara en un recipiente el producto de sus eyacu<strong>la</strong>ciones<br />

manuales. Repitió varias veces el procedimiento; debía poner en manos<br />

de los especialistas un frasquito que contenía su simiente. El oriental<br />

empezó a notarse un poco agotado, de tanto trabajo manual <strong>para</strong> extraer<br />

de su entrañas el codiciado líquido perlino. Para que de esta manera,<br />

mediante un espermatograma, se estudiaran los millones de bichitos<br />

que se movían en su líquido seminal. Pero nada, los espermatozoides del


JOOTJ<br />

Un cuento posmo<br />

japonés no tenían <strong>la</strong> energía necesaria <strong>para</strong> desflorar el núbil y sediento<br />

ovario. Parecía que los animalitos microscópicos se quedaban a mitad<br />

de camino; daba <strong>la</strong> impresión que se morían de cansancio. Un científico,<br />

luego de varios esfuerzos artesanales del japonés <strong>para</strong> obtener <strong>la</strong><br />

simiente, le diagnosticó que <strong>la</strong> cantidad de líquido por centímetro<br />

cúbico, provenientes de sus orgásmicas manipu<strong>la</strong>ciones, no tenía <strong>la</strong><br />

cantidad suficiente de espermatozoides, necesarios <strong>para</strong> fecundar el<br />

óvulo virgen de su esposa, es decir, mi madre. Otro le diagnosticó que<br />

sus animalitos sufrían de agotación perenne; estos eran flojos y morían<br />

a <strong>la</strong> mitad del trayecto hacia el óvulo.<br />

Dicen los testigos presentes en el consultorio, que el japonés al<br />

conocer el diagnóstico, dijo una cantidad de improperios, frases u oraciones<br />

que no aparecen en el expediente, puesto que nadie <strong>la</strong>s pudo traducir;<br />

los expertos en lingüística, por <strong>la</strong> fuerza con <strong>la</strong>s que el nipón <strong>la</strong>s<br />

pronunció, presumen que eran groserías.<br />

Pero no se convencía el tozudo oriental; un médico le recomendó<br />

<strong>la</strong> fertilización “in vitrio” de un óvulo de su esposa y un espermatozoide<br />

de su cónyuge. De nuevo el japonés se entregó al vicio del sexo en<br />

soledad <strong>para</strong> entregar frascos llenos de líquido seminal “made in<br />

Japón”. Ciento cincuenta recipientes repletos del jarabe de <strong>la</strong> hombría y<br />

los animalitos se negaban a fecundar el voluptuoso óvulo de mi madre,<br />

ansioso de una ardiente concupiscencia. Parecía que los bichitos estaban<br />

exhaustos y preferían que otros hicieran el trabajo que a ellos le<br />

correspondía. Todos en <strong>la</strong> oficina miraban con preocupación al esposo<br />

de mi madre: <strong>la</strong>s ojeras y <strong>la</strong> consunción que aparentaba, indicaban que<br />

el ejercicio continuado del sexo artesanal lo estaba agotando. La tristeza<br />

del alma se reve<strong>la</strong>ba en el deterioro físico que mostraba su cuerpo.<br />

Consta en el expediente que durante un tiempo <strong>la</strong> empresa le concedió<br />

un reposo dada <strong>la</strong> apariencia del ejecutivo oriental.<br />

Pero el japonés, trabajador imp<strong>la</strong>cable, ejecutivo emprendedor y<br />

singador empedernido, se resistía ante el problema y <strong>para</strong> ello consultó su<br />

anomalía por Internet. Envió correos electrónicos, numerosos fax al Imperio<br />

del Sol, pues ya no confiaba en los médicos criollos. En ade<strong>la</strong>nte,<br />

recibiría <strong>la</strong> orientación especializada de científicos japoneses; ellos lo<br />

conducirían al logro de tan esperado mestizaje. Me imagino, de acuerdo<br />

con <strong>la</strong> pareja que se conformó, el fruto de ese gran amor debería ser una<br />

persona hab<strong>la</strong>dora, bai<strong>la</strong>dora y bebedora social, cumplidor de un estricto


horario durante <strong>la</strong>s doce horas del día, y no ese horrendo mestizo producto<br />

del cruce andaluz-caribe-negro, que generó un grupo étnico de<br />

seres, que beben, bai<strong>la</strong>n y hab<strong>la</strong>n todo el día, sin acordarse del fiel cumplimiento<br />

del horario <strong>la</strong>boral, es decir, viviendo en un desenfreno eterno.<br />

En fin, los galenos del Imperio del Sol le dieron solución al japonés<br />

y a mi madre: había que recurrir a <strong>la</strong> alta tecnología. Mediante <strong>la</strong><br />

imp<strong>la</strong>ntación de un semen de otro varón dentro de <strong>la</strong> vagina de mi<br />

madre, se podía obtener <strong>la</strong> fertilización de <strong>la</strong> hembra. Este procedimiento<br />

ya lo conocían los médicos criollos, quiero decir, los de mi país.<br />

El nipón aceptó el nuevo procedimiento tecnológico <strong>para</strong> <strong>la</strong> fertilización<br />

de mi madre; con una so<strong>la</strong> objeción: el semen del otro varón<br />

debía ser de un japonés y no de los flojos y desordenados criollos. Su<br />

hijo debería tener rasgos orientales; <strong>para</strong> ello le sugirió a su esposa que<br />

se tras<strong>la</strong>dara al Japón con <strong>la</strong> finalidad de que le imp<strong>la</strong>ntaran dicho<br />

semen en una clínica de su país de origen. La empresa, conocedora del<br />

problema del japonés y tratando de evitar, en lo posible, el tras<strong>la</strong>do del<br />

ejecutivo, lo cual ocasionaría gastos y pérdidas en <strong>la</strong>s ventas, le ofreció<br />

traer el semen en un jet súper rápido, desde el Imperio del Sol hasta<br />

nuestro país. La muestra del fluido de <strong>la</strong> vida, sería transportada en<br />

termos súper fríos, protegida con nitrógeno líquido, desde <strong>la</strong> clínica<br />

japonesa hasta acá. En estos recipientes traerían el líquido seminal conge<strong>la</strong>do,<br />

perfectamente conservado, algo así como leche en cubitos, <strong>para</strong><br />

que una vez que llegaran fueran imp<strong>la</strong>ntados a mi madre. Así consta en<br />

el expediente.<br />

El japonés hizo los trámites; pero surgió nuevamente un problema.<br />

¿De quién sería el fluido varonil que iba a dar origen a <strong>la</strong> maternidad<br />

de su esposa? Afortunadamente, él mismo dio con <strong>la</strong> solución.<br />

Ya que necesitaba que el heredero se pareciera a él; con sus mismos<br />

rasgos y características genéticas, escogió a su hermano menor de diecisiete<br />

años <strong>para</strong> que fuera el donador de <strong>la</strong> simiente de <strong>la</strong> vida. Una vez<br />

concretados todos los aspectos legales y previa aprobación de mi<br />

madre, se convino en enviar el semen de mi tío o mi futuro padre biológico,<br />

por un avión de alta velocidad de una línea área japonesa. El<br />

transporte se llevaría a cabo con toda <strong>la</strong> protección y ade<strong>la</strong>ntos tecnológicos,<br />

que en materia de nacimientos artificiales se conocían hasta el<br />

momento. Se convino entonces que el fruto nacería sin los movimientos<br />

ardorosos y p<strong>la</strong>centeros de <strong>la</strong> cópu<strong>la</strong>, sin <strong>la</strong> presencia de los<br />

JOOUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


sudores corporales y los gemidos ardientes del éxtasis sensual de mi<br />

madre. El procedimiento sería a través una vulgar aséptica inyección; <strong>la</strong><br />

muestra de semen se convertiría en una especie de embajador, cuya<br />

única finalidad era <strong>la</strong> creación de una nueva raza o etnia mestiza.<br />

Pero <strong>la</strong> genética le juega jugarretas al destino o viceversa. Por un<br />

problema técnico, el avión japonés tuvo que hacer un toque técnico en<br />

el aeropuerto de Berlín y por razones que sólo Dios, nuestro Señor,<br />

puede dar fe, se inició una huelga de empleados en <strong>la</strong> línea japonesa.<br />

Por razones de urgencia, se decidió tras<strong>la</strong>dar el equipaje del avión,<br />

junto al precioso líquido que viajaba en el avión japonés, a uno germánico,<br />

por lo que los hielitos de semen cambiaron de lugar y de destino.<br />

Así consta en los expedientes.<br />

Como en todas partes del mundo, en <strong>la</strong> tierra, en el mar y en el aire<br />

hay personas que le gusta gastar una broma, sin medir <strong>la</strong>s consecuencias<br />

que de el<strong>la</strong> se derivan. No piensan los bromistas que tales donosuras<br />

pueden causar graves problemas, los cuales pueden afectar el<br />

futuro de muchas personas.<br />

Lo que voy a re<strong>la</strong>tar a continuación consta en los expedientes, no<br />

en mi lenguaje coloquial, sino en uno leguleyo, propio de los conocedores<br />

de los aspectos legales.<br />

Resulta, que en el avión alemán, estaban empleados dos sobrecargos:<br />

uno germano que hab<strong>la</strong>ba y escribía japonés y un negrito, descendiente<br />

en tercera generación de los esc<strong>la</strong>vos p<strong>la</strong>ntadores de algodón<br />

de un estado del sur de Norte América. El primero conocedor del<br />

idioma nipón —no me pregunten cómo— se enteró del contenido del<br />

termo y le insinuó al negrito jugarle una broma al japonés. Sí señor,<br />

mediante el viejo procedimiento manual y sin ningún tipo de recursos<br />

tecnológicos, decidieron practicar el onanismo, es decir una p<strong>la</strong>centera<br />

masturbación o <strong>para</strong> aquellos que desconocen imágenes o metáforas<br />

literarias, mediante un sabroso pajazo. De esta manera procaz lograron<br />

dos muestras del fluido de <strong>la</strong> vida. Una vez que exha<strong>la</strong>ron <strong>la</strong> simiente,<br />

los dos sobrecargos bromistas resolvieron cambiar el contenido del<br />

termo, donde se encontraba conge<strong>la</strong>do el semen del hijo del Imperio<br />

del Sol y futuro creador de una nueva raza, por los lechosos líquidos<br />

perlinos expulsados de <strong>la</strong>s interioridades de los empleados de <strong>la</strong> línea<br />

germánica de aviación. Luego, los primeros cubitos de semen proveniente<br />

del orgulloso país nipón, y que de inicio se convertiría en una<br />

JOOVJ<br />

Un cuento posmo


especie de embajadores, fueron a <strong>para</strong>r a una poceta a ocho mil metros<br />

de altura. Fueron sustituidos por unos cubitos de semen sajón y los<br />

otros, por el fluido seminal del negrito made in USA. Así los pequeños<br />

hielos usurpadores cruzaron el Atlántico <strong>para</strong> ser imp<strong>la</strong>ntados en una<br />

secretaria tropical, esposa de un ejecutivo japonés.<br />

Los sémenes conge<strong>la</strong>dos llegaron sin ningún problema. Los médicos<br />

tenían en sus manos <strong>la</strong>s dos muestras del líquido lechoso y observaron,<br />

a través de un microscopio, después que se desconge<strong>la</strong>ron, que<br />

los bichitos se movían con gran agilidad en ambas muestras, ávidos de<br />

desflorar cualquier óvulo que se le atravesara en sus caminos. Los animalitos,<br />

l<strong>la</strong>mados científicamente espermatozoides, estaban vivitos y<br />

coleando, por lo que decidieron someter ambas muestras a temperaturas<br />

diferentes a ver cuál de el<strong>la</strong>s, una vez imp<strong>la</strong>ntada en <strong>la</strong> vagina de <strong>la</strong><br />

secretaria ejecutiva, llegaran a través de los líquidos vaginales a ganar <strong>la</strong><br />

carrera; el premio sería un hermoso, apetitoso y virgen óvulo. ¡Qué<br />

buenas leches! Dos espermatozoides llegaron empatados <strong>para</strong> descargar<br />

sus ímpetus sexuales en un solo óvulo. Así comenzó <strong>la</strong> desgracia<br />

de mi hermano y <strong>la</strong> mía. Los espermatozoides que ganaron <strong>la</strong> carrera<br />

provenían de dos semen diferentes; uno de <strong>la</strong> muestra del negrito y el<br />

otro, de <strong>la</strong> del alemán.<br />

¿Qué resultó de esta vio<strong>la</strong>ción colectiva? Dos morochitos “idénticos”,<br />

pero con unas pocas diferencias: mi hermano rubio de pelo apretado,<br />

de tez b<strong>la</strong>nca, pecoso, con un ojo verde y otro azul, y yo, moreno<br />

tirando a zulú, el color de mi piel era como <strong>la</strong> de un caucho banda negra,<br />

con el pelo apretado y de color rojo, con un ojo amarillo y otro negro. De<br />

allí los nombres utilizados al comienzo de <strong>la</strong> historia. Habrase visto un<br />

par de esperpentos, creados, no por <strong>la</strong> gracia de Dios nuestro Señor, sino<br />

por <strong>la</strong> desgracia del diablo.<br />

Lo mejor de todo esto, era cuando salíamos a pasear. La gente nos<br />

observaba con detenimiento <strong>para</strong> com<strong>para</strong>rnos. Muchos de ellos se<br />

sonreían en <strong>la</strong>s narices de mi madre y en <strong>la</strong> de nosotros, y el gesto de <strong>la</strong><br />

sonrisa irónica iba acompañado con <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra sarcástica:<br />

—Tan bellos los morochitos, sacaron <strong>la</strong>s mismas facciones del<br />

padre. Se ve que <strong>la</strong> genética nipona predominó, de ti no sacaron nada.<br />

Imagínense el estado de ánimo de mi madre al escuchar esas estulticias.<br />

Pareció que el hado o Dios, nuestro Señor, se opusieron a <strong>la</strong> conformación<br />

de una cultura nipona tropicalizada. El mi<strong>la</strong>gro japonés en<br />

el tercer mundo nunca sería posible.<br />

JOPMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JOPNJ<br />

Un cuento posmo<br />

Haga su propia conjetura sobre <strong>la</strong> cara que debió poner el japonés<br />

cuando vio estos dos esperpentos, estos dos adefesios; parecía que<br />

fueron engendrados por el diablo —Dios me guarde— en el vientre de<br />

Sayona, y no el producto de los ade<strong>la</strong>ntos de <strong>la</strong> ingeniería genética.<br />

Ninguno de los dos presentaba un ojo rasgado como una rayita, tampoco<br />

teníamos el pelo <strong>la</strong>cio, mucho menos <strong>la</strong> cara ancha característica<br />

de los nipones. Ninguno de los dos frutos tenía un mínimo rasgo<br />

japonés. El Imperio del Sol había sido derrotado nuevamente. La tercera<br />

bomba atómica había caído sobre <strong>la</strong> clínica. La densidad del aire<br />

dentro de el<strong>la</strong> era tan espesa que se podía apartar con <strong>la</strong>s manos. Se<br />

sentía y se olía <strong>la</strong> derrota de una gran empresa.<br />

El japonés demandó a <strong>la</strong> línea, <strong>la</strong> empresa de aviación nipona<br />

demandó a <strong>la</strong> alemana, <strong>la</strong> línea teutónica botó a los sobrecargos, estos<br />

ape<strong>la</strong>ron al sindicato. El grupo que acoge a los empleados de <strong>la</strong>s líneas<br />

aéreas metió un recurso de amparo. Este procedimiento legal no fue<br />

admitido. Mi madre demandó a los sobrecargos, <strong>para</strong> rec<strong>la</strong>mar <strong>la</strong> paternidad<br />

biológica y por consiguiente exigir <strong>la</strong> pensión de manutención de<br />

los bebés. Los empleados al ver <strong>la</strong>s fotos de los esperpentos —mi hermano<br />

y yo— negaron toda participación en tal impostura. Mi mamá<br />

demandó <strong>la</strong> clínica. El japonés demandó a mi madre. Nuestra progenitora<br />

rec<strong>la</strong>mó <strong>la</strong> práctica de los exámenes del ADN <strong>para</strong> descubrir <strong>la</strong><br />

paternidad biológica de sus raros adefesios. Ni Japón, ni Alemania, ni<br />

USA, ni el país que vio nacer a mi madre, reconocen nuestras nacionalidades;<br />

me imagino <strong>la</strong> cara de los augustos embajadores al ver <strong>la</strong>s fotos de<br />

los aspirantes a ser ciudadano de sus egregias naciones. El hermano del<br />

japonés rec<strong>la</strong>mó <strong>la</strong> paternidad, antes de ver <strong>la</strong>s fotos de los bebés, luego<br />

de conocerlos, vía Internet, retiró <strong>la</strong> demanda. Finalmente el nipón se<br />

divorció de <strong>la</strong> secretaria y retornó al Imperio del Sol.<br />

Todo esto consta en los expedientes del divorcio que reposan en<br />

los tribunales y que siempre aparece en este re<strong>la</strong>to. Estos documentos<br />

los he leído por vigésima vez, junto con mi hermano, con <strong>la</strong> finalidad de<br />

ver si entre los dos resolvemos el problema de nuestra nacionalidad y de<br />

nuestra paternidad; una vez resuelto el problema podríamos sacar <strong>la</strong><br />

cédu<strong>la</strong>. Hasta los momentos carecemos de documento de identidad y<br />

corremos el riesgo de ir presos por indocumentados o en el peor de los<br />

casos, no existimos como ciudadanos.<br />

¿Qué pasó con el japonés? Abandonó el país agobiado por <strong>la</strong> vergüenza.<br />

Imposibilitado de pasear en un coche, con orgullo de padre, a


dos niños que tenían los ojos como un semáforo, se fue a nipo<strong>la</strong>ndia con<br />

toda <strong>la</strong> carga de ira. Si hubiese tenido <strong>la</strong> posibilidad, iniciaría un ataque a<br />

Perl Harbor <strong>para</strong> comenzar <strong>la</strong> tercera guerra mundial y tener de esta<br />

manera una justificación <strong>para</strong> aniqui<strong>la</strong>r esta república. Mediante una<br />

conf<strong>la</strong>gración, se vengaría de <strong>la</strong> nación tercermundista, cuyos habitantes<br />

habían tenido <strong>la</strong> osadía de acometer un ultraje contra uno de los hijos del<br />

Imperio de Sol. Según <strong>la</strong> tradición ninja, <strong>la</strong>s afrentas al honor se <strong>la</strong>van<br />

con sangre enemiga. Una carta que envió su hermano, el dueño de los<br />

cubitos de semen que fueron a <strong>para</strong>r a <strong>la</strong> poceta, informó que el japonés<br />

fue hal<strong>la</strong>do muerto en su nueva residencia con todas sus vísceras reventadas.<br />

No fue que se practicó el harakiri, me imagino que el diagnóstico<br />

médico diría: “Muerte por arrechera fuerte”. Toda esta información <strong>la</strong><br />

conocí quince años después, cuando logré traducir <strong>la</strong> carta, de quien pudo<br />

ser nuestro padre biológico y dueño de los ahogados cubitos de semen.<br />

Esto se produjo luego de <strong>la</strong> invasión de los japoneses a mi país.<br />

A mi madre <strong>la</strong> botaron de <strong>la</strong> empresa, <strong>la</strong> execraron de todos los<br />

grupos económicos nipones y de <strong>la</strong>s empresas que tenían trato con ellos;<br />

hasta le prohibieron que adquiriera artículos de alta tecnología japonesa,<br />

tales como: cámaras fotográficas, carros, computadoras, entre otros.<br />

Tengo en mis manos una lista de artículos que contemp<strong>la</strong> esta prohibición;<br />

son como ciento veintitrés productos. Durante mucho tiempo<br />

paseó en un bello coche de fabricación nacional —no quería vio<strong>la</strong>r lo<br />

establecido por los nipones— a sus morochitos, cuyos ojos parecían un<br />

arbolito de Navidad encendido.<br />

Nuestra madre murió, mejor dicho se suicidó, cuando nosotros<br />

teníamos cinco años. Ningún hombre se le acercaba. La miraban, luego<br />

nos veían y cuando el<strong>la</strong> afirmaba que nuestro padre era un japonés, <strong>la</strong><br />

creían loca; otros pensaban que era una aberrada sexual y <strong>la</strong> tenían<br />

como una mujer promiscua, portadora de enfermedades venéreas, de<br />

SIDA y de todos los males inimaginables. Nuestra progenitora no<br />

pudo soportar el ludibrio de sus congéneres. Las vergüenzas y <strong>la</strong> deshonra<br />

le fue imposible de sobrellevar y por ello decidió practicarse el<br />

harakiri tropical. No concebía que fuera considerada como un súcubo,<br />

un engendro de Satán. Se <strong>la</strong>nzó al vacío desde el piso veinticinco de un<br />

superbloque. El silencio y <strong>la</strong> soledad de su sepultura son testigos de su<br />

inocencia; víctima de <strong>la</strong>s circunstancias y de <strong>la</strong> alta tecnología de <strong>la</strong><br />

ingeniería genética.<br />

JOPOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


Mi hermano y yo nos criamos en un orfanato como niños expósitos,<br />

privados de los arrumacos del padre y <strong>la</strong> madre; bajo <strong>la</strong> disciplina férrea<br />

de los curas franciscanos que se dedicaron con empeño de nuestra educación<br />

y mantuvieron por mucho tiempo escondido, como un arcano, el<br />

origen de nuestro nacimiento.<br />

Mi hermano y yo seguimos leyendo el voluminoso expediente de<br />

un juicio que nunca termina. En <strong>la</strong> actualidad el alemán y el negrito<br />

rec<strong>la</strong>man <strong>la</strong> guardia y custodia como padre artificiales de los morochitos:<br />

el hermano del japonés nos envía una carta con <strong>la</strong> intención de<br />

exhibirnos en su nación, <strong>para</strong> demostrar de una manera práctica, los<br />

riesgos de deformidades que podrían ocurrir con <strong>la</strong> inseminación artificial<br />

programada; nosotros sólo tenemos una gran obsesión: recolectar y<br />

coleccionar jeringas en busca de nuestro padre perdido.<br />

JOPPJ<br />

Un cuento posmo


El proyecto de un connotado ciudadano<br />

Lo conocí muy pequeño, desde que comenzó en <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> primaria<br />

hasta <strong>la</strong> culminación de toda su carrera, por eso puedo considerarme<br />

como su amigo y biógrafo oficial.<br />

Hijo de un notable político, quien peleó contra <strong>la</strong> dictadura, torturado<br />

y preso en una is<strong>la</strong> lejana de <strong>la</strong> capital, donde fue sometido a agotadores<br />

trabajos forzados. A <strong>la</strong> caída de <strong>la</strong> tiranía, el padre de mi amigo,<br />

comenzó a ocupar cargos políticos dentro de su partido como sindicalista<br />

en diferentes centrales obreras. Fue diputado y en <strong>la</strong> actualidad es<br />

un honorable senador de <strong>la</strong> república. De sus tres hijos, vio en uno de<br />

ellos <strong>la</strong> continuación de su prolija obra política y por ello se esmeró en <strong>la</strong><br />

educación de su segundo vástago, Andrés Luciano Vaamonde De <strong>la</strong><br />

Hoz, hijo y heredero del pensamiento político de su padre.<br />

Andrés Luciano, estudió en <strong>la</strong>s mejores instituciones educativas de<br />

<strong>la</strong> capital. La primaria <strong>la</strong> cursó en un distinguido colegio religioso; esto<br />

le permitió re<strong>la</strong>cionarse con aquel<strong>la</strong> burguesía criol<strong>la</strong> que ha dominado<br />

al país desde <strong>la</strong> época de <strong>la</strong> colonia, <strong>la</strong> cual siempre estuvo bien re<strong>la</strong>cionada,<br />

tanto en dictadura como en democracia. Esto le permitió a<br />

Andrés Luciano adquirir los modales y los gestos refinados, necesarios<br />

<strong>para</strong> alternar con lo párvulos y más tarde con los infantes y adolescentes<br />

de <strong>la</strong>s más ilustre sociedad capitalina.<br />

OPR


Su primaria fue lo suficiente buena. No podía ser de otra manera,<br />

aparte de sus maestros del colegio, contaba en su casa con tres tutores<br />

particu<strong>la</strong>res quienes lo ayudaban en sus tareas esco<strong>la</strong>res diarias y le<br />

explicaban lo que <strong>para</strong> Andrés era difícil de comprender.<br />

Los padres de Andrés Luciano, se mostraban orgullosos del desarrollo<br />

precoz y de <strong>la</strong> inteligencia de su heredero. Su hijo, se <strong>la</strong> pasaba<br />

volcado en <strong>la</strong> biblioteca en los trabajos de alto valor académico, siempre<br />

estaba escribiendo algo.<br />

Fue en <strong>la</strong> secundaria, al final del último año cuando Andrés<br />

Luciano, ya adolescente, cuando dio muestra de gran precocidad en<br />

asuntos políticos y sociales —herencia de su padre—. En una asignatura<br />

de <strong>la</strong>s ciencias sociales, Andrés fue sorprendido por una pregunta de su<br />

profesor, mientras se encontraba enfrascado en <strong>la</strong> solución de un difícil<br />

problema, el cual le ocupaba gran parte de su tiempo. Desconcertado<br />

por <strong>la</strong> interrupción y desconociendo <strong>la</strong> pregunta que le formu<strong>la</strong>ra el profesor,<br />

se arriesgó a decir:<br />

—Bueno, creo que el desarrollo sociopolítico de los países del tercer<br />

mundo, no ha dado muestras de presentar nuevas alternativas que<br />

logren sacarlos del proceso del subdesarrollo en que se encuentran…<br />

El profesor, ante tal respuesta, se mostró sorprendido por <strong>la</strong>s frases<br />

que acababa de escuchar; su estupor no había culminado, mientras<br />

continuó atento a <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de su alumno: “…es necesario que exista<br />

un acuerdo político entre <strong>la</strong>s diferentes potencias económicas, con el<br />

fin de p<strong>la</strong>ntearse <strong>la</strong> e<strong>la</strong>boración y culminación de un proyecto, el cual<br />

sacará a los países africanos y sudamericanos del subdesarrollo en que se<br />

encuentran”. Andrés Luciano, sólo había repetido parte de un discurso<br />

que su padre había pronunciado en el inicio de unas jornadas sindicales<br />

y que por algún mecanismo maravilloso del cerebro se les quedaron<br />

grabadas, arengó con tal seguridad y convicción, que dejó a sus compañeros<br />

anonadados. Fue tal <strong>la</strong> impresión, que al profesor se le olvidó <strong>la</strong><br />

pregunta que le había formu<strong>la</strong>do. Tengo <strong>la</strong> convicción que en su interior<br />

el docente pensó: he descubierto un genio político.<br />

Me <strong>contar</strong>on que el profesor, conocedor de los coeficientes de inteligencia,<br />

se dirigió a <strong>la</strong> oficina del director del colegio y le comunicó:<br />

—Es necesario conversar con el padre de Andrés, considero que<br />

podemos sacar de ese muchacho un líder natural, de ese muchacho<br />

puede estar orgulloso nuestra comunidad.<br />

JOPSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JOPTJ<br />

El proyecto de un connotado ciudadano<br />

Después de informarle a <strong>la</strong> máxima autoridad esco<strong>la</strong>r parte del discurso<br />

de Andrés, el profesor culminó su exposición:<br />

—Andrés me hizo saber que conocía de un proyecto que permitirá<br />

sacar del subdesarrollo a los países del tercer mundo.<br />

El director telefoneó de inmediato al padre de Andrés Luciano<br />

<strong>para</strong> que hiciera acto de presencia en <strong>la</strong> dirección del colegio con <strong>la</strong><br />

finalidad de informarle algo de suma importancia.<br />

Cuando llegó el padre de Andrés Luciano a <strong>la</strong> oficina el director,<br />

después de <strong>contar</strong>le <strong>la</strong> opinión que tenía de su hijo un profesor veterano,<br />

le notificó al notable político:<br />

—Es necesario que entre usted y nosotros nos ocupemos de Andrés<br />

con mucha atención. Debemos desarrol<strong>la</strong>r en su hijo ciertas destrezas y<br />

capacidades que lo podrían conducir hacia un liderazgo internacional.<br />

El padre recibió <strong>la</strong> buena nueva del director y agarrándose con<br />

ambas manos <strong>la</strong> correa del pantalón exc<strong>la</strong>mó con orgullo: “Igualito a<br />

su papá”.<br />

El progenitor de Andrés Luciano, una vez conocida <strong>la</strong> opinión del<br />

director sobre <strong>la</strong> bril<strong>la</strong>ntez de su heredero, al llegar a su hogar, con<br />

expresión de satisfacción, le comunicó a su esposa:<br />

—Mira, Frida, creo que vamos a sacar un gran político de Andrés<br />

Luciano. Me hicieron saber, por boca del director del colegio, que<br />

nuestro hijo es un líder natural, por ello debemos fijar toda nuestra<br />

atención en <strong>la</strong> educación de nuestro vástago.<br />

Doña Frida, asidua concurrente a los té canasta y presidenta honoraria<br />

de todas <strong>la</strong>s fundaciones <strong>para</strong> <strong>la</strong> atención de los niños huérfanos y<br />

desam<strong>para</strong>dos, levantó <strong>la</strong> mirada hacia <strong>la</strong> lám<strong>para</strong> de lágrimas de cristal<br />

de Bohemia, se acomodó <strong>la</strong>s so<strong>la</strong>pas del elegante taller de lino que acababa<br />

de comprar en París y susurró, sin que el esposo <strong>la</strong> pudiera escuchar:<br />

“Igualito a su mamá”.<br />

La posición política del senador Vaamonde era indiscutible. En<br />

época de gobierno, era el honorable senador del gobierno y cuando<br />

estaba en <strong>la</strong> oposición, lo l<strong>la</strong>maban el honorable senador del partido de<br />

oposición. Esto permitió introducir a su Andrés Luciano dentro de <strong>la</strong>s<br />

intimidades y chismes políticos del país. De igual manera, doña Frida,<br />

llevaba al hijo a todas <strong>la</strong>s fiestas benéficas y recepciones diplomáticas a <strong>la</strong>s<br />

que el<strong>la</strong> concurría. Siempre se le veía acompañada del futuro genio político.<br />

Por esta razón, Andrés Luciano aparecía en <strong>la</strong>s páginas políticas, en


<strong>la</strong>s crónicas sociales de todas <strong>la</strong>s revistas y diarios capitalinos y de <strong>la</strong> provincia.<br />

Para esa época Andrés Luciano ya hacía una carrera universitaria.<br />

Cierto día, que estaban juntos el senador y su hijo, y <strong>para</strong> demostrar<br />

—ante los concurrentes a una reunión— <strong>la</strong> precocidad de Andrés<br />

Luciano, su padre le pidió que, por favor, hiciera un comentario sobre<br />

el proyecto en el cual se encontraba trabajando, el cual le robaba parte<br />

de su precioso tiempo desde hacía varios años. En ese momento<br />

Andrés Luciano, quien se encontraba en un rincón apartado, guardó el<br />

lápiz y el cuaderno que tenía sobre <strong>la</strong>s piernas, colocándolo dentro del<br />

maletín que siempre llevaba con él, y entonces tomó <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra:<br />

—Creo que el desarrollo sociopolítico de los países del tercer mundo<br />

no ha dado muestra de presentar nuevas alternativas que logren<br />

sacarlos del proceso de subdesarrollo en que se encuentran.<br />

Los dirigentes veteranos comprendieron que estaban en presencia<br />

de un nuevo fenómeno político. Había que cultivar a ese muchacho<br />

<strong>para</strong> enfrentarlo en el futuro al mejor líder del otro partido, por lo<br />

menos durante tres períodos electorales; so<strong>la</strong>mente él les podía asegurar<br />

el triunfo en <strong>la</strong>s urnas. La sonrisa del padre era una muestra de<br />

orgullo y satisfacción; sólo atinó a levantarse <strong>la</strong>s elásticas que le sostenían<br />

unos calzones de te<strong>la</strong> importada. Yo, que estaba a su <strong>la</strong>do lo escuché<br />

susurrar:<br />

—Tenía que ser mi hijo.<br />

Los asistentes hicieron silencio, había que continuar escuchando al<br />

nuevo genio, <strong>la</strong> nueva voz, el único que podría orientar, en un futuro, al<br />

partido. Las frases del ungido no tardaron en salir de <strong>la</strong> boca de quien<br />

iba a refundar al país.<br />

—Es necesario que exista un acuerdo político entre <strong>la</strong>s diferentes<br />

potencias económicas con <strong>la</strong> finalidad de p<strong>la</strong>ntearse <strong>la</strong> e<strong>la</strong>boración y<br />

culminación de un proyecto, el cual sacará a los países africanos y sudamericanos<br />

del subdesarrollo.<br />

El padre de Luciano, el senador Vaamonde, como buen orador,<br />

capaz de pronunciar un discurso de hasta cinco horas en el Congreso, no<br />

se acordaba que <strong>la</strong>s frases anteriores fueron parte de una perorata que<br />

había pronunciado años atrás. El congresista, lleno de orgullo y satisfacción,<br />

notó que <strong>la</strong> intervención de su hijo había dado pie a una discusión<br />

entre los asistentes a <strong>la</strong> reunión. Algunos notaron, entre ellos yo, que<br />

Andrés Luciano se había retirado del debate, en busca de <strong>la</strong> tranquilidad<br />

JOPUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


que le daba <strong>la</strong> soledad. Sacó de su maletín su cuaderno de notas y nuevamente<br />

se puso a pensar y a escribir. En ese momento, todos los asistentes<br />

a <strong>la</strong> reunión le observaron y como si fuera un solo pensamiento que<br />

vagaba entre los efluvios del alcohol y el humo del tabaco que inundaba<br />

<strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, pensaban en su interior: “Ha nacido un genio”. Como una<br />

muestra de respeto a su condición prefirieron no interrumpirlo. No faltó<br />

entre los asistentes uno de esos intelectuales que merodean estos eventos,<br />

de alta significación <strong>para</strong> <strong>la</strong> vida política de <strong>la</strong> nación, que pronunciara<br />

ciertas pa<strong>la</strong>bras de ha<strong>la</strong>go:<br />

—Tal como dijo el gran poeta mejicano Jorge Cuesta: “Su fecundidad<br />

está en su silencio”.<br />

Mientras todos los amigos del senador se despedían, Andrés Luciano<br />

permaneció apartado del grupo, con su bolígrafo y cuaderno de<br />

notas. Algunos, destacados en eso de <strong>la</strong>s lisonjas, le reiteraban al ocupante<br />

de <strong>la</strong> curul:<br />

—Senador, no descuide a ese muchacho, en él tenemos un futuro<br />

líder tercermundista. Por algo por sus venas circu<strong>la</strong> sangre de los<br />

Vaamondes.<br />

El congresista correspondía a tales encomios agarrándose <strong>la</strong>s elásticas<br />

con los pulgares y observaba a su hijo con orgullosa sonrisa.<br />

El senador se propuso a cooperar con <strong>la</strong> formación universitaria de<br />

Andrés. Evitó cualquier otra motivación <strong>para</strong> su hijo que no fueran los<br />

estudios y <strong>la</strong>s reuniones políticas adonde lo conducía con frecuencia.<br />

Cuando se encontraba en dichos eventos, <strong>la</strong>s primeras frases que salían<br />

de su boca eran <strong>la</strong>s siguientes: “Aquí está mi gallito de espue<strong>la</strong>s doradas”.<br />

Todos los asistentes se solidarizaban con tal afirmación con un movimiento<br />

de cabeza. Mientras ello ocurría, Andrés Luciano buscaba un<br />

sitio apartado de los contertulios, necesitaba pensar y escribir en su cuaderno<br />

de notas. Buscaba en <strong>la</strong> soledad <strong>la</strong> facundia del genio. El padre le<br />

dijo a uno de los asistentes:<br />

—No lo molestemos más. Está trabajando en el proyecto.<br />

Andrés Luciano tuvo, en todas <strong>la</strong>s asignaturas, profesores particu<strong>la</strong>res<br />

que lo llevaron de <strong>la</strong> mano <strong>para</strong> que aprobara los exámenes parciales<br />

y finales. No se podía decir que era un alumno bril<strong>la</strong>nte, sus notas<br />

promedio siempre estuvieron muy cerca de <strong>la</strong> reprobación. El padre lo<br />

comprendía —el proyecto le absorbe de tal manera que no puede dedicarle<br />

el tiempo requerido a los estudios—. Una vez que los profesores<br />

JOPVJ<br />

El proyecto de un connotado ciudadano


particu<strong>la</strong>res se retiraban, agarraba su maletín, sacaba su cuaderno y<br />

buscaba en los libros, fuentes del conocimiento, <strong>la</strong>s respuestas a los difíciles<br />

p<strong>la</strong>nteamientos, necesarios <strong>para</strong> <strong>la</strong> e<strong>la</strong>boración y culminación del<br />

proyecto.<br />

Cierta vez, el senador le recomendó a su hijo que hiciera carrera política<br />

dentro de <strong>la</strong> universidad con el fin de que ello le sirviera de currículo<br />

<strong>para</strong> <strong>la</strong>s futuras campañas electorales. Andrés Luciano, quien siempre<br />

llevaba su maletín, no le respondió, no emitió ni una so<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra, únicamente<br />

se limitó a mostrarle su vademécum; un lenguaje gestual propio<br />

de un intelectual. El congresista comprendió que su hijo estaba enfrascado<br />

en el proyecto y eso le absorbía <strong>la</strong> mayor parte de su tiempo.<br />

El senador de <strong>la</strong> república se valió de sus influencias y amigos<br />

dentro de <strong>la</strong> universidad y logró que Andrés Luciano presentara y discutiera<br />

<strong>la</strong> tesis de grado frente a tres académicos del partido, con <strong>la</strong> finalidad<br />

de hacer <strong>la</strong> cosa más fácil <strong>para</strong> su hijo.<br />

—Eso sí —dijo el senador—, que no se preste a ma<strong>la</strong>s e infundadas<br />

interpretaciones. Nadie puede poner en te<strong>la</strong> de juicio a <strong>la</strong> “casa que<br />

vence <strong>la</strong>s sombras”.<br />

Llegó el día de <strong>la</strong> presentación de <strong>la</strong> tesis de grado e<strong>la</strong>borada entre<br />

varios de sus tutores, a cambio de una jugosa suma de dinero. Después<br />

de los saludos de rigor y de <strong>la</strong> etiqueta que ameritan estos casos, uno de<br />

los académicos hizo uso de <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra:<br />

—Bueno bachiller, aquí tenemos una voluminosa tesis titu<strong>la</strong>da<br />

Influencia de <strong>la</strong>s fluctuaciones del dó<strong>la</strong>r en los mercados europeos y en <strong>la</strong>s economías<br />

tercermundistas. Es nuestro interés que antes de discutir<strong>la</strong> nos<br />

haga una breve introducción.<br />

Andrés Luciano, ya veterano de estas experiencias, conocedor de<br />

los estados de ánimo de <strong>la</strong>s personas con sólo mirarle a los ojos, dio un<br />

vistazo a los tres jurados. Sabía que su mirada estaba impregnada de <strong>la</strong><br />

sabiduría de los hombres de poder. Carente del miedo escénico, dada<br />

su <strong>la</strong>rga experiencia en arengar discursos ante diferentes públicos, el<br />

tesista comenzó <strong>la</strong> disertación:<br />

—Creo que el desarrollo sociopolítico de los países del tercer mundo<br />

no ha dado muestra de presentar nuevas alternativas que logren sacarlos<br />

del proceso de subdesarrollo en que se encuentran.<br />

Los académicos se miraron entre sí y con un movimiento afirmativo<br />

de <strong>la</strong> cabeza, entendieron que estaban en presencia de una men-<br />

JOQMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JOQNJ<br />

El proyecto de un connotado ciudadano<br />

te excepcional; con sólo mirarlo podían conocer <strong>la</strong>s grandes dotes y<br />

capacidad intelectual del bachiller. La introducción continuó tal como<br />

se esperaba:<br />

—Es necesario que exista un acuerdo político entre <strong>la</strong>s diferentes<br />

potencias económicas con el fin de p<strong>la</strong>ntearse <strong>la</strong> e<strong>la</strong>boración de un proyecto,<br />

el cual sacará a los países sudamericanos y africanos del subdesarrollo<br />

en que se encuentran.<br />

Los académicos, ante estas últimas pa<strong>la</strong>bras, observaron con detenimiento<br />

los dos grandes volúmenes de <strong>la</strong> tesis que no habían leído;<br />

todos ellos tenían referencias de <strong>la</strong> calidad del futuro graduado, hicieron<br />

un ademán <strong>para</strong> hacer alguna consulta entre ellos y luego de ciertas deliberaciones,<br />

el presidente del jurado tomó <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra:<br />

—Bachiller Vaamonde: todos sabemos que usted está trabajando<br />

en un interesante proyecto que sacará a los países tercermundistas del<br />

marasmo económico en que se encuentran. Consideramos que es un<br />

insulto a su inteligencia discutir los argumentos de este excelente trabajo,<br />

por lo que hemos acordado aprobar con nota sobresaliente su tesis<br />

de grado. Además, le queremos dar <strong>la</strong> buena noticia que por su calidad,<br />

<strong>la</strong> recomendaremos, por unanimidad, <strong>para</strong> que sea publicada por<br />

nuestra prestigiosa universidad. Los tres académicos estamparon sus<br />

improntas en el acta, en reconocimiento del excelente trabajo del novel<br />

licenciado Andrés Luciano Vaamonde de <strong>la</strong> Hoz. El nuevo profesional<br />

se retiró al final del salón, sacó el cuaderno de notas: pensaba y escribía.<br />

Los tres académicos se retiraron, pensaban en los beneficios que<br />

producía <strong>la</strong> decisión que acababan de tomar. En el próximo mes se<br />

escogería en el partido los candidatos <strong>para</strong> rector, vicerrectores y<br />

decanos de <strong>la</strong>s diferentes facultades del Alma Mater.<br />

El futuro de Andrés Luciano estaba marcado. Su padre lo mandó a<br />

estudiar a Ing<strong>la</strong>terra <strong>para</strong> que hiciera <strong>la</strong> maestría, el doctorado y el Phd.<br />

Para que sus estudios no lo desvincu<strong>la</strong>ran del pensamiento político en<br />

el ámbito internacional, le consiguió una secretaría cultural en <strong>la</strong> embajada.<br />

Lamentablemente nunca obtuvo <strong>la</strong> maestría, ni otro título académico.<br />

Cuando tenía que presentar un examen o un trabajo regresaba al<br />

país <strong>para</strong> realizar unas consultas sobre el proyecto en que estaba trabajando<br />

desde hacía muchos años.<br />

Cuando Andrés llegaba a su terruño, el senador Vaamonde, junto<br />

a otros miembros del partido le pre<strong>para</strong>ban un pomposo recibimiento


en el aeropuerto. Luego de los esperados saludos y afectuosos abrazos,<br />

Andrés Luciano le mostraba a su padre el maletín de piel que había<br />

comprado en una tienda en los Campos Elíseos. El senador se estiró <strong>la</strong>s<br />

elásticas, miró su hijo con orgullo y con cierto desdén a los compañeros<br />

del partido; comprendía que su hijo venía a realizar consultas sobre el<br />

proyecto.<br />

En fin, el licenciado Andrés hab<strong>la</strong>ba inglés y francés, además de su<br />

idioma nativo. Estaba suscrito a varios periódicos de hab<strong>la</strong> inglesa y<br />

francesa. A su casa llegaban el New York Times, Miami Herald, Le<br />

Monde, Le Fígaro y un sinfín de revistas, lo que le permitía estar al día<br />

en el pensamiento político y económico de Europa y Norte América.<br />

El padre de Andrés, pensó que ya era tiempo que su hijo iniciara<br />

carrera política, y valiéndose de su posición en el partido, logró que<br />

apareciera en <strong>la</strong> lista de los futuros aspirantes a diputado, ocupando el<br />

segundo lugar por <strong>la</strong> capital de <strong>la</strong> república. En <strong>la</strong>s elecciones presidenciales<br />

y de los congresistas, el licenciado Andrés Luciano Vaamonde<br />

De <strong>la</strong> Hoz, salió diputado en una elección algo discutida, con visos de<br />

fraude electoral.<br />

Durante <strong>la</strong> época de diputado, Andrés Luciano no intervino en ninguna<br />

discusión de <strong>la</strong>s leyes. Sus compañeros de partido lo veían sentado<br />

en el curul, ensimismado con el material que sacaba de su fino portafolio<br />

francés de piel. Sólo levantaba <strong>la</strong> mano cuando el jefe de <strong>la</strong> fracción lo<br />

hacía, <strong>para</strong> luego seguir pensando y escribiendo en su cuaderno de notas.<br />

Un correligionario del partido afirmó, cuando alguien cuestionó <strong>la</strong> inactividad<br />

del novel diputado:<br />

—Está trabajando en el proyecto, cuando lo concluya tendremos<br />

asegurada <strong>la</strong> presidencia por veinte años.<br />

A <strong>la</strong> jubi<strong>la</strong>ción del viejo Vaamonde, Andrés Luciano ocupó el curul<br />

de su padre, era <strong>la</strong> herencia que por derecho le correspondía. Las<br />

autoridades del partido comprendieron que era necesario darle mayor<br />

impulso a <strong>la</strong> carrera política de Andrés Luciano <strong>para</strong> el momento de <strong>la</strong><br />

entrega del proyecto.<br />

En una oportunidad fue necesario mandar un representante del<br />

congreso a <strong>la</strong> ONU, con <strong>la</strong> finalidad de deliberar sobre cuestiones de<br />

política económica internacional. Con los votos del partido del gobierno<br />

<strong>la</strong>s dos cámaras escogieron al senador y licenciado Andrés Luciano Vaamonde<br />

De <strong>la</strong> Hoz, quien con gusto aceptó representar al país.<br />

JOQOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


A <strong>la</strong> salida del aeropuerto lo vi cargando su maletín de piel francés,<br />

subiendo con dignidad <strong>la</strong> escaleril<strong>la</strong> del avión presidencial que le fue<br />

prestado <strong>para</strong> el evento de gran relevancia. Se notaba de lejos <strong>la</strong> seguridad<br />

que sólo tienen los hombres excepcionales. En el portafolio iba el trabajo<br />

de muchos años y que auguraba un mejor futuro a los olvidados y<br />

explotados países del tercer mundo.<br />

Durante <strong>la</strong> conferencia, cuando le tocó el turno Andrés Luciano<br />

tomó <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra en un perfecto inglés, su conocimiento del idioma de <strong>la</strong><br />

pérfida Albión era indiscutible. En <strong>la</strong> televisión de mi cuarto, recostado<br />

en mi cama, seguí con cuidado <strong>la</strong> traducción del discurso:<br />

—Señor secretario general de <strong>la</strong> Naciones Unidas, señoras y señores<br />

embajadores: Creo que el desarrollo sociopolítico de los países<br />

del tercer mundo, no ha dado muestra de presentar nuevas alternativas<br />

que logren sacarlos del subdesarrollo en que se encuentran en <strong>la</strong><br />

actualidad.<br />

El discurso fue interrumpido cuando se escucharon unos que otros<br />

ap<strong>la</strong>usos y continuó el senador:<br />

—Es necesario que exista un acuerdo político entre <strong>la</strong>s diferentes<br />

potencias económicas con <strong>la</strong> finalidad de p<strong>la</strong>ntearse <strong>la</strong> e<strong>la</strong>boración y<br />

culminación de un proyecto, el cual sacará a los países africanos y sudamericanos<br />

del subdesarrollo en que se encuentran.<br />

Los asistentes a <strong>la</strong> asamblea no le permitieron a Andrés Luciano<br />

terminar el discurso. Los neoliberales lo acusaron de comunista, los del<br />

grupo de los quince lo acusaron de capitalista, los del bloque asiático lo<br />

ap<strong>la</strong>udieron con profusión. Los pocos países que quedan del bloque<br />

comunista lo acusaron de agente de <strong>la</strong> CIA y <strong>la</strong>s naciones no alineadas<br />

le daban vítores de emoción. En fin, fue tal algarabía en <strong>la</strong> asamblea que<br />

se acordó nombrar tres comisiones: <strong>la</strong> formada por los países que integran<br />

<strong>la</strong> OTAN (por sus sig<strong>la</strong>s en español), los formados por lo no alineados<br />

y por los miembros del OPEP (por sus sig<strong>la</strong>s en español). Se<br />

daba el p<strong>la</strong>zo de un año <strong>para</strong> que presentara sus trabajos sobre el problema<br />

que se estaba tratando en <strong>la</strong> reunión de alto nivel.<br />

Finalmente, después de cinco días de deliberaciones, se acordó en<br />

un resumen de los acuerdos de <strong>la</strong> asamblea, pedirle al senador Andrés<br />

Luciano, quien seguía en su puesto escribiendo en su libro de notas,<br />

que <strong>para</strong> el próximo año presentara dicho proyecto, <strong>para</strong> com<strong>para</strong>rlo<br />

con el trabajo de <strong>la</strong>s comisiones. Andrés Luciano, con un movimiento<br />

JOQPJ<br />

El proyecto de un connotado ciudadano


de cabeza, aprobó tal proposición y guardó en su maletín francés su<br />

cuaderno de notas.<br />

En todos los periódicos de <strong>la</strong> capital se habló del gran triunfo<br />

alcanzado por el senador Andrés Luciano en <strong>la</strong> ONU (por sus sig<strong>la</strong>s en<br />

español) y los miembros del partido hicieron una gran movilización<br />

nacional, encabezada por <strong>la</strong>s grandes autoridades del poder ejecutivo y<br />

legis<strong>la</strong>tivo <strong>para</strong> el recibimiento en el aeropuerto.<br />

Como consecuencia de <strong>la</strong>s próximas elecciones presidenciales, los<br />

otros partidos temían por el carisma, el magnetismo y <strong>la</strong> pre<strong>para</strong>ción<br />

intelectual de Andrés Luciano. Comprendieron que <strong>la</strong> única posibilidad<br />

de destruirlo era acabar con el proyecto. Todo el mundo sabía que<br />

él no se apartaba de su maletín francés, donde llevaba el desconocido<br />

trabajo. Se reunieron a puerta cerrada cinco representantes de los diferentes<br />

partidos adversarios al de Andrés. Al final de <strong>la</strong>s deliberaciones,<br />

encontraron una so<strong>la</strong> solución: tenían que destruir el proyecto, con <strong>la</strong><br />

finalidad de evitar <strong>la</strong> perpetuidad en el poder del partido de los<br />

Vaamondes.<br />

Una mañana, cuando el senador Andrés Luciano se dirigía a <strong>la</strong><br />

casa nacional del partido <strong>para</strong> <strong>la</strong> presentación y discusión del proyecto,<br />

a <strong>la</strong> salida de su residencia, antes de entrar a su lujoso vehículo, dos<br />

motorizados, en una acción de comando perfectamente coordinada, le<br />

arrebataron el maletín francés y salieron dis<strong>para</strong>dos hacia lo desconocido.<br />

En un breve instante de tiempo abandonaron el sitio del delito,<br />

ante <strong>la</strong> mirada aterrorizada del senador, quien ante el tremendo susto,<br />

cayó al <strong>la</strong>do de su Mercedes Benz, preso de un ataque de apoplejía que<br />

le <strong>para</strong>lizó parte del cuerpo.<br />

Muchos comentarios se hicieron al respecto. Unos decían que los<br />

culpables fueron los agentes de <strong>la</strong> CIA, otros afirmaron que observaron<br />

unos agentes rusos merodeando por el lugar; otros, aseguraban que ese<br />

era el estilo de los hombres del Medio Oriente. En fin, fueron muchos<br />

los espacios de periódicos que se ocuparon del robo del proyecto de un<br />

connotado ciudadano; el hurto del proyecto podría ocasionar <strong>la</strong> pérdida<br />

de <strong>la</strong>s próximas elecciones al partido de Andrés Luciano.<br />

Tuve conocimiento de un comentario malsano proveniente de uno<br />

de los diputados del otro partido. Me informó, que en el maletín robado<br />

se encontraron tres libros voluminosos de crucigramas: uno en inglés,<br />

uno en francés y otro en español, además, hal<strong>la</strong>ron una edición especial<br />

JOQQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


de <strong>la</strong> revista P<strong>la</strong>y boy. Yo no creí tal fa<strong>la</strong>cia, sabía del interés de difamar<br />

<strong>la</strong> obra del connotado senador, quien se encontraba en una sil<strong>la</strong> de<br />

ruedas sin poder hab<strong>la</strong>r. Su estado de salud le impedía defenderse de <strong>la</strong>s<br />

calumnias de sus adversarios. Sólo podía mover el <strong>la</strong>do derecho del<br />

cuerpo.<br />

Como su biógrafo oficial, fui a visitarlo. Allí estaba, sosegado y en<br />

paz, como los grandes genios. En mi intimidad pensaba en lo inútil de<br />

<strong>la</strong> vida. Después de tantos años de consagración a un proyecto, después<br />

de dedicarle parte de su vida a <strong>la</strong> actividad académica, venir Dios, por <strong>la</strong><br />

vía de un accidente, castrar intelectualmente a este hombre, individuo<br />

prec<strong>la</strong>ro de <strong>la</strong> economía internacional. Sabía que el ínclito interpretaba<br />

mi pensamiento. Andrés Luciano miró fijamente a su biógrafo oficial y<br />

pensó lo que nadie pudo escuchar: “Qué broma me echaron esos condenados,<br />

menos mal que me quedó el <strong>la</strong>do derecho bueno, así podré<br />

sacar los crucigramas que me llegarán por correo <strong>la</strong> semana próxima”.<br />

Con gran sentimiento me alejé del lugar donde Andrés desarrolló<br />

y p<strong>la</strong>nificó parte de su trabajo académico. Sólo se me ocurrió una proposición<br />

que le llevaría al Secretario General del partido. En vista de<br />

que el frustrado proyecto del connotado ciudadano era imposible de<br />

conocer y en pago de los años dedicados por Andrés Luciano a tal actividad,<br />

el partido debería presentar al senador, malogrado, por <strong>la</strong><br />

envidia de sus adversarios políticos, como candidato a miembro vitalicio<br />

de <strong>la</strong> Academia de Ciencias Económicas y Sociales del país.<br />

JOQRJ<br />

El proyecto de un connotado ciudadano


Catastro-fe<br />

Ustedes no lo creerán, pero pueden preguntárselo a María Alejandra<br />

Duque Aristiguieta a quien tengo sentada a mi <strong>la</strong>do. Todo es<br />

completamente cierto, sucedió hace muchos años, tantos que ya ni recuerdo<br />

cuándo. Lo que sí puedo rememorar es que <strong>la</strong> génesis fue en <strong>la</strong><br />

oficina de catastro.<br />

Durante cierta temporada, cuando estudiaba en Fi<strong>la</strong>delfia, recibí<br />

<strong>la</strong> visita de mi tía, y por cosas del destino, <strong>la</strong> muerte <strong>la</strong> sorprendió por<br />

esas tierras extrañas, bien lejos de <strong>la</strong> capital suramericana que <strong>la</strong> vio<br />

nacer. Como único heredero, me encargué de los aspectos mortuorios,<br />

de su incineración y de todo aquello que involucra estas <strong>la</strong>mentables<br />

situaciones.<br />

Cuando finalicé los estudios decidí regresar al país; una vez establecido<br />

en mi ciudad natal, inicié <strong>la</strong>s diligencias pertinentes <strong>para</strong> poner<br />

a mi nombre <strong>la</strong> propiedad que había heredado de <strong>la</strong> tía difunta. Así que,<br />

tomé <strong>la</strong> decisión de dirigirme a <strong>la</strong> oficina de catastro, lugar donde debía<br />

tramitar el cambio de nombre de <strong>la</strong> propiedad heredada. Es en este<br />

sitio donde se inicia mi historia.<br />

Todas <strong>la</strong>s mañanas al levantarme saco una carta del tarot con <strong>la</strong><br />

intención de conocer parte de mi destino durante el transcurso del día.<br />

Al salir de <strong>la</strong> cama, cuando comienza mi aventura, cuál no sería mi sorpresa<br />

que al deve<strong>la</strong>r <strong>la</strong> carta me sale “<strong>la</strong> rueda de <strong>la</strong> fortuna” en su posición<br />

OQT


derecha. Ello me aseguraba buen augurio, éxito, que debía tener paciencia,<br />

y al final, sería recompensado. Así por lo tanto, el día viernes a<br />

<strong>la</strong>s nueve de <strong>la</strong> mañana, inundado de fe y optimismo dirigí mis pasos a <strong>la</strong><br />

oficina de catastro.<br />

Llegué a <strong>la</strong> oficina pública, en <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> se hal<strong>la</strong>ba una hermosa<br />

joven, quien parecía encontrarse llevando a cabo el mismo trámite que<br />

yo debía realizar. Deduje que <strong>la</strong> señorita acababa de llegar, pues en ese<br />

momento <strong>la</strong> funcionaria le estaba diciendo a través de <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong>:<br />

—No, “miamor”, ya entregamos todos los números, tienes que<br />

venir el lunes muy temprano <strong>para</strong> recoger el que te corresponde.<br />

Como estaba en <strong>la</strong> misma situación, le increpé a <strong>la</strong> funcionaria, que<br />

dada <strong>la</strong> circunstancia de que no había más personas en el servicio, el<strong>la</strong><br />

podía entregarnos el número <strong>para</strong> hacer nuestras solicitudes.<br />

—No, papito, eso no lo puedo hacer, ya que el manual de procedimiento<br />

de esta oficina lo impide, es mejor que regresen el lunes.<br />

La joven, quien estaba frente a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong>, miraba a <strong>la</strong> funcionaria y<br />

luego posaba sus bellos ojos en los míos, como esperando un mi<strong>la</strong>gro, o<br />

que se me que ocurriera alguna que otra observación.<br />

—Señorita, yo vengo del exterior y estoy interesado en regresar lo<br />

más rápido posible.<br />

La joven, de bellos ojos, tomó <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra:<br />

—Yo también señorita, estoy hospedada en un hotel y no puedo<br />

estar malbaratando el dinero —su timbre de voz estaba acorde con <strong>la</strong><br />

figura; sus otros encantos habían cautivado mis sentidos, desde el<br />

momento que <strong>la</strong> vi.<br />

La empleada de <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong>, quien hasta los momentos no había<br />

levantado <strong>la</strong> vista <strong>para</strong> rastrearnos, informó:<br />

—Yo no puedo hacer nada por ustedes, porque el reg<strong>la</strong>mento así lo<br />

establece.<br />

Sus pa<strong>la</strong>bras finales fueron remarcadas con mayor énfasis. Aún sin<br />

mirar nuestros rostros, se dejó escuchar:<br />

—Buenos días.<br />

Advertí en <strong>la</strong> joven una mirada de decepción y resignación, no<br />

había más remedio que compartir <strong>la</strong>s razones que nos llevó a <strong>la</strong> oficina<br />

de catastro. De inmediato, le expliqué lo narrado anteriormente, y quizás,<br />

porque a veces los azares unen a <strong>la</strong> gente que tienen algo en común,<br />

<strong>la</strong> joven de ojos verdes también contó su problema.<br />

JOQUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


Resultó que <strong>la</strong> joven de g<strong>la</strong>uca mirada y de bel<strong>la</strong> figura, tenía<br />

muchos años viviendo en Basilea, es decir en Suiza. Por cosas del destino,<br />

su madre murió por esas tierras lejanas mientras visitaba a su hija.<br />

Tal como pasó conmigo, el<strong>la</strong> era su única heredera; por lo tanto, venía a<br />

vender <strong>la</strong>s propiedades de <strong>la</strong> finada. Ahora, se veía obligada a realizar<br />

algunas diligencias, <strong>la</strong>s cuales debían partir de <strong>la</strong> oficina donde afortunadamente<br />

nos encontramos. Le referí que estábamos en circunstancias<br />

simi<strong>la</strong>res, y por lo tanto nos convertía en parias de <strong>la</strong> fortuna.<br />

Hicimos <strong>la</strong>s presentaciones de ley. Me informó que su nombre era<br />

María Alejandra Duque Aristiguieta; por no tener familia ni amigas en<br />

<strong>la</strong> capital, se encontraba hospedada en un hotel. Tomé sus últimas<br />

pa<strong>la</strong>bras y recordé <strong>la</strong> carta del tarot que me había salido en <strong>la</strong> mañana:<br />

“La paciencia será recompensada”, susurré, pensando en voz alta.<br />

Como no tenía compromisos durante el fin de semana, ofrecí acompañar<strong>la</strong><br />

durante los días que se resolviera el asunto. Acordamos que iría a<br />

buscar<strong>la</strong> al hotel; de esta manera nuestro feriado sería menos aburrido.<br />

Pasamos un lindo fin de semana, fuimos al teatro, al cine, almorzamos<br />

y cenamos juntos. Conversamos de nuestros problemas y de<br />

nuestros gustos comunes, habló de su educación en <strong>la</strong> república helvética<br />

y de su facilidad <strong>para</strong> hab<strong>la</strong>r italiano, francés y alemán. P<strong>la</strong>ticamos,<br />

hasta que llegamos al lugar que nos vinculó, el de <strong>la</strong> muerte de su madre<br />

mientras <strong>la</strong> visitaba en Suiza y del deceso de mi tía mientras yo estaba<br />

en Fi<strong>la</strong>delfia. Fueron tantos los puntos de coincidencia, que parecía<br />

que el destino y el infortunio nos unían. Recordé que el domingo antes<br />

de encontrarme con el<strong>la</strong>, <strong>la</strong> carta del tarot “<strong>la</strong> temp<strong>la</strong>nza” salió derecha;<br />

cuyo significado, es <strong>la</strong> de una armoniosa asociación y un amor sin<br />

pasión. Tuve duda de <strong>la</strong> carta, <strong>la</strong> hermosura de María Alejandra hacía<br />

imposible amar<strong>la</strong> desapasionadamente. Luego nos despedimos con <strong>la</strong><br />

seguridad de que nos encontraríamos en <strong>la</strong> oficina de catastro.<br />

Antes de ir al sitio donde iba a realizar <strong>la</strong>s diligencias, tomé una<br />

carta del tarot como era mi costumbre. Salió “<strong>la</strong> muerte” invertida; ésta<br />

indicaba un desastre, fatalidad, fracaso en lo p<strong>la</strong>neado. Me sonreí y no lo<br />

tomé en serio. ¿Cómo podía pasarlo mal al <strong>la</strong>do de María Alejandra?<br />

Llegamos casi juntos, muy temprano en <strong>la</strong> mañana a <strong>la</strong> oficina de<br />

catastro. Saludé efusivamente a mi nueva amiga. Encontramos a <strong>la</strong><br />

funcionaria sumamente ocupada quitándose <strong>la</strong> vieja pintura de <strong>la</strong>s uñas<br />

con un algodón empapado de acetona. Nos dirigimos a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong>, interrumpiendo<br />

en su tarea a <strong>la</strong> afanosa funcionaria, aspirábamos recibir de<br />

JOQVJ<br />

Catastro-fe


sus manos los números que tan ansiosamente deseábamos. La señora,<br />

ubicada al otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong>s rejas, sin levantar <strong>la</strong> mirada de su tarea, el<br />

destiñe de uña, nos entregó los números veinticinco y veintiséis, los<br />

cuales servían <strong>para</strong> l<strong>la</strong>marnos y atendernos por <strong>la</strong> otra ventanil<strong>la</strong>.<br />

Permanecimos un buen rato esperando que nos l<strong>la</strong>maran por <strong>la</strong><br />

otra taquil<strong>la</strong>. Esto permitió conocernos más íntimamente. Le hablé de<br />

mi afición por <strong>la</strong> cartomancia, por el esoterismo y de mi inquietud por<br />

<strong>la</strong>s religiones orientales: el budismo, el taoísmo, el confusionismo, en<br />

fin, hablé de motivaciones intelectuales. Cuál no sería mi sorpresa,<br />

cuando María Alejandra me comunicó, que parte de sus estudios en<br />

Suiza tenían que ver con <strong>la</strong>s civilizaciones orientales y por lo tanto,<br />

estaba familiarizada tanto con <strong>la</strong> cultura, como con <strong>la</strong>s religiones de<br />

China y de <strong>la</strong> India. Además, con frecuencia, practicaba <strong>la</strong> meditación;<br />

en algunas oportunidades necesitaba concentrarse en los estudios y<br />

también <strong>para</strong> liberarse del estrés. Coincidimos nuevamente en nuestras<br />

inquietudes. De inmediato pensé, que el destino o Buda <strong>la</strong> habían colocado<br />

en mi camino.<br />

Hab<strong>la</strong>mos casi durante una hora y media; no nos habíamos percatado<br />

del número que teníamos entre <strong>la</strong>s manos. De inmediato acudí a<br />

<strong>la</strong> otra taquil<strong>la</strong>, con <strong>la</strong> finalidad de obtener información de <strong>la</strong> situación.<br />

La otra recepcionista, se encontraba tomándose tranqui<strong>la</strong>mente un<br />

café y ante mi pregunta sobre los números contestó:<br />

—Mira, papito, ese número sirve <strong>para</strong> entregarte una p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong> <strong>para</strong><br />

que <strong>la</strong> llenes, pero desafortunadamente, ese formu<strong>la</strong>rio está agotado y<br />

<strong>la</strong> imprenta informó que llegan dentro de tres días.<br />

Durante un breve tiempo permanecí hierático, <strong>para</strong>lizado; tuve<br />

que <strong>contar</strong> hasta mil, tal como había aprendido en <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>ses de meditación.<br />

Cuando se aproximó María Alejandra, encontró a un hombre<br />

casi en estado cataléptico. Parecía que estaba a punto de infarto, hasta<br />

que sentí su mano reconfortante sobre mi hombro y con una voz meliflua<br />

me sosegó:<br />

—Tres días más de vacaciones serán interesantes y re<strong>la</strong>jantes, así<br />

tenemos una excusa <strong>para</strong> pasar más tiempo juntos.<br />

Sus pa<strong>la</strong>bras permitieron que regresara del mas allá y tocara <strong>la</strong> Tierra.<br />

Le correspondí con una sonrisa y salimos de <strong>la</strong> oficina de catastro,<br />

no sin antes perder <strong>la</strong> fe en <strong>la</strong> resolución de nuestros problemas.<br />

Pasamos tres días en armoniosa compañía, comimos, bai<strong>la</strong>mos,<br />

fuimos al cine, en fin, nos divertimos tal como lo hacen <strong>la</strong>s parejas afines.<br />

JORMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


Pero advertía, que cada día necesitaba más de su presencia. Cuando permanecía<br />

cerca de mí, sentía una alegría que no sabía ubicar<strong>la</strong>, o era en mi<br />

cerebro o era en mi corazón. Algo anunciaba que <strong>la</strong>s cosas iban a cambiar<br />

<strong>para</strong> los dos.<br />

“La fortaleza” volteada. Esta carta fue <strong>la</strong> que salió el día en que me<br />

dirigía nuevamente a <strong>la</strong> oficina de catastro; ésta predice: cólera, impaciencia,<br />

ira. No quise pensar más en esto; tenía <strong>la</strong> fe y <strong>la</strong> paciencia <strong>para</strong><br />

enfrentar <strong>la</strong>s adversidades de <strong>la</strong> vida. Allí estaba <strong>la</strong> chica de los ojos<br />

bellos. Había tomado los números <strong>para</strong> pasar a <strong>la</strong> otra taquil<strong>la</strong> y así<br />

recibir el formu<strong>la</strong>rio. La funcionaria de <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> dos nos recibió muy<br />

amablemente. Estaba tomándose un cafecito mañanero. De inmediato,<br />

con una elegante sonrisa, tomó <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra:<br />

—Tal como lo prometido, aquí están sus dos p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s, deben llenar<br />

sus datos en máquina de escribir, comprarse un timbre fiscal cuyo<br />

monto está indicado y entregar<strong>la</strong> en <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> tres.<br />

Como dice el dicho, <strong>la</strong> fe mueve montañas, y dicha fe nos conducía<br />

a <strong>la</strong> solución de nuestros problemas. María Alejandra, que escuchaba <strong>la</strong><br />

conversación, hizo <strong>la</strong> pregunta de ley:<br />

—Bueno, señora, ¿y dónde se puede comprar el timbre fiscal?<br />

La funcionaria dos, tomó dos sorbos del cafecito mañanero y con<br />

una cuasi sonrisa dibujada en <strong>la</strong> comisura de sus <strong>la</strong>bios manifestó:<br />

—Ay mamita, aquí no vendemos timbres fiscales, debes ir al Ministerio<br />

de Hacienda o al correo <strong>para</strong> ver si consigues.<br />

Tomé de <strong>la</strong> mano a María Alejandra y salimos corriendo de catastro,<br />

<strong>para</strong> ir a cualquiera de <strong>la</strong>s dos oficinas indicada por <strong>la</strong> funcionaria<br />

dos.<br />

Salimos agarrados de <strong>la</strong> mano y continuamos en esta posición, sin<br />

percatarnos de tal hecho. Fue luego de caminar un <strong>la</strong>rgo trecho, como<br />

experimentando un cierto rubor, cuando nos soltamos disimu<strong>la</strong>damente,<br />

sin aludir en ningún momento a tal situación. Tomamos un taxi <strong>para</strong><br />

ir primero al ministerio. Permanecimos en silencio dentro del taxi, como<br />

buscando una explicación a nuestro comportamiento. Parecía que el<br />

infortunio nos hacía cómplices de algo y que ninguno de los dos quería<br />

reve<strong>la</strong>r; diría que estábamos cómodos. Como si María Alejandra leyera<br />

mis pensamientos, tomó mi mano, <strong>la</strong> apretó ofreciéndome una bel<strong>la</strong><br />

sonrisa.<br />

Llegamos al Ministerio de Hacienda o del desorden. El desastre era<br />

tal, que nadie en este local nos podía informar dónde se podía adquirir el<br />

JORNJ<br />

Catastro-fe


codiciado impuesto. Indagué, busqué, hasta que en una taquil<strong>la</strong> solitaria<br />

se podía leer en un cartel: “Venta de timbres”. Al llegar a ésta<br />

comprendí <strong>la</strong> razón de <strong>la</strong> ausencia de público. Nos acercamos al sitio<br />

enrejado; el funcionario no me dejó hab<strong>la</strong>r y sin despejar <strong>la</strong> vista de <strong>la</strong><br />

gaceta hípica aulló:<br />

—La venta de timbres fiscales está suspendida hasta nuevo aviso.<br />

Conté hasta veintiséis y cuando María Alejandra notó mi actitud<br />

meditativa le preguntó de <strong>la</strong> manera muy dulce:<br />

—Señor, ¿cuándo podemos venir <strong>para</strong> adquirir el impuesto?<br />

El señor enrejado no levantó <strong>la</strong> mirada, no quería perder <strong>la</strong> concentración<br />

del caballo ganador de <strong>la</strong> tercera carrera.<br />

—No sé, señorita, se descubrió una falsificación de timbres y hasta<br />

que no se resuelva esta situación no los puedo vender.<br />

Le expliqué al señor todos los avatares que habíamos sufrido, le<br />

señalé el gasto de hotel que María tenía que cance<strong>la</strong>r mientras no se<br />

resolvía el asunto. En fin, utilicé todos los elementos persuasivos que<br />

llegaron a mi mente y <strong>la</strong> única respuesta que logré fue:<br />

—Mira, chamo, yo estoy aquí <strong>para</strong> vender timbres y no <strong>para</strong> solucionar<br />

sus problemas amorosos —y continuó ensimismado en su literatura<br />

hípica, en espera del mi<strong>la</strong>gro del caballo ganador. Ante esta última<br />

aseveración María Alejandra y yo nos reímos, parecía que el señor enrejado<br />

había descubierto lo que no éramos capaces de confesar. Salimos<br />

del ministerio agarrados de <strong>la</strong> mano, tal como nos lo había dicho el funcionario,<br />

como unos eternos enamorados.<br />

Nos dirigimos al correo con <strong>la</strong> esperanza de adquirir los benditos<br />

timbres, esta vez, no agarrados de <strong>la</strong> mano, caminamos abrazados,<br />

hasta que llegó un taxi y nos llevó al correo. Nos dirigimos a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> y<br />

escuchamos a <strong>la</strong> vendedora decirle a un solicitante:<br />

—Por órdenes expresas, <strong>la</strong>s ventas de timbres fiscales están suspendidas<br />

por quince días.<br />

El amor, por ser una forma de locura, mata <strong>la</strong>s angustias de los atormentados.<br />

Eso lo descubrí en ese momento. No importaba lo que venía,<br />

tal infortunio iba a permitirme estar más cerca de María Alejandra.<br />

Parecía que el<strong>la</strong> estaba en <strong>la</strong> misma onda mía. Pasó su brazo por mi cintura<br />

en un gesto muy tierno. No tuve ningún problema de aceptar <strong>la</strong><br />

invitación al hotel donde el<strong>la</strong> residía.<br />

¿Qué puedo re<strong>la</strong>tar de lo ocurrido una vez que cerramos <strong>la</strong> puerta<br />

de <strong>la</strong> habitación? ¿Quién no ha estado con su enamorada en un cuarto<br />

JOROJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


JORPJ<br />

Catastro-fe<br />

solo? ¿Qué puedo decir, que no se haya dicho ya en <strong>la</strong>s diferentes nove<strong>la</strong>s<br />

eróticas, o en <strong>la</strong> literatura universal sobre el encuentro de dos<br />

amantes? Es verdad, todo sucedió, nos llenamos de amor, de lujuria, de<br />

p<strong>la</strong>cer y de todo aquello que unen a dos personas recién enamoradas.<br />

Eso sí, nos llenamos, pero sin atosigarnos, queríamos dejar un cierto espacio<br />

<strong>para</strong> más amor.<br />

Transcurrido un mes, María Alejandra se mudó <strong>para</strong> mi apartamento<br />

con <strong>la</strong> finalidad de evitar más gasto del hotel; de esta manera<br />

estaríamos más tiempo juntos. Yo, seguí trabajando desde mi apartamento,<br />

y el<strong>la</strong> continuó sus estudios por Internet sobre civilizaciones<br />

orientales.<br />

Al mes de <strong>la</strong> última visita al ministerio, logramos comprar los benditos<br />

timbres fiscales. Llenamos a máquina <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>, tal como indicaba<br />

el procedimiento, le colocamos el timbre fiscal. Nos dispusimos llenos<br />

de fe y esperanza <strong>para</strong> dirigirnos, nuevamente, a <strong>la</strong> oficina de catastro.<br />

Nos asignaron nuestro número <strong>para</strong> ir a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> tres. Cuando llegamos,<br />

observamos que <strong>la</strong> funcionaria tres estaba pintándose <strong>la</strong>s uñas.<br />

Nos acercamos a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong>, le entregamos los documentos y al levantar<br />

los ojos <strong>para</strong> mirarnos, hizo un movimiento brusco, y zas ¿no saben qué<br />

ocurrió? ¡El frasco de pintura de uña cayó sobre los documentos!<br />

—¡Señores, miren lo que sucedió por culpa de ustedes! ¿No pueden<br />

tener más cuidado; es que sus manos <strong>la</strong> tienen de adorno? ¿Usted, señor,<br />

no ve lo que hace; vea cómo quedó <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>?<br />

Me puse rojo, azul, verde. Recuerdo, que miré <strong>para</strong> todos los <strong>la</strong>dos,<br />

pues no creía que se estaba hab<strong>la</strong>ndo conmigo. Sentí <strong>la</strong> mano de María<br />

Alejandra posarse sobre mi hombro, y como un calmante, el color a mi<br />

piel adquirió el tono normal. No articulé pa<strong>la</strong>bra alguna en espera de <strong>la</strong><br />

próxima actuación de <strong>la</strong> funcionaria tres. Tomó un algodón con acetona,<br />

lo pasó por los documentos, convirtiéndolos en algo deforme e ilegible.<br />

—Conforme, pase a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> cuatro.<br />

El silencio y <strong>la</strong> ira contenida fueron recompensados, pensé que <strong>la</strong><br />

mácu<strong>la</strong> roja en documento, no tendría nada que ver <strong>para</strong> <strong>la</strong> conformación<br />

de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>.<br />

Cuando llegamos a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> cuatro, <strong>la</strong> funcionaria había ade<strong>la</strong>ntado<br />

su hora de almuerzo. Tenía sobre su mano una cuchara con <strong>la</strong> que<br />

estaba degustando un hervido de pescado. Soltó <strong>la</strong> cabeza de pescado<br />

que tenía en <strong>la</strong> otra mano y agarró <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s: de inmediato <strong>la</strong>s soltó y<br />

me <strong>la</strong>s devolvió.


—Papito, ¿acaso tú no sabes leer?, ¿tú no ves qué dice acá?<br />

Apuntó <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong> con el dedo lleno de ojo de pescado:<br />

—“Va sin enmienda”, y esto no es más que un simple borrón —le<br />

expliqué lo ocurrido y <strong>la</strong> culpa de <strong>la</strong> funcionaria de <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> tres, le<br />

hablé de mis vicisitudes, del apuro de mi estadía en Fi<strong>la</strong>delfia, de <strong>la</strong> permanencia<br />

de mi compañera en Suiza, hasta le dije que el hervido tenía<br />

buen aroma, pero todo fue en vano, sabía lo que venía:<br />

—Tiene que comenzar de nuevo.<br />

Recordé <strong>la</strong>s enseñanzas de Buda, el Bhagavad-Gita, los vedas, aprendidas<br />

con el maestro Bhaktivedanta Swami <strong>para</strong> <strong>la</strong> conciencia Krisna;<br />

me afloró en mi mente el yin-yang y le dije a María Alejandra:<br />

—Sentémonos a meditar.<br />

Le pedí a mi compañera que se sentara en el medio de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> con <strong>la</strong><br />

finalidad de invocar a <strong>la</strong> infalible Krisna. Adoptamos <strong>la</strong> posición de loto,<br />

unimos, cada uno por se<strong>para</strong>do los pulgares y los índices <strong>para</strong> realizar un<br />

ejercicio de concentración. Era necesario encontrar <strong>la</strong> paz invocando al<br />

infalible Krisna. Cerramos los ojos y comenzamos a meditar. Sólo se oía<br />

en el recinto <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras “aum, aum, aum”. Queríamos invocar a <strong>la</strong> diosa<br />

Laksmi <strong>para</strong> que nos acogiera en sus múltiples brazos y nos diera <strong>la</strong><br />

calma necesaria en estos casos.<br />

Recuerdo que el silencio fue total. Desperté cuando un uniformado<br />

me tocó el hombro <strong>para</strong> sacarme de mi estado de meditación. Observé<br />

que estábamos rodeados de numerosas personas, quienes nos hacían<br />

una rueda. Regresé del viaje astral, cuando escuché <strong>la</strong> voz del agente:<br />

—Miren, jóvenes, no sé qué c<strong>la</strong>se de tabaco se fumaron, aunque<br />

“aum” no los voy a llevar presos, pero si siguen molestando en este local<br />

los enviaré al <strong>para</strong>íso terrenal.<br />

Levanté <strong>la</strong> mirada, observé su rostro; como lo hice tan profundamente,<br />

advertí un aura negra a su alrededor; casi llegué asegurar que<br />

aquel agente despedía un hedor mefítico. Sabía que con este funcionario<br />

no se podía conversar. No quedó más remedio que levantarnos del piso;<br />

invité a mi compañera a que abandonáramos <strong>la</strong> oficina de catastro.<br />

Salimos de <strong>la</strong> oficina, sin mencionar durante mucho rato lo recientemente<br />

ocurrido, parecía que <strong>la</strong> fatalidad nos acompañaba. La paz y <strong>la</strong><br />

tranquilidad que da <strong>la</strong> meditación, se estaba agotando; no podía ser cierto<br />

lo que estaba pasando. Había leído, que en recientes descubrimientos<br />

fisiológicos los médicos recomendaban <strong>la</strong>s re<strong>la</strong>ciones sexuales, éstas permiten<br />

aliviar el estrés. Le pedí a María Alejandra que corriéramos al<br />

JORQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


apartamento. Durante tres días seguidos hicimos el amor, con tanta<br />

pasión, que nos olvidamos de <strong>la</strong> oficina de catastro, hasta que <strong>la</strong> joven me<br />

invitó a retomar nuestra vida normal.<br />

Me levanté temprano, tomé una carta y salió “<strong>la</strong> justicia” derecha.<br />

Ésta auguraba equidad, moderación en todas <strong>la</strong>s cosas y una cierta esperanza.<br />

Imaginé a los hombres antiguos consultando el tarot <strong>para</strong> <strong>la</strong> resolución<br />

de todos sus problemas, tal como lo yo lo hacía en <strong>la</strong> actualidad.<br />

Tenía fe y esperanza en <strong>la</strong> oficina de catastro. Tomé una máquina de<br />

escribir portátil <strong>para</strong> llenar <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s en el local del ministerio, nos<br />

dirigimos al correo a conseguir <strong>la</strong>s estampil<strong>la</strong>s y de allí nos fuimos nuevamente,<br />

a <strong>la</strong> oficina de catastro.<br />

Nuevamente estábamos frente a <strong>la</strong> primera ventanil<strong>la</strong>. Taquil<strong>la</strong><br />

uno: aquí están sus números. Taquil<strong>la</strong> dos: tome sus p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s. Llené <strong>la</strong>s<br />

p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s y coloqué el timbre fiscal. Taquil<strong>la</strong> tres: revisión de <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s;<br />

correcto. “Pase a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> cuatro”. Entregué <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s a <strong>la</strong> empleada<br />

de <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> cuatro, quien nuevamente se estaba tomando un sancocho.<br />

Con <strong>la</strong> finalidad de evitar que <strong>la</strong> funcionaria cuatro derramara parte de <strong>la</strong><br />

sopa sobre los documentos, le sugerí a <strong>la</strong> señora que me permitiera el<br />

p<strong>la</strong>to, que yo lo sostendría mientras el<strong>la</strong> leía con detenimiento <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>.<br />

La funcionaria cuatro aceptó.<br />

—Es un cruzado de carite fresco con jurel salpreso; lo preparó mi<br />

suegra. Mientras leo los papeles, por favor, triture <strong>la</strong>s vitual<strong>la</strong>s; era lo<br />

que estaba haciendo antes que ustedes llegaran —de inmediato, tomé<br />

el tenedor; comencé desmenuzar con afán <strong>la</strong> auyama, el ocumo y el<br />

plátano verde que estaba un poco duro. La empleada, leía con detenimiento<br />

<strong>la</strong>s p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s y con un movimiento vertical hacia abajo confirmaba<br />

lo bien hecho del documento.<br />

—Si ustedes quieren, mientras termino de leer, prueben el sancocho,<br />

todavía queda un resto en <strong>la</strong> ol<strong>la</strong>.<br />

Me dio una cuchara <strong>para</strong> que llevara a cabo tal operación. Para no<br />

ofender <strong>la</strong> sensibilidad de <strong>la</strong> funcionaria cuatro, <strong>la</strong> agarré y tomé un<br />

sorbo, le di una cucharadita a María Alejandra, quien igual que yo,<br />

estaba de acuerdo en <strong>la</strong> buena sazón de <strong>la</strong> suegra de <strong>la</strong> funcionaria. Para<br />

no ser mal educado, le di un poquito a <strong>la</strong> empleada <strong>para</strong> que probara mi<br />

trabajo de triturador. Después que retiré <strong>la</strong> cuchara de su boca, siguió<br />

moviendo su cabeza hacia abajo, no sé si aprobando los documentos o<br />

corroborando mi buen trabajo culinario con <strong>la</strong>s vitual<strong>la</strong>s del sancocho.<br />

JORRJ<br />

Catastro-fe


—Todo está correcto —selló los documentos y expresó, saboreando<br />

el sancocho—: Pasen a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> cinco.<br />

Le di su p<strong>la</strong>to de almuerzo, no sin antes, tomarme una cucharada y<br />

otra <strong>para</strong> María Alejandra.<br />

¡Aleluya! Gritamos al unísono María Alejandra y yo. Sabía que <strong>la</strong>s<br />

cartas del tarot estaban de mi parte. Llegamos a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> cinco y nos<br />

percatamos que en el<strong>la</strong> se encontraba una funcionaria leyendo una<br />

revista de farándu<strong>la</strong>. Antes de que le pidiéramos alguna información,<br />

escuchamos:<br />

—Mira, mamita, ¿tú no viste <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> de <strong>la</strong>s nueve?, porque me<br />

quedé dormida y me perdí del último capítulo —María Alejandra, que<br />

sabía que <strong>la</strong> pregunta era con el<strong>la</strong> negó con <strong>la</strong> cabeza— Ay, mamita, tú<br />

no estás en nada. ¿Cuál nove<strong>la</strong> estás viendo a <strong>la</strong>s diez?<br />

Como no hubo respuesta de parte de mi acompañante se limitó a<br />

mirar y a leer <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s y nosotros no perdíamos detalle de sus gestos;<br />

en estos estaba <strong>la</strong> decisión de <strong>la</strong> aprobación o no de nuestras solicitudes.<br />

“Todo está correcto”. Nos alegramos, me vino <strong>la</strong> alegría, el p<strong>la</strong>cer, <strong>la</strong> esperanza<br />

y <strong>la</strong> fe en el catastro.<br />

—Pero… —al escuchar estas cuatro fatídicas letras, se me vino <strong>la</strong><br />

sangre a <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>ntas de los pies. El líquido purpurado que estaba distribuido<br />

equitativamente en el resto del cuerpo, pasó a <strong>la</strong> parte inferior<br />

por arte de birlibirloque; una palidez patibu<strong>la</strong>ria inundó mi rostro—<br />

Hace falta una fotocopia del documento de identidad.<br />

La sangre subió nuevamente, como en un ascensor, hacia mi cabeza<br />

y mis carrillos tomaron el color normal. Ante tal pedimento y como<br />

conocedor de estas situaciones con anterioridad, le habíamos sacado<br />

fotocopia a <strong>la</strong>s cédu<strong>la</strong>s. Como jugador de dominó, cuando coloca <strong>la</strong><br />

última ficha ganadora, se los puse sobre el mostrador. Revisó, les colocó<br />

una grapa a cada uno y cuando ya nos disponíamos a celebrar con una<br />

sonrisa de triunfo, escuchamos del otro <strong>la</strong>do del mostrador:<br />

—Falta <strong>la</strong> carta de defunción de su tía y <strong>la</strong> de <strong>la</strong> madre de <strong>la</strong> señorita.<br />

Qué va, esto no era verdad, tales documentos no nos lo podían solicitar.<br />

Le informé a <strong>la</strong> funcionaria farandulera que una estaba en Fi<strong>la</strong>delfia<br />

y <strong>la</strong> otra en Basilea.<br />

—No importa señor, ustedes se van en el autobús que sale a <strong>la</strong><br />

cinco de <strong>la</strong> mañana y regresan como a <strong>la</strong>s dos de <strong>la</strong> tarde; <strong>para</strong> esa hora<br />

estamos trabajando. Si ustedes quieren yo los esperaré.<br />

JORSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


Ante tal muestra de amabilidad ¿qué podíamos hacer? ¿Qué le<br />

podríamos rec<strong>la</strong>mar a este ángel farandulero? Le sugerí que me devolviera<br />

<strong>la</strong>s p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s.<br />

—Cuando tenga todos los documentos se los traeremos.<br />

Agarré los papeles, tomé de <strong>la</strong> mano a María Alejandra y abandonamos<br />

<strong>la</strong> oficina de catastro.<br />

Nos fuimos en silencio, hasta que entramos a una cafetería a pedir<br />

cualquier cosa <strong>para</strong> pasar el rato amargo. Nos dolía el hecho de tener que<br />

alejarnos por mucho tiempo <strong>para</strong> conseguir <strong>la</strong>s cartas de defunción de<br />

nuestros seres queridos, puesto que por analogía con lo que nos estaba<br />

ocurriendo en nuestro país, eso mismo ocurriría en Fi<strong>la</strong>delfia y en<br />

Basilea.<br />

Pre<strong>para</strong>mos los viajes, nos despedimos en el aeropuerto sin tener <strong>la</strong><br />

certeza de nuestro futuro regreso.<br />

Arribé el día miércoles a <strong>la</strong>s diez de <strong>la</strong> mañana, de inmediato acudí<br />

a <strong>la</strong> oficina que se ocupa de tales servicios. Le suministré los datos a <strong>la</strong><br />

funcionaria encargada. Me pidió pasaporte.<br />

—Por favor siéntese y espere un minuto.<br />

Vació los datos en una computadora pisó una tec<strong>la</strong>, mientras escuchaba<br />

a <strong>la</strong> impresora copiar un documento.<br />

—Tome señor, gusto en servirle y que pase unos buenos días.<br />

Miré el documento y quedé estupefacto. No podía creer lo que<br />

había sucedido. Corrí y me dirigí al hotel, mi primer impulso fue l<strong>la</strong>mar<br />

a María Alejandra <strong>para</strong> hacer de su conocimiento <strong>la</strong> buena noticia. Al<br />

establecer comunicación, mi compañera de infortunios era portadora<br />

de una grata novedad. Cuando llegó a su hotel ya tenía el documento<br />

en <strong>la</strong> recepción. Antes de salir, había tomado <strong>la</strong> previsión de l<strong>la</strong>mar al<br />

despacho suizo en encargado de esos asuntos. Ellos le informaron que<br />

no había problema, que lo tendría a su arribo a <strong>la</strong> capital helvética. No<br />

podía ser de otro modo, el día que se marchó <strong>para</strong> Fi<strong>la</strong>delfia salió <strong>la</strong><br />

carta de “los amantes”. Era <strong>la</strong> carta del amor y sólo gracias a ese sentimiento<br />

era posible unirme tan intensamente a María Alejandra. Nos<br />

pusimos de acuerdo <strong>para</strong> estar de regreso el fin de semana.<br />

Nos amamos, nos juramos amor eterno, cual par de enamorados;<br />

daba <strong>la</strong> impresión que habíamos sobrellevado muchos años de ausencia.<br />

Hab<strong>la</strong>mos del viaje, com<strong>para</strong>mos los servicios en los otros países. Lloramos<br />

y nos pusimos a reflexionar <strong>para</strong> así, con nuestras armas, pre<strong>para</strong>rnos<br />

y poder enfrentar a <strong>la</strong> oficina de catastro, no sin antes asegurarnos<br />

JORTJ<br />

Catastro-fe


de no perder <strong>la</strong> fe. Encendimos una varil<strong>la</strong> de sándalo, nos sentamos a<br />

meditar y oramos:<br />

“Ahora estamos confusos acerca de nuestro deber, y a causa de<br />

nuestra f<strong>la</strong>queza, hemos perdido toda compostura. En esta condición,<br />

te pido que nos digas c<strong>la</strong>ramente lo que es mejor <strong>para</strong> nosotros. Ahora<br />

somos tus discípulos y unas almas entregadas a Ti. Por favor, instrúyenos”.<br />

Recordé este pasaje del Bhagavad-Gita, el cual ayudaría a que<br />

Krisna nos acogiera en su seno y obtener de Él <strong>la</strong> paz, <strong>la</strong> sabiduría y <strong>la</strong><br />

paciencia <strong>para</strong> enfrentar el día lunes <strong>la</strong> oficina de catastro.<br />

Antes de abandonar el apartamento tomé <strong>la</strong> carta del tarot. Me<br />

salió el arcano mayor “<strong>la</strong> torre”. Invertida. El<strong>la</strong> me aseguraba gran cataclismo,<br />

confusión completa, proyectos brutalmente frustrados. Me<br />

sonreí y no le informé nada a mi acompañante.<br />

Llegamos directamente a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> cinco, ya que afortunadamente<br />

podíamos obviar los otros pasos. Recordé que <strong>la</strong> señora de esta taquil<strong>la</strong><br />

era farandulera y cuando nos vio preguntó:<br />

—¿Quién ganó el concurso de Miss Universo, que me quedé dormida<br />

cuando iban por <strong>la</strong> cuarta finalista?<br />

Le comentamos nuestra ignorancia de tan magno evento y de<br />

inmediato le entregamos los documentos necesarios.<br />

—Qué bien, perfecto, esto está correcto —ante cada pa<strong>la</strong>bra de<br />

acierto yo me emocionaba, el tarot se había equivocado—. Estos documentos<br />

están en otro idioma.<br />

Previendo tal observación, saqué de mi maletín otros papeles, estos<br />

eran <strong>la</strong> traducción que María Alejandra y yo habíamos hecho de <strong>la</strong>s<br />

cartas de defunción de nuestros seres queridos. La oficinista farandulera<br />

tomó los documentos, los revisó, hizo un gesto negativo con <strong>la</strong><br />

cabeza y yo casi me desvanezco y caigo en el piso.<br />

—Estas traducciones tiene que realizar<strong>la</strong>s un intérprete público.<br />

Esto era un sueño, estas cosas no pasan en <strong>la</strong> vida real, esto era ficción.<br />

—Señora, yo soy bilingüe y <strong>la</strong> señorita es políglota; por ello tuvimos<br />

el abuso de realizar <strong>la</strong>s traducciones. Todo lo que está escrito es una fiel<br />

traducción del documento original.<br />

Cuando terminé <strong>la</strong> última pa<strong>la</strong>bra miré a mi chica de ojos bellos y<br />

en espera de su aprobación. En efecto, noté en su mirada el asentimiento<br />

de mi desempeño; al rato escuché:<br />

JORUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


—Señores, yo sé que hay mucho daño en <strong>la</strong> calle, cómprese cada<br />

uno un azabache <strong>para</strong> que no les pongan esas enfermedades tan raras<br />

que me acaba de decir. Sin embargo, ustedes se ven muy sanos.<br />

No entendimos <strong>la</strong> sugerencia de <strong>la</strong> señora y después siguió:<br />

—Tome <strong>la</strong> tarjeta de este intérprete público que es muy amigo<br />

mío, él les va hacer <strong>la</strong>s traducciones por un precio económico. Cuando<br />

<strong>la</strong>s tengan, me <strong>la</strong>s trae, que en poco tiempo salen sus documentos.<br />

Se calló y buscó en el periódico <strong>la</strong> sección de <strong>la</strong> farándu<strong>la</strong> <strong>para</strong><br />

ponerse al día en el concurso de Miss Universo.<br />

Tomé <strong>la</strong> tarjeta y salimos de <strong>la</strong> oficina de catastro sin pronunciar<br />

una so<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra. Parecíamos dos sonámbulos, quienes deambu<strong>la</strong>ban<br />

sin rumbo conocido, hasta que un frenazo nos sacó de nuestro letargo.<br />

Observé un teléfono público, de inmediato l<strong>la</strong>mé al intérprete público<br />

recomendado por <strong>la</strong> farandulera. Concertamos una cita y nos lo prometió<br />

<strong>para</strong> dentro de un mes y eso por que veníamos recomendados por<br />

una buena amiga. Fijó <strong>la</strong> tarifa de recomendación y nos despedimos<br />

hasta <strong>la</strong> entrega de los documentos, los cuales enviaríamos por servicio<br />

de mensajería.<br />

Al final del mes estaban <strong>la</strong>s dos traducciones impecablemente realizadas,<br />

tal como lo habíamos hecho nosotros. Cance<strong>la</strong>mos los emolumentos<br />

y salimos dis<strong>para</strong>dos <strong>para</strong> <strong>la</strong> oficina de catastro.<br />

Nos dirigimos directamente a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> cinco y <strong>la</strong> farandulera<br />

estaba leyendo los resultados del último “raiting”; además, se estaba pintado<br />

<strong>la</strong>s uñas con tranquilidad e indiferencia. Cuando vimos a <strong>la</strong> afanosa<br />

taquillera en esta dualidad de actos, no nos arriesgamos a entregarle los<br />

documentos. María Alejandra le sugirió:<br />

—Si usted quiere, yo le pinto <strong>la</strong>s uñas mientras lee nuestros documentos;<br />

creo que están conformes —<strong>la</strong> farandulera le dio el frasco de<br />

pintura; a mí me asignó uno con acetona con sus respectivos algodones.<br />

Nuestra tarea manicura fue impecable. Muchas veces había visto a<br />

María Alejandra realizar esta actividad. Tuve mucho cuidado de quitarle<br />

con acetona <strong>la</strong>s manchas fuera de lugar.<br />

—Esto está de lo mejor; pase a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> seis.<br />

Nos miramos llenos de alegría, todo estaba perfecto, repetimos<br />

como un eco de <strong>la</strong> funcionaria.<br />

JORVJ<br />

Catastro-fe


—Por favor, antes de pasar a <strong>la</strong> próxima taquil<strong>la</strong> termine con <strong>la</strong>s<br />

uñas de <strong>la</strong> mano derecha —María Alejandra, culminó su <strong>la</strong>bor con su<br />

cara rebosante de alegría y nos dirigimos a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> seis.<br />

La funcionaria de <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> seis nos estaba esperando con los respectivos<br />

sellos. Revisó someramente los documentos y los marcó con<br />

tanta rabia mientras musitaba en voz baja:<br />

—Ojalá que no lo vea con esa mujer; soy capaz de cortarle <strong>la</strong> cabeza<br />

—y mientras susurraba <strong>la</strong> última pa<strong>la</strong>bra asestó un soberano golpe con<br />

el sello; <strong>la</strong> sensación de ira de <strong>la</strong> funcionaria lo recibió <strong>la</strong> foto de mi<br />

cabeza de <strong>la</strong> fotocopia de mi documento de identidad. Sentí que descargaba<br />

<strong>la</strong> iracundia, propinando un golpe en <strong>la</strong> figura de mi testa.<br />

Cuando <strong>la</strong> cornuda murmuró con rabia—: Tomen estos recibos <strong>para</strong><br />

que rec<strong>la</strong>men el documento final dentro de un mes.<br />

Salí de mi mutismo y pegué un grito de alegría, simi<strong>la</strong>r al de<br />

Arquímedes: ¡Eureka! Nos abrazamos y nos besamos, como si celebráramos<br />

un año nuevo. No quise informarle a María Alejandra que el<br />

arcano mañanero fue “el ciclo”, éste me auguraba sorpresas, entusiasmo,<br />

juicios legales favorables. No podía ser de otra manera, estaba al <strong>la</strong>do de<br />

mi gran amor.<br />

Cuando abandonamos <strong>la</strong> oficina de catastro, invité a María Alejandra<br />

a celebrar nuestro triunfo y le comuniqué <strong>la</strong> sorpresa que le tenía<br />

guardada <strong>para</strong> esta ocasión.<br />

Una vez sentados, después de probar el primer sorbo de jugo, le<br />

pedí unir nuestras vidas mediante el connubio. Le entregué un bello<br />

anillo de compromiso. Su respuesta afirmativa no se hizo esperar; no<br />

podía ser de otro modo. El infortunio, los avatares, <strong>la</strong>s desdichas nos<br />

habían acercado y por lo tanto, teníamos que premiar nuestro amor con<br />

el <strong>la</strong>zo del matrimonio. Así lo hicimos.<br />

Celebramos <strong>la</strong> boda con <strong>la</strong>s personas más allegadas. Antes de ir a <strong>la</strong><br />

luna de miel, tomé mi consabida carta. “La emperatriz” en posición<br />

derecha, el<strong>la</strong> me auguraba riqueza material, matrimonio y fecundidad.<br />

Guardé <strong>la</strong> carta y nos fuimos a llenarnos de más amor.<br />

Cumplido el mes necesario <strong>para</strong> <strong>la</strong> entrega del documento, nos<br />

dirigimos a <strong>la</strong> oficina de catastro, no sin antes destapar mi carta: “La<br />

carroza” invertida, el<strong>la</strong> indicaba desorden en los aspectos de mi vida,<br />

ma<strong>la</strong>s noticias, ma<strong>la</strong> salud. Guardé <strong>la</strong> carta y de inmediato murmuré:<br />

—Ma<strong>la</strong> carta.<br />

JOSMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


Llegamos a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> seis, es decir donde <strong>la</strong> señora cornuda, quien<br />

nos ofreció una adusta mirada. Quise preguntarle por su marido, pero<br />

María Alejandra al adivinar mi intención, dirigió una mirada que se<br />

traducía: “¡Cál<strong>la</strong>te!”.<br />

Entregamos los recibos y los revisó detenidamente. Nos informó,<br />

que nuestros documentos los podía entregar sin problemas.<br />

—¿Por qué no habían venido a buscarlos? Tienen tiempo en <strong>la</strong><br />

oficina.<br />

Nos sentíamos muy felices y queríamos que otras personas compartieran<br />

nuestra dicha y vengo yo y digo:<br />

—Es que contraíamos nupcias y nos fuimos de luna de miel.<br />

Maldita oración; <strong>la</strong> cornuda peló los ojos, quizás tenía una venganza<br />

con efecto retroactivo y no <strong>la</strong> había podido descargar con nadie.<br />

Dejó resba<strong>la</strong>r, como si nada, <strong>la</strong> siguiente frase:<br />

—Pero en sus documentos aparecen como solteros.<br />

Su sonrisa estaba ahí, como petrificada, como esculpida en piedra,<br />

su vindicta de cornuda tenía que descargar<strong>la</strong> sobre estos infelices. Le<br />

explicamos todo, le lloramos, le imploramos, María Alejandra le dijo<br />

que le haría <strong>la</strong> manicura y <strong>la</strong> pedicura todos los fines de semana. Yo por<br />

mi parte, le ofrecí que le trituraría <strong>la</strong>s verduras de los sancochos y le<br />

traería un cafecito cada vez que pasara por catastro, pero <strong>la</strong> cornuda<br />

permanecía en su actitud estoica, con esa sonrisa pétrea que no había<br />

forma de borrar.<br />

—El manual de procedimiento establece que no se pueden tramitar<br />

documentos donde los solicitantes coloquen datos falsos.<br />

En ese momento se le borró el garabato de <strong>la</strong> cara que simu<strong>la</strong>ba una<br />

gran alegría y continuó con marcado sarcasmo:<br />

—Cuando traigan <strong>la</strong> partida de matrimonio les entrego los documentos,<br />

buenos días.<br />

Cómo describo el sentimiento, nuestra actitud al recibir esta noticia.<br />

¿Qué podía decirle a <strong>la</strong> funcionaria cornuda y por su apego al manual de<br />

procedimiento? Permanecimos como unos estólidos, carentes de inteligencia,<br />

parecíamos un par de estúpidos <strong>para</strong>dos uno frente al otro<br />

mirándonos <strong>la</strong>s caras. Hasta que solté una carcajada y mi compañera me<br />

imitó. Parecíamos dos locos celebrando nada, porque sólo a ellos se les<br />

ocurre reírse de tan semejante estropicio.<br />

JOSNJ<br />

Catastro-fe


En mi época de mozo había leído El proceso del autor checo Franz<br />

Kafka; siempre pensé que este genio de <strong>la</strong> literatura universal era un<br />

escritor de ficción, pues <strong>la</strong> trama de <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> nunca le podía ocurrir a<br />

ningún mortal. Pero si el checo estuviera vivo y le <strong>contar</strong>a lo ocurrido, mi<br />

experiencia hubiese sido fuente de inspiración <strong>para</strong> <strong>la</strong> trama de su nove<strong>la</strong>.<br />

Salimos del recinto y nos dirigimos a un parque a meditar; pedirle a<br />

Krisna que nos acogiera en su seno y nos diera <strong>la</strong> paz y <strong>la</strong> tranquilidad<br />

necesaria <strong>para</strong> no perder <strong>la</strong> fe en <strong>la</strong> oficina de catastro. Luego nos marchamos<br />

a solicitar <strong>la</strong> partida de matrimonio.<br />

Papel sel<strong>la</strong>do, no hay, venga dentro de un mes. Se cumplió el mes.<br />

Estampil<strong>la</strong>s, están agotadas. Vengan dentro de dos meses. Finalmente<br />

luego de cinco meses obtuvimos <strong>la</strong> partida de matrimonio.<br />

Cuando abandonamos <strong>la</strong> jefatura había en <strong>la</strong> calle una algarabía,<br />

un jolgorio, una caravana de automóviles. Era un año electoral.<br />

Llegamos a <strong>la</strong> taquillera cornuda.<br />

—Señora, ¿cómo está su marido?, ¿sigue saliendo con <strong>la</strong> misma<br />

joven de <strong>la</strong> otra vez?<br />

Era mi venganza. Sentí unas saetas hirientes que salieron de sus<br />

ojos con <strong>la</strong> segura intención de fulminar mi corazón. Ahora, era yo<br />

quien sostenía una sonrisa de bur<strong>la</strong>. Le entregué <strong>la</strong> partida de matrimonio.<br />

Le volvió a colocar fuertemente un sello sobre <strong>la</strong> cabeza de mi<br />

documento identidad y “<strong>la</strong>dró”, con el perdón de los <strong>perro</strong>s:<br />

—Vengan dentro de quince días <strong>para</strong> entregarles el documento final.<br />

Nos retiramos de <strong>la</strong> casil<strong>la</strong> seis con <strong>la</strong> misma sonrisa en actitud vengativa.<br />

Tenía que ser así, pues antes de salir de <strong>la</strong> casa agarré el arcano<br />

“el ermitaño” en posición derecha: prudencia, logro de metas, tome <strong>la</strong>s<br />

cosas con calma.<br />

Cuando nos encontramos en <strong>la</strong> calle estuvimos envueltos en un<br />

bullicio. Nuevamente los carros en caravana estaban celebrando. Nos<br />

percatamos que había ganado el candidato de <strong>la</strong> oposición y por lo<br />

tanto, de ahora en ade<strong>la</strong>nte <strong>la</strong>s cosas iban a ser diferentes, tal como lo<br />

anunció el nuevo presidente. Sin pensarlo nos unimos a <strong>la</strong> celebración<br />

sin importarnos un bledo <strong>la</strong> política, estábamos festejando nuestra fe en<br />

el catastro.<br />

A los quince días, ya dispuesto a retirar los documentos, saqué mi<br />

carta y salió “<strong>la</strong> muerte” volteada; recordé sus presagios: desastres, sublevación<br />

política, fracaso en lo p<strong>la</strong>nificado, fatalidad. Tomé mi maletín,<br />

sonreí e invité a María Alejandra <strong>para</strong> irnos a <strong>la</strong> oficina de catastro.<br />

JOSOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


Al llegar a <strong>la</strong> oficina de catastro una duda invadió mi cuerpo, eran<br />

esos presagios de los que uno sabe que algo va a suceder pero implícitamente<br />

uno desconoce lo que va a ocurrir. Mis aprendizajes sobre el yinyang,<br />

me informaba que se había roto el equilibrio entre el bien y el<br />

mal; entre lo c<strong>la</strong>ro y lo oscuro; entre <strong>la</strong> derecha y <strong>la</strong> izquierda. Preferí<br />

creer que el tarot se había equivocado.<br />

Advertí <strong>la</strong> aprehensión de mi esposa, pues <strong>la</strong> tenía tomada de <strong>la</strong><br />

mano. No estaba <strong>la</strong> farandulera, ni <strong>la</strong> cornuda, ni <strong>la</strong> sancochera, en fin<br />

había una nueva fauna encerrada tras <strong>la</strong>s taquil<strong>la</strong>s. Mientras me encontraba<br />

haciendo esas reflexiones, se nos acercó un funcionario de catastro<br />

de rostro <strong>para</strong> mí desconocido. Preguntó <strong>la</strong> razón de nuestra presencia<br />

en el lugar. Le conté, le mostré el recibo, le hablé de mis conflictos, de mi<br />

matrimonio, le informé que mi señora estaba embarazada, le referí<br />

cómo trituraba <strong>la</strong>s verduras y le dije que estábamos a <strong>la</strong> orden <strong>para</strong><br />

hacerle <strong>la</strong> manicura. No sé qué me pasó, no sabía a ciencia cierta porqué<br />

le decía todo esto. María Alejandra con su prominente barrigota le<br />

manifestó:<br />

—Aquí tengo solo brillo por si necesita arreg<strong>la</strong>rse <strong>la</strong>s uñas.<br />

He reflexionado sobre nuestra conducta y creo que estábamos a<br />

punto de un ataque o de un co<strong>la</strong>pso nervioso o de un accidente cardiovascu<strong>la</strong>r.<br />

—Señores, a esta dependencia se le está practicando una auditoría;<br />

se tiene <strong>la</strong> presunción que lo antiguos funcionarios de esta dependencia<br />

están incursos en problemas de corrupción y por lo tanto, no operará<br />

hasta nuevo aviso.<br />

Esto no podía ser, el señor estaba bromeando. María Alejandra, le<br />

contó todas <strong>la</strong>s peripecias que tuvimos que realizar <strong>para</strong> conseguir cada<br />

uno de los recaudos solicitados por <strong>la</strong>s seis taquil<strong>la</strong>s que habíamos visitado.<br />

El señor, eficiente en <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra, como cualquier empleado nuevo,<br />

nos informó:<br />

—Los antiguos funcionarios corruptos, se llevaron los archivos<br />

<strong>para</strong> su casa y da <strong>la</strong> impresión que los quemaron, <strong>para</strong> que no se encontraran<br />

evidencias de los hechos punibles.<br />

Cuando nos despertamos estábamos en el hospital psiquiátrico,<br />

cada uno amarrado con camisas de fuerzas. Nos mantuvieron internados<br />

durante una semana hasta que consideraron que estábamos fuera<br />

de peligro. Mucho tiempo después, nos enteramos que salimos como<br />

JOSPJ<br />

Catastro-fe


locos de <strong>la</strong> dependencia oficial, corriendo por el medio de <strong>la</strong> calle,<br />

pegando gritos, maldiciendo todas <strong>la</strong>s religiones, todos los dioses, todos<br />

los gobiernos, maldiciendo hasta <strong>la</strong>s maldiciones. Nos recogieron desmayados<br />

a veinte kilómetros de <strong>la</strong> oficina de catastro. Afortunadamente,<br />

María Alejandra no perdió el niño.<br />

Actualmente mi hijo tiene dieciocho años y va por <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong><br />

número ciento cuatro en espera del documento. Nosotros, fundamos<br />

una academia sin fines de lucro, muy cerca de <strong>la</strong> oficina de catastro,<br />

donde se dan cursos de meditación trascendental, se lee el tarot, se dan<br />

conferencias sobre yin-yang, cursos de autorrealización y de regresión<br />

hipnótica. Nuestros principales clientes son los usuarios de <strong>la</strong> oficina de<br />

catastro; a ellos nos los envían los diferentes empleados de <strong>la</strong>s casil<strong>la</strong>s de<br />

<strong>la</strong> oficina de catastro. No nos podemos quejar de <strong>la</strong> catástrofe de país<br />

pero tenemos fe en <strong>la</strong> oficina de catastro.<br />

JOSQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


Cuento erótico<br />

—Mami, qué rico, anoche tuve un sueño erótico.<br />

Con esa fantasía onírica se levantó Anita una mañana del día<br />

domingo.<br />

—Todo lo que ocurrió durante el sueño fue fantástico… —así<br />

continuó conversando con su madre el pequeño ángel en un esplendoroso<br />

amanecer. La madre de Anita, ante tamaña afirmación se mostró<br />

sorprendida y por su mente pasaron todas <strong>la</strong>s visiones y <strong>la</strong>s experiencias<br />

eróticas por <strong>la</strong>s que había pasado. A su memoria le llegaron algunas de<br />

<strong>la</strong>s escenas de <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> El último tango en París a <strong>la</strong> que acudió con su<br />

novio José Ángel, su actual marido y padre de <strong>la</strong> niña. A <strong>la</strong> madre de<br />

Yenifer, que así se l<strong>la</strong>maba <strong>la</strong> progenitora de Anita, le dijeron que ese<br />

día iban a ver La venganza del Zorro, pero prefirieron dirigirse a un cine<br />

lejos de <strong>la</strong> capital, <strong>la</strong> única sa<strong>la</strong> de espectáculo donde se estaba presentando<br />

dicho film erótico. Trató de recordar parte de <strong>la</strong>s escenas de <strong>la</strong><br />

pelícu<strong>la</strong>, <strong>para</strong> ver si con ello se corresponderían con los sueños de su<br />

angelito quien apenas tenía siete añitos. Cuando le llegaron a su<br />

cerebro algunos de los cuadros de <strong>la</strong> proyección, sintió un gran regocijo<br />

porque fue durante ese momento cuando José Ángel preso de un gran<br />

arrebato de locura y sensualidad le pidió el primer beso y casi le había<br />

OSR


ozado con su mano sus púberes pechos. El<strong>la</strong>, en respuesta a los<br />

impulsos eróticos desmedidos de su gran amor, atendió su solicitud;<br />

armada de un ardiente e incontro<strong>la</strong>do p<strong>la</strong>cer puso sus <strong>la</strong>bios carnosos y<br />

húmedos en los de su sensual novio. Sabía, en su fuero interno, que en<br />

esa pelícu<strong>la</strong> no podría encontrar <strong>la</strong> respuesta adecuada <strong>para</strong> su tierna<br />

hija y le p<strong>la</strong>ticó, como suelen hacerlo <strong>la</strong>s madres asustada de <strong>la</strong> precocidad<br />

infantil.<br />

—Anita, ¿qué conversaciones son esas <strong>para</strong> una niñita de tu edad?<br />

—fue lo único que atinó a decir, preparándose por si Anita nuevamente<br />

insistía sobre <strong>la</strong> misma cuestión. Le dio temor pedirle que le describiera<br />

y le detal<strong>la</strong>ra los pormenores y <strong>la</strong>s escenas del sueño erótico por temor a<br />

enfrentarse a una cruda realidad.<br />

Durante una pausa en <strong>la</strong> conversación con <strong>la</strong> niña, también recordó<br />

el décimo día de <strong>la</strong> luna de miel, cuando fueron a <strong>la</strong> casa de un amigo de<br />

José Ángel quien tenía un betamax y de una manera picaresca le sugirió<br />

a su marido:<br />

—Pepe Ángel, como estás de luna de miel te voy a colocar una<br />

cinta muy excitante l<strong>la</strong>mada Garganta profunda que es lo último en erotismo<br />

en el Norte.<br />

Como estaban casados, su marido se imaginó que no tendría importancia<br />

que miraran juntos una pelícu<strong>la</strong> erótica. El inicio del film fue<br />

tierno y dulce pero luego comenzaron aparecer escenas muy ardientes y<br />

se acordó, como si fuera hoy, <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de José Ángel:<br />

—Esta pelícu<strong>la</strong> raya en <strong>la</strong> pornografía y tú mi amor, eres una mujer<br />

muy decente, por lo tanto no debes ver esta aberración.<br />

Al ponerse su marido de pie <strong>para</strong> retirarse de <strong>la</strong> casa del amigo<br />

observó, por algo muy notorio, que su marido estaba encendido de erotismo.<br />

Esa noche una vez que se acostaron fantaseó en su pensamiento,<br />

a escondidas de su marido, sobre lo poco que pudo recordar de <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong>.<br />

En solitario, recordó que fue una ve<strong>la</strong>da cargada de sensualidad.<br />

—Pero, mami: ¿no quieres que te cuente mi sueño erótico?<br />

La voz dulce del ángel impedía que su madre abrigara malos pensamientos.<br />

La niña continuó <strong>la</strong> conversación sobre el tema:<br />

—Ayer en el colegio, durante el recreo, cuando estaba comiéndome<br />

<strong>la</strong> merienda, Andrés, el hijo de <strong>la</strong> vecina, el que estudia segundo grado,<br />

se colocó a mi <strong>la</strong>do y me dijo que lucía muy erótica —continuó Anita<br />

insistiendo a su madre sobre el mismo tópico—. Además, anoche en <strong>la</strong><br />

JOSSJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


tele el locutor gritaba “Vea el próximo sábado, en un programa <strong>para</strong><br />

todo público, <strong>la</strong>s danzas eróticas y sensuales de <strong>la</strong>s bai<strong>la</strong>rinas árabes”.<br />

La madre de <strong>la</strong> niña maldijo <strong>la</strong> televisión y le deseó <strong>la</strong> muerte al<br />

presentador, pero extrajo de su mente los bailes a los que su hija había<br />

hecho referencia. En cierta oportunidad, en un restaurante de comida<br />

libanesa <strong>la</strong>s habías visto, pero eso en nada se parecía a <strong>la</strong>s escenas del<br />

Último tango y a lo poco que recordaba de Garganta profunda.<br />

—Bueno, Anita, yo no sé mucho de eso —tratando de ac<strong>la</strong>rar conceptos—.<br />

Creo que el erotismo tiene que ver con los brincos, movimientos<br />

y con <strong>la</strong>s campanil<strong>la</strong>s que tienen <strong>la</strong>s bai<strong>la</strong>rinas —dijo creyendo<br />

que con esto finiquitaba el asunto del erotismo.<br />

—¿Quiere decir que mientras más se brinque y más se meneen <strong>la</strong>s<br />

bai<strong>la</strong>rinas, el baile es más erótico? —insistió nuevamente <strong>la</strong> niña. Pensó<br />

en lo orgullosa que se sintió cuando su hija pronunció <strong>la</strong>s primeras pa<strong>la</strong>bras<br />

y ahora el máximo de su felicidad sería el silencio de Anita, quien<br />

estaba empeñada en hurgar en un este tema tan escabroso.<br />

—Sí mi amor, debe ser algo como eso, de todos modos deja que<br />

venga tu papá <strong>para</strong> que consultes esa cosa.<br />

De esta manera <strong>la</strong> madre de Anita creyó dejar resuelto, por los<br />

momentos, el descomunal problema y dilema en el que <strong>la</strong> había metido<br />

su tierna hija. Temporalmente había pasado <strong>la</strong> borrasca.<br />

Al retornar José Ángel de comprar el periódico, <strong>la</strong> madre de Anita<br />

lo llevó al tá<strong>la</strong>mo nupcial, lo sentó con cierta parsimonia, mostrando en<br />

su rostro <strong>la</strong> angustia que le carcomía sus entrañas. Quería abonarle el<br />

terreno en el caso de que <strong>la</strong> niña lo acosara a preguntas y así, lo dos<br />

juntos hal<strong>la</strong>rían el camino adecuado <strong>para</strong> darle <strong>la</strong> respuesta correcta en<br />

concordancia con <strong>la</strong>s virtudes de una niña de tan tierna edad.<br />

—José Ángel, no te angusties, pero te voy a decir algo sumamente<br />

delicado. Se trata de nuestra hija.<br />

El marido miró <strong>la</strong> cara de aflicción de su esposa y no dijo ni una<br />

so<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra y esperó que continuara.<br />

—Creo que nuestra hija está de siquiatra. En el<strong>la</strong> se ha producido<br />

un proceso de madurez muy violento, tiene todo los indicios en <strong>la</strong> que<br />

su edad mental no se corresponde con su edad cronológica. Anita es<br />

una mujer madura.<br />

Con esta per<strong>la</strong> inició <strong>la</strong> madre de <strong>la</strong> niña <strong>la</strong> conversación sobre el<br />

grave problema por el que estaba pasando <strong>la</strong> heredera.<br />

JOSTJ<br />

Cuento erótico


El “no te angusties” de su mujer no tuvo efecto, porque José Ángel<br />

sí se perturbó. Se puso pálido y se quedó estupefacto ante el problema<br />

p<strong>la</strong>nteado por su amada esposa. El mutismo era <strong>la</strong> mejor evidencia del<br />

temor a enfrentar una cruda realidad y transcurridos varios segundos<br />

preguntó:<br />

—¿Qué le pasa a mi niña, Yenifer? —luego, con su rostro de marcada<br />

angustia, formuló <strong>la</strong> pregunta esperada—: ¿Anita se desarrolló<br />

prematuramente?<br />

La esposa contempló <strong>la</strong> cara de preocupación de su esposo y con<br />

voz trému<strong>la</strong> le manifestó:<br />

—No, no es eso, es algo peor. Nuestra hija es una niña erótica —y<br />

luego de ello se postró sobre <strong>la</strong> almohada y se vino en l<strong>la</strong>nto. Ante tal<br />

respuesta el buen padre levantó los brazos y <strong>la</strong>s manos hacia el cielo,<br />

como queriendo atrapar su ángel de <strong>la</strong> guarda <strong>para</strong> preguntarle por qué<br />

le había echado tremenda broma. Con onda preocupación le pidió a su<br />

mujer que ahogara su l<strong>la</strong>nto y le respondiera:<br />

—Yenifer, ¿cómo puedes afirmar que nuestra querida niña está<br />

presa del erotismo?<br />

Estas pa<strong>la</strong>bras <strong>la</strong>s pronunciaba José Ángel, mezclándo<strong>la</strong>s con su<br />

pensamiento, donde veía a Satán o algún espíritu maligno dentro del<br />

cuerpecito de su niña. A su memoria le vinieron los súcubos; sabía que<br />

su hija fue bautizada por su tío Jorge, seminarista y casi santo. Su mujer<br />

balbuceó con una voz apagada y llorosa:<br />

—¿Habrá que hacerle un exorcismo como el que vi en una pelícu<strong>la</strong>?<br />

José Ángel tomó nuevamente <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra y le formuló una pregunta:<br />

—No, no puede ser ¿qué argumentos tienes <strong>para</strong> afirmar semejante<br />

locura?<br />

La patibu<strong>la</strong>ria mujer sacó <strong>la</strong> cara de <strong>la</strong>s profundidades de <strong>la</strong> almohada<br />

y le contestó a su esposo <strong>la</strong> cruda realidad:<br />

—Anita me confesó que había tenido un sueño erótico.<br />

Así sentenció Yenifer con voz quejumbrosa y se tendió en los<br />

brazos de su esposo, quien <strong>la</strong> sintió como derretida, casi como que su<br />

sistema óseo fuera de mantequil<strong>la</strong>.<br />

—¡¿Un sueño erótico?! —gritó José Ángel— Y ¿cuál sueño fue<br />

ese? —repreguntó sorprendido el hombre a su mujer, quien se encontraba<br />

en sus brazos tendida como una muñeca de trapo.<br />

—Yo no sé José Ángel, tú bien sabes que yo no estoy enterada de<br />

esas cosas, no se lo pregunté. Además en muy pocas ocasiones me he<br />

JOSUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


sentido erótica, recuerda que una de el<strong>la</strong>s fue cuando vimos aquel<strong>la</strong>s<br />

pelícu<strong>la</strong>s —estas últimas frases le dijo con un dejo de vergüenza como<br />

sintiéndose culpable de haber cometido una atrocidad. José Ángel <strong>la</strong><br />

apartó de su <strong>la</strong>do, debía demostrarle a su mujer el asombro y el terror<br />

producido por sus pa<strong>la</strong>bras. Se sentó a <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> de <strong>la</strong> cama y escondió <strong>la</strong><br />

cara entre sus manos. Él, conocedor de <strong>la</strong>s cosas referidas al sexo y del<br />

erotismo, comprendió que su hija estaba en grandes problemas. A<br />

pesar de que a el<strong>la</strong> le habían desalojado de su alma el pecado original,<br />

tendría que rescatar<strong>la</strong> nuevamente de <strong>la</strong>s garras de Satán. Debía pensar<br />

con calma y se propuso a trazar un p<strong>la</strong>n; debía de encontrarle solución<br />

al caso de doble personalidad por el que estaba pasando su querido ángel.<br />

Tenía <strong>la</strong> certeza que el rostro de su niña era idéntico al de <strong>la</strong> Virgen<br />

de <strong>la</strong> Conso<strong>la</strong>ción; otros amigos le habían dicho que Anita se parecía a<br />

los querubines de <strong>la</strong> iglesia que <strong>la</strong> familia frecuentaba.<br />

Durante el tiempo que permaneció sentado en <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> del lecho<br />

nupcial le vinieron a su memoria todas <strong>la</strong>s imágenes eróticas que almacenaba<br />

en su cerebro. Había leído algunos libros de literatura erótica,<br />

entre ellos el Kamasutra y veía con c<strong>la</strong>ridad, como si <strong>la</strong>s tuviera viendo,<br />

<strong>la</strong>s posiciones de <strong>la</strong>s parejas en el acto de amor. Sabía que muchas de<br />

el<strong>la</strong>s eran copias de esculturas que estaban en los templos de carácter<br />

religiosos en <strong>la</strong> India, no por ello, a pesar de <strong>la</strong> religiosidad de <strong>la</strong>s imágenes,<br />

dejó de temer por <strong>la</strong> virtuosidad de su hija. Le vinieron a su<br />

memoria los cuadros de <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> Garganta profunda, que él sí había<br />

visto con su amigo, sin Yenifer, un tiempo después. Recordó que al final<br />

de <strong>la</strong> cinta se encontraba que explotaba. Ese mismo día, junto a su<br />

esposa descargó en una noche de locura y de p<strong>la</strong>cer, toda <strong>la</strong> pólvora acumu<strong>la</strong>da.<br />

En fin, <strong>la</strong> remembranza de todas esas imágenes le confirmaron<br />

<strong>la</strong> necesidad de consultar un siquiatra infantil <strong>para</strong> que le tratara el caso<br />

de doble personalidad de su hija o en último caso, se dirigiría al obispo<br />

<strong>para</strong> explicarle lo sucedido y por lo tanto, que él mismo procediera, lo<br />

más rápido posible, a practicarle un exorcismo a su bien amada niña.<br />

Estaba seguro que Anita le iba a insistir con el tema, salió corriendo<br />

a <strong>la</strong> biblioteca en busca del pequeño “Larousse” ilustrado y de esta manera<br />

ac<strong>la</strong>rar el significado de <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra erotismo.<br />

Erotismo: Amor enfermizo. Calidad de erótico. Afición desmedida y enfermiza<br />

en lo que concierne al amor. Amor sensual exacerbado<br />

JOSVJ<br />

Cuento erótico


Pobre José, quien aseguraba que los diccionarios servían <strong>para</strong> resolver<br />

problemas, pensó que lo que hizo fue complicarse <strong>la</strong> vida. Cuando<br />

siguió leyendo sobre <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>brota gritó:<br />

—¡Qué horror, mi niña es una erotómana que padece de erotomanía!<br />

Pobrecita mi Anita. Dios mío estoy en tus manos, toma mi vida<br />

con tal de que alejes al demonio que vive en <strong>la</strong>s entrañas de mi pobre<br />

hija —y siguió casi en tono de plegaria—: El<strong>la</strong> que nació casi sin<br />

pecado original, debido a <strong>la</strong> santidad de su madre, no es <strong>la</strong> responsable<br />

de <strong>la</strong>s culpas de su padre.<br />

Convencido de <strong>la</strong> gravedad del asunto, se dirigió al cuarto nupcial<br />

en busca de <strong>la</strong> cadena de bautizo. Esta joya valiosa <strong>la</strong> mantenía guardada<br />

<strong>para</strong> proteger<strong>la</strong> de un arrebatón; decidió que <strong>la</strong> colocaría en el cuello<br />

tierno de su bebé. Así armado con <strong>la</strong> imagen de <strong>la</strong> Inmacu<strong>la</strong>da Virgen<br />

del Carmen, una gran tristeza y una profunda duda se dirigió al dormitorio<br />

de Anita <strong>para</strong> desalojar a Mefisto del cuerpo menudo de su hija.<br />

Al entrar al dormitorio de <strong>la</strong> adorada, <strong>la</strong> encontró sobre <strong>la</strong> cama<br />

despierta, vestida con un monito rosado; el<strong>la</strong>, al verlo llegar lo recibió<br />

con una bel<strong>la</strong> sonrisa, un afectuoso abrazo y un beso en <strong>la</strong> mejil<strong>la</strong>. Con<br />

una gran longanimidad, el padre le correspondió con sus mimos a su<br />

reina, objeto de su veneración; de inmediato se preguntó dentro de sí:<br />

“¿Cómo es posible que en el cuerpecito de una criatura tan delicada pueda<br />

insta<strong>la</strong>rse el demonio?”. Sacó <strong>la</strong> cadena con <strong>la</strong> medallita de <strong>la</strong> Inmacu<strong>la</strong>da<br />

y se <strong>la</strong> colocó en el cuello, no sin el temor de quemar<strong>la</strong> como había<br />

visto en una pelícu<strong>la</strong>. Le dio un beso en <strong>la</strong> frente en espera de <strong>la</strong> conversación<br />

que le estaba atormentando.<br />

Al <strong>la</strong>do de Anita estaba Bobi, el lindo osito de peluche que su<br />

padre le había rega<strong>la</strong>do en su último cumpleaños; con él dormía abrazada<br />

todas <strong>la</strong>s noches. Al rato de cruzar breves pa<strong>la</strong>bras se encontraron<br />

<strong>la</strong>s miradas: <strong>la</strong> de el<strong>la</strong> tierna y dulce y <strong>la</strong> de José, llena de angustia, tristeza<br />

y preocupación. Anita le dijo:<br />

—Papi, qué bonito es el erotismo.<br />

Su padre escuchaba resignado y pensaba que tenía que buscar en<br />

<strong>la</strong>s páginas amaril<strong>la</strong>s de <strong>la</strong> guía el teléfono del siquiatra infantil.<br />

Además, tendría que ir a <strong>la</strong> catedral, junto con su compadre, <strong>para</strong> solicitar<br />

una audiencia con el obispo.<br />

—Te voy a <strong>contar</strong> el sueño erótico que tuve anoche.<br />

Y su padre le contestó:<br />

—Espérate un momento que voy a <strong>la</strong> biblioteca.<br />

JOTMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê


José se dirigió al sitio referido en busca de una grabadora de bolsillo<br />

<strong>para</strong> grabar <strong>la</strong> conversación, como prueba testimonial de <strong>la</strong> posesión<br />

demoníaca; dicha cinta se <strong>la</strong> llevaría primero, al siquiatra y luego al<br />

obispo. Pasó por <strong>la</strong> alcoba matrimonial y vio a su esposa postrada sobre<br />

<strong>la</strong> cama, se asomó a <strong>la</strong> puerta y le confirmó:<br />

—Tenías razón Yenifer, nuestra hija está atravesando por una etapa<br />

muy peligrosa, trataré con todas <strong>la</strong>s fuerzas de mi alma recuperar<strong>la</strong><br />

de <strong>la</strong>s garras de quien <strong>la</strong> tenga.<br />

No le nombró al Diablo <strong>para</strong> no mortificar<strong>la</strong> más de lo que estaba.<br />

Así abandonó el dormitorio matrimonial <strong>para</strong> luego entrar a <strong>la</strong> de Anita.<br />

Le pidió a su hija que antes de empezar a re<strong>la</strong>tarle el sueño que, por<br />

favor, apretara con fuerza, con <strong>la</strong> mano del corazón, <strong>la</strong> medal<strong>la</strong> de <strong>la</strong><br />

cadena del bautizo. Así pensó que <strong>la</strong> colocaba más cerca de Dios y <strong>la</strong><br />

alejaba del Maléfico. Anita comp<strong>la</strong>ció a su padre y comenzó a re<strong>la</strong>tar su<br />

sueño erótico:<br />

—Anoche soñé que tú, mami y yo caminábamos por un parque,<br />

era una linda pradera verde con muchas rosas amaril<strong>la</strong>s. En cierto<br />

momento un hada madrina se nos acercó, tocó con su varita mágica a<br />

Bobi, como por encanto, el osito adquirió vida y nos acompañó feliz<br />

durante todo el paseo —y al final Anita sentenció— ¿Ves papi, lo lindo<br />

que es el erotismo?<br />

A José Angel le bajó el torrente sanguíneo de <strong>la</strong> cabeza a los pies,<br />

directo, sin pasar por otra parte del cuerpo. Sintió que le habían quitado<br />

un ascensor de <strong>la</strong> espalda y sólo atinó a decir con unas lágrimas retenidas<br />

en sus ojos:<br />

—Sí, Anita, qué lindo es el erotismo.<br />

Le dio el beso de <strong>la</strong>s buenas noches y le susurró al oído:<br />

—Que duermas bien mi reina.<br />

JOTNJ<br />

Cuento erótico


Índice<br />

Nota del autor . . . . . .V<br />

Asesinato frustrado . . . . . .NN<br />

El santuario de <strong>la</strong> paz . . . . .NP<br />

La Diosacaballonegra . . . . .OT<br />

La santidad de Críspu<strong>la</strong> . . . . .PP<br />

La estatua . . . . .PV<br />

Edén y Averno . . . . .RP<br />

Siete cruces en Agua de Vaca . . . . .RR<br />

Albanieves<br />

y los siete chiquitos . . . . .TP<br />

Celos . . . . .UN<br />

Los héroes de mi patria . . . . .UV<br />

Luces de <strong>la</strong> gran ciudad . . . . .VT<br />

Longevo americano . . . .NMT<br />

La joven directora . . . . .NON<br />

Diálogos con el vividor . . . . .NPN<br />

El mediático . . . .NQR<br />

Libertad . . . . .NRN


La nacionalidad . . . .NSP<br />

Quique. Biografía . . . .NTP<br />

Ovario 2050 . . . . .NUN<br />

La muerte de mi gran amor . . . .NVN<br />

Candilejas en El Paralelo . . . .OMN<br />

El iluminado de<br />

San Sebastián . . . .ONV<br />

Un cuento posmo . . . .OOR<br />

El proyecto de un<br />

connotado ciudadano . . . .OPR<br />

Catastro-fe . . . .OQT<br />

Cuento erótico . . . .OSR


Fundación <strong>Editorial</strong><br />

el<strong>perro</strong>y<strong>la</strong>rana


Se terminó de imprimir en ÉåÉêç ÇÉ OMMT<br />

en cìåÇ~Åáμå fãéêÉåí~ ÇÉä jáåáëíÉêáç ÇÉ ä~ `ìäíìê~<br />

Caracas, Venezue<strong>la</strong>.<br />

La edición consta de NKMMM ejemp<strong>la</strong>res<br />

impresos en papel Ensocreamy, RR gr.


ISBN 980-396-159-4<br />

9 7 8 9 8 0 3 9 6 1 5 9 6

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!