Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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<strong>Cuentos</strong> <strong>para</strong> <strong>contar</strong><br />
Enoc Sánchez
© Enoc Sánchez<br />
© Fundación <strong>Editorial</strong> el <strong>perro</strong> y <strong>la</strong> rana, OMMS<br />
Av. Panteón. Foro Libertador.<br />
Edif. Archivo General de <strong>la</strong> Nación, p<strong>la</strong>nta baja,<br />
Caracas- Venezue<strong>la</strong>, 1010.<br />
qÉäÑKWERUJMONOFRSQOQSV<br />
qÉäÉÑ~ñWERUJMONOFRSQNQNN<br />
ÅçêêÉçë ÉäÉÅíêμåáÅçëW<br />
mcu@ministeriode<strong>la</strong>cultura.gob.ve<br />
el<strong>perro</strong>y<strong>la</strong>ranaediciones@gmail.com<br />
ÇáëÉ¥ç ÇÉ ä~ ÅçäÉÅÅáμå<br />
Carlos Zerpa<br />
ÜÉÅÜç Éä aÉéμëáíç ÇÉ iÉó<br />
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ÅçäÉÅÅáμåPáginas Venezo<strong>la</strong>nas<br />
La narrativa en Venezue<strong>la</strong> es el canto que define un<br />
universo sincrético de imaginarios, de historias y<br />
sueños; es <strong>la</strong> fotografía de los portales que han<br />
permitido al venezo<strong>la</strong>no encontrarse consigo<br />
mismo. Esta colección celebra –a través de sus cuatro<br />
series– <strong>la</strong>s páginas que concentran tinta como savia<br />
de nuestra tierra, esa feria de luces que define el<br />
camino de un pueblo entero y sus orígenes.<br />
La serie Clásicos abarca <strong>la</strong>s obras que por su fuerza<br />
se han convertido en referentes esenciales de <strong>la</strong><br />
narrativa venezo<strong>la</strong>na; Contemporáneos reúne<br />
títulos de autores que desde <strong>la</strong>s últimas décadas han<br />
girado <strong>la</strong> pluma <strong>para</strong> hacer rezumar de sus pa<strong>la</strong>bras<br />
nuevos conceptos y perspectivas; Antologías es un<br />
espacio destinado al encuentro de voces que unidas<br />
abren senderos al deleite y <strong>la</strong> crítica; y finalmente <strong>la</strong><br />
serie Breves concentra textos cuya extensión le<br />
permite al lector arroparlos en una so<strong>la</strong> mirada.<br />
Fundación <strong>Editorial</strong><br />
el<strong>perro</strong>y<strong>la</strong>rana
<strong>para</strong> Alejandra
Nota del autor<br />
Los apasionados del arte, los diletantes, conocen sobre <strong>la</strong> existencia<br />
de los l<strong>la</strong>mados artistas ingenuos: creadores sin formación en escue<strong>la</strong>s<br />
especializadas; a pesar de esto, logran p<strong>la</strong>smar en un lienzo, en un trozo<br />
de madera o de piedra, grandiosas obras de arte, de pintura o escultura.<br />
De igual manera, muchos melómanos conocen verdaderos prodigios o<br />
virtuosos, sin instrucción académica en un determinado instrumento,<br />
quienes generan con estos, hermosos acordes y bel<strong>la</strong>s producciones<br />
musicales. Tales artistas compiten, en ocasiones, con aquellos egresados<br />
de prestigiosos conservatorios. Si estas personas existen, ¿por qué no los<br />
ingenuos de <strong>la</strong>s letras? Hombres y mujeres, sin formación específica en<br />
literatura, aquellos que pretenden extraer de sus cerebros y de imágenes<br />
oníricas; ideas, que organizadas en un argumento, pueden ser llevadas a<br />
una prosa, bien en forma de cuento, nove<strong>la</strong> o ensayo. En este grupo<br />
quiero incluirme, como un ingenuo de <strong>la</strong> pluma, mejor dicho, del<br />
tec<strong>la</strong>do. Es sabido por todos, que desde hace mucho tiempo, el uso de <strong>la</strong><br />
computadora dejó atrás <strong>la</strong> estilográfica, aquel<strong>la</strong> hermosa “pluma fuente”<br />
utilizada en <strong>la</strong> creación de hermosas obras literarias, <strong>para</strong> que generaciones<br />
posteriores se deleiten del hontanar por donde, hasta ahora,<br />
emana <strong>la</strong> voz por grandes poetas y escritores.<br />
V
No deseo, ni puedo incluirme entre los famosos, ni tampoco sentar<br />
cátedra literaria, mucho menos pretendo romper moldes, tampoco<br />
crear estilos, ni marcar hitos, ni conso<strong>la</strong>r al triste, ni apesadumbrar al<br />
alegre. Con <strong>Cuentos</strong> <strong>para</strong> <strong>contar</strong>, sólo intento acercar a los lectores hacia<br />
una motivación literaria, sencil<strong>la</strong> y amena, según opinión de personas<br />
de han leído parte de este material.<br />
JNMJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
Asesinato frustrado<br />
Cinco años es mucho tiempo <strong>para</strong> escuchar televisión día y noche.<br />
Yo trabajo, vivo en mi casa y tengo ese tiempo, sin <strong>para</strong>r, oyendo el a<strong>para</strong>to<br />
del vecino a través de <strong>la</strong>s paredes que nos se<strong>para</strong>. Lo denuncié a <strong>la</strong><br />
policía, a los tribunales y nadie hizo nada por solucionar el tormento.<br />
Por eso, decidí asesinarlo.<br />
Intenté el medio más adecuado y el menos comprometedor. Envenenaría<br />
el agua de su tanque; pero… tal proceder dejaría evidencias.<br />
Perforaría <strong>la</strong> pared e introduciría a través de el<strong>la</strong> una manguera muy<br />
fina <strong>para</strong> inyectar un gas letal, pero mi vida también podría correr<br />
peligro. Pensé romper <strong>la</strong> puerta y entrar, simu<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong> acción de un<br />
comando terrorista. Esto sería muy escandaloso. Entonces, acudí a un<br />
curso <strong>para</strong> aprender cerrajería; de esta forma podría entrar a <strong>la</strong> casa del<br />
vecino y de manera silenciosa, acabar con su vida sin dejar rastro.<br />
Obtuve el diploma de cerrajero en tres meses. Tras<strong>la</strong>dé los instrumentos<br />
<strong>para</strong> abrir <strong>la</strong> puerta, busqué una almohada <strong>para</strong> asfixiar al vecino<br />
y matarlo. Deseaba con vehemencia acabar con el tormento de cinco<br />
años escuchando el televisor.<br />
Abrí <strong>la</strong> puerta sin problema, entré con sigilo; allí encontré al vecino<br />
cómodamente repantigado en el sofá frente al televisor encendido. Agarré<br />
<strong>la</strong> almohada <strong>para</strong> asfixiarlo. Cuando estuve próximo a él, el pánico y<br />
NN
el horror me embriagaron. Observé su esqueleto empijamado con <strong>la</strong><br />
vista hueca mirando hacia <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong>.<br />
L<strong>la</strong>mé <strong>la</strong> policía y después de los procedimientos de ley, el forense<br />
diagnosticó que el vecino había muerto del corazón hacía cinco años.<br />
JNOJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />
~Äêáä OMMN
El santuario de <strong>la</strong> paz<br />
Al llegar a <strong>la</strong> casa indicada toqué <strong>la</strong> puerta, esperé, hasta que un<br />
rostro joven femenino se asomó por <strong>la</strong> rendija formada entre <strong>la</strong> puerta<br />
b<strong>la</strong>nca y el marco.<br />
—Buenas tardes, ¿se encuentra <strong>la</strong> señora Rosamaría?<br />
El rostro joven femenino afinó <strong>la</strong> vista tratando de identificarme.<br />
Como desconocía <strong>la</strong> fisonomía del recién llegado, preguntó en tono<br />
indiferente:<br />
—¿De parte de quién? —y nuevamente tomó el tono interrogativo—:<br />
¿Su visita está anunciada? —de inmediato saqué <strong>la</strong> tarjeta de <strong>la</strong><br />
persona que me había enviado. A<strong>la</strong>rgó <strong>la</strong> mano, <strong>la</strong> tomó y dijo—: Espere<br />
un momento, voy a preguntar —cerró nuevamente <strong>la</strong> puerta y permanecí<br />
afuera, contemp<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong> puerta b<strong>la</strong>nca de <strong>la</strong> casa donde habitaba<br />
<strong>la</strong> señora Rosamaría.<br />
Transcurrieron tres minutos. Ya estaba cansado de ver <strong>la</strong> puerta<br />
b<strong>la</strong>nca. Al final, <strong>la</strong> muchacha del rostro joven femenino abrió el portal y<br />
reiteró, en un tono algo displicente:<br />
—Pase ade<strong>la</strong>nte, mami lo atenderá después que a los otros.<br />
Sorprendido ante <strong>la</strong>s últimas pa<strong>la</strong>bras, pensé, que entre los asistentes<br />
habría alguien conocido. Aspiraba encontrarme a so<strong>la</strong>s con <strong>la</strong> señora<br />
Rosamaría. Recordé, que bajo el sobaco cargaba un periódico de<br />
NP
ayer <strong>para</strong> entretenerme en <strong>la</strong> irremediable espera. Atravesé una sa<strong>la</strong> sin<br />
mirar los muebles y después una cocina. Lo adiviné, por el olor a sopa<br />
de sobre con cubito. Finalmente, llegamos a un recibo donde estaban<br />
otras cuatro personas esperando. La muchacha de rostro joven femenino<br />
me aproximó una sil<strong>la</strong> y en el mismo tono indiferente, comentó:<br />
—Tome asiento. Espere que lo l<strong>la</strong>men.<br />
Vi alejarse a <strong>la</strong> muchacha. Fue cuando advertí que tendría unos<br />
diecisiete años bien conformados, estaba vestida con una bata vieja<br />
rota, casi transparente, debido a <strong>la</strong>s numerosas <strong>la</strong>vadas a <strong>la</strong>s que había<br />
sido sometida. Al retirarse, distraje <strong>la</strong> vista, mirándole <strong>la</strong> ropa interior<br />
que se dejaba entrever a través del atuendo, el cual adornaba y cubría un<br />
hermoso cuerpo. También pude fijarme en los bonitos pies descalzos,<br />
los cuales sostenían su espigada anatomía.<br />
Preferí no hab<strong>la</strong>r con mis acompañantes. Al recordar el periódico<br />
de ayer que tenía bajo <strong>la</strong> axi<strong>la</strong>, lo agarré y empecé a ojearlo sin detenerme<br />
en los textos, sólo leía los titu<strong>la</strong>res que informaban: “Asalto en<br />
un banco... Denuncias en el congreso por corrupción... Especu<strong>la</strong>ción<br />
en <strong>la</strong> venta de alimentos...” En el momento, pensé que el periódico de<br />
ayer refleja lo mismo que el periódico de hoy. ¿Para qué iba a comprar el<br />
periódico de mañana?<br />
—¿Y usted por qué vino? —ante <strong>la</strong> pregunta inesperada reparé en<br />
mis acompañantes. No puede ocultar <strong>la</strong> sorpresa. No estaba pre<strong>para</strong>do<br />
<strong>para</strong> hab<strong>la</strong>r con nadie. Recobré <strong>la</strong> calma cuando advertí que <strong>la</strong> pregunta<br />
no estaba dirigida a mí.<br />
Bajé de los ojos del periódico de ayer <strong>para</strong> observar quiénes compartían<br />
<strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de espera. Traté de utilizar <strong>la</strong> psicología doméstica <strong>para</strong><br />
adivinar <strong>la</strong> profesión u oficio y domicilio de cada uno de ellos.<br />
Entre mis acompañantes se encontraban dos damas y dos caballeros.<br />
Una de <strong>la</strong>s féminas tendría unos veinticinco años, morena, vestía<br />
ajustados pantalones blue jeans y una blusa muy pegada, lo cual evidenciaba<br />
<strong>la</strong> ausencia del sostén. Estaba tan corta, que mostraba el lindo,<br />
arrugado, profundo y hermoso ombligo. Además, usaba unos lentes<br />
oscuros p<strong>la</strong>yeros, como los que usan <strong>la</strong>s damas cuando entran y salen de<br />
los moteles situados en <strong>la</strong>s proximidades de <strong>la</strong>s carreteras que conducen<br />
a <strong>la</strong> capital. Si no estaba equivocado, <strong>la</strong> niña podría ser una aprendiz de<br />
modelo. Quizás residiría en unas de esas urbanizaciones que tienen<br />
hasta cuarenta superbloques. No pude descubrir el color de sus ojos<br />
JNQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
pues, los lentes oscuros, que usan <strong>la</strong>s jóvenes cuando salen y entran de<br />
los moteles de carretera, impedían ver el iris y <strong>la</strong> esclerótica.<br />
—Mami, Cocaína se está montando otra vez a Almaperdida.<br />
La intervención en alta voz, interrumpió el análisis pormenorizado<br />
que estaba haciendo de <strong>la</strong> personalidad de los asistentes. Advertí que<br />
quien habló fue <strong>la</strong> muchacha de rostro joven femenino. Al voltear y<br />
dirigir <strong>la</strong> mirada hacia donde se emitió el grito, observé un <strong>perro</strong> y una<br />
perra en acto concupiscente. Estaban fajados en plena acción de reproducción<br />
natural.<br />
—Échales un balde de agua fría. Con los cuatros <strong>perro</strong>s que tenemos<br />
es más que suficiente —fue <strong>la</strong> respuesta de “mami”, es decir, <strong>la</strong> voz<br />
salida del cuarto contiguo a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de recepción. Supuse que “mami” era <strong>la</strong><br />
misma señora Rosamaría, a quien debía esperar por mucho tiempo.<br />
Zuas, zuas, vinieron dos <strong>la</strong>tas de agua fría. Bastó y sobró <strong>para</strong> que<br />
Almaperdida y Cocaína se les bajara <strong>la</strong> libido. De inmediato, suspendieron<br />
el acto, que sin ningún decoro realizaban frente a decentes ciudadanos.<br />
La otra dama, era una señora bigotuda, entrada en años, entre cincuenta<br />
y tres y cincuenta y cinco, con el cabello pintado de rojo, según <strong>la</strong><br />
moda de <strong>la</strong>s señoras maduras. En su mano, cargaba un l<strong>la</strong>vero del cual<br />
sobresalía <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve de un carro último modelo. De acuerdo con <strong>la</strong> psicología<br />
doméstica, <strong>la</strong> señora bigotuda de cabello rojo, según <strong>la</strong> moda, debía<br />
vivir en una quinta de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se media alta.<br />
—Mami, Astrágalo está persiguiendo a Missmundo y <strong>la</strong> va a matar.<br />
Esta nueva interrupción sirvió <strong>para</strong> observar a otro <strong>perro</strong>, supuse<br />
que era Astrágalo, persiguiendo a una hermosa y gorda gallina. Debía<br />
ser Missmundo.<br />
Observé, cuando <strong>la</strong> muchacha de rostro joven femenino perseguía<br />
al insaciable animal con un palo, con éste aspiraba apartar <strong>la</strong> enorme<br />
fiera de <strong>la</strong> bel<strong>la</strong> gallina Missmundo.<br />
—Encierra a Missmundo en <strong>la</strong> misma jau<strong>la</strong> del Jeque, pero cuída<strong>la</strong><br />
de que no se <strong>la</strong> monte, pues ese peazo de loro no respeta na’ ni nadie.<br />
—era <strong>la</strong> voz que salía de cuarto, es decir, <strong>la</strong> voz de “mami”.<br />
La muchacha de rostro joven femenino cargó a Missmundo y <strong>la</strong><br />
introdujo en <strong>la</strong> jau<strong>la</strong> donde estaba un ardiente y robusto loro. Supuse<br />
que era el Jeque.<br />
—Mira Jeque, cuidado con una vaina —esas fueron <strong>la</strong>s únicas pa<strong>la</strong>bras<br />
que, a manera de regaño o de recomendación, le sugirió <strong>la</strong> joven al<br />
JNRJ<br />
El santuario de <strong>la</strong> paz
apasionado Don Juan l<strong>la</strong>mado Jeque, <strong>para</strong> impedir cualquier tentación<br />
lujuriosa con <strong>la</strong> bel<strong>la</strong> gallina.<br />
Del otro señor no tenía mucho que adivinar. Era uno de esos italianos<br />
comerciantes que ganan dinero a espuerta y lo gastan a cuenta<br />
gotas. Aunque poseen una gran fortuna, no <strong>la</strong> usan <strong>para</strong> adquirir, ni<br />
ropas, ni muebles y ni siquiera una buena comida. Sólo acumu<strong>la</strong>n bastante<br />
efectivo en espera del anhe<strong>la</strong>do infarto, <strong>para</strong> luego pagar una<br />
fuerte suma de dinero en una de <strong>la</strong>s más modernas y costosas clínicas,<br />
aguardando el tratamiento cardíaco.<br />
El italiano fijó <strong>la</strong> atención en mí con una mueca que no supe interpretar,<br />
<strong>la</strong> cual trataba de disimu<strong>la</strong>r con una sonrisa. Con cierta voz de<br />
mando preguntó:<br />
—¿A cuánto amaneció el dó<strong>la</strong>r hoy? —no contesté, lo único que<br />
hice fue darle <strong>la</strong> parte del periódico de ayer donde estaban los datos<br />
financieros <strong>para</strong> que él mismo lo buscara. Sabía que no tenía que advertirle<br />
que el periódico no era de hoy.<br />
—Mami, Burocracio se está comiendo <strong>la</strong> comida de Democracia,<br />
—gritó nuevamente <strong>la</strong> muchacha.<br />
—Espanta a ese <strong>perro</strong> de <strong>la</strong> comida de <strong>la</strong> gata —exc<strong>la</strong>mó de nuevo,<br />
<strong>la</strong> voz que salió del cuartito, <strong>la</strong> cual se escuchó en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de recepción—.<br />
Mira mijita, <strong>la</strong> comida de Democracia tiene píldoras anticonceptivas<br />
<strong>para</strong> que no salga preñada y puede hacerle daño a Burocracio.<br />
Por <strong>la</strong> conversación de “mami” y mijita, pude darme cuenta que el<br />
<strong>perro</strong> se l<strong>la</strong>maba Burocracio; y Democracia, una hermosa gata siamesa,<br />
contrastaba con <strong>la</strong> fealdad del <strong>perro</strong> callejero.<br />
Finalmente, miré al otro caballero contiguo, quien estaba leyendo<br />
un libro l<strong>la</strong>mado Reg<strong>la</strong>mento de debates de <strong>la</strong> Cámara de Diputados. Por<br />
su traje de lino bien cortado a <strong>la</strong> medida, <strong>la</strong> fina corbata de marca, el<br />
bigotico negro bien afeitado y el cabello bien peinado, recordé <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca<br />
de <strong>la</strong> camioneta todo terreno que estaba <strong>para</strong>da en <strong>la</strong> calle cuando<br />
llegué. En esta pude leer: Congreso Nacional. No tuve duda de <strong>la</strong> ocupación<br />
del personaje. Todos estos rasgos en conjunto, le daban al compañero<br />
de sa<strong>la</strong> un aspecto de joven pisaverde.<br />
Ya al final, después de haber detal<strong>la</strong>do a mis cuatro acompañantes,<br />
advertí que nadie había respondido <strong>la</strong> interrogante formu<strong>la</strong>da por <strong>la</strong><br />
señora bigotuda de cabello rojo a <strong>la</strong> moda; quien con insistencia volvía a<br />
preguntar, dirigiéndose al señor de bigotico vestido de lino italiano.<br />
JNSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JNTJ<br />
El santuario de <strong>la</strong> paz<br />
Pude observar cuando se abrió <strong>la</strong> puerta del cuartico vecino a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong><br />
de recepción. Apareció una señora de unos treinta y cuatro años quien,<br />
por su apariencia, podía vivir en una urbanización de c<strong>la</strong>se media baja.<br />
Cuál no sería <strong>la</strong> sorpresa que, como si tuviera retenido el l<strong>la</strong>nto desde<br />
hace años, salió <strong>la</strong> dama entre gritos y sollozos, emitiendo a<strong>la</strong>ridos desesperantes.<br />
Se detuvo un momento y me pidió el pañuelo <strong>para</strong> secarse<br />
el líquido espeso que exha<strong>la</strong>ba su nariz.<br />
—¡Lo imaginaba, mejor dicho, sabía que mi marido es homosexual!<br />
Se sonó nuevamente <strong>la</strong> nariz. Al devolverme el pañuelo, con un<br />
gesto cargado de iracundia, exc<strong>la</strong>mó: “Gracias”. Se alejó dirigiéndose<br />
hacia <strong>la</strong> misma puerta por donde yo había entrado. Los p<strong>la</strong>ñidos se<br />
siguieron escuchando, como <strong>la</strong> sirena de una ambu<strong>la</strong>ncia cuando se<br />
aleja; eran menos audible en <strong>la</strong> medida que <strong>la</strong> señora abandonaba <strong>la</strong> sa<strong>la</strong><br />
de recepción.<br />
Todos los asistentes dirigieron <strong>la</strong> mirada hacia mí. Tuve <strong>la</strong> duda<br />
sobre si los presentes pensaban que yo era el marido de <strong>la</strong> atribu<strong>la</strong>da señora,<br />
quien vivía en una de <strong>la</strong>s zonas de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se media baja de <strong>la</strong> ciudad.<br />
—Que pase el que sigue —era <strong>la</strong> voz que salía del cuarto donde<br />
estaba “mami”.<br />
Simi<strong>la</strong>r a <strong>la</strong>s oficinas públicas, donde todos los presentes adivinan<br />
quién es el que debe entrar al despacho del funcionario de acuerdo con<br />
el orden de llegada, se paró <strong>la</strong> niña de los pantalones ajustados y lentes<br />
oscuros. No tuve más alternativa que mirar su bonito trasero, al igual<br />
que lo hicieron los otros caballeros, ante <strong>la</strong> mirada de reprimenda y acusadora<br />
de <strong>la</strong> señora bigotuda de cabello rojo a <strong>la</strong> moda.<br />
—Señor —interrumpió <strong>la</strong> muchacha de rostro joven femenino—,<br />
agárreme un número <strong>para</strong> <strong>la</strong> rifa de dos cachorros negros que Almaperdida<br />
que va a parir el mes próximo —recordé <strong>la</strong> perra aludida, era b<strong>la</strong>nca.<br />
No quise preguntar por el progenitor de los cachorros, pagué el importe<br />
del boleto y <strong>la</strong> muchacha de rostro joven femenino me entregó el número<br />
treinta y cuatro sin habérselo pedido.<br />
Igual tratamiento sufrieron los otros tres asistentes, a uno ofreció<br />
dos cachorros grises, al otro dos marrones y al italiano dos perritos<br />
b<strong>la</strong>ncos con manchas negras. La señora de cabello rojo a <strong>la</strong> moda se<br />
negó a comprar <strong>la</strong> rifa, alegando ser alérgica a <strong>la</strong> saliva de los animales,<br />
según su propio testimonio.
Mi estado contemp<strong>la</strong>tivo fue interrumpido por el sonido del timbre<br />
del teléfono. La muchacha de rostro joven femenino salió corriendo<br />
<strong>para</strong> atender <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada y gritó desde el recibo:<br />
—Mami, l<strong>la</strong>ma el general Velásquez, <strong>para</strong> ver si puede venir con un<br />
amigo doctor.<br />
—Dile a ese viejo del carajo que no venga hoy, porque estoy muy<br />
ocupada. Tengo mis propios negocios que atender, que venga pasado<br />
mañana.<br />
La señora bigotuda de cabello rojo a <strong>la</strong> moda, volvió a interrumpir<br />
<strong>la</strong> tranquilidad de este hogar. Nuevamente, le preguntó al señor de bigotico<br />
vestido de lino italiano, quien se encontraba enfrascado en <strong>la</strong><br />
lectura del Reg<strong>la</strong>mento de debates:<br />
—¿Y usted <strong>para</strong> qué vino?<br />
El joven finolis, levantó <strong>la</strong> vista del libro, donde estaba absorto,<br />
cuando ya iba a responder. Así lo interpreté por un gesto. La muchacha<br />
de rostro joven femenino le dijo a <strong>la</strong> señora bigotuda de cabello rojo<br />
a <strong>la</strong> moda:<br />
—Señora, mientras baño a Almaperdida, por favor péleme este ajo<br />
y estas cebol<strong>la</strong>s. Mami quiere pre<strong>para</strong>r un mondongo; no tengo tiempo<br />
<strong>para</strong> hacer tantas cosas.<br />
Por <strong>la</strong> casa correteaba Almaperdida; sentí cierta hi<strong>la</strong>ridad al ver <strong>la</strong><br />
forma como jugaba con unas pantaletas, hasta que advertí algo caliente<br />
corriéndome por <strong>la</strong> media y el zapato del pie izquierdo. En ese instante<br />
descubrí que Cocaína había hecho una gracia en mi pierna. En tanto<br />
secaba con el pañuelo <strong>la</strong> extremidad, <strong>la</strong> señora bigotuda de cabello rojo<br />
a <strong>la</strong> moda contestó:<br />
—No mija, soy alérgica al ajo y a <strong>la</strong> cebol<strong>la</strong> —esto lo comentaba<br />
mientras meneaba con nerviosismo el l<strong>la</strong>vero que contenía <strong>la</strong> lleve de su<br />
moderno carro.<br />
El tintineo de <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>ves de <strong>la</strong> señora bigotuda de cabello rojo a <strong>la</strong><br />
moda, atrajo <strong>la</strong> atención de un donoso conejo que correteaba alegremente<br />
por el patio; al brincar hacia el objeto ruidoso, le rasgó <strong>la</strong> media<br />
que le cubría <strong>la</strong> mitad de <strong>la</strong> pierna derecha. La dama apartó de un puntapié<br />
al roedor y guardó el l<strong>la</strong>vero en el bolso de piel de cocodrilo. De<br />
esta manera aseguraba <strong>la</strong> permanencia y pulcritud de <strong>la</strong> media que le<br />
protegía <strong>la</strong> mitad de <strong>la</strong> pierna izquierda.<br />
La puerta del cuartico se abrió nuevamente y salió <strong>la</strong> joven de pantalones<br />
ajustados. No pude reconocer el estado de ánimo al salir del<br />
JNUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
ecinto, pues los lentes oscuros, de los que usan <strong>la</strong>s muchachas al entrar<br />
y salir de los moteles de carreteras, lo impedían.<br />
Cuando disponía a retirarse de <strong>la</strong> estancia donde nos encontrábamos,<br />
<strong>la</strong> joven se devolvió y me pidió el pañuelo prestado. Apartó los<br />
lentes de <strong>la</strong> cara con rabia, esto puso en evidencia un par de bellos ojos<br />
g<strong>la</strong>ucos que lloraban con cierta dificultad, seguramente ante alguna<br />
ma<strong>la</strong> noticia o algún dolor físico. Sin dirigir <strong>la</strong> mirada a los presentes,<br />
comentó iracunda:<br />
—Eso pasa por lo tonta que soy, debí haber tomado <strong>la</strong>s píldoras<br />
desde hace tiempo. Y eso que le dije al muérgano de mi jefe que se<br />
pusiera condón. ¿Qué le voy a decir a mi novio?<br />
La joven de pantalones ajustados y de ojos verdes de lentil<strong>la</strong>s secó<br />
con el pañuelo prestado el líquido espeso, que abandonaba <strong>la</strong> nariz a<br />
raudales. También se pasó, con mucho cuidado, <strong>la</strong> te<strong>la</strong> alrededor de los<br />
parpados, evitando que se salieran los lentes de contacto. Enjugó <strong>la</strong>s<br />
lágrimas resba<strong>la</strong>ntes del rostro, ocasionando <strong>la</strong> corrida de <strong>la</strong> sombra de<br />
los ojos. Todo esto estropeó el maquil<strong>la</strong>je, antes impecable. Los presentes<br />
advertimos que una pestaña postiza del ojo derecho fue a <strong>para</strong>r al<br />
suelo de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de recepción. Una vez devuelto el pañuelo bastante<br />
húmedo, abandonó <strong>la</strong> paz y <strong>la</strong> tranquilidad del santuario.<br />
—El que sigue —era <strong>la</strong> voz que salía del cuartico.<br />
El que sigue era el italiano, éste se paró algo sonriente, devolviéndome<br />
<strong>la</strong> página financiera del periódico de ayer, sin conocer el precio<br />
del dó<strong>la</strong>r en el día de hoy. Luego penetró en el cuarto con cierta caute<strong>la</strong>.<br />
—Señor, señor, bata esta leche mientras limpio <strong>la</strong> jau<strong>la</strong> del Jeque y<br />
<strong>la</strong> de Missmundo. Mami dice, que el peazo de loro se calienta si no<br />
cambio el agua y de <strong>la</strong> arrechera se pone a darle picotazos a <strong>la</strong> gallina y a<br />
decir groserías en voz alta.<br />
La muchacha de rostro joven femenino puso en mis manos una ol<strong>la</strong><br />
con leche completa y un batidor manual <strong>para</strong> que cumpliera con el cometido.<br />
Agarré los utensilios culinarios, no tuve otra alternativa, debía<br />
batir <strong>la</strong> leche entera, mientras notaba que mis acompañantes escondían,<br />
de una manera discreta, algunos gestos que podían catalogarse de sonrisas.<br />
El<strong>la</strong> disimu<strong>la</strong>ba, arreglándose el despojo de <strong>la</strong> media rota de <strong>la</strong><br />
pierna derecha y él, subiéndose hasta <strong>la</strong> frente el libro, que con avidez<br />
fingía estar leyendo.<br />
Transcurrió poco tiempo <strong>para</strong> <strong>la</strong> salida del italiano; venía con una<br />
cara sonriente. Se me acercó <strong>para</strong> pedirme el pañuelo prestado. Advertí,<br />
JNVJ<br />
El santuario de <strong>la</strong> paz
que por <strong>la</strong> emoción evidenciada en su cara, traía <strong>la</strong>s manos sudadas.<br />
Una vez realizada <strong>la</strong> operación, el italiano comentó, dirigiéndose a mí:<br />
“Io lo sabía signore, il negocio es molto bueno”. Como el pañuelo estaba<br />
húmedo, se lo paseó por los cachetes y por <strong>la</strong> calva prominente, con<br />
mucha suavidad <strong>para</strong> refrescarse un poco. El rostro rubicundo demostraba<br />
que el recién salido del cuartico estaba encendido de emoción, por<br />
alguna buenaventura favorable. Así se despidió el representante de <strong>la</strong><br />
Comunidad Europea del grupo vernáculo que quedaba reunido.<br />
—El siguiente —nuevamente <strong>la</strong> voz salió del recinto.<br />
Los tres que quedábamos nos miramos unos a los otros, hasta que<br />
comprendí que el próximo era el hombre de bigotico vestido con traje<br />
de lino italiano. El veterano legis<strong>la</strong>dor penetró en el cuartico de una<br />
manera decidida.<br />
Continué batiendo <strong>la</strong> leche completa con <strong>la</strong> batidora de mano,<br />
hasta que observé a <strong>la</strong> muchacha de rostro joven femenino, acercarse<br />
con Almaperdida recién bañada; <strong>la</strong> colocó en el regazo de <strong>la</strong> señora<br />
bigotuda de pelo rojo a <strong>la</strong> moda y casi como una orden le manifestó:<br />
—Señora, como usted no está haciendo nada, por favor, seque <strong>la</strong><br />
perrita mientras le <strong>la</strong>vo los dientes a Burocracia; acaba de comerse <strong>la</strong><br />
paloma de señora Anastasia y el<strong>la</strong> enseguida va a venir con <strong>la</strong> sanidad a<br />
poner en custodia a los animales.<br />
La señora bigotuda de cabello rojo a <strong>la</strong> moda, con cierto mohín de<br />
asco, agarró el paño y se dispuso a secar a Almaperdida, escrutando con<br />
repugnancia <strong>la</strong>s inmensas pulgas que habitaban en <strong>la</strong> piel de <strong>la</strong> adorable<br />
perrita.<br />
Yo, por mi parte, seguí batiendo con <strong>la</strong> batidora <strong>la</strong> ol<strong>la</strong> de leche<br />
completa, contemp<strong>la</strong>ndo con satisfacción <strong>la</strong> <strong>la</strong>bor de <strong>la</strong> vecina, próxima<br />
a entrar al cuartico.<br />
Cuando <strong>la</strong> leche tenía bastante espuma, se acercó <strong>la</strong> muchacha de<br />
rostro joven femenino y vertió dos huevos dentro de <strong>la</strong> leche batida.<br />
Fue en ese instante, después de cierto rato de mi <strong>la</strong>bor, cuando vi al<br />
joven pisaverde emerger del cuartico con rostro de mal ta<strong>la</strong>nte. Como<br />
los otros, se acercó, debía ser por <strong>la</strong> cara de buen vecino que se distinguía<br />
en mi rostro, con cierta confianza, de <strong>la</strong> que suelen hacer a<strong>la</strong>rde los<br />
políticos, comentó:<br />
—Amigo, préstame el pañuelo. Yo sabía, el secretario de organización<br />
del partido quiere echarme una vaina —coloqué <strong>la</strong> ol<strong>la</strong> sobre <strong>la</strong><br />
JOMJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JONJ<br />
El santuario de <strong>la</strong> paz<br />
sil<strong>la</strong>, le entregué lo solicitado. De inmediato comenzó el hombre con<br />
rabia a secarse el sudor, el cual le resba<strong>la</strong>ba por <strong>la</strong> frente—. Y pensar que<br />
fui yo mismo quien lo ayudó a conseguir varios contratos <strong>para</strong> él y su<br />
familia.<br />
Ya cuando se disponía a salir y devuelto el pañuelo sudoroso, sonó<br />
nuevamente el teléfono; <strong>la</strong> muchacha de rostro joven femenino gritó,<br />
refiriéndose al señor de bigotico vestido de lino italiano, que por favor<br />
atendiera <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada, puesto que el<strong>la</strong> estaba limpiándole los dientes a<br />
Burocracio, <strong>la</strong> vecina secando a A<strong>la</strong>maperdida y yo, batiendo leche completa<br />
con huevos. El miembro del augusto congreso fue atender el teléfono,<br />
el cual tenía tiempo sonando. Mientras todo esto ocurría, <strong>la</strong> voz<br />
emanada del cuarto se dejaba escuchar:<br />
—El siguiente.<br />
Se levantó del asiento <strong>la</strong> señora bigotuda de cabello rojo a <strong>la</strong> moda.<br />
Como no supo dónde poner a Almaperdida, <strong>la</strong> colocó sobre mi hombro,<br />
mientras yo estaba batiendo leche completa con huevos.<br />
Coloqué <strong>la</strong> ol<strong>la</strong> con leche completa y huevos batidos sobre el piso<br />
con el fin de evitar que cayeran pelos de Almaperdida dentro del recipiente.<br />
Me dispuse a secar el animal con el pañuelo que recién había<br />
devuelto el hombre de bigotico de traje de lino italiano. Mientras estaba<br />
entretenido en mi nueva ocupación escuché:<br />
—Mira, mija —dirigiéndose el pisaverde a <strong>la</strong> muchacha de rostro<br />
joven femenino—: l<strong>la</strong>man de <strong>la</strong> jefatura. Dicen que Josemanuel está<br />
preso porque le dio una pedrada al dueño del botiquín “La Alcaba<strong>la</strong>” y<br />
como hubo sangre en <strong>la</strong> trifulca, tienen que dejarlo detenido <strong>para</strong> hacer<br />
averiguaciones.<br />
En vez de contestarle <strong>la</strong> mija, a quien se había dirigido, el hombre de<br />
bigotico vestido de traje de lino italiano, sonó <strong>la</strong> voz desde el cuartico:<br />
—Dígale a ese gran carajo, que se quede preso, pa’ que no ande<br />
echando vaina puaí.<br />
Escuché, mientras secaba a <strong>la</strong> perrita, cuando el hombre que estaba<br />
al teléfono repetía textualmente pa<strong>la</strong>bra por pa<strong>la</strong>bra, lo indicado por <strong>la</strong><br />
voz de “mami” y después, sentí unos pasos que se alejaban hacia <strong>la</strong> puerta<br />
de <strong>la</strong> calle.<br />
Cuando consideré que Almaperdida estaba seca, guardé el pañuelo<br />
y continué batiendo leche completa con huevos, poniendo todo el<br />
esmero posible en <strong>la</strong> actividad. Permitiéndome observar y sentir <strong>la</strong> paz y
JOOJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />
<strong>la</strong> tranquilidad de <strong>la</strong> morada. La comparé con el Taj Mahal y con un<br />
convento en Montserrat, el cual había visitado en mi época de monaguillo<br />
cuando el colegio San Ignacio nos llevaba a España a rezar por <strong>la</strong><br />
paz mundial.<br />
Permanecía absorto en mis meditaciones y recuerdos. Estos fueron<br />
interrumpidos cuando observé que Burocracio se había escapado de <strong>la</strong>s<br />
manos de <strong>la</strong> muchacha de rostro joven femenino. Corría por todo el<br />
patio con <strong>la</strong> boca espumante de pasta dental y <strong>la</strong> joven descalza persiguiéndolo<br />
con el cepillo de dientes en <strong>la</strong> mano.<br />
Mientras esto ocurría, se abrió <strong>la</strong> puerta del cuartico y salió <strong>la</strong> señora<br />
bigotuda de cabello canoso rojo a <strong>la</strong> moda. Noté de inmediato su rostro<br />
iracundo, no disimu<strong>la</strong>ba <strong>la</strong> ira que <strong>la</strong> embriagaba en ese momento.<br />
Recordé mi época de juventud, cuando miraba los programas de lucha<br />
libre, en esos, al más odiado luchador lo apodaban el Bulldog.<br />
La señora bigotuda de cabello rojo a <strong>la</strong> moda, salió del cuartico<br />
encendida con el rostro cargado de rabia, los ojos se le brotaban y noté,<br />
que de los <strong>la</strong>bios asomaban una especie de espuma, simi<strong>la</strong>r a <strong>la</strong> mostrada<br />
por Burocracio, el cual todavía correteaba por el patio perseguido<br />
por <strong>la</strong> joven descalza.<br />
El impulso inmediato fue agarrar el pañuelo <strong>para</strong> limpiarle <strong>la</strong><br />
espuma de <strong>la</strong> boca. El<strong>la</strong>, con cierto tono de ferocidad, lo agradeció y agarrándome<br />
por <strong>la</strong>s so<strong>la</strong>pas del saco, que recién había sacado de <strong>la</strong> tintorería,<br />
utilizó frases que <strong>la</strong>s entendí como un regaño: “Yo sabía que el<br />
baboso de mi marido se estaba acostando con <strong>la</strong> sirvienta”. Acto seguido,<br />
sacó <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve del bolso de piel de cocodrilo. Debido al tintineo del<br />
l<strong>la</strong>vero, el conejo salió de su madriguera, en persecución del sonido<br />
conocido y le rompió, sin misericordia alguna, <strong>la</strong> otra media que cubría<br />
<strong>la</strong> mitad de <strong>la</strong> pierna izquierda, de <strong>la</strong> señora bigotuda de cabello rojo a <strong>la</strong><br />
moda. Como ya no podía agregar más rabia a <strong>la</strong> que ya tenía, le dio otro<br />
puntapié al conejo comemedia, retirándose del recinto de <strong>la</strong> paz, seguida<br />
a saltos, indiferente al maltrato, por el amigo roedor.<br />
La muchacha de rostro joven femenino salió en persecución del<br />
conejo comemedia, mientras desde el cuarto contiguo escuché <strong>la</strong> voz:<br />
—El siguiente.<br />
Tenía sobre mi regazo <strong>la</strong> ol<strong>la</strong> con huevo y leche completa batida,<br />
pero no encontraba que hacer con el<strong>la</strong> y haciéndole señas a <strong>la</strong> muchacha<br />
descalza, con el batidor en <strong>la</strong> mano le pregunté:
—Mira, mija, ¿qué hago con estas cosas? —de inmediato, no se<br />
dejó esperar <strong>la</strong> respuesta.<br />
—Ponga el batidor en <strong>la</strong> ponchera de <strong>la</strong>var y <strong>la</strong> leche batida con<br />
huevos colóque<strong>la</strong> sobre <strong>la</strong> hornil<strong>la</strong> a media l<strong>la</strong>ma —cumplí con <strong>la</strong> orden<br />
emanada y me dirigí al cuartico.<br />
Allí estaba <strong>la</strong> persona por <strong>la</strong> cual había esperado más de dos horas,<br />
<strong>la</strong> mujer por quien había batido leche completa y huevos, y por quien<br />
había secado a Almaperdida. Observé de arriba hacia abajo a <strong>la</strong> señora<br />
Rosamaría; estaba sentada como un Buda con una página de periódico<br />
de ayer, colocada sobre el piso. Según los titu<strong>la</strong>res, eran los mismos de<br />
<strong>la</strong> prensa que yo traía hoy debajo del sobaco.<br />
La observé con mirada escrutadora: ojos chiquitos y angulosos, tez<br />
reseca completamente negra y cabello ensortijado. Los dientes chiquitos,<br />
manchados, desgastados. Al igual que su mano derecha, estaban<br />
impregnados de un amarillo ocre. Los pies descalzos continuaban en<br />
unas piernas f<strong>la</strong>cas llenas de varices. Por <strong>la</strong> delgadez de sus extremidades,<br />
presumí que estaba cerca de una mujer enjuta, de más hueso que<br />
carne. La ropa, poco <strong>para</strong> ser andrajos, como si <strong>la</strong>s comprara a un ropavejero.<br />
Mientras <strong>la</strong> contemp<strong>la</strong>ba con asombro, pues no había imaginado<br />
el aspecto de este personaje, una voz alteró el silencio del cuartico.<br />
—Señor, ¿trajo el tabaco?<br />
Como sabía el procedimiento le entregué lo pedido, lo traía en el<br />
bolsillo pequeño del saco.<br />
—Su nombre por favor.<br />
Como no estaba interesado en identificarme, puesto que no quería<br />
aparecer en su registro de clientes, preferí darle el nombre de un íntimo<br />
amigo, el de mi jefe, en el ministerio donde trabajo. Este hombre ocupaba<br />
el cargo que aspiraba.<br />
Una vez que escuchó el nombre que le di, <strong>la</strong> señora Rosamaría<br />
acercó el tabaco a los ojos, con <strong>la</strong> mano izquierda lo santiguó, farfulló<br />
algo que pareció un conjuro o una oración. Aproximó el tabaco a <strong>la</strong> boca,<br />
lo encendió y después de varias chupadas <strong>la</strong>rgó un escupitajo que llegó<br />
hasta el título del periódico de ayer, el cual el<strong>la</strong> tenía a sus pies. Pensé de<br />
inmediato, si tal acto lo hacía <strong>la</strong> señora tomando puntería, pues llegó<br />
justo hasta <strong>la</strong> letra “L”, sin salirse del borde del periódico.<br />
—Usted tiene muchos problemas, tanto en el trabajo como en su<br />
hogar —con estas pa<strong>la</strong>bras comenzó <strong>la</strong> señora Rosamaría a leer el tabaco,<br />
escrutando, en <strong>la</strong>s cenizas del borde del cigarro, el mensaje que<br />
JOPJ<br />
El santuario de <strong>la</strong> paz
sólo el<strong>la</strong> podía descifrar. A esto era a lo que había venido, sólo por<br />
curiosidad, creyendo el<strong>la</strong> que el nombre que le había dado era el mío.<br />
Siguió chupando y escupiendo hacia diferentes direcciones, pero<br />
siempre caían encima del periódico. Fue cuando me percaté de que no<br />
tomaba puntería <strong>para</strong> <strong>la</strong>nzar sus escupitajos. Chupaba y chupaba el<br />
tabaco y escudriñaba con vehemencia <strong>la</strong>s cenizas ennegrecidas, <strong>la</strong>s<br />
cuales permanecían encendidas. El humo negro que salía de éste era<br />
objeto de mi observación.<br />
—Usted como que está empavado, no pega una. Como aquel general,<br />
quien vino <strong>para</strong> que le leyera un tabaco; él creía que le habían<br />
puesto un mal de ojo. Afirmaba haber traído un amuleto muy poderoso<br />
desde Brasil, el cual tenía un imán. Tenía <strong>la</strong> certeza de que, cuando se le<br />
acabara el poder al pedazo de hierro, estaría desprotegido y le podían<br />
echar un daño.<br />
Escupió nuevamente hacia el periódico. Observé que el escupitajo<br />
le había caído en <strong>la</strong> cara del presidente norteamericano; éste había<br />
salido en primera página del periódico de ayer y continuó:<br />
—Le dije al general que tenía algunos enemigos en el ministerio y<br />
por lo tanto, tenía que cuidarse mucho. Desde ese momento cambiaron<br />
treinta funcionarios de alto rango, con el fin de evitar que le echaran mal<br />
de ojo; de paso le recomendé que mandara a comprar otro amuleto, unos<br />
mejores que venden en Haití.<br />
Otro salivazo cayó en el busto de una hermosa reina de belleza;<br />
recién había conseguido el título de Miss Internacional y continuó <strong>la</strong><br />
señora:<br />
—Así está usted, como ese general, todo empavado. Además,<br />
observe el tabaco —interrumpiéndome del letargo, acercando a los ojos<br />
el instrumento de adivinación, me aproximé por poco tiempo; no soportaba<br />
el olor y el humo que expelía. Continuó con <strong>la</strong>s premoniciones—:<br />
Note que se está consumiendo de medio <strong>la</strong>do —en efecto, lo comprobé<br />
con mis ojos, no sin un marcado asombro y duda. En realidad, no sé el<br />
porqué de <strong>la</strong> sorpresa; el hecho de que el tabaco se extinguiera de medio<br />
<strong>la</strong>do, no tenía ningún significado <strong>para</strong> mí. La señora, luego de tres<br />
escupitajos sentenció con seguridad:<br />
—Su mujer le está poniendo los cuernos con su mejor amigo.<br />
Otro escupitajo cayó sobre <strong>la</strong> calva de uno de los dirigentes de <strong>la</strong><br />
Comunidad Europea. Observé el rostro y <strong>la</strong> cabeza del líder político,<br />
quien arrugó <strong>la</strong> frente ante tal injuria; pensé: “Bien hecho”.<br />
JOQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
La mujer seguía chupando; entre escupitajo y escupitajo continuó:<br />
—Usted trae a mi memoria a un señor, un alto funcionario del<br />
gobierno. Por sospechas que tenía de <strong>la</strong> esposa, ordenó que sesenta<br />
policías vigi<strong>la</strong>ran sus pasos, los de <strong>la</strong> familia y a los amigos. Además,<br />
mandó a intervenir los teléfonos de otros dirigentes políticos del<br />
gobierno y de <strong>la</strong> oposición; dizque, por si acaso. Yo, más o menos lo<br />
orientaba en los pasos a seguir.<br />
En eso noté que <strong>la</strong> señora Rosamaría se quedó viendo con detenimiento<br />
al tabaco; advertí que media porción de cenizas ocupaba parte<br />
del tabaco. A continuación, sentenció con <strong>la</strong> seguridad de una sibi<strong>la</strong><br />
experimentada:<br />
—Cuídese, señor, póngale atención a su mejor amigo en su trabajo<br />
y vigile bien a su mujer —noté que <strong>la</strong>s cenizas cayeron sobre <strong>la</strong> bragueta<br />
de un dirigente sindical; de inmediato, <strong>la</strong> señora Rosamaría se persignó<br />
y escuché <strong>la</strong>s últimas pa<strong>la</strong>bras que pronunció, como una sentencia—:<br />
Pa<strong>la</strong>bra cierta.<br />
Ya no quería escuchar más nada, sólo me entretuve mirando hacia<br />
donde iban a caer los próximos escupitajos que a cada intervalo, entre<br />
chupada y chupada, <strong>la</strong>nzaba como misiles. Casi adiviné el destino de<br />
uno de ellos, cuando cayó en el pie derecho de <strong>la</strong> esposa del presidente<br />
ruso; el<strong>la</strong> estaba de visita en Roma. Había pensado que iba a caer en <strong>la</strong><br />
falda. Sentí satisfacción al notar que el salivazo descendió al sitio próximo<br />
donde lo había imaginado.<br />
Así, entre chupadas, escupitajos y humo de tabaco, escuchaba, sin<br />
ponerle atención, <strong>la</strong> cháchara de <strong>la</strong> señora Rosamaría, sin importarme<br />
nada de lo que el<strong>la</strong> decía. Cuando finalizó, tiró al aire el cabo de tabaco<br />
que quedaba, finalmente sentenció:<br />
—Cuídese, señor, cuídese, mire que su amigo es un gran carajo<br />
—le pagué el importe que cobró. La adivina permaneció en <strong>la</strong> misma<br />
posición de Buda. Cuando abandoné el cuartito, noté que había dos<br />
personas más: un señor con uniforme de oficial pe<strong>la</strong>ndo cebol<strong>la</strong>s y una<br />
señora peinando a Almaperdida.<br />
Estuve dispuesto a retirarme del lugar; en ese momento, <strong>la</strong> muchacha<br />
de rostro joven femenino gritó: “¡Señor, apague <strong>la</strong> ol<strong>la</strong> con huevo y<br />
leche batida!” Cumplí con lo encomendado, atravesé <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> llena de<br />
polvo de alfombra que <strong>la</strong> muchacha descalza estaba sacudiendo y marchándome<br />
a paso lento dejé aquel<strong>la</strong> casa de reposo.<br />
JORJ<br />
El santuario de <strong>la</strong> paz
Ya afuera, en <strong>la</strong> puerta, recordé los ratos disfrutados con p<strong>la</strong>cer, al<br />
refoci<strong>la</strong>rme en actividades concupiscentes con <strong>la</strong> esposa de mi jefe e<br />
íntimo amigo. Estornudé tres veces, debido a <strong>la</strong> eterna alergia al polvo.<br />
Saqué mi pañuelo <strong>para</strong> limpiarme <strong>la</strong> nariz y pensé: “Qué vieja <strong>para</strong><br />
hab<strong>la</strong>r pendejadas”.<br />
Abandoné <strong>la</strong> casa; una vez que estuve afuera le di el último vistazo,<br />
<strong>para</strong> que en mi memoria permaneciera <strong>la</strong> imagen de aquel santuario<br />
de <strong>la</strong> paz.<br />
JOSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
La Diosacaballonegra<br />
Hoy trato de recordar y no soy capaz de afirmar si fue un sueño o si<br />
lo viví realmente. Tengo <strong>la</strong> certeza que fue algo que experimenté en el<br />
mes de <strong>la</strong>s flores, es decir, en el mes de mayo de no sé cuál año.<br />
Andaba un poco perdido por <strong>la</strong>s sabanas de mi tierra. Eso fue en<br />
tiempo de primavera, cuando los ramilletes multicolores de <strong>la</strong>s copas de<br />
los árboles adornan los prados como joyas resp<strong>la</strong>ndecientes, simi<strong>la</strong>r a<br />
un arcoíris de colores vegetales. Sólo un ruido se escuchaba: el trinar de<br />
algunos pájaros. Era tal <strong>la</strong> magnitud de tanta tranquilidad y belleza que<br />
podía percatarme del revoloteo de los pájaros y de de <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s de <strong>la</strong>s<br />
mariposas, <strong>la</strong>s cuales, en una danza con ritmo de amor, invitaban a <strong>la</strong><br />
pareja al disfrute del p<strong>la</strong>cer sensual de <strong>la</strong> vida. Todo lo observaba en<br />
estado de éxtasis; un gran p<strong>la</strong>cer contemp<strong>la</strong>tivo me embriagaba, el<br />
espectáculo permitía sentirme como parte del paisaje, hasta creí que de<br />
mis pies brotaban raíces <strong>para</strong> sembrarme en <strong>la</strong> tierra. Temí moverme<br />
<strong>para</strong> no romper <strong>la</strong> armonía de <strong>la</strong> campiña.<br />
En el continuo caminar por <strong>la</strong> sabana escuché un ruido detrás de<br />
unos matorrales; <strong>para</strong> satisfacer <strong>la</strong> curiosidad acudí lentamente, hasta<br />
aproximarme al sitio de donde venía tal perturbación. La sorpresa de ese<br />
momento no tuvo <strong>para</strong>ngón con lo que en el resto de mi vida pude percibir<br />
a través de los sentidos. Era algo indescriptible. No hay pa<strong>la</strong>bras,<br />
OT
que sin el peligro de cometer errores, permitan describir fielmente todo<br />
lo que vi, escuché y sentí. Pero bien, como tengo que re<strong>la</strong>tar <strong>la</strong> experiencia,<br />
utilizaré el recurso de <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra escrita, un poco <strong>para</strong> aproximarme<br />
a lo que allí contemplé en ese mes de mayo. Al apartar un poco<br />
el matorral que estorbaba <strong>la</strong> visión y <strong>para</strong> satisfacer <strong>la</strong> curiosidad,<br />
observé dos objetos, mezc<strong>la</strong> de mortales y divinidades. Parecía que<br />
hubiese abierto un libro de mitología griega o un libro de arte romano;<br />
tenía enfrente una mujer negra completamente desnuda acariciando<br />
un bello caballo b<strong>la</strong>nco. Tal visión parecía una sinfonía sin melodía;<br />
ésta sonaba sólo <strong>para</strong> mis oídos. Toqué mis carnes, <strong>la</strong>s pellizqué porque<br />
creí estar muerto o estar soñando; tales formas no pertenecen a <strong>la</strong><br />
Tierra, debían ser dioses del Olimpo quienes por alguna equivocación<br />
deambu<strong>la</strong>ban por este lugar.<br />
Tomaré el abuso de describir tan bel<strong>la</strong>s formas y digo abuso, porque<br />
los dioses no pueden ser descritos con <strong>la</strong> prosa de un simple mortal,<br />
sin cometer una apostasía. En fin, permítanmelo cometerlo.<br />
El<strong>la</strong>, negra, totalmente desnuda; esto permitía resaltar su piel azabache<br />
tersa, lozana y bril<strong>la</strong>nte como un ébano pulido. El primor de<br />
mujer permanecía de pie acariciando un bello corcel b<strong>la</strong>nco. Los rayos<br />
de Sol que llegaban a su cuerpo reflejaban <strong>la</strong> luz de manera uniforme,<br />
envolviéndolo con un resp<strong>la</strong>ndor bril<strong>la</strong>nte, como el aura dorada emanada<br />
de un arca, en cuyo interior existiera un gran tesoro. Sus piernas,<br />
dos columnas de ébano perfectamente tal<strong>la</strong>das por ángeles del cielo,<br />
éstas le daban seguridad y el hieratismo de un par de a<strong>la</strong>bastrinas<br />
columnas griegas, pero muy bien contorneadas. Los senos duros y turgentes,<br />
como frutas maduras; tan grandes como atraer <strong>la</strong> mirada de<br />
cualquier mortal y suficientemente pequeños como <strong>para</strong> sentirse cautivado<br />
ante semejante belleza. Los pezones, rosados y diminutos estaban<br />
coronados por una preciosa aureo<strong>la</strong>, estos daban <strong>la</strong> impresión de apuntar<br />
hacia el horizonte de <strong>la</strong> sábana. En fin, toda el<strong>la</strong>: el vientre, los glúteos<br />
y brazos estaban tal<strong>la</strong>dos con una perfección no humana, con <strong>la</strong><br />
tersura de los pétalos de una rosa. Todo ese cuerpo culminaba con una<br />
corona embellecida con una so<strong>la</strong> joya preciosa: su linda y bel<strong>la</strong> cara.<br />
Puedo afirmar que tuve enfrente, en ese momento, <strong>la</strong> Diosanegra.<br />
Describamos, ahora, al hermoso caballo b<strong>la</strong>nco. B<strong>la</strong>nco como <strong>la</strong>s<br />
nubes, como <strong>la</strong>s brumas de <strong>la</strong>s o<strong>la</strong>s; así también imaginaba <strong>la</strong> b<strong>la</strong>ncura<br />
de <strong>la</strong> nieve, <strong>la</strong> cual conocía por fotografías. La albura del bello corcel<br />
contrastaba armoniosamente con <strong>la</strong> negritud de <strong>la</strong> Diosanegra. La crin<br />
JOUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JOVJ<br />
La Diosacaballonegra<br />
b<strong>la</strong>nca, que nunca habían sido cortadas, caía sobre el cuello del animal<br />
como cascadas de agua que bañaban suavemente su piel. La co<strong>la</strong>, parecía<br />
<strong>la</strong> este<strong>la</strong> luminosa dejada por un cometa en su recorrido por <strong>la</strong> bóveda<br />
celeste. El tamaño, <strong>la</strong> b<strong>la</strong>ncura, <strong>la</strong>s patas, <strong>la</strong> crin y <strong>la</strong> piel daban <strong>la</strong> impresión<br />
de tener enfrente el caballo de Troya, era tal <strong>la</strong> imponencia. Si le<br />
hubiese colocado un cuerno en <strong>la</strong> cabeza, parecería el unicornio mitológico,<br />
porque eso era lo que tenía ante mí, un caballo arrancado de <strong>la</strong><br />
mitología.<br />
Hasta aquí <strong>la</strong> descripción de estas dos formas sobrenaturales, pero<br />
continuemos <strong>la</strong> mejor parte del re<strong>la</strong>to.<br />
En un momento <strong>la</strong> Diosanegra comenzó a mesar, como caricias, <strong>la</strong><br />
crin del caballo, logrando que sus luengas trenzas se entre<strong>la</strong>zaran entre<br />
sus dedos. El brioso animal, de inmediato levantó el cuello dirigiendo<br />
su mirada hacia el horizonte de <strong>la</strong> sabana, en una actitud imponente;<br />
sus ojos reflejaban el p<strong>la</strong>cer que estas carantoñas producían. Eran los<br />
mimos de <strong>la</strong> Diosanegra. La mirada del corcel demostraba <strong>la</strong> comp<strong>la</strong>cencia,<br />
el gozo interno; el deleite de sentir <strong>la</strong> crin en unas manos candorosas.<br />
Queriéndole retribuir su satisfacción le dijo:<br />
—Diosanegra, súbete al lomo, deseo sentir el contacto de tu piel.<br />
Sí señor, algo en mi cerebro se modificó, fue como una transmisión<br />
telepática entre el caballo y yo. Pienso, que momentáneamente se despertó<br />
en mí <strong>la</strong> vena animal, <strong>la</strong> cual permitió sincronizar mis ondas cerebrales<br />
con <strong>la</strong>s del bello corcel; tengo <strong>la</strong> seguridad que escuché <strong>la</strong> súplica<br />
que hacía el caballo. El equino emitió esas pa<strong>la</strong>bras, cual súbdito hab<strong>la</strong><br />
a su reina sin mirarle los ojos. Era su deber respetar <strong>la</strong> majestad de <strong>la</strong><br />
divinidad. La mujer no habló, ni siquiera pestañeó, se mantuvo erguida<br />
con los senos turgentes apuntando hacia el horizonte, con <strong>la</strong>s nalgas y<br />
piernas firmes como un tronco. Sólo hizo una caricia al lomo del caballo;<br />
éste comprendió el significado.<br />
La diosa montó el caballo; ¡qué magno espectáculo! Lo negro y lo<br />
b<strong>la</strong>nco inextricablemente mezc<strong>la</strong>dos, en armonía por contraste. Cuando<br />
estuvieron estáticos los dos, parecían una estatua esculpida colocada<br />
en un pa<strong>la</strong>cio celestial. El<strong>la</strong> mantuvo su cuerpo erguido, imponente,<br />
dirigiendo sus ojos hacia el horizonte, con <strong>la</strong>s piernas acop<strong>la</strong>das al lomo<br />
del animal. De inmediato, al sentirse encima de su amado siervo, noté<br />
en <strong>la</strong> mirada de <strong>la</strong> Diosanegra cierto p<strong>la</strong>cer orgásmico. Fue como si una<br />
corriente <strong>la</strong> hubiese atravesado desde <strong>la</strong>s piernas, pasando por el vientre<br />
hasta llegar a los ojos donde aprecié el clímax de <strong>la</strong> dama. En ese
momento <strong>la</strong> turgencia y <strong>la</strong> dureza de los senos se hizo mayor y en los<br />
ojos, espejo del alma, advertí <strong>la</strong> satisfacción, pues sus negras pupi<strong>la</strong>s se<br />
di<strong>la</strong>taban y se contraían en un arrebato de p<strong>la</strong>cer.<br />
El caballo comprendió todo lo que sucedía; permaneció inmóvil y<br />
esperó que <strong>la</strong> Diosanegra hiciera una breve presión con los pies sobre<br />
sus ijares. Era <strong>la</strong> hora, <strong>la</strong> Diosa había completado el rito del amor. Fue<br />
en ese mismo instante cuando el corcel preguntó:<br />
—Diosa ¿hacia dónde vamos? ¿Cuál ruta seguimos?<br />
La Diosanegra continuaba imponente, mirando siempre hacia el<br />
horizonte; como si le hab<strong>la</strong>ra a <strong>la</strong> naturaleza, sin dirigir <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra a<br />
alguien en especial, expresó:<br />
—Corre, mi bello corcel, corre sin rumbo fijo, sigue por donde no<br />
existan trochas ni caminos, sigue <strong>la</strong> dirección del viento y corre hacia<br />
donde nace <strong>la</strong> luz, corre hacia <strong>la</strong> libertad.<br />
El caballo no esperó más, se irguió en <strong>la</strong>s patas traseras, en espera<br />
del abrazo de <strong>la</strong> amada en el cuello. El<strong>la</strong> se aferró a <strong>la</strong> crin, cual fémina<br />
radiante de amor. El brioso animal arrancó, trotando lentamente, cuidando<br />
el sensible cristal que se posaba sobre su lomo. Se alejaron a paso<br />
firme. Desde lejos quise diferenciar al caballo de <strong>la</strong> mujer y pude notar<br />
una única figura, observaba un solo ser en busca del goce y de los p<strong>la</strong>ceres<br />
de <strong>la</strong> libertad, únicamente miraba una forma… <strong>la</strong> Diosacaballonegra.<br />
Pasados muchos mayos, regresé por los mismos <strong>para</strong>jes en busca<br />
de <strong>la</strong> soledad y <strong>la</strong> tranquilidad de <strong>la</strong> que había disfrutado años atrás.<br />
Cuál sería mi sorpresa que en <strong>la</strong> mitad de <strong>la</strong> sabana encontré nuevamente,<br />
aquel bello corcel b<strong>la</strong>nco. Lo aprecié más viejo y cansado, curtido<br />
por el sol y <strong>la</strong> arena. Me acerqué con mucho cuidado y respeto <strong>para</strong><br />
contemp<strong>la</strong>rlo de cerca. El caballo permaneció en su sitio, desentendido<br />
de mi presencia, pasé <strong>la</strong> mano por su cuello y le mesé <strong>la</strong> <strong>la</strong>rga crin; aproveche<br />
<strong>para</strong> preguntarle:<br />
—Caballo..., caballo, ¿qué pasó con <strong>la</strong> Diosacaballonegra? —como<br />
por acto reflejo, al oír<strong>la</strong> nombrar irguió el cuello, colocó <strong>la</strong>s cuatro patas<br />
en actitud imponente tratando de imitar aquel joven y bello corcel que<br />
había conocido hace años. Los ojos se dirigieron hacia el horizonte de <strong>la</strong><br />
sabana tratando de buscar alguna figura, pero no dio respuesta alguna.<br />
De nuevo pregunté:<br />
—¿Qué pasó con <strong>la</strong> Diosacaballonegra?<br />
JPMJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JPNJ<br />
La Diosacaballonegra<br />
La mirada del viejo corcel se mantuvo hacia el horizonte, sin respuesta<br />
alguna. Sus ojos no parpadeaban, pero noté en ellos una mezc<strong>la</strong><br />
de p<strong>la</strong>cer, éxtasis y el recuerdo de un gran amor.<br />
El caballo se alejó a paso cansino, conservando parte de <strong>la</strong> elegancia.<br />
En ese momento noté el papel de estúpido que estaba haciendo; comprendí<br />
<strong>la</strong> lección dada por el animal. En el amor sobran <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras.<br />
àìäáç NVUR
La santidad de Críspu<strong>la</strong><br />
Está bien, Benavides, es <strong>la</strong> última vez que te cuento lo de <strong>la</strong> santidad<br />
de Críspu<strong>la</strong>. No voy a negarte que me enamoré de el<strong>la</strong> desde que estaba<br />
muy pequeño. La culpa <strong>la</strong> tuvo mi madre; siempre decía: Críspu<strong>la</strong> es<br />
muy linda, Críspu<strong>la</strong> es una muchacha hacendosa, Críspu<strong>la</strong> es una buena<br />
estudiante... Fueron tantas <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>banzas, que ya <strong>para</strong> <strong>la</strong> época de mi<br />
eclosión hormonal terminé por amar<strong>la</strong> locamente.<br />
Oye Benavides, lo de <strong>la</strong> santidad de <strong>la</strong> niña comenzó al arribar al<br />
pueblo el cura Valverde, quien recién había salido de un seminario ubicado<br />
en <strong>la</strong> lejana Sevil<strong>la</strong>. El joven sacerdote venía recomendado, con<br />
muy buenas cartas, por el arzobispo de <strong>la</strong> capital. Cuando llegó el curita,<br />
pude percatarme de lo piadosas que eran mis coterráneas.<br />
A ti te confieso, Benavides, <strong>la</strong> única molestia que sentía por el ensotanado,<br />
era el bendito acento castizo, eso no me convencía. La forma<br />
muy particu<strong>la</strong>r de hab<strong>la</strong>r lo notaba más durante los sermones dominicales.<br />
Siempre recordaré <strong>la</strong> zeta con <strong>la</strong> que acentuaba el “corazón” de<br />
Jesús. Pero no puedo negarlo, nuestro joven abate organizó y dio nueva<br />
vida a <strong>la</strong> comunidad religiosa del pueblo. Alguna de éstas, fue el coro de<br />
<strong>la</strong> iglesia dirigida por frau Freeda. Una católica alemana, nacida en <strong>la</strong><br />
zona de Baviera, quien vino a <strong>para</strong>r a este pueblo; nunca conocimos <strong>la</strong><br />
razón de su permanencia por estos <strong>para</strong>jes. Algunos comentaban, que <strong>la</strong><br />
regia mujer era una antigua nazi, escondida en estos <strong>para</strong>jes lejanos <strong>para</strong><br />
PP
escapar de los tribunales de Nuremberg. Te juro, Benavides, que nunca<br />
lo creí, no eran más que chismes. El coro de <strong>la</strong> iglesia estaba integrado<br />
por quince muchachas del pueblo y entre <strong>la</strong>s coristas estaba<br />
Críspu<strong>la</strong>. Además, <strong>la</strong> batuta alemana organizó <strong>la</strong>s hijas de <strong>la</strong> piadosa<br />
virgen de Nuestra Señora de Baviera, una versión alemana de <strong>la</strong>s hijas<br />
de María. Como <strong>la</strong> directora de <strong>la</strong> coral tenía muy mal genio, nadie fue<br />
capaz de insinuarle que cambiara el nombre por algo más autóctono.<br />
Como era de esperar, Críspu<strong>la</strong> perteneció a <strong>la</strong> congregación dirigida<br />
por <strong>la</strong> germana.<br />
Aparte de <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>banzas de mi madre hacia Críspu<strong>la</strong>, <strong>la</strong> superiora<br />
de <strong>la</strong> congregación afirmaba que <strong>la</strong> niña no cantaba, sino trinaba; su<br />
canto estaba más cerca al trino de un canario que a <strong>la</strong> voz de un ser<br />
humano. Aseveraba, que el<strong>la</strong> debía pertenecer a un coro de ángeles y no<br />
al mundo terrenal. ¿No crees, Benavides, que estaba condenado a enamorarme<br />
de <strong>la</strong> santita?<br />
Preguntas, Benavides, ¿por qué hablo de el<strong>la</strong> como <strong>la</strong> santita? Es<br />
que a <strong>la</strong> llegada del curita Valverde Críspu<strong>la</strong> desató una devoción exagerada<br />
por Dios. Acudía con frecuencia a <strong>la</strong> iglesia; a <strong>la</strong>s misas vespertinas<br />
de los lunes, miércoles, jueves, y nunca faltaba a <strong>la</strong>s dominicales,<br />
tanto en <strong>la</strong> mañana, como en <strong>la</strong> tarde. En estos actos religiosos, siempre<br />
cantaba en el coro. C<strong>la</strong>ro, Benavides, yo también asistía. ¿Cómo iba a<br />
perderme el bello trinar de Críspu<strong>la</strong>? Entre <strong>la</strong>s quince voces del coro<br />
podía distinguir, perfectamente, <strong>la</strong> voz de <strong>la</strong> santita.<br />
Benavides, mi corazón fue constriñéndose, en <strong>la</strong> misma medida<br />
que observaba el proceso de santificación de Críspu<strong>la</strong>. Es que no lo<br />
imaginas; <strong>la</strong> santita se confesaba tres veces al día, después del desayuno,<br />
del almuerzo y <strong>la</strong> cena. Afirmaba, que <strong>la</strong> gu<strong>la</strong> es un pecado, que <strong>la</strong> única<br />
comida conocida de Jesús, El Salvador, fue <strong>la</strong> de <strong>la</strong> última cena, por lo<br />
tanto, tenía que confesarse después de cada comida. Su santidad cada<br />
vez <strong>la</strong> alejaba más de mí.<br />
Su vocación de santa <strong>la</strong> descubrí un día domingo, durante <strong>la</strong> misa<br />
matutina, cuando se presentó el coro de ángeles, dirigido por <strong>la</strong> regia<br />
batuta de frau Freeda. Ocurrió, que Críspu<strong>la</strong> en medio del canto sacro,<br />
orientó sus bellos ojos hacia el Cristo Salvador colocado en el altar<br />
mayor de <strong>la</strong> iglesia. Permaneció pegada en <strong>la</strong> última nota de un hermoso<br />
miserere, sin tomar ni exha<strong>la</strong>r aire. En ese momento, no tuve <strong>la</strong> menor<br />
duda, que el Espíritu Santo bajó del cielo y se posesionó de su frágil<br />
cuerpo. Puedo asegurar que vi en su lindo rostro un rictus de sagrado<br />
JPQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JPRJ<br />
La santidad de Críspu<strong>la</strong><br />
éxtasis y una aureo<strong>la</strong> dorada le rodeó <strong>la</strong> linda cabecita. La germana<br />
observó con detenimiento, ordenó al coro angelical que cal<strong>la</strong>ra mientras<br />
que Críspu<strong>la</strong> permanecía estática, atascada en esa nota. Así duró<br />
casi seis minutos, hasta que se desmayó y quedó <strong>para</strong>lizada. Se acabó el<br />
canto, finalizó <strong>la</strong> misa y todos los feligreses reunidos en el lugar sagrado<br />
gritaron, incluso yo, “¡Mi<strong>la</strong>gro!” Recogieron a Críspu<strong>la</strong>, <strong>la</strong> llevaron a <strong>la</strong><br />
sacristía. En ese preciso momento sentí que mi amor por el<strong>la</strong> se hacía<br />
cada vez más distante.<br />
Gracias a Dios, Críspu<strong>la</strong> se recuperó del estado de arrebato y continuó<br />
<strong>la</strong>s actividades religiosas: asistía a <strong>la</strong>s misas vespertinas y dominicales,<br />
se confesaba tres veces al día y luego, venían verdaderos actos de<br />
contrición. También, noté nuevamente, su presencia en el coro de <strong>la</strong><br />
iglesia, gracias a <strong>la</strong>s atenciones que frau Freeda le proporcionó.<br />
Mira, Benavides, cada día estaba más distante de santa Críspu<strong>la</strong>,<br />
así comencé a l<strong>la</strong>mar<strong>la</strong>. La santidad ap<strong>la</strong>staba el amor terrenal. Estaba<br />
convencido de que <strong>la</strong>s cosas de Dios sólo le pertenecen a Él y <strong>la</strong> santita,<br />
era un objeto destinado al Señor y no a un simple mortal como yo.<br />
Benavides, <strong>la</strong>s cosas en el pueblo seguían iguales con <strong>la</strong> diferencia<br />
que en Críspu<strong>la</strong> <strong>la</strong> santidad se agrandaba más y más, parece que se graduaría<br />
de beata con <strong>la</strong>s mejores calificaciones. Lo piadoso se convirtió<br />
en <strong>la</strong> cotidianidad. Asistía al cura Valverde en bautizos y matrimonios;<br />
llevaba pa<strong>la</strong>bras de aliento a los enfermos de gravedad y acompañaba a<br />
<strong>la</strong> última morada aquellos que dejaban de ser. Muchas veces, <strong>la</strong> veía<br />
escoltando al curita con <strong>la</strong> Biblia, <strong>la</strong> cual siempre cargaba bajo el brazo.<br />
Iban al pueblo vecino <strong>para</strong> llevar una guía espiritual a los desam<strong>para</strong>dos.<br />
Los muertos del pueblo contaban siempre con <strong>la</strong> compañía de <strong>la</strong><br />
santa. El<strong>la</strong> dirigía <strong>la</strong>s oraciones del rosario, <strong>para</strong> que el alma del difunto<br />
llegara en sana paz a <strong>la</strong>s puertas de San Pedro. Si los emolumentos eran<br />
buenos, el cura Valverde podía obsequiarle al difunto una despedida<br />
con el coro de <strong>la</strong> iglesia. No te lo voy a negar, Benavides; aprendí todos<br />
los responsos de los muertos, acudía asiduamente a los velorios y novenarios.<br />
Cuando sabía que <strong>la</strong> santita iba a <strong>la</strong> casa de un finado, allí estaba<br />
yo como su primer fan; observando, como cada día Dios atraía hacia el<br />
cielo mi gran amor. Fue <strong>para</strong> esa época cuando intenté suicidarme: mi<br />
único interés era oír, aunque fuese desde el más allá, <strong>la</strong> voz angelical de<br />
Críspu<strong>la</strong> y que el<strong>la</strong> acompañara mis despojos a <strong>la</strong> última morada. Pensé<br />
tirarme al río, pero recordé que sabía nadar. Te juro, Benavides, que<br />
también ideé tomarme un poco de esperma derretida, pero mamá me
advirtió que iba a estreñirme; de inmediato, rechacé <strong>la</strong> idea. En fin,<br />
deseché ese propósito, pero perdí <strong>la</strong> esperanza de ennoviarme con <strong>la</strong><br />
santita. Ese mismo día, hice responsable a mi madre del amor que<br />
sentía por el<strong>la</strong>, le rec<strong>la</strong>mé <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>banzas continuas hacia <strong>la</strong> hermosa<br />
canaria. Estaba escrito: ese amor era imposible.<br />
Benavides, mamá estaba convencida de <strong>la</strong> santidad de Críspu<strong>la</strong>.<br />
Solía decirme que el<strong>la</strong> le recordaba a Sor Juana Inés de <strong>la</strong> Cruz, una<br />
santa que vivió en una ciudad españo<strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada Ávi<strong>la</strong>. Este lugar lo<br />
visitó cuando el cura Abe<strong>la</strong>rdo, el que oficiaba en el pueblo antes del<br />
curita, preparó una excursión. Allá acudió a un museo, donde observó<br />
un hueso del dedito de <strong>la</strong> mano derecha y una zapatil<strong>la</strong> de <strong>la</strong> santa de<br />
Ávi<strong>la</strong>. Todo esto le traía en mientes <strong>la</strong> santita, por lo tanto, mi madre<br />
exigía lo imposible: que olvidara a Críspu<strong>la</strong>. Con reiteración, siempre<br />
tenía en sus <strong>la</strong>bios: “Hijo, está escrito: no será <strong>para</strong> ti”.<br />
¿Y cómo podía olvidar <strong>la</strong> santita Benavides? Si yo iba a <strong>la</strong> iglesia cada<br />
vez que presentaban el coro bajo <strong>la</strong> regia batuta de frau Freeda ¿Cómo<br />
iba a olvidar<strong>la</strong>, si aprendí los responsos de los difuntos y los rosarios de<br />
los novenarios? ¿Cómo iba a preterir<strong>la</strong> si yo también estaba volviéndome<br />
santo? Por mi mente ya no pasaba algún pensamiento pecaminoso.<br />
Sentía, que a su <strong>la</strong>do me aproximaba más a Dios. Cumplía los diez mandamientos<br />
con más devoción que el mismo Moisés.<br />
Para recortar, Benavides, voy a re<strong>la</strong>tarte lo sucedido en el velorio<br />
del finado Venancio, donde asistí como era mi costumbre. Ayudaba a<br />
rezar el rosario bajo <strong>la</strong> conducción y supervisión de <strong>la</strong> santita; el<strong>la</strong> trataba<br />
de enmendarme cada vez que cometía un error. En verdad, no era<br />
que se me olvidaba el rezo, sino que siempre permanecía ale<strong>la</strong>do cuando<br />
el<strong>la</strong> me dirigía una mirada angelical. De inmediato volvía a rezar <strong>la</strong><br />
plegaria en <strong>la</strong> forma correcta.<br />
Ese día, <strong>la</strong> familia del compadre solicitó al cura Valverde que, por<br />
favor, le concediera una misa cantada al difunto. El bondadoso religioso<br />
solicitó a <strong>la</strong> santita que, junto a <strong>la</strong>s otras niñas del coro, interpretara una<br />
parte del réquiem de Mozart. Juré mientras escuchaba <strong>la</strong> música angelical,<br />
decidí fallecer al día siguiente <strong>para</strong> que Críspu<strong>la</strong> interpretara “El<br />
Aleluya” del Mesías de Händel; de esta manera podría alejarme de este<br />
mundo acompañado de un sonido celestial.<br />
Finalizó el canto, <strong>la</strong>s plegarias y <strong>la</strong> corte celestial abandonó <strong>la</strong> casa<br />
del difunto. Pero, con el apuro por el cobro de los emolumentos por el<br />
canto, el rosario, el incienso, <strong>la</strong>s flores y otros rubros, el cura Valverde y su<br />
JPSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JPTJ<br />
La santidad de Críspu<strong>la</strong><br />
corte, olvidaron <strong>la</strong> santa Biblia, <strong>la</strong> cual siempre lo acompañaba. Estaba<br />
colocada sobre el féretro, donde reposaban los restos del compadre. Me<br />
acerqué a <strong>la</strong> urna <strong>para</strong> tomar el libro sagrado, vi <strong>la</strong> cara de satisfacción del<br />
difunto por tan excelente velorio. Por ser persona de confianza del fallecido,<br />
fui encargado de devolver al santo padre el vademécum.<br />
Benavides, corrí como un loco hacia <strong>la</strong> casa parroquial <strong>para</strong> cumplir<br />
con el encargo. Toqué <strong>la</strong> puerta y nadie contestó. Curioseé por <strong>la</strong><br />
ventana y no vi sombra de gente. Acudí al patio trasero de <strong>la</strong> casa parroquial<br />
y fue allí donde observé al curita con <strong>la</strong> sotana arriba y los santos<br />
interiores por los tobillos y a mi ángel, con el vestido arriba y <strong>la</strong>s santas<br />
pantaletas por <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s. Estaban abrazados en acción de tener descendencia.<br />
Permanecí estupefacto en actitud hierática. Mientras observaba<br />
el acto sacrílego, sentí que por los ojos escapaba mi alma y <strong>la</strong> entregaba a<br />
Mefistófeles. Ese día lloré como un niño.<br />
Mira, Benavides, quizá no lo entiendas porque nunca te has enamorado,<br />
pero <strong>la</strong> rabia desatada fue tan intensa, que mientras contemp<strong>la</strong>ba<br />
el acto diabólico ingerí ciento veinticinco páginas que arranqué de<br />
<strong>la</strong> Biblia. Cuando todo estaba dispuesto <strong>para</strong> engullirme otra, encontré<br />
¡un condón! dentro del libro sagrado. Le quité el envoltorio y también lo<br />
tragué, como si en este acto devorara al curita. Seguí <strong>para</strong>do hasta que<br />
comí <strong>la</strong> página doscientas; finalmente abandoné <strong>la</strong> casa de Dios dejando<br />
a ese heresiarca con <strong>la</strong> re<strong>la</strong>psa, cometiendo semejante b<strong>la</strong>sfemia. Corrí<br />
como un demonio a llorar mi desconsuelo al calor de <strong>la</strong> almohada.<br />
Pasé tres días llorando encerrado en el cuarto, interca<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong>s lágrimas<br />
con una santa cagantina, causada de tanto comer papel sacrosanto.<br />
Benavides y lo que más rabia me daba era que, cuando mamá<br />
pasaba por mi cuarto, comentaba:<br />
—Te lo dije, hijo mío, Críspu<strong>la</strong> es muy santa <strong>para</strong> ser tu novia<br />
—fue entonces cuando decidí salirme del pueblo y venirme <strong>para</strong> esta<br />
endemoniada is<strong>la</strong>.<br />
¡Pero bueno!, Benavides volviste a dormirte, no me pidas más nunca<br />
que cuente lo de <strong>la</strong> santidad de Críspu<strong>la</strong>.<br />
ÑÉÄêÉêçI OMMM
La estatua<br />
Andrés Octavio Alvarenga es un viejo amigo, lo conozco desde los<br />
estudios secundarios. Siempre nos hemos mantenido en contacto, bien<br />
por carta o por teléfono. El día miércoles recibí una l<strong>la</strong>mada; en ésta<br />
insistía <strong>la</strong> intención verme en el café donde nos reunimos con frecuencia.<br />
Me informó que recién había llegado de Sevil<strong>la</strong> y como colecciono<br />
historias raras, él había encontrado una de gran interés.<br />
Nos encontramos en el lugar a <strong>la</strong> hora fijada. Luego que conversamos<br />
de su periplo por <strong>la</strong> madre patria, a<strong>la</strong>rgó una carpeta, <strong>la</strong> cual contenía<br />
el mencionado re<strong>la</strong>to. A continuación refirió:<br />
—Toma y lee bien estas hojas, en el<strong>la</strong>s encontrarás <strong>la</strong> historia de<br />
una estatua que estuvo ligada a mi vida durante muchos años.<br />
No entendí nada de lo que dijo el amigo. Andrés era conocido por<br />
su <strong>la</strong>bor de ingeniero y no como escultor. Dado el apuro que lo obligaba<br />
a abandonar el café, culminó nuestra entrevista rápidamente con estas<br />
pa<strong>la</strong>bras:<br />
—Recién acabo de llegar de Sevil<strong>la</strong> donde pude ac<strong>la</strong>rar varias dudas<br />
que me acompañaron durante muchos años.<br />
No intenté sacarle más información a Andrés Octavio. Prometí<br />
revisar el material y que lo incorporaría a <strong>la</strong> colección de historias raras<br />
PV
que guardo en <strong>la</strong> biblioteca. Nos alejamos con una despedida afectuosa,<br />
reiterándole <strong>la</strong> promesa de leer el re<strong>la</strong>to del novel ingeniero.<br />
“Nací en un pueblo olvidado situado muy próximo a una hermosa<br />
costa. A estas p<strong>la</strong>yas sólo se llega por vía marítima, bien por barco o por<br />
<strong>la</strong>ncha”.<br />
Así comienza <strong>la</strong> historia de Andrés Octavio. En verdad, todos sus<br />
condiscípulos sabíamos que él provenía de un pueblito muy lejano.<br />
Vino a <strong>la</strong> capital <strong>para</strong> vivir con unas tías solteronas y a estudiar puesto<br />
que en su terruño no había un liceo.<br />
“Cuando tengo <strong>la</strong> posibilidad de recordar los sucesos que ocurrieron<br />
a mi alrededor, acude a <strong>la</strong> memoria <strong>la</strong> existencia de una estatua<br />
colocada en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za, frente a <strong>la</strong> iglesia del pueblo. Ésta, era colmada de<br />
todo tipo de veneración y respeto por parte de los habitantes del lugar<br />
donde nací”. Andrés Octavio continuó de esta manera <strong>la</strong> historia y,<br />
<strong>para</strong> no transcribir al pie de <strong>la</strong> letra todo lo re<strong>la</strong>tado, trataré de hacer un<br />
resumen de los aspectos más resaltantes.<br />
Parece ser, que <strong>la</strong> estatua llegó al pueblo en <strong>la</strong> época de <strong>la</strong> Colonia.<br />
Por alguna extraña razón, una goleta que pasó cerca de <strong>la</strong> costa de <strong>la</strong><br />
tierra natal de Andrés Octavio, descargó y <strong>la</strong> abandonó en ese <strong>para</strong>je<br />
donde estaba establecido un pequeño caserío. Allí residía un grupo de<br />
aborígenes y un fraile en función catequizadora.<br />
“El adusto misionero pidió a los indígenas el tras<strong>la</strong>do de <strong>la</strong> estatua<br />
frente a <strong>la</strong> choza que fungía como iglesia, en espera de que otra goleta<br />
viniera a rescatar<strong>la</strong>. Esta parte de <strong>la</strong> Historia recoge el origen del objeto<br />
abandonado, que se difundió, por vía oral, entre los primeros habitantes<br />
de mi pueblo”.<br />
La tal<strong>la</strong> de piedra, según <strong>la</strong> descripción del autor del re<strong>la</strong>to, tenía <strong>la</strong><br />
forma de un hombre de más o menos dos metros de altura, montado<br />
sobre un pedestal en actitud hierática. La cabeza, erguida hacia el cielo,<br />
estaba cubierta por un hermoso yelmo, <strong>la</strong> mano derecha agarraba una<br />
<strong>la</strong>nza y <strong>la</strong> izquierda asía un escudo. Este último mostraba en bajorrelieve,<br />
un manojo de espigas de trigo, un caballo y un libro abierto.<br />
“Todas <strong>la</strong>s mañanas el clérigo se acercaba a <strong>la</strong> estatua, <strong>la</strong> miraba<br />
con cierta extrañeza profiriendo con desdén <strong>la</strong>s siguientes pa<strong>la</strong>bras:<br />
“Vanitas, vanitatum, et omnia vanitas” (vanidad de vanidades y todo<br />
vanidad). Nuestros aborígenes, quienes de <strong>la</strong>tín no conocían una letra,<br />
interpretaron que nuestro misionero rendía cierta pleitesía a <strong>la</strong> estatua,<br />
tal y como ellos lo hacían con los antiguos ídolos; por lo tanto, también<br />
JQMJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JQNJ<br />
La estatua<br />
comenzaron a brindarle reverencia. Cada vez que algún indio pasaba<br />
frente a el<strong>la</strong>, hacía una genuflexión en actitud de respeto. Los aborígenes<br />
comenzaron a l<strong>la</strong>mar<strong>la</strong> San Vanitun, asociando, de manera extraña, el<br />
lenguaje de los nativos con algunas de <strong>la</strong>s expresiones que el cura le<br />
dirigía a <strong>la</strong> estatua”. Este párrafo lo tomé tal como lo escribió Andrés<br />
Octavio y le da sentido a <strong>la</strong> historia. Creo que esta parte está re<strong>la</strong>cionada<br />
con su viaje a Sevil<strong>la</strong>.<br />
Refería Andrés Octavio que fue con ese nombre como conoció a <strong>la</strong><br />
estatua. Todo el pueblo <strong>la</strong> l<strong>la</strong>maba San Vanitun y comentaban que era<br />
uno de los santos más mi<strong>la</strong>grosos. La mayoría de los habitantes le debía<br />
algún favor al santo patrono: curaba el mal de ojo, sanaba los cuerpos de<br />
enfermedades, conseguía novio, expulsaba los demonios de <strong>la</strong>s almas<br />
posesas, mejoraba <strong>la</strong>s cosechas. En fin, no había promesa que San<br />
Vanitun no cumpliera.<br />
Una de <strong>la</strong>s cosas más raras de <strong>la</strong> historia se refería a <strong>la</strong>s peticiones<br />
solicitadas a dicho santo. Había que hacérse<strong>la</strong>s en versos. Para ello<br />
existía en el pueblo un personaje, don Melecio, quien era el encargado<br />
de redactar<strong>la</strong>s a cambio de cierto pago por los servicios prestados.<br />
Cuenta Andrés Octavio que, cuando tenía ocho años, padeció de<br />
un hipo que parecía incurable. Tomó sorbos de agua. Entre buche y<br />
buche decía “Jesús, María y José”, pero el movimiento convulsivo no se<br />
quitó. Bebió agua con <strong>la</strong> cabeza hacia abajo y los pies hacia arriba, pero<br />
el hipo permanecía. Se tragó tres ajos con agua bendita y… nada. Hasta<br />
que decidió recurrir a don Melecio y le pidió pre<strong>para</strong>r una plegaria dirigida<br />
a San Vanitun, <strong>para</strong> erradicar el mal que lo aquejaba. Una vez<br />
redactado y pagado el verso, Andrés Octavio se paró frente a San<br />
Vanitun, con su cántico en <strong>la</strong> mano derecha, y gritó:<br />
Vanitun dame una mano<br />
mira que soy buen tipo<br />
como soy buen cristiano<br />
por favor, quítame el hipo.<br />
Re<strong>la</strong>ta el amigo que una vez terminada <strong>la</strong> cuarta oración de <strong>la</strong> plegaria,<br />
el último “hip” desapareció como por obra y gracia de una mano<br />
sacrosanta. Lo único que se le ocurrió proferir a Andrés Octavio fue:<br />
“¡Coño, qué santo tan arrecho!”. Como este, muchos fueron los mi<strong>la</strong>gros<br />
que San Vanitun realizó.
La fama de don Melecio, redactando rogativas al santo, se regó por<br />
los caseríos aledaños al pueblo. Engracia, una solterona de cuarenta<br />
años, hizo una promesa al Venerado <strong>para</strong> que le concediera un marido.<br />
Acudió a nuestro bardo criollo <strong>para</strong> rimar aquel<strong>la</strong> plegaria. Previo pago<br />
de los emolumentos que por esta santa actividad cobraba. Todos los<br />
habitantes del pueblo oyeron a <strong>la</strong> solterona, muy temprano en <strong>la</strong> mañana,<br />
cuando gritaba el siguiente verso:<br />
San Vanitum, mira mi l<strong>la</strong>nto<br />
que fluye como gotas de rocío<br />
quiero obsequiarte este manto<br />
pa’ que me consigas marío.<br />
Después de gritar tres veces <strong>la</strong> plegaria, colocó al pie de <strong>la</strong> estatua un<br />
hermoso manto, que el<strong>la</strong> había tejido, y se alejó llorando. Ocultaba el<br />
rostro por <strong>la</strong> vergüenza que esto le ocasionaba. Dos meses después del<br />
acontecimiento, el cura celebró con toda pompa <strong>la</strong> boda de Engracia<br />
con el manco Encarnación. Además, supo agradecer a <strong>la</strong> novia el manto<br />
que había donado a <strong>la</strong> iglesia, éste sirvió <strong>para</strong> enga<strong>la</strong>nar a <strong>la</strong> Virgen del<br />
Rosario en <strong>la</strong>s procesiones de <strong>la</strong> Semana Santa.<br />
En fin, aparte de los mi<strong>la</strong>gros referidos anteriormente, fueron<br />
muchos los que contó Andrés Octavio en su re<strong>la</strong>to. Entre ellos hay uno<br />
que impresiona mucho. Se produjo cuando los mandingas colocados<br />
en <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>yas próximas a pueblo no recogían sino una que otra sardina.<br />
Las redes no lograban <strong>la</strong> buena ca<strong>la</strong>da deseada, esto ocasionó escasez de<br />
pescado, única fuente de vida de los habitantes de <strong>la</strong> costa. La junta de<br />
pescadores acudió a don Melecio <strong>para</strong> que pre<strong>para</strong>ra una plegaria. El<br />
famoso vate acordó un precio especial por tratarse del caso de una rogativa<br />
colectiva. En un corto tiempo nuestro poeta redactó el pedido:<br />
Vanitum somos gente infame.<br />
Acá, todos vivimos en pecado<br />
y hoy tus sacras p<strong>la</strong>ntas <strong>la</strong>me<br />
pa’que nos consigas pescado.<br />
Leí el verso, quizás don Melecio no fue inspirado por <strong>la</strong> mejor de<br />
sus musas, pero puedo asegurar que <strong>la</strong> plegaria cumplió el cometido. El<br />
domingo, una semana después que los pescadores gritaron <strong>la</strong> jacu<strong>la</strong>toria<br />
JQOJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JQPJ<br />
La estatua<br />
al pie de <strong>la</strong> estatua, recogieron en sus redes una abundante ca<strong>la</strong>da de<br />
carites y pargos, lo cual salvó al pueblo de grandes penalidades.<br />
Andrés Octavio permaneció en su terruño hasta cursar el sexto<br />
grado. No tenía <strong>la</strong> posibilidad de continuar los estudios secundarios.<br />
Cuenta el historiador que el día de <strong>la</strong> despedida había un homenaje en<br />
<strong>la</strong> p<strong>la</strong>za, hermosamente festoneada, dedicado al santo patrono con<br />
motivo de <strong>la</strong>s fiestas patronales. En el sitio estaban todas <strong>la</strong>s fuerzas<br />
vivas del pueblo y tocó al alcalde pronunciar <strong>la</strong> pieza oratoria:<br />
“Damos gracia a nuestro patrono San Vanitum por todos los favores<br />
concedidos. Aquí lo tenemos en actitud hierática, mirando hacia<br />
el cielo de donde vino como un ángel, <strong>para</strong> ayudar a <strong>la</strong>s almas pecadoras<br />
de los mortales de este pueblo escondido. Con <strong>la</strong> <strong>la</strong>nza, <strong>la</strong> cual permitió<br />
acabar con los demonios que nos acosaban, el manojo de espigas <strong>para</strong><br />
darnos de comer y el libro abierto, <strong>para</strong> traernos <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra de Dios como<br />
alimento de nuestro espíritu. Todos sabemos, el caballo representa el<br />
brioso corcel que lo llevó por todos estos montes, apartándonos de <strong>la</strong>s<br />
tentaciones de <strong>la</strong> carne y de los otros pecados que nos acosaban”.<br />
Lo anterior, es parte del discurso del alcalde recogido por Andrés<br />
Octavio en el re<strong>la</strong>to. Evidentemente causaban buena impresión. Nos<br />
cuenta, además, que en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za estaban reunidos numerosas personas,<br />
entre el<strong>la</strong>s, ocupando puestos principales, destacaban: doña Apascacia<br />
de Carmona, una de <strong>la</strong>s más antiguas pob<strong>la</strong>doras y beneficiarias de<br />
nuestro santo, también, presidenta de <strong>la</strong> cofradía encargada de <strong>la</strong>s fiestas<br />
patronales dedicadas a San Vanitum. En el lugar se encontraba el poeta<br />
don Melecio. Permanecía sentado, mostrando un rictus sardónico en su<br />
cara. Esto lo hacía ver como hombre de destacada importancia en el<br />
pueblo. Por todos era conocida <strong>la</strong> existencia del libro sagrado, donde se<br />
recopi<strong>la</strong>ban los versos o rogativas mi<strong>la</strong>grosas del rimador.<br />
Como afirmé anteriormente, fue en esta fiesta cuando Andrés<br />
Octavio dio un hasta luego a su bien amado santo. No sin pedirle un<br />
favor antes de irse a continuar estudios en <strong>la</strong> capital junto a <strong>la</strong>s tías. Pagó<br />
los derechos de autor al viejo poeta <strong>para</strong> que redactara <strong>la</strong> plegaria, <strong>la</strong> cual<br />
pronunció al pie de <strong>la</strong> estatua del santo patrono.<br />
Vanitun, te quiero como ayer<br />
y más te querré mañana<br />
yo te ofrezco una jarana<br />
si regreso bachiller.
Hasta esta parte del re<strong>la</strong>to, no encontré nada de particu<strong>la</strong>r, ya que<br />
<strong>la</strong> mayoría de los hagiógrafos cuentan historias simi<strong>la</strong>res a <strong>la</strong> contadas<br />
por el amigo. Dejé parte del material <strong>para</strong> leerlo al día siguiente.<br />
“Ya adolescente, regresé al pueblo graduado de bachiller, cargado<br />
de regalos <strong>para</strong> <strong>la</strong> familia. Entre mis bártulos, traía una figurita de p<strong>la</strong>ta;<br />
representaba un joven con toga y birrete, <strong>la</strong> cual debía entregar<strong>la</strong> en<br />
ofrenda al santo patrono. Además, había reunido cierta cantidad de dinero<br />
<strong>para</strong> hacerle una fiesta a San Vanitum, tal como lo había prometido”.<br />
Así comienza <strong>la</strong> segunda parte de su re<strong>la</strong>to.<br />
Cuenta el nuevo bachiller que, cuando llegó a <strong>la</strong> tierra natal estaban<br />
homenajeando a San Vanitum, en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za donde <strong>la</strong> estatua hacía a<strong>la</strong>rde<br />
de <strong>la</strong> santidad. El lugar se veía adornado con guirnaldas y banderas, en<br />
un ambiente festivo. Nuestro re<strong>la</strong>tor, entusiasmado, pensó aprovechar<br />
<strong>la</strong> oportunidad <strong>para</strong> entregar <strong>la</strong> ofrenda al patrono del pueblo. Dejó <strong>la</strong><br />
maleta en su casa y corrió hacia el sitio sagrado.<br />
“Queridos ciudadanos, <strong>la</strong> alcaldía tiene el gusto de honrar a tan<br />
grande hombre, célebre por <strong>la</strong>s hazañas realizadas <strong>para</strong> <strong>la</strong> fundación de<br />
este caserío escondido. Hoy se cumplen cuatrocientos años, cuando<br />
nuestro Capitán General don Antonio Ruiz y Cervera colocó en esta<br />
tierra el pendón donde ondeó, por vez primera, batido por los aires litorales<br />
de este pueblo, <strong>la</strong> Santa Cruz de nuestra religión”.<br />
Este fue parte del discurso escuchado por el novel bachiller, al colocarse<br />
frente al venerado santo. Re<strong>la</strong>ta Andrés Octavio: “En ese momento<br />
pensé que había desembarcado en un pueblo vecino. Hasta el<br />
momento que abandoné el terruño desconocía <strong>la</strong> existencia de ese Capitán<br />
General”.<br />
Andrés Octavio copió parte de <strong>la</strong> arenga del alcalde:<br />
“Nosotros los aquí reunidos, sabemos el significado del escudo y <strong>la</strong><br />
<strong>la</strong>nza, que en buen gusto enga<strong>la</strong>nan <strong>la</strong> estatua de nuestro fundador,<br />
pero es mi deber como alcalde, recordárselo a <strong>la</strong>s nuevas generaciones<br />
<strong>para</strong> que conozcan parte de <strong>la</strong> historia de este pueblo. La <strong>la</strong>nza, que en<br />
su mano derecha muestra el Capitán General, significa <strong>la</strong> bravura con<br />
<strong>la</strong> que el glorioso conquistador venció a los herejes acosadores de estos<br />
lugares; los manojos de trigo, significan <strong>la</strong> nueva p<strong>la</strong>nta que tras<strong>la</strong>dó<br />
desde <strong>la</strong> madre patria, <strong>para</strong> sembrar<strong>la</strong> en esta tierra conquistada, enriqueciendo<br />
<strong>la</strong> flora del territorio y <strong>la</strong> alimentación de los aborígenes de<br />
estas regiones. El libro, es <strong>la</strong> sagrada Biblia, con <strong>la</strong> cual convenció a los<br />
JQQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
apóstatas de estos <strong>para</strong>jes <strong>para</strong> cobijarlos bajo <strong>la</strong> fe cristiana. Demos<br />
gracias al egregio capitán porque nuestros ancestros aceptaron como<br />
guía espiritual y bienhechor, de todas <strong>la</strong>s actividades que se realizara en<br />
este territorio, a Dios, nuestro Señor”.<br />
En ese momento, Andrés Octavio —según lo re<strong>la</strong>ta— sintió que<br />
ese nuevo alcalde era un trapisondista, que estaba enredando el origen y<br />
desarrollo cultural del pueblo donde había nacido. Tuvo <strong>la</strong> intención de<br />
gritarle al discursiador ¡trapisondista!, pero prefirió esperar el fin de <strong>la</strong><br />
ceremonia.<br />
“Observemos el hermoso rocín. Éste patentiza <strong>la</strong> presencia y permanencia<br />
del noble fundador a lo <strong>la</strong>rgo de estas tierras agrestes, <strong>la</strong>s<br />
cuales recorrió sobre el lomo de su brioso corcel, llevando los evangelios<br />
a esos lugareños desconocedores de <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra de Dios”.<br />
Cuenta Andrés Octavio, que presenció cómo algunos de sus vecinos<br />
conocidos asentían con un movimiento de cabeza cada una de <strong>la</strong>s<br />
pa<strong>la</strong>bras pronunciadas por el alcalde. Todo esto aparece en el re<strong>la</strong>to del<br />
viejo amigo.<br />
El final del discurso fue el siguiente:<br />
“Debo agradecer a don Melecio, quien de bienhechora gana ofreció<br />
los buenos oficios, <strong>para</strong> recopi<strong>la</strong>r los momentos este<strong>la</strong>res de nuestro<br />
fundador. Por su empeño, pudo escribirse <strong>la</strong> gloriosa biografía del<br />
Capitán General don Antonio Ruiz y Cervera, resumida en el libro,<br />
que actualmente vende <strong>la</strong> alcaldía. De igual manera, quiero agradecer a<br />
doña Apascacia Ruiz de Carmona; su presencia ava<strong>la</strong> <strong>la</strong> estirpe del gran<br />
conquistador, puesto que <strong>la</strong> genealogía <strong>la</strong> coloca en el nadir de <strong>la</strong> descendencia<br />
del Capitán General don Antonio Ruiz y Cervera, el gran<br />
conquistador. Muchas gracias”.<br />
Andrés Octavio, cuenta que <strong>la</strong> profusión de ap<strong>la</strong>usos no se dejó<br />
esperar, se paró don Melecio al <strong>la</strong>do del alcalde y, finalmente, doña<br />
Apascacia, en espera de recibir los vítores y <strong>la</strong>s glorias de sus coterráneos.<br />
La presencia de tan notables personajes eclipsó <strong>la</strong> del nuevo<br />
bachiller, quien venía a colocar el bachillercito de p<strong>la</strong>ta en <strong>la</strong> punta de <strong>la</strong><br />
<strong>la</strong>nza de <strong>la</strong> estatua. Enfatiza el autor del re<strong>la</strong>to: “¡Aquello era una avi<strong>la</strong>ntez<br />
contra el venerado santo!”.<br />
Nuestro amigo esperó que <strong>la</strong> gente se disgregara por <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za. Observó<br />
con detenimiento <strong>la</strong> estatua; podía asegurar que era San Vanitum.<br />
Les preguntó a los conocidos por el santo, pero nadie supo darle información.<br />
Todos coincidieron que en ese lugar, desde hacía mucho tiempo,<br />
JQRJ<br />
La estatua
estaba colocada <strong>la</strong> estatua del fundador del pueblo. Interrogó a don Melecio<br />
por <strong>la</strong>s plegarias; éste contestó que jamás en <strong>la</strong> vida él había logrado<br />
rimar un verso: lo suyo era <strong>la</strong> prosa. Deseó averiguar sobre <strong>la</strong> cofradía de<br />
San Vanitum, pero doña Apascacia, sin mirarle <strong>la</strong> cara informó, que el<strong>la</strong><br />
estaba encargaba de <strong>la</strong>s hijas de María.<br />
Finalmente, Andrés Octavio fue a <strong>la</strong> casa parroquial <strong>para</strong> obtener<br />
alguna información de boca del párroco. El nuevo sacerdote confirmó<br />
desconocer <strong>la</strong> existencia de ese santo, además, aseguró que ese nombre<br />
no aparecía en el santoral de <strong>la</strong> Santa Iglesia Católica. El bachiller Andrés,<br />
tuvo vergüenza de preguntar por el libro sagrado de don Melecio,<br />
en el cual estaban recopi<strong>la</strong>das todas <strong>la</strong>s plegarias poéticas dedicadas al<br />
santo. En fin, a nuestro devoto, ni siquiera su propia familia dio razón<br />
del porqué del cambio de San Vanitum por el de Capitán General.<br />
Andrés Octavio pasó <strong>la</strong>s vacaciones en su pueblo natal, en espera<br />
del ingreso a <strong>la</strong> universidad, sin dejar de acudir todos los días a rezarle al<br />
santo preferido. Nadie entendía <strong>la</strong>s reverencias del muchacho ante <strong>la</strong><br />
estatua del Capitán General, fundador del pueblo.<br />
Todo lo referido anteriormente, aparece en <strong>la</strong>s notas entregadas<br />
por el amigo de infancia. En esta parte de <strong>la</strong> historia, cuenta <strong>la</strong> manera<br />
de despedirse del santo. Se negaba aceptar <strong>la</strong> existencia del Capitán<br />
General. Estaba probado y requeteprobado que San Vanitum era mi<strong>la</strong>groso,<br />
además, iba a ofrecerle, cuando regresara nuevamente, su título<br />
de ingeniero como ofrenda por los favores concedidos.<br />
“Como don Melecio rehusó escribir <strong>la</strong> plegaria, tuve que hacer uso<br />
de <strong>la</strong>s lecciones de literatura sobre <strong>la</strong> rima y el verso. Intenté varios,<br />
hasta que por fin redacté <strong>la</strong> plegaria pidiéndole al santo <strong>la</strong> ayuda <strong>para</strong> <strong>la</strong><br />
obtención del título de ingeniero civil”.<br />
Transcribo textualmente el verso, tal como aparece en sus notas.<br />
Los herejes al mechero,<br />
Vanitum al santoral,<br />
si me gradúo de ingeniero<br />
yo seré tu caporal.<br />
Con esta rogativa se despidió el bachiller y regresó a <strong>la</strong> capital <strong>para</strong><br />
estudiar ingeniería. Como no es <strong>la</strong> intención re<strong>la</strong>tar los sinsabores de<br />
un estudiante pobre de <strong>la</strong> provincia en <strong>la</strong> capital, centraré <strong>la</strong> historia en<br />
JQSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
lo que se refiere a <strong>la</strong> estatua de San Vanitum, hoy <strong>la</strong> del Capitán General<br />
Antonio Ruiz y Cervera.<br />
“Nuevamente regresé al pueblo con el título de ingeniero civil, dispuesto<br />
a presentarme como un caporal ante el santo preferido, tal y<br />
como lo había prometido. La intención era meter en cintura a mis coterráneos<br />
en el culto y veneración de <strong>la</strong> imagen de San Vanitum. En <strong>la</strong><br />
maleta traía una fotocopia reducida, montada en un cuadrito con marco<br />
de p<strong>la</strong>ta, del título de ingeniero, el cual colocaría en <strong>la</strong> punta de <strong>la</strong><br />
<strong>la</strong>nza mi<strong>la</strong>grosa del santo”.<br />
Parece ser, que el novel profesional regresó con <strong>la</strong> intención de<br />
reconquistar el pueblo hacia una vocación de fervor del antiguo santo<br />
patrono. Pero cinco años son muchas y demasiadas <strong>la</strong>s cosas que acontecen<br />
en una comunidad durante esa marcada ausencia. Veamos qué<br />
ocurrió al llegar Andrés Octavio a <strong>la</strong> patria chica.<br />
En el momento, cuando <strong>la</strong> <strong>la</strong>ncha donde viajaba el joven ingeniero<br />
atracó en el muelle del pueblo, había una bataho<strong>la</strong> en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za. Al parecer,<br />
el arribo coincidió con <strong>la</strong> celebración de <strong>la</strong>s fiestas patronales. De<br />
inmediato él pensó que los lugareños habían reanudado el culto a San<br />
Vanitum. Dejó en <strong>la</strong> casa el equipaje y acudió a <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za con <strong>la</strong> miniatura<br />
del título de ingeniero civil. Llegó al sitio de reunión, observó y escuchó<br />
al nuevo alcalde, elegido por votación directa y secreta de los ciudadanos,<br />
elevando <strong>la</strong> siguiente arenga a los presentes.<br />
“Ciudadanos, <strong>para</strong> nosotros no es nada nuevo enumerar <strong>la</strong>s victorias<br />
y <strong>la</strong>s glorias obtenidas en el ejército libertador, por el héroe de <strong>la</strong><br />
patria, a quien estamos rindiéndole un merecido homenaje en el día de<br />
hoy. El coronel Miguel de Alvarado Altamirano no necesita presentación.<br />
Por todos es conocido que el ínclito personaje abandonó <strong>la</strong>s comodidades<br />
de <strong>la</strong>s tropas realistas <strong>para</strong> incorporarse a <strong>la</strong>s huestes patrióticas.<br />
Entregó a nuestro país su experiencia como soldado del rey contra <strong>la</strong>s<br />
tropas napoleónicas, <strong>para</strong> luego convertirse en acérrimo enemigo de <strong>la</strong><br />
corona españo<strong>la</strong>. Tenemos al frente un gran republicano, quien, a pesar<br />
del yelmo llevado sobre <strong>la</strong> cabeza, símbolo del conquistador, luchó en<br />
aras de <strong>la</strong> libertad de nuestro pueblo. Bien lo supo esculpir el artista,<br />
mirando el cielo en <strong>la</strong> búsqueda del camino; éste debió ser su asiento<br />
después de morir en el campo de batal<strong>la</strong>”.<br />
Re<strong>la</strong>ta el ingeniero, que el asombro fue superior al de cinco años<br />
atrás. No entendía en absoluto lo que estaba sucediendo. Pensó que los<br />
vecinos del terruño estaban afectados de una especie de locura colectiva.<br />
JQTJ<br />
La estatua
JQUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />
No entendía cómo una estatua cambiara de representado cada cinco<br />
años. Andrés Octavio, cuenta en su re<strong>la</strong>to, que afinó el oído <strong>para</strong> escuchar<br />
con detenimiento <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras del alcalde.<br />
El escultor tuvo un acierto cuando representó al coronel don Miguel<br />
de Alvarado Altamirano en una estatua, donde se destaca una <strong>la</strong>nza.<br />
Esta simboliza el valor con el cual nuestro patriota combatió los ejércitos<br />
de su majestad. En el escudo observamos un manojo de espigas; el<strong>la</strong>s<br />
representan <strong>la</strong> extensa l<strong>la</strong>nura por donde guerreó nuestro augusto personaje;<br />
además, un hermoso caballo. Con ese animal recorrió nuestras p<strong>la</strong>nicies<br />
persiguiendo y derrotando con su <strong>la</strong>nza vencedora al oprobioso<br />
ibero. Finalmente, miren el libro abierto, en él se patentiza <strong>la</strong> solidaridad<br />
con el acta de independencia, a <strong>la</strong> cual había jurado defender”.<br />
Cualquiera que siga el re<strong>la</strong>to de Andrés Octavio debe tener presente<br />
<strong>la</strong> sorpresa que el referido discurso causaba a nuestro devoto de<br />
San Vanitum. Toda <strong>la</strong> culpa de lo sucedido se <strong>la</strong> echó a <strong>la</strong>s sectas evangélicas<br />
que estaban modificando el patrimonio religioso de su comunidad.<br />
Olvidemos <strong>la</strong>s interpretaciones políticas y religiosas de nuestro<br />
re<strong>la</strong>tor y leamos el final del discurso.<br />
“Quiero agradecer a los presentes, pero en especial a Don Melecio,<br />
quien con elegante prosa logró recopi<strong>la</strong>r en un libro, al que catalogo<br />
como un gran poema épico, simi<strong>la</strong>r a <strong>la</strong> prosa de Homero. En éste, describe<br />
<strong>la</strong>s gloriosas batal<strong>la</strong>s donde participó nuestro eximio Coronel. Dicho<br />
compendio pueden adquirirlo en <strong>la</strong> alcaldía por una módica suma.<br />
De igual manera, quiero destacar <strong>la</strong> presencia de doña Apascacia Ruiz<br />
de Carmona y Altamirano, pariente consanguínea, en tercera generación,<br />
de nuestro homenajeado. Finalmente, deseo que los aquí presentes<br />
secunden una moción que dejo gravitar en este augusto auditorio:<br />
deseo que el coronel don Miguel de Alvarado Altamirano sea dec<strong>la</strong>rado<br />
hijo ilustre de este pueblo”.<br />
De acuerdo con <strong>la</strong> lectura, tuve <strong>la</strong> impresión que <strong>la</strong> propuesta <strong>la</strong><br />
aprobaron con un profuso ap<strong>la</strong>uso por unanimidad. De esta manera, el<br />
alcalde finalizó su discurso. Andrés Octavio continuó describiendo lo<br />
presenciado.<br />
“De inmediato dirigí <strong>la</strong> mirada hacia don Melecio, aunque muy<br />
viejo, se distinguía entre sus arrugas una escuálida sonrisa de satisfacción.<br />
También pude observar a doña Apascacia, <strong>la</strong> tenían sentada en una sil<strong>la</strong><br />
de cuero de chivo, cual personaje inmortal. Parecía una momia viviente,
JQVJ<br />
La estatua<br />
ya no se le veía en el rostro muestra de tristeza, de alegría, sólo se observaba<br />
un montón de arrugas rodeadas por una cara y un cuerpo. Le calculé,<br />
en ese instante, como trescientos años”.<br />
El ingenuo ingeniero agarró con rabia su título en miniatura y con<br />
todo y <strong>la</strong> montura de p<strong>la</strong>ta, lo tiró con rabia al mar. Nuestro hombre se<br />
preguntó: “¿Qué pasó con San Vanitun? ¿Qué hicieron los evangélicos<br />
con nuestro pueblo?”<br />
No se preocupó por interrogar a nadie sobre lo ocurrido; sabía que<br />
iba a obtener <strong>la</strong> misma respuesta de hace cinco años. Andrés Octavio<br />
juró que investigaría lo que había sucedido en el pob<strong>la</strong>do. No tuvo otra<br />
alternativa sino <strong>la</strong> de mantener c<strong>la</strong>ndestina <strong>la</strong> devoción por el santo<br />
preferido, tal como los cristianos en <strong>la</strong>s catacumbas romanas.<br />
El joven ingeniero, antes de llegar a <strong>la</strong> casa familiar, había hecho<br />
algunas diligencias <strong>para</strong> estudiar un posgrado en una universidad españo<strong>la</strong>,<br />
hacia donde partiría una vez finalizadas <strong>la</strong>s vacaciones en el pueblo.<br />
Por lo tanto, el devoto c<strong>la</strong>ndestino de San Vanitun abandonó <strong>la</strong><br />
tierra que lo vio nacer, no sin antes hacerle una rogativa de despedida,<br />
que él mismo redactó:<br />
San Vanitum, qué desagrado,<br />
te juro, no sé qué pasó<br />
ayúdame en el posgrado<br />
que a los herejes los saco yo.<br />
En fin, el ingeniero fue a <strong>la</strong> madre patria a realizar un posgrado en<br />
estructura. Allá pasó cuatro años, no sin antes aprovechar <strong>la</strong> estadía <strong>para</strong><br />
dirigirse a Sevil<strong>la</strong> e investigar en el Real Archivo de Indias sobre <strong>la</strong>s<br />
goletas <strong>la</strong>s cuales, con frecuencia, realizaban viajes desde <strong>la</strong>s colonias<br />
americanas hacia el reino Ibero.<br />
Fue al término de <strong>la</strong> estadía cuando, ya logrado su título de especialización,<br />
finalizó <strong>la</strong> investigación en Andalucía.<br />
“En mis pesquisas concluí, que en una goleta proveniente del virreinato<br />
de Santa Fe, estaba como pasajero el regidor don Pascual<br />
Cevallos de Céspedes, quien había culminado sus servicios a <strong>la</strong> corona;<br />
una vez rico, retirado y anciano, regresaba a <strong>la</strong> tierra natal, <strong>la</strong> región de<br />
Extremadura. Para allá volvía con <strong>la</strong> familia, con el equipaje y con el oro<br />
que había logrado acumu<strong>la</strong>r en <strong>la</strong> colonia americana. Además, <strong>la</strong> goleta<br />
llevaba entre <strong>la</strong> carga una estatua, <strong>la</strong> cual el regidor se había mandado a
esculpir por un famoso artista del virreinato, <strong>para</strong> exaltar su bizarría.<br />
Parece ser que el navío presentó algún problema y tuvo que tirar al mar<br />
los objetos más pesados, entre ellos <strong>la</strong> estatua de nuestro vanidoso funcionario<br />
real. Tal acontecimiento se produjo cerca de <strong>la</strong> costa de mi<br />
pueblo, según muestran <strong>la</strong>s cartas de navegación del bergantín.”<br />
Qué tremenda decepción debió sufrir nuestro devoto amigo, al<br />
conocer <strong>la</strong> verdadera historia de <strong>la</strong> venerada estatua. La trastada, jugada<br />
por el destino al joven ingeniero con postgrado, no tenía perdón. Después<br />
de más de veinticinco años de engaño ¿qué podía hacer con su vida<br />
religiosa? Cuenta Andrés Octavio, que quemó <strong>la</strong> fe de bautismo frente a<br />
<strong>la</strong> catedral de Sevil<strong>la</strong>; fue acusado por b<strong>la</strong>sfemo y hereje por un joven<br />
seminarista, quien pasaba cerca del sitio donde el arrepentido hacía el<br />
acto diabólico. Luego de lo anterior, se inscribió en una secta satánica<br />
<strong>para</strong> combatir a los católicos, a los musulmanes, a los protestantes, a los<br />
judíos y a cualquier cosa que oliera a sacerdote, ayatolá, pastor, rabino,<br />
gurú o algo por el estilo.<br />
Andrés Octavio terminó el postgrado, regresó al pueblo <strong>para</strong> <strong>contar</strong>le<br />
a sus coterráneos ignorantes el descubrimiento. Abandonó el<br />
barco y fue directamente a <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za <strong>para</strong> insultar a <strong>la</strong> estatua. Al llegar al<br />
antiguo sitio sagrado, recibió una nueva frustración: en el pedestal,<br />
donde reposaba <strong>la</strong> figura mi<strong>la</strong>grosa, el fundador del pueblo o el gran<br />
republicano, ahora existía un enorme obelisco de seis metros de alto. Al<br />
pie del monumento había una p<strong>la</strong>ca donde estaba inscrito lo siguiente:<br />
“En honor al soldado desconocido. De los hijos de <strong>la</strong> patria”.<br />
“Pregunté por <strong>la</strong> estatua y me informaron que estaba en <strong>la</strong> casa de<br />
doña Apascacia. Dirigí los pasos hacia el domicilio de <strong>la</strong> vieja con <strong>la</strong><br />
intención de insultar al regidor, <strong>para</strong> rec<strong>la</strong>marle los años perdidos en <strong>la</strong><br />
devoción. Cuando llegué al hogar de <strong>la</strong> mujer inmortal localicé <strong>la</strong> figura<br />
de mármol del ilustre realista don Pascual Cevallos de Céspedes. Estaba<br />
en el corral, junto con los animales, tirada y abandonada de ceremonias y<br />
ha<strong>la</strong>gos. Al insigne español lo honraban <strong>la</strong>s deposiciones, que sobre su<br />
cara y cuerpo, habían hecho <strong>la</strong>s gallinas, los patos y los cochinos de doña<br />
Apascacia.<br />
Parece que Andrés Octavio no se conformó con esta venganza y,<br />
como estaba ducho en eso de redactar plegarias en versos, recitó en voz<br />
alta y con gran satisfacción su última inspiración:<br />
JRMJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JRNJ<br />
Vanitum, santo maldito,<br />
tú no eres santo ni nada,<br />
pero te ves bien bonito<br />
con tu cara bien cagada.<br />
La estatua<br />
Así finalizó el re<strong>la</strong>to Andrés Octavio. Al terminar <strong>la</strong> lectura reflexioné<br />
sobre <strong>la</strong> naturaleza de los humanos y <strong>la</strong> virtud de cambiar de opinión,<br />
cada cierto tiempo, sobre <strong>la</strong>s personas y sobre los acontecimientos<br />
de los cuales, muchas veces, somos protagonistas.
Edén y Averno<br />
Cuando recuperé el conocimiento, después del accidente, observé<br />
una luz bril<strong>la</strong>nte alumbrando intensamente mi rostro y el cuerpo.<br />
Espabilé. Un señor vestido de b<strong>la</strong>nco, mesándose sus luengas y níveas<br />
barbas, estaba observándome con detenimiento. Esto sosegó mi ánimo,<br />
tenía <strong>la</strong> seguridad de encontrarme en el cielo. Salí del estupor en el<br />
momento que el señor barbado preguntó: “¿Cómo te sientes?”. Luego,<br />
<strong>para</strong> tranquilizarme, con una voz apacible y humana, sentenció:<br />
—Olvida <strong>la</strong>s preocupaciones, pronto sanarás y abandonarás el hospital<br />
—en ese instante, me di cuenta que había regresado al infierno.<br />
RP<br />
àìåáç OMMM
Siete cruces en Agua de Vaca<br />
Soy agüevaquero. Ustedes creerán que soy algo así como un cuáquero,<br />
un mormón, un feligrés de una de esas religiones que todos los<br />
años invaden al país o pensarán que soy militante de una de esas sectas<br />
que están pudriéndoles el cerebro a los jóvenes del globo terrestre. No<br />
señor, <strong>para</strong> vuestra tranquilidad, ese es mi gentilicio. Nací en un pueblo<br />
insu<strong>la</strong>r l<strong>la</strong>mado Agua de Vaca, situado muy cerca de <strong>la</strong> costa, donde el<br />
aire fresco, el salitre y el olor a pescado forman parte del paisaje de esa<br />
pequeña región.<br />
Como dije antes, nací, me crié, estudié y trabajé en Agua de Vaca,<br />
hasta que, por razones <strong>la</strong>borales, tuve que abandonar <strong>la</strong> is<strong>la</strong> y dirigirme a<br />
<strong>la</strong> capital. Sin embargo, son tantos los recuerdos evocados cuando estoy<br />
fuera de mi patria chica, que cada vez que puedo, voy a pasar <strong>la</strong>s vacaciones<br />
al terruño. Entonces, allí dedico mi vida disfrutando del aire insu<strong>la</strong>r,<br />
compartiendo con los coterráneos y deleitándome en admirar con<br />
regocijo cada milímetro del paisaje.<br />
Recién pasé unas vacaciones y como es mi costumbre, recorro el<br />
cementerio <strong>para</strong> conocer por vía directa <strong>la</strong>s personas que han hecho del<br />
campo santo <strong>la</strong> nueva residencia. Esta vez, me sorprendieron siete tumbas<br />
de algunos personajes conocidos desde <strong>la</strong> infancia. Las sepulturas<br />
RR
JRSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />
estaban colocadas una a continuación de <strong>la</strong> otra con fechas de fallecimientos<br />
casi seguidas; dos de el<strong>la</strong>s cenotafios y en <strong>la</strong>s otras cinco, los<br />
restos reposan en una paz sepulcral. En vida, eran del tipo de personas<br />
que en los pueblos son muy popu<strong>la</strong>res, por una u otra razón. En fin,<br />
estas muertes tan repentinas y consecutivas parecían algo extrañas.<br />
Como eran cosas de difuntos me dirigí a <strong>la</strong> casa de Crispinita<br />
Marcano, una persona avezada en lo que se refiere a muertos; el<strong>la</strong> es <strong>la</strong><br />
que siempre dirige los rosarios, tanto en el velorio como en los novenarios<br />
y por lo tanto debía estar enterada de lo ocurrido.<br />
Crispinita es una mujer nacida vieja, vive siendo vieja. Creo que<br />
vivirá eternamente como una vieja y nunca morirá. La recuerdo desde<br />
que yo era joven, tenía toda su piel envuelta con una manta de arrugas.<br />
Nunca he visto a una hechicera. Pienso que por su apariencia, hubiese<br />
servido <strong>para</strong> interpretar <strong>la</strong> bruja de B<strong>la</strong>nca Nieves. La figura enjuta de<br />
gran estatura, el pelo siempre despeinado, los dientes carcomidos de<br />
tanto mascar tabaco, le daban un raro aspecto. Pero a su favor puedo<br />
decir, que este rostro distaba mucho del carácter y conversación de <strong>la</strong><br />
amiga. Cuando estoy a su <strong>la</strong>do, bajo una palmera y una bebida refrescante,<br />
podemos p<strong>la</strong>ticar horas y horas sin importar el tiempo que permanezcamos<br />
juntos.<br />
Teniendo como fondo un gran manto azu<strong>la</strong>do, musicalizado por <strong>la</strong><br />
cadencia de <strong>la</strong>s o<strong>la</strong>s del mar, inicié <strong>la</strong> conversación con el único interés de<br />
averiguar sobre los dos cenotafios y <strong>la</strong>s cinco tumbas que vi en el cementerio.<br />
Sabía que Crispinita tenía <strong>la</strong> respuesta, porque desde que <strong>la</strong><br />
conozco siempre ha estado presente en todos los actos fúnebres del<br />
pueblo. En los velorios tiene por costumbre, antes de dar inicio a los<br />
rezos, tal como si fuera un médico forense, decir el nombre o el apodo<br />
del antiguo vivo y dar <strong>la</strong> causa de su muerte. Recuerdo cuando murió mi<br />
tío; dijo con voz solemne, manteniendo el tabaco en su mano izquierda:<br />
—Goyito Sa<strong>la</strong>zar, te falló el corazón y te moriste; que en paz descanse.<br />
Iniciemos el rosario.<br />
En efecto el tío Gregorio había muerto de un infarto. Después de<br />
estas pa<strong>la</strong>bras comenzó el acto sagrado y el<strong>la</strong>, como directora de un<br />
orfeón, dirigió los rezos.<br />
La conversación con Crispi, así <strong>la</strong> l<strong>la</strong>maban, fue muy <strong>la</strong>rga, me dio<br />
los detalles de lo ocurrido a <strong>la</strong>s personas enterradas en <strong>la</strong>s siete tumbas y<br />
sentenció:<br />
—Eso le pasó a esos grandes carajos por vio<strong>la</strong>r <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra sagrada.
JRTJ<br />
Siete cruces en Agua de Vaca<br />
Como debo <strong>contar</strong> el chisme, voy presentar a cada uno de los personajes<br />
<strong>para</strong> que se familiaricen con ellos y a manera pedagógica voy a<br />
se<strong>para</strong>r el re<strong>la</strong>to en capítulos.<br />
Capítulo 1: La “fortuna” del pobre<br />
Abelcaín nació <strong>para</strong> mendigo. Desde que lo conocí <strong>la</strong> pasaba mendigando<br />
por toda <strong>la</strong>s calles. Siempre lo veíamos deambu<strong>la</strong>ndo por el<br />
pob<strong>la</strong>do vestido con harapos, llevando una bolsa sucia y un <strong>perro</strong> cancerbero<br />
que le hacía compañía. Nunca supe si en realidad Abelcaín era<br />
su nombre o apodo, pero con ese nombre fue como lo conocí; todo el<br />
mundo desconocía el apellido. Un día se p<strong>la</strong>ntó en el pueblo como una<br />
mata de cují y no quiso salir de Agua de Vaca.<br />
Abelcaín se residenció en un rancho, el cual hacía tiempo habían<br />
abandonado unos pescadores. Allí, junto a cancerbero, vivía del producto<br />
obtenido de <strong>la</strong> mendicidad. En los pueblos costeños, afortunadamente,<br />
nunca escasea <strong>la</strong> comida, por lo menos siempre puede<br />
conseguirse algo, aunque sea una sardina, <strong>para</strong> cuando aprieta el hambre.<br />
A Abelcaín lo observaban todas <strong>la</strong>s mañanas en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya, en<br />
espera de los barcos pesqueros regresado de sus faenas. Nunca faltaba<br />
un pescador que le rega<strong>la</strong>ra alguno que otro pescado, <strong>para</strong> que el<br />
pedigüeño no muriera de hambre.<br />
Es evidente que <strong>la</strong> biografía de un mendigo no puede ser muy<br />
extensa, a menos que sea <strong>la</strong> de un personaje llegado a ese estado por<br />
algún problema existencial y no creo que ese fue el caso de Abelcaín. El<br />
mendigo, lo único que hacía era mendigar con su bolsa a cuestas bajo <strong>la</strong><br />
vigi<strong>la</strong>ncia del fiel cancerbero con el que compartía los pocos alimentos.<br />
Las actuaciones de <strong>la</strong>s personas en Agua de Vaca tienen un carácter<br />
religioso. Entre <strong>la</strong>s vecinas del pueblo se turnaban <strong>para</strong> llevarle comida y<br />
alguna que otra ropa. Nunca faltaron los óbolos <strong>para</strong> contribuir con <strong>la</strong><br />
existencia del mendigo, los cuales nunca gastaba, ni siquiera en aguardiente,<br />
porque el hombre era abstemio. Nunca se le vio tomando, ni<br />
siquiera una cerveza —algo raro por estos lugares—. Sentenció <strong>la</strong> re<strong>la</strong>tora.<br />
Un día dejó de mendigar. Nunca supimos <strong>la</strong> razón —dijo Crispinita—.<br />
Abelcaín desistió de recorrer <strong>la</strong>s calles. Pero como en los pueblos<br />
hay siempre gente generosa, algunas de el<strong>la</strong>s iban a su casa, le<br />
rega<strong>la</strong>ban un p<strong>la</strong>to de comida y le entregaban alguno que otro dinero.<br />
Pero lo más curioso es: nadie estaba enterado en qué gastaba <strong>la</strong>s limosnas,<br />
puesto que su vestuario siempre era el mismo.
JRUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />
Reiteró Crispinita, que un día el mendigo decidió quedarse en su<br />
rancho. Permanecía siempre sentado abrazando su bolsa sucia y vieja,<br />
bajo <strong>la</strong> mirada vigi<strong>la</strong>nte de su fiel cancerbero. Todos los vecinos le indicaban<br />
que debía salir a caminar porque “<strong>la</strong>s piernas se le iban a entiesar”,<br />
además, se podía enfermar. Pero está visto que ni los adultos, y<br />
mucho menos un mendigo, razonan por consejo ajeno. El hombre se<br />
mantenía en su rancho aferrado al sórdido vademécum.<br />
Cierto día, cuando el viejo Ildefonso le llevó unas sardinas y una<br />
arepa <strong>para</strong> el desayuno, lo encontró asido a su bolso inmundo, profundamente<br />
dormido. El acompañante de Abelcaín miró al visitante como<br />
con angustia, como si quisiera comunicarle algo. Ildefonso afirmó que el<br />
<strong>perro</strong> tenía lágrimas en sus ojos. Todos en el pueblo dijeron que eso era<br />
embuste porque los animales no lloran, pero él aseguró que había visto<br />
llorar al fiel cancerbero. En fin, el hombre con el p<strong>la</strong>to de comida l<strong>la</strong>mó a<br />
Abelcaín pero éste no dio respuesta, trató de moverlo con un <strong>la</strong>rgo palo<br />
—porque debido a su suciedad nadie se atrevía a tocarlo— y el indigente<br />
no reaccionó, permanecía aferrado al sucio bolso. A pesar del olor que<br />
despedía, Ildefonso se acercó y notó que Abelcaín no parpadeaba, no<br />
respiraba, entonces comprendió que el pobre estaba muerto.<br />
Algunos curiosos del pueblo, incluyendo al padre Anselmo, propusieron<br />
que debía registrarse <strong>la</strong> bolsa <strong>para</strong> ver si encontraban el nombre de<br />
algún familiar, con <strong>la</strong> finalidad de avisarles. Costó mucho se<strong>para</strong>r al<br />
mendigo del vademécum al cual se mantuvo aferrado durante toda <strong>la</strong><br />
vida y aún después de muerto. Cuando <strong>la</strong> abrieron, los testigos presentes<br />
se asombraron al ver que <strong>la</strong> bolsa estaba atiborrada de monedas y billetes,<br />
producto de <strong>la</strong> limosna que los pob<strong>la</strong>dores de Agua de Vaca le<br />
habían hecho llegar.<br />
El sacerdote convino, que a falta de familia, el dinero se debía disponer<br />
<strong>para</strong> darle al pobre un entierro cristiano y el sobrante lo tomaría<br />
<strong>para</strong> <strong>la</strong> iglesia, como una contribución del indigente a <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong><br />
Virgen. Gracias a el<strong>la</strong>, a sus mi<strong>la</strong>gros y a <strong>la</strong> caridad de <strong>la</strong>s personas —dijo<br />
el clérigo—, el buen mendigo había podido subsistir. Nadie puso objeción,<br />
pero tampoco conocieron el monto de lo encontrado en <strong>la</strong> bolsa.<br />
Según testimonia <strong>la</strong> re<strong>la</strong>tora.<br />
El <strong>perro</strong> acompañó los despojos de Abelcaín hasta que lo metieron<br />
en <strong>la</strong> tumba y después siguió <strong>la</strong> vida de vagabundo a <strong>la</strong> que lo había<br />
acostumbrado su dueño.
JRVJ<br />
Siete cruces en Agua de Vaca<br />
Crispinita contó todos los pormenores y <strong>la</strong>s cifras con <strong>la</strong>s que diferentes<br />
personas del pueblo especu<strong>la</strong>ron sobre el contenido del bolso:<br />
unos hab<strong>la</strong>ban de miles, otros de millones y otros de billones. Total<br />
nunca se supo <strong>la</strong> cantidad de dinero que Abelcaín había logrado acumu<strong>la</strong>r<br />
en su bolsa raída y sucia.<br />
En Agua de Vaca, como en todos los pueblos, un velorio es un acto<br />
social donde se reúnen los más conspicuos personajes. Me dijo Crispinita,<br />
que en <strong>la</strong> iglesia, donde se hizo una misa de cuerpo presente,<br />
estaban, entre otros, el padre Anselmo, Garibaldi, dueño del supermermercado,<br />
los hermanos Vil<strong>la</strong>rroel jugadores de gallos, hasta el viejo<br />
Ildefonso, quien descubrió el cadáver. Evidentemente que no faltó <strong>la</strong><br />
directora del rosario, quien narró como una sentencia, tal como lo dijo<br />
en el velorio antes de iniciar el rezo, el motivo de su muerte: “A Abelcaín<br />
lo mató <strong>la</strong> avaricia”.<br />
Capítulo 2: La siestecita<br />
Cuando llegaban los barcos de <strong>la</strong>s faenas de pesca, no sólo Abelcaín<br />
frecuentaba <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya, había un personaje que siempre estaba presente en<br />
espera del arribo de <strong>la</strong>s naves de los pescadores. Su nombre era Fidelito<br />
Maneiro, alias “Caguepato”, cuyo apodo tenía que ver con <strong>la</strong> gran actividad<br />
y el trabajo que realizaba el buen hombre. “Caguepato” no hacía<br />
absolutamente nada, ni siquiera le gustaba mendigar, porque todo le<br />
daba flojera, de allí el apodo que le encasquetó Crispinita desde que<br />
Fidelito estaba en <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>. El<strong>la</strong> decía que era más flojo que excremento<br />
de pato. No había quien lo sacara de su <strong>la</strong>situd.<br />
“Caguepato” frecuentaba <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> de p<strong>la</strong>ya <strong>para</strong> compartir con los<br />
pescadores el desayuno, el almuerzo y <strong>la</strong> cena, porque afirmaba que le<br />
daba flojera caminar hasta su casa <strong>para</strong> satisfacer tal necesidad. Los pescadores<br />
le daban <strong>la</strong>s sobras y él se conformaba con eso, después se sentaba<br />
un rato <strong>para</strong> mirar el mar y luego se acostaba a dormir en alguno de<br />
los botes que estaban desocupados.<br />
Recuerdo, Fidelito, desde que yo era muy pequeño: lo botaron de<br />
<strong>la</strong> escue<strong>la</strong> por flojo, a pesar de los ruegos de <strong>la</strong> madre y del padre. Era<br />
tanto el desaliento del muchacho que, cuando se le caía un cuaderno<br />
permanecía de pie, esperando que algún compañero lo recogiera. La<br />
madre optó por entregárselo al padre Anselmo <strong>para</strong> quitarle el “mal de<br />
ojo”. El buen sacerdote lo colocó como monaguillo, oficio en el cual<br />
duró poco. En cierta ocasión se quedó dormido sobre el altar mayor
con <strong>la</strong> bandeja de <strong>la</strong>s hostias. Cuando el sacerdote lo vio tendido sobre<br />
<strong>la</strong> alfombra algunos escucharon, yo entre ellos: “Me cago en <strong>la</strong> hostia.<br />
Llévense a este perdu<strong>la</strong>rio perezoso lejos del altar”. Luego de esta experiencia,<br />
<strong>la</strong> madre le pidió a Garibaldi que lo empleara en el supermercado;<br />
el italiano, al segundo día de trabajo lo encontró dormido en el<br />
depósito, acostado sobre los sacos de harina. Finalmente, Ildefonso,<br />
como buen nadador, quiso enseñar a Fidelito a nadar y el mocoso evidenció<br />
su flojera <strong>para</strong> ese deporte. Bien se merecía el sobrenombre<br />
“Caguepato”.<br />
En el re<strong>la</strong>to, Crispinita manifestó que el<strong>la</strong> misma había recomendado<br />
a <strong>la</strong> madre de Fidelito, que colocara sobre <strong>la</strong> cabeza del muchacho<br />
un turbante embadurnado de azufre, a ver si el perezoso maduraba un<br />
poco. Recuerdo haberlo visto en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya, con <strong>la</strong> cabeza tapada con un<br />
paño, parecía un príncipe hindú. Nunca olvidaré el olor sulfuroso con<br />
que se impregnaba el ambiente, mucha gente lo confundía hasta con el<br />
mismo diablo. Pero “Caguepato” seguía en su molicie. La <strong>la</strong>situd <strong>la</strong><br />
tenía incrustada en el alma, en <strong>la</strong>s venas y en los huesos.<br />
“Caguepato” crecía, llevado de <strong>la</strong> mano por <strong>la</strong> flojera. Nunca desempeñó<br />
un oficio o realizó actividad alguna. Se <strong>la</strong> pasaba comiendo<br />
con los pescadores, mirando el mar y durmiendo en uno de los botes.<br />
Un día, <strong>para</strong> <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong> Virgen, anunciaron, <strong>para</strong> <strong>la</strong> noche una<br />
fuerte tempestad. Los pescadores pidieron a Fidelito que no se quedara<br />
durmiendo en el bote; corría grave peligro. Pero <strong>la</strong> flojera pudo más.<br />
“Caguepato” hizo caso omiso de los consejos y fue a dormir en uno de<br />
los botes. Durante <strong>la</strong> noche, <strong>la</strong> tormenta fue tan fuerte que rompió <strong>la</strong>s<br />
amarras que aseguraba el bajel donde dormía el perezoso. La marea<br />
arrastró <strong>la</strong> pequeña nave y más nunca se supo de Fidelito.<br />
Crispinita refirió, que no se pudo hacer <strong>la</strong> misa de cuerpo presente,<br />
sino que se usó una urna como representación del difunto. En el cementerio<br />
se construyó el cenotafio: monumento donde <strong>la</strong> familia reza<br />
por el alma del flojo perdido. Las oraciones evitarían que el espíritu de<br />
“Caguepato” deambu<strong>la</strong>ra por Agua de Vaca en búsqueda de otra víctima.<br />
Crispinita sentenció tal como lo había hecho en el velorio: “A<br />
Fidelito “Caguepato” lo mató <strong>la</strong> pereza”.<br />
Capítulo 3: Tritón de los siete mares<br />
Dos p<strong>la</strong>ceres tenía el viejo Ildefonso: jugar a los gallos y nadar. Para<br />
comp<strong>la</strong>cer el primero, se le veía en <strong>la</strong> gallera del pueblo apostando grandes<br />
JSMJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
sumas de dinero. Entre sus contrincantes estaban los gallos de los hermanos<br />
Vil<strong>la</strong>rroel: Donato y Pedro María, criadores de gallos de pelea,<br />
viciosos furibundos de este juego. Para satisfacción de <strong>la</strong> segunda dicha,<br />
se levantaba muy temprano y nadaba dos horas en <strong>la</strong>s límpidas aguas<br />
que circundan <strong>la</strong> is<strong>la</strong>.<br />
Debo decir que Ildefonso durante <strong>la</strong> juventud ganó varias medal<strong>la</strong>s<br />
como nadador. A dos kilómetros de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya se encontraba una gran<br />
piedra, que l<strong>la</strong>mábamos el “Peñón de <strong>la</strong> Virgen”. Durante <strong>la</strong>s fiestas patronales<br />
se realizaban competencias <strong>para</strong> ir a nado hasta <strong>la</strong> roca y regresar<br />
nuevamente a <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya. Durante cinco años seguidos Ildefonso<br />
ganó el primer lugar. Esto lo demostraba exhibiendo cinco preseas colgándole<br />
del cuello, <strong>la</strong>s cuales lo acreditaban como el mejor nadador de<br />
Agua de Vaca. Siempre decía, con fatuidad, que se había retirado de <strong>la</strong><br />
contienda <strong>para</strong> darle oportunidad a los jóvenes. Pero mientras vivió<br />
nunca se quitó <strong>la</strong>s medal<strong>la</strong>s de <strong>la</strong>s que se sentía orgulloso y vanidoso,<br />
por eso sus paisanos lo miraban como a un hombre pedante y jactancioso.<br />
Tenía un sentimiento muy elevado de su persona; nunca perdía<br />
oportunidad <strong>para</strong> hacer a<strong>la</strong>rde de sus gestas gloriosas.<br />
En el penúltimo día de <strong>la</strong> celebración de <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong> Virgen,<br />
Ildefonso dijo que le iba a demostrar a esos cagaleches lo que era un<br />
buen nadador. Todo el mundo le recordaba —me dijo Crispinita—,<br />
que ya no era un muchacho. Todos en Agua de Vaca sabíamos, que en<br />
el camino hacia el peñón había corrientes submarinas traicioneras y que<br />
podían darle un susto. Lamentablemente, los consejos son como <strong>la</strong>s<br />
hojas secas, son sólo pa<strong>la</strong>bras que se <strong>la</strong>s lleva el viento.<br />
El día de <strong>la</strong> competencia, el viejo Ildefonso llegó temprano, enga<strong>la</strong>nado<br />
con sus medal<strong>la</strong>s de campeón. Lo vieron hacer los ejercicios de<br />
calentamiento <strong>para</strong> tonificar los músculos. No tenía <strong>la</strong> postura ni el<br />
cuerpo de cuando era joven. Garibaldi y los hermanos Vil<strong>la</strong>rroel trataron<br />
de persuadirlo <strong>para</strong> que desistiera de esa locura, pero el viejo<br />
esponjó el pecho y sentenció: “Ya verán estos cagaleches quién es el<br />
campeón”.<br />
Se dio <strong>la</strong> partida, de inmediato los participantes corrieron hacia el<br />
agua, debían nadar con mucha energía hacia el Peñón de <strong>la</strong> Virgen. Me<br />
dijo Crispinita, que con su mirada siguió el trayecto del viejo campeón<br />
pero llegó el momento que lo perdió. El<strong>la</strong> lo atribuyó a <strong>la</strong> avanzada edad<br />
y a <strong>la</strong> catarata. Cruzaron <strong>la</strong> meta los participantes, el viejo Idelfonso no<br />
llegó de primero, ni de segundo, ni de tercero, simplemente no apareció.<br />
JSNJ<br />
Siete cruces en Agua de Vaca
JSOJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />
Se dio <strong>la</strong> voz de a<strong>la</strong>rma y de inmediato los vecinos iniciaron <strong>la</strong> búsqueda<br />
del viejo campeón, pero <strong>la</strong> operación de salvamento fue infructuosa. A<br />
Ildefonso, al igual que a Fidelito, se lo había tragado el mar. Neptuno<br />
había cobrado sus ofrendas sacrificando dos vecinos de Agua de Vaca.<br />
Repitieron lo mismo que con Fidelito. Como nunca recuperaron<br />
el cadáver de Ildefonso, los vecinos de Agua de Vaca construyeron en el<br />
cementerio un cenotafio representativo de los restos del antiguo<br />
pa<strong>la</strong>dín de <strong>la</strong> natación. Durante <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong> Virgen es tradición que<br />
los nadadores, antes de darse <strong>la</strong> partida de <strong>la</strong> competencia, acudan al<br />
monumento sepulcral <strong>para</strong> rezarle y de esta forma evitar que el veterano<br />
campeón los hale hacia <strong>la</strong>s profundidades del mar.<br />
Crispinita contó que el viejo Ildefonso era muy testarudo, él creía<br />
que estaba en <strong>la</strong>s mismas condiciones que cuando joven. Repitió <strong>la</strong> sentencia<br />
con <strong>la</strong> cual inició el rezo del primer novenario: “Al viejo Ildefonso<br />
lo mató el orgullo”.<br />
Capítulo 4: La espue<strong>la</strong> envenenada<br />
Los hermanos Vil<strong>la</strong>rroel eran dos criadores y jugadores de gallos<br />
¿Quién en esta zona insu<strong>la</strong>r no lo hace? Creo que únicamente yo no lo<br />
hago porque me parece algo muy cruel criar dos criaturas únicamente<br />
<strong>para</strong> pelear o <strong>para</strong> matarse. Pero en fin, de eso vivían los hermanos<br />
Donato y Pedro María.<br />
Por ser hermanos, ambos criadores de gallos poseían animales en<br />
común, pero aparte, cada uno tenía los suyos. Usualmente, cuando hay<br />
dos personas realizando una misma actividad, es lógico y natural que una<br />
se destaque más que <strong>la</strong> otra. En este caso, los gallos de Donato eran<br />
mejores que los de su hermano, esto estaba probado y requeteprobado en<br />
<strong>la</strong>s competencias. Siempre salían perdedores los gallos de Pedro María.<br />
Recuerdo: mis amigos comentaban, casi como un rec<strong>la</strong>mo, que<br />
nunca asistía a una gallera. Cuando peleaban los gallos de los hermanos<br />
siempre ganaban los de Donato y el perdedor no escondía <strong>la</strong> rabia y <strong>la</strong><br />
envidia que le profesaba, tal como Caín hacia Abel.<br />
Durante <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong> Virgen invitaron a los hermanos Vil<strong>la</strong>rroel<br />
<strong>para</strong> pelear en <strong>la</strong> gallera de otro pueblo, el cual celebraba <strong>la</strong>s festividades<br />
por ser <strong>la</strong> misma patrona de todos los pueblos <strong>la</strong> is<strong>la</strong>. Donato manifestó<br />
no estar interesado. Sin embargo, el lucro y <strong>la</strong> envidia por lo general<br />
marchan juntos. Pedro María confirmó su asistencia.
JSPJ<br />
Siete cruces en Agua de Vaca<br />
Pedro María, sabedor de <strong>la</strong> valentía y el arrojo de los gallos de su<br />
hermano, decidió <strong>para</strong> competir, “tomar prestado” el mejor de los gallos<br />
de Donato.<br />
La gallera estaba completamente llena. El dinero de <strong>la</strong>s apuestas<br />
corría de unas manos hacia <strong>la</strong>s otras. Un vaho envolvía el ambiente, una<br />
mezc<strong>la</strong> de sudor, aguardiente y humo de tabaco, acompañado con los<br />
gritos y <strong>la</strong>s groserías de los jugadores, quienes ponían en <strong>la</strong>s espue<strong>la</strong>s de<br />
los gallos fortuna, casas, negocios y hasta sus mujeres.<br />
Cuando apareció Pedro María con el hermoso gallo, todas <strong>la</strong>s<br />
apuestas lo favorecieron. El contrincante, era un brioso gallo cubano de<br />
fama internacional, cuyo dueño estaba notoriamente afectado por los<br />
efluvios etílicos. Todos los asistentes de <strong>la</strong> gallera, sabían que el gallo que<br />
estaba sobre <strong>la</strong> arena era el preferido de Donato. No voy a describir <strong>la</strong><br />
cruel pelea como lo hizo Crispinita, ya que a el<strong>la</strong> se <strong>la</strong> re<strong>la</strong>taron con lujo y<br />
detalles. Al final, perdió y murió el gallo cubano herido con un espue<strong>la</strong>zo<br />
en <strong>la</strong> garganta. El dueño del ave muerta, no queriendo reconocer <strong>la</strong><br />
pérdida, acusó a Pedro María de haber envenenado <strong>la</strong>s es-pue<strong>la</strong>s de su<br />
gallo. Como estaba de por medio una jugosa cantidad de dinero en<br />
apuestas, se generó una trifulca de filmación. Salieron a relucir puñales,<br />
armas de fuego, botel<strong>la</strong>zos y el gallo de Donato desapareció. Como resultado<br />
de <strong>la</strong> batal<strong>la</strong>, recogieron varios heridos. A Pedro María lo levantaron<br />
del suelo sin vida, con una puña<strong>la</strong>da que le había partido el<br />
corazón. Nunca se descubrió quién fue el asesino, ni el <strong>para</strong>dero del<br />
gallo ganador.<br />
Crispinita contó, que llevaron a Pedro María a <strong>la</strong> iglesia, el padre<br />
Anselmo ofició <strong>la</strong> misa de difunto de cuerpo presente. El<strong>la</strong> dirigió los<br />
rezos del rosario durante el velorio y los novenarios. La sentencia, como<br />
<strong>la</strong> de un médico forense veterano, no se hizo esperar: “Pedro María, <strong>la</strong><br />
envidia te llevó a <strong>la</strong> tumba”.<br />
Le dije a Crispinita que estaba equivocada y el<strong>la</strong>, reconfirmando <strong>la</strong><br />
sentencia, falló con <strong>la</strong> seguridad de una experta: “La acción sobre él fue<br />
un puñal, pero <strong>la</strong> razón de su muerte fue <strong>la</strong> envidia hacia su hermano”.<br />
Como pensé que lo dicho era alta filosofía doméstica no me atreví a<br />
discutir.<br />
De Donato no se supo nunca más. Regaló los gallos y abandonó<br />
Agua de Vaca <strong>para</strong> siempre y no dijo a nadie el destino a seguir. Crispinita,<br />
cree que el buen gallero carga sobre <strong>la</strong> espalda un gran sentimiento<br />
de culpa.
Capítulo 5: Los ángeles de María<br />
La madre de María de los Ángeles de <strong>la</strong> Virgen del Valle Vil<strong>la</strong>lba<br />
empeñó <strong>la</strong> virginidad de su hija desde antes del momento del nacimiento.<br />
Antes de alumbrar<strong>la</strong>, le manifestó a Crispinita, que el connubio<br />
de <strong>la</strong> niña sería con Cristo, es decir, que <strong>la</strong> pondría a estudiar <strong>para</strong> monja.<br />
La vocación espiritual <strong>la</strong> mantendría alejada de <strong>la</strong>s tentaciones carnales.<br />
María de los Ángeles, una vez finalizados los estudios primarios, dedicaría<br />
su vida a <strong>la</strong> caridad y <strong>para</strong> esto, buscaría un cupo en el convento de<br />
<strong>la</strong>s hermanas Carmelitas <strong>para</strong> que <strong>la</strong> nueva religiosa sirviera a Dios y a<br />
los pobres.<br />
Pero una cosa pensó <strong>la</strong> madre y otra fue lo que maquinó <strong>la</strong> hija. Ya a<br />
los trece años recorría <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya mostrando <strong>la</strong> bel<strong>la</strong> naturaleza con <strong>la</strong> que el<br />
mismo Dios —a quien el<strong>la</strong> debía servirle— <strong>la</strong> había dotado. Las diminutas<br />
prendas con <strong>la</strong> que enga<strong>la</strong>naba su hermoso cuerpo, permitía pensar<br />
al prójimo que <strong>la</strong> linda muchacha estaba muy lejos de <strong>la</strong> beatitud.<br />
Ya a los quince años estaba casada y a los dieciocho, divorciada. El<br />
marido <strong>la</strong> botó por dos razones. Primero, porque <strong>la</strong> niña había dejado<br />
de ser virgen mucho antes del matrimonio —esto lo dijo muchos años<br />
después—. Segundo, porque <strong>la</strong> simiente del pobre hombre no se reproducía<br />
en el surco de su adorable esposa. El hombre enterraba <strong>la</strong> semil<strong>la</strong><br />
en lo más profundo, <strong>la</strong> regaba, pero nunca brotaba el retoño anhe<strong>la</strong>do.<br />
El marido, de manera despiadada, bebiendo en un botiquín, <strong>la</strong> acusó de<br />
inútil de<strong>la</strong>nte los compinches. Es decir, que si seguía casado con María<br />
de lo Ángeles, no conocería descendencia y no tendría quien lo ayudara<br />
en <strong>la</strong>s arduas <strong>la</strong>bores de <strong>la</strong> pesca.<br />
El divorcio <strong>para</strong> María de los Ángeles no fue, en ningún momento,<br />
una pena. Nunca <strong>la</strong> vieron apesadumbrada por <strong>la</strong> se<strong>para</strong>ción. Parece ser<br />
que esta situación fue el disparo inicial de su carrera concupiscente. No<br />
crean que esta es una profesión universitaria, sino que <strong>la</strong> muchacha,<br />
viéndose liberada del castigo de <strong>la</strong> maternidad, dedicó su vida, de una<br />
manera desenfrenada, a <strong>la</strong> satisfacción de los apetitos sexuales. Crispinita<br />
y yo comentamos —puesto que sabía de ello— que <strong>la</strong> afición de <strong>la</strong><br />
joven por los p<strong>la</strong>ceres de <strong>la</strong> carne era desmedida.<br />
Las ma<strong>la</strong>s lenguas aseguraban, que en Agua de Vaca no había<br />
hombre mayor de quince años que no hubiese disfrutado de los p<strong>la</strong>ceres<br />
carnales en el dormitorio de <strong>la</strong> bel<strong>la</strong> muchacha. A María, los ángeles <strong>la</strong><br />
habían abandonado.<br />
JSQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JSRJ<br />
Siete cruces en Agua de Vaca<br />
María nunca cambió <strong>la</strong> manera de vivir. Se mantuvo en ese desenfreno<br />
hasta ya entrada en años, con <strong>la</strong> única diferencia, que empezó<br />
a cobrarles a los hombres por el goce de su cuerpo y <strong>la</strong> entrega de<br />
los p<strong>la</strong>ceres.<br />
Las fiestas patronales en todos los pueblos son un culto a Baco y<br />
Afrodita, y Agua de Vaca no es <strong>la</strong> excepción. En los festejos de <strong>la</strong> Virgen,<br />
una botel<strong>la</strong> de ron, de cerveza o, en el mejor de los casos, de whisky,<br />
es casi <strong>la</strong> moneda nacional, todos tienen una. Además, parecía, que <strong>la</strong><br />
patrona agasajada conectaba a los feligreses con el botón del p<strong>la</strong>cer,<br />
tanto a hombres como a mujeres. Después de finalizada <strong>la</strong> procesión, los<br />
cargadores colocaban <strong>la</strong> santa en el pedestal de <strong>la</strong> iglesia y a continuación,<br />
comenzaba el desenfreno. Agua de Vaca se convertía en un pueblo<br />
sicalíptico.<br />
Comenzaba de esta manera un nuevo culto: a “santa <strong>la</strong>scivia” y a<br />
“santa lujuria”. Son tales los actos concupiscentes practicados por los<br />
moradores de Agua de Vaca, que hasta el mismo Satán se ruborizaría<br />
de lo que ocurría durante esas fiestas.<br />
Una de <strong>la</strong>s cosas buenas del p<strong>la</strong>cer es que no es racista: los hombres<br />
y mujeres ante su disfrute, mezc<strong>la</strong>n <strong>la</strong>s etnias, unen <strong>la</strong>s salivas, juntan<br />
los sudores y refriegan los cuerpos entre sí sin discriminación alguna.<br />
Todo por satisfacer, con <strong>la</strong> pareja del momento, el goce instintivo y<br />
bestial que llevamos por dentro. No importa si el caballero es b<strong>la</strong>nco y<br />
<strong>la</strong> dama negra, que el macho sea americano y <strong>la</strong> hembra europea, que<br />
el<strong>la</strong> sea agüevaquera y él italiano, porque así empezó <strong>la</strong> tragedia.<br />
Todo el mundo sospechaba de <strong>la</strong>s re<strong>la</strong>ciones escondidas de Garibaldi<br />
con María de los Ángeles, quien ya no era ninguna moza. Bajo<br />
los efectos etílicos el italiano descuidó <strong>la</strong> prudencia y fue a solicitar, de <strong>la</strong><br />
manera más indiscreta, los favores sexuales de <strong>la</strong> agüevaquera. Lo vieron<br />
entrar en <strong>la</strong> casa de <strong>la</strong> impúdica; al rato se escuchó un grito de horror, el<br />
cual no tenía nada que ver con <strong>la</strong> celebración de <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong> virgen. Los<br />
vecinos se aglomeraron en <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> casa de <strong>la</strong> mujer marcada que<br />
de súbito abrió. Por allí salió Garibaldi desnudo, aterido de miedo y dis<strong>para</strong>do<br />
de <strong>la</strong> casa de <strong>la</strong> pecadora. Se escuchó el a<strong>la</strong>rido del italiano: “No<br />
tuve <strong>la</strong> culpa, fue <strong>la</strong> tentación del súcubo”.<br />
Se nombró una comisión <strong>para</strong> entrar a <strong>la</strong> casa. Era sabido que a los<br />
católicos practicantes de esta localidad les estaba vetado visitar el lugar<br />
del pecado. Crispinita y el padre Anselmo, atendieron <strong>la</strong> petición y<br />
penetraron junto con otras dos personas a <strong>la</strong> casa de Satanás. Una vez
adentro, dirigieron los pasos directamente hacia el cuarto de María de<br />
los Ángeles. La encontraron sobre <strong>la</strong> cama con convulsiones, aferrándose<br />
a <strong>la</strong> vida, pero el innombrable <strong>la</strong> arrancó de este <strong>la</strong>do y se <strong>la</strong> llevó<br />
con él. Sólo se escuchó un grito desgarrador: era el estertor de una<br />
muerta. El padre Anselmo observó sobre <strong>la</strong> mesa de noche de <strong>la</strong> difunta<br />
el dinero caliente, el óbolo del pecado que Garibaldi había entregado<br />
antes. El europeo, con el susto y el apuro, había olvidado el efectivo,<br />
pagados por los favores p<strong>la</strong>centeros que recibiría de <strong>la</strong> bacante. El religioso<br />
lo tomó y Crispinita recordó sus pa<strong>la</strong>bras: “Esto lo confisco como<br />
ofrenda hacia <strong>la</strong> iglesia, por <strong>la</strong>s ofensas que María de los Ángeles hizo a<br />
nuestro Señor”. Todos los presentes exc<strong>la</strong>maron “Amén”, como si<br />
fuese una plegaria. El clérigo cerró los ojos de <strong>la</strong> difunta y administró <strong>la</strong><br />
extremaunción, <strong>para</strong> que el viaje al infierno fuese menos escabroso.<br />
No se supo qué le dijo Garibaldi a <strong>la</strong> señora y cómo explicó su desnudez,<br />
cuando corría como un loco por <strong>la</strong>s calles de Agua de Vaca, pero<br />
<strong>la</strong> esposa se conformó con <strong>la</strong> explicación de su marido: “María de los<br />
Ángeles me puso un daño y el diablo se metió dentro del cuerpo”. Algo<br />
así como una locura momentánea, <strong>la</strong> cual había comenzado por <strong>la</strong> bragueta<br />
y terminado con un susto.<br />
El padre no prestó <strong>la</strong> iglesia <strong>para</strong> <strong>la</strong> misa de difunto de cuerpo presente,<br />
dada <strong>la</strong> impudicia de <strong>la</strong> fallecida. Algunos nos pusimos de acuerdo<br />
<strong>para</strong> realizar el velorio en <strong>la</strong> propia casa de <strong>la</strong> pecadora, herencia de su<br />
madre. Asistieron pocas personas y, entre el<strong>la</strong>s, vieron a Garibaldi y a su<br />
esposa, como <strong>para</strong> no darle importancia a lo acontecido. Crispinita contó,<br />
que antes de iniciar el rezo <strong>la</strong> sentencia fue: “María de los Ángeles de<br />
<strong>la</strong> Virgen del Valle Vil<strong>la</strong>lba te mató <strong>la</strong> lujuria”. Pero <strong>la</strong> mujer del italiano<br />
comentó en voz baja: “María de los Ángeles, moriste por puta”.<br />
Capítulo 6: El mundial de fútbol<br />
Tres cosas caracterizaban a Garibaldi Mancini: <strong>la</strong> <strong>la</strong>scivia, puesto<br />
que sus miradas libidinosas desvestían a <strong>la</strong>s mujeres que frecuentaban el<br />
supermercado; <strong>la</strong> gu<strong>la</strong>, porque todos conocían su afición a <strong>la</strong> comida,<br />
por lo tanto exhibía una prominente barriga; y por último, el mal genio.<br />
De todas estas, a <strong>la</strong>s que el padre Anselmo le sacaba más provecho,<br />
era al mal genio. Garibaldi se ponía bravo por cualquier cosa. Los dos<br />
europeos, puesto que el sacerdote había nacido en La Coruña, era el embajador<br />
gallego en Agua de Vaca, discutían todo el tiempo sobre <strong>la</strong>s bondades<br />
de los productos autóctonos de sus regiones. Cuando el italiano<br />
JSSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
hab<strong>la</strong>ba del vino Chanti, el cura le enfrentaba el Rioja, cuando le nombraba<br />
el sa<strong>la</strong>mi el otro le ponía enfrente el jamón pata negra ibérico,<br />
cuando el hombre nacido en <strong>la</strong> bota le hab<strong>la</strong>ba de los espaguetis el gallego<br />
lo enfrentaba con una pael<strong>la</strong>. En fin, <strong>la</strong>s discusiones eran interminables<br />
pero, al final, Garibaldi abandonaba el lugar iracundo, mostrando<br />
en los carrillos un rojo encendido.<br />
Era que al padre Anselmo le gustaba amargarle <strong>la</strong> vida al italiano.<br />
Una vez el gallego le reprochó a Garibaldi:<br />
—Americo Vespucio era mafioso. Sobornó a los geógrafos de su<br />
época y así fue que logró ponerle su nombre a esta “tierra de gracia”. Los<br />
geógrafos sabían, que si no lo hacía <strong>la</strong> mafia los matarían.<br />
Yo, que presencié esta discusión, observé cómo <strong>la</strong>s mejil<strong>la</strong>s del<br />
dueño del supermercado pasaron a un color escar<strong>la</strong>ta, alejándose enfadado<br />
como demostración de disgusto. El padre Anselmo quedó satisfecho<br />
con una sonrisa en <strong>la</strong> cara.<br />
Una cosa tenía en común el cura y el dueño del supermercado. Lo<br />
único que une, pero que también se<strong>para</strong> a los europeos: <strong>la</strong> afición por el<br />
fútbol. Parece ser que so<strong>la</strong>mente un partido de fútbol puede suspender<br />
cualquier actividad en Europa, hasta una guerra —algo frecuente por<br />
esas tierras—, <strong>para</strong> permitir que los combatientes vean <strong>la</strong> competencia.<br />
El italiano y el gallego trajeron a Agua de Vaca el fanatismo por este<br />
deporte y <strong>para</strong> ello, decidieron formar dos equipos. Uno dirigido por el<br />
italiano, integrado en su mayoría, por descendientes de portugueses,<br />
italianos y españoles y por esto los l<strong>la</strong>mó “Los Cóndores de <strong>la</strong> Comunidad”.<br />
El cura Anselmo, con más años en el país, formó el equipo con<br />
puros agüevaqueros y a <strong>la</strong> oncena criol<strong>la</strong> <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mó “Los Tiburones de<br />
Agua de Vaca”.<br />
Los enfrentamientos entre <strong>la</strong>s oncenas de <strong>la</strong> Comunidad Europea<br />
y los agüevaqueros eran como el final de un mundial de fútbol. Para<br />
desgracia del italiano siempre ganaba <strong>la</strong> representación criol<strong>la</strong>. Al final<br />
de cada partido, todos lo observábamos alejándose rojo de <strong>la</strong> rabia, sin<br />
poder explicar <strong>la</strong> razón del porqué esos indios, en este deporte, eran<br />
mejores que los europeos.<br />
Durante <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong> Virgen nunca faltaba el enfrentamiento de<br />
los europeos contra los criollos. Una vez que el italiano se repuso del<br />
susto, ocasionado por <strong>la</strong> muerte de María de los Ángeles, continuó con<br />
los entrenamientos del equipo, al igual que lo hacía el cura, cuando <strong>la</strong>s<br />
actividades sagradas lo permitía.<br />
JSTJ<br />
Siete cruces en Agua de Vaca
JSUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />
El partido final se realizó el día de culminación de <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong><br />
Virgen. Ya habían jugado el tercer tiempo y ambas oncenas llevaban un<br />
gol cada una. Faltando dos segundos <strong>para</strong> cerrar el partido, en el último<br />
segundo, el hijo de Cheíto metió un soberano gol el cual hizo que el italiano<br />
quedara <strong>para</strong>lizado. Crispinita dijo haberlo visto todo. Garibaldi,<br />
observó con rabia cuando el guardameta de los Cóndores dejó entrar <strong>la</strong><br />
bo<strong>la</strong>. El italiano exc<strong>la</strong>mó un soberano “cara”. No pudo completar el “jo”<br />
porque éste lo atragantó, como una manzana en su garganta, a tal grado,<br />
que no lo dejaba respirar. Los intentos <strong>para</strong> revivirlo fueron vanos. Su<br />
cara había pasado por todos los colores del arcoíris, del verde hasta el<br />
violeta. Cuando toda <strong>la</strong> piel tomó ese color, nos dimos cuenta que<br />
Garibaldi había abandonado el mundo de los vivos. El padre Anselmo<br />
corrió hacia el moribundo, le colocó sobre los <strong>la</strong>bios <strong>la</strong> cruz que llevaba<br />
en el cordón de <strong>la</strong> cintura y le administró <strong>la</strong> extremaunción. El partido lo<br />
ganaron “Los Tiburones de Agua de Vaca”.<br />
La fiesta de <strong>la</strong> Virgen había sido de arduo trabajo <strong>para</strong> el padre<br />
Anselmo y <strong>para</strong> Crispinita. El primero, oficiando <strong>la</strong>s misas de cuerpo<br />
presente de los difuntos y <strong>la</strong> segunda, dirigiendo los rosarios del velorio y<br />
de los novenarios. Contó <strong>la</strong> rezandera que <strong>la</strong> sentencia de el<strong>la</strong> no tuvo<br />
equívoco y, como un juez con un martillo, evocó ese momento: “Garibaldi<br />
Mancini sucumbiste ante <strong>la</strong> ira”. Yo hubiese dicho que murió de<br />
una arrechera, pero <strong>la</strong> esposa del italiano —refirió <strong>la</strong> rezandera— dio<br />
otro fallo, más contundente: “A mio marido se lo llevó <strong>la</strong> putana”.<br />
Capítulo 7: El gran sibarita<br />
Crispinita re<strong>la</strong>tó, que todas <strong>la</strong>s vecinas de Agua de Vaca miraban<br />
con regocijo <strong>la</strong> prominente barriga mostrada por el padre Anselmo.<br />
Digo regocijo, porque, incluso el<strong>la</strong>, era coautora del crecimiento de <strong>la</strong><br />
andorga del sacerdote. Porque tal como lo hacían con Abelcaín, no en<br />
<strong>la</strong> cantidad ni en <strong>la</strong> calidad, <strong>la</strong>s mejores viandas iban a <strong>para</strong>r en <strong>la</strong> mesa<br />
del abate. Entre el<strong>la</strong>s competían <strong>para</strong> demostrar que <strong>la</strong>s recetas de una<br />
eran mejores que <strong>la</strong>s de <strong>la</strong>s otras. El religioso, <strong>para</strong> no herir <strong>la</strong>s susceptibilidades<br />
de sus feligresas ingería todas <strong>la</strong>s comidas. Está de más decir,<br />
que los desayunos, almuerzos y cenas eran pantagruélicos, sin dejar de<br />
acompañarlos con un delicado vino de cosecha. En ello no era nada<br />
nacionalista, repantigábase en una buena sil<strong>la</strong> <strong>para</strong> disfrutar de un buen<br />
Chablís francés, un buen Barolo italiano, un Rioja español. En fin, su<br />
pa<strong>la</strong>dar estaba pre<strong>para</strong>do <strong>para</strong> catar, degustar y digerir esos buenos
JSVJ<br />
Siete cruces en Agua de Vaca<br />
caldos espirituosos, tal como lo hacía cuando libaba vinos de consagración<br />
durante el oficio de <strong>la</strong> misa. Después del postre y el café, siempre<br />
tomaba, como en un rito atávico, un exquisito licor <strong>para</strong> ayudar a digerir<br />
<strong>la</strong> opulenta comida.<br />
Todas <strong>la</strong>s vecinas de Agua de Vaca estaban orgullosas de <strong>la</strong> barriga<br />
del cura, dado el tributo de cada una de el<strong>la</strong>s a <strong>la</strong> conformación de esa<br />
enormidad. Pero <strong>la</strong> última vez que lo vi, lo noté un poco enfermo, como<br />
si su respiración fal<strong>la</strong>ra. Presentaba los síntomas de <strong>la</strong> mayoría de los<br />
obesos. Le comuniqué mi preocupación al sacerdote, pero él agarró con<br />
<strong>la</strong>s dos manos <strong>la</strong> prominente barriga y dijo, con cierta donosura: “Esta <strong>la</strong><br />
mandó Dios”. Lo observé alejándose, moviéndose de <strong>la</strong>do y <strong>la</strong>do, porque<br />
sus débiles piernas no podían soportar el peso de <strong>la</strong> enorme panza.<br />
En <strong>la</strong> narrativa, Crispinita dijo que, el día de <strong>la</strong> misa de c<strong>la</strong>usura de<br />
<strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong> Virgen, el cura estaba enga<strong>la</strong>nado con su enorme y limpia<br />
sotana <strong>para</strong> oficiar el acto sagrado. Como parte de <strong>la</strong> liturgia normal de<br />
una misa, el sacerdote debe arengar un sermón. Comenzó a criticar a<br />
Abelcaín: su muerte se debió a <strong>la</strong> convivencia con el pecado. Por todos<br />
era sabido, que uno de los pecados capitales es <strong>la</strong> avaricia. Después continuó<br />
con María de los Ángeles; <strong>la</strong> condenó, a manera de buen pastor,<br />
al último infierno por desafiar <strong>la</strong> ira de Dios con <strong>la</strong> lujuria. Iba a continuar<br />
con el discurso, en ese instante, todos notaron que <strong>la</strong> voz se le fue<br />
apocando, sus respiraciones se distanciaron y el color de <strong>la</strong> piel se le<br />
tornó violeta, simi<strong>la</strong>r a <strong>la</strong> del italiano a <strong>la</strong> hora de <strong>la</strong> muerte. En ese preciso<br />
momento, el padre Anselmo cayó de bruces, como si un rayo celestial<br />
le hubiese partido el corazón. Crispinita se percató cuando se apretó<br />
el pecho con <strong>la</strong> mano asida al crucifijo. Todo el mundo escuchó el farfullo<br />
del cura en los estertores de <strong>la</strong> muerte: “Perdóname, Dios mío, si he<br />
pecado”.<br />
Agua de Vaca había perdido su amado guía espiritual y no había<br />
nadie en el pueblo que oficiara una misa de difuntos. No podían permitirse<br />
el abandono <strong>para</strong> siempre de esta tierra del buen sacerdote, sin<br />
que lo acompañara <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra sagrada a <strong>la</strong>s puertas de San Pedro.<br />
Crispinita contó, que el<strong>la</strong> tuvo una idea. La rezandera fue a <strong>la</strong> casa<br />
parroquial y buscó una túnica del padre Anselmo, aquel<strong>la</strong> de <strong>la</strong> época de<br />
cuando el cura estaba recién llegado. Para esa temporada el buen abate<br />
estaba algo canijo. Se colocó <strong>la</strong> sotana y dijo a los feligreses que el<strong>la</strong> misma<br />
oficiaría <strong>la</strong> misa, a sabiendas de que el Vaticano prohibía tales prácticas<br />
a <strong>la</strong>s mujeres. Crispinita, con el apoyo de <strong>la</strong> feligresía —quien no
podía permitir el viaje del buen cura hacia el cielo, sin una misa de<br />
difuntos de cuerpo presente—, se dispuso a cumplir el acto religioso.<br />
Colocaron en el a<strong>la</strong> central de <strong>la</strong> iglesia el féretro que contenía los<br />
restos mortales del padre Anselmo, destaparon <strong>la</strong> parte superior de <strong>la</strong><br />
urna <strong>para</strong> que cada uno de los residentes de Agua de Vaca diera el último<br />
adiós a su guía espiritual y religiosa. El catafalco, estaba bel<strong>la</strong>mente<br />
adornado con ramos de flores y hermosos encajes b<strong>la</strong>ncos. Una vez finalizado<br />
este acto, dijo Crispinita: “Se inició <strong>la</strong> misa de difunto”.<br />
Refirió <strong>la</strong> rezandera, que los vecinos de Agua de Vaca no salieron<br />
del asombro, no se imaginaban que el<strong>la</strong> sabía <strong>la</strong>tín. En verdad,<br />
Crispinita era lega en <strong>la</strong> lengua muerta pero, de tanto escuchar misa,<br />
conocía de oído y de memoria toda <strong>la</strong> monserga utilizada por los sacerdotes.<br />
Como había aprendido al dedillo <strong>la</strong> liturgia del acto sagrado, le<br />
indicaba al monaguillo lo que tenía que hacer. Era simi<strong>la</strong>r a cuando los<br />
cantantes interpretan una canción en idioma diferente al de ellos, pero<br />
desconocen el significado de <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras proferidas por su boca.<br />
Crispinita contó, que todo había salido a <strong>la</strong> perfección, se había<br />
comportado como una veterana sacerdotisa. Pero una misa sin sermón<br />
es como una comida sin postre, por lo que improvisó el discurso.<br />
Mi vieja amiga no repitió el sermón completamente, hizo una breve<br />
síntesis de <strong>la</strong> arenga. Manifestó que había retomado parte de <strong>la</strong> disertación<br />
del padre Anselmo, <strong>para</strong> prevenir a <strong>la</strong> feligresía de los pecados de <strong>la</strong><br />
carne. Parecía que sobre Agua de Vaca habían caído <strong>la</strong>s siete p<strong>la</strong>gas de<br />
Egipto, representadas en los siete pecados capitales a los que habían<br />
caído algunos agüevaqueros, hoy difuntos. Les informó a los oyentes de<br />
<strong>la</strong> misa, <strong>la</strong>s preocupaciones que <strong>la</strong> acosaban. Tenía <strong>la</strong> certeza de que por<br />
Agua de Vaca habían paseado los sietes jinetes del Apocalipsis <strong>para</strong><br />
acabar con el pueblo. Culminó el re<strong>la</strong>to, con el fin del sermón y sin<br />
temor alguno, con una sentencia <strong>la</strong>pidaria expresó: “Porque también al<br />
padre Anselmo lo mató <strong>la</strong> gu<strong>la</strong>”.<br />
Qué se podía decir de un pueblo donde su guía espiritual, en acto<br />
f<strong>la</strong>grante, había vio<strong>la</strong>do <strong>la</strong>s leyes divinas. Me contó Crispinita, que <strong>la</strong><br />
feligresía después del discurso abandonó cabizbajo <strong>la</strong> iglesia en profundo<br />
estado de constricción, cargando sobre <strong>la</strong> espalda los pecados<br />
cometidos por los sietes difuntos cuyas cruces evidenciaban los sietes<br />
pecados capitales de Agua de Vaca.<br />
Antes de regresar a <strong>la</strong> capital visité a Crispinita <strong>para</strong> despedirme. La<br />
encontré vestida de sacerdotisa. Estaba pre<strong>para</strong>da <strong>para</strong> oficiar <strong>la</strong> misa<br />
JTMJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
hasta <strong>la</strong> llegada del nuevo párroco. Oficialmente estaba autorizada por el<br />
Arzobispo <strong>para</strong> estas sacras actividades, con <strong>la</strong> comp<strong>la</strong>cencia de los<br />
agüevaqueros. No soy religioso, ni mucho menos supersticioso pero,<br />
antes de tomar el carro de regreso, le pedí a Crispinita que, por favor, me<br />
santiguara y me bendijera <strong>para</strong> estar bien con Dios y con el diablo.<br />
JTNJ<br />
Siete cruces en Agua de Vaca<br />
ã~êòç OMMN
Albanieves y los siete chiquitos<br />
—Melchor —gritó una joven desde su cuarto—, ¿por fin arreg<strong>la</strong>steis<br />
mis zapatil<strong>la</strong>s de cristal? A una de el<strong>la</strong>s le falta <strong>la</strong> tapita. Mira, hoy<br />
celebran <strong>la</strong> fiesta del príncipe Alicán. Recuerda que no tengo dinero<br />
<strong>para</strong> mandar a re<strong>para</strong>r<strong>la</strong>s.<br />
Así doy inicio a este cuento porque me dijeron que era pavoso<br />
comenzar por: érase una vez.<br />
Esas fueron <strong>la</strong>s primeras pa<strong>la</strong>bras escuchadas al despuntar un día<br />
cualquiera, en un apartamento de dos habitaciones de una urbanización<br />
de c<strong>la</strong>se media alta. Allí vivían Albanieves Peralta junto con siete chiquitos,<br />
dos de ellos australianos, tres asiáticos y dos suramericanos,<br />
todos eran hermanos por <strong>la</strong> gracia de Dios. Los nombres con los cuales<br />
identificaremos a cada uno de ellos son los siguientes: Melchor,<br />
Baltazar, Gaspar, Reagan, Gorbachov, Ratonperez y Patdonald. Sí señor.<br />
Aunque ustedes no lo crean, estas sietes criaturas divinas, por alguna<br />
razón sobrenatural no determinada hasta ahora, eran hermanos.<br />
Salió Albanieves Peralta de <strong>la</strong> alcoba y <strong>la</strong>s divinas criaturas estaban<br />
esperándo<strong>la</strong> con ansiedad, todos permanecían sentaditos en el sofá de<br />
<strong>la</strong> sa<strong>la</strong>. Los siete, dirigieron sus miradas hacia <strong>la</strong> deidad, <strong>la</strong> niña Albita.<br />
La joven vestía unos ceñidos pantalones blue jeans de marca y una blusa<br />
muy corta que le permitía exhibir su hermoso ombligo que florecía<br />
TP
sobre una tierna y carnosa ruedita de grasa, dada <strong>la</strong> estrechez de <strong>la</strong> vestimenta.<br />
El cabello de <strong>la</strong> encantadora Albita era <strong>la</strong>rgo y ondu<strong>la</strong>do, como consecuencia<br />
de los rulitos hechos con rollos de papel higiénico durante <strong>la</strong><br />
noche. Estos, los conseguían los siete chiquitos en el basurero de <strong>la</strong><br />
p<strong>la</strong>nta baja del edificio y algunas construcciones vecinas. En un principio,<br />
<strong>la</strong> conserje de <strong>la</strong> residencia los ayudaba en <strong>la</strong> recolección de los<br />
preciados objetos recic<strong>la</strong>bles.<br />
El rostro de Albita era terso, de una gran lozanía, lindo y bello cual<br />
muñequita barbie, de <strong>la</strong>s importadas. Cuidaba <strong>la</strong> piel del rostro con esmero;<br />
utilizaba, con frecuencia, una máscara de sábi<strong>la</strong>, (p<strong>la</strong>ntas que los<br />
chiquitos sustraían de los jardines de unas casas vecinas). El esmero y <strong>la</strong><br />
dedicación que Albita destinaba a su aspecto personal, se debía a <strong>la</strong> promesa<br />
que el<strong>la</strong> había hecho a sus inquilinos: anhe<strong>la</strong>ba ceñir sobre su<br />
cabecita <strong>la</strong> corona de por lo menos, Miss Amistad o Miss Fotogenia de<br />
uno de los trescientos concursos que se realizaban en su urbanización<br />
de c<strong>la</strong>se media alta.<br />
—Sí, Albanieves, ya te arreglé <strong>la</strong> zapatil<strong>la</strong> de cristal. Le puse una<br />
tapita de cuero de chivo que mataron, se lo comieron y a mí no me<br />
dieron ni <strong>para</strong> probar —así le respondió Melchor a <strong>la</strong> angustiada pregunta<br />
del hada madrina—. Además, ¿quién más que nosotros, estamos<br />
interesados de que andes impecablemente arreg<strong>la</strong>da, <strong>para</strong> que seduzcas<br />
al príncipe Alicán? Recuerda —continuaba el hombrecito—, tenemos<br />
cuatro meses sin trabajo y sin posibilidad de conseguirlo mientras estén<br />
persiguiendo a los indocumentados. Si no fuera por tu gran corazón,<br />
nos estaríamos muriendo de hambre.<br />
—Mira, Peralta —atinó a decir Baltasar, quien así <strong>la</strong> l<strong>la</strong>maba—,<br />
no es que no deseo que vayas a <strong>la</strong> fiesta, pero me informaron, no como<br />
chisme, <strong>la</strong>s muchachas del veinticuatro que por ahí anda el joven<br />
Loboferoz. Ya sabes, ese tipo vago, pedante y jactancioso. Todo el<br />
tiempo dice que no te le escaparás, que no eres capaz de resistirte a sus<br />
encantos.<br />
Fueron estas <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de Baltazar, quien hab<strong>la</strong>ba con cierto tono<br />
de disgusto y recelo. Los chiquitos estaban enterados de que Peralta no<br />
quiso ir a <strong>la</strong> celebración con Baltasar por ser muy chaparrito.<br />
Los hombrecitos contemp<strong>la</strong>ban al hada madrina como su salvadora;<br />
por eso no escatimaban en dirigirle miradas tiernas y pa<strong>la</strong>bras de<br />
a<strong>la</strong>banzas. A continuación, una vez saciados de <strong>la</strong> contemp<strong>la</strong>ción de su<br />
JTQJ<br />
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JTRJ<br />
Albanieves y los siete chiquitos<br />
protectora, dejaban caer una lágrima de sus ojos, como “per<strong>la</strong>s cristalinas<br />
que caen al mar”. Desde hacía muchos años, cuando aparecieron en <strong>la</strong><br />
puerta del apartamento solicitándole el alquiler de una habitación mientras<br />
ellos conseguían una visa de residente, los ocho —los chiquitos y<br />
el<strong>la</strong>— sabían que sus vidas estarían inextricablemente entre<strong>la</strong>zadas. Una<br />
fuerza superior a ellos los había dirigido hacia el apartamento de <strong>la</strong> bel<strong>la</strong>.<br />
El<strong>la</strong> los sentaba a su alrededor, les decía: “Los designios de Dios son<br />
ineluctables y por eso aterrizaron en esta casa”.<br />
Los inquilinos y el<strong>la</strong> vivían juntos desde hacía ocho años. Albanieves,<br />
cada día por <strong>la</strong> mañana al despuntar el alba, los l<strong>la</strong>maba, los sentaba<br />
muy cerca unos de los otros en el sofá de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> —donde cabían por<br />
ser currutacos—, los contemp<strong>la</strong>ba con una mirada tierna y dulce,<br />
abriéndole su corazón. Acto seguido, daba comienzo al rito mañanero<br />
de todos los días, desde que los chiquitos llegaron a su apartamento de<br />
c<strong>la</strong>se media alta, lloviera, tronara o re<strong>la</strong>mpagueara. “Uno, dos, tres, cuatro,<br />
cinco, seis y siete”. Por cada hombrecito que contaba, levantaba y<br />
tocaba un dedito de su mano. Al final remataba con una frase muy dulce<br />
y tierna, <strong>la</strong> cual resonaba en los cerebritos de los pobrecitos, “los deditos<br />
de mis manos, los deditos de mis pies” ¡Habrase visto mayor muestra de<br />
ternura! Ni <strong>la</strong>s nove<strong>la</strong>s de <strong>la</strong>s nueve de <strong>la</strong> televisión han perpetuado un<br />
amor tan intenso y desinteresado, como el que acabamos de re<strong>la</strong>tar. Era<br />
el rito mañanero, al final de <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra “pie”, los hombrecitos tenían <strong>la</strong><br />
piel de gallina y salían, a borbotones torrentes de lágrimas de los diminutos<br />
ojos. La buena de Albanieves sacaba un pañuelo de popelina roja,<br />
éste lo había confeccionado de una blusa que no le servía. En ese trapito,<br />
uno de los inquilinos había bordado, con unas preciosas letras góticas,<br />
<strong>la</strong>s iniciales del nombre de <strong>la</strong> joven. La protectora, usaba este suave<br />
lienzo <strong>para</strong> secarle a los chiquitos <strong>la</strong>s lágrimas de un amor desinteresado,<br />
derramadas por cada uno de los siete, vertidas a raudales cuando <strong>la</strong><br />
observaban tocándose cada uno de los deditos.<br />
Así comenzaban todas <strong>la</strong>s mañanas en ese nido de felicidad de <strong>la</strong><br />
c<strong>la</strong>se media alta.<br />
El buenote de Gaspar, que así le decían los otros seis y <strong>la</strong> Peralta,<br />
no por generoso sino por <strong>la</strong> manera particu<strong>la</strong>r que tenía de iniciar toda<br />
conversación, siempre <strong>la</strong> comenzaba con “bueno pues”.<br />
—Bueno pues, Alba Peralta, creo que lo que dice Gaspar es cierto.<br />
Tienes que cuidarte, recuerda que el año pasado <strong>la</strong> vieja bruja del tercer<br />
piso te regaló una arepa de perico. Para aquel<strong>la</strong> época tus deposiciones
se prolongaron durante cinco días continuos, como consecuencia de tu<br />
debilidad, dormiste como <strong>la</strong> bel<strong>la</strong> durmiente durante casi un mes…<br />
—y continuaba el buenote—: Bueno pues, pensábamos en una sobredosis;<br />
si no hubiese sido porque vino el doctor Quildare, mejor dicho el<br />
bachiller, quien no ha hecho el rotatorio y tiene una materia pendiente,<br />
todavía estarías durmiendo.<br />
El buenote dirigía su mirada sensiblera buscando los ojos del<br />
hada bienhechora, los cuales tenían demasiado rímel y sombra que<br />
impedían verle el iris color guayoyo. Siempre aspiraba de el<strong>la</strong> una mirada<br />
tierna y amorosa, que envolviera con un manto de paz y tranquilidad<br />
a los otros seis.<br />
—Bueno pues, Peralta, cuídate mucho, mira que de ti dependemos<br />
todos.<br />
Los chiquitos ilegales, quienes vivían en el apartamento situado en<br />
<strong>la</strong> urbanización de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se media alta, intervenían en <strong>la</strong> pre<strong>para</strong>ción del<br />
atuendo <strong>para</strong> <strong>la</strong> fiesta a <strong>la</strong> cual asistiría Albanieves en busca del admirado<br />
y acosado príncipe Alicán. Uno, como ya dijimos anteriormente,<br />
le pegaba <strong>la</strong> tapita de cuero de chivo a <strong>la</strong> zapatil<strong>la</strong> de cristal, otro <strong>la</strong>vaba<br />
<strong>la</strong> vianda que llevaría Albita con <strong>la</strong> finalidad de traer <strong>la</strong> comida que<br />
sobrara de <strong>la</strong> fiesta. Otro, Reagan, tenía un curso de diseño y confección<br />
en París. Éste, había diseñado un delicado bolso de blonda, con<br />
una pasamanería muy rococó, con asa de carey y lentejue<strong>la</strong>s. El bolso<br />
serviría <strong>para</strong> que Albita metiera dentro de él los rollos de papel higiénico<br />
sobrante. Los siete y Peralta, sabían que <strong>la</strong> conserje del edificio<br />
amenazó con denunciarlos a Extranjería si los veía merodeando por el<br />
basurero de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nta baja del edificio. Reagan afirmaba con iracundia:<br />
—Lo que pasa es que <strong>la</strong> vieja los recoge <strong>para</strong> el<strong>la</strong>; su hija, Benedicta,<br />
<strong>la</strong> bochinchera, va a hacer <strong>la</strong> primera comunión y quiere peinarse<br />
como nuestra Albanieves.<br />
—Albanieves Peralta, cuídate de <strong>la</strong> conserje —le decía Reagan al<br />
hada madrina— tengo un chisme de buena fuente. Esa vieja va a rega<strong>la</strong>rte<br />
un sobrecito de agujas infectadas <strong>para</strong> que, cuando puyes uno de<br />
los deditos te contagies de SIDA.<br />
Durante <strong>la</strong>rgo rato, el chiquito consejero, permaneció en silencio,<br />
escondiendo <strong>la</strong> cara entre <strong>la</strong>s manos. Sollozaba, imaginaba que su<br />
benefactora fuese víctima de tan terrible enfermedad. El pobre vislumbraba<br />
el deterioro físico de <strong>la</strong> protectora, su rostro f<strong>la</strong>co y manchado no<br />
necesitaría los potingues de sábi<strong>la</strong>, que él mismo le pre<strong>para</strong>ba. De entre<br />
JTSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
los dedos comenzaron a emanar torrentes de lágrimas, <strong>para</strong> demostrarle<br />
a <strong>la</strong> niña su amor desmedido y afecto desinteresado. Albanieves,<br />
arrimándose al hombrecito llorón, le pasó suavemente <strong>la</strong> mano, mesándole<br />
los sedosos cabellos, en gesto de agradecimiento y en tono<br />
dulce le refirió:<br />
—No temas, Reagan, recuerda que en los numerosos viajes que<br />
hice a crédito, cuando el dó<strong>la</strong>r estaba barato, fui a África y el Duende<br />
que Camina (señor Walker <strong>para</strong> los que llegaron tarde). El héroe<br />
enmascarado estampó <strong>la</strong> buena marca del fantasma en mis nalgas por<br />
mis servicios prestados a Gurán. Esta señal es una protección contra<br />
los daños; estoy inmune al SIDA y a otras enfermedades de transmisión<br />
sexual.<br />
Reagan <strong>la</strong> miró con sus ojos rojos empañados de lágrimas y descubrió<br />
entre el rímel y <strong>la</strong> sombra de los ojos, <strong>la</strong> mirada tierna y protectora<br />
de <strong>la</strong> guardiana.<br />
Entonces, intervino el más tímido de los hombrecitos, el más pequeño,<br />
el más consentido de Albanieves, por esto andaba siempre<br />
pegado de <strong>la</strong> falda o a los ceñidos pantalones del hada tratando de<br />
sacarle <strong>la</strong>s monedas que el<strong>la</strong> siempre llevaba en los bolsillos.<br />
—Me dijeron que el príncipe Alicán va a hacer un sancocho de pescado<br />
en una gran ol<strong>la</strong>. Debes tener cuidado de no tragarte una espina.<br />
Además, estoy enterado que <strong>para</strong> <strong>la</strong> recepción va Ramona <strong>la</strong> buscapleitos<br />
y el<strong>la</strong> juró vengarse; supo que Martinito, el cajero del supermercado,<br />
el que te rega<strong>la</strong> <strong>la</strong>s prestobarbas <strong>para</strong> nosotros, está enamorado de<br />
ti —así hab<strong>la</strong>ba Ratónperez, el más pequeño de los chiquitos y continuó—:<br />
Tú sabes, puede ser que Ramona, <strong>la</strong> buscapleito, te empuje<br />
dentro de <strong>la</strong> ol<strong>la</strong> de <strong>la</strong> sopa; si eso llega a suceder, Ratónperez lo siente y<br />
lo llora —Albanieves comprendió <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras afectivas del pequeñín y<br />
respondió con su voz encantadora.<br />
—Martinito, también le rega<strong>la</strong> prestobarba a Cami<strong>la</strong> <strong>la</strong> bigotuda,<br />
<strong>para</strong> que el<strong>la</strong> se afeite el bozo y <strong>la</strong> buscapleito, no le ha hecho nada, por<br />
lo tanto no debes preocuparte.<br />
Gorbachov, el hombrecito más conspicuo de todos, a quien le estaban<br />
consiguiendo una cédu<strong>la</strong> falsa a través de unos amigos que tiene en<br />
Extranjería, a cambio de una fórmu<strong>la</strong> que él había inventado <strong>para</strong> pegar<br />
cuatro números de un terminal, hizo profundas reflexiones verbales.<br />
—Albita, tú, más que todos sabes del aprecio y del afecto que te<br />
profesamos, debes tener mucho cuidado. Si te dan arepa con perico<br />
JTTJ<br />
Albanieves y los siete chiquitos
pasado no <strong>la</strong> comas porque podrías dormirte como <strong>la</strong> otra vez. Si el<br />
príncipe Alicán te da una aguja <strong>para</strong> que le cosas unos interiores ten<br />
cuidado con el SIDA. Por eso, lleva en el bolso de blonda, con asa de<br />
carey y titi<strong>la</strong>ntes lentejue<strong>la</strong>s, una aguja de <strong>la</strong>s tuyas, unas tabletas de<br />
Alka Seltzer y si vez <strong>la</strong> ol<strong>la</strong> de sancocho, no te le acerques, porque si caes<br />
dentro de el<strong>la</strong>, Ratónperez lo siente y lo llora.<br />
Faltaba Patdonald, <strong>para</strong> darle los últimos consejos antes de <strong>la</strong> partida<br />
<strong>para</strong> el baile de ga<strong>la</strong>.<br />
—Por Loboferoz, despreocúpate; tengo <strong>la</strong> certeza de que es impotente<br />
por lo tanto no corres peligro de una barriga. De quien sí debes<br />
cuidarte es de Pedronavaja, ese delincuente ataca sus víctimas en <strong>la</strong>s<br />
esquinas y no quisiera verte tu rostro de ángel desfigurado —en tono<br />
pausado y mesurado continuó <strong>la</strong>s admoniciones—: Recuerda, que todos<br />
nosotros contribuimos <strong>para</strong> que ganes el concurso, aunque sea, el<br />
de Miss Fotogenia, en cualquiera de los certámenes que realizan en <strong>la</strong><br />
urbanización de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se media alta.<br />
—¡Qué lindo, Patdonald, preocupado por mí! —exc<strong>la</strong>mó de una<br />
manera muy dulce <strong>la</strong> bel<strong>la</strong> Peralta, quien exc<strong>la</strong>mó—: Recuerda, Alicán<br />
tiene cinco carros y su valet, el negrito de bigotes, al que le falta un<br />
diente y es amigo con derecho de Dominga, <strong>la</strong> hermana de <strong>la</strong> conserje,<br />
él viene a buscarme y traerme. Por lo tanto olvídate de <strong>la</strong>s angustias.<br />
Ya todo estaba dicho y arreg<strong>la</strong>do. La zapatil<strong>la</strong> con <strong>la</strong> tapita de piel<br />
de chivo muerto, que se lo comieron y que a Melchor no le dieron <strong>para</strong><br />
probar, <strong>la</strong> vianda, <strong>para</strong> traer el sobrado de comida de <strong>la</strong> fiesta, así tenían<br />
asegurado el condumio por tres semanas, el elegante bolso de blonda<br />
con asa de carey y titi<strong>la</strong>ntes lentejue<strong>la</strong>s, <strong>para</strong> llenarlo con papel higiénico<br />
y así aprovechar los rollitos de cartón, <strong>para</strong> que Albanieves siga<br />
ondulándose su <strong>la</strong>rga cabellera. Finalmente, habían inventado un<br />
detector de ol<strong>la</strong>s de sancocho de pescado, con este artilugio evitaban<br />
que <strong>la</strong> Peralta cayera dentro de el<strong>la</strong>, así, Ratonperez no lo sienta y no <strong>la</strong><br />
llore. Con todos estos implementos, aunados a estos los ajustados bluejeans<br />
de marcas y <strong>la</strong> blusa corta, <strong>la</strong> cual le permitía mostrar su ombligo<br />
coqueto que coronaba una minúscu<strong>la</strong> y atractiva ruedita de grasa, <strong>la</strong><br />
linda hada bienhechora de los chiquitos, estaba pre<strong>para</strong>ba <strong>para</strong> cautivar<br />
con sus encantos al codiciado príncipe Alicán.<br />
Así, con este atuendo impresionantemente elegante, entraría Albanieves<br />
Peralta por <strong>la</strong> puerta del salón de <strong>la</strong> fama, donde se llevaría a<br />
JTUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JTVJ<br />
Albanieves y los siete chiquitos<br />
cabo <strong>la</strong> gran fiesta de ga<strong>la</strong>. En ese lugar, se realizaría una dura competencia<br />
con <strong>la</strong>s otras jóvenes asistentes. Estaba segura, que al final el<strong>la</strong><br />
conseguiría <strong>la</strong> corona y conquistaría al príncipe Alicán, obligándolo a<br />
rendirse a sus encantos, <strong>para</strong> obtener de él <strong>la</strong> promesa de matrimonio.<br />
Una vez realizado el connubio, los ocho tendrían asegurado su<br />
futuro económico. No tenía <strong>la</strong> menor duda, necesitaba con urgencia<br />
mantener a los hombrecitos y pagar los cinco meses atrasados del<br />
alquiler del apartamento ubicado en <strong>la</strong> zona de c<strong>la</strong>se media alta. En ese<br />
hermoso nirvana vivían Albanieves y los siete querubines indocumentados,<br />
hermanos por <strong>la</strong> gracia de Dios y única razón de <strong>la</strong> existencia de<br />
<strong>la</strong> bel<strong>la</strong> Peralta.<br />
Al sonar <strong>la</strong> bocina de uno de los cinco carros del príncipe, todos<br />
imaginaron que era el chofer: el negrito con bigotes al que le faltaba un<br />
diente. Albanieves se despidió de los chiquitos mediante un ósculo en<br />
los cachetes de cada uno de ellos. Todos se apretujaron en <strong>la</strong> puerta con<br />
los ojos llorosos y rostro encendido, <strong>para</strong> despedir<strong>la</strong> y ver<strong>la</strong> partir con <strong>la</strong><br />
esperanza de una vida nueva.<br />
Cuando Albanieves comenzó a descender por <strong>la</strong>s escaleras, desde<br />
el quinto piso —puesto que el ascensor estaba dañado, porque el condominio<br />
no pagaba el mantenimiento del mismo—, hacía ciertas reflexiones<br />
en silencio. A medida que bajaba cada escalón recordaba, no sin<br />
preocupación, del retraso de tres meses que tenía en su período.<br />
Imaginaba a los hombrecitos enfrente de el<strong>la</strong>, apretujados en el sofá, en<br />
<strong>la</strong> misma posición de siempre. Sólo atinaba a pensar, <strong>para</strong> determinar <strong>la</strong><br />
responsabilidad de su pequeño pecado, en unas tiernas y dulces pa<strong>la</strong>bras:<br />
“tín marín cucara, macara títere fue”. Al que le correspondiera el<br />
“fue” sería el padre biológico del producto de un amor desinteresado.<br />
Fue así como Albanieves Peralta se dirigió en busca de <strong>la</strong> fama y de<br />
<strong>la</strong> gloria; debía ceñir sobre su cabeza una corona, aunque fuera de “miss<br />
amistad”, <strong>la</strong> cual llevaría con orgullo. Además, una promesa de matrimonio<br />
del príncipe Alicán, <strong>para</strong> <strong>la</strong> alegría de <strong>la</strong> urbanización de c<strong>la</strong>se<br />
media alta donde vivía, <strong>para</strong> el bienestar económico y social de los siete<br />
chiquitos indocumentados, hermanos por <strong>la</strong> gracia de Dios.
Celos<br />
Hoy, como todos los domingos, me dirijo a <strong>la</strong> clínica psiquiátrica<br />
<strong>para</strong> visitar a una amiga de <strong>la</strong> secundaria, Verónica Franco. Como siempre,<br />
oriento mis pasos hacia <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de visitas. Allí <strong>la</strong> ubico sentada en el<br />
sofá, buscando con su mirada perdida hacia el paisaje del jardín, el<br />
momento en que se alejó de este mundo. Se encuentra rodeada de su<br />
silencio, en un mutismo sempiterno que <strong>la</strong> ayuda a vivir. Nadie sabe si es<br />
una enfermedad orgánica en algún resquicio de su cerebro, o una dolencia<br />
del alma o de su espíritu que <strong>la</strong> ha desconectado de todo. Parece<br />
que el mundo exterior solo le llegaba a través del sentido de <strong>la</strong> vista.<br />
Cuando estoy frente a el<strong>la</strong> me formulo varias preguntas ¿acaso los<br />
estudios y <strong>la</strong> formación académica de Verónica no le permitieron<br />
escoger el camino más adecuado? ¿Por qué su Dios fue tan cruel que no<br />
<strong>la</strong> ayudó a escoger <strong>la</strong> vía más conveniente y asegurarle una vida normal?<br />
¿Nuestro libre albedrío no nos da acceso <strong>para</strong> elegir una vida de acuerdo<br />
con los valores familiares y nuestra pre<strong>para</strong>ción? La némesis que está<br />
pagando Verónica es inmerecida. Quizás sea <strong>la</strong> ofrenda que debe entregar<br />
a su Dios por los posibles pecados que hubiese cometido en su<br />
corta vida.<br />
No quería interrumpir su silencio y mi mirada, buscaba en <strong>la</strong> de<br />
el<strong>la</strong> <strong>la</strong> contestación a <strong>la</strong>s preguntas. So<strong>la</strong>mente tenía una respuesta a <strong>la</strong><br />
UN
desgracia que <strong>la</strong> envolvía. Esta era el amor desmedido por Narciso,<br />
quien <strong>la</strong> llevó a <strong>la</strong> locura. Desde que lo conoció se enamoró perdidamente<br />
de él. Los estudios, los viajes alrededor del mundo, su condición<br />
de políglota, <strong>la</strong> formación universitaria, <strong>la</strong> racionalidad, nada de<br />
ello sirvió a Verónica <strong>para</strong> escoger <strong>la</strong> pareja adecuada. Pienso que el<br />
amor es un estado de feliz irracionalidad hasta que, algunas veces,<br />
esa buenaventura se convierte en fatalidad. Eso fue lo que le pasó a<br />
Verónica.<br />
A Verónica <strong>la</strong> conocí, como dije antes, desde los estudios secundarios.<br />
Nos alejamos después que se graduó de bachiller, aunque siempre<br />
mantuvimos contacto. Su padre, durante mucho tiempo fue miembro<br />
destacado del cuerpo diplomático; esto le permitió a mi amiga vivir en<br />
varios países, entre otros, Ing<strong>la</strong>terra, Italia, Francia, Alemania y de ahí<br />
su dominio sobre varios idiomas. De igual manera, su formación académica<br />
y profesional <strong>la</strong> hizo en <strong>la</strong>s mejores universidades del mundo.<br />
Por lo anterior, el roce con el complejo mundo de <strong>la</strong> diplomacia, los<br />
estudios sobre arte y música, su condición de políglota, su gran desenvoltura<br />
en <strong>la</strong> sociedad y su belleza, le aseguraban un futuro promisorio.<br />
A Narciso lo conoció en una de esas recepciones diplomáticas. Un<br />
hombre alto, rubio, con unos bellos ojos azules, con mentón y pómulos<br />
perfectamente marcados, como esculpidos en un trozo de mármol. De<br />
porte atlético, de pechos y hombros amplios, vientre tal<strong>la</strong>do y piernas<br />
firmes como columnas griegas. Como hombre que se desenvuelve en<br />
altas esferas, era dueño de una conversación cautivante y seductora,<br />
propicia <strong>para</strong> atraer a cualquier mujer que se le colocara enfrente.<br />
Lástima que en este caso le tocó a Verónica.<br />
Desde el momento que Verónica conoció a Narciso supo que este<br />
era el hombre de su vida. Este hombre conocedor y seductor de mujeres,<br />
tal como un encantador de serpientes, supo desde ese mismo instante<br />
que <strong>la</strong> tenía atrapada en su red. Narciso era como los cazadores<br />
furtivos, que siempre tienen pre<strong>para</strong>da el arma en espera de <strong>la</strong> presa<br />
ingenua que se acerca <strong>para</strong> darle, en <strong>la</strong> oportunidad precisa, el golpe<br />
mortal. Sus armas, aparte de <strong>la</strong> belleza corpórea, eran: conversación,<br />
<strong>la</strong>bia envolvente, profuso en ha<strong>la</strong>gos y además, <strong>la</strong> inversión económica<br />
que siempre estaba dispuesto a realizar <strong>para</strong> conquistar los imperios<br />
más difíciles y uno de estos era el de Verónica. Narciso era el propio fascinador.<br />
JUOJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JUPJ<br />
Celos<br />
Narciso conocía perfectamente el idioma de <strong>la</strong> lisonja, lo hacía<br />
tanto en español, como en inglés o en francés. A Verónica le llovieron<br />
<strong>la</strong>s invitaciones a restaurantes de todo tipo, franceses, italianos, tai<strong>la</strong>ndeses,<br />
donde degustaban buenos caldos de cosecha. Cada vez que<br />
descorchaba una botel<strong>la</strong> era capaz de adivinar, después de apreciar <strong>la</strong>s<br />
virtudes organolépticas del vino, <strong>la</strong> casa que lo fabricó, el tipo de uvas<br />
utilizadas y el año de e<strong>la</strong>boración de tan delicada bebida. Todo esto<br />
dejaba impresionada a mi amiga Verónica.<br />
Invitaba a <strong>la</strong> recién embelesada al teatro y luego, de finalizada <strong>la</strong><br />
obra, se dirigían a un restorán italiano <strong>para</strong> comentar el espectáculo.<br />
Allí aprovechaba sus conocimientos de literatura y remontaba desde el<br />
teatro griego, el romano hasta llegar al teatro absurdo de Ionesco. Otro<br />
día <strong>la</strong> convidaba a una ópera en <strong>la</strong> Esca<strong>la</strong> de Milán <strong>para</strong> disfrutar de<br />
algunos de sus autores preferidos; podía ser Verdi, Rossini, Bizet, entre<br />
otros. Una vez finalizado el espectáculo <strong>la</strong> llevaba a un buen restorán<br />
francés <strong>para</strong> comentar <strong>la</strong> ópera y <strong>la</strong> paseaba por toda <strong>la</strong> historia del bel<br />
canto; le refería <strong>la</strong>s características de los mejores tenores, <strong>la</strong>s sopranos o<br />
los barítonos que en el momento estaban de moda.<br />
Cuando Narciso se proponía a <strong>la</strong> conquista de un imperio no escatimaba<br />
los gastos, en ningún momento pensaba en <strong>la</strong> economía del<br />
dinero. Si en un museo de Europa se mostraba alguna exhibición de<br />
algún pintor famoso, invitaba a Verónica <strong>para</strong> disfrutar del arte como<br />
una forma de alimentar el espíritu. Recuerdo una vez que me comunicó<br />
dirigirse a Alemania <strong>para</strong> apreciar, en <strong>la</strong> pinacoteca de Munich, una<br />
exposición de los impresionistas de los siglos XIX y XX, previa invitación<br />
que le había hecho Narciso. Me contó, que había visto los mejores<br />
cuadros de Van Gogh, Monet, Manet, Degas, entre otros y el<strong>la</strong>, al<br />
igual que su galán, lo había disfrutado mucho. Luego de Alemania se<br />
dirigieron a Salzburgo <strong>para</strong> deleitarse de un festival de Mozart ¿qué<br />
mujer podía resistirse ante tal arremetida? Evidentemente, <strong>la</strong> reina<br />
sucumbió ante el conquistador y puso su corona a los pies de Narciso.<br />
Verónica Franco se había enamorado perdidamente y <strong>la</strong> pasión se convirtió<br />
en una cruel tirana.<br />
Pero no todo marchaba bien en <strong>la</strong> vida de Narciso, en <strong>la</strong>s investigaciones<br />
que realicé descubrí que a Narciso no se le conocía profesión<br />
alguna, tampoco disponía de bienes de fortuna, pero siempre se le veía<br />
acompañado de lindas damas pertenecientes a <strong>la</strong>s más conspicuas sociedades.<br />
No sólo <strong>la</strong>s de mi país, sino de <strong>la</strong>s influyentes casas europeas,
norteamericanas o en cualquiera reunión donde los participantes eran<br />
dueños o dueñas de mucho dinero.<br />
El connubio se celebró, aún en contra de <strong>la</strong> opinión de su padre, el<br />
cual parecía conocer los pasos de su futuro yerno, pero ¿quién puede<br />
luchar contra una mujer enamorada? No por ello, <strong>la</strong> recepción dejó de<br />
tener el colorido esperado, cual cuento de hadas. Fue tal el lujo y dispendio<br />
del agasajo que los periódicos <strong>la</strong> reseñaron como <strong>la</strong> boda del<br />
año. Verónica Franco se lució con un bello traje e<strong>la</strong>borado por un<br />
famoso diseñador francés y más bien parecía una reina de <strong>la</strong>s pocas que<br />
quedan en Europa. Al <strong>la</strong>do de el<strong>la</strong> estaba el gran conquistador, el gran<br />
seductor, enga<strong>la</strong>nado con un traje de frac inglés, repartiendo sonrisas y<br />
saludando como un galán de cine. Durante <strong>la</strong> recepción se degustaron<br />
los mejores vinos, exquisitos manjares, deliciosos postres y licores cual<br />
festín del imperio romano. Se descorcharon varias botel<strong>la</strong>s del mejor<br />
champaña, servido en finas copas de cristal de Bacará, que al chocar<strong>la</strong><br />
los invitados, el tintineo de <strong>la</strong>s mismas auguraban a los novios <strong>la</strong>s<br />
mejores dichas en su futura vida matrimonial. Parecía <strong>la</strong> pareja perfecta,<br />
el<strong>la</strong> muy joven y bel<strong>la</strong> y él un buen padrote engendrador de una<br />
linda prole y así eternizar una familia de gran raigambre criol<strong>la</strong>. La presencia<br />
de <strong>la</strong> estirpe Manrique-Franco estaba certificada, una vez nacido<br />
el primer varón de <strong>la</strong> familia.<br />
La luna de miel <strong>la</strong> costeó el padre de <strong>la</strong> novia, ya que el novio aseguraba<br />
que el matrimonio le había desequilibrado su presupuesto. Durante<br />
el viaje, <strong>para</strong> celebrar el reciente en<strong>la</strong>ce, recibieron los aires litorales de<br />
los mares. El crucero alrededor del mundo lo realizaron en el yate privado<br />
del señor Franco. El padre de <strong>la</strong> novia, <strong>para</strong> el momento del matrimonio<br />
había dejado el cargo diplomático y era dueño de una empresa de<br />
importación radicada en Europa —que a final de año generaba una<br />
buena ganancia, dada su excelente facturación.<br />
Finalizada <strong>la</strong> luna de miel comenzaron los problemas de mi amiga<br />
Verónica. Narciso Manrique como buen cazador y buen conquistador,<br />
una vez que está el animal muerto a sus pies o una vez que los súbditos<br />
están conquistados, pierde interés por <strong>la</strong> presa y por <strong>la</strong>s personas subyugadas.<br />
Era por tanto necesario buscar un nuevo animal <strong>para</strong> darle caza o<br />
unas nuevas tierras <strong>para</strong> tiranizar. A ello se dedicó Narciso. Tenía asegurada<br />
a Verónica por lo que era imprescindible buscar nuevos cotos y<br />
nuevas víctimas <strong>para</strong> enfrentar<strong>la</strong>s con sus armas.<br />
JUQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
En lo que se refiere con los deberes familiares del novel casado, es<br />
penoso ac<strong>la</strong>rar que Narciso se consideró sin obligaciones económicas<br />
que cumplir, argumentando que el padre de Verónica tenía dinero.<br />
Además, su esposa ejercía como traductora <strong>para</strong> varias empresas editoras<br />
transnacionales, lo que le generaba buenos ingresos a su cónyuge.<br />
Por lo tanto, nuestro querido amigo se sintió liberado de cualquier<br />
compromiso económico <strong>para</strong> con su esposa. Su vida social era tan<br />
intensa, que lo había alejado del tá<strong>la</strong>mo nupcial de su hogar, despertando<br />
en Verónica unos celos exacerbados que casi <strong>la</strong> volvían loca. Este<br />
fue el inicio del fin de <strong>la</strong> vida de mi amiga.<br />
A Narciso se le veía con frecuencia en los mejores salones de los<br />
hoteles de lujo, donde celebran fastuosas fiestas que <strong>la</strong>s personas con<br />
dinero suelen hacer. En éstas los asistentes suelen hab<strong>la</strong>r de sus riquezas,<br />
también sirven <strong>para</strong> que <strong>la</strong>s esposas y los esposos comenten entre ellos<br />
sus infidelidades, <strong>la</strong>s desgracias matrimoniales y de <strong>la</strong> futesa de sus vidas.<br />
En esos ambientes se desenvolvía nuestro seductor, usualmente, de <strong>la</strong><br />
manera más descarada, se le veía acompañado de bel<strong>la</strong>s mujeres. Estos<br />
escenarios despertaban <strong>la</strong> ira y los celos de Verónica.<br />
La razón y el amor, por lo general marchan por caminos opuestos,<br />
es casi imposible que una mujer enamorada utilice <strong>la</strong> racionalidad <strong>para</strong><br />
explicar ciertos comportamientos. Muchas veces nos reunimos en un<br />
café <strong>para</strong> hab<strong>la</strong>r de sus desdichas y de su fracaso matrimonial. Tuve el<br />
atrevimiento de sugerirle <strong>la</strong> posibilidad del divorcio, antes que le dedicara<br />
más tiempo y dinero al seductor incorregible. Pero ante mi propuesta,<br />
surgieron <strong>la</strong>s contrapropuestas. El<strong>la</strong> aspiraba que su marido con<br />
el tiempo se corrigiera, que a lo mejor, cuando tuvieran un niño su<br />
actitud cambiaría. Además, ese día me enteré, que Verónica le conseguiría<br />
una representación comercial en el país de <strong>la</strong> compañía de su<br />
padre, <strong>para</strong> que él <strong>la</strong> dirigiera. En fin, consiguió los mejores argumentos<br />
<strong>para</strong> asegurarme que su querido marido cambiaría de actitud y<br />
así recuperaría el amor que había perdido. Ante tal arremetida, le di<br />
otros consejos y tal como los p<strong>la</strong>cebos, estos no sirvieron <strong>para</strong> nada. Su<br />
conversación, por lo general, iba acompañada de lágrimas que brotaban<br />
de sus ojos, como un ácido que <strong>la</strong>ceraba un corazón angustiado.<br />
Aparte del derrumbe matrimonial y emocional de Verónica, su<br />
actitud ante <strong>la</strong> vida fue cambiando, desarrolló cierta esquizofrenia<br />
motivada por los celos hacia su marido. Todo el tiempo estaba persiguiéndolo,<br />
le puso detectives <strong>para</strong> que le informaran paso por paso sus<br />
JURJ<br />
Celos
movimientos. Revisaba los recibos de <strong>la</strong>s tarjetas de créditos que llegaban<br />
al apartamento. De esta manera se torturaba, enterándose de los<br />
gastos que hacía el gran seductor, disfrutando éste del dinero que el<br />
padre y el<strong>la</strong> aportaban. Lo peor del caso era, que sus progenitores, como<br />
buenos católicos, se oponían al divorcio de <strong>la</strong> hija. Había que guardar <strong>la</strong>s<br />
apariencias ante <strong>la</strong> augusta sociedad donde se desenvolvían y por lo<br />
tanto, su única hija debía sacrificarse en aras del buen nombre de <strong>la</strong><br />
familia, manteniendo el juramento que hizo frente al altar. Verónica no<br />
durmió durante muchas noches, se mantenía en ve<strong>la</strong> esperando el regreso<br />
del marido. Cuando finalmente el infiel regresaba al hogar, el<strong>la</strong>,<br />
como perra cazadora, olía todas sus prendas, tanto <strong>la</strong>s externas como<br />
íntimas. De esta manera se enteraba de <strong>la</strong>s marcas de los perfumes que<br />
usaban <strong>la</strong>s amantes de su querido esposo.<br />
Un domingo recibí una l<strong>la</strong>mada de Verónica <strong>para</strong> decirme que se<br />
iba <strong>para</strong> España; debía arreg<strong>la</strong>r algo re<strong>la</strong>tivo a su trabajo con una de <strong>la</strong>s<br />
editoriales <strong>para</strong> <strong>la</strong> cuales prestaba servicios. Me confió, que le diría al<br />
marido una fecha de regreso pero <strong>la</strong> ade<strong>la</strong>ntaría, quería sorprenderlo en<br />
sus infidelidades. Por una parte, disfruté de <strong>la</strong> noticia del viaje de mi<br />
amiga, pensé que le serviría de provecho <strong>para</strong> que, por un tiempo se alejara<br />
de Narciso, el hombre que tanto daño le había ocasionado. Pero no<br />
dejaba de embargarme una gran preocupación; presagiaba un contratiempo<br />
una vez que regresara. Verónica partió al día siguiente.<br />
El infortunio, <strong>la</strong> desgracia y <strong>la</strong> ma<strong>la</strong> suerte parece que siempre<br />
viajan juntos, en espera de entrar a <strong>la</strong> casa del menos afortunado. Estas<br />
desdichas, formaron parte del equipaje de los padres de Verónica,<br />
quienes venían en un avión proveniente de Ing<strong>la</strong>terra. Ambos querían<br />
realizar una visita inesperada a su hija <strong>para</strong> colmar<strong>la</strong> de dicha. Desconocían<br />
del repentino viaje de ésta.<br />
Narciso, como buen za<strong>la</strong>mero, hizo ga<strong>la</strong> de su poder persuasivo.<br />
Los envolvió en una amena conversación e impidió que sus suegros se<br />
marcharan a un hotel. Le ofreció su casa, en espera de <strong>la</strong> pronta llegada<br />
de Verónica y así darle a el<strong>la</strong> <strong>la</strong> gran sorpresa.<br />
Verónica, tal como me lo había informado llegó en <strong>la</strong> madrugada,<br />
dos días antes de lo prometido a Narciso. Se dirigió a su hogar cansada<br />
y trasnochada. Una vez allí, introdujo <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve con cuidado, tratando de<br />
no hacer ruido <strong>para</strong> no despertar a su marido. Acudió sigilosamente a<br />
su alcoba, abrió y cerró <strong>la</strong> puerta evitando cualquier sonido. Tal como<br />
lo imaginaba, allí encontró dos cuerpos refoci<strong>la</strong>dos impúdicamente en<br />
JUSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JUTJ<br />
Celos<br />
el tá<strong>la</strong>mo nupcial. La sangre se le subió a su cabeza, <strong>la</strong> ira, el temor, <strong>la</strong><br />
inquina, el odio, los celos, <strong>la</strong> lástima con el<strong>la</strong> misma, todos estos sentimientos<br />
adversos se apelotonaron e hicieron que Verónica se dirigiera a<br />
<strong>la</strong> cómoda, allí guardaba desde hacía tiempo una pisto<strong>la</strong>. La tomó,<br />
revisó si estaba cargada, pidió perdón al Todopoderoso y se persignó.<br />
Luego se dirigió a <strong>la</strong> alcoba y apuntó sobre <strong>la</strong> cabeza de <strong>la</strong>s dos personas,<br />
a una de el<strong>la</strong>s, por usurpar su puesto de señora y al otro por<br />
traidor y adúltero. Disparó con rabia y descargó todos los tiros en <strong>la</strong><br />
humanidad de los durmientes. Una vez consumado el doble asesinato<br />
se sentó en su sofá a llorar y a rezar.<br />
En breve, notó que <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> alcoba se abrió y apareció en <strong>la</strong><br />
penumbra su marido Narciso, quien vino corriendo del cuarto de huéspedes<br />
mostrando señales de sorpresa, ante el estrépito producido por<br />
los disparos. Verónica creyó que era un fantasma, entonces corrió hacia<br />
<strong>la</strong> cama, quitó <strong>la</strong> cobija con machas purpuradas del rostro de <strong>la</strong>s personas,<br />
<strong>la</strong>s cuales yacían en su lecho. Descubrió con horror <strong>la</strong> cara moribunda<br />
de su padre y su madre a quien Narciso le había prestado <strong>la</strong><br />
alcoba matrimonial <strong>para</strong> que descansaran cómodamente. La recién llegada<br />
mostró un rostro de espanto ante el tétrico espectáculo.<br />
Me contó luego Narciso, que Verónica al notar que había cometido<br />
un parricidio, fijó su mirada en los cuerpos inertes de sus padres y<br />
cayó desmayada sobre los cadáveres. No fue a <strong>la</strong> cárcel, porque después<br />
del acto criminal más nunca habló, fue dec<strong>la</strong>rada demente y recluida en<br />
el hospital donde hoy me encuentro. Su prisión fue su cuerpo y su<br />
mente, estos más nunca le dejaron aflorar otra expresión que no fuera <strong>la</strong><br />
mirada vesánica de una inocente.<br />
Nunca sabré si el cerebro de Narciso funciona tan sabiamente como<br />
<strong>para</strong> tramar este asesinato con tal perfección. No soy ni Dios ni juez<br />
<strong>para</strong> juzgar su comportamiento, pero cada vez que lo veo en <strong>la</strong>s páginas<br />
sociales, acompañado de <strong>la</strong> gerente de <strong>la</strong> empresa de su suegro, me<br />
quedan profundas sospechas y no dejo de sentir una gran arrechera<br />
hacia Narciso. Porque una vez muerto el padre y <strong>la</strong> madre de Verónica<br />
y sin ningún otro heredero, toda <strong>la</strong> fortuna de <strong>la</strong> familia pasó a manos<br />
del gran seductor.<br />
Me retiré del <strong>la</strong>do de mi amiga sin despedirme, sin decir nada, sólo<br />
miré sus ojos y no observé ningún cambio. La mirada seguía perdida en<br />
el firmamento, buscando en un punto de <strong>la</strong> infinitud algún remedio<br />
<strong>para</strong> <strong>la</strong> enfermedad de su alma.
JUUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />
Saliendo del hospital miré un gran crucifijo que estaba colocado en<br />
<strong>la</strong> entrada <strong>para</strong> recibir y despedir a los pacientes que ingresan al hospital.<br />
Me acerqué y miré su rostro bondadoso, como suelen dibujarlo y<br />
esculpirlo. Sentí rabia con el hijo de Dios y le pregunté: “¿Por qué<br />
siempre muestras tu <strong>la</strong>do iracundo y no nos brindas con acciones tu<br />
parte bondadosa? ¿Por qué castigaste a Verónica de esta manera si lo<br />
único que hizo fue amar desmesuradamente a Narciso? ¿Es que acaso<br />
el amor es un pecado?” Miré fijamente los ojos de <strong>la</strong> imagen de yeso, al<br />
no obtener respuesta abandoné el hospital con una gran pena que agobiaba<br />
mi alma.<br />
ã~óç OMMN
Los héroes de mi patria<br />
Buscando entre los materiales de estudio <strong>para</strong> mi grado de sociólogo<br />
encontré uno que nunca utilicé. Quizás, por considerarlo de poca<br />
utilidad o tal vez, porque se perdió en el olvido, como suele suceder con<br />
ciertas situaciones a <strong>la</strong>s que uno no les da <strong>la</strong> importancia que merecen.<br />
Recuerdo que el trabajo se refería <strong>la</strong> problemática del hacinamiento de<br />
nuestras cárceles. Para realizar tal monografía obtuve el permiso de<br />
permanencia en una de <strong>la</strong>s prisiones de <strong>la</strong> capital. Parte de este material<br />
está recopi<strong>la</strong>do en mi libreta de anotaciones y en varios casetes grabados<br />
donde refiero el caso de Nemesio González.<br />
—¿Así que, licenciado, usted está buscando material <strong>para</strong> escribir<br />
sobre <strong>la</strong> vida en esta cárcel? —de esta manera comenzaba <strong>la</strong> grabación<br />
que tenía en mi equipo de sonido y que nuevamente volví a escuchar.<br />
«Escríbalo ahí, licenciado. Le voy a <strong>contar</strong> mi historia, quizás le<br />
parezca algo interesante. Mi nombre es Nemesio González, así nada<br />
más, sin ningún otro apellido, como <strong>la</strong> mayoría de <strong>la</strong>s personas nacidas<br />
en el Valle de San Pedro. Allá todos tenemos un solo apellido y ¿<strong>para</strong><br />
qué más? Con uno solo basta. Tengo treinta y cuatro años de los cuales<br />
diez los he pasado en esta apestosa prisión y por lo visto, moriré en esta.<br />
A los diecisiete años me reclutaron <strong>para</strong> llevarme al cuartel.<br />
UV
Hizo una breve pausa, como <strong>para</strong> coger fuerza y continuó:<br />
—Sin ni siquiera haber llegado a <strong>la</strong> mayoría de edad fui arrebatado<br />
del <strong>la</strong>do de mi familia. Como hermano mayor, debía arrimar el hombro<br />
en los trabajos de <strong>la</strong> casa. Además, ayudaba a <strong>la</strong>brar <strong>la</strong> tierra de una finquita,<br />
de <strong>la</strong> cual obteníamos el sustento <strong>para</strong> mantener a mi madre y a<br />
mis doce hermanos. No se olvide licenciado, escriba todo lo que estoy<br />
diciendo porque es <strong>la</strong> purita verdad —permanecía atento, escuchando<br />
<strong>la</strong> grabación mientras Nemesio tomó aliento, como arrancándole a su<br />
memoria trazos de su vida y continuó:<br />
«En el cuartel me convertí en el mejor francotirador del destacamento.<br />
Fui entrenado por un rubio; un militar que venía de Carolina<br />
del Norte de una academia especializada en estos menesteres. Si mal no<br />
recuerdo, creo que se l<strong>la</strong>ma “Escue<strong>la</strong> de Guerra de Fort Bragg”. Dada<br />
mi pre<strong>para</strong>ción física y sicológica fui bautizado como el soldado mejor<br />
entrenado en operaciones de comando. No había en el regimiento un<br />
soldado que dis<strong>para</strong>ra mejor que yo. Podía pegarle un tiro a un pájaro<br />
que vo<strong>la</strong>ra a más de veinte metros de altura. Me convirtieron en un<br />
individuo calmado, frío y metódico.<br />
Era sorprendente el lenguaje utilizado por mi interlocutor, cuyas<br />
frases salían por <strong>la</strong>s cornetas del equipo de sonido. Evidenciaba que era<br />
un especialista en el “arte” de matar. Permanecía expectante ante sus<br />
pa<strong>la</strong>bras:<br />
—Mis disparos eran acertados, lo que me valió el sobrenombre de<br />
“Ojo de Águi<strong>la</strong>”, anótelo ahí, licenciado. Evoco <strong>la</strong>s indicaciones del<br />
gringo: “contro<strong>la</strong> <strong>la</strong> respiración al apretar el gatillo. Recuerden que un<br />
leve movimiento de <strong>la</strong> caja toráxica puede desviar el punto de impacto”<br />
—aquel día Nemesio engoló su voz sintiéndose orgulloso de sus<br />
hazañas como francotirador. Aseguraba, que <strong>para</strong> ese período tenía <strong>la</strong>s<br />
referencias más actualizadas en materia de armamento—. Era <strong>la</strong> época<br />
de <strong>la</strong> guerril<strong>la</strong>, en esos tiempos en que estaba en peligro <strong>la</strong> paz, <strong>la</strong> democracia<br />
y <strong>la</strong> libertad.<br />
Su lenguaje todavía era el de un militar.<br />
—Todos los días, después del entrenamiento, nos reunía un<br />
comandante y nos daba una perorata. Durante <strong>la</strong> arenga, el oficial nos<br />
informaba de los peligros que acosaban a <strong>la</strong> República, es decir, mi<br />
patria —Nemesio utilizaba <strong>la</strong> voz de mando; yo suponía que era <strong>la</strong> del<br />
capitán y repetía—. “Ustedes han sido predestinados por Dios y el<br />
Ministerio <strong>para</strong> continuar <strong>la</strong> <strong>la</strong>bor del ejército libertador”. El capitán<br />
JVMJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JVNJ<br />
Los héroes de mi patria<br />
nos hab<strong>la</strong>ba del peligro del comunismo y del riesgo de una invasión<br />
extranjera que pisotearía <strong>la</strong> soberanía del país. Por todas estas razones<br />
nos escogieron <strong>para</strong> remitirnos a los campamentos antiguerrilleros. Debíamos<br />
combatir a los desalmados que ponían en peligro <strong>la</strong> paz, <strong>la</strong><br />
democracia y <strong>la</strong> libertad de mi tierra natal.<br />
«Escríbalo ahí, licenciado, porque es <strong>la</strong> purita verdad —Nemesio<br />
hizo una prolongada pausa y continuó:<br />
«Me enviaron con un contingente a una montaña donde lo único<br />
que se veía era monte, culebra y mosquitos. La espesura de <strong>la</strong> selva<br />
impedía ver el sol. Durante <strong>la</strong> temporada de lluvia permanecíamos<br />
empapados durante mucho tiempo, siempre en <strong>la</strong> búsqueda de los enemigos<br />
de <strong>la</strong> patria. En los momentos de descanso me dedicaba a practicar<br />
el tiro al b<strong>la</strong>nco, ya no contra los pájaros, sino con maniquíes que<br />
simu<strong>la</strong>ban guerrilleros. A estos últimos los l<strong>la</strong>mábamos “objetivos”, <strong>para</strong><br />
mí no eran hombres. Cuando salíamos a cazar guerrilleros el capitán decía<br />
que ello era “una operación especial”. Si por ma<strong>la</strong> suerte matábamos,<br />
por confusión, algún civil que se atravesara en el campo de batal<strong>la</strong>, este<br />
difunto no era más que un “daño co<strong>la</strong>teral” que se produce en <strong>la</strong>s guerras<br />
tan necesarias. Es decir, estaba entrenado <strong>para</strong> eliminar o neutralizar a<br />
un “objetivo”. Por ello nunca me quedó ningún remordimiento por los<br />
“objetivos” destruidos.<br />
Después de una <strong>la</strong>rga pausa continuó.<br />
—Mi entrenamiento progresaba de maravil<strong>la</strong>, podía acertar con un<br />
fusil a veinte metros, colocando <strong>la</strong> ba<strong>la</strong> entre <strong>la</strong>s dos cejas o en el corazón<br />
del “objetivo” —en este momento volvió a engo<strong>la</strong>r su voz mientras<br />
comentaba:<br />
«“Ojo de Águi<strong>la</strong>”, como solían l<strong>la</strong>marme, “te espera un gran futuro<br />
en el ejército” —recordando <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras con <strong>la</strong>s que lo animaba el sargento—.<br />
C<strong>la</strong>ro, licenciado, esto inf<strong>la</strong>ba mi orgullo y despertaba <strong>la</strong><br />
envidia de mis camaradas. Así me convertí en el mejor cazador de<br />
almas. Una vez que entrábamos en combate contra el enemigo no desperdiciaba<br />
ni una so<strong>la</strong> ba<strong>la</strong>. Por cada apretada del gatillo en <strong>la</strong> contienda<br />
había un “objetivo aniqui<strong>la</strong>do”. Todos conocían mis difuntos:<br />
tenían un proyectil entre <strong>la</strong>s cejas o un disparo certero y mortal en el<br />
corazón. Era lo que yo l<strong>la</strong>maba “muerto con elegancia” y no como lo<br />
hacía el “Chino Fuentes”. Este soldado agarraba heridos a los enemigos<br />
y los mantenía presos, sin ningún tipo de auxilio. Después de someterlos
a horribles y dolorosas torturas, les daba un tiro en <strong>la</strong> nuca. Para estas<br />
crueldades había sido entrenado.<br />
La voz del presidiario tomó un descanso como evocando esa época<br />
y continuó:<br />
—Yo le decía al Chino: “Así no se mata a un hombre, ni aún siendo<br />
enemigo de <strong>la</strong> patria”. Pues sí, licenciado, mis muertos eran limpios,<br />
un solo tiro y zuás, caían patas pa’rriba. En un año de campaña, escríbalo<br />
ahí, licenciado, me eché al pico treinta y cuatro “objetivos”. En esa<br />
guerra tan cara fue mucho lo que le ahorré al Ministerio; no desperdiciaba<br />
ni una ba<strong>la</strong>. Mi arrojo y valentía sirvieron <strong>para</strong> premiarme con<br />
una medal<strong>la</strong> al mérito y otra, al valor del soldado. Además, permanecí<br />
en el primer puesto en el cuadro de honor durante seis meses. Me convertí<br />
en un héroe de <strong>la</strong> patria. Seguí los pasos de los gloriosos soldados<br />
del ejército libertador.<br />
No dejaba de sorprenderme <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de Nemesio. Recordaba<br />
muchas de <strong>la</strong>s pelícu<strong>la</strong>s que venían del Norte, <strong>la</strong>s cuales constituyen<br />
una verdadera apología a <strong>la</strong> destrucción de <strong>la</strong> humanidad y continué<br />
escuchando.<br />
—Todos los días los oficiales que conducían <strong>la</strong> lucha antiguerrillera<br />
nos daban un discurso <strong>para</strong> exacerbarnos los ánimos y exaltarnos los<br />
odios hacia nuestros hermanos, quienes estaban cobijados con <strong>la</strong> misma<br />
nacionalidad. En estas peroratas siempre estaba presente <strong>la</strong> necesidad<br />
de vivir en paz, democracia y libertad —<strong>para</strong> ese momento creí que el<br />
antiguo soldado había terminado pero siguió conversando—. Como en<br />
<strong>la</strong>s pelícu<strong>la</strong>s, <strong>la</strong> guerra <strong>la</strong> ganan los buenos y los malos <strong>la</strong> pierden.<br />
Teníamos <strong>la</strong> seguridad que el triunfo nos permitía asegurar que ninguna<br />
bota extranjera pisotearía el suelo sagrado de nuestra patria. Al<br />
llegar al cuartel, una vez de regreso y orgulloso de nuestro triunfo, recibí<br />
los homenajes que merecían los héroes de <strong>la</strong> patria. Allí estaba mi<br />
mamá y mis doce hermanos, viendo en mi pecho los ga<strong>la</strong>rdones que me<br />
acreditaban como un gran soldado, heredero de <strong>la</strong>s Huestes Libertadoras.<br />
Como el Alto Mando del Ejército tenía <strong>la</strong> seguridad que <strong>la</strong> patria<br />
no estaba en peligro, nos dieron de baja. Yo, con dos medal<strong>la</strong>s me enorgullecía<br />
de ser garante de <strong>la</strong> paz, <strong>la</strong> democracia y <strong>la</strong> libertad. Anótelo ahí,<br />
licenciado.<br />
Introduje el segundo casete y <strong>la</strong> voz del soldado continuó saliendo<br />
por los par<strong>la</strong>ntes del equipo.<br />
JVOJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
—Después que abandoné el ejército, empecé a meditar y comprendí<br />
que a un héroe de <strong>la</strong> patria le quedaba chiquito el valle de San<br />
Pedro. Le di mis ahorros a mi vieja y emprendí el viaje a <strong>la</strong> capital, en<br />
busca de los homenajes y <strong>la</strong>s glorias que en justicia merecía. Inicié mis<br />
caminatas por <strong>la</strong>s calles de <strong>la</strong> gran metrópolis en busca de trabajo, mostrando<br />
mis dos medal<strong>la</strong>s bien merecidas. Pero a nadie parecía interesarle<br />
que yo, Nemesio González, era uno de los muchos cuyo único oficio<br />
era matar. Me daba <strong>la</strong> impresión que en <strong>la</strong> capital no se necesitan<br />
héroes. Mi currículo ¿se dice así, licenciado?, no era suficiente <strong>para</strong><br />
conseguir trabajo.<br />
Ya más cansado y sin el vigor anterior continuó.<br />
—Definitivamente los héroes no tienen cabida en <strong>la</strong> gran ciudad.<br />
Lo único que aprendí fue a “destruir objetivos” con una precisión increíble.<br />
Esto so<strong>la</strong>mente fue lo que me enseñó el Ministerio —en <strong>la</strong> grabación<br />
se hizo una pausa grande y recordé su cara de decepción y desespero<br />
por su permanencia en <strong>la</strong> cárcel—. Por fin, encontré trabajo de vigi<strong>la</strong>nte<br />
en una empresa de seguridad, parecía que sólo <strong>para</strong> eso servíamos los<br />
reservistas, mejor dicho los apóstoles de <strong>la</strong> paz, <strong>la</strong> democracia y <strong>la</strong><br />
libertad. Anote todo eso ahí, licenciado, que todavía falta más.<br />
Revisé mis notas mientras aparecía <strong>la</strong> voz del presidiario y me pregunté<br />
<strong>la</strong> razón de no haber publicado mi trabajo.<br />
—Cierto día, en una de <strong>la</strong>s rondas de vigi<strong>la</strong>ncia en el centro comercial,<br />
donde <strong>la</strong> empresa me asignó <strong>para</strong> custodiar, observé, desde mi<br />
puesto de trabajo, a un mozalbete que intentaba atracar a una señora<br />
con una navaja, de esas que l<strong>la</strong>man “pico e’ loro”. Como activado por un<br />
resorte recordé el entrenamiento: caja toráxica firme, control de <strong>la</strong> respiración,<br />
actitud fría, calculé <strong>la</strong> distancia a <strong>la</strong> que se encontraba el “objetivo”;<br />
pensé más o menos treinta metros. Tomé mi fusil, observé por <strong>la</strong><br />
mira y vi puesto mis ojos en el centro de un par de cejas. Ese era el punto<br />
en donde metería <strong>la</strong> ba<strong>la</strong>. Vinieron a <strong>la</strong> mente <strong>la</strong>s prácticas de tiro, <strong>la</strong>s<br />
medal<strong>la</strong>s, los muertos y mis méritos bien ganados. Mientras memorizaba<br />
todo esto apreté el gatillo y <strong>la</strong> ba<strong>la</strong> fue a <strong>para</strong>r justo en el lugar esperado.<br />
Pensé “Ojo de Águi<strong>la</strong>” estás en forma. Me acerqué al “objetivo”<br />
completamente destruido y pude comprobar que mis medal<strong>la</strong>s tenían<br />
una razón de ser. Allí yacía tirado, con mi marca de fábrica: un ba<strong>la</strong>zo<br />
entre ceja y ceja, como si lo hubiese medido con una reg<strong>la</strong> <strong>para</strong> colocar <strong>la</strong><br />
ba<strong>la</strong>. En verdad no me sorprendí, el Ministerio <strong>para</strong> eso me había entrenado,<br />
únicamente <strong>para</strong> aniqui<strong>la</strong>r “objetivos”. Me llevaron detenido,<br />
JVPJ<br />
Los héroes de mi patria
supuse que era por simple averiguación. Cuál no sería mi sorpresa cuando<br />
fui tras<strong>la</strong>dado preso <strong>para</strong> uno de los retenes de <strong>la</strong> capital. Anótelo ahí,<br />
licenciado.<br />
A partir de esta parte de <strong>la</strong> grabación <strong>la</strong> voz del reservista no tenía <strong>la</strong><br />
fortaleza con <strong>la</strong> cual habíamos iniciado <strong>la</strong> conversación.<br />
—Luego me informaron que el difunto era hijo de un matrimonio<br />
prominente y que no era un atracador sino un “menor transgresor de <strong>la</strong><br />
ley”, escríbalo ahí, licenciado, entre comil<strong>la</strong>s. Que no debí haber dis<strong>para</strong>do,<br />
que yo no era policía, que mi trabajo era cuidar y vigi<strong>la</strong>r el centro<br />
comercial y no meterme en asuntos que eran estrictamente policiales.<br />
Por lo tanto, tuve que buscar un abogado porque mi situación era de<br />
cuidado. Total que yo Nemecio González alias “Ojo de Águi<strong>la</strong>”, a<br />
quien el gobierno había premiado por matar a más de treinta personas<br />
que no conocía, iban a condenarme por liquidar a un menor transgresor<br />
de <strong>la</strong> ley ¿acaso usted lo entiende, licenciado? Me llevaron al retén,<br />
como se lo dije antes, enterrándome en un ca<strong>la</strong>bazo lleno de “transgresores<br />
de <strong>la</strong> ley”; el nuevo nombre que le dan en <strong>la</strong> capital a los ma<strong>la</strong>ndros.<br />
Al entrar al cuartucho parecía que lo hubiese hecho Jennifer<br />
López. Los malparidos comenzaron a mirarme de arriba abajo y comentaban<br />
en voz alta: “Acaba de llegar un tiernito, vamos a estrenarlo y<br />
parece virguito”. Adiviné de inmediato <strong>la</strong>s ma<strong>la</strong>s intenciones y anhelé<br />
mi fusil <strong>para</strong> meterle una ba<strong>la</strong> entre <strong>la</strong>s cejas a cada uno. Me agarraron<br />
entre todos; robándome los zapatos, <strong>la</strong> frane<strong>la</strong>, mientras un chuzo<br />
amenazaba mi vida. Intentaron bajarme los pantalones y comencé a<br />
gritar porque sabía que mi hombría y mi virginidad estaban en peligro.<br />
Pero <strong>la</strong> gloria de Dios es grande y sus caminos son inescrutables. En<br />
medio de <strong>la</strong> alharaca apreció un policía; este gritó: “Ojo de Águi<strong>la</strong>” ¿qué<br />
haces aquí? Era el Chino Fuentes, quien trabajaba en el retén y ese día,<br />
<strong>para</strong> felicidad mía, estaba de guardia en <strong>la</strong> prisión. La vida y mis bártulos<br />
volvieron a mi cuerpo; <strong>la</strong> crueldad de mi antiguo compañero del<br />
ejército aseguraba que mi doncellez no estaba perdida. El chino<br />
Fuentes logró cambiarme de celda; una segura y más humana. Es esta<br />
misma en <strong>la</strong> que estamos conversando, licenciado. Anótelo e informe<br />
cómo tratan en este país a los héroes de <strong>la</strong> patria, aquellos hombres que<br />
pelearon por <strong>la</strong> paz, <strong>la</strong> democracia y <strong>la</strong> libertad.<br />
A partir de este momento en <strong>la</strong> grabación <strong>la</strong> voz de Nemecio era<br />
más pausada; en algunos momentos se le quebraba <strong>la</strong> voz mostrando un<br />
gran resentimiento contra toda <strong>la</strong> humanidad.<br />
JVQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
—Pasaron años y años, no sabía nada sobre mi situación legal. Me<br />
asignaron un defensor público con quien conversé sobre mi expediente,<br />
recomendándome que alejara <strong>la</strong>s preocupaciones, que al nomás salir de<br />
ciento veinticinco expedientes que tenía de<strong>la</strong>nte del mío se ocuparía de<br />
mi caso. Una vez se acercó un abogado a mi sitio de reclusión. Refirió<br />
que mi situación no era grave, que consiguiera medio millón y todo se<br />
arreg<strong>la</strong>ría. Le comuniqué, con mucha tristeza: los héroes de <strong>la</strong> patria<br />
tenemos medal<strong>la</strong>s pero nada de dinero. Después vino otro picapleitos,<br />
participándome que había estudiado muy bien mi expediente, revisado<br />
los alegatos de <strong>la</strong> parte acusadora; además, conocía mis méritos de<br />
reservista y de mis medal<strong>la</strong>s. Que <strong>para</strong> el próximo mes el presidente de<br />
<strong>la</strong> república iba a conceder algunos indultos. La emoción dibujó mi<br />
rostro, enseguida pensé que mi <strong>la</strong>bor como soldado de grandes merecimientos<br />
no <strong>la</strong> podían olvidar. Recuerdo, que el abogado continuó <strong>la</strong><br />
conversación y reiteró: “Pero con <strong>la</strong> finalidad de agilizar el papeleo… tú<br />
sabes cómo son esas cosas… debes conseguirme doscientos mil”. El<br />
leguleyo debió ver en mis ojos <strong>la</strong> ira, <strong>la</strong> rabia. La fisonomía de mi rostro<br />
y los músculos de mis manos se tensaron, deseaba con vehemencia realizar<br />
el único trabajo <strong>para</strong> el cual había sido entrenado. Quise matarlo<br />
con mis propias manos, pero afortunadamente, <strong>para</strong> el bien de los dos,<br />
el abogado abandonó asustado <strong>la</strong> celda. Han pasado diez años y todavía<br />
no sé qué hacer. Parece que nadie está preocupado por los héroes de <strong>la</strong><br />
patria. A nadie le interesa solucionarle un problema a un apóstol de <strong>la</strong><br />
paz, de <strong>la</strong> democracia y <strong>la</strong> libertad. Tengo que pagar por matar a un<br />
hombre, después que el gobierno me premió por matar a más de treinta.<br />
Escríbalo ahí, licenciado.<br />
JVRJ<br />
Los héroes de mi patria<br />
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Luces de <strong>la</strong> gran ciudad<br />
Cara<strong>la</strong>mpio es un agricultor, como muchos de los que habitan a lo<br />
<strong>la</strong>rgo de <strong>la</strong> geografía de mi país, quien alguna vez, en su época de mozalbete<br />
acompañó a su padre a <strong>la</strong> capital, <strong>para</strong> el tratamiento de una<br />
enfermedad que aquejaba al viejo <strong>la</strong>brador. Por esas tierras era imposible<br />
encontrar el tratamiento adecuado que lo mejorara del mal que lo<br />
agobiaba.<br />
El joven horte<strong>la</strong>no y el padre llegaron a <strong>la</strong> ciudad en horas nocturnas,<br />
por lo que <strong>la</strong> luminosidad de <strong>la</strong> gran metrópolis, <strong>la</strong> cual se divisaba<br />
desde lo alto de <strong>la</strong> carretera, le causó gran impresión al muchacho.<br />
Éste pensó, que por los sembradíos de su tierra natal <strong>la</strong>s únicas luces<br />
que se observaban eran <strong>la</strong>s exha<strong>la</strong>ciones de <strong>la</strong>s luciérnagas, <strong>la</strong>s lumbres<br />
de <strong>la</strong>s ve<strong>la</strong>s que encendían en su casa <strong>para</strong> alumbrarse y el brillo de <strong>la</strong>s<br />
estrel<strong>la</strong>s, <strong>la</strong>s cuales titi<strong>la</strong>n hermosamente en <strong>la</strong> inmensidad del Universo.<br />
Fue esa noche cuando Cara<strong>la</strong>mpio pensó, que él era una persona<br />
citadina, prometiéndose que algún día viviría en <strong>la</strong> gran ciudad.<br />
Transcurrieron los años y nuestro personaje permaneció en el<br />
campo realizando <strong>la</strong>s <strong>la</strong>bores, que había aprendido junto a su padre:<br />
cultivando <strong>la</strong> tierra y criando animales. Esa era <strong>la</strong> herencia que su progenitor<br />
le había legado. Pero al pequeño <strong>la</strong>briego jamás se le olvidó <strong>la</strong><br />
VT
impresión que había tenido al ver los resp<strong>la</strong>ndores luminosos de <strong>la</strong><br />
metrópolis; juró que algún día se iría a vivir <strong>para</strong> allá.<br />
La educación del campesino fue precaria, tan solo llegó hasta tercer<br />
grado de Educación Básica. Había en su pueblo una so<strong>la</strong> maestra<br />
que <strong>la</strong> l<strong>la</strong>maban “<strong>la</strong> señorita Eulogia”. El<strong>la</strong> fue su guía espiritual y académica<br />
durante los estudios de primero, segundo y tercer grado.<br />
Cierta vez, <strong>la</strong> educadora pretendió enseñarle a nuestro joven los<br />
quebrados, vale decir los números fraccionarios. Cara<strong>la</strong>mpio le manifestó<br />
“Maestra, creo que eso en el campo no sirve de nada, acá se venden<br />
<strong>la</strong>s vitual<strong>la</strong>s enteras y no por pedazos”. La señorita Eulogia no insistió,<br />
en realidad creía que su pupilo tenía razón. Cuando fue a enseñarle los<br />
Sistemas de Medidas, le habló del kilogramo, <strong>la</strong> libra y <strong>la</strong> tone<strong>la</strong>da. De<br />
nuevo, el discípulo preguntó:<br />
—Maestra ¿<strong>para</strong> qué nos sirven <strong>la</strong> tone<strong>la</strong>da y <strong>la</strong> libra si aquí <strong>la</strong>s<br />
únicas Unidades de Medidas son el saco y el guacal?<br />
La señorita Eulogia, quien descendía de campesinos, pensó que su<br />
pupilo estaba en lo cierto.<br />
El agricultor, ya casado, cierta mañana fue al pueblo <strong>para</strong> comprar<br />
abono <strong>para</strong> <strong>la</strong> siembra. Encontró en el banco de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za un libro que<br />
algún viajero había dejado olvidado. Como hombre honrado buscó y<br />
rebuscó en el pueblo al propietario de este objeto, pero no lo localizó.<br />
Fue a <strong>la</strong> oficina del prefecto <strong>para</strong> su entrega y posible devolución al propietario,<br />
a lo que aquel le manifestó:<br />
—Como el dueño del libro no aparece, te puedes quedar con él.<br />
Esas son cosas de alguna gente de <strong>la</strong> capital, quien debió pasar por el<br />
pueblo y lo dejó olvidado.<br />
Cara<strong>la</strong>mpio sabía leer muy bien y leyó el título del autor en voz alta:<br />
—La guerra y <strong>la</strong> paz de León Tolstoi —no se impresionó por lo<br />
leído ya que el título no le decía nada, además el autor no era vecino<br />
suyo. No se animó a leerlo, no quería perder tiempo en esas tonterías y<br />
muy adentro se preguntó ¿<strong>para</strong> qué voy aprender más? y en voz alta<br />
dijo—: Sé leer, sé sacar cuentas, sé firmar y no escribo mucho porque<br />
no tengo a quién mandarle una carta.<br />
El campesino llegó a su casa con el abono y el libro bajo su axi<strong>la</strong>.<br />
Como siempre, su esposa Dorotea lo recibió con un buen p<strong>la</strong>to de<br />
comida. Extrañada por ese objeto raro y desconocido que había traído,<br />
preguntó por él, su marido contestó:<br />
JVUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JVVJ<br />
Luces de <strong>la</strong> gran ciudad<br />
—Es un libro que alguien de <strong>la</strong> capital dejó olvidado en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za y el<br />
prefecto dijo que me quedara con él.<br />
Pero <strong>la</strong> curiosidad es enemiga de <strong>la</strong> ignorancia y el <strong>la</strong>briego, <strong>para</strong><br />
satisfacer <strong>la</strong> primera comenzó a llevarse el libro <strong>para</strong> <strong>la</strong>s faenas del<br />
campo. En los ratos libres se dedicaba a su lectura. Fue tanta <strong>la</strong> emoción,<br />
que a pesar del grosor del libro, lo leyó en una semana. Cuando<br />
terminó de leerlo le vino a <strong>la</strong> memoria <strong>la</strong>s luces de <strong>la</strong> gran ciudad y como<br />
los libros eran cosas de gente de <strong>la</strong> capital decidió comprar otros; así se<br />
convertiría en un hombre citadino.<br />
No tenía afición por ningún tema o tópico en especial, compraba<br />
cualquier libro que vendían en <strong>la</strong>s ferias del pueblo o en algunos<br />
remates que diversos comerciantes traían. Adquirió Don Quijote de <strong>la</strong><br />
Mancha, un diccionario, un libro sobre enfermedades renales, <strong>la</strong> Biblia,<br />
un libro sobre <strong>la</strong> historia de los aztecas, Los miserables, una antología<br />
poética, en fin, dotó a su biblioteca de una treintena de libros, suficientes<br />
como <strong>para</strong> convertirse en un hombre de <strong>la</strong> ciudad.<br />
El granjero se dedicó tanto a <strong>la</strong> lectura que su esposa y vecinos<br />
juraban que el joven agricultor se estaba volviendo loco. Leía y releía los<br />
mismos libros; fue tal el aprendizaje del <strong>la</strong>briego, que éste dejó de<br />
hab<strong>la</strong>r como sus coterráneos y como consecuencia, no le entendían.<br />
Dorotea le dijo un día:<br />
—¡Qué vaina, Cara<strong>la</strong>mpio!, ¿quién carajo te enseñó a hablá en inglé?<br />
—esto ocurrió cierto día cuando él le pidió su jubón y <strong>la</strong> vianda del<br />
condumio <strong>para</strong> yantar después de <strong>la</strong> faena.<br />
Una noche le dijo a Dorotea:<br />
—Por favor, mujer, pásame <strong>la</strong> jofaina que deseo darme una ablución.<br />
Recuerda que hoy es el onomástico del compadre Remigio y no<br />
quiero llegar después que fenezca <strong>la</strong> jarana.<br />
Dorotea, queriendo entender al pie de <strong>la</strong> letra el pedido, le llevó un<br />
trozo de tabaco de mascar, los interiores nuevos y una botel<strong>la</strong> de aguardiente.<br />
El marido se rio y él mismo buscó su ponchera, su jabón, su tusa<br />
<strong>para</strong> <strong>la</strong>varse y luego irse a celebrar el santo del compadre.<br />
A <strong>la</strong> mañana siguiente, después del sarao, Cara<strong>la</strong>mpio no se levantó<br />
de <strong>la</strong> cama, l<strong>la</strong>mó a su mujer y le comunicó:<br />
—Dorotea, mírame <strong>la</strong> andorga. Creo que tengo los pródromos de<br />
una flegmasía, debido al estropicio cometido con los comistrajos que<br />
preparó <strong>la</strong> menegilda del compadre —¿qué podía hacer nuestra<br />
Dorotea? ¿Hacia dónde iba a mirar <strong>la</strong> buena mujer? Abrió los ojos una
inmensidad y no le quedó otro remedio que asombrarse ante tanta incomprensión.<br />
La esposa del agricultor obró como cualquiera mujer de<br />
Cartago que se hubiese colocado frente Astarté, <strong>la</strong> diosa ídolo. Sintió<br />
temor por lo desconocido y permaneció impertérrita, vaci<strong>la</strong>nte, en actitud<br />
hierática sin saber que hacer. Estuvo a punto de un desmayo.<br />
Cuando <strong>la</strong> consorte del agricultor se recuperó del soponcio, miró<br />
despavorida al marido y salió corriendo abrazada por <strong>la</strong> locura. Se dirigió<br />
a <strong>la</strong> casa del compadre y al llegar, después de estar más tranqui<strong>la</strong>, le<br />
comunicó trému<strong>la</strong> de pánico:<br />
—Compadre, dos brujas, una tal Menegilda y otra l<strong>la</strong>mada Flegmacía<br />
le hicieron brujería a mi esposo en <strong>la</strong> comida que el<strong>la</strong>s trajeron y<br />
están buscando al indio Estropicio, <strong>para</strong> que le dé con un pródromo en <strong>la</strong><br />
cabeza de Cara<strong>la</strong>mpio —¿qué podía entender el compadre de esta jerigonza?<br />
Los dos se pusieron de acuerdo <strong>para</strong> regresar a <strong>la</strong> casa de Dorotea<br />
con <strong>la</strong> finalidad de ac<strong>la</strong>rar <strong>la</strong> situación.<br />
Al llegar a <strong>la</strong> casa de Dorotea el compadre le pidió al enfermo una<br />
explicación de lo ocurrido, con <strong>la</strong> única finalidad de tranquilizar los<br />
nervios de <strong>la</strong> comadre. Fue cuando nuestro bienhab<strong>la</strong>do agricultor le<br />
mostró <strong>la</strong> panza, <strong>para</strong> que observara que tenía los síntomas de una<br />
inf<strong>la</strong>mación, debido a los desórdenes cometidos con <strong>la</strong> comida que<br />
había pre<strong>para</strong>do su sirvienta. Es decir, Cara<strong>la</strong>mpio tradujo al léxico<br />
sencillo de los campesinos el problema de f<strong>la</strong>tulencia que había adquirido,<br />
de tanto comer y beber en <strong>la</strong> noche anterior. Dorotea quedó tranqui<strong>la</strong><br />
y se fue a pre<strong>para</strong>rle un guarapo de anís estrel<strong>la</strong>do. Cuando se lo<br />
entregó le dijo con rabia, en un lenguaje coloquial:<br />
—Tómate esto <strong>para</strong> que se te salgan los peos.<br />
La lectura envició a nuestro personaje. Leía y releía los mismos<br />
libros. Se estaba pre<strong>para</strong>ndo <strong>para</strong> cuando decidiera irse a <strong>la</strong> capital.<br />
Empezó a tomar decisiones, <strong>la</strong> primera: se cambiaría el nombre porque<br />
el suyo no era de ciudad sino del campo; por lo tanto, acordó l<strong>la</strong>marse<br />
Tolstoi como el autor del libro que se había encontrado. A su mujer, <strong>la</strong><br />
iba a bautizar como Amigdalitis, pensando que era el nombre más adecuado<br />
<strong>para</strong> el<strong>la</strong>, hasta que buscó en el diccionario el significado de dicha<br />
pa<strong>la</strong>bra y decidió cambiarlo por Nefertiti, a lo que su esposa respondió:<br />
“¡Carajo, ese nombre no es cristiano!” En fin, así lo decidió Cara<strong>la</strong>mpio,<br />
es decir, Tolstoi.<br />
Tolstoi compartía sus jornadas de trabajo con sus lecturas, además era<br />
muy cuidadoso con sus ahorros, con ellos aspiraba vivir en <strong>la</strong> gran ciudad.<br />
JNMMJ<br />
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JNMNJ<br />
Luces de <strong>la</strong> gran ciudad<br />
La soledad de los esposos se vio premiada, porque de tanto regar <strong>la</strong>s<br />
flores los frutos del matrimonio empezaron a llegar. Nefertiti le pidió a<br />
Tolstoi que por favor, pusiera nombres cristianos a sus hijos alegando<br />
que el<strong>la</strong> no hab<strong>la</strong>ba inglés, a lo que nuestro héroe le contestó: “De <strong>la</strong><br />
toponimia y el gentilicio de nuestra prole se encarga <strong>la</strong> geografía, pero de<br />
<strong>la</strong> nombradía de nuestros vástagos me encargaré yo”. Nefertiti salió<br />
corriendo y le trajo al esposo una torta de casabe con guarapo, pensando<br />
que Tolstoi, en <strong>la</strong> perorata, le había pedido algo de comer.<br />
Fueron tres los herederos del agricultor, dos varones y una hembra,<br />
a los que l<strong>la</strong>mó por mucho tiempo: Uno, Dos y Tres, hasta que encontrara<br />
los nombres adecuados <strong>para</strong> su descendencia. Fue en una feria del<br />
pueblo donde compró un pequeño libro titu<strong>la</strong>do: Breve florilegio de<br />
nombres propios personales, que le dio <strong>la</strong> solución a su problema.<br />
Al hijo mayor lo l<strong>la</strong>mó Andamaro, que viene del idioma germano y<br />
significa “grande por riqueza” y a partir de ese momento lo l<strong>la</strong>mó “Andamaro<br />
El Grande”. A <strong>la</strong> hembra <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mó Cleopatra, que viene del<br />
griego y significa “gloria de su padre” y al hijo menor lo l<strong>la</strong>mó Laomedonte,<br />
que en griego significa “el que rige al pueblo”. Esta fue <strong>la</strong> información<br />
que obtuvo del libro. Nuestro amigo Tolstoi se sintió orgulloso<br />
de los nombres de sus hijos y al comunicárselo a su mujer esta le manifestó:<br />
—Mira, mijo, ¿por qué le pusiste a mis muchachos nombres de matas?<br />
Tolstoi trabajaba, en sus <strong>la</strong>bores de agricultor noche y día, con <strong>la</strong><br />
única finalidad de ahorrar lo suficiente <strong>para</strong> ir a vivir con <strong>la</strong> familia en <strong>la</strong><br />
capital. Pasaron varias sequías y varios períodos de lluvias, hasta que<br />
logró reunir una modesta cantidad de dinero. Cierto día le comunicó a<br />
su mujer:<br />
—Nefertiti, he aumentado mi peculio personal y con ello me permito<br />
ir a <strong>la</strong> metrópolis en busca de un <strong>la</strong>r <strong>para</strong> mi consorte y mi prole.<br />
—<strong>la</strong> pobre mujer quedó en b<strong>la</strong>nco y lo único que se le ocurrió fue ir al<br />
baño a buscar un remedio <strong>para</strong> <strong>la</strong>s lombrices y le dio una cucharada al<br />
marido <strong>para</strong> que se le rebajara el peculio.<br />
Tolstoi se marchó después de dejarle cierta cantidad de dinero a su<br />
mujer y a los hijos <strong>para</strong> que se mantuvieran, mientras los mandaba a<br />
buscar. De todas maneras su familia podía vivir del fruto de <strong>la</strong> tierra y<br />
de los animales que se criaban en <strong>la</strong> finca. Su mujer, al igual que sus<br />
hijos, estaba pre<strong>para</strong>da <strong>para</strong> <strong>la</strong> dura faena del campo.
Nuestro héroe llegó a <strong>la</strong> capital en horas de <strong>la</strong> madrugada, cuando<br />
todavía <strong>la</strong>s luces enga<strong>la</strong>naban <strong>la</strong> gran ciudad. Pronto se apagarían, <strong>para</strong><br />
anunciar <strong>la</strong> llegada de un radiante amanecer. Tolstoi se emocionó,<br />
recordó <strong>la</strong> época cuando había venido con su padre. Cumplía así lo prometido:<br />
viviría en <strong>la</strong> capital. Se levantó del asiento del autobús y notó<br />
que había una se<strong>para</strong>ción en <strong>la</strong> iluminación; <strong>la</strong> ciudad estaba dividida<br />
entre <strong>la</strong>s luces de arriba y <strong>la</strong>s luces de abajo. En ese instante decidió que<br />
él viviría en <strong>la</strong> ciudad de <strong>la</strong>s luces de abajo.<br />
Tolstoi llegó al terminal de autobuses; de inmediato, agarró <strong>la</strong> maleta<br />
y fue en busca de un hotel. Como desconocía todo lo que se refería a hospedaje<br />
en <strong>la</strong> ciudad se dispuso a vivir en una de <strong>la</strong>s pensiones próximas al<br />
terminal. Fue allí donde empezaron los problemas de nuestro amigo.<br />
Tolstoi, una vez ubicado en el cuarto de su nueva residencia se dispuso<br />
a dormir en espera del alba, con <strong>la</strong> finalidad de buscar trabajo o<br />
alguna colocación. Al levantarse, saboreó <strong>la</strong>s primeras hieles de <strong>la</strong> decepción;<br />
parte de su dinero y de su equipaje había desaparecido. Como de<br />
costumbre, hizo <strong>la</strong>s rec<strong>la</strong>maciones de rigor, fue a <strong>la</strong> policía a denunciar el<br />
hurto, pero como ocurre en esos casos, todo quedó en <strong>la</strong> nada.<br />
Tolstoi, un hombre de campo, no se ami<strong>la</strong>nó por ese pequeño<br />
avatar que se le había presentado en el camino y de inmediato comenzó<br />
su peregrinaje hacia <strong>la</strong> jung<strong>la</strong> de cemento <strong>para</strong> él desconocida.<br />
¿Qué podemos decir del trabajo que pasó el pobre hombre? ¿Qué<br />
podía hacer un agricultor, un hombre del campo, en una ciudad que le<br />
era hostil? Nuestro personaje desempeñó los trabajos más variados:<br />
caletero, operador de carritos en automercados, limpiador de carros,<br />
cargó mercancías de comerciantes árabes <strong>para</strong> vender a domicilio, vendió<br />
<strong>perro</strong>s calientes. En fin, cualquier oficio en que se pudiese <strong>la</strong>borar<br />
en <strong>la</strong> en <strong>la</strong> ciudad, ese lo desempeñó Tolstoi.<br />
El letrado agricultor compartió su trabajo sólo con su trabajo, sólo<br />
a ello se dedicaba y no tenía ningún vicio. Alguna que otra vez compraba<br />
un libro <strong>para</strong> enriquecer su bienhab<strong>la</strong>do vocabu<strong>la</strong>rio. Fue tal su<br />
riqueza en el hab<strong>la</strong>, que sus compañeros de oficio lo l<strong>la</strong>maban el “filósofo”,<br />
no porque cultivara tal disciplina, sino porque era muy poco lo<br />
que entendían cuando el agricultor conversaba y compartía con ellos <strong>la</strong>s<br />
horas de descanso.<br />
Su dedicación al trabajo permitió que se hiciese de cierta cantidad<br />
de dinero <strong>para</strong> alqui<strong>la</strong>r una casa, no en <strong>la</strong> zona de <strong>la</strong>s luces bajas como él<br />
deseaba, sino en <strong>la</strong> otra, en aquel<strong>la</strong> donde los hombres y mujeres tienen<br />
JNMOJ<br />
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que desarrol<strong>la</strong>r <strong>la</strong>s piernas <strong>para</strong> poder llegar a su domicilio. En aquellos<br />
<strong>para</strong>jes donde el logro de <strong>la</strong>s esperanzas está tan lejos como <strong>la</strong> altura de<br />
sus hogares. Es decir, nuestro agricultor alquiló una pequeña casa en una<br />
de <strong>la</strong>s miles de <strong>la</strong>s zonas marginales que acordonan <strong>la</strong> capital. Para llegar<br />
al rancho alqui<strong>la</strong>do, Tolstoi tenía que subir trescientos veintiséis escalones,<br />
los cuales contó el primer día que durmió en su nuevo hogar. Al llegar<br />
arriba comprendió él porqué de <strong>la</strong>s luces bajas y <strong>la</strong>s altas de <strong>la</strong> ciudad.<br />
Mucho fue el trabajo que pasó Tolstoi en su nueva casa. Compartió<br />
sus miserias, lo único que podía compartir con sus vecinos, hasta<br />
que uno de ellos lo entusiasmó un día:<br />
—Carajo, “filósofo”, tú que no gastas dinero en nada ¿por qué no<br />
juegas un número en <strong>la</strong> lotería? —nuestro hombre siguió el consejo del<br />
vecino y jugó el trescientos veintiséis en un terminal del juego de azar.<br />
La suerte acompañó al “filósofo” al ganarse una módica cantidad<br />
de dinero. Esto permitió mandar a buscar a <strong>la</strong> mujer y a los hijos <strong>para</strong><br />
compartir con ellos una vida dura. Estaba convencido que pronto<br />
podría residir en <strong>la</strong> ciudad de <strong>la</strong>s luces bajas. Decidió ir por su familia y<br />
<strong>para</strong> ello le escribió una carta a <strong>la</strong> esposa en los siguientes términos:<br />
Querida Nerfertiti:<br />
Después que abandoné mis ocupaciones en <strong>la</strong> economía informal quiero<br />
anunciarte que mi situación <strong>la</strong>boral ha mejorado enormemente. Actualmente<br />
me desempeño, de manera estable, en <strong>la</strong> pequeña y <strong>la</strong> mediana<br />
industria y por lo tanto dispongo de cierta liquidez monetaria, por tal<br />
razón mi peculio ha aumentado. Esto me permite el gozo de ir por mi<br />
prole; a partir de ahora, podré compartir con mi familia en <strong>la</strong> gran metrópolis.<br />
Además, por esta misiva quiero comunicarte, que <strong>la</strong> diosa Cibeles,<br />
quien lleva sobre sus rodil<strong>la</strong>s <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve de los tesoros terrenales, me abrió<br />
con el<strong>la</strong> <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> fortuna y por esto pude agrandar mi cornucopia y<br />
mi hacienda.<br />
Este fin de semana apareja todos los enceres y los de los niños, <strong>para</strong> que<br />
vengas conmigo a <strong>la</strong> capital, junto con Andamaro El Grande, Cleopatra y<br />
Laomedonte. Prepárate <strong>para</strong> el periplo que tenemos que realizar hacia <strong>la</strong><br />
gran ciudad y así, de nuevo, podremos disfrutar nuestra vida en común en<br />
nuestro nuevo <strong>la</strong>r<br />
Pobrecita nuestra ignara campesina. Al recibir <strong>la</strong> misiva se contentó<br />
de tener noticias del marido. De inmediato, después de leer<strong>la</strong>,<br />
JNMPJ<br />
Luces de <strong>la</strong> gran ciudad
corrió a buscar un ungüento <strong>para</strong> bajarle ese bendito peculio que no terminaba<br />
de deshincharse, puesto que en <strong>la</strong> carta que había recibido le<br />
reiteraba que éste le había aumentado. Corrió y buscó entre los vecinos<br />
muchas botel<strong>la</strong>s y recipientes <strong>para</strong> que Tolstoi guardara en el<strong>la</strong>s <strong>la</strong><br />
liquidez a <strong>la</strong> que se había referido en <strong>la</strong> carta, y que lo estaba deshidratando.<br />
“¿Será que está miando mucho?”, pensó en voz alta nuestra pueblerina.<br />
Se fue al pueblo a comprar bastante estambre; tenía que hacerle<br />
al marido un periplo que le quedara bien y al regreso del pueblo, pasó<br />
por <strong>la</strong> casa de su comadre Alfonsina <strong>para</strong> que le prestara una pomada<br />
<strong>para</strong> untarle a Tolstoi en <strong>la</strong> cornucopia ya que una prostituta l<strong>la</strong>mada<br />
Cibeles le había pegado una ma<strong>la</strong> enfermedad.<br />
En fin, tal como lo prometido, el agricultor fue en busca de <strong>la</strong><br />
familia y <strong>la</strong> trajo a <strong>la</strong> gran ciudad. Cuando Nefertiti observó <strong>la</strong> escalera<br />
que tenía que subir <strong>para</strong> llegar a <strong>la</strong> casa, casi se desmayó. El<strong>la</strong>, acostumbrada<br />
a caminar a campo traviesa, ¿cómo iba hacer <strong>para</strong> subir y bajar<br />
tantos escalones?<br />
Se podrán imaginar <strong>la</strong> cantidad de trabajo que pasó esta familia en<br />
su nuevo hogar. Aunque Tolstoi se empeñaba en creer que eran muy<br />
felices, en su interior sabía que <strong>la</strong>s cosas no marchaban como él esperaba.<br />
La familia después de mucho esfuerzo se integró al barrio. Nefertiti<br />
hizo re<strong>la</strong>ciones sociales con <strong>la</strong>s otras mujeres de <strong>la</strong> localidad en el l<strong>la</strong>mado<br />
“Club La Pi<strong>la</strong>”. Este no era más que el grupo de vecinas que se<br />
congregaban alrededor de <strong>la</strong> pi<strong>la</strong> de agua situada en el escalón ciento<br />
veintidós. A este sitio acudían los vecinos de <strong>la</strong> comunidad <strong>para</strong> proveerse<br />
del vital líquido. Mientras <strong>la</strong> esposa de Tolstoi esperaba turno<br />
<strong>para</strong> abastecerse de agua con algunos recipientes, conversaba con <strong>la</strong>s<br />
vecinas sobre <strong>la</strong>s miserias y problemas que por esos <strong>para</strong>jes agobian a<br />
sus moradores. Es que <strong>para</strong> los pobres el hambre y <strong>la</strong>s desgracias son<br />
como el cielo, nunca terminan.<br />
Los hijos de nuestros héroes comenzaron a estudiar en <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> que<br />
quedaba en el escalón número cuatrocientos. Esto permitía, a <strong>la</strong> abnegada<br />
madre, vigi<strong>la</strong>rlos cuando iban y venían del establecimiento esco<strong>la</strong>r.<br />
Pasaron años que los otrora campesinos permanecían en <strong>la</strong> capital;<br />
no vale <strong>la</strong> pena describir cuántos y cuáles fueron los padecimientos de<br />
nuestra familia en <strong>la</strong> zona de <strong>la</strong>s luces altas de <strong>la</strong> gran metrópolis. Con<br />
los esfuerzos y sacrificios de los padres Andamaro El Grande estudiaba<br />
segundo año de Derecho en <strong>la</strong> universidad, Cleopatra tenía dieciséis<br />
JNMQJ<br />
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años y cursaba el último año de <strong>la</strong> segunda enseñanza y Laomedonte,<br />
seguía en los estudios a <strong>la</strong> hermana mayor.<br />
Pese a los esfuerzos de Tolstoi que trabajaba día y noche y los de<br />
Nefertiti que hacía arepas y empanadas <strong>para</strong> vender, <strong>la</strong> vida de <strong>la</strong> familia<br />
era sumamente difícil en <strong>la</strong> gran metrópolis. La bel<strong>la</strong> cuidad anhe<strong>la</strong>da,<br />
no era <strong>la</strong> quimera de sus sueños mozos.<br />
El inexorable tiempo pasó y cierto día, durante <strong>la</strong>s festividades<br />
navideñas, Tolstoi comenzó a subir sus trescientos veintiséis escalones.<br />
Ya no hacía el ascenso con <strong>la</strong> destreza de siempre. La juventud y <strong>la</strong><br />
fuerza se le estaban agotando, se veía algo canoso y bastante cansado.<br />
Algunos lo vieron subir como el Cristo, haciendo <strong>la</strong>s estaciones en el<br />
Calvario, tenía que descansar <strong>para</strong> aliviar el peso de <strong>la</strong> cruz. Esta cruz<br />
eran <strong>la</strong>s penas y <strong>la</strong>s pesadumbres que lo agobiaban. Otros lo oyeron contando<br />
cada uno de los escalones durante el recorrido hacia su rancho.<br />
Ciento uno. Aquí se sentó nuestro amigo. Recordó a su hija Cleopatra<br />
que recién graduada de bachiller, cuando regresaba de <strong>la</strong> celebración<br />
del grado, dos desnaturalizados <strong>la</strong> agarraron y abusaron de el<strong>la</strong>. De<br />
esta re<strong>la</strong>ción pecaminosa y contranatura nació el producto del pecado<br />
del cual el<strong>la</strong> era inocente. Los amigos cercanos del “filósofo” le hab<strong>la</strong>ron<br />
de un aborto, pero nuestro buen cristiano prefirió cargar él sobre sus<br />
hombros <strong>la</strong> desgracia de <strong>la</strong> familia y su hija, dentro del vientre, exhibir <strong>la</strong><br />
deshonra de su castidad. En fin, muestro amigo Tolstoi se hizo abuelo<br />
de un ser cuyo padre desconocía. A <strong>la</strong> querida nieta le puso el nombre de<br />
Melpóneme o musa de <strong>la</strong> tragedia, según lo afirmaba el libro de nombres,<br />
de acuerdo con el origen de su concepción.<br />
Doscientos uno. Aquí nuestro filósofo volvió a sentarse en el<br />
escalón y notó que <strong>la</strong>s luces de <strong>la</strong> ciudad no alumbraban; un apagón<br />
había dejado <strong>la</strong> gran metrópolis en total oscuridad, incluyendo el barrio<br />
donde vivía. En este descanso hizo presente en su memoria a su hijo<br />
menor Laomedonte, que ya no vivía con él.<br />
Recordó cuando varios amigos de su hijo le fueron avisar que hubo<br />
una redada en el barrio y como su vástago no tenía antecedentes, se lo<br />
llevó <strong>la</strong> recluta. Cuando fue al cuartel de conscripto a rec<strong>la</strong>mar —por<br />
ser su hijo menor de edad—, <strong>la</strong>s autoridades le comunicaron que al<br />
joven lo habían enviado <strong>para</strong> <strong>la</strong> frontera a prestarle servicios a <strong>la</strong> patria y<br />
además, allá se haría un hombre útil a <strong>la</strong> sociedad. Fue imposible cualquier<br />
diligencia <strong>para</strong> que le devolvieran al padre su querido hijo.<br />
JNMRJ<br />
Luces de <strong>la</strong> gran ciudad
Trescientos veintiséis y última estación de descanso de nuestro amigo,<br />
que ya se encontraba al frente de su casa. Se sentó nuevamente a<br />
reposar. La pesada carga lo abrumaba y lo tenía extenuado, sin poder<br />
quitarse el fardo que le pesaba en su espalda. Tolstoi venía del hospital,<br />
donde enviaron a su hijo mayor <strong>para</strong> extraerle dos ba<strong>la</strong>s: una del brazo y<br />
otra del muslo. Tal infortunio se produjo cuando dos malparidos le dis<strong>para</strong>ron<br />
a Andamaro El Grande <strong>para</strong> despojarlo de una chaqueta y de<br />
unos zapatos de marca, que tanto esfuerzo le había costado <strong>para</strong> adquirirlos.<br />
Afortunadamente su hijo estaba vivo y fuera de peligro, pero <strong>la</strong><br />
pena y el dolor que sentía el agricultor lo hacían parecer como si estuviese<br />
difunto.<br />
Tolstoi desde su ata<strong>la</strong>ya observó <strong>la</strong> ciudad sumergida en una oscuridad<br />
extraña y profunda. Miró hacia el cielo y no distinguió ninguna<br />
estrel<strong>la</strong>, puesto que <strong>la</strong> contaminación de <strong>la</strong> ciudad lo impedía y además,<br />
por estos <strong>la</strong>dos no existían <strong>la</strong>s luciérnagas que adornaran <strong>la</strong> profundidad<br />
de <strong>la</strong>s noches.<br />
Durante breve tiempo reflexionó y deseó mirar sus manos pero <strong>la</strong>s<br />
tinieb<strong>la</strong>s de <strong>la</strong> noche lo impedían. Se <strong>la</strong>s llevó a su nariz como queriéndole<br />
arrancarles el olor a bosta y a tierra mojada que recordaba perfectamente.<br />
De inmediato, como impulsado por una fuerza mayor se paró<br />
del escalón y con marcada furia gritó desde afuera del rancho:<br />
—¡Carajo, Dorotea, recoge tus macundales y los corotos, que<br />
Cara<strong>la</strong>mpio y su familia se van mañana bien temprano <strong>para</strong> el campo<br />
de donde nunca debimos salir!<br />
JNMSJ<br />
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Longevo americano<br />
Me pregunto siempre ¿cómo debo iniciar esta historia? Yo diría:<br />
ésta comenzó en <strong>la</strong> época de mi mocedad, pero es hoy cuando pienso<br />
escribir sobre lo acontecido. El origen de ésta, si mal no recuerdo, se<br />
remonta antes de <strong>la</strong> llegada del conquistador al mal l<strong>la</strong>mado “Nuevo<br />
Mundo” —pero si existíamos desde hacían siglos, mucho antes de <strong>la</strong><br />
llegada de aquellos extraños—. En fin, no creo recordar al detalle <strong>la</strong><br />
génesis de cómo comenzó todo. Quizás, a medida que vaya escribiendo<br />
aparecerán en <strong>la</strong> memoria parte de los acontecimientos que se sucedieron<br />
hace muchos, pero muchos años atrás.<br />
Ustedes pensarán que quien esto escribe es el conde de Saint Germain,<br />
gran impostor francés, quien tuvo fama de haber vivido mucho<br />
tiempo. Algunos afirman que fue un caballero de <strong>la</strong> orden del Temple<br />
durante <strong>la</strong>s Cruzadas, él aseveró que participó en <strong>la</strong> toma de <strong>la</strong> Bastil<strong>la</strong>,<br />
otros de sus seguidores certificaron que fue uno de los firmantes del<br />
Tratado de Versalles y otros, que vistió un elegante uniforme de general<br />
galo durante <strong>la</strong> Segunda Guerra Mundial.<br />
Mis primeros pasos por este p<strong>la</strong>neta fueron antes de <strong>la</strong> llegada de<br />
Colón. Me inicié en el arte de <strong>la</strong> caza y de <strong>la</strong> pesca, tal como lo hicieron<br />
mis ancestros. Puedo afirmar, que obtuve una buena educación. Ustedes<br />
mostrarán un mohín en su boca, parecido a una sonrisa y pensarán<br />
NMT
¿Qué sentido tiene seguir leyendo a semejante loco? Los antiguos<br />
hebreos tuvieron a Matusalén y los galos a su conde longevo, pregunto:<br />
¿acaso los nacidos en estos <strong>para</strong>jes no merecían tener un indio que<br />
viviera muchos años? ¿Los chamanes de mi tribu no podían poseer el<br />
secreto de alguna pócima que asegurara <strong>la</strong> eterna juventud?<br />
Mi padre no era cacique. Por lo general en <strong>la</strong> historia oral y escrita<br />
los personajes con características sobresalientes son hijos de reyes,<br />
generales ganadores de muchas batal<strong>la</strong>s o hijo de algún noble de <strong>la</strong> realeza,<br />
en cambio yo no, soy un indio vulgar y silvestre, cazador, recolector,<br />
dormí en hamaca tal como mis congéneres y además comía con<br />
<strong>la</strong>s manos, sin <strong>la</strong> elegancia de los cubiertos.<br />
Mi nombre, no puedo escribirlo en su forma original, no lo entenderían,<br />
además, no existe un diccionario que traduzca mi lengua a <strong>la</strong> del<br />
conquistador ibérico. Pero mi padre tuvo <strong>la</strong> precaución de colocarme<br />
uno que tendría que ver con mi vida futura. Éste, tras<strong>la</strong>dado al idioma<br />
del colonizador, más o menos significaría: “hombre de muchas vidas”.<br />
No se equivocó mi padre cuando me bautizó con ese nombre hace<br />
muchos siglos. Han pasados muchas lunas, muchas lluvias, muchas<br />
sequías y ahora, en esta época posmoderna me posesioné del título que<br />
vengo utilizando desde finales del siglo diecinueve. Ahora me l<strong>la</strong>man:<br />
“El longevo americano”.<br />
Ustedes, nuevamente se preguntarán ¿qué ha hecho semejante loco<br />
<strong>para</strong> merecer este título tan pomposo? Acaso <strong>la</strong> historia oral y escrita no<br />
ha archivado en <strong>la</strong> memoria de sus pueblos los calificativos de grandes<br />
dignidades, estos han servido <strong>para</strong> encumbrar a <strong>la</strong>s lumbreras, tales<br />
como: “el precursor”, “el libertador”, “el benemérito”, “el ilustre americano“,<br />
“el benefactor”, “el invicto”, “el restaurador” “el regenerador”, “el<br />
héroe del deber”, “el padre de <strong>la</strong> democracia” y tantos otros que enriquecen<br />
<strong>la</strong> literatura épica y del ja<strong>la</strong>mecatismo de nuestro país. La alta<br />
sociedad nunca ha sido mezquina en eso de endosarle grandes títulos a<br />
“encumbrados personajes“ de <strong>la</strong> política, el arte y <strong>la</strong> literatura.<br />
¿Qué obra he realizado <strong>para</strong> merecer tal título? ¿Qué cosa en el<br />
mundo puede ser más difícil que vivir tantos años sin haberlo pedido?<br />
Pues sí señor, no hice pacto con Mefistófeles <strong>para</strong> poseer <strong>la</strong> fuente de<br />
vida, tampoco fui a ningún brujo <strong>para</strong> que me diera algún bebedizo y así<br />
me asegurara <strong>la</strong> vida eterna. Tampoco bebí de <strong>la</strong> fuente de <strong>la</strong> eterna<br />
juventud. Simplemente viví, vivo y seguiré viviendo por muchos siglos,<br />
esto lo asegura mi nombre aborigen.<br />
JNMUJ<br />
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JNMVJ<br />
Longevo americano<br />
Es que ¿acaso es difícil vivir? No, durar cuarenta, cincuenta u<br />
ochenta años, debe ser muy fácil, pero ¿cómo hace una persona <strong>para</strong><br />
tener a cuestas tantos siglos? Nunca conocerán, afortunadamente, <strong>la</strong>s<br />
dificultades y el dolor de tener que perder familia, amigos y tantos<br />
afectos que se acumu<strong>la</strong>n durante una vida eterna. En fin, uno se adapta<br />
a los designios de <strong>la</strong> naturaleza o a los de Dios. Se entiende que los seres<br />
vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren, menos yo. Así pensaba y<br />
eso ocupaba mi cerebro cuando iba cazar o a pescar, cuando correteaba<br />
por estas tierras vírgenes y solitarias que me vieron nacer en mi primera<br />
y única vida. Sí señor, tal como se entiende, yo no he <strong>para</strong>do de vivir y<br />
por ello reconozco que merezco el título del “longevo americano”.<br />
¿Entonces qué es lo peor de vivir, si no es <strong>la</strong> pérdida de sus afectos?<br />
Le informo a los lectores que se decidieron a continuar este re<strong>la</strong>to: lo<br />
peor de esta vividera son los cambios a los que estoy obligado a soportar<br />
a través de <strong>la</strong>s diferentes épocas, puesto que soy un inmortal. Se pueden<br />
imaginar pasar de un período “primitivo” tal como nos calificaron los<br />
recién llegados a estas tierras, a una época colonial. Después de ésta, a <strong>la</strong><br />
independencia y así sucesivamente. No señor, no quiero ponerme en<br />
los calzones de aquel conde galo que supuestamente vivió desde <strong>la</strong> edad<br />
media y dicen que todavía camina por algún lugar de <strong>la</strong> Tierra, peleando<br />
en alguna que otra guerra que nunca falta.<br />
Si usted se p<strong>la</strong>ntea ser inmortal en nuestro país ponga atención por<br />
algunas de <strong>la</strong>s nimiedades por <strong>la</strong>s que tendrá que pasar.<br />
Durante <strong>la</strong> vida de indígena vivía tranqui<strong>la</strong>mente cazando, recolectando<br />
frutas y verduras que aseguraban el condumio y <strong>la</strong> existencia<br />
de <strong>la</strong> familia. Sin preocupación de <strong>la</strong>rgas jornadas de trabajo, pago de<br />
impuestos, cance<strong>la</strong>ción de condominio, cuentas del mercado, facturas<br />
de luz, agua, aseo, servicio de cable, cuota del sindicato y todas esas<br />
cosas novedosas que trajeron los navegantes de <strong>la</strong>s viejas tierras.<br />
Nuestra vida era muy sencil<strong>la</strong>; imagínense que no nos preocupábamos<br />
por <strong>la</strong> ropa; simplemente teníamos un guayuco que nos protegía <strong>para</strong><br />
que los bichos no nos picaran <strong>la</strong>s partes. Después supimos que esas<br />
partes eran “pudendas”, puesto que los navegantes decían que era<br />
pecado exhibir lo que <strong>la</strong> naturaleza nos había dado y que sabíamos que<br />
los otros también tenían. Por lo tanto, nos impusieron una nueva forma<br />
de vestir <strong>para</strong> esconder <strong>la</strong>s partes pecaminosas del cuerpo. Nos obligaron<br />
a usar unos trapos calurosos <strong>para</strong> no ofender al Todopoderoso<br />
con nuestra desnudez, ya que Él todo lo ve. Eso tuvimos que soportarlo
todos lo que vivíamos en este <strong>para</strong>íso terrenal, después de <strong>la</strong> llegada de<br />
los navegantes.<br />
Yo, que estaba acostumbrado a vagar por <strong>la</strong> sabana sin más ropa<br />
que un pedazo de guayuco, el cual sostenía lo que en <strong>la</strong> actualidad le<br />
l<strong>la</strong>man órgano sexual masculino, todo lo demás estaba al aire. Luego<br />
tuve que acostumbrarme a esa incómoda ropa que hacía sentirme como<br />
si estuviera en el mismo infierno de los cristianos. A partir de allí<br />
sudaba continuamente a borbotones; con esos trapos no podía <strong>la</strong>nzarme<br />
al río, como solía hacerlo con mi diminuta ropa. Además, esto<br />
conllevó a que muchos de nosotros se enfermara; ignorábamos que <strong>la</strong>s<br />
te<strong>la</strong>s había que <strong>la</strong>var<strong>la</strong>s. Luego, al igual que los navegantes, comenzamos<br />
a desprender un hedor simi<strong>la</strong>r a los mapurites salvajes.<br />
Pero si fue difícil <strong>para</strong> los hombres, mucho más complicado fue<br />
<strong>para</strong> <strong>la</strong>s mujeres; estas féminas no tenían porqué esconder lo que <strong>la</strong><br />
naturaleza les había dado. Pero fueron los conquistadores, aupados por<br />
los l<strong>la</strong>mados frailes —que de paso miraban lujuriosamente a nuestras<br />
indias— quienes obligaron a nuestras aborígenes a vestirse a <strong>la</strong> usanza<br />
de <strong>la</strong>s peninsu<strong>la</strong>res. Pobrecitas, cuánto debieron sufrir <strong>para</strong> acostumbrarse<br />
a esas horribles sayas españo<strong>la</strong>s. Pienso que todo fue por envidia<br />
de <strong>la</strong>s mujeres de los peninsu<strong>la</strong>res. Recuerdo <strong>la</strong> <strong>la</strong>scivia impregnada en<br />
los ojos de los recién llegados, cuando miraban los senos y <strong>la</strong>s nalgas<br />
desnudas de mis coterráneas.<br />
La cuestión de <strong>la</strong> religión no fue tan sencil<strong>la</strong>. Teníamos muchos<br />
dioses representados, algunos por bellos ídolos de piedra o madera: el<br />
dios Sol que nos daba <strong>la</strong> luz, <strong>la</strong> diosa Luna que algunas veces nos alumbraba<br />
<strong>la</strong>s noches oscuras, <strong>la</strong> diosa lluvia que nos rega<strong>la</strong>ba el agua <strong>para</strong><br />
regar <strong>la</strong>s cosechas, el dios del viento que nos quitaba el calor y a cada<br />
uno de ellos le pedíamos o le echábamos <strong>la</strong> culpa de lo sucedido. Es<br />
decir, dividíamos equitativamente el trabajo entre los diferentes dioses.<br />
El arribo de los navegantes complicó <strong>la</strong>s cosas. Nos inculcaron que<br />
había un solo Dios <strong>para</strong> todo; pueden creer mayor confusión <strong>para</strong> nosotros<br />
¿cómo una so<strong>la</strong> divinidad podía atender tantos problemas que<br />
afectaban nuestras tribus? Tenía que mandar lluvia <strong>para</strong> <strong>la</strong>s cosechas,<br />
curar enfermedades, ayudar al alumbramiento de los tripones, llenar<br />
los ríos de peces, enviarnos un poco de sol después de grandes chaparrones,<br />
entre otros. Siempre aseguré que era demasiado trabajo <strong>para</strong> un<br />
solo dios. Puede usted imaginarse lo difícil que fue <strong>para</strong> mí acostumbrarme<br />
a <strong>la</strong> nueva religión. Debo recordar que el conquistador llegó a <strong>la</strong><br />
JNNMJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
tierra de gracia armado con <strong>la</strong> Biblia, <strong>la</strong> cruz y el arcabuz <strong>para</strong> civilizar a<br />
estos pueblos ignorantes e ignorados del Dios cristiano.<br />
Como verán el gran conquistador, una vez establecida <strong>la</strong> colonia,<br />
nos impuso una unidad religiosa y también lingüística. Se nos prohibió<br />
hab<strong>la</strong>r nuestro lenguaje puesto que, según él, era una jerigonza usada<br />
por herejes. De igual manera nos forzaron a rezar y a comulgar a <strong>la</strong><br />
usanza peninsu<strong>la</strong>r.<br />
Pero eso no fue todo. No crean, no fue fácil <strong>para</strong> los hombres acostumbrados<br />
a descargar nuestras vísceras sin dificultad, sin tener que<br />
escondernos de los demás. En nuestra época “primitiva” estas actividades<br />
eran un acto social. Me sentaba frente a un amigo a descargar mi<br />
intestino, mientras conversábamos amenamente. Es decir nos cambiaron<br />
hasta <strong>la</strong> manera de realizar “<strong>la</strong>s necesidades fisiológicas” tal<br />
como lo mientan los peninsu<strong>la</strong>res. Tampoco logré entender <strong>la</strong> razón de<br />
escondernos de los demás cada vez que nos holgábamos con nuestras<br />
indias, ya que <strong>para</strong> nosotros era una forma natural de reproducirse.<br />
En fin, fueron muchos los sufrimientos que padecí <strong>para</strong> habituarme<br />
a este nuevo modo de vida, tenía: un nuevo idioma, una nueva<br />
religión, como consecuencia un nuevo Dios y único, nueva forma de<br />
vestir, hasta una nueva forma de comer. Tuve que olvidarme de <strong>la</strong> yuca,<br />
el topocho y del mono asado. Ahora comía pan, chuleta, bistec, pael<strong>la</strong> y<br />
otras cosas que no me caían bien. Todo marchó perfecto, ya que los<br />
hombres, de alguna manera tenemos una gran capacidad de adaptación<br />
ante una novedad.<br />
Se puede decir que me fui acomodando a este nuevo mundo.<br />
—¿qué podía hacer después de tantos años viviendo de esta manera?—<br />
Fui acostumbrándome al gobierno de los peninsu<strong>la</strong>res, al l<strong>la</strong>mado<br />
régimen de casta. Peor lo pasaron los que l<strong>la</strong>man ahora “hombres<br />
de color”. A estos trajeron de lejanas tierras. Los sometieron a una vil<br />
esc<strong>la</strong>vitud, los trataron peor que los animales, hasta que un “Papa piadoso”<br />
dictó un decreto: a partir de ese momento, primero ocurrió con<br />
los indios y mucho tiempo después fueron los negros, que tales criaturas<br />
tenían alma y por lo tanto éramos hijos de Dios. No por esto finalizó<br />
el sometimiento de los esc<strong>la</strong>vos negros ante los poderosos. Fueron<br />
los hombres traídos de África quienes en realidad realizaron los trabajos<br />
más duros. Nosotros lo aborígenes, nos fuimos acostumbrando al<br />
mangüareo y al bochinche. Con <strong>la</strong> excusa de que éramos unos flojos,<br />
nos dejaban los trabajos menos severos.<br />
JNNNJ<br />
Longevo americano
Todo marchaba a <strong>la</strong> perfección, bueno casi a <strong>la</strong> perfección, en <strong>la</strong>s<br />
tierras de los súbditos de su majestad. Hasta que un esc<strong>la</strong>vo, primero en<br />
Yaracuy, el negro Miguel se dec<strong>la</strong>ró nuevo rey de estas tierras. Luego,<br />
por allá en Coro, un zambo libre, José Leonardo, hijo de una india libre<br />
y un negro esc<strong>la</strong>vo, reunió a varios como él y se convirtieron en cimarrones.<br />
Quisieron se<strong>para</strong>rse de <strong>la</strong> monarquía peninsu<strong>la</strong>r, <strong>para</strong> proc<strong>la</strong>mar<br />
una nueva cosa l<strong>la</strong>mada “república”. Tengo <strong>la</strong> impresión que a los iberos<br />
no les gustó <strong>la</strong> idea. Para evitar una futura coronación u otra forma de<br />
gobierno, por orden de <strong>la</strong> Real Audiencia, se optó por <strong>la</strong> forma más sencil<strong>la</strong><br />
de impedir cualquier propósito de emancipación en el futuro: le<br />
cortaron <strong>la</strong> cabeza a todos los sublevados. Sus pensadoras fueron expuestas<br />
en el camino, cual trofeo de caza. De esa manera se impedía <strong>la</strong><br />
existencia de un nuevo rey; no habría cabeza a quien coronar.<br />
¿Qué más se puede decir de aquel<strong>la</strong> época de los colonizadores?<br />
Ahora recuerdo; por aquello de una deuda externa, igual que <strong>la</strong> de<br />
ahora, que a los españoles por no poder pagar<strong>la</strong>, se les ocurrió una idea<br />
genial como si estas tierras fueran de su propiedad: nuestro insigne<br />
ibero Carlos V, autorizó a una familia de banqueros germanos, los l<strong>la</strong>mados<br />
Welser, <strong>para</strong> que pob<strong>la</strong>ran <strong>la</strong> naciente provincia. De esta manera,<br />
los teutones se cobrarían y se darían los vueltos con todas <strong>la</strong>s<br />
riquezas extraídas del naciente país. Fue el primer período germánico<br />
que viví.<br />
Pare <strong>la</strong> lectura y póngase a pensar, nosotros los indios, acostumbrados<br />
a comer yuca, plátano, casabe, carne asada, chigüire y pescado<br />
asado; comida con bajo nivel de colesterol, pasamos a degustar chistorras,<br />
chorizos, cocidos gallegos, pael<strong>la</strong>, pan de trigo, hasta aprendimos<br />
a dormir una cosa que los peninsu<strong>la</strong>res l<strong>la</strong>maban “siesta”. A parir de esa<br />
época se comenzaron a ver algunos indios exhibiendo una prominente<br />
barriga. Después, con <strong>la</strong> llegada de los teutones empecé a comer salchichas<br />
y repollo. —Vean si no tengo razón—. Estaba c<strong>la</strong>ro, con <strong>la</strong> disciplina<br />
traída por los germanos era imposible pensar en una “siestesita”.<br />
Todo era puro trabajo.<br />
Pero <strong>la</strong> cosa no terminó allí. Empezaron a escucharse voces libertarias<br />
con <strong>la</strong> intención de independizarse de <strong>la</strong> Corona Españo<strong>la</strong>. Aparece<br />
en cierta época nuestro primer hombre internacional —según los estudiosos<br />
de <strong>la</strong> globalización—. En verdad, se veía un poco afrancesado,<br />
algo morigerado, quien nuevamente tuvo <strong>la</strong> osadía de hab<strong>la</strong>r de independencia.<br />
Aparece en este período, según mi archivo memorístico,<br />
JNNOJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
nuestro primer título: “el Precursor”. Nuestro galo precursor no fue<br />
mucho lo que pudo hacer. Nuestras castas sociales a lo único que<br />
estaban acostumbrados era al bochinche y no iban a abandonar su<br />
comodidad <strong>para</strong> cambiar<strong>la</strong> por una férrea disciplina europea, a <strong>la</strong> que<br />
estaba acostumbrado el recién llegado. Peor aún por <strong>la</strong>s venas de este<br />
aventurero no corría sangre noble, sino <strong>la</strong> de bodeguero.<br />
Me mantuve ajeno a todo eso. Seguía viviendo, a esto era a lo único<br />
que estaba acostumbrado; tenía mi india, mis indiecitos y no era mucho<br />
lo de trabajar <strong>para</strong> poder vivir. Tenía un conuco, unas gallinitas, pescaba<br />
con tranquilidad, evidentemente mis productos no eran <strong>para</strong> <strong>la</strong><br />
exportación, estos no tenían denominación de origen, ni control de<br />
calidad. Para <strong>la</strong> época cuando se escucharon nuevamente voces libertarias,<br />
supe de un joven zambo o pardo, de baja estatura, con patil<strong>la</strong>s y<br />
bigotes, un poco arrogante, que quiso seguir lo que había empezado el<br />
Precursor. Recuerdo cierta vez cuando, en un terremoto, el criollo se<br />
paró sobre los escombros y arengó contra Dios y contra <strong>la</strong> naturaleza,<br />
ya que él <strong>la</strong> obligaría a obedecerle.<br />
En esta parte de mi vida empecé a dudar de <strong>la</strong> religión, pues si el<br />
patiquín iba a obligar a <strong>la</strong> naturaleza y a Dios a obedecerle, era porque<br />
esa deidad no era tan omnipotente. Acá surgen mis primeros conflictos,<br />
pero miren lo que continúa.<br />
Nosotros los indios acostumbrados a los peninsu<strong>la</strong>res como dueños<br />
y señores de <strong>la</strong>s tierras y de nuestras voluntades, no podíamos imaginar<br />
que existiera otra forma de vida. Ahora venía este petimetre criollo, el<br />
que nombré anteriormente, a decirles a esos isleños y a esos gallegos que<br />
<strong>contar</strong>an con <strong>la</strong> muerte aún siendo indiferentes. Surgieron <strong>para</strong> mí <strong>la</strong>s<br />
primeras dudas: este patiquín quería romper con el establecimiento<br />
político de <strong>la</strong> época, al que todos estamos acostumbrados. ¿Quería eso<br />
decir que los peninsu<strong>la</strong>res eran tan mortales como nosotros? Mi mundo<br />
se derrumbó. Tenía tantos años viviendo y ahora debía cambiar todos<br />
mis hábitos.<br />
Continué viviendo en el caos. Me uní a <strong>la</strong>s fi<strong>la</strong>s libertadoras que<br />
comandaba el dandy de <strong>la</strong>s patil<strong>la</strong>s, al que le fue otorgado el título de “el<br />
Libertador”. Otros indios y negros se unieron a otro comandante que le<br />
endilgaron otro adjetivo que le resaltaba su gran dignidad, lo l<strong>la</strong>maron<br />
“el Urogallo”. Ambos líderes prometieron cosas. El segundo afirmaba<br />
que le iba a quitar <strong>la</strong>s tierras a los b<strong>la</strong>ncos y se <strong>la</strong>s iba a rega<strong>la</strong>r a los indios<br />
y a los negros que formaban su ejército. El primero, mucho más idealista<br />
JNNPJ<br />
Longevo americano
ofrecía <strong>la</strong> independencia, <strong>la</strong> libertad de comercio y luego, <strong>la</strong> libertad de<br />
los esc<strong>la</strong>vos.<br />
En fin, después de pasar casi cuatrocientos años viviendo y pensando<br />
que todo lo que nos había dado <strong>la</strong> madre patria era bueno, ahora<br />
había que destruirlo. Fue una época ca<strong>la</strong>mitosa. Había españoles, negros<br />
e indios al <strong>la</strong>do del patiquín peleando contra los españoles, negros e<br />
indios que estaban en el ejército del “Urogallo”.<br />
Fue entonces cuando descubrí que era venezo<strong>la</strong>no. Antes decía<br />
simplemente, soy súbdito de <strong>la</strong> Corona. El patiquín nos arengaba un<br />
sentimiento libertario afianzando nuestra nacionalidad y por tal razón,<br />
debíamos se<strong>para</strong>rnos de <strong>la</strong> monarquía. Nos habló de igualdad, libertad<br />
y fraternidad, pa<strong>la</strong>bras de uso diario en una revolución que se había gestado<br />
en un país europeo en <strong>la</strong> cual peleó, por cierto, nuestro Precursor y<br />
dicen que, también el conde Saint Germain.<br />
La vida transcurrió, viviendo de miserias, de muertes, enfermedades,<br />
pero eso sí afianzamos nuestra nacionalidad venezo<strong>la</strong>na. Nuestros<br />
l<strong>la</strong>nos, montañas, ríos y nuestra geografía fueron recorridos por<br />
hombres a caballos, canoas, curiaras, carretas, los cuales llevaban una<br />
asta en <strong>la</strong> que ondeaba <strong>la</strong> orif<strong>la</strong>ma tricolor signo de nuestra nacionalidad.<br />
Viví lo suficiente como <strong>para</strong> ver coronado los esfuerzos de los ejércitos<br />
libertadores, hasta que me vino otra confusión: el antiguo patiquín,<br />
ahora general del Ejército Libertador le cambió el nombre del<br />
país por <strong>la</strong> cual habíamos peleado y ahora lo l<strong>la</strong>maba Colombia.<br />
Cuando arengaba su fino verbo nos decía ¡colombianos! Entonces ¿qué<br />
había ocurrido? ¿Qué pasó con <strong>la</strong> venezo<strong>la</strong>nidad? En <strong>la</strong> medida que<br />
más vivía, más me confundía ¿no existirá un filósofo chino que tenga<br />
una máxima que diga “vive más <strong>para</strong> que te confundas más”? Si no<br />
existe <strong>la</strong> debo registrar como mía; el aforismo del “longevo americano”.<br />
En verdad eso de ser colombiano no me molestaba. Comencé a<br />
tomarme mis tintos por <strong>la</strong> mañana, aprendí a cocinar sobre barriga,<br />
libaba de vez en cuando mi aguardientito y nunca me faltaron en <strong>la</strong><br />
mesa <strong>la</strong>s papas chorreadas. Tenía <strong>la</strong> seguridad de que ahora era colombiano<br />
tal como lo aseguraba el Libertador.<br />
No crean que lo que vino después fue mucho mejor. Nada podía<br />
ser eterno, el único perpetuo soy yo. A pesar de que me adaptaba a <strong>la</strong>s<br />
nuevas formas, comencé a comprender que todo tiende a cambiar.<br />
Uno de los generales del Ejército Libertador, un rubio recio, de los<br />
que combatían por el l<strong>la</strong>no a lomo de caballo y <strong>la</strong>nza, que le mereció el<br />
JNNQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JNNRJ<br />
Longevo americano<br />
título: “el Ciudadano Esc<strong>la</strong>recido” o como también se le conoce “el León<br />
de Payara”, se enemistó con el creador de <strong>la</strong> patria. Por un decreto<br />
dec<strong>la</strong>raba “de ahora en ade<strong>la</strong>nte no seremos más colombianos, continuaremos<br />
siendo venezo<strong>la</strong>nos”. Yo, un indio ignorante, había olvidado<br />
cómo ser venezo<strong>la</strong>no, por lo tanto, tuve que ponerme nuevamente a<br />
practicar el gentilicio que por muchos años conocí.<br />
Se dan cuenta ustedes lo dificultoso que es vivir tanto tiempo.<br />
¿Cómo haría usted <strong>para</strong> resolver todo esos problemas de identidad<br />
nacional? Pero no crean que <strong>la</strong> cosa terminó en este período.<br />
Viví durante muchos años con el orgullo de ser venezo<strong>la</strong>no, eso sí,<br />
nos <strong>la</strong> pasábamos peleándonos entre nosotros. Cada año surgía un caudillo<br />
que decía que era más nacionalista que el otro, hasta que acabaron<br />
con buena parte del país. La patria se vio nuevamente sumergida en <strong>la</strong><br />
barbarie y en <strong>la</strong> miseria, con <strong>la</strong> seguridad de que manteníamos el<br />
orgullo de <strong>la</strong> nacionalidad.<br />
Todo marchó perfectamente mal, entre <strong>la</strong> barbarie y <strong>la</strong> miseria de<br />
los lugareños. Hasta que apareció en nuestra historia un caudillo, educado<br />
en París. El nuevo abanderado informó que lo único bueno era lo<br />
que provenía de <strong>la</strong> Ciudad Luz. Fue entonces cuando nos afrancesamos.<br />
Nuestra sociedad, pródiga en el arte de atraer hacia sus conspicuos<br />
miembros un buen mecate, le endilgó al refinado caudillo el título<br />
del “Ilustre Americano”. Se repite nuevamente lo de los títulos <strong>para</strong><br />
engrandecer <strong>la</strong> obra de tan excelso personaje.<br />
“El Ilustre” no fue mezquino en <strong>la</strong> decoración de <strong>la</strong> ciudad —de<br />
acuerdo a los moldes parisinos—. Tuvo el tupé de construir su propio<br />
arco de triunfo, emu<strong>la</strong>ndo al que observó en <strong>la</strong> ciudad, donde había<br />
pasado gran parte de su vida. Nuestra sociedad, novelera y frasquitera no<br />
tardó en tomar <strong>para</strong> sí <strong>la</strong>s orientaciones francesas: tanto de <strong>la</strong> moda, arte,<br />
gastronomía que venía del otro <strong>la</strong>do del Atlántico. Ya no se tomaba<br />
“leche de burra”, sino <strong>la</strong> espumosa “champaña” y al chocar <strong>la</strong>s copas no<br />
se decía salud sino santé. Ya no se empatucaba el pan con mantequil<strong>la</strong>,<br />
sino con el delicioso foie-gras. Fue tal nuestra novelería que adoptamos<br />
en nuestro idioma lo que los intelectuales de <strong>la</strong> lengua l<strong>la</strong>man galicismo.<br />
No decíamos señor ni señora; ahora en nuestro léxico aparecieron<br />
“madan” y “mesié” respectivamente; no se daban <strong>la</strong>s gracias, ahora se<br />
decía “mersí”, al mesonero lo l<strong>la</strong>maban “garzón”; cuando tropezábamos<br />
con alguien le decíamos “pardon” en vez de perdón, al queso derretido le
decían “fondiú” y cuando una mujer le pe<strong>la</strong>ba el ojo a un hobre, a eso lo<br />
l<strong>la</strong>maban “flirt”. Podemos pensar en tamaña frasquitería.<br />
De esta manera fui afianzando <strong>la</strong> venezo<strong>la</strong>nidad indígena germánica<br />
colombiana afrancesada. Ya no se comía casabe, ni mucho menos<br />
tomaba guarapo, ahora engullía pan francés o croissant. Cuando me<br />
invitaban a una “soireé”, un sarao, degustaba vino galo, hasta comía<br />
“entrecotte” y me despedía de mis amistades diciéndole “orreguá<br />
mesié”. Y cuando caminaba por <strong>la</strong>s calles de <strong>la</strong> capital, el aire se mezc<strong>la</strong>ba<br />
con los aromas de aguas de colonias y perfumes franceses importados<br />
de <strong>la</strong> Ciudad Luz.<br />
¿Poseo o no tengo razón al afirmar que no es fácil vivir tanto tiempo?<br />
Pero ustedes dirán, <strong>la</strong> cosa terminó en este período. Estaba demás decir<br />
que nuestra nacionalidad estaba afianzada. No había problema con <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada<br />
penetración cultural, mi enraizado proceso histórico no permitiría<br />
que ninguna bota extranjera pisoteara nuestra identidad cultural.<br />
Recuerdo que existió un señor bigotudo, éste provenía de <strong>la</strong> sierra y<br />
gobernó el país durante muchos años. En un principio de su mandato, ¿a<br />
que no saben qué hicieron los representantes de <strong>la</strong>s encumbradas familias?<br />
Enseguida lo coronaron con una diadema de <strong>la</strong>ureles y lo titu<strong>la</strong>ron<br />
“el Benemérito”. Se ve que nuestra sociedad, durante todas <strong>la</strong>s épocas no<br />
ha sido mezquina en eso de graduar personajes con los mejores honores.<br />
Pero qué les digo, nuestro “Benemérito”, durante una guerra entre<br />
todos los países, todos contra todos, se colocó del <strong>la</strong>do de los teutones.<br />
Para el dictador, <strong>la</strong> guerra <strong>la</strong> debía ganar el hombre de los bigoticos,<br />
porque los teutones, al igual que los hombres de <strong>la</strong> sierra donde él había<br />
nacido, eran disciplinados. Para esa época algunos <strong>la</strong>mbucios del país<br />
creyeron fielmente que había que acabar con los gitanos, judíos, los<br />
negros y los homosexuales. Más aún, le pidieron al Benemérito que<br />
construyera un horno crematorio en una de <strong>la</strong>s is<strong>la</strong>s deshabitadas, allá<br />
enviarían a los negros e indios de sangre impura, puesto que había<br />
pocos judíos y gitanos en el país. Con los homosexuales no había problemas,<br />
ellos estaban trabajando, como “voluntarios” en <strong>la</strong> construcción<br />
de <strong>la</strong>s carreteras y caminos que unieron al país. En algún vetusto<br />
álbum de nuestras dignas familias de <strong>la</strong> época, debe haber alguna foto<br />
donde el Benemérito aparece montado sobre un caballo imitando al<br />
“tercer reich”, en pose netamente germánica. Recuerdo que en ese<br />
período comencé a tomar cerveza, tal como los alemanes, y seguí comiendo<br />
salchichas con ensa<strong>la</strong>da de repollo y papa.<br />
JNNSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
Lo que pasa es que nuestros dirigentes se han empeñado en afianzar<br />
en nosotros, en los indios, en los negros y en los mestizos lo que se l<strong>la</strong>ma<br />
<strong>la</strong> pureza de <strong>la</strong> cultura con <strong>la</strong> finalidad de evitar cualquier intromisión<br />
extranjera en el devenir cultural del país.<br />
Estaba saliendo del período teutón, simi<strong>la</strong>r como los pintores que<br />
hab<strong>la</strong>n del período azul o del violeta, cuando surgió <strong>la</strong> época del desarrollo<br />
e industrialización de lo que algún intelectual l<strong>la</strong>mó “el excremento<br />
del diablo”.<br />
Entramos ahora a una nueva etapa que ha durado y permanecido<br />
tal como el imperio romano, pero igualmente estoy pre<strong>para</strong>do <strong>para</strong> <strong>la</strong><br />
próxima.<br />
A este período ya estoy adaptado, ya hemos dejado los galicismos y<br />
el germanismo, ahora me estoy acostumbrando al anglicismo. Ya no<br />
digo “mesié” sino “míster” y mucho menos madam, ahora digo “misia”.<br />
Es que desde que llegaron <strong>la</strong>s petroleras a mi país, <strong>la</strong>s cosas cambiaron<br />
por completo. Ya los jóvenes no juegan <strong>la</strong> gallinita ciega, ni el “gárgaro<br />
agachao”, ni “guataco” por <strong>la</strong>s orejas, ni “el escondido”; ahora juegan<br />
“béisbol” y “basquetbol” juegos que identifican el criollismo lúdicro, el<br />
cual que aprendimos de <strong>la</strong>s compañías. Organizamos nuestros equipos<br />
simi<strong>la</strong>res a como lo hacían los del Norte, por eso de que el Norte es una<br />
quimera.<br />
Aparecieron nuevos regímenes y nuestra sociedad no fue mezquina<br />
en eso de otorgarles títulos a los gobernantes, aún sin haber acudido<br />
a una universidad. Aparece en nuestra historia política uno que<br />
l<strong>la</strong>maban el “padre de <strong>la</strong> democracia” título éste que lo disputan varios<br />
ex presidentes, pero en fin, pertenece también al glosario criollo de <strong>la</strong>s<br />
designaciones, <strong>para</strong> honrar a los grandes hombres de <strong>la</strong> naciente democracia.<br />
Comenzaba el período gringo de nuestra idiosincrasia.<br />
Hubo una lucha de influencias extranjeras sobre el imberbe gobierno<br />
del pueblo y <strong>para</strong> el pueblo: los ingleses querían introducir al país<br />
sus juegos de jockey y fútbol, los germanos nos querían obligar a comer<br />
salchichas y los españoles no perdían <strong>la</strong>s esperanzas de que continuáramos<br />
siendo súbditos del caudillo español que representaba en <strong>la</strong> Tierra<br />
lo que Dios en el cielo. En fin, pudo más <strong>la</strong> influencia del Norte a través<br />
de <strong>la</strong>s compañías petroleras; preferimos el hotdog, <strong>la</strong> “coca co<strong>la</strong>” y el<br />
béisbol, con los que identificamos nuestra idiosincrasia. Por ello <strong>la</strong> formación<br />
de equipos de béisbol era un problema de identidad nacional.<br />
Nuestros teams, simi<strong>la</strong>r a los del septentrión, tenían nombre de<br />
JNNTJ<br />
Longevo americano
animales: “los tiburones” “<strong>la</strong>s águi<strong>la</strong>s”, “los leones” y otros nombres de<br />
nuestra zoología, afianzando de esta manera nuestra venenzo<strong>la</strong>nidad.<br />
La influencia del Norte en lo criollo ha sido de mucha importancia<br />
<strong>para</strong> el desarrollo de país y ésta ha sido de tal magnitud que en algún<br />
momento de nuestra vida un grupo de venezo<strong>la</strong>nos le solicitaron al<br />
gobierno de turno que “por favor cambie <strong>la</strong> capital de <strong>la</strong> nación <strong>para</strong> una<br />
penínsu<strong>la</strong> situada al Norte, donde los venezo<strong>la</strong>nos gastan más divisas<br />
que en su propia patria”. Tal petición fue discutida en el Congreso pero<br />
<strong>la</strong>mentablemente no prosperó. La historia nos reve<strong>la</strong> que fueron varias<br />
<strong>la</strong>s comunidades indígenas que tuvieron <strong>la</strong> intención de revocar <strong>la</strong><br />
medida tomada por el Congreso; afirmaron con vehemencia que esto<br />
atentaba contra <strong>la</strong> nacionalidad de nuestros ciudadanos.<br />
Me fui adaptando al nuevo período, parecía que era el mejor de mi<br />
vida, más de una vez viajé <strong>para</strong> <strong>la</strong> capital que nos fue negada por <strong>la</strong> ignorancia<br />
de nuestros congresantes. No se imagina <strong>la</strong> cantidad de cosas<br />
“made in USA” que abarrotaban mis maletas cuando llegaba nuevamente<br />
al país. Por allá <strong>la</strong>s cosas estaban tan baratas que algo en mi interior<br />
me impulsaba a comprar dos artículos iguales. Este período fue una<br />
delicia.<br />
Para mí, <strong>la</strong> bandera tricolor y <strong>la</strong> de estrel<strong>la</strong>s con barras, son los símbolos<br />
de <strong>la</strong> venezo<strong>la</strong>nidad, me identifico con el<strong>la</strong>s, tal como el l<strong>la</strong>nero lo<br />
hace con <strong>la</strong> “coleada de toros” o como cualquiera de nosotros lo hace<br />
con <strong>la</strong> hal<strong>la</strong>ca y el tequeñón. Pero <strong>la</strong> cosa se complicó en cierta época.<br />
Tal inconveniente aconteció cuando se disputaba el campeonato de un<br />
deporte que practican Europa y que había visto por televisión. Fue en<br />
este período cuando me arrepentí de haber vivido tanto; maldije a los<br />
chamanes por los teteros ingeridos, los cuales me permiten morar por<br />
estas tierras durante una eternidad.<br />
Se inició un campeonato mundial de lo que los europeos l<strong>la</strong>man<br />
“fútbol”. Comenzó nuevamente mi inquietud. Yo, que dominaba a <strong>la</strong><br />
perfección nuestro vocabu<strong>la</strong>rio criollo, tales como: “jonrón”, “hit”,<br />
“raifil” y otras pa<strong>la</strong>bras como “p<strong>la</strong>y ball” que nos hace orgullosos del<br />
sentir venezo<strong>la</strong>no, tenía que incorporar otras <strong>para</strong> poder entender el<br />
dichoso juego.<br />
Pero allí no quedó <strong>la</strong> cosa. Vivo en un apartamento cuya terraza da a<br />
uno de los grandes corredores viales que cruza <strong>la</strong> urbanización que<br />
habito. Cuál no sería mi sorpresa, cuando durante <strong>la</strong> culminación del<br />
JNNUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
mundial de fútbol escucho en <strong>la</strong> avenida unos estruendos, bocinas, gritería.<br />
Al asomarme al balcón, mi estupor ante el estrépito llegó al<br />
máximo, cuando veo ondear sobre <strong>la</strong> ventana de los carros, no <strong>la</strong> bandera<br />
tricolor, ni <strong>la</strong> de rayas con estrel<strong>la</strong>s que me identifican con el ser<br />
venezo<strong>la</strong>no, sino que veo una verdiamaril<strong>la</strong> ondeando, tal como f<strong>la</strong>meó<br />
<strong>la</strong> bandera tricolor, en <strong>la</strong> época de <strong>la</strong> guerra libertadora. Conf<strong>la</strong>gración<br />
donde nuestro pendón despedía olor a pólvora y a sangre derramada<br />
por nuestros soldados, <strong>para</strong> que nos sintiéramos orgullosos de ser venezo<strong>la</strong>nos.<br />
De esa nueva orif<strong>la</strong>ma emanaba un olor a cerveza, ron, anís y a<br />
jolgorio, pero en ningún momento <strong>la</strong> identifiqué como los símbolos de<br />
<strong>la</strong> nacionalidad conocidos por mí.<br />
Después que pasó el estruendo, regresé a mi estudio <strong>para</strong> escuchar<br />
música criol<strong>la</strong>: “hip hop” y “reguetón”. Decidí retomar un nuevo entretenimiento:<br />
mientras jugaba “p<strong>la</strong>y station” recordé que debía comprar una<br />
botel<strong>la</strong> de “carpiriña” <strong>para</strong> degustar una buena “hamburguesa”, acompañado<br />
con un delicado “mouse de choco<strong>la</strong>te”. A continuación tomaría un<br />
“güayoyo bien caliente”. Finalmente, <strong>para</strong> acelerar <strong>la</strong> digestión, pa<strong>la</strong>dearé<br />
un delicioso “cuantreu on the rock” y luego, me iría a descansar en<br />
un chinchorro de moriche. De esta manera hago ga<strong>la</strong> de mi título “el<br />
longevo americano”, y de mi gran raigambre criol<strong>la</strong>.<br />
Como habrán leído los lectores mi capacidad de adaptación es<br />
grande y más aún en esta época, en <strong>la</strong> que sop<strong>la</strong>n aires globalizadores.<br />
Utilizaré mis poderes mentales <strong>para</strong> amoldarme a un nuevo período de<br />
mi vida y ello permitirá afianzar mucho más el sentimiento nacional del<br />
“longevo americano”.<br />
JNNVJ<br />
Longevo americano
La joven directora<br />
Dos pasos ade<strong>la</strong>nte y uno <strong>para</strong> atrás, dos pasos ade<strong>la</strong>nte y uno <strong>para</strong><br />
atrás... A este ritmo cargaban <strong>la</strong> urna de quien fuera uno de los habitantes<br />
de un pueblo de Barlovento. Ya lo habían ve<strong>la</strong>do y rezado, sólo<br />
faltaba el paseo ritual por <strong>la</strong>s calles empedradas y empolvadas del<br />
caserío, <strong>para</strong> llevarlo a <strong>la</strong> última morada. Algunas caras negras con rostros<br />
de dolor acompañaban al difunto y otros, abrazados entre ellos con<br />
aliento a ron, entonaban un cántico propio de <strong>la</strong>s etnias negras y que<br />
<strong>para</strong> otros, ajenos a estas tierras, hubiese sido una pieza de baile propia<br />
de <strong>la</strong> fiesta de San Juan. Un canto en el que sus tonalidades llevaban el<br />
dolor, el sufrimiento y <strong>la</strong>s tristezas de los primeros negros traídos en los<br />
barcos que realizaban el repugnante y vil comercio de seres humanos.<br />
—¿A quién llevan ahí? —seña<strong>la</strong>ndo al sarcófago, preguntó una<br />
joven cargada con una maleta. Por el aspecto parecía recién llegada de<br />
<strong>la</strong> capital.<br />
—Al director de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>— contestó una hermosa trigueña,<br />
quien se encontraba a su <strong>la</strong>do y formaba parte del coro del canto funerario,<br />
junto con los demás concurrentes al acto mortuorio. La muchacha<br />
de <strong>la</strong> maleta hizo <strong>la</strong> señal de <strong>la</strong> cruz al pasar el féretro frente a<br />
el<strong>la</strong>. Miraba con asombro el espectáculo del baile de difuntos. El<strong>la</strong>, como<br />
persona citadina, nunca había visto un entierro bai<strong>la</strong>do y mucho<br />
NON
menos, que <strong>la</strong>s personas que acompañaban al difunto entonaran canciones<br />
al son de tambores que insinuaban jolgorio y alegría, pero nunca<br />
tristeza y pesar.<br />
—¿Y de qué murió el director de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>? —<strong>la</strong> muchacha de <strong>la</strong><br />
maleta hacía <strong>la</strong> pregunta pero sin dirigir<strong>la</strong> a nadie en particu<strong>la</strong>r, sus ojos<br />
se entretenían viendo el espectáculo nunca visto. La misma trigueña<br />
que estaba a su <strong>la</strong>do contestó:<br />
—Lo encontraron privado a <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> del río. La comadrona del<br />
pueblo dice que murió de un susto.<br />
Dos pasos <strong>para</strong> ade<strong>la</strong>nte y uno <strong>para</strong> atrás. Así continuaba <strong>la</strong> procesión<br />
fúnebre entre los cantores; todos iban entre<strong>la</strong>zados, turnándose una<br />
botel<strong>la</strong> de aguardiente. De esta manera entonaban el canto funerario de<br />
<strong>la</strong> etnia; tonada que habían transmitido los ancestros desde sus tierras<br />
africanas. Réquiem de tierras lejanas, importado por hombres sometidos<br />
a <strong>la</strong> ignominiosa esc<strong>la</strong>vitud en nombre de Dios y su majestad el rey.<br />
Con un mohín, casi una sonrisa, <strong>la</strong> muchacha de <strong>la</strong> maleta preguntó:<br />
—¿Y cómo puede una persona morirse de un susto?<br />
La hermosa trigueña que sostenía <strong>la</strong> ve<strong>la</strong> con rictus solemne, volteó<br />
<strong>para</strong> ver quién hacía <strong>la</strong> pregunta; notó que <strong>la</strong> joven de <strong>la</strong> maleta no era<br />
de su color y con cierto desdén le contestó:<br />
—Ay señorita, cómo se ve que uté no es de po’aquí. En este pueblo<br />
pasan cosas que naiden sabe explicá.<br />
Ya cuando pasaron los últimos acompañantes de <strong>la</strong> procesión<br />
funeraria, <strong>la</strong> joven de <strong>la</strong> maleta tomó lo suyo y con <strong>la</strong> blusa nueva pegada<br />
al cuerpo —por el intenso calor tropical—, se dirigió por <strong>la</strong>s calles<br />
empedradas y polvorientas del caserío. Miraba a uno y otro <strong>la</strong>do <strong>la</strong>s<br />
casas de barro con techos de palmera, observando los hombres de color<br />
que estaban sentados enfrente de sus casas, en espera de lo que nunca<br />
sucedería. Notaba, que algunos de ellos se le quedaban mirando con<br />
cierta extrañeza. Durante el trayecto <strong>la</strong> joven recién llegada, también<br />
los atisbaba con disimulo y todavía no entendía su presencia en ese<br />
caserío. Para el<strong>la</strong>, era inevitable com<strong>para</strong>r lo que veía con <strong>la</strong> capital,<br />
donde estaba su casa y todas <strong>la</strong>s comodidades.<br />
Acababa de graduarse de maestra normalista y como no consiguió<br />
trabajo en ninguna parte, el ministerio decidió enviar<strong>la</strong> como directora<br />
a ocupar el cargo del difunto, quien recién había pasado de<strong>la</strong>nte de el<strong>la</strong>.<br />
Sacó el papel donde estaba <strong>la</strong> dirección de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> y le preguntó a uno<br />
de los lugareños, el cual se encontraba fuera de su casa. De inmediato,<br />
JNOOJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JNOPJ<br />
La joven directora<br />
uno de ellos, sin proferir alguna pa<strong>la</strong>bra —pues por el calor abrasador le<br />
daba flojera hasta de conversar—, apuntó con su dedo <strong>la</strong> casa requerida.<br />
Al arribar a <strong>la</strong> dirección indicada en el papel, tocó <strong>la</strong> puerta, dudando<br />
que esta casa destarta<strong>la</strong>da fuera el local, donde el<strong>la</strong>, como maestra<br />
graduada con altas calificaciones, se desempeñaría como directora de<br />
escue<strong>la</strong>. La joven de <strong>la</strong> maleta esperó que le abrieran <strong>la</strong> puerta, con <strong>la</strong><br />
tentación de dejar todo y salir corriendo <strong>para</strong> <strong>la</strong> capital.<br />
Abrió <strong>la</strong> puerta un señor fornido y trigueño de cabellos ensortijados<br />
y canosos, con edad indefinible, puesto que <strong>la</strong> edad de esas personas, <strong>la</strong><br />
cual se determina por años de sufrimientos, no es fácil calcu<strong>la</strong>r<strong>la</strong> de una<br />
so<strong>la</strong> mirada. En ese momento <strong>la</strong> joven tomó <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra:<br />
—Buenas tardes, señor. Soy <strong>la</strong> maestra Zunilde, <strong>la</strong> nueva directora<br />
de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> —el señor trigueño de muchos años, <strong>la</strong> observó con una<br />
mirada escrutadora, recorriendo con ésta todo el cuerpo y el alma de <strong>la</strong><br />
joven directora.<br />
—Pase uté, diretora, yo soy Julián, el encargao de hacé <strong>la</strong> limpieza<br />
de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> los fines de semana.<br />
La maestra Zunilde recorrió con su mirada parte del local donde, a<br />
partir del lunes, iba a dirigir el proceso educativo, aplicando los últimos<br />
procedimientos metodológicos y didácticos. El<strong>la</strong> con diecinueve años y<br />
sin ninguna experiencia, se sintió desconso<strong>la</strong>da de este pueblo olvidado<br />
de Dios, del ministerio y muy cerca del infierno, dado el calor que <strong>la</strong><br />
atormentaba.<br />
—Maestra Zunilde, uté es muy joven pa’ sé <strong>la</strong> directora de esta escue<strong>la</strong>.<br />
Le recomiendo que se vuelva a <strong>la</strong> capital en el autobús que pasa a<br />
<strong>la</strong>s siete de <strong>la</strong> noche.<br />
Julián recibió con estas pa<strong>la</strong>bras a <strong>la</strong> joven directora, quien no comprendía<br />
estas frases, quizás ni siquiera <strong>la</strong>s oyó, ante <strong>la</strong> perplejidad que le<br />
produjo el destarta<strong>la</strong>do centro educativo, donde el<strong>la</strong> aspiraba innovar<br />
junto con sus seis maestras y una secretaria.<br />
—Yo que se lo digo, maestra Zunilde, vuélvase pa’ <strong>la</strong> capital. Regrese<br />
por donde vino. Con ellos no pudo ni el difunto maestro Andrés<br />
Solórzano. Él ya había ido a consultar a un brujo de Birongo y éste le dijo<br />
que abandonara <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> lo más rápido posible.<br />
Así le hab<strong>la</strong>ba Julián a <strong>la</strong> juvenil maestra y finalmente, sentenció:<br />
—Maestra, tiene que cuidarse mucho.<br />
La novel educadora comenzó a ponerle atención a Julián y lo<br />
observó detenidamente. El<strong>la</strong>, que en su época adolescente había leído
La cabaña del tío Tom, lo comparó con el personaje central de <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> y<br />
de inmediato sintió un gran afecto por él.<br />
—No se preocupe, señor Julián, yo sé tratar a los niños y además,<br />
aspiro no tener problemas con <strong>la</strong>s maestras y <strong>la</strong> secretaria de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>.<br />
Julián se sonrió, bajó <strong>la</strong> cara y se miró los pies, cubiertos por unas<br />
alpargatas desgastas por el uso. Trató de esconderlos detrás de una sil<strong>la</strong>,<br />
como queriendo ocultar su destrozado aspecto ante <strong>la</strong> presencia sudorosa,<br />
acica<strong>la</strong>da y joven de <strong>la</strong> maestra Zunilde. Como si el avejentado<br />
aspecto y lo raído su ropa, producido por años de sufrimientos, fuera<br />
algo por lo que debía avergonzarse.<br />
—Ay, maestra Zunilde, uté está equivocá. Como siempre, en <strong>la</strong><br />
capital metiendo embustes.<br />
La directora colocó <strong>la</strong> maleta sobre el piso y cuando ya se disponía a<br />
sentarse <strong>para</strong> continuar <strong>la</strong> conversación pegó un grito despavorido, al<br />
sentir por su cabeza y por su pelo el revoloteo de una cosa.<br />
—No se asuste directora, esos son los murcié<strong>la</strong>gos, esos no hacen<br />
na’, pero los otros sí.<br />
La maestra Zunilde se recuperó del susto y una vez más tranqui<strong>la</strong>,<br />
preguntó a Julián:<br />
—¿Por qué dices que en <strong>la</strong> capital siempre mienten?<br />
El obrero se paró <strong>para</strong> espantar el murcié<strong>la</strong>go con un trapo rojo y<br />
fue en busca de una totuma <strong>para</strong> llevarle café a <strong>la</strong> joven acompañante.<br />
—Tómese un poquito que está recién co<strong>la</strong>o.<br />
La maestra agarró <strong>la</strong> totuma con dificultad, puesto que sólo hacía<br />
uso de tasas <strong>para</strong> beber, se mantuvo esperando con ansiedad <strong>la</strong> respuesta<br />
del viejo.<br />
—Directora, esta escue<strong>la</strong> tiene so<strong>la</strong>mente dos maestras, una es <strong>la</strong><br />
señora Benita B<strong>la</strong>nco, el<strong>la</strong> no pudo vení a recibir<strong>la</strong> po’que está cortando<br />
racimos de topochos. La maestra Benita da c<strong>la</strong>se de primero, segundo y<br />
tercer grado a los cuatro alumnos que tiene: Andrés de dieciséis años<br />
que estudia primer grado, Julio el hijo de Monzón, el que tiene <strong>la</strong><br />
bodega. Este manganzón estudia segundo grado y tiene catorce años y<br />
<strong>la</strong>s dos hijas de Tomasa, <strong>la</strong> que barre <strong>la</strong> iglesia cuando viene el cura, el<strong>la</strong>s<br />
estudian tercero y tienen dieciséis y diecisiete años.<br />
La joven directora se mostró estupefacta ante lo confirmado por<br />
Julián. Miraba y miraba <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>, <strong>la</strong> com<strong>para</strong>ba con <strong>la</strong>s que el<strong>la</strong> conocía<br />
en <strong>la</strong> capital, en <strong>la</strong>s que el<strong>la</strong> había realizado sus prácticas docentes y<br />
notaba que en nada se parecían.<br />
JNOQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
—Bueno, señor Julián, ¿y cómo se l<strong>la</strong>ma <strong>la</strong> otra maestra? —preguntó<br />
en tono resignado—. El bueno de Julián trató de esconder nuevamente<br />
sus pies forrados por <strong>la</strong>s destrozadas alpargatas, <strong>la</strong>s que estaban<br />
así por sus enormes pies. Julián durante muchos años había trabajado<br />
muy duro en <strong>la</strong> misma hacienda donde su abuelo fue esc<strong>la</strong>vo y su padre,<br />
en ese mismo sitio, había sido un negro manumiso. Sus pies estaban<br />
desfigurados de tanto cargar racimos de plántanos, topochos y sacos de<br />
cacao. Con una media carcajada contestó:<br />
—La otra maestra es uté, quien tiene que dar c<strong>la</strong>se a cuarto, quinto<br />
y sexto grado; <strong>la</strong> maestra Benita tiene quince años dando los mismos<br />
grados y no sabe más nada.<br />
Ante estas pa<strong>la</strong>bras <strong>la</strong> maestra Zunilde se tomó el café de un solo<br />
trago, sin percatarse de que el líquido estaba caliente; casi de inmediato<br />
le provocó agarrar <strong>la</strong> maleta y regresar de nuevo a su casa.<br />
Julián observó con cierta compasión <strong>la</strong>s lágrimas que corrían por<br />
los carrillos de <strong>la</strong> joven maestra Zunilde, que tomaron un color terroso<br />
al mezc<strong>la</strong>rse con el sudor, el rubor y el polvo del camino. Pensando que<br />
Julián sabía todo lo que ocurría en <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>, <strong>la</strong> maestra preguntó nuevamente<br />
—Bueno, señor Julián, ¿y mis alumnos?<br />
—Por sus alumnos no se preocupe maestra —Julián respondió—.<br />
Uté tiene sólo cuatro pasmarotes, los hijos de Magdalena, <strong>la</strong> que reza<br />
los rosarios en los velorios y en los novenarios. Ellos trabajan en <strong>la</strong><br />
hacienda de don Andrés De Sousa; sólo asisten a <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> dos veces a<br />
<strong>la</strong> semana.<br />
La voz quebrada y <strong>la</strong>s lágrimas corriéndole por <strong>la</strong>s mejil<strong>la</strong>s, <strong>la</strong>s<br />
cuales dejaban un camino c<strong>la</strong>ro hasta <strong>la</strong>s comisuras de los <strong>la</strong>bios, mostraban<br />
el estado de ánimo de <strong>la</strong> joven directora. Presa de angustia, preguntó<br />
nuevamente:<br />
—Y <strong>la</strong> secretaria, ¿cómo se l<strong>la</strong>ma?<br />
En el momento que el<strong>la</strong> hizo <strong>la</strong> pregunta, Julián agarró nuevamente<br />
el trapo rojo <strong>para</strong> espantar otros murcié<strong>la</strong>gos que estaban revoloteando<br />
por el salón de primero, segundo y tercer grado. Se habían<br />
mantenido siempre en esta sa<strong>la</strong>. Julián pensaba en su interior: “Son<br />
como <strong>la</strong> maestra Benita B<strong>la</strong>nco, no quieren salir del mismo grado”.<br />
—La secretaria ¿cuál secretaria? El difunto maestro Solórzano,<br />
que en paz descanse, él mismo hacía los trabajos en <strong>la</strong> máquina vieja<br />
que está en un cuartico situado al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> letrina.<br />
JNORJ<br />
La joven directora
JNOSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />
Parecía que a <strong>la</strong> maestra Zunilde se le había agotado <strong>la</strong> capacidad<br />
<strong>para</strong> asombrarse. Ahora, era el<strong>la</strong> quien quería esconder detrás de <strong>la</strong> sil<strong>la</strong><br />
sus zapatos nuevos llenos de polvo del camino, al com<strong>para</strong>rlos con<br />
detenimiento con <strong>la</strong>s desgastadas alpargatas que calzaban los enormes<br />
pies de Julián. Su mirada, era <strong>la</strong> de una sonámbu<strong>la</strong>, permanecía hipnotizada.<br />
De nuevo oyó una voz que le recordaba que estaba acompañada.<br />
—Maestra Zunilde, le repito, el autobús pasa de nuevo a <strong>la</strong>s siete<br />
de <strong>la</strong> noche pa’que regrese a <strong>la</strong> capital. Mire que peores son los otros.<br />
“Peores son los otros”, fue lo último que escuchó <strong>la</strong> joven directora.<br />
“Peores son los otros…”, repitió en voz baja, con sus ojos dirigidos<br />
hacia una cucaracha que pasaba por debajo de <strong>la</strong> sil<strong>la</strong>. Sin hacer el gesto<br />
de repugnancia que tanto le causaban estos animales farfulló:<br />
¿Qué puede ser peor de lo que estaba pasando? ¿Qué había hecho<br />
<strong>para</strong> que el Ministerio <strong>la</strong> enterrara en vida en este pueblo infernal? Y<br />
continuó, ahora, meditando en voz alta: “¿Qué puede ser peor que esta<br />
escue<strong>la</strong>, donde tengo que hacer maestra de cuatro mozalbetes, de secretaria<br />
y de paso de espanta murcié<strong>la</strong>gos?”.<br />
Julián, sabía lo que le estaba pasando por <strong>la</strong> cabeza a <strong>la</strong> joven directora.<br />
A manera de consuelo le indicó, en tono algo sosegado:<br />
—Su cuarto es aquel que se ve en el fondo, al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> letrina. Se lo<br />
acomodé esta mañana. Todos sabíamos que uté venía hoy —mientras<br />
Julián decía estas frases comenzó a levantarse de <strong>la</strong> sil<strong>la</strong>, moviendo sus<br />
pesados años, despidiéndose con estas últimas pa<strong>la</strong>bras—: Si uté quiere,<br />
maestra, pa’que no tenga que ir de noche a <strong>la</strong> letrina, puede comprarse<br />
una bacinil<strong>la</strong> en <strong>la</strong> bodega del viejo Monzón. Si no tiene dinero, no se<br />
preocupe, él fía. Ya le pagará cuando cobre su primer sueldo. Aquí le<br />
dejo unas ve<strong>la</strong>s pa’que se alumbre esta noche.<br />
El viejo Julián se fue lentamente arrastrando sus pesados pies y con<br />
ellos más de quinientos años de sufrimientos de estos pueblos. La maestra<br />
lo observaba desde <strong>la</strong> puerta, hasta que lo confundió con <strong>la</strong> oscuridad<br />
que comenzaba a mostrarse. También, a esta hora, empezaban a aparecer<br />
los candiles de <strong>la</strong>s ve<strong>la</strong>s encendidas de <strong>la</strong>s casas vecinas a <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>.<br />
“En este pueblo de Barlovento <strong>la</strong>s noches son tan oscuras como <strong>la</strong> piel de<br />
sus habitantes”. En eso pensaba <strong>la</strong> nueva docente cuando vio alejarse a su<br />
amable anfitrión.<br />
La maestra Zunilde aprovechó los últimos vestigios de c<strong>la</strong>ridad<br />
<strong>para</strong> dar un recorrido por <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>. Dos cuartos con seis pupitres cada<br />
uno, dos escritorios destarta<strong>la</strong>dos con sus sil<strong>la</strong>s de <strong>la</strong>tón, una cartelera
con el corcho deteriorado y dos papeles pegados con tachue<strong>la</strong>s donde se<br />
leía “Aniversario de <strong>la</strong> independencia. 5 de julio de 1963” y en el otro,<br />
“Moral y luces son nuestras primeras necesidades. Bolívar”. La joven<br />
directora no se animó a sacar <strong>la</strong> cuenta de los años transcurridos desde<br />
<strong>la</strong> última cartelera. Eran muchos.<br />
En su recorrido <strong>la</strong> maestra Zunilde espantó doce murcié<strong>la</strong>gos, mató<br />
diez cucarachas y pegó un grito cuando le pasaron dos inmensas ratas por<br />
encima de sus zapatos llenos de polvo del camino. Nadie acudió a socorrer<strong>la</strong>.<br />
A partir de ese momento se sintió muy so<strong>la</strong>, <strong>la</strong> soledad y el miedo<br />
comenzó a penetrar por cada uno de los resquicios de sus entrañas.<br />
Se fue a su cuarto, contempló el catre viejo que serviría de lugar de<br />
reposo, un esca<strong>para</strong>te con el espejo partido y un cajón que serviría de<br />
mesa de noche. La maestra encendió <strong>la</strong> ve<strong>la</strong> que estaba sobre el cajón y<br />
notó que su mano estaba temblorosa. El movimiento de <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ma de <strong>la</strong><br />
ve<strong>la</strong> producía un espectáculo fantasmagórico. Cada momento parecía<br />
que anunciaba <strong>la</strong> visita un murcié<strong>la</strong>go, una rata o una cucaracha. Estaba<br />
pre<strong>para</strong>da con el trapo rojo que le había dejado Julián y en <strong>la</strong> otra mano,<br />
sostenía el rosario que había traído de <strong>la</strong> capital, un regalo de su abue<strong>la</strong><br />
el día de su primera comunión.<br />
Una vez que sacó de su maleta <strong>la</strong> dormilona b<strong>la</strong>nca que se iba poner<br />
<strong>para</strong> dormir, después de algunos rezos y aspirando que <strong>la</strong> ve<strong>la</strong> le durara<br />
hasta el amanecer, se dispuso acostarse; con <strong>la</strong> seguridad de que esa noche<br />
no podría conciliar el sueño.<br />
Finalmente, <strong>la</strong> ve<strong>la</strong> se consumió en su totalidad y el cuarto quedó<br />
completamente a oscuras. Una oscuridad que <strong>la</strong> joven directora jamás<br />
hubiese imaginado, parecía que todo, absolutamente todo lo habían pintado<br />
de azabache. Todo estaba sumergido en una profunda negritud.<br />
Transcurrido cierto tiempo, más allá de <strong>la</strong> medianoche, <strong>la</strong> joven<br />
directora comenzó a impacientarse, como si notase <strong>la</strong> presencia de seres<br />
extraños. No eran murcié<strong>la</strong>gos, ni <strong>la</strong>s cucarachas, ni <strong>la</strong>s ratas. Su<br />
piel se puso como <strong>la</strong> de <strong>la</strong> gallina y sintió un escalofrío que le recorrió<br />
todo el cuerpo.<br />
Escuchó que movían los pupitres, sintió que barrían los salones de<br />
<strong>la</strong> escue<strong>la</strong> y <strong>para</strong> colmo, alguien estaba dándole a <strong>la</strong>s tec<strong>la</strong>s de <strong>la</strong> vetusta<br />
máquina de escribir. Ante tales ruidos, <strong>la</strong> joven directora se sintió<br />
horrorizada, quiso mirar sus manos <strong>para</strong> ver<strong>la</strong>s temb<strong>la</strong>r, pero <strong>la</strong> oscuridad<br />
de <strong>la</strong> noche se lo impidió. Prefirió pensar que todo era producto<br />
de su imaginación y por breves instantes le volvió <strong>la</strong> calma a su espíritu.<br />
JNOTJ<br />
La joven directora
Pudo detectar el revoloteo de los murcié<strong>la</strong>gos, pero no les tuvo<br />
miedo, más bien se sintió reconfortada, pues ellos no le hacían sentir <strong>la</strong><br />
soledad. Su estado de ánimo cambió cuando oyó nuevamente el ruido<br />
de <strong>la</strong> máquina de escribir y el movimiento de <strong>la</strong>s gavetas del estropeado<br />
archivo.<br />
Los ojos y <strong>la</strong> cara de terror de <strong>la</strong> joven directora era imposible describirlos<br />
puesto que <strong>la</strong> noche había entrado por <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>.<br />
La oscuridad era tal que ni el<strong>la</strong> misma sabía dónde se encontraba. Una<br />
cosa sí era cierta, <strong>la</strong> maestra estaba aterrorizada.<br />
A <strong>la</strong> mañana siguiente, muy temprano, llegó Julián, <strong>para</strong> hacerle<br />
café a <strong>la</strong> directora y se percató que <strong>la</strong>s puertas y ventanas de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong><br />
estaban de par en par. Un estremecimiento le heló los huesos. Era el<br />
escalofrío de <strong>la</strong> muerte. En ese momento supo que se encontraba solo,<br />
que <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> estaba nuevamente abandonada. Buscó infructuosamente<br />
y pensó que <strong>la</strong> maestra se había ido. Se dirigió al cuarto y se dio<br />
cuenta que <strong>la</strong> puerta estaba abierta. Encontró <strong>la</strong> maleta y otros enseres<br />
de <strong>la</strong> joven directora.<br />
Salió corriendo moviendo sus pesados años, pero de inmediato se<br />
paró, como si algo o alguien le dijera hacia dónde debería conducir sus<br />
pasos cansinos. Se dirigió, con marcha apresurada e imprecisa, hacia el<br />
río que atravesaba el pueblo. Cuando llegó a <strong>la</strong> ribera, esperó un rato.<br />
Julián contemp<strong>la</strong>ba el río como en espera de algún mensaje, aparte<br />
de los <strong>la</strong>mentos y los quejidos de los hombres de su etnia que siempre<br />
arrastraba <strong>la</strong> corriente. Mientras observaba con detenimiento, <strong>la</strong>s aguas<br />
de <strong>la</strong> corriente trajo un nuevo pesar. Notó que sobre el agua flotaba un<br />
trapo b<strong>la</strong>nco. Penetró a grandes zancadas dentro de su viejo amigo el<br />
río. Tomó <strong>la</strong> prenda entre sus manos y se percató de que era una dormilona<br />
b<strong>la</strong>nca.<br />
El viejo Julián agarró <strong>la</strong> prenda y se <strong>la</strong> colocó en el pecho, del <strong>la</strong>do<br />
del corazón. Se le salieron <strong>la</strong>s lágrimas y tiró nuevamente al río <strong>la</strong> invalorable<br />
pieza. Se secó <strong>la</strong>s manos en <strong>la</strong> parte trasera del pantalón, miró al<br />
cielo y exc<strong>la</strong>mó:<br />
—Maestra Zunilde, yo le advertí que se fuera en el autobús de <strong>la</strong>s<br />
siete, porque peores eran los otros.<br />
Las lágrimas siguieron fluyendo y resba<strong>la</strong>ndo por los cachetes<br />
oscuros del viejo Julián, quien miraba cómo se alejaba <strong>la</strong> dormilona<br />
b<strong>la</strong>nca llevada por <strong>la</strong>s aguas turbulentas de su amigo.<br />
JNOUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
—Pobrecita, se <strong>la</strong> llevó el río, tan joven que estaba el<strong>la</strong> —miró nuevamente<br />
hacia el cielo pidiendo por el alma de <strong>la</strong> maestra y fijó en su<br />
memoria el recuerdo de <strong>la</strong> joven directora.<br />
JNOVJ<br />
La joven directora<br />
àìäáç NVUT
Diálogos con el vividor<br />
—Tú me preguntas: ¿qué entiendo yo por vivir? La respuesta es<br />
muy sencil<strong>la</strong>. Vivir no es levantarse, irse a trabajar, comer y dormir, ni<br />
tampoco, repetir cada día lo mismo que el día anterior. Yo diría, que<br />
esos son los ciclos vitales que les aseguran a los humanos <strong>la</strong> existencia.<br />
La vida es poner los cinco sentidos, sí es que no hay más, al servicio de<br />
uno. Vivir es deleitarse con los ojos: mirar un paisaje, aguzar los sentidos<br />
ante una obra pictórica como un Rubens, embelesarse dando una<br />
ojeada y si es posible, tocar <strong>la</strong> Venus de Milo. Escuchar una bel<strong>la</strong><br />
melodía, por ejemplo el Aleluya de Händel. Vivir, es sentir en tu mano<br />
<strong>la</strong> piel sensible de un cuerpo femenino y experimentar por todo el organismo<br />
<strong>la</strong> forma como mana el flujo sanguíneo. Como un correo que<br />
avisa al cerebro del gran éxtasis en que uno se encuentra —estas fueron<br />
<strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de Idelfonso Corbiére, conocido en el pueblo del Yunque<br />
con el seudónimo del “Francés”.<br />
La pregunta que cabe formu<strong>la</strong>r es <strong>la</strong> siguiente ¿qué hacía un francés<br />
culto por estas tierras olvidadas de Dios? Todos sabemos que <strong>para</strong><br />
llegar a este orbe hay que atravesar seis horas de carretera de tierra,<br />
desde <strong>la</strong> capital de <strong>la</strong> provincia, donde el único paisaje son unas piedras.<br />
Las figuras pétreas, todos los días rec<strong>la</strong>man al sol lo imp<strong>la</strong>cable que ha<br />
sido con éstas. Los nacidos en El Yunque afirman, que ya <strong>la</strong>s formas<br />
NPN
ocosas no sudan como antes, puesto que ya se les agotó el agua. Cuentan<br />
los viejos que durante mucho tiempo, de esas rocas siempre manaba<br />
un manantial cristalino. Da <strong>la</strong> impresión que ese hontanar permanece<br />
seco y de allí lo que reverbera es un calor imp<strong>la</strong>cable. La gente cree que<br />
son <strong>la</strong>s mismas piedras que Moisés tocó con su báculo prodigioso. El<br />
verdor del paisaje de estos <strong>para</strong>jes está retenido únicamente en <strong>la</strong> memoria<br />
de los pob<strong>la</strong>dores más viejos; sin embargo, todos los moradores<br />
se mantienen aferrados a este pueblo y se niegan abandonar el terruño<br />
legado por los antepasados.<br />
Pero no he respondido <strong>la</strong> pregunta. El francés llegó a El Yunque<br />
en una motocicleta destarta<strong>la</strong>da y le preguntó a un aborigen por un<br />
pueblo l<strong>la</strong>mado El Martillo, nuestro pueblo vecino con el cual teníamos<br />
ciertas desavenencias por cuestiones de territorialidad. Los martillences<br />
afirmaban que el Yunque les pertenecía por un edicto emitido<br />
desde <strong>la</strong> época colonial y por lo tanto, todos sus terrenos eran propiedad<br />
de los pob<strong>la</strong>dores de El Martillo. Los yuquenses, aseguran que todo eso<br />
era mentira, ya que a partir de <strong>la</strong> guerra libertadora todos los decretos<br />
reales y los de <strong>la</strong> capitanía general quedaron anu<strong>la</strong>dos automáticamente<br />
y como consecuencia, abolidos todos los derechos que de tales disposiciones<br />
se derivaran. Por lo tanto, se consideraban propietarios por ser<br />
pisatarios del lugar desde <strong>la</strong> época de <strong>la</strong> independencia. La guerra entre<br />
los habitantes de El Yunque y los de El Martillo era secu<strong>la</strong>r. Se quemaban<br />
<strong>la</strong>s pocas p<strong>la</strong>ntaciones, se robaban <strong>la</strong>s gallinas, los patos, además<br />
de otros desmanes.<br />
Trataban, en lo posible, de sabotear todos los juegos y todas <strong>la</strong>s<br />
fiestas patronales de ambos pueblos. En fin, creo que ni <strong>la</strong> ONU hubiese<br />
dirimido esta controversia. Tanto los unos como los otros estaban organizados<br />
en mesnadas bárbaras <strong>para</strong> penetrar, cada una, en el otro pueblo.<br />
Simi<strong>la</strong>r a <strong>la</strong>s guerras conquistadoras de los romanos, o de los otomanos o<br />
a <strong>la</strong>s Cruzadas. Ninguno de los habitantes de El Yunque y de El Martillo<br />
tenía el menor rescoldo <strong>para</strong> insultar a su vecino. Se <strong>la</strong> pasaban buscando<br />
en los diccionarios los epítetos más peregrinos <strong>para</strong> calificarlos: si alguno<br />
afirmaba que los yuquenses eran unos gaznápiros, los vecinos le respondían:<br />
“Los martillenses son unos pavisosos”. Que si los primeros eran<br />
unos fariseos, entonces los otros lo insultaban con el adjetivo de fámulos<br />
de <strong>la</strong> corona españo<strong>la</strong>. En fin, se podría escribir una antología de ludibrios,<br />
baldones e insultos como consecuencia de <strong>la</strong> guerra entre estos dos<br />
pueblos.<br />
JNPOJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JNPPJ<br />
Diálogos con el vividor<br />
Bueno se preguntarán, ¿y qué pasó con Idelfonso? Debo decir que<br />
esta guerra siempre se mantenía viva, así como <strong>la</strong> de los judíos y palestinos.<br />
El yuquense, a quien el francés le formuló <strong>la</strong> pregunta le respondió:<br />
—Mira gringo, el fuego devastó a ese pueblo hace muchos años y<br />
de ellos no quedó ni siquiera carbón <strong>para</strong> leña —era evidente, que<br />
nuestro lugareño no tenía idea de <strong>la</strong> geografía universal ni del gentilicio<br />
de <strong>la</strong>s personas; <strong>para</strong> él, todo rubio era gringo y recíprocamente, todo<br />
gringo era rubio. El peregrino, algo maduro, de pelo amarillo, con su<br />
mirada azu<strong>la</strong>da, hizo un oteo muy rápido de <strong>la</strong>s casas que conformaban<br />
el pueblo y sintió un profundo desaliento. Como por arte de birlibirloque<br />
hubiera querido desaparecer del tercer mundo. El extraño, parloteó<br />
en un desfigurado castel<strong>la</strong>no; le preguntó al aborigen dónde<br />
podía alojarse y que le recomendara un taller <strong>para</strong> arreg<strong>la</strong>r <strong>la</strong> moto.<br />
Hab<strong>la</strong>ba con un marcado acento francés, en el que el idioma galo mezc<strong>la</strong>do<br />
con el español, se transformaba en otro nuevo.<br />
La presencia de Idelfonso atrajo a varios vecinos del lugar, quienes<br />
lo miraban con <strong>la</strong> extrañeza de un ser tan raro. ¿Cuándo un hombre<br />
rubio, colorado y mal oliente se había paseado por El Yunque? Como los<br />
presentes escucharon <strong>la</strong> intención del rubio de ir al pueblo vecino, todos<br />
le ofrecieron al unísono <strong>la</strong> posibilidad de darle hospedaje en su casa, con<br />
<strong>la</strong> única condición de que se bañara. No cabía duda, cuando se mezc<strong>la</strong> el<br />
calor, con los humores emanados por esos cuerpos rubios, se exha<strong>la</strong> un<br />
vaho mefítico insoportable <strong>para</strong> <strong>la</strong>s narices de cualquier ser humano. No<br />
fue fácil <strong>la</strong> transacción, el galo afirmaba que se podía bañar dos veces por<br />
semana y los yuquenses no estaban conformes, hasta que acordaron que<br />
Idelfonso se bañaría cuatro veces a <strong>la</strong> semana, previa supervisión. Para el<br />
cumplimiento del pacto fue asignado uno de los vecinos, cuyo único trabajo<br />
era verificar si el francés cumplía con lo estipu<strong>la</strong>do.<br />
En fin, se acordó que el extranjero pernoctaría en varias casas y ello<br />
no le acarrearía ningún desembolso. Había que impedir, por sobre<br />
todas <strong>la</strong>s cosas, que el francés se dirigiera a su destino original. Los<br />
yuquenses adoptaron al hombre proveniente del otro <strong>la</strong>do del océano.<br />
Una vez que se retiró Idelfonso los notables del pueblo tomaron una<br />
decisión. L<strong>la</strong>maron a Carmelito Utrera, hombre versado en <strong>la</strong> mecánica<br />
y le dieron <strong>la</strong> orden de impedir que nadie re<strong>para</strong>ra <strong>la</strong> moto y si era<br />
posible, <strong>la</strong> terminara de dañar. Era inminente, justo y necesario, que el
francés debía permanecer en El Yunque, hasta que <strong>la</strong> junta de emergencia,<br />
<strong>la</strong> cual se había creado en ese momento, tomara una nueva decisión<br />
al respecto.<br />
Evidentemente, hay fallos que transforman, <strong>para</strong> bien o <strong>para</strong> mal,<br />
<strong>la</strong> vida de un p<strong>la</strong>neta, de un país, de una región, hasta <strong>la</strong> de un pobre<br />
mortal. A veces, a una so<strong>la</strong> persona le toca tomar una resolución y al<br />
final, pesará sobre el<strong>la</strong> excelentes beneficios o grandes pesadumbres. Si<br />
Nerón no hubiese quemado a Roma otra cosa hubiese pasado; si<br />
Moisés no sale de Egipto, <strong>la</strong> historia de Israel sería otra; si Napoleón no<br />
decide atacar a Rusia, quizás no se hubiese escenificado <strong>la</strong> batal<strong>la</strong> de<br />
Waterloo y <strong>la</strong> historia del imperio francés hubiese sido otra. En fin, en<br />
oportunidades una gran o una tonta decisión, decide el destino de una o<br />
muchas personas. Esto fue lo que sucedió con nuestro apreciado rubio.<br />
Idelfonso en sus conversaciones, a pesar de hab<strong>la</strong>r mal el español,<br />
dio muestras de ser un hombre de buenas costumbres, gran facundia y de<br />
una extensa cultura. Era capaz de p<strong>la</strong>ticar sobre grandes tópicos: viajes a<br />
otras civilizaciones, filosofía, religión, historia, pintura, escultura, en fin,<br />
parecía tener una formación enciclopédica, como los grandes sabios de <strong>la</strong><br />
antigüedad. Siempre tenía una repuesta ante alguna duda. Podíamos<br />
decir que nuestro galo se convirtió en algo así como un asesor cultural del<br />
pueblo. A cambio de <strong>la</strong> transferencia de erudición a los vecinos del<br />
pueblo, recibía como pago su manutención en El Yunque. Todas <strong>la</strong>s<br />
familias lo querían tener en su casa, o bien <strong>para</strong> sentirse orgullosa de su<br />
permanencia o bien, <strong>para</strong> que su presencia ayudara de alguna manera,<br />
enriqueciera el patrimonio cultural de <strong>la</strong> familia.<br />
Soy capaz de afirmar que nuestro galo se convirtió en una especie<br />
de bibelot, a quien todos los moradores de El Yunque anhe<strong>la</strong>ban con<br />
vehemencia tener en su casa.<br />
Siempre que tuve <strong>la</strong> oportunidad de p<strong>la</strong>ticar con el francés lo hacía,<br />
dado que podía mantener una conversación muy amena. Cierto día me<br />
confirmó:<br />
—Estimado amigo, yo me considero un vividor, no porque me<br />
gusta que me mantengan, ya que ello fue una decisión de los habitantes<br />
de El Yunque, si no que a mí me gusta vivir. Soy capaz de arrancarle<br />
oportunidades a <strong>la</strong> vida y por ello me encuentro en este pueblo tan amigable,<br />
donde fui acogido como uno de lo suyos —pensé en mis adentros,<br />
<strong>la</strong> verdadera razón de <strong>la</strong> permanencia de Corbiére en <strong>la</strong> tierra que<br />
me vio nacer y continuó en un mejor español:<br />
JNPQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
«He recorrido muchos países en <strong>la</strong> búsqueda de algo que no sé qué<br />
es. Pienso que si logro saber lo que busco y lo consigo, perdería parte<br />
del interés por vivir. No sé cuándo ni dónde voy a morir, pero <strong>la</strong> frontera<br />
entre <strong>la</strong> vida y <strong>la</strong> muerte es muy difusa. No he podido descifrar si <strong>la</strong><br />
muerte es parte de <strong>la</strong> vida, o <strong>la</strong> vida es parte de <strong>la</strong> muerte —me informó<br />
que sabía que su óbito lo esperaba en alguna parte de su recorrido, que<br />
en muchas oportunidades había retado al hombre de <strong>la</strong> guadaña y<br />
estaba seguro que moriría en el momento justo. Esto era muy complicado<br />
<strong>para</strong> mi cerebro y pensaba que eso debía ser lo que los letrados o<br />
intelectuales l<strong>la</strong>man Filosofía.<br />
La vida fue pasando y el francés ya no se preocupaba por su moto.<br />
Lo advertía muy a gusto en el pueblo y se bañaba casi todos los días, sin<br />
tener que ser supervisado. El cariño que le profesaron los yuquenses<br />
hacia el amigo de otras tierras, iba creciendo, en <strong>la</strong> misma medida que<br />
aumentaba <strong>la</strong> curiosidad de saber qué había venido a buscar este hombre<br />
a El Martillo.<br />
Era frecuente ver a Idelfonso conversando en una de <strong>la</strong>s esquinas<br />
del pueblo. Sus char<strong>la</strong>s se podían escuchar cuando el sol deposita su<br />
ardor al poniente y comienza <strong>la</strong> brisa serena a presagiar los primeros<br />
resp<strong>la</strong>ndores de <strong>la</strong> luna. Era <strong>la</strong> hora cuando el céfiro vespertino refresca<br />
a los habitantes del pueblo. En ese momento los yuquenses sacaban <strong>la</strong>s<br />
sil<strong>la</strong>s fuera de sus casas y se daba inicio a <strong>la</strong>s pláticas nocturnas de sus<br />
moradores. Era manifiesto, que todos los vecinos querían que dicha<br />
noche se <strong>la</strong> dedicara a su familia. Por tal razón, se estableció un horario<br />
de visitas durante todo el año, con <strong>la</strong> finalidad de evitar disputas por <strong>la</strong>s<br />
tertulias del francés. Era que nuestro estimado galo se había convertido<br />
en parte del patrimonio y del acervo histórico y cultural de El Yunque.<br />
Este hombre era un pedazo de nuestro pueblo, como lo era <strong>la</strong> gallera, el<br />
ateneo, <strong>la</strong> iglesia colonial; es decir, el francés pertenecía a El Yunque y<br />
eso nadie lo ponía en duda. A su <strong>la</strong>do nos sentíamos como los griegos<br />
en el Areópago, sentados frente a <strong>la</strong> luz, escuchando <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra sabia<br />
de P<strong>la</strong>tón.<br />
Pero en <strong>la</strong> guerra y en el amor todo vale, eso dice un viejo proverbio<br />
anónimo. Como manteníamos una guerra fría con nuestros vecinos,<br />
estos también tenían sus tácticas. Es que ni <strong>la</strong> CIA, ni el FBI tenían <strong>la</strong>s<br />
habilidades de los martillenses <strong>para</strong> el espionaje. Permanentemente<br />
había en nuestro pueblo un espía, un sicofante, un agente secreto,<br />
presto <strong>para</strong> cualquiera felonía a cambio de un buen estipendio. Todas<br />
JNPRJ<br />
Diálogos con el vividor
mis investigaciones me condujeron hacia Carmelito, quien por unos<br />
tragos de ron y unos dinares, como los recibidos por Judas, pasó el dato<br />
a nuestros vecinos sobre <strong>la</strong> presencia del francés al otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> frontera.<br />
Así debió suceder en Berlín, cuando los hermanos se mantuvieron<br />
se<strong>para</strong>dos por el ignominioso muro. Para esa época estaba en boga el<br />
espionaje entre alemanes orientales y occidentales. Por procedimientos<br />
simi<strong>la</strong>res al de los germanos, el espía infame le informó a nuestros<br />
vecinos, que el destino inicial de Idelfonso era El Martillo. La afrenta<br />
recibida por nuestros enemigos fue como una ba<strong>la</strong> dis<strong>para</strong>da directamente<br />
al corazón de los martillenses. Maldita sea <strong>la</strong> sangre que circu<strong>la</strong><br />
por lo felones. Por culpa del mecánico sicofante se dis<strong>para</strong>ron de nuevo<br />
<strong>la</strong>s a<strong>la</strong>rmas que anunciaban el inicio de una guerra de exterminio. De<br />
inmediato, se preparó una mesnada que pretendía arrasar El Yunque.<br />
Se había roto <strong>la</strong> tregua que hacía muchos años habían firmado los dos<br />
pueblos. Se encendió <strong>la</strong> pavesa del terror, El Yunque y El Martillo se<br />
dec<strong>la</strong>raron en alerta roja y de <strong>la</strong> guerra fría pasamos a <strong>la</strong> caliente.<br />
El Yunque se preparó nuevamente <strong>para</strong> una conf<strong>la</strong>gración. Se l<strong>la</strong>maron<br />
los hombres activos y los de <strong>la</strong> reserva, <strong>para</strong> enfrentar <strong>la</strong>s bandas<br />
armadas que venían de <strong>la</strong> frontera tremo<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong>s banderas de <strong>la</strong> venganza<br />
y <strong>la</strong> violencia. Un único objetivo se p<strong>la</strong>nteaban: rescatar a Idelfonso<br />
Corbiére, quien permanecía secuestrado por <strong>la</strong>s hordas asesinas<br />
de El Yunque.<br />
Se reunieron los notables de El Yunque y tuvieron que poner en<br />
acto en <strong>la</strong>s actividades del bienamado patrimonio histórico viviente. Le<br />
<strong>contar</strong>on todo lo referente a los actos bélicos que se estaba pre<strong>para</strong>ndo y<br />
cuyo origen venía desde época muy remota. El galo se comportó como<br />
un verdadero diplomático y pidió una zona de distensión, donde pudieran<br />
conversar un grupo notables de El Yunque y de El Martillo. La<br />
reunión se llevaría a cabo en una zona neutral, allí acudirían representantes<br />
de ambos bandos sin ningún tipo de armas. Había que buscar,<br />
como diera lugar, sin derramamiento de sangre, el sosiego de los pueblos<br />
en conflicto.<br />
Se nombraron los embajadores quienes tomarían <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra en <strong>la</strong><br />
reunión. Se fijó el próximo domingo a <strong>la</strong>s nueve de <strong>la</strong> mañana <strong>para</strong><br />
dilucidar el tema. Todo se organizó como si fuera una reunión de alta<br />
diplomacia: se pre<strong>para</strong>ron algunas bebidas no alcohólicas <strong>para</strong> evitar<br />
confrontaciones deletéreas, alguno que otro refrigerio, un libro de actas,<br />
JNPSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
olígrafos y todo lo necesario <strong>para</strong> evitar el toque de diana, <strong>la</strong> cual anunciara<br />
una guerra estúpida e innecesaria.<br />
Idelfonso, proveniente del otro <strong>la</strong>do del océano y testigo de dos<br />
grandes tragedias apocalípticas europeas, se propuso impedir, en lo<br />
posible, una matanza entre pueblos hermanos y ofreció una salida salomónica.<br />
—A partir de <strong>la</strong> próxima semana estoy dispuesto a compartir mi<br />
persona con los pob<strong>la</strong>dores de El Martillo y los de El Yunque. En vista<br />
de <strong>la</strong> munificencia con que me acogieron los pob<strong>la</strong>dores de El Yunque<br />
no puedo permitir que sufran <strong>la</strong> ignominia de una guerra por culpa mía<br />
—mientras lo escuchaba, no sabía si el francés era un vividor porque le<br />
gustaba vivir, tal como él mismo se autodenominaba o simplemente,<br />
que solía aprovecharse de <strong>la</strong> circunstancia <strong>para</strong> sacar provecho <strong>para</strong> él<br />
mismo. Cualquiera que fuese el motivo <strong>la</strong> intención era noble: evitar un<br />
nuevo enfrentamiento entre los dos pob<strong>la</strong>dos.<br />
En fin, se levantó un acta de <strong>la</strong> reunión donde se acordó que el<br />
francés viviría seis meses en El Martillo y los otros seis en El Yunque.<br />
Eso sí, quedó asentado que los gastos de mantenimiento que incluía<br />
vivienda, vestido, alimentación y otros desembolsos menores lo sufragarían<br />
los habitantes de cada región. A partir de ese día el francés vivió<br />
mejor que nunca, porque ambos pueblos se esmeraban en darle al rubio<br />
afortunado, una estadía de rey.<br />
Al final de <strong>la</strong> reunión, felicité al francés por su solución salomónica,<br />
puesto que todos salieron beneficiados sin ningún tipo de sacrificio.<br />
Tuve el abuso de referirle que se había conducido como los viejos<br />
sabios de <strong>la</strong>s civilizaciones antiguas, a pesar de que nunca le había preguntado<br />
su edad. Parecía muy joven por su dinamismo, pero su gran<br />
experiencia en <strong>la</strong> vida, lo hacía ver como un hombre muy maduro.<br />
Recuerdo, que como un apotegma, afirmó:<br />
—La edad no se mide por los años cumplidos sino por <strong>la</strong>s experiencias<br />
acumu<strong>la</strong>das. Por ello te puedo decir que tengo como cien años.<br />
Muchas personas pasan los sesenta años y su experiencia no pasó de<br />
hacer todos los días lo mismo que hizo el día anterior. Eso no es vivir;<br />
eso es morir lentamente.<br />
Con el tiempo, a nuestro amado galo se le olvidó su patria, ya ni<br />
siquiera recordaba <strong>para</strong> qué había venido a <strong>para</strong>r a estos confines, sólo<br />
se dedicaba a vivir. Lo único que hacía era bienvivir una temporada allá<br />
y otra acá. Algunas veces, lo observaba con algún libro o algún recorte<br />
JNPTJ<br />
Diálogos con el vividor
de periódico leyendo tan ensimismado que parecía que se había transportado<br />
<strong>para</strong> otro mundo. Cuando lo observábamos en ese estado<br />
estaba terminantemente prohibido interrumpirlo. Nuestro patrimonio<br />
cultural viviente refería, que en ese momento se encontraba meditando<br />
y metido profundamente en <strong>la</strong> lectura. Algunas personas que se le acercaban,<br />
afirmaban que escuchaban de su boca <strong>la</strong> invocación de unos<br />
dioses raros: Zeus, Odín, Atenea, entre otros.<br />
Las viejas rezanderas de ambos pueblos no negaban lo morigerado<br />
de nuestro francés. Continuamente le manifestaban su marcada ausencia<br />
a <strong>la</strong> iglesia y por ello tuve el abuso de preguntarle el motivo de ello.<br />
—¿Que mayor iglesia que el cielo abierto y <strong>la</strong> tierra bajo mis pies<br />
<strong>para</strong> comunicarme con mis dioses. Las grandes catedrales, <strong>la</strong>s bel<strong>la</strong>s<br />
mezquitas, los templos budistas y <strong>la</strong>s sinagogas, fueron construidos por<br />
los hombres <strong>para</strong> rendirles culto a ciertos personajes y no a los dioses.<br />
La imponencia de sus construcciones tiene por objeto hacer sentir a los<br />
mortales como enanos, <strong>para</strong> ap<strong>la</strong>starlos con el temor hacia lo desconocido.<br />
A mis dioses los convoco aquí en El Yunque o allá en El Martillo;<br />
dialogo con ellos con confianza y no con miedo.<br />
Le dije que sus pa<strong>la</strong>bras b<strong>la</strong>sfemas lo conducían directamente al<br />
infierno y que Satanás, disfrutará de <strong>la</strong> fritanga que van hacer con él al<br />
morirse. El rubio continuó:<br />
—Allí estriba el problema de <strong>la</strong> mayoría de nosotros. Le tememos a<br />
<strong>la</strong> muerte y de ello se aprovechan todas <strong>la</strong>s religiones. Éstas nos hab<strong>la</strong>n<br />
de <strong>la</strong> inmortalidad del alma y de esto casi estamos seguros. Creemos que<br />
somos eternos, <strong>para</strong> ello utilizamos más de una forma. La más elemental<br />
y fácil, es teniendo un hijo. Creemos que un retoño es <strong>la</strong> prolongación de<br />
cada uno de nosotros o bien, algunos hombres se construyen una estatua,<br />
de esta manera se creen imperecederos. Piensan que el alma está<br />
atrapada dentro del bronce y que durarán eternamente. Si no lo crees<br />
—me lo decía fijando su mirada persuasiva en mis ojos— recuerda que<br />
los egipcios momificaban a sus faraones y los enterraban con todos sus<br />
enseres <strong>para</strong> el viaje hacia <strong>la</strong> eternidad. Eso de <strong>la</strong> inmortalidad es un atavismo.<br />
Yo afinaba el oído tratando de entender todo lo que el francés<br />
decía, pero internamente rezaba el padrenuestro. Estaba seguro que este<br />
galo pecador iba a llevarme en el mismo autobús, <strong>para</strong> que Mefistófeles<br />
hiciera conmigo chicharrón. A pesar de <strong>la</strong>s maledicencias del francés, <strong>la</strong>s<br />
rezanderas de los dos pueblos nunca dejaron de brindarle <strong>la</strong> atención<br />
que merecía tan conspicuo personaje. Más de uno de los habitantes de<br />
JNPUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
estos dos pueblos enemigos se hubiesen sentido feliz actuando como<br />
un f<strong>la</strong>belífero, <strong>para</strong> que nuestro amigo recordara de manera p<strong>la</strong>centera<br />
los días estivales de su amada París.<br />
No todo era p<strong>la</strong>cer y alegría en monsieur Corbiére, como lo l<strong>la</strong>mó<br />
uno de los yuquenses, quien había encargado un diccionario francésespañol,<br />
con <strong>la</strong> finalidad de aprender el idioma culto y olvidarse de una<br />
vez por todas de su lengua vernácu<strong>la</strong>. Muchas veces el galo andaba<br />
cabizbajo, retratando en su rostro cierto aire de saudade, quizás recordando<br />
<strong>la</strong> tierra lejana o algún amor, pensamiento que lo ais<strong>la</strong>ba de todo<br />
lo que lo rodeaba. Mi madre afirmaba:<br />
—Estoy segura que el francés tiene un padecimiento en el alma y<br />
cuando estos son prolongados, enferman el corazón. Ese hombre se<br />
vino a morir acá —en verdad, nunca creí este vaticinio.<br />
En una época —creo que fue después de <strong>la</strong> epifanía—, se reanudaron<br />
<strong>la</strong>s agresiones entre El Yunque y El Martillo dado que nuestro<br />
“mesié”, como lo l<strong>la</strong>maron con afecto algunos, se perdió y no lo podían<br />
encontrar. Los habitantes de ambos pueblos fronterizos se acusaron<br />
mutuamente de secuestro. Ante el peligro de reanudarse de nuevo <strong>la</strong><br />
violencia, se ordenó <strong>la</strong> conformación de una comisión investigadora,<br />
formada por tres miembros de El Yunque y otros tres del pueblo vecino;<br />
además de unos lebreles expertos en el rastreo y caza de liebres.<br />
Se repartió el trabajo y se dedicaron a investigar <strong>la</strong> ausencia del<br />
galo. Tras arduas horas de búsqueda por aviesos caminos logramos<br />
resolver el enigma que acibaraba <strong>la</strong> vida a los pueblos vecinos.<br />
Lo encontramos, porque yo integraba <strong>la</strong> comisión, en una montaña<br />
alejada de los dos pueblos vecinos. Estaba sentado sobre una manta, a <strong>la</strong><br />
sombra de un frondoso araguaney, con <strong>la</strong> mirada fija hacia el crepúsculo.<br />
El hasta luego del sol nos indicaba <strong>la</strong> proximidad de <strong>la</strong> noche. Todos<br />
respetamos su silencio y fui comisionado <strong>para</strong> convencer a Idelfonso a<br />
que regresara. Me senté a su <strong>la</strong>do sin interrumpir su rito contemp<strong>la</strong>tivo.<br />
De momento, pensé que estaba acosado por un ataque de vesania, pero<br />
al ver en sus ojos <strong>la</strong> tranquilidad y <strong>la</strong> paz con que miraba al horizonte, lo<br />
tomé como un heraldo que había venido a estas tierras agrestes a<br />
traernos un mensaje de paz. Sin voltear a mirarme habló, no a mí, si no a<br />
sus fantasmas o a sus demonios de los que venía huyendo.<br />
—A veces los humanos necesitan estar sólo lejos de sus afectos, de<br />
sus enemigos, de <strong>la</strong>s cosas materiales, <strong>para</strong> así encontrar el hontanar de<br />
<strong>la</strong> sabiduría. Deseo con vehemencia <strong>la</strong> quietud absoluta de mi alma<br />
JNPVJ<br />
Diálogos con el vividor
porque creo que me estoy despidiendo. Comienzo a sentir los gusanos<br />
dentro de mí, corroyendo mis entrañas y ya casi veo cómo brotan <strong>la</strong>s<br />
margaritas y <strong>la</strong>s rosas de mi cuerpo.<br />
Yo, que no soy versado en eso de metáforas, me asusté; intuí que<br />
mi dómine francés estaba anunciando su despedida del mundo<br />
terrenal. No quise indagar más sobre sus sentimientos y sólo lo convidé<br />
a que me acompañara, ya que <strong>la</strong> noche nos podría tomar por sorpresa<br />
por estos <strong>para</strong>jes peligrosos.<br />
Les conté a los otros miembros de <strong>la</strong> comisión <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras dichas<br />
por el francés y como exegetas especialistas trataron de descifrar su<br />
metáfora. Algunos decían que el “mesié” estaba enamorado y quizás nos<br />
iba abandonar <strong>para</strong> contraer nupcias, cosa que impediríamos aunque<br />
fuera a <strong>la</strong> fuerza. Otro, que eso era un guayabo; <strong>la</strong> lengua f<strong>la</strong>mígera de<br />
una dama comentó que, simplemente el francés lo que estaba era borracho;<br />
yo so<strong>la</strong>mente lo entendí, tal como mi madre, como una admonición<br />
de <strong>la</strong> muerte.<br />
Todos los días veíamos cómo Idelfonso caminaba por <strong>la</strong>s calles del<br />
pueblo arrastrando los pies. No podíamos darle ninguna atención que<br />
lo sacara de <strong>la</strong> molicie que lo mantenía apagado. Ya casi no hab<strong>la</strong>ba; no<br />
hubo quien afirmara que todo esto era carencia de mujer, porque durante<br />
los muchos años que pasó el francés nunca se le conoció un amor.<br />
Por ello, <strong>la</strong>s viejas casamenteras del pueblo, en algún momento, se les<br />
ocurrió pre<strong>para</strong>r a algunas “señoritas de bien” <strong>para</strong> presentárse<strong>la</strong>, con <strong>la</strong><br />
intención, como dirían algunas —de cogerle cría— porque al francés<br />
valía <strong>la</strong> pena tenerle hijos, y que, <strong>para</strong> mejorar <strong>la</strong> raza.<br />
Fueron muchos los mimos y <strong>la</strong>s garatusas que <strong>la</strong>s “señoritas de bien”<br />
le prodigaron al francés, pero no consiguieron sacarlo de su abulia.<br />
Muchas de los habitantes de El Yunque acusaron a Bernarda Calzadil<strong>la</strong><br />
de echarle un mal de ojo al pobre francés, por despreciarle una de sus<br />
hijas. Otra ma<strong>la</strong> lengua de El Martillo, regó que nuestro culto francés<br />
sufría de anafrodisia. En esa oportunidad, no supe a lo que esa mujer se<br />
refería, luego descubrí que lo que quería decir, era que Idelfonso era<br />
impotente. Pobre francés, evidentemente que <strong>la</strong> raza humana tiene un<br />
comportamiento muy particu<strong>la</strong>r, por lo general reniega de quien en<br />
algún momento los trató de ayudar. No cabe duda, Idelfonso nos había<br />
ampliado nuestro panorama cultural. Muchas veces lo escuché hab<strong>la</strong>ndo<br />
sobre: <strong>la</strong> mezquita de Sa<strong>la</strong>dino, de <strong>la</strong>s pirámides de Egipto; de <strong>la</strong>s<br />
grandes catedrales del mundo: <strong>la</strong> de Colonia en Alemania, de Santiago<br />
JNQMJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
de Composte<strong>la</strong>, de Nuestra Señora de París. En otra oportunidad, lo<br />
encontré dibujando en el piso, mostrándole a <strong>la</strong> gente una escultura,<br />
algún alcázar español o hablándoles de los buenos vinos franceses, o de<br />
su champaña que tanto anhe<strong>la</strong>ba. Nadie podía negar <strong>la</strong>s cualidades de<br />
maestro de nuestro adoptado, quien <strong>la</strong>s ponía en práctica con nosotros.<br />
Pero nunca faltan <strong>la</strong>s ma<strong>la</strong>gradecidas y ma<strong>la</strong>s lenguas, capaces de destruir<br />
todo un mundo a cambio de nada y en poco tiempo. Mucho más<br />
fácil es destruir que construir; algunos hombres son capaces de acabar en<br />
poco tiempo lo que a otros, con tanto trabajo y en mucho tiempo, les<br />
costó levantar. Recordé a Moisés, quien tuvo que conducir a los judíos<br />
por el desierto durante cuarenta años en búsqueda de <strong>la</strong> tierra prometida<br />
y al menor descuido, de que conversó con Dios, ya los conducidos<br />
estaban adorando al vellocino de oro; culpando a Moisés de todos los<br />
avatares que tuvieron que sufrir durante <strong>la</strong> travesía. De igual manera nos<br />
estábamos comportando con el “mesié”.<br />
A finales de mayo, después de <strong>la</strong>s fiestas de <strong>la</strong> cruz, Idelfonso convocó<br />
a los notables de El Yunque y de El Martillo a una reunión urgente<br />
que se celebraría en zona de distensión. De inmediato se hicieron los<br />
pre<strong>para</strong>tivos: se llevó <strong>la</strong> mesa, <strong>la</strong>s bebidas refrescantes, alguno que otro<br />
refrigerio, con <strong>la</strong> finalidad de escuchar <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras del francés y también<br />
adornaron el sitio con bellos festones. Todos pensamos que Idelfonso<br />
nos iba a comunicar su partida. Fui encomendado <strong>para</strong> que en caso que<br />
ese fuera su p<strong>la</strong>nteamiento, disuadirlo de tal intención por ser su amigo<br />
más próximo.<br />
Todos observamos cuando venía aproximándose el francés. Le<br />
observábamos un paso cansino, como desorientado y algo torpe. Sus<br />
ojos azules estaban apagados y su mirada, no tenía el brillo del Idelfonso<br />
que había arribado a El Yunque en una moto destarta<strong>la</strong>da, hacía<br />
algunos años.<br />
Cuando llegó a <strong>la</strong> mesa le acerqué <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> <strong>para</strong> impedir que se fuera<br />
de bruces y en ese momento nos dirigió <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra:<br />
—Señores de El Yunque y de El Martillo, los he convocado hasta<br />
este sitio con <strong>la</strong> finalidad de agradecerle toda sus atenciones, porque en<br />
verdad, no creo ser merecedor de ello. Pero en fin, no sé quién se siente<br />
mejor, el que recibe, sin dar nada a cambio o el que da, porque se siente<br />
bien al hacerlo —todos nos miramos puesto que ignorábamos hacia<br />
dónde se dirigía nuestro culto francés y continuó—: Creo que a su <strong>la</strong>do<br />
conseguí parte de esa paz que anhe<strong>la</strong>ba. Estuve rodeado de <strong>la</strong>s mejores<br />
JNQNJ<br />
Diálogos con el vividor
personas del mundo y por esto me siento feliz. La única razón por <strong>la</strong> que<br />
los he convocado es <strong>para</strong> decirles que me cansé de vivir y lo <strong>la</strong>mento por<br />
ustedes, por traerles mi desgracia —todos mirábamos con estupor cómo<br />
<strong>la</strong> voz de nuestro patrimonio viviente se iba opacando. Finalmente<br />
afirmó:<br />
«¿Cuánto le tememos a <strong>la</strong> muerte y cuánto deseamos dormir? ¿Acaso,<br />
estar dormido no es como sentirse difunto? Creo que tengo mucho<br />
sueño, gracias —de inmediato, una <strong>la</strong>situd se apoderó del galo y cayó<br />
sobre <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> que le había aproximado.<br />
Nadie dijo nada, sólo se escuchaba el silencio; el único vocabu<strong>la</strong>rio<br />
que retumbó después del derrumbe fue el visual. Nadie reaccionó y<br />
pienso que tardamos como un año —así lo sentí— en reanimarnos. Al<br />
final de ese año, me paré, colocándome muy cerca de Idelfonso y<br />
advertí que nuestro amigo no respiraba. En ese momento le dije a mis<br />
compañeros con un gran sentimiento:<br />
—Estimados amigos, el vividor se cansó de vivir. El francés acaba<br />
de fallecer.<br />
Todos notamos que Idelfonso traía en el bolsillo de <strong>la</strong> camisa un<br />
papel escrito. Lo tomé, lo leí y comprendí que era un mensaje que él por<br />
su debilidad no nos pudo comunicar. Entendí, que parte de lo escrito<br />
era el mismo agradecimiento que anteriormente nos había hecho y<br />
finalizaba, de su puño y letra: “Espero que mi defunción contribuya a<br />
un acercamiento entre el pueblo de El Yunque y El Martillo. Confío<br />
que en el futuro, los vientos de guerra no se respiren por estos pueblos.<br />
Que <strong>la</strong> paz y <strong>la</strong> armonía reinen en este lugar del Olimpo. Aspiro que<br />
mis restos sean cremados, <strong>para</strong> que el humo se eleve al cielo y se mezcle<br />
con el aire. Que en mi viaje hacia <strong>la</strong> eternidad muchas de esas partícu<strong>la</strong>s<br />
esparcidas lleguen a mi amada París”.<br />
Mi madre me decía que los hombres no lloran y en esa reunión<br />
había hombres bragados, probados en muchas actividades bravías; allí<br />
pude observar, con estupor, cómo de los ojos de mis compañeros brotaban<br />
lágrimas de dolor por <strong>la</strong> pérdida de un amigo.<br />
Las autoridades del pueblo dieron el permiso <strong>para</strong> <strong>la</strong> cremación de<br />
Idelfonso, junto con sus pocos bienes. Cuando colocamos el cadáver<br />
del francés sobre <strong>la</strong> pira funeraria comenzaron a escucharse los p<strong>la</strong>ñidos<br />
de <strong>la</strong>s mujeres, que, como el coro de un réquiem, acompañaría el alma<br />
del difunto hacia <strong>la</strong> anhe<strong>la</strong>da paz eterna.<br />
JNQOJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JNQPJ<br />
Diálogos con el vividor<br />
Cuando se encendió <strong>la</strong> hoguera fúnebre, comenzaron a mezc<strong>la</strong>rse<br />
los restos de Idelfonso con <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mas, se juntaron <strong>la</strong>s partícu<strong>la</strong>s de humo<br />
con <strong>la</strong>s del aire apuntando hacia el cielo, buscando el descanso final. No<br />
supimos si fue un mi<strong>la</strong>gro o una casualidad, pero cuando se inició <strong>la</strong><br />
humareda, buscando los lugares más altos del firmamento, comenzó a<br />
sop<strong>la</strong>r un viento intenso que venía del oriente y solo me quedó decirle a<br />
mi amigo como panegírico de despedida:<br />
—Maestro Idelfonso, <strong>la</strong> brisa está sop<strong>la</strong>ndo fuerte, pronto estarás<br />
en <strong>la</strong> Ciudad Luz, tal como l<strong>la</strong>mabas a tu amada París. Que en paz descanses<br />
y todos tus dioses te acojan en sus regazos.<br />
Las cenizas de nuestro amigo fueron recogidas y repartidas por<br />
igual en dos arcas, <strong>la</strong>s cuales reposan dignamente en los Ateneos de El<br />
Yunque y de El Martillo, como un homenaje al forjador de <strong>la</strong> paz y <strong>la</strong><br />
tranquilidad de estos dos pueblos.<br />
La muerte de Idelfonso no fue en vano. Una vez finalizados los<br />
actos mortuorios y recuperados del dolor que producía <strong>la</strong> ausencia del<br />
francés, se decidió, por unanimidad, que los habitantes de los dos pueblos<br />
firmaran de un armisticio, comprometiéndose a mantener <strong>la</strong> paz<br />
de por vida entre El Yunque y El Matillo. Alguien propuso, como un<br />
homenaje, que se colocara <strong>la</strong> destarta<strong>la</strong>da moto en un pedestal, en el<br />
mismo sitio donde el francés había dicho sus últimas pa<strong>la</strong>bras. Nuestro<br />
venerado maestro Idelfonso no había arado en el mar. Se colocó un<br />
bello cenotafio y en él una p<strong>la</strong>ca donde se leía: “En honor al maestro<br />
Idelfonso Corbiére, quien llegó tal como se fue y con ello logró <strong>la</strong> paz<br />
entre dos pueblos”.<br />
Pero no todo terminó allí. Varios años después que se habían realizado<br />
los actos mortuorios de Idelfonso, sucedió algo inesperado e inexplicable.<br />
Ambos pueblos quedaron atónitos cuando vieron llegar varios<br />
camiones militares; que por los uniformes de los ocupantes parecían<br />
extranjeros. En uno de estos venía una banda musical y se fueron<br />
bajando uno a uno frente al monumento del fallecido. A <strong>la</strong> voz de<br />
mando, uno de ellos sacó un papel y comenzó un baturrillo que nadie<br />
entendió. Daba <strong>la</strong> impresión, por <strong>la</strong> entonación del orador, de que se<br />
trataba de un panegírico en honor a quien se había evaporado por los<br />
aires. A continuación, <strong>la</strong> banda militar comenzó a interpretar un hermoso<br />
himno, que alguno de los conocedores de música lo identificó<br />
como La Marsellesa, el himno nacional de Francia. Finalizado esto le<br />
fueron rendidos honores militares, a quien había llegado a esta tierra y
se había ido dejándonos todos los enigmas del mundo. Finalmente, el<br />
oficial de más alto rango colocó sobre el monumento conmemorativo<br />
una bandera y se retiraron del lugar, luego de una orden, sin dirigirles<br />
una pa<strong>la</strong>bra a los vecinos.<br />
Pasado el tiempo, que es el que se encarga de arropar <strong>la</strong>s alegrías,<br />
<strong>la</strong>s tristezas y los dolores, le prometí a los habitantes de El Yunque y El<br />
Matillo que escribiría, como homenaje al galo un libro titu<strong>la</strong>do De cómo<br />
<strong>la</strong> muerte de Idelfonso Corbiére contribuyó a <strong>la</strong> paz entre dos pueblos.<br />
JNQQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
El mediático<br />
Soy un mediático. No crean que soy una persona que camina por el<br />
medio de <strong>la</strong> calle, ni tampoco que soy medio hombre y medio mujer, a<br />
esos se les l<strong>la</strong>ma bisexual o hermafrodita. No señor, no soy nada de eso.<br />
Soy un empedernido lector, escucha y televidente de todo lo que tiene<br />
que ver con <strong>la</strong> información que comunican los medios impresos, radiales<br />
y televisivos.<br />
Esto no es culpa mía, sino de mi padre. Desde que yo era muy niño<br />
me despertaba cuando él se levantaba a <strong>la</strong>s cinco de <strong>la</strong> madrugada, <strong>para</strong><br />
escuchar en <strong>la</strong> radio un programa de noticias. Luego a <strong>la</strong>s seis, encendía<br />
el televisor <strong>para</strong> que su vista asimi<strong>la</strong>ra <strong>la</strong>s mismas informaciones que<br />
había escuchado por radio. Nunca se perdía los programas de opinión<br />
que transmitían los diversos canales de <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> chica. Desde muy<br />
temprano le traían dos periódicos, los cuales leía y releía durante el desayuno.<br />
Era tal el ensimismamiento, que muchas veces no se acordaba de<br />
si había desayunado, o de lo que había ingerido. Para colmo, inventado<br />
el Internet, comenzó a navegar buscando <strong>la</strong> información directamente<br />
de <strong>la</strong>s agencias internacionales y de los canales foráneos de información.<br />
Nunca supe si esa conducta de mi padre era compulsiva o una forma<br />
extraña de esquizofrenia, tal comportamiento, aparentemente no le<br />
afectaba. Aparte del poco tiempo que le dedicaba a mi madre, debido a<br />
NQR
su avidez por <strong>la</strong> información, y por el desconocimiento, algunas veces,<br />
de si había desayunado o no, <strong>la</strong> apariencia de Arquímedes Valecillos,<br />
—que así se l<strong>la</strong>maba mi padre— era aparentemente normal. Como mi<br />
papá estaba perfectamente informado tenía a mi <strong>la</strong>do a dos Arquímedes,<br />
porque mi padre decía todo el tiempo: “Un hombre informado<br />
vale por dos”.<br />
Muchas de <strong>la</strong>s manías que tenemos los humanos nos llegan, o bien<br />
por genética, por costumbre o por el legado que nos hace <strong>la</strong> sociedad y<br />
<strong>la</strong> educación. Total, yo heredé de mi padre esta idea fija por escuchar,<br />
ver y leer noticias en todos los medios impresos, visuales y sonoros.<br />
Creí, tal como mi padre, que yo valdría por dos. Pensé que esta<br />
avidez desmedida por <strong>la</strong> información me haría una persona culta, formándome<br />
el carácter y capaz de darme solidez política y filosófica, ante<br />
los diversos problemas que agobiaron, agobian y agobiarán a <strong>la</strong> humanidad.<br />
Juraba que con todo este cúmulo de información, aunado a mi<br />
sólida formación universitaria me convertiría en un hombre de opinión.<br />
Pero mi vida es un desastre y ello se lo debo a que soy un hombre<br />
mediático. Debo referir que nunca milité en un partido político, ni profesé<br />
religión alguna, por lo que no puedo decir que <strong>la</strong> militancia partidista<br />
o un dogma de fe me inclinaron hacia alguna concepción política<br />
o filosófica. Sólo vivía <strong>para</strong> los estudios y <strong>para</strong> escuchar, ver y leer noticias,<br />
además de mirar los programas de opinión. En un principio lo<br />
hacía acompañado de mi padre y luego, solo, por mi cuenta.<br />
En verdad, no puedo asegurar que lo hacía porque lo disfrutaba,<br />
era algo así como el alcohólico, como el fumador, como el drogadicto<br />
que necesita de un estimu<strong>la</strong>nte <strong>para</strong> pasar<strong>la</strong> bien. Mi droga era <strong>la</strong> noticia,<br />
me había convertido en un hombre disoluto. Tenía que leer y ver<br />
noticias <strong>para</strong> que el día tuviera sentido. No importaba si <strong>la</strong> noticia era<br />
buena o ma<strong>la</strong>, <strong>la</strong> necesitaba más que a mi familia.<br />
Ustedes se preguntarán: “¿En qué puede esto afectar a un<br />
hombre?”. Evidentemente, <strong>la</strong> mayoría de <strong>la</strong> gente que lee periódico,<br />
escucha o ve noticias por televisión, esto no los afecta más allá de lo<br />
normal. Sigan leyendo un poco más <strong>para</strong> que entienda mi tragedia.<br />
Como afirmé anteriormente, nunca tuve militancia política ni religiosa,<br />
pensando que ello me hacía un libre pensador y de esta manera<br />
podía ver <strong>la</strong>s cosas con más objetividad. Por carecer de formación filosófica<br />
y de teorías modernas de economía no me parcialicé por ninguna<br />
tendencia, pero en eso estribó parte de mi problema. Cuando escuchaba<br />
JNQSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JNQTJ<br />
El mediático<br />
un prominente economista socialista hab<strong>la</strong>ndo sobre <strong>la</strong>s bondades del<br />
socialismo y <strong>la</strong> forma de acabar <strong>la</strong> pobreza que azota al mundo, inmediatamente<br />
me hacía socialista. Yo, en mi ignorancia absoluta sobre el<br />
tema, era incapaz de rebatir al augusto personaje. Pero si al día siguiente,<br />
en el otro canal entrevistaban a un eminente economista francés de tendencia<br />
capitalista, entonces advertía que el otro estaba equivocado; en<br />
ese momento me transformaba en un capitalista empedernido. Entonces<br />
venía y leía en <strong>la</strong> prensa algún artículo sobre <strong>la</strong>s bondades del socialismo,<br />
escrito por un destacado sociólogo alemán, de inmediato mi<br />
cerebro dictaba que el capitalista galo estaba errado, porque <strong>la</strong>s bondades<br />
del socialismo no salvarían al mudo de <strong>la</strong> pobreza. En verdad, un<br />
neófito como yo no resistía el bombardeo de tanta información. Es que<br />
esos hombres hab<strong>la</strong>ban con solidez profesional y muchas veces el hab<strong>la</strong>r<br />
bien convierte al malo en bueno.<br />
Después que pasó de moda el capitalismo y el socialismo —el<br />
mundo bipo<strong>la</strong>r no sirvió <strong>para</strong> nada—, los pobres siguieron siendo<br />
pobres y los ricos igual de ricos. Cayó el muro de Berlín y en <strong>la</strong> actualidad<br />
se hab<strong>la</strong> de neoliberalismo, de globalización, de movimientos ecológicos,<br />
de un mundo unipo<strong>la</strong>r y de mundo pluripo<strong>la</strong>r. Ahora tenía más<br />
<strong>para</strong> escoger: un día era un furibundo neoliberalista globalizado y al otro<br />
día, era un ecologista que caminaba por <strong>la</strong>s calles de Oslo con una pancarta<br />
protestando contra <strong>la</strong>s multinacionales, culpables de <strong>la</strong> pobreza y<br />
de los desastres ecológicos. Al mes siguiente, después de escuchar a un<br />
connotado neoliberal, defendía <strong>la</strong> administración de <strong>la</strong>s riquezas de un<br />
país por parte de <strong>la</strong> empresa privada. Luego que leía en <strong>la</strong> prensa un artículo<br />
de un ínclito militante del partido verde francés, caminaba con<br />
pancartas por <strong>la</strong>s calles de mi ciudad pidiendo los subsidios <strong>para</strong> los productos<br />
agríco<strong>la</strong>s. No sabía dónde estaba <strong>la</strong> verdad ni dónde <strong>la</strong> mentira,<br />
ya que el engaño a muchos aprovecha y <strong>la</strong> verdad, a muchos perjudica.<br />
Eso es con lo que respecta a los programas de opinión.<br />
Cuando leía en un periódico una crónica policial en otro, aparecía<br />
<strong>la</strong> misma noticia pero desvirtuada: si en uno decía quince muertos, en el<br />
otro decía cuarenta y dos. Un periódico informaba que en <strong>la</strong> reunión de<br />
un partido se produjo un incidente que le costó <strong>la</strong> vida a uno de los militantes<br />
y en otro, aparecía que <strong>la</strong> reunión aconteció sin ningún problema<br />
debido <strong>la</strong> madurez alcanzada por los militantes del partido. Si en un<br />
opúsculo se hab<strong>la</strong>ba de <strong>la</strong> fructuosa visita de un personaje del tercer<br />
mundo en algún país europeo, y yo, al buscar por Internet <strong>la</strong> misma
eseña en alguna agencia internacional, era probable que se destacara el<br />
fracaso del viaje del honorable personaje. A veces, tenía en mis manos<br />
dos periódicos diferentes y notaba que el reportaje periodístico sobre<br />
un mismo acontecimiento no tenía ningún elemento en común. Parecía<br />
que lo reseñado era de dos sucesos diferentes.<br />
Mi esposa Proserpina decía que iba a volverme loco, que dejara de<br />
ver y leer noticias porque nunca iba a valer por dos, sino <strong>la</strong> mitad de un<br />
hombre, ya que me auguraba <strong>la</strong> locura como forma normal de vida. A<br />
pesar de todo no dejaba mi manía.<br />
Como todos saben, en muchos de los programas informativos<br />
siempre dan alguna noticia re<strong>la</strong>tiva a <strong>la</strong> salud y en muchos casos referían<br />
lo peligroso de usar grasa en <strong>la</strong> pre<strong>para</strong>ción de <strong>la</strong>s comidas. De inmediato<br />
le refería a mi esposa <strong>la</strong>s bondades de <strong>la</strong> comida sana y nos dedicábamos a<br />
comer como aspirantes a concurso de belleza. Pero al mes siguiente, en<br />
ese mismo canal, durante el noticiero, aparecía un conocido chef de<br />
cocina exhibiendo una prominente panza y mostrando <strong>la</strong> excelencia de<br />
una comida pre<strong>para</strong>da con media taza de aceite, huevos, queso crema y<br />
salsa de mayonesa. Como consecuencia de ello le sugería a mi mujer que<br />
cocinara <strong>la</strong> delicia gastronómica del conocido cocinero.<br />
Pero eso no es todo. Tengo entendido que los reportajes los pre<strong>para</strong>n<br />
reporteros asesorados con personas competentes en <strong>la</strong> materia y<br />
yo, como ciudadano preocupado por <strong>la</strong> vida sana tomaba <strong>para</strong> mí los<br />
consejos sobre salud y deporte. Resultó que un día observo en <strong>la</strong> televisión<br />
<strong>la</strong>s orientaciones y los beneficios <strong>para</strong> el corazón de correr por lo<br />
menos cinco kilómetros diarios, bajo el eslogan “correr es vivir”. Me<br />
entusiasmé con este reportaje, e invité a Proserpina a trotar todos los<br />
días esa distancia —como perseguidos por una jauría—. Mi pobre<br />
mujer me acompañó religiosamente y luego en <strong>la</strong> noche nos acostábamos<br />
muertos de cansancio. Pero un año después leí en uno de los<br />
periódicos, que un prominente médico deportivo norteamericano hab<strong>la</strong>ba<br />
del alto impacto que se producía al correr y que esto conllevaba,<br />
algunas veces, al desgarramiento de alguno de los órganos internos. Sin<br />
pensarlo dos veces, ante el temor de que se me cayeran los testículos, le<br />
dije a mi mujer que no correríamos, sino que de ahora en ade<strong>la</strong>nte teníamos<br />
que caminar. Incluso recuerdo que el galeno trajo su propio eslogan<br />
“correr es morir y caminar es vivir”. Creo que Proserpina se contentó<br />
con el cambio.<br />
JNQUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
Aparte de correr también montaba bicicleta, puesto que yo quería<br />
llegar a <strong>la</strong> tercera edad sin los achaques ni <strong>la</strong>s manías de los viejos. Este<br />
deporte fue recomendado en un artículo periodístico, donde afirmaba<br />
que era muy bueno <strong>para</strong> <strong>la</strong> resistencia cardiovascu<strong>la</strong>r. Pero luego apareció<br />
en <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> chica, durante unas jornadas médicas, un reportaje<br />
sobre los órganos sexuales masculinos. Aquí explicaban que el ciclismo<br />
era prohibitivo <strong>para</strong> los hombres, ya que el asiento de <strong>la</strong> bicicleta afecta<br />
<strong>la</strong> próstata, como consecuencia de ello podía quedar impotente y estéril<br />
¿qué iba hacer si se me moría mi apreciado órgano sexual? Ante tal<br />
peligro, tuve que dejar <strong>la</strong> bicicleta.<br />
Hubo un período de mi vida en que <strong>la</strong> pobre Proserpina tuvo<br />
intención de de acabar con mi apreciada vida. Fue aquel<strong>la</strong> vez cuando<br />
leí en un periódico que hacer el amor prevenía contra los ataques cardíacos<br />
en el futuro. Para esa época me convertí en un homus-eroticus;<br />
pobre Proserpina, <strong>la</strong> buscaba hasta cuatro veces al día: en <strong>la</strong> alcoba, en el<br />
sofá, en <strong>la</strong> cocina y en el baño. Mi obsesión era tirar hasta cansarme,<br />
<strong>para</strong> impedir un ataque del corazón. Para fortuna de mi mujer y mía,<br />
esta manía no me duró más de un mes; me asusté al mirar mi consunción<br />
frente al espejo.<br />
Además de <strong>la</strong> era de <strong>la</strong> información, estábamos en <strong>la</strong> era de <strong>la</strong><br />
figura, de <strong>la</strong> autoestima. Una bel<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra que sirve <strong>para</strong> vender todo,<br />
<strong>para</strong> que los humanos compitiéramos, en cualquier certamen, bien con<br />
Adonis y bien con <strong>la</strong> Venus de Milo. Fue, <strong>para</strong> desgracia de Proserpina,<br />
cuando leí un artículo sobre <strong>la</strong>s bondades de <strong>la</strong> liposucción como tratamiento<br />
<strong>para</strong> eliminar <strong>la</strong> grasa “dura de quemar”. Como mi mujer tenía<br />
unos rollitos —que el<strong>la</strong> decía que eran imposibles de quitar—, le sugerí<br />
que se practicara dicha operación <strong>para</strong> que sintiera <strong>la</strong> envidia de <strong>la</strong>s<br />
mejores “top model” de <strong>la</strong>s pasare<strong>la</strong>s internacionales.<br />
Proserpina accedió a regañadientes <strong>para</strong> hacerse <strong>la</strong> liposucción y<br />
como cosa curiosa, le pedí a los médicos que yo quería guardar en mi<br />
refrigerador toda <strong>la</strong> grasa que le quitaran a mi mujer. Los médicos se<br />
extrañaron pero accedieron a mi pedido. Guardé en <strong>la</strong> nevera cinco<br />
kilos de manteca humana, sin saber <strong>la</strong> razón que me impulsaba a esto.<br />
Mi mujer quedó muy bel<strong>la</strong>, tal como lo habían dicho los médicos. Era<br />
tal su autestima, que estaba empeñada a meterse en una academia de<br />
mode<strong>la</strong>je, hasta que por Internet estuve al tanto de lo perjudicial que<br />
era <strong>la</strong> práctica de <strong>la</strong> liposucción. Leí un reportaje sobre todos los males<br />
que dicha práctica acarreaba a <strong>la</strong>s mujeres: que dicha grasa era buena<br />
JNQVJ<br />
El mediático
<strong>para</strong> <strong>la</strong> piel porque esta contribuía a su lozanía y evitaba el envejecimiento<br />
prematuro. Ante tales razonamientos y respaldado por una<br />
sólida investigación de una conocida clínica ho<strong>la</strong>ndesa, no tuve otra<br />
cosa que hacer. Agarré mi mujer, mis cinco kilos de manteca conge<strong>la</strong>da,<br />
<strong>la</strong> llevé a <strong>la</strong> clínica y le pedí al médico que, por favor, le volviera a<br />
meter <strong>la</strong> grasa que le había sacado a mi cónyuge. Proserpina se negaba,<br />
pero ante el argumento de que se iba a poner vieja prematuramente no<br />
se resistió. Ante <strong>la</strong> amenaza de una demanda, el médico accedió a restaurarle<br />
a su santo lugar <strong>la</strong> grasa que en ma<strong>la</strong> hora se le había sustraído<br />
del cuerpo de mi Proserpina.<br />
Está c<strong>la</strong>ro, que el cuerpo de mi mujer no quedó con <strong>la</strong> esbeltez<br />
anterior. Al pasar mi mano sobre <strong>la</strong> desnudez de Proserpina notaba<br />
algunos sobresalientes simi<strong>la</strong>res a cuando se le pasa <strong>la</strong> mano a una bolsa<br />
llena de papa. Pero en fin, el<strong>la</strong> tendría su grasa <strong>para</strong> no ponerse vieja<br />
prematura y yo una citación a un tribunal, donde se me notificaba que<br />
mi mujer se quería divorciar de mí. Alegaba que yo vivía en una enajenación<br />
eterna a <strong>la</strong> que me habían llevado los medios de comunicación.<br />
Por ello pienso que soy un mediático.<br />
En <strong>la</strong> actualidad tengo prohibido leer noticias, ver televisión y<br />
escuchar radio. Proserpina, <strong>para</strong> no divorciarnos, puso como condición<br />
recluirme en un centro psiquiátrico. El<strong>la</strong> le refirió al médico que no<br />
quería que yo valiera por dos, porque no era bígama. Una vez que<br />
saliera de mi sitio de reclusión debía incorporarme al mundo como un<br />
ser normal, sin <strong>la</strong> manía de estar leyendo y viendo noticias o que por lo<br />
menos, esta lectura no afectara mi pensadora en lo más mínimo.<br />
Creo que estoy curado, ya casi no me provoca comprar periódico,<br />
pero estoy muy contento con esta computadora de bolsillo. Ésta permite<br />
conectarme y acceder vía Internet, con <strong>la</strong>s grandes agencias internacionales<br />
de noticia. Pero no se lo digan a Proserpina porque va creer<br />
que sigo siendo un mediático.<br />
JNRMJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />
~Äêáä OMMN
Libertad<br />
Si mal no recuerdo tres fueron los legados de <strong>la</strong> revolución francesa,<br />
estos son: “libertad”, “igualdad” y “fraternidad”. Mucha ha sido <strong>la</strong> sangre<br />
que se ha derramado en los diferentes campos de batal<strong>la</strong>s <strong>para</strong> que esa<br />
herencia ga<strong>la</strong> se haya universalizado. Y yo, como ferviente creyente de <strong>la</strong><br />
democracia he tomado <strong>para</strong> mí el primero de ellos como bandera, es<br />
decir el de <strong>la</strong> emancipación. A través de toda mi vida luché por mi independencia<br />
y hago uso de ésta como un valor ligado inextricablemente a<br />
mi persona. Me considero un hombre libre, emancipado y por esto he<br />
peleado <strong>para</strong> conseguirlo, <strong>para</strong> corroborarlo continúe leyendo.<br />
Nací en una típica familia de c<strong>la</strong>se media: mi padre, hombre autoritario,<br />
mujeriego, alcohólico y machista. Mi madre, una mujer monomaníaca,<br />
histérica, hipocondríaca, sumisa ante <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra despótica del<br />
jefe de <strong>la</strong> casa y una hermana, <strong>la</strong> preferida de mis padres, convertida en<br />
una niña malcriada a los que todos tenían que prodigarle, sin merecerlo,<br />
una mayor atención.<br />
Mi padre, como funcionario de un gobierno democrático, nos<br />
inculcó los beneficios de <strong>la</strong> democracia y entre estos, estaba el de <strong>la</strong><br />
libertad. Por lo anterior me crié dentro de lo que podía l<strong>la</strong>marse una<br />
democracia en pequeño. El cabeza de <strong>la</strong> casa nos hacía ver <strong>la</strong>s ventajas<br />
NRN
de crecer bajo un régimen de libertades individuales, donde que se resaltaban<br />
los grandes valores de <strong>la</strong> familia, como <strong>la</strong> célu<strong>la</strong> fundamental<br />
de <strong>la</strong> sociedad.<br />
Como se ve, me encontraba dentro de una parente<strong>la</strong> y un hogar<br />
que, cuando mi padre llegaba borracho se hacía lo que él decía. Soportando<br />
<strong>la</strong> manía de mi madre, <strong>la</strong>s enfermedades imaginarias y <strong>la</strong>s ma<strong>la</strong>crianzas<br />
de <strong>la</strong> consentida de <strong>la</strong> familia.<br />
Al poco tiempo de nacido, creo que fue en <strong>la</strong> época de neonato,<br />
según escuché alguna vez a mi progenitor, me bautizaron con el<br />
nombre de un santo que nunca fue de mi agrado. Al poco tiempo de ver<br />
por primera vez <strong>la</strong> luz, estaba dentro de <strong>la</strong> estadística de una religión,<br />
cuyos misterios desconocía y nunca comprendí. Mi predecesor inmediato<br />
decía que, con esto se fortalecía <strong>la</strong> moral de <strong>la</strong> familia, es decir<br />
dentro de <strong>la</strong> fe, <strong>la</strong> caridad y <strong>la</strong> moral cristiana. Desde el momento de<br />
recibir el sacramento debía cumplir con los mandamientos y los preceptos<br />
religiosos que imponía esta creencia. Como se notará, estaba<br />
preparándome cada día mejor <strong>para</strong> el ejercicio de mi libertad individual,<br />
bajo un régimen democrático.<br />
Como había que cumplir con los mandatos religiosos, mis progenitores,<br />
obligaban a los hermanos (mi hermana y yo) a frecuentar <strong>la</strong> iglesia<br />
todos los domingos, con <strong>la</strong> finalidad de escuchar <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra alentadora<br />
del párroco quien, cuando estaba con el gobierno hab<strong>la</strong>ba muy bien del<br />
presidente de turno, pero si estaba mal, despotricaba del régimen. De<br />
igual manera, el hombre de Dios nos hab<strong>la</strong>ba de <strong>la</strong>s bondades de <strong>la</strong> fe y<br />
el temor que debíamos sentir si pecábamos de hecho o pensamiento, ya<br />
que con eso despertaríamos <strong>la</strong> ira del santísimo. Recuerdo que mi madre,<br />
mujer piadosa, durante cierto tiempo nos obligaba, a mi hermana y<br />
a mí, a confesarle al cura los posibles pecados <strong>para</strong> que él nos absolviera<br />
por medio de <strong>la</strong> penitencia. De esta forma nos liberaba de <strong>la</strong>s tentaciones<br />
del dios de <strong>la</strong> oscuridad. Por tal procedimiento incompresible <strong>para</strong><br />
ambos, asegurábamos a nuestra alma un pase de por vida al <strong>para</strong>íso<br />
terrenal, al <strong>la</strong>do de los serafines y San Pedro. Tengo presente algunas<br />
pa<strong>la</strong>bras que cierta vez, desde el púlpito, profirió el vicario del Señor, a<br />
quien recuerdo todavía con el solideo:<br />
—Los que conversan con Dios están más cerca del cielo y por lo<br />
tanto no deben temerle ni a los truenos, ni a los relámpagos, ni a <strong>la</strong> fatalidad.<br />
Se sentirán cada día más libres. Recuerden que no hay más alegría<br />
en el cielo por <strong>la</strong>s lágrimas de un pecador arrepentido; no lo cambio<br />
JNROJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JNRPJ<br />
Libertad<br />
ni por cien hombres que prometan un falso albedrío. Nuestra Iglesia<br />
sabrá conducirlos, de mano del sacerdote, <strong>para</strong> nunca se<strong>para</strong>rlos de <strong>la</strong>s<br />
cuatros puras luces que iluminarán su espíritu: <strong>la</strong> verdad, <strong>la</strong> justicia, <strong>la</strong><br />
caridad y <strong>la</strong> libertad.<br />
Yo le creí letra por letra <strong>la</strong> arenga del sacerdote, puesto que con<br />
éstas estaba protegido de los demonios. Nos retirábamos del templo<br />
mostrando en el rostro nuestra atrición por los pecados cometidos.<br />
Mi padre nunca dejó de beber alcohol, ni tampoco desistió de<br />
tener amantes, pero continuamente nos recalcaba el valor de una<br />
familia unida. Siempre que llegaba bebido de visitar a <strong>la</strong> barragana de<br />
turno, maltrataba a mi madre de hecho y de pa<strong>la</strong>bra. El<strong>la</strong>, como mujer<br />
piadosa y sumisa, consideraba que lo merecía por los pecados que había<br />
cometido en esta o en <strong>la</strong> vida anterior. Era <strong>la</strong> prueba a <strong>la</strong> que <strong>la</strong> sometía<br />
el Todopoderoso <strong>para</strong> alcanzar el reino de los cielos. Estaba convencida<br />
que <strong>la</strong> infamia estaba sedienta de circunspección. Creo que si me<br />
hubiesen preguntado hubiera escogido otra familia. Lamentablemente<br />
no tuve libertad <strong>para</strong> escoger<strong>la</strong>.<br />
Todavía siendo un bebé, como de dos o tres años, estuve resguardado<br />
en un depósito de niños, algo que l<strong>la</strong>man maternal. Mi padre,<br />
quería que desde muy pequeño nos sometiéramos a <strong>la</strong> disciplina de <strong>la</strong><br />
una institución educativa. Opinaba que desde el principio de <strong>la</strong> existencia<br />
debía moldearse el carácter rebelde de los niños. De esta forma,<br />
bajo el rigor, se inculcaba una férrea obediencia a los infantes rebeldes,<br />
tan necesaria en los regímenes democráticos. Había que formar demócratas<br />
<strong>para</strong> el ejercicio de <strong>la</strong> democracia.<br />
Después de <strong>la</strong> imposición del nombre, una familia, una religión, me<br />
sacaron del maternal, enviándome a <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> primaria. Aquí comenzó<br />
a forjarse dentro de mí el sentimiento de <strong>la</strong> nacionalidad. Todos los días,<br />
antes de entrar al au<strong>la</strong> de c<strong>la</strong>se, como señal de respeto y sumisión, estaba<br />
obligado a cantar solemnemente el himno nacional junto a los compañeros<br />
de colegio, <strong>para</strong>dos frente a los nuevos íconos los cuales había que<br />
rendirle respeto. Estos eran el escudo y <strong>la</strong> bandera, además, de <strong>la</strong>s reverencias<br />
que debía ofrecerle a <strong>la</strong>s esculturas religiosas conocidas desde que<br />
frecuentaba <strong>la</strong> iglesia. Había que internalizar en el cerebro de cada uno<br />
de los niños el amor a <strong>la</strong> patria, <strong>para</strong> que en el futuro el país <strong>contar</strong>a con<br />
ciudadanos capaces de tomar un fusil y morir en su defensa. Recuerdo un<br />
vecino que comentaba: “La fecha de nacimiento y <strong>la</strong> nacionalidad de<br />
los hombres no pasan de ser un accidente histórico y geográfico. No
entiendo <strong>la</strong> razón del por qué <strong>la</strong> condición del gentilicio de un hombre y<br />
una mujer lo acredita un documento de identidad”. Mi padre se disgustaba<br />
al escuchar estas pa<strong>la</strong>bras. Éste afirmaba que si se desarraigaban <strong>la</strong>s<br />
familias, se desintegraba el país, ya que ésta es <strong>la</strong> célu<strong>la</strong> fundamental primaria;<br />
ésta mantiene intacta <strong>la</strong> nacionalidad y los valores históricos de<br />
una nación. Una cédu<strong>la</strong> de identidad es el único documento que ava<strong>la</strong> el<br />
lugar de nacimiento de un ciudadano.<br />
Las pocas veces que se reunía <strong>la</strong> familia lo hacíamos frente al televisor<br />
y ello era <strong>para</strong> ver los partidos de béisbol, fútbol y basquetbol.<br />
Como era de esperarse, mi padre tenía equipos favoritos y dicho fanatismo<br />
me fue legado, sin discusión alguna, como herencia familiar.<br />
Mucho tiempo después yo estaba discutiendo, rasgándome <strong>la</strong>s vestiduras<br />
sin tener motivo alguno, por <strong>la</strong>s ventajas de mi equipo de<br />
béisbol, el de fútbol o el de basquetbol, que eran los mismos preferidos<br />
del jefe del hogar. No entendía por qué Empédocles, un amigo de mi<br />
infancia, era aficionado de otros equipos, si era evidente que los míos<br />
eran los mejores. Algo que no entendía, era <strong>la</strong> razón por <strong>la</strong> cual<br />
algunos de los jugadores que jugaban en mi equipos favoritos, el otro<br />
año estaban en el equipo al cual era aficionado mi amigo. Nuestras discusiones<br />
sobre el resultado de un juego duraban <strong>la</strong>rgo tiempo, hasta el<br />
colmo que algunas veces no nos dirigíamos <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra. Con frecuencia,<br />
iba al estadio <strong>para</strong> vociferar <strong>la</strong>s consignas <strong>para</strong> darle ánimo a mi equipo<br />
favorito según nos indicaba un anfitrión, quien nos orientaba en lo que<br />
debíamos hacer o gritar.<br />
Como ustedes ven, fui criado bajo un régimen donde se respetaba<br />
<strong>la</strong> libertad individual, el cual se hizo más notorio cuando ingresé al club<br />
donde era socio mi padre. Dicha membresía pasó como herencia del<br />
abuelo a mi familia. Al ingresar al sitio de recreación, lo primero que<br />
hizo el presidente de <strong>la</strong> junta directiva fue leer a los nuevos miembros<br />
los estatutos. En estos, se seña<strong>la</strong>ban <strong>la</strong>s normas y reg<strong>la</strong>mentos que<br />
debían cumplir los usuarios —así nos l<strong>la</strong>maban— <strong>para</strong> el adecuado<br />
funcionamiento y el buen nombre de <strong>la</strong> institución.<br />
Ingresé al bachillerato en el mismo liceo donde había estudiado mi<br />
padre —por eso de mantener <strong>la</strong>s tradiciones familiares—. Lo primero<br />
que hizo fue inscribirme en <strong>la</strong> “liga de estudiantes libres”, ésta forjaría a<br />
sus miembros el amor por <strong>la</strong> patria, <strong>la</strong> democracia y <strong>la</strong> libertad. Esta<br />
agrupación estaba instaurada desde hacía muchos años en el liceo. Dicha<br />
cofradía contribuía, de alguna manera, a internalizar en los adolescentes<br />
JNRQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JNRRJ<br />
Libertad<br />
los valores y <strong>la</strong>s tradiciones del liceo, así como también, reforzaba los<br />
sentimientos de <strong>la</strong> libertad y nacionalidad elementos indispensables<br />
—tal como afirmé anteriormente— <strong>para</strong> el funcionamiento de <strong>la</strong> democracia.<br />
Cada uno de los miembros de <strong>la</strong> liga ve<strong>la</strong>ba por el cumplimiento<br />
fiel de <strong>la</strong>s normas de <strong>la</strong> hermandad.<br />
Llegué a <strong>la</strong> adolescencia impregnado con los vahos de licor de mi<br />
padre, con <strong>la</strong> monomanía e hipocondría de mi madre y <strong>la</strong>s malcriadeces<br />
de mi hermana, quien por ser <strong>la</strong> favorita, ya a los quince años tenía un<br />
f<strong>la</strong>mante automóvil. Recuerdo que papá estaba apegado a <strong>la</strong> doctrina<br />
socialdemócrata, <strong>la</strong> cual profesaba ya que militaba en un partido cuyo<br />
fundamento político era <strong>la</strong> libertad y <strong>la</strong> igualdad de los ciudadanos.<br />
Cierta vez al preguntarle <strong>la</strong> razón por <strong>la</strong> cual no me regaló a mí también<br />
un carro, obtuve como respuesta fue otra pregunta: “¿Acaso te crees<br />
igual que tu hermana?” De esta manera pude advertir, sin frustraciones<br />
y sin equívocos, que el legado francés había pasado de generación a<br />
generación hasta enraizarse en mi familia.<br />
Total, que desde muy joven milité en el partido socialdemócrata de<br />
mi padre y como consecuencia de esto, tuve que asistir a <strong>la</strong>s reuniones<br />
de <strong>la</strong> agrupación con <strong>la</strong> finalidad de conocer <strong>la</strong> doctrina del partido. Por<br />
esta vía, debía ve<strong>la</strong>r por el acatamiento de los dictamines que mis jefes<br />
políticos nos hacían llegar. Era evidente, que todos los militantes debíamos<br />
cumplir los estatutos y <strong>la</strong>s normas que nuestros máximos líderes y<br />
fundadores habían formu<strong>la</strong>do, desde hacía muchos años. Empédocles,<br />
que como siempre me llevaba <strong>la</strong> contraria, militaba en el partido socialcristiano,<br />
que <strong>para</strong> nosotros lo socialdemócrata esos estatutos coartaban<br />
<strong>la</strong> libertad. Yo, como persona criada bajo un régimen familiar de<br />
libertades individuales, le hacía notar de lo equivocado de su militancia.<br />
En períodos electorales el partido les asignaba a los militantes el<br />
trabajo que debían realizar <strong>para</strong> lograr el triunfo en <strong>la</strong>s urnas electorales.<br />
Durante esa época mi padre me obligaba a pegar y a repartir propaganda<br />
hasta en horas de <strong>la</strong> madrugada. Estaba sumamente orgulloso de<br />
mi régimen de libertad individual, el cual compartía con <strong>la</strong>s normas<br />
disciplinarias de mi padre, los compromisos con <strong>la</strong> iglesia, los estatutos<br />
del club, el cumplimiento de mi trabajo en <strong>la</strong> “liga de los jóvenes por <strong>la</strong><br />
libertad”, mis obligaciones en el liceo y con los estatutos del partido.<br />
Empédocles y yo nos graduamos de bachilleres. Él siguió con su<br />
militancia socialcristiana, luego ingresó a un seminario porque se consideraba<br />
un elegido y yo, me mantuve al otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> acera. Le recordé
al amigo lo que en alguna parte había leído: “los elegidos por Dios<br />
tienen el signo de <strong>la</strong> infelicidad y del sufrimiento”, pero él siguió en <strong>la</strong><br />
búsqueda de <strong>la</strong> santidad. Yo entré a <strong>la</strong> facultad de Medicina; desde<br />
pequeño quise graduarme de médico y una vez armado con mi título,<br />
realizaría una <strong>la</strong>bor social.<br />
Al ingresar a <strong>la</strong> “casa que vence <strong>la</strong>s sombras” me inscribí en “La<br />
Asociación de Estudiantes Librepensadores”. El fundamento de esta<br />
agrupación era limpiar de nuestras mentes de cualquiera influencia<br />
doctrinaria. Desde luego, debíamos aprendernos <strong>la</strong> teoría del libre pensamiento<br />
y como consecuencia, cumplir con los estatutos de <strong>la</strong> comunidad.<br />
Para dar cumplimiento a esto nos reuníamos en <strong>la</strong> casa de un<br />
joven profesor de Filosofía que nos empapaba de los fundamentos del<br />
libre pensar, que según mi padre, contradecía mi formación política.<br />
Muchas veces afirmaba: “Creo que dentro de poco tendremos un anarquista<br />
en mi familia”. Cuando invité a Empédocles a militar en <strong>la</strong> asociación,<br />
señaló que pertenecía a <strong>la</strong> “Juventud universitaria por el rescate<br />
de los valores del cristianismo moderno”. Le increpé y le dije que <strong>la</strong>s<br />
religiones lo único que habían hecho era castrar a los individuos<br />
durante muchos siglos. Le reiteré que los dogmas, en los jóvenes, eran<br />
como una fiebre que les achicharraba sus cerebros. Pero no hubo<br />
manera de sacar a Empédocles de <strong>la</strong>s trincheras del oscurantismo.<br />
Obtuve el título de médico. De inmediato, me afilié al Colegio<br />
Médico <strong>para</strong> poder ejercer <strong>la</strong> profesión, después de hacer el juramento<br />
hipocrático en el <strong>para</strong>ninfo universitario. Todavía hoy retumban en mi<br />
cerebro <strong>la</strong>s últimas frases de dicho juramento: “que los hombres nos<br />
concedan su estima si nos mantenemos fieles a estas promesas, y nos<br />
cubra de oprobio y el desprecio si faltamos a el<strong>la</strong>s” (lindas pa<strong>la</strong>bras).<br />
Siempre estuve bajo <strong>la</strong> supervisión de <strong>la</strong> asociación que me acogió.<br />
Finalmente, consagré mi vida con fervor social al ejercicio de <strong>la</strong> profesión,<br />
hasta que me decidí por hacer un estudio de postgrado; opté por el<br />
de Cirugía Plástica. Con esto contribuiría al embellecimiento del<br />
ambiente. Es decir, mi nuevo título académico era de casi de carácter<br />
ecológico.<br />
Me gradué en dos años; de inmediato obtuve <strong>la</strong> membresía en <strong>la</strong><br />
“Sociedad Interamericana de Cirujanos Plásticos”. Desde <strong>la</strong> clínica, de<br />
<strong>la</strong> cual era socio, tenía que seguir los dictamines éticos que dicha sociedad<br />
establecía <strong>para</strong> <strong>la</strong> vigi<strong>la</strong>ncia del buen ejercicio profesional de sus<br />
JNRSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
miembros. Como ven ustedes, cada día me hacía más libre dentro de<br />
una sociedad democrática.<br />
Debo resaltar que además de mi familia, <strong>la</strong> militancia política, el<br />
ejercicio religioso, <strong>la</strong> colegiatura profesional y demás etcéteras, también<br />
era, desde muy joven, adicto a <strong>la</strong> televisión y a <strong>la</strong>s computadoras. A<br />
través de estos tuve acceso a los mejores productos; convirtiéndome en<br />
un asiduo consumista de <strong>la</strong>s reconocidas marcas de zapatos, ropa,<br />
relojes y pare usted de <strong>contar</strong>. Además de mi permanencia durante<br />
<strong>la</strong>rgas horas, frente a <strong>la</strong> computadora, a través de Internet, tuve acceso a<br />
<strong>la</strong>s últimas noticias científicas, económicas, políticas, etc. Ahora estaba<br />
seguro de ser un hombre bien informado. Por todo lo anterior, podía<br />
ufanarme de sentirme como consejero de Dios. Experimentaba y disfrutaba<br />
cada día, de manera orgullosa y gozosa, mi libertad individual.<br />
El conseguir una novia <strong>para</strong> mí no fue catastrófico. Mis padres<br />
resolvieron ese problema con una joven de buena estirpe. El<strong>la</strong> era hija<br />
de unos amigos que frecuentaban nuestra casa, así como nosotros <strong>la</strong> de<br />
ellos. El connubio fue concertado entre <strong>la</strong> familia de mi padre y <strong>la</strong> de mi<br />
futura cónyuge. Esta es una tradición que se ha mantenido durante<br />
muchos años y yo, como amante de <strong>la</strong> libertad, acepté sin protestar<br />
cuando mis progenitores me lo informaron. El matrimonio se realizó<br />
de acuerdo —en <strong>la</strong> misma iglesia—, con <strong>la</strong> misma normas de etiqueta,<br />
tal como lo habían hecho los abuelos y luego mis padres. Era parte de <strong>la</strong><br />
tradición familiar<br />
Como era de esperar, Empédocles se convirtió en un hombre sumiso<br />
y religioso, incapaz de tomar decisiones por él mismo. A pesar de<br />
los consejos que le daba, se empeñó en seguir el camino equivocado y yo<br />
<strong>la</strong> vía de mi libertad individual, esto me haría crecer como profesional,<br />
como futuro esposo y como persona. Esta manera de actuar permitiría<br />
forjar una familia, con los mismos valores que tremo<strong>la</strong>ron los pendones<br />
libertarios de <strong>la</strong> vetusta y heroica revolución francesa.<br />
Cierta vez encontré a Empédocles en una de <strong>la</strong>s calles de <strong>la</strong> ciudad.<br />
Me sorprendió cuando lo observé vestido con el alzacuello clerical y<br />
una <strong>la</strong>rga sotana. Sonrió al notar en mi cara una mezc<strong>la</strong> de exultación y<br />
de asombro. Luego del cordial saludo manifestó con voz sacerdotal<br />
“Me he liberado de los apetitos carnales y de <strong>la</strong>s tentaciones del mundo<br />
material. Cuando tengo un problema acudo a <strong>la</strong> catedral, rezo y le<br />
pido a Dios. Ante <strong>la</strong> magnificencia del templo y <strong>la</strong> grandiosidad del<br />
Señor, advierto lo pequeño y lo débil de los humanos. No somos más<br />
JNRTJ<br />
Libertad
que un grano de arena en <strong>la</strong> inmensidad del universo. Me he liberado,<br />
emancipándome de este mundo y de <strong>la</strong>s personas arrogantes que tienen<br />
enferma <strong>la</strong> sociedad”. No puedo negar <strong>la</strong> sorpresa que albergué dentro<br />
de mí al advertir lo cerca que el amigo estaba de <strong>la</strong> santidad. No tuve<br />
pa<strong>la</strong>bras, arrancadas del mundo terrenal donde vivía, <strong>para</strong> refutar <strong>la</strong>s<br />
suyas muy espirituales. Solo restó decirle: “Yo también experimento<br />
esa sensación de libertad, soy un hombre libre. Cuando tengo un problema<br />
y tengo dinero, acudo a un centro comercial, gasto y compro lo<br />
que necesito —noté <strong>la</strong> sonrisa sacrosanta de mi interlocutor y continué<br />
<strong>la</strong> perorata—; cuando llevo en <strong>la</strong> cartera mis tarjetas de crédito y en mis<br />
manos unas bolsas llenas de productos de marca, siento como si estuviera<br />
escapado del bolsillo a Dios. Tengo <strong>la</strong> certeza que el dinero nos<br />
concede esa libertad tan anhe<strong>la</strong>da”. Tuve que despedirme del amigo<br />
porque <strong>la</strong> tecnología, por medio del celu<strong>la</strong>r, obligaba a socorrer a una<br />
paciente, quien acababa de informarme que uno de sus senos artificiales<br />
se había desinf<strong>la</strong>do. Escuché, casi en tono premonitorio, <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de<br />
despedida de mi amigo sacerdote, mientras se alejaba: “La libertad, tal<br />
como <strong>la</strong> vida, es una enfermedad de <strong>la</strong>s personas, <strong>la</strong> cual se cura con <strong>la</strong><br />
muerte”.<br />
En <strong>la</strong> actualidad estoy de reposo víctima de un atentado. En días<br />
pasados se pretendió acusar a uno de los dirigentes del partido de<br />
corrupción. Como se sabe <strong>la</strong> libertad tiene muchos detractores, por lo<br />
que <strong>la</strong> dirección regional obligó a sus militantes a defender <strong>la</strong> bandera y<br />
<strong>la</strong> doctrina de <strong>la</strong>s que nos sentíamos orgullosos. Había que erradicar<br />
cualquier intento de resquebrajar <strong>la</strong> unión que nos hacía fuerte. Para<br />
esto convocaron a una manifestación frente al Ministerio de Justicia,<br />
como forma de protesta, haciendo uso de <strong>la</strong> libertad de expresión de<br />
cualquier país democrático. Durante <strong>la</strong> concentración se produjo un<br />
zafarrancho provocado por nuestros enemigos y en eso, sonó un disparo<br />
que fue a dar en mi humanidad. Recibí un tiro en el muslo con orificio<br />
de entrada y salida que obligó mi tras<strong>la</strong>do a un centro hospita<strong>la</strong>rio.<br />
Fui muy bien atendido en <strong>la</strong> clínica y lo único que le pedí al médico<br />
fue que no se preocu<strong>para</strong> por <strong>la</strong> cicatriz, que no me hiciera una excelente<br />
sutura. Deseaba, con fervor revolucionario, mostrarle al mundo <strong>la</strong><br />
huel<strong>la</strong> que había quedado en mi pierna como consecuencia de mis<br />
luchas por <strong>la</strong> libertad individual. Estoy deseoso de quitarme el es<strong>para</strong>drapo<br />
<strong>para</strong> enseñar con orgullo a <strong>la</strong> familia y a los amigos <strong>la</strong> mácu<strong>la</strong><br />
dejada en mi cuerpo. Como fiel creyente de los legados de <strong>la</strong> revolución<br />
JNRUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
francesa, estaba obligado a escribir <strong>la</strong> historia de <strong>la</strong> emancipación de mi<br />
país con mi propia sangre. Bien valía mi holocausto.<br />
Sirva este escrito como una autoayuda <strong>para</strong> aquellos padres que<br />
quieran inculcar en sus hijos un sentimiento de libertad. Con esto se formarán<br />
ciudadanos responsables, capaces de tomar decisiones sin inherencia<br />
de ningún elemento ajeno a <strong>la</strong> personalidad. Que únicamente<br />
interfiera <strong>la</strong> genética en <strong>la</strong> conformación del temperamento de los vástagos.<br />
Que sea <strong>la</strong> misma libertad individual <strong>la</strong> que se imponga, junto al<br />
libre albedrío de su hijo, sobre cualquier escollo que él encuentre en <strong>la</strong>s<br />
sing<strong>la</strong>duras de <strong>la</strong> nave de <strong>la</strong> vida.<br />
JNRVJ<br />
Libertad<br />
ÇáÅáÉãÄêÉ OMMN
El hombre se deslumbra con lo hermoso;<br />
elige lo aparente<br />
abrazando tal vez lo más dañoso;<br />
pero escarmiente ahora en tal cabeza:<br />
el útil bien es <strong>la</strong> mejor belleza.<br />
p~ã~åáÉÖç
La nacionalidad<br />
Crisóstomo Marcano y Onésimo Montiel, dos jóvenes como<br />
muchos de los que pulu<strong>la</strong>n por nuestra geografía, amigos, compañeros,<br />
casi hermanos. Se criaron, jugaron y estudiaron juntos durante muchos<br />
años, lo único que los se<strong>para</strong>ba era una raya, una simple raya. Crisóstomo<br />
y Enésimo vivían en pueblos fronterizos, el primero vivía en el<br />
pueblo de acá de <strong>la</strong> raya y Onésimo en el de allá, es decir, después de <strong>la</strong><br />
frontera. En el pueblo de acá, estaba <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> primaria donde compartieron<br />
los primeros años de su vida y en el de allá, estaba <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> de<br />
música y <strong>la</strong> cancha de fútbol. De esta manera, Crisóstomo y Onésimo<br />
pudieron estudiar y jugar durante mucho tiempo, estableciéndose entre<br />
ellos una gran hermandad. Los partidos de pelota se jugaban en <strong>la</strong>s<br />
sabanas situadas en cualquiera de los <strong>la</strong>dos de <strong>la</strong> raya, a los que acudían<br />
los jóvenes de acá y de allá.<br />
Todo marchó a <strong>la</strong> perfección durante <strong>la</strong> infancia y <strong>la</strong> adolescencia.<br />
Las discusiones y <strong>la</strong>s peleas que se suscitaban entre los jóvenes formaban<br />
parte del paisaje de estas soledades, así como también los encuentros<br />
amorosos entre los jóvenes de ambos pueblos, quienes prometían quererse<br />
y amarse durante toda una eternidad. Eran frecuentes <strong>la</strong>s celebraciones<br />
de connubios entre los mozos y <strong>la</strong>s mozas de ambos <strong>la</strong>dos de <strong>la</strong><br />
NSP
JNSQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />
raya, por lo que <strong>la</strong> familia y <strong>la</strong>s dos nacionalidades estaban inextricablemente<br />
ligadas entre sí.<br />
Crisóstomo y Onésimo eran personajes conocidos, integraban conjuntos<br />
musicales que amenizaban los jolgorios de acá y de allá. Además,<br />
formaban parte de <strong>la</strong> banda musical que interpretaba <strong>la</strong> música sacra en<br />
<strong>la</strong>s fiestas patronales, a lo <strong>la</strong>rgo del recorrido por <strong>la</strong>s calles de ambos pueblos;<br />
porque hasta el santo era el mismo patrono en ambas regiones.<br />
Una so<strong>la</strong> situación logró que los dos amigos se se<strong>para</strong>ran. Con <strong>la</strong><br />
finalidad de que los jóvenes pagaran el servicio a <strong>la</strong> patria, se inició <strong>la</strong><br />
recluta en ambos <strong>la</strong>dos de <strong>la</strong> raya, tal como lo establecía <strong>la</strong>s leyes y los<br />
reg<strong>la</strong>mentos de <strong>la</strong>s naciones vecinas. Había que forjarles a los jóvenes <strong>la</strong><br />
pasión y el amor por sus países, a través del servicio militar obligatorio.<br />
A ellos había que afianzarles el sentimiento de <strong>la</strong> nacionalidad <strong>para</strong><br />
formar ciudadanos útiles a <strong>la</strong>s repúblicas.<br />
—Onésimo, dice el sargento que <strong>la</strong>s cosas entre nosotros no están<br />
muy buenas. ¿Qué estará pasando? —así iniciaba Crisóstomo <strong>la</strong> conversación<br />
en una esquina de su pueblo, en un día libre de sus prácticas<br />
militares.<br />
—Sí, tienes razón, parece que algo anda mal entre ustedes y nosotros.<br />
El comandante, cuando forma <strong>la</strong> tropa, todos los días también nos<br />
informa que debemos estar prevenidos contra los enemigos que habitan<br />
del otro <strong>la</strong>do de a frontera. Según él, ustedes nos están quitando<br />
parte de nuestro patrimonio territorial —fue <strong>la</strong> respuesta que le dio<br />
Onésimo a su amigo Crisóstomo.<br />
Los habitantes de ambos pueblos observaban, con sorpresa, ciertos<br />
movimientos raros de los carruajes militares. Ninguno de los lugareños,<br />
moradores de ambos <strong>la</strong>dos de <strong>la</strong> raya, podía explicar lo que estaba ocurriendo.<br />
Los del <strong>la</strong>do de allá, veían que sus soldados con cascos recorrían<br />
<strong>la</strong>s calles del pueblo, dotados con uniformes y armas <strong>la</strong>rgas nuevas recién<br />
adquiridas. Los del pueblo de acá, observaban —no sin asombro— a los<br />
reservistas trotando, haciendo ejercicios y prácticas militares, con más<br />
frecuencia de lo normal. En ambas pob<strong>la</strong>ciones se observaban carros<br />
militares con muchos soldados fuertemente armados recorriendo <strong>la</strong>s<br />
calles polvorientas.<br />
Las conversaciones de Crisóstomo y Onésimo, siguieron, pero no<br />
con el mismo entusiasmo de siempre. Los juegos, los chismes y <strong>la</strong>s<br />
ocurrencias de <strong>la</strong>s personas de su pueblo ya no estaban presentes en sus
JNSRJ<br />
La nacionalidad<br />
diálogos. No hab<strong>la</strong>ban de música, ni de fútbol, no se referían a <strong>la</strong>s muchachas<br />
con <strong>la</strong> picardía de siempre. Sólo había un tema de conversación:<br />
<strong>la</strong> guerra.<br />
—Crisóstomo, ayer leí un periódico que trajo mi tío Ambrosio de<br />
<strong>la</strong> capital. Allí se escriben cosas que no caben en mi entendimiento. Leí<br />
que debíamos dec<strong>la</strong>rarles <strong>la</strong> guerra por <strong>la</strong> continua vio<strong>la</strong>ción que ustedes<br />
vienen haciendo de nuestro territorio.<br />
El amigo aludido, levantó <strong>la</strong> cara sorprendido y respondió con una<br />
pregunta.<br />
—¡Qué vaina, Enésimo!, ¿quiere decir que desde que éramos pequeños<br />
tú y yo, nos <strong>la</strong> pasábamos violentando <strong>la</strong> integridad territorial<br />
de los dos países y no sabíamos que eso era causa de una dec<strong>la</strong>ración de<br />
guerra?<br />
El joven de acá, tampoco entendía lo del exhibicionismo de <strong>la</strong> gran<br />
cantidad de armas, muchas de el<strong>la</strong>s recién adquiridas que llegaban continuamente<br />
al cuartel, mientras que había otro lote que nunca usaron y<br />
permanecían abandonadas en galpones.<br />
—Bueno, tan sólo una vez —a Crisóstomo le había dicho un viejo<br />
sargento:<br />
—La utilizamos en los desfiles que se hicieron en <strong>la</strong> capital,<br />
durante <strong>la</strong> celebración de los días patrios y de <strong>la</strong> nacionalidad. Luego,<br />
ese mismo día regresamos al pueblo, depositamos <strong>la</strong>s armas en esos galpones<br />
y más nunca le dimos uso.<br />
Esa fue <strong>la</strong> confesión que el viejo soldado le hizo al joven recluta.<br />
Crisóstomo se paró con ánimo de despedirse de su amigo y le<br />
manifestó:<br />
—Yo estoy muy confundido con lo que está ocurriendo. Ayer vi<br />
que al cuartel entraron más tanques y más cañones; deben costar<br />
mucho dinero. También observé a varios señores rubios y colorados,<br />
tenían unos uniformes diferentes al nuestro. Por allí se comenta que<br />
vinieron a enseñarnos a manejar esos bichos nuevos.<br />
Onésimo también se levantó, se sacudió <strong>la</strong> parte trasera de sus pantalones<br />
raídos, observó cuando se acercaron carros militares, desde allí<br />
le gritaron:<br />
—Sube al camión; dentro de poco comenzaremos a defender nuestra<br />
soberanía.
Onésimo subió, no sin antes despedirse de su amigo, sin que ninguno<br />
de los dos tuviera una explicación racional de lo que estaba sucediendo.<br />
Crisóstomo se despidió de Enésimo; se dirigió al cuartel que<br />
estaba en el pueblo de allá, caminaba con <strong>la</strong> cara cabizbaja con los ojos<br />
mirando al suelo, como queriendo encontrar <strong>la</strong> raya que se<strong>para</strong>ba los<br />
pueblos. Mientras andaba, en su cabeza le retumbaba una pa<strong>la</strong>bra que<br />
había escuchado a su sargento: Soberanía. Y pensó en voz alta:<br />
—¿Qué querrá decir esa pa<strong>la</strong>bra?<br />
Al llegar al cuartel se dirigió a <strong>la</strong> biblioteca; buscó en un vetusto<br />
diccionario <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra que tantas angustias y sinsabores le estaba ocasionando.<br />
“Soberanía: Estado del poder político de una nación o de un organismo<br />
que no está sometido al control de otra nación u organismo”. Así<br />
definía <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra que encontró Crisóstomo en el viejo diccionario. La<br />
confusión del joven fue mayor y musitó:<br />
—¿Cómo puede ser que una frase tan sencil<strong>la</strong> acarree tantos problemas<br />
a dos pueblos hermanos? —él no entendía nada, ni de política ni<br />
de organismo. Lo único que sabía era que Onésimo y él habían estudiado<br />
en <strong>la</strong> misma escue<strong>la</strong>, que jugaron fútbol desde pequeños y además,<br />
sus abuelos, sus padres y su familia habían cruzado <strong>la</strong> raya, desde tiempos<br />
inmemorables, cada vez que ellos querían. Recordó también que su<br />
familia estaba integrada por personas de acá y de allá de <strong>la</strong> raya.<br />
Cierto día, a Crisóstomo lo l<strong>la</strong>maron a formar fi<strong>la</strong>s; el comandante<br />
de <strong>la</strong> guarnición militar les iba a dar un discurso antes de dar inicio a <strong>la</strong>s<br />
prácticas militares. Algunas de <strong>la</strong>s frases de <strong>la</strong> arenga fueron:<br />
—Estimados soldados, <strong>la</strong> patria se siente orgullosa de <strong>contar</strong> con<br />
ustedes <strong>para</strong> defender los intereses de <strong>la</strong> nación. Todos tienen que tener<br />
presente que nuestros enemigos están allá, del otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> frontera,<br />
ellos y sólo ellos, son los responsables de <strong>la</strong>s grandes ca<strong>la</strong>midades por <strong>la</strong>s<br />
que estamos atravesando.<br />
Al escuchar estas pa<strong>la</strong>bras, el enredo mental en que se mantenía<br />
aumentó mucho más. Crisóstomo estaba deseoso de que Onésimo estuviera<br />
a su <strong>la</strong>do <strong>para</strong> discutir todo esto, deseaba con vehemencia encontrar,<br />
entre los dos, una explicación y una solución a lo que estaba<br />
sucediendo, tal como lo hacían desde pequeños.<br />
El oficial continuó su alocución infundándole a los reclutas odios<br />
y resentimientos contra los habitantes del pueblo de allá. Había que<br />
JNSSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
vengarse y <strong>la</strong> única posibilidad era mediante <strong>la</strong> dec<strong>la</strong>ración formal de <strong>la</strong><br />
guerra que los políticos y los congresantes de <strong>la</strong> capital estaban negociando.<br />
Sus pa<strong>la</strong>bras al cierre fueron:<br />
—Recuerden, queridos soldados, hijos de <strong>la</strong> patria, que <strong>la</strong>s afrentas<br />
a <strong>la</strong> soberanía se <strong>la</strong>van con sangre enemiga.<br />
Era verdad, <strong>la</strong> guerra se estaba negociando, porque esto es lo que es<br />
<strong>la</strong> guerra, un buen negocio, pero no <strong>para</strong> Onésimo ni <strong>para</strong> Crisóstomo,<br />
ni <strong>para</strong> los habitantes del pueblo de allá, ni los de acá, lo es sólo <strong>para</strong> los<br />
mercaderes de muertos; los mismos que les venden todo tipo de pertrechos<br />
militares a los gobiernos de <strong>la</strong>s naciones de acá y de allá. Negocio<br />
es <strong>para</strong> los políticos y altos oficiales, quienes se benefician con <strong>la</strong>s altas<br />
comisiones que obtienen por <strong>la</strong>s ventas de armas. Todo esto lo había<br />
leído Onésimo en un periódico que su tío Ambrosio le había traído de<br />
<strong>la</strong> capital. Se podía leer el opúsculo, que el presidente estaba esperando<br />
<strong>la</strong> opinión del soberano Congreso de <strong>la</strong> República <strong>para</strong> una dec<strong>la</strong>ración<br />
formal de <strong>la</strong> guerra; constantemente, de una manera reiterada y alevosa<br />
los enemigos de <strong>la</strong> patria estaban vio<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong> soberanía del país. Mientras<br />
Crisóstomo leía todo esto meditaba en voz alta:<br />
—Pensar que Onésimo y yo somos responsables de esta guerra;<br />
desde muy pequeños nos <strong>la</strong> pasábamos vio<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong> soberanía de <strong>la</strong>s dos<br />
naciones.<br />
En el pueblo de Onésimo, igualmente que en el otro, estaban preparándose<br />
<strong>para</strong> <strong>la</strong> guerra. En todos los postes de <strong>la</strong> calle se habían colocados<br />
altavoces y par<strong>la</strong>ntes, a través de estos se exacerbaban el fervor<br />
patriótico del pueblo y el odio hacia sus vecinos de muchos años. Estas<br />
vecindades existían desde tiempos inmemorables, antes de que los<br />
gobiernos y los cartógrafos decidieran en el mapa <strong>la</strong> se<strong>para</strong>ción de los<br />
dos pueblos mediante rayas y puntos.<br />
Un sargento l<strong>la</strong>mó a Onésimo a formar fi<strong>la</strong>s en el pelotón al que<br />
había sido asignado y le arengó:<br />
—Estimados soldados, <strong>la</strong> patria se siente orgullosa de <strong>contar</strong> con<br />
ustedes <strong>para</strong> que defiendan sus intereses. Todos saben que nuestros enemigos<br />
están del otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> raya; sólo ellos son los responsables de <strong>la</strong>s<br />
grandes ca<strong>la</strong>midades por <strong>la</strong>s que estamos atravesando —el joven, mientras<br />
escuchaba esta perorata se acordó del judío Benjamín, a quien todos<br />
en el pueblo le echaban <strong>la</strong> culpa de <strong>la</strong>s cosas ma<strong>la</strong>s que sucedían. Cuando<br />
llovía mucho, <strong>la</strong> culpa era del judío, cuando <strong>la</strong> sequía era prolongada <strong>la</strong><br />
JNSTJ<br />
La nacionalidad
culpa <strong>la</strong> tenía el maldito semita. Cuando Onésimo le preguntaba a alguna<br />
persona <strong>la</strong> razón de tal comportamiento, ésta respondía:<br />
—Desde hace mucho tiempo los judíos tienen <strong>la</strong> culpa de todo.<br />
Cierta vez le preguntó a Benjamín, el dueño de <strong>la</strong> tienda, su opinión<br />
sobre tales delitos; el buen judío meditó y respondió:<br />
—El hombre tiene sus propios demonios dentro de sí, pero siempre<br />
le echará <strong>la</strong> culpa de sus males a los demás.<br />
Onésimo no le prestaba atención a lo que decía el sargento, se<br />
puso a cavi<strong>la</strong>r y a recordar cosas. Le vino a su memoria un libro que<br />
había leído sobre <strong>la</strong>s guerras religiosas en <strong>la</strong> que los musulmanes y cristianos<br />
se mataron entre sí, igualmente ocurrió entre católicos y protestantes<br />
y musitó:<br />
—Esto de <strong>la</strong> nacionalidad es como <strong>la</strong>s religiones, lo único importante<br />
es odiarse entre sí, sin tener explicación de tal comportamiento.<br />
Los judíos y los cristianos se odian, igualmente los musulmanes y los<br />
judíos. Pareciera que nunca se acabará <strong>la</strong> inquina entre ellos. Creo que<br />
los hombres inventaron <strong>la</strong>s religiones y <strong>la</strong>s nacionalidades <strong>para</strong> enfrentar<br />
a los seres humanos como enemigos, <strong>para</strong>, de esta forma, exacerbar<br />
odios sin motivo y de alguna manera sacar dividendos de esta actitud.<br />
Las dudas de Crisóstomo y Onésimo aumentaban a <strong>la</strong> par que<br />
crecía el olor a pólvora entre los dos pueblos. Los habitantes de ambos<br />
pob<strong>la</strong>dos corrían de un <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> raya al otro <strong>para</strong> visitar a sus familias,<br />
quienes vivían indistintamente allá y acá. En <strong>la</strong>s tiendas comenzó agotarse<br />
<strong>la</strong>s te<strong>la</strong>s negras y b<strong>la</strong>ncas. No era necesario ser adivino <strong>para</strong> augurar<br />
el luto que se aproximaba dentro de poco tiempo.<br />
Los mercaderes de <strong>la</strong> guerra vendían sus armas, los políticos y <strong>la</strong>s<br />
otras personas cobraban sus comisiones, los comandantes daban dec<strong>la</strong>raciones<br />
en <strong>la</strong> prensa que acentuaba el odio hacia los vecinos. Benjamín,<br />
como todos los comerciantes, aumentó los precios de su mercancía y el<br />
tío Ambrosio trajo un periódico donde se leía “El presidente y el congreso<br />
firmaron <strong>la</strong> dec<strong>la</strong>ración formal de <strong>la</strong> guerra, de acuerdo con lo pautado<br />
por los organismos internacionales, con <strong>la</strong> finalidad de darle viso de legalidad.<br />
Los comandos militares de ambos países se comprometieron al uso<br />
de armas convencionales”. Cuando el tío Ambrosio leyó esta última frase<br />
se dibujó una sonrisa sarcástica en su rostro y pensó en voz alta:<br />
—Algo así, como <strong>para</strong> que los muertos no protesten. Los decesos<br />
de los jóvenes se producirán en apego a <strong>la</strong>s leyes internacionales sobre el<br />
derecho de guerra.<br />
JNSUJ<br />
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JNSVJ<br />
La nacionalidad<br />
La conf<strong>la</strong>gración duró muchos meses. Se cerró formalmente <strong>la</strong><br />
frontera, pero los soldados de ambos bandos pasaban de un pueblo a<br />
otro, matando civiles y militares, saqueando, incendiando, vio<strong>la</strong>ndo a<br />
<strong>la</strong>s mujeres, quienes en algunos casos, podían ser su familia.<br />
La frontera sólo se habría cuando <strong>la</strong> Cruz Roja Internacional mediaba<br />
entre <strong>la</strong>s autoridades militares y civiles. Debía supervisar que <strong>la</strong>s<br />
personas del pueblo de allá y de acá, recogieran sin problemas los familiares<br />
muertos y heridos. Triste papel de un organismo humanitario.<br />
Crisóstomo y Enésimo integraban <strong>la</strong>s bandas musicales de ambos<br />
pueblos, éstas, por medio de himnos y marchas exaltaban en los jóvenes<br />
soldados el sentimiento patrio cuando caminaban hacia el campo enemigo,<br />
sin importar <strong>la</strong> entrega de sus vidas en aras de <strong>la</strong> nacionalidad.<br />
No había familia en ambos pueblos que no tuviera un pariente fallecido<br />
en los campos de batal<strong>la</strong>. Las ventas de armas y <strong>la</strong>s comisiones<br />
aumentaban, así como <strong>la</strong>s ganancias de los mercaderes de almas, todo<br />
ello a expensas de <strong>la</strong> sangre joven que se estaba derramando. Las discusiones<br />
y el parloteo entre los políticos se escuchaban con frecuencia por <strong>la</strong><br />
radio, los delegados en los organismos internacionales, según se podía<br />
leer en <strong>la</strong> prensa, discutían. A todo esto, se le sumaban los muertos y <strong>la</strong>s<br />
miserias de los pueblos, cuyos habitantes desconocían <strong>la</strong> causa de <strong>la</strong> pelea.<br />
Cierto día, en el fragor de <strong>la</strong> batal<strong>la</strong>, Onésimo marchaba tocando el<br />
tambor, marcaba el paso de los soldados. Se dirigía hacia el campo enemigo,<br />
vale decir al pueblo vecino, pero no en p<strong>la</strong>n de visita a su amigo<br />
Crisóstomo, sino en p<strong>la</strong>n de guerrear, en p<strong>la</strong>n de conquista. Se encaminaba<br />
hacia allá, simplemente porque lo habían mandado con el tambor<br />
que anunciaba los sonidos de <strong>la</strong> muerte. El camino hacia el pueblo de<br />
allá, que en otro tiempo olía a pastizales y a hermandad, ese día estaba<br />
impregnado de una mezc<strong>la</strong> de olores de sudor, pólvora, sangre, odio y<br />
miseria. Allí, en el campo de batal<strong>la</strong>, se encontró con muchos cadáveres<br />
de amigos y compañeros, con los cuerpos completamente muti<strong>la</strong>dos y<br />
destrozados. Cada repique de tambor iba acompañado de lágrimas y<br />
tristezas. Lloraba y marchaba hacia el objetivo y todavía no entendía <strong>la</strong><br />
razón de dicha guerra. Se preguntaba en voz alta:<br />
—¿Qué ocurrió? ¿Quién forjó tanto odio entre los moradores de<br />
estos dos pueblos hermanos donde compartimos tantas cosas? ¿Habrá<br />
creado Dios al hombre a su imagen y semejanza?<br />
Todas estas dudas le llegaban su mente, hasta que divisó tirado en el<br />
suelo el cornetín que conocía como si fuera de él. Al <strong>la</strong>do de éste observó
un soldado conocido. Allí estaba Crisóstomo tendido sobre un mogote,<br />
con el uniforme bañado de sangre, con su mano próxima al instrumento<br />
musical y una ba<strong>la</strong> dentro de su corazón. Onésimo se acercó, lo tocó <strong>para</strong><br />
ver si había un rastro de vida, le gritó, lo sacudió, lo l<strong>la</strong>mó por su nombre<br />
y exc<strong>la</strong>mó:<br />
—Maldita sea esta guerra —agarró el trompetín que también sabía<br />
tocar, entonó una música de despedida, un canto fúnebre <strong>para</strong> el amigo<br />
fallecido. Las notas musicales se mezc<strong>la</strong>ban con los gritos de dolor de<br />
los jóvenes soldados, caídos en el campo de batal<strong>la</strong> por <strong>la</strong>s armas que<br />
enriquecían a algunos y que desgarraban los cuerpos de los muchachos<br />
en aras de <strong>la</strong> patria. Una vez finalizado el réquiem, colocó a su amigo el<br />
casco en <strong>la</strong> cabeza, puso el cornetín en su mano y le dio un beso en <strong>la</strong><br />
mejil<strong>la</strong>. Miró hacia los <strong>la</strong>dos y fijó su atención en un fusil, de los<br />
muchos que se encontraban tirados en el campo de matanza, lo tomó<br />
en sus manos y gritó a todo pulmón, como panegírico de despedida:<br />
“Maldita sea <strong>la</strong> guerra”. Se colocó <strong>la</strong> trompa del arma en su boca y se<br />
escuchó un disparo, uno más de los muchos que se oían en el campo de<br />
batal<strong>la</strong>. Allí quedó Onésimo, sin sesos, sin rostro, acompañando al hermano<br />
del alma al viaje hacia <strong>la</strong> eternidad. La explosión se elevó al cielo,<br />
junto con los gritos de los muchos jóvenes soldados que elevaban su<br />
dolor al creador, como un rec<strong>la</strong>mo por <strong>la</strong>s viudas, los huérfanos y <strong>la</strong>s<br />
madres que quedaban sin sus seres queridos.<br />
Al poco rato de lo acontecido pasaron varios oficiales por el campo<br />
de batal<strong>la</strong>, entre ellos se encontraba un enjundioso general, cuyas medal<strong>la</strong>s<br />
le llenaban no se sabe si el pecho o <strong>la</strong> redonda andorga, contempló<br />
los múltiples cadáveres esparcidos en el terreno y exc<strong>la</strong>mó con gran<br />
regocijo:<br />
—Estos son los soldados de mi patria, qué muchachos tan arrechos.<br />
Onésimo y Crisóstomo no pudieron leer los titu<strong>la</strong>res de <strong>la</strong> prensa<br />
que trajo el tío Ambrosio de <strong>la</strong> capital: “¡Finalizó <strong>la</strong> guerra! Firmado el<br />
tratado de paz que permitirá <strong>la</strong> co<strong>la</strong>boración mutua entre <strong>la</strong>s dos<br />
naciones”. Al leer el titu<strong>la</strong>r el tío pensó en voz alta:<br />
—No es necesaria <strong>la</strong> guerra <strong>para</strong> preservar <strong>la</strong> paz entre los pueblos.<br />
—en <strong>la</strong> prensa se destacaba <strong>la</strong> foto donde los presidentes, los comandantes,<br />
los políticos, los empresarios, los sacerdotes y los intelectuales<br />
ava<strong>la</strong>ban el tratado de paz, brindando con champaña por el progreso, <strong>la</strong><br />
armonía y <strong>la</strong> paz de <strong>la</strong>s naciones.<br />
JNTMJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
En los pueblos de allá y de acá <strong>la</strong> vida siguió igual, los vivos enterraron<br />
a sus muertos; nuevas viudas, nuevos huérfanos, nuevos odios y<br />
<strong>la</strong> misma miseria, esta última, lo único que había permanecido inmutable<br />
desde hacía muchos años en ambos <strong>la</strong>dos de <strong>la</strong> frontera.<br />
JNTNJ<br />
La nacionalidad
Quique. Biografía<br />
Quien comience a leer esta biografía tan corta recurrirá inmediatamente<br />
a un diccionario, a <strong>la</strong> sección de personajes célebres, con <strong>la</strong> finalidad<br />
de ubicarlo entre los prohombres de nuestra humanidad. Pero no<br />
se molesten, no lo encontrarán. Quique es mi creación, lo llevé de <strong>la</strong><br />
mano, lo asesoré y por ello soy responsable de su destino.<br />
Lo que pasa, es que estamos acostumbrados a leer volúmenes y<br />
volúmenes de libros que nos hab<strong>la</strong>n de los grandes personajes de <strong>la</strong> historia,<br />
de su vida y sus obras. Por ejemplo, si se descubre una carta de<br />
Napoleón dirigida a una amante que vivía en Sebastopol, aparecerá un<br />
“experto”, psicólogo o antropólogo, quien escribirá una biografía del<br />
gran estratega francés; a lo mejor se titu<strong>la</strong>rá: Vida sexual de Napoleón<br />
durante su campaña en Sebastopol. O por ejemplo, si el Libertador le<br />
hubiese escrito una misiva al mariscal Antonio José, y entre otras cosas,<br />
escribiera en el<strong>la</strong> algo como esto: “Querido mariscal, recuerdo en este<br />
momento aquel<strong>la</strong> campaña contra los enemigos de América, donde<br />
Usted y yo, a <strong>la</strong> sombra de una mata de apamate, discutimos los pormenores<br />
de <strong>la</strong> batal<strong>la</strong>...”, vendrá un conservacionista y escribirá un libro<br />
cuyo título podría ser: Vigencia de <strong>la</strong> teoría conservacionista del<br />
Libertador hasta nuestros días. De igual manera, como descubridor de<br />
NTP
Quique, me siento en <strong>la</strong> obligación de escribir su biografía; debido a su<br />
vida fugaz, no pasará de unas pocas cuartil<strong>la</strong>s.<br />
El interesado en esta lectura, se preguntará ¿pero quién es Quique?<br />
Bueno, Quique fue un limpiabotas que cierto mediodía, con anuencia<br />
de <strong>la</strong> dirección de <strong>la</strong> empresa de economía y finanzas donde trabajo,<br />
limpiaba los zapatos a varios ejecutivos. En uno de esos mediodías, en<br />
mi hora de almuerzo, me sorprendió con <strong>la</strong>s siguientes pa<strong>la</strong>bras:<br />
—Doctor, si usted no quiere que me dedique a delinquir y me convierta<br />
en enemigo de <strong>la</strong> sociedad, monte sus zapatos sobre mi instrumento<br />
de trabajo. Yo se los limpio, se los pulo, cance<strong>la</strong> mi <strong>la</strong>bor y nuestra<br />
re<strong>la</strong>ción obrero-patronal quedará satisfecha —levanté <strong>la</strong> mirada del<br />
p<strong>la</strong>to donde había un muslo de pollo, una ración de arroz con ensa<strong>la</strong>da<br />
(cortesía de <strong>la</strong> empresa) y dirigí mi vista hacia el simpático rapaz. Sin<br />
mediar pa<strong>la</strong>bra alguna, coloqué uno de mis zapatos sobre el cajón y de<br />
inmediato comenzó su trabajo. Una vez concluida <strong>la</strong> jornada, cancelé lo<br />
convenido y el joven abandonó tranqui<strong>la</strong>mente <strong>la</strong> oficina.<br />
Así se estableció mi re<strong>la</strong>ción con Quique. Personaje, quien a lo<br />
sumo tendría unos doce años y como frecuentaba <strong>la</strong>s diferentes oficinas<br />
de <strong>la</strong> empresa, se familiarizó con el lenguaje que mis colegas utilizaban;<br />
por eso el mozalbete se sentía como uno de nosotros. Me<br />
enteré de su nombre porque después de muchas operaciones de limpieza<br />
se lo pregunté.<br />
—Para nuestras re<strong>la</strong>ciones de negocio me l<strong>la</strong>marás Enrique y <strong>para</strong><br />
los tratos menos formales, simplemente Quique, tal como lo hacen mis<br />
colegas, por lo que podrás utilizar éste <strong>para</strong> los vínculos no <strong>la</strong>borales.<br />
El personaje era muy simpático; muchas de <strong>la</strong>s veces, cuando <strong>la</strong><br />
comida no me gustaba, se <strong>la</strong> rega<strong>la</strong>ba. Él me confiaba su gratitud con<br />
estas pa<strong>la</strong>bras cargada de cierta donosura: “Los activos de mi empresa se<br />
incrementarán como consecuencia del ahorro en otros rubros”. Cierta<br />
vez, cuando atacaba fieramente un duro bistec con unos tenedores de<br />
plástico, Quique me observaba con detenimiento y me preguntó:<br />
—Doctor, ¿<strong>para</strong> qué sirve <strong>la</strong> economía y <strong>la</strong>s finanzas, si mi abuelo,<br />
mi mamá y ahora yo, que siempre hemos ahorrado y trabajado, y desde<br />
que mi memoria funciona, recuerdo que hemos vivido en el cerro y creo<br />
que nunca podremos salir de esa mugre?<br />
¿Qué podría decirle a esta criatura? Él no entendería sobre modelos<br />
macroeconómicos, sobre variables estadísticas, sobre <strong>la</strong> teoría de los<br />
JNTQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JNTRJ<br />
Quique. Biografía<br />
mercados, sobre <strong>la</strong> globalización, etc.; quizás allí estaba <strong>la</strong> respuesta <strong>para</strong><br />
aliviar <strong>la</strong> miseria de muchos de los habitantes de <strong>la</strong> Tierra.<br />
—Doctor, usted está más jodido que yo, como puedo ver, tiene que<br />
comerse ese bistec, el cual está más duro que <strong>la</strong> sue<strong>la</strong> de este zapato.<br />
Comprendo, que es el almuerzo que <strong>la</strong> empresa le proporciona. En cambio,<br />
yo tengo mi propia compañía, por lo tanto yo puedo comer lo que<br />
quiero.<br />
Reflexioné por un instante sobre <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de mi interlocutor; le<br />
informé que trabajaba como economista <strong>para</strong> una empresa de economía<br />
y finanzas. El cargo que desempeñaba tenía carácter ejecutivo,<br />
por lo que devengaba un sueldo más o menos bueno; además, no<br />
siempre <strong>la</strong> comida era tan ma<strong>la</strong>. “Pero si los economistas son importantes<br />
¿por qué los ministros de hacienda no son graduados como<br />
usted?” No le di respuesta alguna; de inmediato pensé que <strong>la</strong> mayoría<br />
de los muchachos ven programas de comiquitas en <strong>la</strong> televisión, pero a<br />
mí me había acercado uno que veía los noticieros económicos. Sin<br />
embargo, recordé que el último ministro de Hacienda era un psicólogo<br />
con un curso de contabilidad de año y medio, en una academia que se<br />
cursa por correspondencia.<br />
Con todo y lo fastidioso de mi personaje nos hicimos buenos<br />
amigos. Esto dio pie a que aceptara una invitación <strong>para</strong> visitar su casa, situada<br />
en un barrio de uno de los cerros que rodea <strong>la</strong> ciudad. Le demostré<br />
mi temor de ir a su hogar y su respuesta fue:<br />
—No se preocupe Doc, yo seré su salvoconducto. Usted irá con el<br />
Quique, todos los chamos de <strong>la</strong> zona me conocen.<br />
Los pormenores de mi caminata hacia <strong>la</strong> casa de Quique no los voy<br />
a re<strong>la</strong>tar; primero un urólogo tendría que explicarme, <strong>la</strong> razón de <strong>la</strong><br />
facilidad con que <strong>la</strong>s glándu<strong>la</strong>s sexuales masculinas se ubican próximas<br />
a <strong>la</strong> nuez de Adán, en momentos de angustia y desesperación.<br />
Después de tantos sustos, llegamos a <strong>la</strong> casa de mi anfitrión. Mi<br />
sorpresa no menguó, al percatarme de <strong>la</strong> presencia de los seis hermanos<br />
más pequeños que Quique y de diferentes edades; estaban mirando una<br />
pelícu<strong>la</strong>, sentados frente a un televisor de veintiséis pulgadas. Me pude<br />
dar cuenta que poseían un moderno y costoso DVD; además, de un<br />
potente equipo de sonido. Mientras esto sucedía, <strong>la</strong> madre operaba una<br />
moderna máquina de coser industrial, trabajo que hacía <strong>para</strong> mantener<br />
<strong>la</strong> familia, debido a que <strong>la</strong> ausencia del padre era evidente. Se hicieron
<strong>la</strong>s presentaciones de ley, cortésmente me obsequiaron un vaso de<br />
papelón con limón y el susto se me “bajó” a sus lugares normales, es decir,<br />
al receptáculo que guarda los órganos de <strong>la</strong> hombría.<br />
—¿Ves, Quique?, esto es producto de <strong>la</strong> distorsión del mercado y<br />
del consumismo arraigado en <strong>la</strong> pob<strong>la</strong>ción. No es posible que en este<br />
rancho, ustedes que carecen de comida, posean ese televisor tan grande,<br />
un DVD, una nevera de dos puertas que hace hielo, una cocina eléctrica,<br />
esa moderna máquina de coser y ese costoso equipo de sonido.<br />
Fue lo primero que se me ocurrió decirle, sorprendido ante el gran<br />
dispendio de tecnología moderna en este minúsculo rancho. O quizás<br />
era por envidia, ya que en mi pequeño apartamento de soltero sólo<br />
poseía minúscu<strong>la</strong> kichinett, un solo mueble con televisor y radio, el cual<br />
me sirve <strong>para</strong> colocar mi colección de CD.<br />
—No, Doc, qué consumismo, ni distorsión de mercado, ni na’.<br />
Todo esto era del ma<strong>la</strong>ndro Jairo, el chamo apartaco —yo, que no estoy<br />
ducho en <strong>la</strong> jerga interrumpí:<br />
—¿Y qué es apartaco? —de nuevo el muchacho, con una sonrisa<br />
dibujada en su rostro, tomó <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra.<br />
—No sea ingenuo, Doc, como dirían ustedes en <strong>la</strong> compañía: el<br />
ramo de trabajo de ese chamo, tal como <strong>la</strong>s inmobiliarias, son los apartamentos<br />
—y continuó mi anfitrión—: El tipo se robó todo esto en<br />
unas residencias del Este y se lo llevó a su rancho. Un pana policía, le<br />
pasó el dato que lo iban a requisar, le dio culillo porque estaba ilegal en<br />
el país, se fue del barrio y nos los vendió a precio de “sale” —culminó<br />
nuestro personaje con una pregunta de tipo bursátil— ¿Es que usted<br />
nunca ha comprado alguna mercancía a precio de oferta? —no le contesté.<br />
Evidentemente, los parámetros con los que se miden <strong>la</strong>s cosas en<br />
este barrio, no son los mismos con los que se miden en <strong>la</strong>s Cámaras de<br />
Industria y Comercio. Conocedor de inventarios, de precios de compras<br />
y de los de ventas, de los intereses activos y pasivos de los bancos, por un<br />
momento dudé si estábamos entre iguales.<br />
Nuestra re<strong>la</strong>ción se acrecentaba más al pasar el tiempo; por tal<br />
razón, mi afecto hacia Quique aumentaba. Sus preguntas sobre economía<br />
se hacían cada vez más frecuentes.<br />
—Doctor ¿qué es eso de <strong>la</strong> globalización? —le informé que en los<br />
países de gran desarrollo económico había empresas que extendían sus<br />
mercados hacia otras naciones. También le referí que <strong>la</strong>s transnacionales<br />
de lo países poderosos generan empleos y movimiento de divisas<br />
JNTSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
en <strong>la</strong>s regiones donde se insta<strong>la</strong>n. Le hablé de los tratados de Libre<br />
Comercio, de Mercosur, del ALCA, de <strong>la</strong> Comunidad Europea. Eran<br />
pa<strong>la</strong>bras de mi época de pre<strong>para</strong>dor de <strong>la</strong> universidad. Le conversé de<br />
<strong>la</strong>s divisas que se llevan <strong>la</strong>s transnacionales por concepto de franquicias;<br />
de los empleados con sueldos de miserias en <strong>la</strong> maqui<strong>la</strong>s; de <strong>la</strong> materia<br />
prima de alto valor energético, <strong>la</strong> cual compran, a bajos precios, los<br />
países desarrol<strong>la</strong>dos a los países del tercer mundo y luego, <strong>la</strong>s regresa,<br />
como productos acabados, vendiéndolos a precios exorbitantes. Esto<br />
genera un desequilibrio en <strong>la</strong>s ba<strong>la</strong>nzas de pagos y más miserias a los<br />
países del hemisferio sur. Rememoré mi época de dirigente estudiantil.<br />
Coincidí con algunos expertos, que <strong>la</strong>s empresas tenían que aumentar<br />
sus ganancias por encima de cualquier cosa, ya que el dinero no tiene<br />
moral. Que <strong>la</strong> globalización permite penetrar con una gran fuerza y<br />
competencia <strong>para</strong> abrir mercados en otros países, sin importar <strong>la</strong><br />
quiebra de <strong>la</strong> pequeña y mediana industria de los países económicamente<br />
débiles. No cabía <strong>la</strong> menor duda, que los dueños de los grandes<br />
capitales no tienen alma. Estaba comportándome como un verdadero<br />
ejecutivo empresarial.<br />
—De acuerdo con lo que usted dice, debo incorporarme a <strong>la</strong> globalización;<br />
<strong>para</strong> ello deberé ampliar mi ramo comercial —le sonreí a<br />
Quique. Recordé el rancho donde residía junto con sus hermanos y su<br />
madre sacrificada, quien trabajaba remendando ropa. Una pregunta se<br />
paseaba por mi mente ¿qué más podía hacer mi pequeño amigo, además<br />
de limpiar zapatos?<br />
Cierto día, cuando compartíamos el almuerzo suministrado por <strong>la</strong><br />
empresa, con cierto tono de seguridad en sus pa<strong>la</strong>bras, me informó:<br />
—Creo que encontré otro ramo comercial, aparte de <strong>la</strong> compañía<br />
de servicios de limpieza y pulitura de calzado.<br />
La jerga de mi amigo causaba risa, sabía que se esmeraba en escuchar<br />
y repetir <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de los colegas, <strong>la</strong> cual reforzaba con <strong>la</strong>s informaciones,<br />
que en materia económica escuchaba en <strong>la</strong> televisión.<br />
Continuó conversando.<br />
—Hay un producto que tiene mucha demanda en el barrio. Si yo<br />
incursiono en su comercialización, conseguiré un buen capital <strong>para</strong><br />
montar una transnacional —le informé que eso no era fácil, que tenía que<br />
tener una infraestructura, capital, sistema de cobranzas, instrumentos<br />
especiales de comercialización tales como publicidad, facturas, formatos<br />
de todo tipo. En fin le hablé de muchas cosas, solo por el ejercicio de<br />
JNTTJ<br />
Quique. Biografía
hab<strong>la</strong>r; sabía que el pobre Quique no tenía los medios <strong>para</strong> iniciar algún<br />
tipo de actividad comercial, por lo tanto, le llevé <strong>la</strong> corriente.<br />
Las visitas de Quique se hacían cada vez más espaciadas; algunas<br />
veces, utilizaba el teléfono <strong>para</strong> hacerme llegar sus saludos o <strong>para</strong> pedirme<br />
asesoría. Yo le seguía <strong>la</strong> corriente en su loca fantasía.<br />
—Ya tengo el instrumento de cobranza, ese del que usted habló;<br />
mi problema ahora es eliminar <strong>la</strong> competencia.<br />
Estas fueron <strong>la</strong>s primera pa<strong>la</strong>bras con <strong>la</strong>s que me saludó. No me<br />
quedó más que sonreírme; pensé en <strong>la</strong> desbordada imaginación de mi<br />
querido párvulo. No me quedó más remedio que seguirle <strong>la</strong> corriente.<br />
—Creo que mi negocio está globalizado. Evidentemente, <strong>la</strong> demanda<br />
y <strong>la</strong> abundancia del rubro que comercializo permiten incorporación<br />
de empresas emergentes en esta actividad comercial. Esto trae<br />
como consecuencia una mayor competencia en el negocio.<br />
Esta fue <strong>la</strong> última conversación que tuve con Quique. Comencé a<br />
preocuparme; su vestimenta había cambiado notoriamente, ya no se<br />
ocupaba de su trabajo de limpiabotas.<br />
—Mire, doctor, el instrumento de cobranza me facilita el cobro de<br />
deudas, pero <strong>la</strong>s fluctuaciones del mercado me tienen preocupado, <strong>la</strong><br />
saturación de <strong>la</strong> mercancía hace que el precio baje constantemente —le<br />
informé que eso pasaba en todas <strong>la</strong>s economías. Por ejemplo, los precios<br />
del petróleo fluctúan según sea invierno o verano, según que los<br />
inventarios estén vacíos o estén abarrotados; según <strong>la</strong> producción aumente<br />
o disminuya. Por eso los precios han osci<strong>la</strong>dos entre $ 10 y $ 60<br />
en los últimos diez años.<br />
Una vez que terminé <strong>la</strong> información me pareció estúpida mi<br />
actitud; a quien tenía frente de mí era un niño de doce años con una<br />
mente fantasiosa, estimu<strong>la</strong>da por <strong>la</strong>s conversaciones que escuchaba en<br />
<strong>la</strong> empresa y su afición por los programas de corte económico en <strong>la</strong> televisión.<br />
Quizás, mis preocupaciones eran exageradas, a lo mejor su<br />
madre había conseguido un hombre, quien le estaba dando dinero y <strong>la</strong><br />
situación económica de <strong>la</strong> familia había mejorado.<br />
Tomé unas vacaciones por tres semanas. Durante mucho tiempo,<br />
después del regreso, no supe de Quique. Pregunté por él y nadie tenía<br />
alguna información sobre su <strong>para</strong>dero. Recordé que era tan solo un<br />
niño, quizás había cambiado de sitio <strong>para</strong> limpiar zapatos, tendría nuevas<br />
amistades y se había olvidado de <strong>la</strong>s viejas. En fin, solo me quedaría<br />
JNTUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JNTVJ<br />
Quique. Biografía<br />
con mis preocupaciones y mis dudas, porque el reto de visitarlo a su casa<br />
era imposible, sin el correspondiente salvoconducto.<br />
Cierto día, antes de tomar el desayuno en <strong>la</strong> cafetería, <strong>la</strong> cual estaba<br />
frente a <strong>la</strong> empresa, abrí el periódico. Mi estupor fue grande cuando<br />
observé a Quique retratado en <strong>la</strong> página roja del diario. Yacía, al <strong>la</strong>do de<br />
un arma de fuego y acribil<strong>la</strong>do a ba<strong>la</strong>zos. El título decía “Muerto menor<br />
de edad entre bandas por el control de <strong>la</strong> venta de drogas”. Dirigí <strong>la</strong> vista<br />
al instrumento de cobranzas del cual me había hab<strong>la</strong>do el difunto. Descubrí,<br />
en ese momento, que Quique había incursionado en el negocio de<br />
<strong>la</strong> droga en los barrios marginales de <strong>la</strong> ciudad. Mi pequeño amigo tenía<br />
razón, su negocio estaba globalizado.<br />
Leí el artículo completo, el cual no suministraba más datos que los<br />
que comúnmente aparecen en <strong>la</strong> prensa. Miré por última vez <strong>la</strong> foto de<br />
Quique. Tiré el periódico al cesto de <strong>la</strong> basura, noté mis zapatos manchados<br />
de sangre y al dirigirme a mi trabajo, sintiéndome muy abatido<br />
por <strong>la</strong> infausta noticia, sólo se me ocurrió pensar: “Cosas de <strong>la</strong> globalización<br />
y de <strong>la</strong> economía de mercado”.<br />
ÉåÉêç ÇÉ OMMM
Ovario 2050<br />
Este re<strong>la</strong>to no es ficción, más bien, constituirá un documento <strong>para</strong><br />
<strong>la</strong>s civilizaciones posteriores, también será un referencial <strong>para</strong> aquellos<br />
románticos quienes todavía toman el amor como sentimiento fundamental<br />
de <strong>la</strong>s re<strong>la</strong>ciones humanas.<br />
Mi origen fue muy sencillo. Fui perfectamente p<strong>la</strong>nificado por mi<br />
madre, según consta en los archivos del Centro de Concepción y<br />
P<strong>la</strong>nificación de Nacimientos, organización gubernamental encargada<br />
de todo lo re<strong>la</strong>tivo a los alumbramientos de nuevas vidas. De<br />
acuerdo con los estudios de dicha institución es como se estructuran<br />
los p<strong>la</strong>nes de <strong>la</strong> nación.<br />
Por ser un niño p<strong>la</strong>nificado por <strong>la</strong> organización nombrada anteriormente,<br />
fui concebido so<strong>la</strong>mente en el vientre materno sin <strong>la</strong> participación<br />
del sexo masculino, quiere decir esto, que soy hijo de una vagina<br />
solitaria, puesto que en mi concepción no hubo intervención del sexo<br />
masculino.<br />
Pude enterarme muchos años después, que <strong>para</strong> p<strong>la</strong>nificar el nacimiento,<br />
de quien escribe el re<strong>la</strong>to, mi progenitora concurrió a un médico<br />
especialista, un obstetra cibernético, doctorado en ingeniería genética<br />
con estudios especializados en concepciones genéticas programadas.<br />
NUN
Según como aparece en <strong>la</strong> ficha, todo fue muy sencillo. Quiere decir<br />
que fui objeto de un proyecto dentro de un <strong>la</strong>boratorio.<br />
Veamos el procedimiento. Mi madre se inscribió en un programa<br />
de nacimientos p<strong>la</strong>nificados. Según el p<strong>la</strong>n, debía darme a luz en una<br />
fecha determinada, período en el cual se necesitaban trescientos cincuenta<br />
y dos niños —yo, entre ellos—, y cuatrocientas veinticuatro<br />
niñas. La finalidad era <strong>la</strong> de establecer un equilibrio entre los sexos; se<br />
había determinado <strong>la</strong> necesidad de una modificación en el programa<br />
del año anterior. La dama llenó los requisitos administrativos, manifestándole<br />
a <strong>la</strong> secretaria su interés por alumbrar un hermoso niño —el<br />
autor del re<strong>la</strong>to—. La empleada tomó todos los datos y a continuación<br />
le sugirió que viniera <strong>para</strong> <strong>la</strong> fecha fijada.<br />
Poco tiempo después recibió un correo electrónico; en éste le<br />
informaban que todo estaba pre<strong>para</strong>do <strong>para</strong> <strong>la</strong> imp<strong>la</strong>ntación del espermatozoide,<br />
de acuerdo con <strong>la</strong>s características solicitadas. Cuando mi<br />
progenitora llegó al centro de especialidades, le reiteró nuevamente al<br />
médico <strong>la</strong> intención de tener un niño. En este momento, cuando disfruto<br />
un solitario descanso, pienso que <strong>la</strong> respuesta del especialista<br />
debió ser: “Bueno, señora, estamos en capacidad de proporcionarle <strong>la</strong><br />
criatura que usted desee; nuestro lema es ‘pida su nene y nosotros se lo<br />
construimos’ ”.<br />
La dama, aspirante a primeriza, le entregó al médico una ficha con<br />
los datos donde aparecían <strong>la</strong>s características del futuro bebé y le reiteró:<br />
“Quiero uno con los ojos azules, de piel trigueña, con el pelo gris un<br />
poco liso, eso sí un poco ondu<strong>la</strong>do, que posea inteligencia musical, una<br />
mezc<strong>la</strong> de Mozart y Stravinsky”. Puedo imaginarme, mientras el<strong>la</strong><br />
hab<strong>la</strong>ba, al obstetra especializado introduciendo al computador los<br />
datos de <strong>la</strong> ficha entregado por <strong>la</strong> futura madre; dándole el toque final,<br />
de acuerdo con los últimos aportes que estaba escuchando. Todavía no<br />
habían terminado <strong>la</strong>s características del futuro primogénito: “Además,<br />
aspiro que el bebé no contenga genes de algún tipo de enfermedad<br />
viral. Aspiro que sea inmune a todo tipo de virus, sin posibilidad de<br />
adquirir cáncer, ni SIDA. También debe erradicarse, cualquiera posibilidad<br />
de alguna tendencia hacia el homosexualismo; debe eliminarse <strong>la</strong><br />
factibilidad de algún tipo de gripe y de enfermedades eruptivas”. Imaginaba<br />
al obstetra comunicándole a mi madre: “Por eso no se preocupe<br />
señora, tenemos los programas de concepción más higiénicos que cualquier<br />
otra clínica de <strong>la</strong> competencia. Si usted quiere, mire en <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong><br />
JNUOJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JNUPJ<br />
Ovario 2050<br />
otras características, por si desea introducir otras de su preferencia”.<br />
Luego, tuve <strong>la</strong> información, que el<strong>la</strong> marcó tres tec<strong>la</strong>s más y al tocar <strong>la</strong><br />
última, el especialista preguntó: “¿Conforme?” Ante <strong>la</strong> respuesta afirmativa<br />
de <strong>la</strong> dama, el obstetra marcó <strong>la</strong> que decía “enter”; de inmediato<br />
por algún sitio de <strong>la</strong> máquina se eyectó una cápsu<strong>la</strong> contentiva de un<br />
espeso líquido lechoso. Su interior encerraba el espermatozoide con <strong>la</strong>s<br />
características genéticas solicitadas. A continuación, el especialista,<br />
quien sabía de acuerdo con <strong>la</strong> ficha de <strong>la</strong> dama, que el<strong>la</strong> estaba en su<br />
período de fecundación, le pidió que pasara a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> contigua <strong>para</strong> proceder<br />
a <strong>la</strong> inseminación del líquido perlino. De esta forma, se fecundó<br />
el óvulo de mi madre. De <strong>la</strong> manera más aséptica posible, sin <strong>la</strong> participación<br />
de ningún macho de <strong>la</strong> especie.<br />
Mi madre se alejó del centro de concepciones, confiada en que su<br />
futuro bebé sería <strong>la</strong> criatura más perfecta y más linda del mundo.<br />
Mientras se dirigía hacia su domicilio, pensaría en <strong>la</strong>s diversas cualidades<br />
de <strong>la</strong>s cuales estaría dotado su primogénito.<br />
Tengo <strong>la</strong> impresión, que <strong>la</strong> clínica encargada de mi concepción<br />
disponía de un banco de datos insuperable; cualquiera de los otros centros<br />
especializados del ramo <strong>la</strong> envidiaría. Con tanta información, era<br />
como imposible <strong>la</strong> creación de un espermatozoide con <strong>la</strong> conformación<br />
y <strong>la</strong> carga genética deseaba por mi madre; pero el prodigio se logró.<br />
De este entubamiento nací yo, un niño lindo y bello —que ni el<br />
Niño Jesús—, con una carga genética envidiable, hasta por un santo.<br />
Daba <strong>la</strong> impresión que mi futuro era el de un superhombre, en lo que se<br />
refiere a mi agudeza y genio musical; sin <strong>la</strong>s enfermedades que caracterizaron<br />
los insignes músicos de los siglos pasados. Ni sordera, ni locura,<br />
ni sífilis, ni SIDA ni nada de esos horribles padecimientos que atormentaron<br />
a los excelsos estudiosos del pentagrama, quienes dejaron<br />
una gran herencia musical<br />
No padecí de sarampión, ni tosferina, ni paperas, ni dengue; jamás<br />
me resfrié y nunca padecí de enfermedad alguna. La existencia de tales<br />
dolencias <strong>la</strong>s conocí por medio de <strong>la</strong>s enciclopedias. En éstas se referían<br />
a tales achaques, como los males que habían arrasado, en los siglos<br />
anteriores, a gran parte de los habitantes del p<strong>la</strong>neta.<br />
Mi educación fue casi perfecta, dispuse de <strong>la</strong>s mejores computadoras,<br />
<strong>la</strong>s cuales supieron guiarme sabiamente en todo lo referente a <strong>la</strong><br />
disciplina musical. Conocí verdaderos maestros cibernéticos; puedo<br />
afirmar que jamás se recalentaban, de un archivo y de una memoria
muy amplia. Con solo marcar una tec<strong>la</strong>, tenía acceso a toda una gama<br />
de información, poniéndome en contacto con una serie de condiscípulos<br />
estudiosos y amantes de <strong>la</strong> música. En fin, puedo afirmar que<br />
estas maravillosas máquinas moldearon mi carácter y mis sentimientos.<br />
Mis juegos fueron muy animados. Con <strong>la</strong> computadora podía crear<br />
lo que deseaba, obteniendo <strong>la</strong>s mejores imágenes virtuales, con el<strong>la</strong>s<br />
podía interactuar. Algunas veces, mediante el correo electrónico podía<br />
hacer partícipe de mis momentos de esparcimiento a algún internauta<br />
con <strong>la</strong>s mismas inquietudes mías. Mediante esta máquina, yo podía<br />
decidir qué era lo que quería jugar y, además, poseía un inmenso arsenal<br />
de programas de juegos, los cuales podía compartir con los amigos virtuales.<br />
Sin embargo, mis actividades lúdicas duraron poco tiempo de<br />
acuerdo con lo establecido en el programa educativo.<br />
En <strong>la</strong> medida que crecía, estaba convirtiéndome progresivamente<br />
en un genio musical, tal como lo p<strong>la</strong>nificado desde mi nacimiento. La<br />
mayor ilusión después de cumplir mis dieciocho años, al igual que los<br />
jóvenes contemporáneos, era convertirme en un donador sano de espermatozoide.<br />
Comía y vivía, de acuerdo con el programa de vida establecido<br />
por los estudiosos de <strong>la</strong> genética —estaba prohibido salirse de <strong>la</strong><br />
p<strong>la</strong>nificación—. Cada uno de los músicos era poseedor de unos códigos,<br />
ello implicaba seguir un modo de vida adecuado, acorde con lo proyectado<br />
y <strong>la</strong>s necesidades del país.<br />
En el momento de mi creación, se estaba gestando, de igual manera,<br />
el de <strong>la</strong> futura madre de mis hijos. Era obligatorio que <strong>la</strong> clínica le<br />
informara a mi progenitora que había una cliente, una señora muy sana,<br />
quien <strong>la</strong> estaban pre<strong>para</strong>ndo <strong>para</strong> <strong>la</strong> concepción de una niña, cuya tendencia<br />
genética era hacia <strong>la</strong> literatura. Ésta había sido <strong>la</strong> solicitud de <strong>la</strong><br />
demandante del servicio. De esta manera, si se llegaran a unir un espermatozoide<br />
del varón —quiere decir el mío—, y un óvulo de <strong>la</strong> hembra<br />
—<strong>la</strong> que se estaba gestando—, se obtendría una mezc<strong>la</strong> compatible,<br />
cuya genética sería, <strong>la</strong> de un superdotado en <strong>la</strong>s disciplinas literarias y<br />
musicales. Un producto de gran carga humanística, necesaria <strong>para</strong><br />
nación en un futuro no muy lejano.<br />
Imagino que mi madre y <strong>la</strong> otra señora, cuyo nombre era Higinia<br />
25, firmaron un contrato de concepción. De esta manera, quedaba<br />
asegurada <strong>la</strong> herencia genética de <strong>la</strong>s dos familias, eso sí, bajo <strong>la</strong> supervisión<br />
del Estado. No cabía <strong>la</strong> menor duda, todo lo re<strong>la</strong>tivo a <strong>la</strong> procreación<br />
estaba a cargo de <strong>la</strong> clínica a <strong>la</strong> cual se le había encomendado <strong>la</strong><br />
JNUQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
concepción y configuración de los dirigentes del futuro. Ellos debían<br />
ve<strong>la</strong>r que el espermatozoide de <strong>la</strong> fecundación proviniera de mi órgano<br />
sexual, <strong>para</strong> poder fertilizar el óvulo de Higinia 26, <strong>la</strong> hija de <strong>la</strong> 25. Todo<br />
lo anterior estaba refrendado en un formato de contrato que poseía <strong>la</strong><br />
clínica. En éste se especificaba, que en ningún momento los donantes<br />
tendrían conocimiento uno del otro. Esto aseguraba que <strong>la</strong> concepción<br />
se realizaría de <strong>la</strong> manera más higiénica posible, sin contacto visual, ni<br />
carnal, ni de ningún tipo. Tales precauciones se tomaban, <strong>para</strong> evitar los<br />
gérmenes emanados durante los choques “persona a persona”. Estaba<br />
c<strong>la</strong>ro, que <strong>la</strong>s concepciones de los niños realizadas mediante <strong>la</strong>s refriegas<br />
carnales, sólo estaban permitidas entre <strong>la</strong>s personas de los bajos estratos<br />
sociales. Por lo tanto, <strong>la</strong> clínica y los padres de los donantes se comprometían<br />
a evitar toda posibilidad de encuentros personales, ni virtuales<br />
entre los donadores.<br />
Pero el albur le da paso a lo imposible. Resulta que, cuando tenía<br />
nueve años conocí mediante el correo electrónico a Higinia 26. Este<br />
encuentro fue muy animado, a pesar del vocabu<strong>la</strong>rio limitado que estaba<br />
permitido utilizar a personas de sexos diferentes —aunque no lo crean,<br />
no se toleraba identificar el sexo cuando <strong>la</strong>s personas se intercomunicaban<br />
vía e-mail—. Esto evitaba cualquier contacto personal futuro.<br />
Sólo mediante un permiso muy especial, entre científicos, estaban autorizadas<br />
<strong>la</strong>s conversaciones intersexuales, siempre y cuando se utilizara<br />
un código especial <strong>para</strong> tales fines.<br />
No cabe duda, <strong>la</strong>s leyes, los decretos, los convenios, los tratados y<br />
todo aquello que implique prohibición, se hicieron <strong>para</strong> vio<strong>la</strong>rlos. La<br />
computadora, que sirve <strong>para</strong> alejar a <strong>la</strong> gente, nos sirvió <strong>para</strong> acercarnos a<br />
Higinia 26 y a mí. Como se sabe, primero se hizo <strong>la</strong> trampa y después <strong>la</strong><br />
ley. Mediante un artilugio cibernético logré infringir los códigos que me<br />
se<strong>para</strong>ban del mundo. Por medio de <strong>la</strong> computadora logré establecer<br />
una gran amistad con <strong>la</strong> futura receptora de mis espermas. Pudimos<br />
conocernos más íntimamente, también intercambiamos fotos, esto nos<br />
permitió tener una idea de <strong>la</strong> forma y figura de cada uno de nosotros;<br />
Compartimos nuestras preferencias y nuestras inquietudes. Ya no jugábamos<br />
con amigos virtuales, ahora teníamos nuestras máquinas programadas<br />
<strong>para</strong> jugar y conversar; en fin, nuestros contactos se hicieron mas<br />
frecuentes.<br />
Crecimos juntos, compartiendo nuestros avances, yo, en materia<br />
musical y el<strong>la</strong> en literatura. Higinia 26 se convirtió en una niña prodigio,<br />
JNURJ<br />
Ovario 2050
JNUSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />
ya a los doce años había analizado y hasta había hecho un juicio crítico<br />
sobre una obra antigua l<strong>la</strong>mada Ulises. Todo ese estudio está guardado<br />
en un disco duro, que si se lograra transcribir en aquel<strong>la</strong>s antigüedades<br />
de papel l<strong>la</strong>madas libros, se recopi<strong>la</strong>ría en 2.500 páginas.<br />
El interés por Higinia 26 se fue incrementando. Mantenía <strong>la</strong> computadora<br />
encendida en espera de algún correo de <strong>la</strong> futura receptora de<br />
mis espermatozoides. En <strong>la</strong> medida que <strong>la</strong> adolescencia nos modificaba<br />
nuestra anatomía, nos aproximábamos cada día más. El<strong>la</strong> estaba en<br />
conocimiento de que recibiría mi espermatozoide, tal como lo había<br />
hecho su madre con <strong>la</strong> simiente de su padre, de <strong>la</strong> misma manera como<br />
lo hizo <strong>la</strong> mía con mi progenitor, <strong>para</strong> nuestras concepciones.<br />
Pero en el mundo de estas maravillosas máquinas no hay nada<br />
escondido, siempre y cuando sus operadores conozcan alguna que otra<br />
c<strong>la</strong>ve secreta o alguno que otro código. Cierta vez, operando con alguno<br />
de ellos, logré penetrar en algunos lugares considerados como top secret<br />
por el Ministerio de <strong>la</strong> Censura. Indagué presuroso sobre esta sección a<br />
<strong>la</strong> cual muy pocos teníamos acceso. Descubrí un mundo completamente<br />
desconocido <strong>para</strong> nuestra generación. Después de pisar una tec<strong>la</strong> apareció<br />
en pantal<strong>la</strong>:<br />
“ATENCION: PORNOGRAFÍA. MATERIAL DE USO<br />
LIMITADO SOLO PARA FUNCIONARIOS DEL MINIS-<br />
TERIO DE LA CENSURA O CUALQUIERA EMPLEADO<br />
OFICIAL CON AUTORIZACIÓN JUDICIAL”.<br />
Santas pa<strong>la</strong>bras <strong>para</strong> querer indagar sobre tan delicado tema.<br />
Las inefables imágenes y textos que aparecieron en <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> de <strong>la</strong><br />
computadora no tenían com<strong>para</strong>ción con el mundo conocido. Advertí<br />
parejas realizando el acto primitivo y antihigiénico de <strong>la</strong> concepción.<br />
Comencé a leer los párrafos de algunas vetustas lecturas que fueron consideradas<br />
en <strong>la</strong> antigüedad como eróticas. Entendí, <strong>la</strong> forma como <strong>la</strong>s<br />
parejas antiguas realizaban, lo que <strong>para</strong> aquel<strong>la</strong> época se decía “hacer el<br />
amor.” Los textos, de una manera muy explícita narraban, con lujo y<br />
detalles, <strong>la</strong> forma como <strong>la</strong>s parejas antiguas se montaban uno sobre otro;<br />
introduciendo el órgano dador del macho en el receptor de <strong>la</strong> hembra.<br />
Todo esto me parecía extraordinario. En <strong>la</strong> medida que iba leyendo los<br />
textos y observaba <strong>la</strong>s imágenes, sentí una sensación imposible de describir,<br />
y dudo que ninguno de los miembros de mi generación haya<br />
experimentado tal emoción. Formulé en silencio y en ese instante una<br />
pregunta:
JNUTJ<br />
Ovario 2050<br />
—¿Qué re<strong>la</strong>ción guardan los ojos, organismos sensores de estímulos,<br />
con el órgano destinado a <strong>la</strong> procreación?<br />
En el momento que leía y miraba <strong>la</strong>s imágenes de <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong>, comprendí<br />
lo que en los textos pornográficos l<strong>la</strong>maban “p<strong>la</strong>cer”. Esto trajo<br />
como consecuencia, una sensación de calor intenso en el cuerpo, acompañado<br />
con una protuberancia aumentada en <strong>la</strong> zona de mi entrepierna.<br />
No sentí algún temor por haber vio<strong>la</strong>do <strong>la</strong>s disposiciones gubernamentales.<br />
Sólo quería que Higinia 26 compartiera conmigo el descubrimiento.<br />
El correo electrónico permitió enviarle a <strong>la</strong> futura receptora, <strong>la</strong>s<br />
imágenes y los textos descifrados. Quería que observara con minucia,<br />
cada una de <strong>la</strong>s imágenes y leyera con detenimiento los párrafos; deseaba<br />
con vehemencia su opinión. La amiga cibernética, conoció con detalle<br />
<strong>la</strong>s nuevas sensaciones que experimenté durante mis sesiones. Le pedí,<br />
que en breve tiempo, me describiera, por esta misma vía, <strong>la</strong> percepción y<br />
los cambios que su cuerpo experimentara al recibir <strong>la</strong>s imágenes y <strong>la</strong> lectura<br />
de los párrafos y <strong>la</strong>s imágenes que había enviado<br />
Una vez leída <strong>la</strong> muy explícita descripción que hizo Higinia 26 de<br />
sus sensaciones, después que observó <strong>la</strong>s imágenes y leyó los textos que<br />
le remití, sentí <strong>la</strong> obligación de vio<strong>la</strong>r el contrato redactado en <strong>la</strong> clínica,<br />
cuyos firmantes fueron nuestras respectivas madres. Al fin y al cabo, ni<br />
el<strong>la</strong> ni yo fuimos signatarios de tal contrato.<br />
No sé si <strong>la</strong> prosa de Higinia 26 tuvo <strong>la</strong> virtud de enardecer todo lo<br />
que los primitivos l<strong>la</strong>maron el instinto. La descripción de sus emociones<br />
y de los fluidos emanados por su cuerpo, al ver y leer lo mostrado en <strong>la</strong><br />
pantal<strong>la</strong> fue tal, que decidimos que debíamos vernos en algún sitio de <strong>la</strong>s<br />
zonas bajas de <strong>la</strong> ciudad. Eran los lugares donde estaban permitidos los<br />
encuentros carnales de <strong>la</strong>s parejas. No nos importaba descender a <strong>la</strong>s<br />
c<strong>la</strong>ses bajas, queríamos dar rienda suelta a nuestras emociones, simi<strong>la</strong>r a<br />
como habíamos leído en algunos de los textos prohibidos.<br />
Fijamos un lugar <strong>para</strong> nuestro encuentro, una edificación l<strong>la</strong>mada<br />
“motel”, lugar adonde se acuden <strong>la</strong>s parejas de c<strong>la</strong>se baja <strong>para</strong> procrear<br />
hijos. Estos niños al crecer, serán los encargados, una vez adultos, de<br />
realizar los trabajos menos especializados: obreros, servicios o cualquier<br />
otro empleo. Por medio de contactos cibernéticos, logré <strong>para</strong> una fecha<br />
determinada un cupo en esta edificación. Evidentemente, deberíamos<br />
recurrir a nombres falsos; lo que íbamos hacer estaba penado por el<br />
ministerio. En fin, logramos concertar una cita, con <strong>la</strong> única intención
de realizar el acto de <strong>la</strong> concepción de <strong>la</strong> manera primitiva y como lo<br />
hacen <strong>la</strong>s parejas de <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>ses bajas de <strong>la</strong> ciudad.<br />
Fui el primero en acudir al lugar de <strong>la</strong> cita con el interés de revisar<br />
con detenimiento el local donde se produciría el encuentro. Al poco<br />
rato, tocaron <strong>la</strong> puerta y sin pensarlo mucho acudí rápidamente <strong>para</strong><br />
abrir. La sorpresa fue muy grande, al tener enfrente <strong>la</strong> mujer que había<br />
sido predestinada a recibir mis espermatozoides. No nos dijimos ninguna<br />
pa<strong>la</strong>bra, ni siquiera nos saludamos, nos habíamos comunicado lo<br />
suficiente. Sabíamos <strong>la</strong> intención de encontráramos en este lugar —muy<br />
a pesar de los riesgos que corríamos—. Después que le mostré <strong>la</strong>s fotos y<br />
luego que leímos parte de los textos prohibidos, comenzamos a desvestirnos<br />
con el propósito de practicar cada una de <strong>la</strong>s poses que se observaban<br />
en <strong>la</strong>s páginas. Teníamos <strong>la</strong> intención de repetir al pie de <strong>la</strong> letra<br />
cada posición tan bien descrita en los textos. ¿Qué puedo decir de <strong>la</strong>s<br />
emociones y del p<strong>la</strong>cer que sentimos cada uno de nosotros? Gritamos,<br />
gemimos, el éxtasis fue indescriptible. Nuestras sensaciones y sentimientos<br />
no tenían nada que ver con <strong>la</strong>s lecturas y los lineamientos programáticos,<br />
inculcados durante tantos años de estudio. Sentí <strong>la</strong> música<br />
como parte integral de mi ser, aprecié el cuerpo desnudo de Higinia 26<br />
como una guitarra que me entregaba sus acordes y sus compases, ante <strong>la</strong>s<br />
suaves caricias que le prodigaba a su cuerpo. Igualmente, el<strong>la</strong> decía que<br />
estaba componiendo <strong>la</strong> mejor obra épica y <strong>la</strong> mejor poesía que jamás en<br />
<strong>la</strong> historia de <strong>la</strong> humanidad se había escrito. Le informé que los antiguos<br />
tenían una pa<strong>la</strong>bra <strong>para</strong> describir tal pasión, le referí que a ese sentimiento<br />
que estábamos experimentando era algo l<strong>la</strong>mado “amor”.<br />
Durante <strong>la</strong>rgo tiempo practicamos otras posiciones; conocimos los<br />
ósculos que también estaban descritos en los textos. Fue cuando Higinia<br />
26 se dio cuenta de los otros usos que se le podía dar a lengua. Mis<br />
orgasmos, nombre dado en los textos prohibidos a <strong>la</strong> acción de expulsar<br />
el líquido procreador, no tenían nada que ver con <strong>la</strong>s experiencias mecánicas<br />
a <strong>la</strong>s que continuamente estábamos sometidos con <strong>la</strong> finalidad de<br />
estudiar <strong>la</strong> pureza del líquido seminal. Esto era grandioso, mucho mejor<br />
que navegar en el Internet, más divino que <strong>la</strong>s experiencias virtuales.<br />
Desde este momento me dec<strong>la</strong>ré un hombre primitivo, perteneciente a<br />
<strong>la</strong>s c<strong>la</strong>ses bajas de mi país.<br />
Nos pusimos de acuerdo <strong>para</strong> p<strong>la</strong>nificar futuros encuentros. Debíamos<br />
hacerlo con <strong>la</strong> mayor discreción posible, dado los riesgos de tales<br />
visitas. Nos despedimos con <strong>la</strong> seguridad de nuestro gran amor y <strong>la</strong><br />
JNUUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
imposibilidad de romper este vínculo desconocido por todos los de<br />
nuestra c<strong>la</strong>se. Pero todo no podía salir bien, parece ser que <strong>la</strong>s tragedias<br />
de los enamorados continuarán, independientemente de <strong>la</strong> época en<br />
que se viva.<br />
Al salir del local, nos estaban esperando los agentes pertenecientes<br />
al Departamento de Sanidad e Higiene, encargados de ve<strong>la</strong>r por <strong>la</strong><br />
pureza de <strong>la</strong>s concepciones entre los miembros de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se alta del país.<br />
Nos informaron de nuestros derechos, nos leyeron los artículos que<br />
estábamos vio<strong>la</strong>ndo y de inmediato nos tras<strong>la</strong>daron al Centro de Purificación<br />
y de Higiene <strong>para</strong> descontaminarnos de los gérmenes contraídos<br />
en <strong>la</strong> re<strong>la</strong>ción carnal; contacto poco aséptico, permitido so<strong>la</strong>mente a<br />
los miembros de <strong>la</strong>s parejas de <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>ses bajas. Nos recordaron que <strong>la</strong><br />
función de ese organismo era <strong>la</strong> vigi<strong>la</strong>ncia de <strong>la</strong> pureza de <strong>la</strong>s futuras generaciones.<br />
Han transcurrido muchos años desde nuestras detenciones y todavía<br />
no he podido olvidar ese encuentro. Luego que nos enviaron a los<br />
Centro de Purificación y de Higiene, fuimos encomendados a un programa<br />
de higienización y purificación de los gérmenes, posiblemente<br />
contraído durante el encuentro carnal. Fui sometido a tratamientos de<br />
todo tipo, con <strong>la</strong> única finalidad de alejar de <strong>la</strong> mente cualquier pensamiento<br />
ligado a Higinia 26. Fui recluido en una habitación especial<br />
donde recibía electrochoques, cada vez que me mostraban una mujer<br />
desprovista de ropas. La idea era eliminar cualquier rasgo de emociones<br />
ante una fémina desnuda. Fue extraído, por procedimientos mecánicos,<br />
el líquido reproductor, con <strong>la</strong> intención de verificar <strong>la</strong> pureza del mismo;<br />
como era de suponer me prohibieron tener acceso a <strong>la</strong> computadora, por<br />
un tiempo, por lo que más nunca he tenido contacto con Higinia 26. Me<br />
imagino los tormentos por los que el<strong>la</strong> debió haber pasado. Nunca los ha<br />
descrito, pues hasta los momentos no he sabido de el<strong>la</strong>.<br />
En cuanto a Higinia 25 y mi madre, tuvieron que pagar una multa,<br />
puesto que sus descendientes vio<strong>la</strong>ron una de <strong>la</strong>s cláusu<strong>la</strong>s del contrato,<br />
el cual impedía <strong>la</strong> re<strong>la</strong>ción carnal de los donantes de fluidos reproductores.<br />
Por lo tanto, tenían que esperar el próximo programa de fecundación<br />
<strong>para</strong> ser tomados en cuenta.<br />
Actualmente, estoy solitario, en espera de exámenes y de <strong>la</strong> extracción<br />
continua del líquido reproductor; en ningún momento esta sensación<br />
se parece a lo que los antiguos y los habitantes de los barrios bajos<br />
l<strong>la</strong>man “p<strong>la</strong>cer”. Permanezco ais<strong>la</strong>do, solo <strong>la</strong> música. Mientras <strong>la</strong> escucho<br />
JNUVJ<br />
Ovario 2050
tengo <strong>la</strong> voluntad de vivir, porque con el<strong>la</strong> evoco el amor que un día fue<br />
eternizado en aquel motel.<br />
Mi única esperanza, con el propósito de perpetuar este gran amor,<br />
es que <strong>para</strong> el año 2050, cuando se reanuden los programas de reproducción<br />
contro<strong>la</strong>da, uno de mis espermatozoides logre fertilizar a uno<br />
de los óvulos contenidos en <strong>la</strong> vagina solitaria de Higinia 26. De esta<br />
manera, podría consolidar aquel amor fugaz, el cual deseaba eternizar<br />
en aquel lugar. Todo lo que pasó, parece simi<strong>la</strong>r a <strong>la</strong>s tragedias de<br />
amantes imposibles de <strong>la</strong> literatura universal de <strong>la</strong>s épocas antiguas.<br />
Esta historia, fue copiada subrepticiamente en una minicomputadora<br />
de bolsillo bajo estrictas medidas de seguridad, ruego que <strong>la</strong> persona<br />
que encuentre el minidisco lo reproduzca y lo haga circu<strong>la</strong>r, como<br />
el recuerdo de una pasión efímera, eternizada mediante un c<strong>la</strong>ndestino<br />
encuentro carnal primitivo.<br />
Nota del editor: este documento fue hal<strong>la</strong>do en un minidisco que<br />
se encontraba abandonado en una biblioteca pública y tal como lo<br />
sugirió su autor, lo transcribimos a varios papeles comprados en un anticuario,<br />
a manera de hacerlo circu<strong>la</strong>r entre los habitantes de <strong>la</strong> ciudad.<br />
JNVMJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
La muerte de mi gran amor<br />
Todo comenzó una semana antes del cumpleaños, cuando mi mujer<br />
me ofreció como regalo una computadora; <strong>la</strong> consideraba necesaria<br />
<strong>para</strong> mi trabajo de ingeniero y de cuentista aficionado, sobre todo de<br />
re<strong>la</strong>tos de misterio. Para mí fue una gran sorpresa esa promesa; estaba<br />
acostumbrado a <strong>la</strong> vieja máquina eléctrica “Olimpia”, <strong>la</strong> cual tenía desde<br />
mi época de estudiante. Además, poseía una calcu<strong>la</strong>dora científica HP,<br />
ésta había sustituido una antigua reg<strong>la</strong> de cálculo alemana que utilizaba<br />
desde los tiempos de bachiller en ciencias y durante los estudios universitarios.<br />
Desde el momento del ofrecimiento yo, neófito en materia de cibernética,<br />
comencé a visitar librerías especializadas en computación e hice<br />
los primeros intentos de formar una bibliografía re<strong>la</strong>tiva a tales temas:<br />
Introducción a <strong>la</strong> programación, Maravil<strong>la</strong>s de <strong>la</strong> computadora, Presentando<br />
Microsoft-Windows, Programación <strong>para</strong> niños, entre otros, fueron los nuevos<br />
títulos que enriquecieron <strong>la</strong> biblioteca, además de los libros de ingeniería<br />
civil y cuentos de misterios.<br />
Olvidé, durante toda <strong>la</strong> semana, <strong>la</strong> existencia del mundo terrenal.<br />
Puse mucho énfasis en <strong>la</strong> investigación del tema y a leer, todo lo que<br />
podía, lo concerniente a <strong>la</strong> computación y sus aplicaciones, en espera<br />
del cumpleaños. Cuando viajaba en el Metro y observaba algún joven<br />
NVN
con libros de programación o informática, le buscaba conversación<br />
sobre el tópico de interés. Estaba convencido, cada día más, de mi<br />
ignorancia supina en los ade<strong>la</strong>ntos de <strong>la</strong> tecnología moderna. Y pensar<br />
que tiempo atrás mi ego se llenaba de orgullo cuando destapaba <strong>la</strong><br />
“Olimpia”. Realizaba el acto con tal parsimonia imaginando que estaba<br />
desvistiendo a una púber de dieciocho años.<br />
El día miércoles llegaría a mi casa <strong>la</strong> computadora junto con los<br />
treinta y ocho años. Fui a <strong>la</strong> oficina como era <strong>la</strong> costumbre, pero no<br />
pude concentrarme. Todo el día tuve en <strong>la</strong> cabeza <strong>la</strong> imagen del regalo,<br />
el cual esperaba con tanta desesperación. A <strong>la</strong>s cuatro de <strong>la</strong> tarde, una<br />
hora antes de mi horario, salí del trabajo y en vez de tomar el Metro,<br />
como lo hacía todos lo días, caminé hasta mi hogar. En el camino, avistaba<br />
<strong>la</strong>s tiendas donde veía en exhibición una pantal<strong>la</strong> de computadora.<br />
Conversaba con los vendedores sobre <strong>la</strong>s características del a<strong>para</strong>to<br />
mostrado en <strong>la</strong> vidriera, de los logros de tan codiciada máquina; de<br />
igual manera les pedía información sobre el mundo de <strong>la</strong> informática.<br />
Tuve el abuso de penetrar en una oficina de una famosa empresa, <strong>para</strong><br />
preguntarle a <strong>la</strong> operadora una explicación sobre los programas de ese<br />
prodigio de <strong>la</strong> técnica, <strong>la</strong> cual estaba operando sin aparente complicación.<br />
De inmediato se fijó en mi rostro, pensó, tal vez en un bicho raro<br />
que venía molestarle. A pesar de todo, <strong>la</strong> señorita muy amable, al notar<br />
mi insistencia, a<strong>la</strong>rgó sus expertos dedos, provistos de <strong>la</strong>rgas uñas pintadas<br />
de rojo sangre y de manera versada, los paseó por el hermoso<br />
tablero. Mi alegría fue inmensa al pensar que dentro de pocas horas<br />
disfrutaría de tal privilegio.<br />
Advertí que había caminado treinta y ocho cuadras desde el trabajo<br />
hasta mi hogar; tal coincidencia con el cumpleaños me confirmó que el<br />
número era cabalístico, algo así como un heraldo que presagiaba una<br />
gran alegría. Al llegar al edificio no quise esperar al ascensor; subí<br />
treinta y ocho escalones, los cuales se<strong>para</strong>ban <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nta baja de mi dulce<br />
hogar. Allí estaba aguardándome <strong>la</strong> familia reunida, además del regalo<br />
que me cambiaría mi vida.<br />
Al llegar al apartamento <strong>la</strong>s muestras de alegrías no se dejaron<br />
esperar. Mi esposa y mis dos hijos colmaron de afecto al cumpleañero.<br />
Efusivos abrazos y candorosos besos, demostraban el amor y el cariño<br />
que <strong>la</strong> parente<strong>la</strong> profesaba al rey por un día. No pude interrumpir el<br />
camino que siguieron dos lágrimas que brotaron de mis ojos y que<br />
corrieron por mis mejil<strong>la</strong>s. Era <strong>la</strong> manera como correspondía, ante <strong>la</strong><br />
JNVOJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JNVPJ<br />
La muerte de mi gran amor<br />
muestra de sentimiento del entorno familiar. Mi hija corrió al baño, en<br />
busca de un trozo de papel higiénico <strong>para</strong> secar con cuidado el torrente<br />
acuoso que seguía emanando de mis <strong>la</strong>grimales. Esto ocurrió, después<br />
que <strong>la</strong>s dos primeras gotas abrieran el camino, provocando que mis abultados<br />
cachetes tomaran en color purpurado y adquirieran un sabor<br />
sa<strong>la</strong>do. A pesar de mi estado de ánimo, recordé, a pesar de los p<strong>la</strong>ñidos de<br />
<strong>la</strong> familia, que <strong>la</strong> edad de mi bel<strong>la</strong> hija menor era siete años y <strong>la</strong> del varón,<br />
doce. Si se suman estas dos edades resulta diecinueve y al multiplicar por<br />
dos —dos hijos—, resulta treinta y ocho. Esto confirmaba nuevamente<br />
que este número era el oráculo que anunciaba una nueva vida.<br />
Celebré el cumpleaños dentro del ambiente íntimo de mi hogar:<br />
cantaron <strong>la</strong> consabida canción de siempre, partí <strong>la</strong> torta, repartí <strong>la</strong>s<br />
velitas y brindamos con champaña chileno, anhe<strong>la</strong>ndo una vida feliz a<br />
los integrantes de <strong>la</strong> familia. La emoción por <strong>la</strong> máquina ofrecida mantenía<br />
mi corazón ansioso, hasta que mi esposa nos invitó al estudio<br />
donde esperaba <strong>la</strong> gran sorpresa. Mi mujer oscureció mis ojos con un<br />
pañuelo y fui conducido a <strong>la</strong> biblioteca, agarrado de <strong>la</strong>s manos de mis<br />
dos hijos. Allí estaba el coroto que cambiaría mi vida.<br />
Una vez dentro del estudio fui despojado del pañuelo. Abrí los ojos<br />
lentamente <strong>para</strong> recibir <strong>la</strong> sorpresa con lentitud. Al tenerlos abiertos, <strong>la</strong><br />
vi, ahí estaba, sentí su presencia desde el momento que llegué a <strong>la</strong><br />
biblioteca y sabía que esta máquina también deseaba que yo fuera su<br />
dueño. La única exc<strong>la</strong>mación que se me ocurrió, como una explosión<br />
de alegría, fue gritar “¡Carajo qué belleza!”.<br />
Me acerqué con ojos libidinosos, deseaba ver tal maravil<strong>la</strong> de <strong>la</strong><br />
tecnología moderna. Le puse <strong>la</strong> mano con cierta sensualidad; acariciaba<br />
<strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> cual mujer de linda cabellera. No debía confesarlo, pero creo<br />
que sentí cierta excitación en mi parte íntima al posar mi dedo en <strong>la</strong> fina<br />
tec<strong>la</strong>. La computadora constaba del monitor o pantal<strong>la</strong>, el fino tec<strong>la</strong>do,<br />
un cajón pequeño que contenía el cerebro de <strong>la</strong> máquina y una impresora,<br />
esta última, hacía a mi vieja “Olimpia”, como un Ford modelo T,<br />
al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong>s nuevas maravil<strong>la</strong>s mecánicas-electrónicas que estaban<br />
saliendo al mercado. Agarré <strong>la</strong> vieja máquina, <strong>la</strong> introduje dentro de su<br />
caja, le puse una etiqueta donde escribí RIP y junto a el<strong>la</strong>, iban los benditos<br />
“típex” y el antihigiénico líquido borrador.<br />
Comenzó el proceso de entrenamiento. Para poder progresar en el<br />
manejo de <strong>la</strong> computadora, como debía cumplir con el trabajo, tenía que
levantarme más temprano y acostarme más tarde; hasta <strong>la</strong> nove<strong>la</strong>, que<br />
todas <strong>la</strong>s noches veía y comentaba con mi mujer, tuve que dejar de ver<strong>la</strong>.<br />
Mi re<strong>la</strong>ción con <strong>la</strong> máquina se hacía cada vez más personal. A tal<br />
grado, que ahora en ade<strong>la</strong>nte, <strong>para</strong> referirme a el<strong>la</strong> <strong>la</strong> l<strong>la</strong>maré Domiti<strong>la</strong>.<br />
Cada día aprendía cosas nuevas de el<strong>la</strong>. En <strong>la</strong> noche, antes de acostarme,<br />
<strong>la</strong> limpiaba con sumo cuidado. El domingo siguiente después de mi<br />
cumpleaños, cuando realizaba <strong>la</strong>s <strong>la</strong>bores de limpieza, por curiosidad<br />
descubrí el número de serial; observé con gran sorpresa que aparecía<br />
AN 0383838 —¡qué coincidencia!— Las iniciales de mi nombre y el<br />
número cabalístico. De inmediato pensé: Domiti<strong>la</strong> te hicieron <strong>para</strong> mí.<br />
Pasó mucho tiempo y comencé a manejar a Domi como todo un<br />
veterano, así <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mé cariñosamente. Coloqué una colchoneta al <strong>la</strong>do<br />
de el<strong>la</strong> <strong>para</strong> sentir el calor que emanaba durante <strong>la</strong> noche. No asistí más<br />
a <strong>la</strong> oficina; comprendí que podía hacerlo todo desde mi casa y enviar el<br />
trabajo por el correo electrónico. Descubrí, que mediante una c<strong>la</strong>ve,<br />
únicamente yo podía tener acceso a ciertos archivos privados, por tal<br />
razón, podía tener con Domiti<strong>la</strong> una re<strong>la</strong>ción más íntima; entre los dos<br />
había cierta confidencialidad. Con sólo pisar una tec<strong>la</strong>, tenía acceso a <strong>la</strong><br />
información que requería. Compré algunos programas de juegos, así<br />
podía pasar toda <strong>la</strong> noche divirtiéndome con el<strong>la</strong>. El mayor éxtasis de<br />
felicidad que percibí, fue cuando me conecté a Internet, a partir de ese<br />
momento tenía el mundo a mis pies; me había convertido en un homus<br />
internacional.<br />
Fueron muchas <strong>la</strong>s noches y muchos días al <strong>la</strong>do de Domi: jugando,<br />
oyendo música, viajando por el mundo, viendo pelícu<strong>la</strong>s, trabajando<br />
junto a el<strong>la</strong>. Cuando terminaba de utilizar<strong>la</strong>, <strong>la</strong> limpiaba con delicadeza<br />
y mimosidad. Fueron meses, años, no sé cuánto tiempo pasó, hasta que<br />
un día salí del estudio. Cuál no sería mi sorpresa. Encontré el apartamento<br />
completamente solo, no había nada: ni comedor, ni recibo, ni<br />
cuadros, nada, absolutamente nada. Fue cuando pude percatarme que<br />
mi mujer se había <strong>la</strong>rgado junto con mis hijos. Nunca supe cuándo ocurrió<br />
<strong>la</strong> deserción. Encontré una nota sin fecha, en el<strong>la</strong> pude leer: “Adiós,<br />
te abandono <strong>para</strong> siempre, me llevo los niños; te deseo que seas feliz con<br />
Domiti<strong>la</strong>”. Mi alegría fue grande, no había motivo <strong>para</strong> <strong>la</strong> tristeza,<br />
menos aún remordimiento alguno de mi parte. Ahora podía jurarle<br />
fidelidad a Domi, sin interrupciones, sin tener que compartir mi tiempo<br />
con nadie, sino que todo se lo dedicaría a el<strong>la</strong>. Estaba en el cenit de <strong>la</strong><br />
felicidad.<br />
JNVQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
Nunca me di cuenta de <strong>la</strong> ausencia de mi esposa, puesto que<br />
Domiti<strong>la</strong> resolvía todas mis necesidades: tenía conectada a un terminal<br />
de restaurán, esto permitía el envío a mi estudio de <strong>la</strong> comida, de acuerdo<br />
con un programa dietético el cual había introducido a <strong>la</strong> máquina.<br />
Mediante <strong>la</strong> red podía comunicarme, a través de mi eficiente compañera,<br />
con el banco <strong>para</strong> realizar mis transacciones comerciales. Por medio del<br />
correo electrónico, podía solicitar al supermecado todo lo necesario <strong>para</strong><br />
mi subsistencia en el apartamento. Todo eso lo podía hacer, simplemente<br />
apretando una tec<strong>la</strong>. En fin, de mi gran amor podía obtener lo que<br />
quisiera, hasta podía solicitar a un centro de limpieza <strong>para</strong> que vinieran al<br />
apartamento <strong>para</strong> realizar el aseo cada cierto tiempo.<br />
Una de <strong>la</strong>s pocas veces que abandoné el estudio, fui a visitar ciertas<br />
tiendas en <strong>la</strong>s que se ofrecían novedades en materia de informática. En<br />
una de éstas, pude contemp<strong>la</strong>r una belleza de computadora; fue tal <strong>la</strong><br />
sorpresa ante tal hermosura: color verde pastel, pantal<strong>la</strong> p<strong>la</strong>na y negra,<br />
tec<strong>la</strong>do ergonómico, impresora láser y otros modernos adminículos<br />
que hacía a mi Domiti<strong>la</strong> algo menospáusica, tales eran los nuevos ade<strong>la</strong>ntos<br />
tecnológicos. Estuve a punto de tener un orgasmo cuando acaricié<br />
<strong>la</strong> endemoniada máquina. Pero mi amor por Domiti<strong>la</strong> pudo más.<br />
Salí corriendo apenado por mi infidelidad. Corrí sin rumbo fijo, corrí<br />
avergonzado sin saber dónde dirigirme, hasta que encontré una iglesia<br />
donde pensé que tenía que encontrar mi paz espiritual. Tuve <strong>la</strong> necesidad<br />
de confesarle al sacerdote mi gran pecado, mi deslealtad hacia<br />
Domi. Cuando le expuse al sacerdote mi falta, el hombre de Dios exc<strong>la</strong>mó<br />
sin inmutarse: “Rece cuatro Padres Nuestros y cinco Avemarías<br />
y por favor coloque diez dó<strong>la</strong>res en el pote de <strong>la</strong> limosna”. Cumplí con<br />
lo estipu<strong>la</strong>do por el confesor; de inmediato pensé en un programa <strong>para</strong><br />
los pecadores, quienes, como yo, infringen <strong>la</strong>s leyes del Supremo.<br />
Programé a Domiti<strong>la</strong> con un programa de penitencias; el cual utilizaría<br />
cuando quebrantara <strong>la</strong>s leyes sagradas. Podía confesarme sin tener<br />
que recurrir a un sacerdote; obteniendo de esta manera <strong>la</strong> indulgencia<br />
necesaria que me librara del infierno. El programa era muy sencillo;<br />
establecía: por el pecado de <strong>la</strong> gu<strong>la</strong>, dos Padres Nuestros, un Avemaría y<br />
diez dó<strong>la</strong>res de limosna; por el pecado de <strong>la</strong> carne, tres Padres Nuestros y<br />
cinco Avemarías y cinco dó<strong>la</strong>res de limosnas; por desear <strong>la</strong> computadora<br />
del prójimo, diez Padres Nuestros y diez Avemarías y veinte dó<strong>la</strong>res de<br />
limosnas. Fueron muchos los renglones, dada <strong>la</strong> capacidad pecaminosa<br />
del hombre. También estaba contemp<strong>la</strong>da <strong>la</strong> respectiva limosna, <strong>la</strong> cual<br />
JNVRJ<br />
La muerte de mi gran amor
JNVSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />
depositaba en el banco, en una cuenta corriente de <strong>la</strong> que disponía el<br />
cura de <strong>la</strong> parroquia.<br />
Con <strong>la</strong> finalidad de evitar mis infidelidades hacia Domiti<strong>la</strong>, obtuve<br />
una información, a través de revistas especializadas, <strong>la</strong>s cuales recibía<br />
mensualmente, que podía mejorar el rendimiento de <strong>la</strong> adorada. Para<br />
esto, podía cambiar el disco duro, agregarle otros anexos que le permitiera<br />
ampliar <strong>la</strong> red de información de <strong>la</strong> computadora, aumentar <strong>la</strong><br />
memoria y <strong>la</strong> velocidad de respuesta. Hice todos los arreglos <strong>para</strong> que<br />
ello ocurriera. Una vez que <strong>la</strong> repotenciaron, descubrí que cada día<br />
podía evitar mi dependencia del mundo exterior. La nueva tecnología<br />
de punta me hacía más independiente de los humanos y por ello le<br />
dedicaría mayor tiempo a mi amada.<br />
Con Domiti<strong>la</strong>, a través de Internet, logré conectarme más rápido<br />
con el ciberespacio. Ahora, sí podía decir que era un verdadero internauta,<br />
esto me permitía tener acceso a todo un mundo de información.<br />
Podía comunicarme con otras personas, en cualquier parte del mundo,<br />
quienes como yo poseían una máquina como <strong>la</strong> adorada. El chateo con<br />
nuevas amistades se convirtió en un nuevo entretenimiento, acercándome<br />
así, a nuevas culturas y a nuevos semejantes, quienes utilizan este<br />
medio <strong>para</strong> re<strong>la</strong>cionarse. Además, tenía <strong>la</strong> opción: conocer <strong>la</strong> información<br />
de lo que estaba ocurriendo en cualquier parte del mundo, tanto<br />
noticias nacionales como internacionales. Ahora, evitaba comprar <strong>la</strong><br />
prensa <strong>para</strong> no ensuciar mis dedos con <strong>la</strong> tinta negra de los periódicos,<br />
que tanta repugnancia me daba y que algunas veces profanaba el cuerpo<br />
de Domiti<strong>la</strong>. Hasta podía adquirir lo que quisiera en <strong>la</strong>s grandes tiendas<br />
europeas, éstas vendían desde un tornillo hasta un avión. Navegaba en<br />
un mar de felicidad.<br />
No sabía si <strong>la</strong> vida celestial existía, pero suponía que estaba próxima<br />
a el<strong>la</strong>, con sólo pisar varias tec<strong>la</strong>s podía comunicarme con el<br />
Vaticano, y con el mismo Papa si quisiera. Esta amada máquina no<br />
pudo ser creada por el hombre sino por el mismo Dios, con el<strong>la</strong> se había<br />
llegado a <strong>la</strong> perfección. Inclusive, llegué a pensar que no necesitaba a<br />
más nadie. Todo era posible a través de Domi. Informaba a mis<br />
clientes, a través de <strong>la</strong> máquina, sobre <strong>la</strong>s transacciones financieras,<br />
pagaba el teléfono, <strong>la</strong> luz, tenía información sobre los movimientos de<br />
<strong>la</strong> bolsa, tanto nacional como internacional. También logré bajar a<br />
través de Internet algunas imágenes que satisfacían mi libido, haciendo<br />
innecesaria <strong>la</strong> presencia de mujeres a mi <strong>la</strong>do. Me había convertido en
JNVTJ<br />
La muerte de mi gran amor<br />
un “homus eroticus cibernético” quien satisfacía el mandato de <strong>la</strong>s hormonas<br />
mediante <strong>la</strong> autocompalcencia digital.<br />
Todo funcionó a <strong>la</strong> perfección durante muchos años, hasta que<br />
llegó <strong>la</strong> ruina de mi vida, evidentemente <strong>la</strong> felicidad no es duradera, sino<br />
que es un simple momento, que se nos puede escapar en breve tiempo.<br />
Cierto día, cuando pre<strong>para</strong>ba el menú de mi almuerzo <strong>para</strong> ordenarlo<br />
al restaurán, observé que en <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> aparecían algunos caracteres<br />
e informaciones que no pertenecían a ninguno de mis archivos de<br />
mi disco duro, ni siquiera a mi archivo personal, del cual únicamente yo<br />
conocía <strong>la</strong> c<strong>la</strong>ve. Mi sorpresa fue grande al pensar que Domiti<strong>la</strong> se había<br />
enfermado. En mis lecturas sobre los temas de computadores había<br />
leído sobre los l<strong>la</strong>mados “virus” que atacaban estas máquinas. A pesar de<br />
mis celos —el pensar que otras manos, diferentes a <strong>la</strong>s mías fueran a<br />
tocar a mi fiel amiga, me volvía loco—, decidí l<strong>la</strong>mar un especialista; es<br />
decir, un técnico, <strong>para</strong> que auscultara mi adorada y descubriera <strong>la</strong> enfermedad<br />
que <strong>la</strong> aquejaba. Si era posible debía re<strong>para</strong>r<strong>la</strong> rápidamente.<br />
Afortunadamente el técnico llegó sin di<strong>la</strong>ción, lo conduje a mi<br />
estudio y le mostré a Domiti<strong>la</strong>. El especialista colocó el maletín en el<br />
suelo. Cerré mis ojos al ver que otras manos estaban manoseando y<br />
profanando el cuerpo de mi compañera de vida. Mis ojos se llenaron de<br />
ira y de dolor. No podía ser que en mi presencia manos ajenas, pecadoras<br />
e inescrupulosas, posaran sus dedos de manera descarada en <strong>la</strong>s<br />
tec<strong>la</strong>s de mi Domiti<strong>la</strong>. Abrí mis ojos cuando el usurpador manifestó:<br />
—No se preocupe señor, lo que le pasa a su máquina es que ha sido<br />
penetrada por otro sistema.<br />
No había terminado de hab<strong>la</strong>r cuando de una manera estridente y<br />
estentórea, con <strong>la</strong> boca y los ojos abiertos hasta el máximo, grité:<br />
—Mi Domiti<strong>la</strong> ha sido “penetrada” por otro —<strong>la</strong> angustia y desesperación<br />
debió ser tan manifiesta, que ante tal exc<strong>la</strong>mación, el técnico<br />
agarró su maletín y prácticamente salió corriendo del edificio; no sin<br />
antes dejar una factura por 38 $. No había terminado de salir de mi<br />
asombro cuando observé con detenimiento <strong>la</strong>s dos primeras cifras de <strong>la</strong><br />
factura. Era <strong>la</strong> venganza de mi ex mujer.<br />
Mi dolor y mi pesar duraron mucho tiempo. Casi no podía recuperarme<br />
al pensar que mi Domiti<strong>la</strong> había sido “penetrada” por otro. Me<br />
quedaba observando <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> durante horas y horas y no obtenía respuesta<br />
de <strong>la</strong> razón de su infidelidad. Toqué con suavidad <strong>la</strong>s tec<strong>la</strong>s,<br />
coloqué <strong>la</strong> c<strong>la</strong>ve que nos permitía más intimidad, con esto le reve<strong>la</strong>ba
nuestro amor, del cual era testigo el archivo secreto; nunca obtuve <strong>la</strong> respuesta<br />
de su perfidia. Busqué el código de <strong>la</strong>s penitencias por su pecado<br />
cometido y sólo obtuve una que me desgarró el alma: “No es compatible<br />
con el sistema. Comuníquese con uno de nuestros distribuidores”.<br />
Acudí a varios especialistas del comportamiento humano, estaba<br />
dispuesto a someterme a una dinámica de grupo. Finalmente decidí<br />
buscar a dos personas <strong>para</strong> que conversaran con Domiti<strong>la</strong>, yo sabía que<br />
eran <strong>la</strong>s únicas que podían salvar nuestra re<strong>la</strong>ción. Afortunadamente<br />
<strong>la</strong>s dos llegaron el mismo día y a <strong>la</strong> misma hora. Durante <strong>la</strong>rgo tiempo,<br />
antes de entrar al estudio, les conversé sobre mi problema con mi adorada:<br />
de mi re<strong>la</strong>ción con el<strong>la</strong> por tantos años, de <strong>la</strong> pérdida de mi matrimonio<br />
y de mis hijos por los vínculos que mi unían a Domi, de los<br />
esfuerzos y mi dedicación hacia el<strong>la</strong>. Finalmente le p<strong>la</strong>tiqué sobre su<br />
traición. También le expliqué lo re<strong>la</strong>tivo a <strong>la</strong> “penetración” descarada,<br />
cómplice y comp<strong>la</strong>ciente por parte de otros ajenos a mi persona. El<br />
sacerdote y el asesor en materia matrimonial comprendieron <strong>la</strong> situación;<br />
con unos golpes en <strong>la</strong> espalda pretendieron conso<strong>la</strong>rme, <strong>para</strong> que<br />
en <strong>la</strong> resignación encontrara el sosiego. Ambos me sugirieron que los<br />
dejara solos con el<strong>la</strong>, deseaban conversar sobre el problema. La angustia<br />
y el dolor danzaban por el aire de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, en espera de una señal positiva<br />
de los visitantes. No transcurrió mucho tiempo, cuando noté que asomaban<br />
por <strong>la</strong> puerta mis dos esperanzas. Observé <strong>la</strong> expresión de cada<br />
uno de ellos y noté unas sonrisas reve<strong>la</strong>doras. En ese momento comprendí<br />
que ya no había remedio. Mis ilusiones se desvanecieron como<br />
un fantasma, cuando observé que ambos se alejaban, no sin voltear,<br />
mostrándome una sonrisa satánica.<br />
Estaba convencido, Domiti<strong>la</strong> había conversado con los visitantes<br />
sobre <strong>la</strong> “penetración”. Lloré como un niño, no tenía un alma piadosa<br />
que conso<strong>la</strong>ra mis penas. Traté de l<strong>la</strong>mar a mi ex mujer y a mis hijos,<br />
pero recordé que no sabía nada de ellos. Busqué <strong>la</strong> Biblia, el Corán, los<br />
libros sagrados de <strong>la</strong> India y en ninguno de ellos encontré el consuelo<br />
necesario. En mi desesperación gritaba que el número de <strong>la</strong> bestia no<br />
era el 666 sino el 38. Luego de tres días de l<strong>la</strong>nto, dolor, ausencia de<br />
sueño y de hambre, comprendí que estaba extenuado, resolví hacer<br />
algo. Estaba seguro que había perdido <strong>la</strong> motivación de <strong>la</strong> vida, no<br />
existía ningún elemento terrenal que ocu<strong>para</strong> un espacio en mi sentimiento<br />
que generara emociones o tristezas, experimentaba <strong>la</strong> vacuidad<br />
del alma.<br />
JNVUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
En el décimo día, después de <strong>la</strong> penetración, tengo a mi Domiti<strong>la</strong><br />
enfrente, erguida ante mí, mostrándome sin arrepentimiento su indolencia,<br />
su desfachatez, como si tuviera conocimiento y satisfacción por<br />
mi desgracia. Siento su bur<strong>la</strong>, su desatino, su altivez, orgullosa de mi<br />
deshonra. Aquí estoy muy cerca de el<strong>la</strong>: con un martillo, una pisto<strong>la</strong>, <strong>la</strong><br />
foto de mi ex mujer y mis dos hijos, <strong>para</strong> buscar una proximidad con<br />
Dios y pagar con mi vida y <strong>la</strong> de Domi todos los males que cometí.<br />
JNVVJ<br />
La muerte de mi gran amor<br />
~Öçëíç NVUQ
Candilejas en El Paralelo<br />
Cuando se trabaja durante mucho tiempo en un tribunal, a uno<br />
siempre le quedará <strong>la</strong> duda de si hubo o no error en una determinada<br />
sentencia. No es que pienso que en el caso de que un juez se haya equivocado<br />
en el dictamen, lo haya hecho con intención y mucho menos con<br />
sevicia, sino que por ser los humanos imperfectos, algunas de sus decisiones<br />
pudieron haber sido injustas. Tales reflexiones <strong>la</strong>s hago como<br />
secretario que fui de un tribunal en un pueblo alejado de <strong>la</strong> capital.<br />
Siempre quedará <strong>la</strong> inquietud sobre un procedimiento de embargo de<br />
un negocio l<strong>la</strong>mado El Paralelo. Este negocio estaba situado en <strong>la</strong> carretera<br />
que conduce al pueblo y que pertenecía a <strong>la</strong> jurisdicción del tribunal<br />
donde trabajé durante muchos años.<br />
Del procedimiento nombrado guardé unos legajos. Estos no se<br />
tomaron en cuenta durante el juicio, dado que no tenían que ver con <strong>la</strong><br />
actividad económica del negocio. No sé por qué razón permanecieron<br />
archivados en el tribunal. Los vetustos y polvoreados papeles los mantuve<br />
en mi casa hasta que me decidí desatar el badu<strong>la</strong>que que api<strong>la</strong>ban<br />
los documentos. Fue entonces cuando comencé a leer cada uno de los<br />
escritos que allí se encontraban amarrados.<br />
OMN
Entre todos los que leí había un manuscrito de puño y letra del que<br />
presumo fue autor del re<strong>la</strong>to; como el documento toma una forma interesante<br />
lo transcribiré sin cambiar pa<strong>la</strong>bra alguna.<br />
«Me l<strong>la</strong>mo Arsubanipal Caicedo, evidentemente que con este<br />
nombre no se le puede pedir mucho a una persona. Soy hijo de una<br />
hetaira, de una meretriz. Para no usar sinónimos ni eufemismos, diré<br />
que mi madre fue una mujer pública, bueno, soy un perfecto “hijo de<br />
puta”, no porque sea un hombre malo sino porque esa era <strong>la</strong> profesión<br />
de mi madre, quien por un desengaño amoroso llegó preñada a un<br />
burdel. Como dirían los castizos, llegó a un lugar de amancebamiento<br />
l<strong>la</strong>mado “El Paralelo”, el cual estaba alejado del pueblo. Mi progenitora,<br />
fue acogida por <strong>la</strong> madama del negocio <strong>para</strong> que realizara, en principio,<br />
faenas de limpieza, y luego, de finalizado mi alumbramiento y mi<br />
destetamiento, se desempeñara como re<strong>la</strong>cionista sexual, título que <strong>la</strong><br />
dueña del negocio le endilgaba a <strong>la</strong>s chicas de El Paralelo.<br />
«De mi genética paterna no tengo ningún conocimiento; mi madre<br />
nunca me habló de <strong>la</strong> existencia de un papá. Cierta vez cuando le pregunté<br />
por él, señaló que yo era producto de un fenómeno asexual y así lo<br />
creí, aunque no entendí el término utilizado por el<strong>la</strong>. Mi nacimiento no<br />
fue como el de cualquier niño que viene al mundo, quien por lo general,<br />
se ve rodeado de un padre, una madre, de una familia y de un paisaje<br />
geográfico natural. No, en mi caso fueron <strong>la</strong>s prostitutas del burdel mis<br />
madres, mi familia, y el paisaje geográfico natural, un festivo lupanar.<br />
En realidad, <strong>la</strong>s meretrices del burdel fueron mis mamás ya que todas<br />
el<strong>la</strong>s me cobijaron en sus brazos y opinaban sobre mi crianza.<br />
«Así pues que nací, me crié, desarrollándome y trabajando en El<br />
Paralelo: un burdel de carretera situado lejos del pueblo. Este lugar<br />
solía l<strong>la</strong>marse zona de tolerancia, debe ser porque allí se toleraba que los<br />
hombres casados hicieran todo lo que no podían hacerle a sus esposas.<br />
Estaba sobreentendido, que tales negocios no debían funcionar dentro<br />
de <strong>la</strong>s fronteras del pob<strong>la</strong>do.<br />
«Mi permanencia dentro de El Paralelo fue de por vida, no porque<br />
lo disfrutaba, sino que no tuve de donde escoger. Los conocimientos de<br />
mi madre, quien había estudiado hasta tercer año de Letras en <strong>la</strong> universidad,<br />
no sirvieron <strong>para</strong> subsistir, por lo tanto, no tuvo más opción sino<br />
vivir y trabajar dentro del lupanar. Pienso, que al final le gustó su trabajo.<br />
Por estas razones, tuve que convivir en ese ambiente y aprender parte del<br />
negocio, sin preocuparme de juzgar <strong>la</strong> honorabilidad ni <strong>la</strong> virtud de <strong>la</strong>s<br />
JOMOJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
niñas de El Paralelo, incluyendo a mi madre. El<strong>la</strong>s simplemente realizaban<br />
una <strong>la</strong>bor social, tal como decía <strong>la</strong> madama. La profesión de sus<br />
empleadas, proporcionaba a los desenfrenados y libertinos el alimento<br />
de sus bajas pasiones.<br />
«Mi educación no fue en nada precaria puesto que —no sé por qué<br />
razón, ni nunca <strong>la</strong> averigüé— en el negocio <strong>la</strong>boraba y vivía una<br />
maestra, quien en sus tiempos libres se dedicó a enseñarme, con miel y<br />
jugo de limón, el amor por <strong>la</strong> lectura y por los números. El<strong>la</strong> se convirtió<br />
en mi tutora por muchos años y no porque mi madre le pagara,<br />
sino que, por ser yo <strong>la</strong> mascota del lupanar todas <strong>la</strong>s meretrices volcaban<br />
sus sentimientos y sus afectos hacia mí, sentía como si todas el<strong>la</strong>s fueran<br />
mis madres. Además de <strong>la</strong>s lecciones de <strong>la</strong> maestra, me dediqué a <strong>la</strong> lectura<br />
de los muchos libros que mi progenitora, como buena estudiante le<br />
Letras, se trajo al burdel. Mucha de sus colegas le decían que mi madre<br />
era una “puta intelectual”, ya que el<strong>la</strong> y yo, nos dedicábamos, en los<br />
tiempos libres, a <strong>la</strong> literatura. Entre sus textos había algunos clásicos<br />
griegos, alemanes, franceses y de historia universal, de donde presumo<br />
tomó mi nombre.<br />
«Otra cosa que me considero obligado a escribir, es lo re<strong>la</strong>tivo a mi<br />
madre. Examino con detenimiento mi cabeza y en ningún rincón de mi<br />
pensamiento encuentro un rasgo de rencor ni rec<strong>la</strong>mo hacia el<strong>la</strong>, por el<br />
contrario, estoy plenamente agradecido por su gran capacidad de amor<br />
hacia mí. Se dedicó a criarme y a mimarme con el esmero que dentro de<br />
un burdel puede permitirse. Por eso, reitero que estoy lleno de gratitud<br />
hacia mi madre, hacia mi maestra y hacia todas <strong>la</strong>s meretrices del local<br />
que llenaron de alegría mi infancia.<br />
«Hasta los siete años estuve merodeando por el lupanar, eso sí apartado<br />
de <strong>la</strong>s alcobas, ya que allí era, según mi madre, donde se cerraban <strong>la</strong>s<br />
transacciones comerciales. En verdad, hasta cierta edad nunca tuve curiosidad<br />
alguna, pues <strong>para</strong> mí todo eso era un problema netamente de<br />
negocio, donde se entregaba una mercancía a cambio de dinero.<br />
«Mi soledad no duró mucho tiempo, pues cuando tenía unos cinco<br />
o seis años unas de <strong>la</strong>s empleadas salió preñada. A pesar de <strong>la</strong> orientación<br />
de <strong>la</strong> madama, sobre <strong>la</strong>s obligaciones de <strong>la</strong>s meretrices de utilizar<br />
sus dispositivos <strong>para</strong> evitar <strong>la</strong> concepción. Recuerdo cuando <strong>la</strong> dueña<br />
del negocio les decía:<br />
«—Miren niñas, ustedes serán prostitutas, pero mientras que no<br />
<strong>para</strong>n serán tan inmacu<strong>la</strong>das como <strong>la</strong> Virgen María.<br />
JOMPJ<br />
Candilejas en El Paralelo
«Como <strong>la</strong> madama tenía buen corazón, no botó a <strong>la</strong> preñadita.<br />
Hasta que no se le notó <strong>la</strong> prominente barriga le permitió que continuara<br />
en sus actividades de re<strong>la</strong>cionista sexual, pero luego se encargaría<br />
del departamento de limpieza, tal como lo hizo mi madre durante mi<br />
embarazo. La dueña del burdel, en re<strong>la</strong>ción con el cuidado y pulcritud<br />
del local tenía carácter cenobítico. Pasado el parto y el destete de <strong>la</strong> criatura<br />
continuó con <strong>la</strong>s actividades propias de su profesión.<br />
«Cuando Rubí, que así l<strong>la</strong>maban a <strong>la</strong> preñadita, rompió fuente se le<br />
complicó el parto y todas <strong>la</strong>s meretrices le encomendaron al bebé a <strong>la</strong><br />
Virgen María, <strong>para</strong> que el neonato se presentara sin problema. Afortunadamente,<br />
pese a los inconvenientes, nació bien y entre todas le escogieron<br />
el nombre del niño. Lo l<strong>la</strong>maron Pablo María.<br />
«Aunque <strong>la</strong> naturaleza es sabia, también gusta darnos todo tipo de<br />
sorpresas. A medida que Pablito crecía todos notamos que tenía más de<br />
María que de Pablo. Cuando cumplió doce años lo encontré frente al<br />
espejo de una de <strong>la</strong>s meretrices, poniéndose en su piel el perfume penetrante<br />
de una de <strong>la</strong>s empleadas, hurgando en los tarros llenos de polvos<br />
<strong>para</strong> b<strong>la</strong>nquear su cara, delineando sus <strong>la</strong>bios con los tubos color púrpuras<br />
y resaltando sus mejil<strong>la</strong>s con los afeites rosados, que le daban un<br />
aspecto algo grotesco. En fin, qué le vamos hacer, se notaron marcadas<br />
tendencias homosexuales en el adolescente, pero esto no fue, en ningún<br />
momento, un óbice <strong>para</strong> que Pablo fuese excluido del afecto y del<br />
cariño de <strong>la</strong>s meretrices. Tampoco existió ningún roce, ni fue motivo<br />
de bur<strong>la</strong> de parte mía por sus amaneramientos, mejor aún, puedo<br />
afirmar que durante mucho tiempo nos criamos como hermanos. Tal<br />
como sentenció <strong>la</strong> madama:<br />
«—La naturaleza da origen a <strong>la</strong>s diversidades y Pablo María es<br />
producto de el<strong>la</strong>, por ello a Pablo María lo aceptamos como uno más<br />
dentro del lupanar.<br />
«Fue durante <strong>la</strong> adolescencia cuando a Pablo María se le despertó<br />
su vena artística. Comenzó a decir que había nacido <strong>para</strong> bai<strong>la</strong>r ballet y<br />
a partir de allí da inicio a su carrera como bai<strong>la</strong>rín en El Paralelo. La<br />
madama, con cierta hi<strong>la</strong>ridad, le decía al “novel artista”:<br />
«—Mira, Pablito, ¿quién ha dicho que una mariquita de un burdel<br />
de carretera sirve <strong>para</strong> bai<strong>la</strong>rín? —con todo y <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de <strong>la</strong> madama,<br />
a quien respetábamos mucho, siguió con su tendencia, aupado por todas<br />
<strong>la</strong>s meretrices del local. Su gran ambición era <strong>la</strong> de llegar a ser un gran<br />
artista de <strong>la</strong> danza.<br />
JOMQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
«Como se sabe, a un burdel asisten todo tipo de personajes pertenecientes<br />
a los diferentes estratos sociales y profesionales. Muchos de<br />
ellos le hab<strong>la</strong>ban sobre los bailes en los teatros de <strong>la</strong> capital y de <strong>la</strong>s<br />
grandes bai<strong>la</strong>rinas de ballet, como lo fueron Isadora Duncan, Margot<br />
Lafontaine y Alicia Alonso. Cierto día, aseguró que uno de los clientes<br />
le había hecho una regresión hipnótica y descubrió que él era <strong>la</strong> reencarnación<br />
masculina de Isadora Duncan, <strong>la</strong> famosa bai<strong>la</strong>rina descalza.<br />
Después de ese momento, comenzó a bai<strong>la</strong>r sin zapatos y como consecuencia<br />
de ello, Pablo María pasó a l<strong>la</strong>marse Isadora, no sin <strong>la</strong> protesta<br />
y el asombro de su madre Rubí. Con este nombre me referiré, de ahora<br />
en ade<strong>la</strong>nte, <strong>para</strong> nombrar al bai<strong>la</strong>rín del burdel.<br />
«Las prostitutas que viajaban a <strong>la</strong> capital en busca de una ropa<br />
apropiada <strong>para</strong> su profesión le compraban y le rega<strong>la</strong>ban a Isadora,<br />
mal<strong>la</strong>s, tutú, zapatil<strong>la</strong>s y todo tipo de trajes requeridos por un bai<strong>la</strong>rín;<br />
también discos clásicos y videos donde se observa <strong>la</strong> magia y grandiosidad<br />
del ballet. En sesiones privadas nos deleitaba con el Danubio<br />
Azul, El Lago de los Cisnes, La danza de <strong>la</strong>s o<strong>la</strong>s; en diciembre durante <strong>la</strong><br />
Navidad, nos ofrecía su versión de El Cascanueces. En verdad, todos nos<br />
quedábamos anonadados de <strong>la</strong> virtuosidad y hermosura de su baile.<br />
Quizás <strong>la</strong> ignorancia en tales cosas y nuestras soledades, nos hacía ver <strong>la</strong><br />
belleza escondida en <strong>la</strong> vena artística del bai<strong>la</strong>rín.<br />
«Por lo que se puede leer, <strong>la</strong> vida en El Paralelo era de lo más animada.<br />
En <strong>la</strong> noche, muchos eran los hombres que compartían con <strong>la</strong>s<br />
meretrices a los sones de <strong>la</strong>s melodías, sus penas, sus desamores, sus fracasos<br />
nupciales, sus problemas profesionales. Inclusive, Isadora, a pesar<br />
de su condición homosexual, poseía una modesta cliente<strong>la</strong>, quienes les<br />
producían buenas ganancias al negocio. Su lista de clientes no tenía<br />
nada que envidiarle a los de <strong>la</strong>s mejores hetairas del local. Cuando<br />
algunos de los asiduos le increpaban en tono de bur<strong>la</strong> su condición de<br />
homosexual, Isadora le respondía, con voz atip<strong>la</strong>da y con una sonrisa,<br />
que siempre estaba a flor de <strong>la</strong>bio:<br />
—En <strong>la</strong> naturaleza, no todo es b<strong>la</strong>nco ni negro, también hay tonos<br />
grises; yo soy un divino matiz dentro de <strong>la</strong> sexualidad humana.<br />
«A continuación, se retiraba del lugar batiendo su cuerpo con una<br />
acentuada feminidad. De esta manera lo entendíamos todos en El Paralelo.<br />
Simplemente, nuestro bai<strong>la</strong>rín era diferente a nosotros, pero en<br />
ningún momento lo consideramos raro.<br />
JOMRJ<br />
Candilejas en El Paralelo
Muchos fueron los intentos que se hicieron <strong>para</strong> c<strong>la</strong>usurar El Paralelo.<br />
Pero el lupanar encendía sus candilejas a <strong>la</strong>s seis de <strong>la</strong> tarde y <strong>la</strong><br />
luminosidad se observaba desde muy lejos, animando <strong>la</strong> soledad de estos<br />
<strong>para</strong>jes con <strong>la</strong> música propia de esos locales. Toda pretensión de cierre<br />
fue vana, puesto que al prostíbulo lo frecuentaban personajes del<br />
gobierno regional, estatal y hasta nacional. Alguna vez se dejó caer por<br />
este sitio de so<strong>la</strong>z un ministro del gobierno. Recuerdo, que en esa ocasión<br />
cerraron el local, pero so<strong>la</strong>mente <strong>para</strong> una animada celebración que<br />
hizo el personaje gubernamental y sus paniaguados.<br />
«Recuerdo el día que varias señoras, rec<strong>la</strong>mando <strong>la</strong> presencia de los<br />
maridos en sus hogares, acudieron ante el párroco acusando a <strong>la</strong>s meretrices<br />
de re<strong>la</strong>psas. Se organizaron en <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada “Liga <strong>para</strong> <strong>la</strong> protección<br />
de <strong>la</strong> virtud, decencia y honra de <strong>la</strong>s mujeres y sus hogares”. Esta agrupación<br />
no gubernamental, pretendió c<strong>la</strong>usurar el burdel. Intentaron ir<br />
en caravana hasta el negocio <strong>para</strong> solicitar su cierre, alegando que El<br />
Paralelo era una apología a <strong>la</strong> vulgaridad. El cura del pueblo, con gran<br />
ascendencia sobre el<strong>la</strong>s pues lo consideraban un santo, prefirió humanizar<br />
su apariencia con <strong>la</strong> eutrapelia, virtud de <strong>la</strong> cual hacía ga<strong>la</strong>. Todos<br />
sabíamos de sus visitas al burdel con <strong>la</strong> excusa de “llevar <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra<br />
divina” a <strong>la</strong>s mujeres pecadoras. El sacerdote conversó con <strong>la</strong>s señoras, y<br />
<strong>para</strong> tranquilidad nuestra, con los piadosos argumentos impidió <strong>la</strong> colocación<br />
de una cerradura gubernamental a <strong>la</strong> casa del p<strong>la</strong>cer. Las convenció,<br />
diciéndoles que todos éramos hijos de Dios y que él, como buen<br />
pastor, debía asegurarle el condumio a sus ovejas. Santas pa<strong>la</strong>bras, <strong>la</strong>s<br />
señoras desistieron de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>usura.<br />
«Las protestas contra el lupanar no lograron apagar <strong>la</strong> albura de <strong>la</strong>s<br />
candilejas, <strong>la</strong>s cuales se mantenían encendidas durante <strong>la</strong>s noches, tal<br />
como alumbraba desde hacía más de cincuenta años. La madama decía<br />
con sabiduría, que El Paralelo era parte del patrimonio cultural del<br />
estado; éste pertenecía al acervo histórico del pueblo. Además, que en<br />
su local se realizaba una <strong>la</strong>bor de profi<strong>la</strong>xis psiquiátrica, puesto que allí<br />
se apaciguaban los bajos y fieros instintos masculinos, suministrándole<br />
alimento a sus pasiones reprimidas. En este sitio es adonde acuden los<br />
hombres reprimidos o libertinos, a volcar sus tribu<strong>la</strong>ciones, tal como lo<br />
hacen los camiones de volteos con <strong>la</strong> arena. Algunas veces pensaba en<br />
voz alta: “En realidad, no se resuelve ningún problema. Parece ser que<br />
en los humanos, su naturaleza, hace necesario <strong>la</strong> presencia de otra persona<br />
<strong>para</strong> que le escuchen sus tribu<strong>la</strong>ciones”. Hasta Isadora, tenía sus<br />
JOMSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JOMTJ<br />
Candilejas en El Paralelo<br />
clientes fijos que <strong>la</strong> buscaban únicamente <strong>para</strong> bai<strong>la</strong>r, por ser el<strong>la</strong> una<br />
formidable pareja de baile. La madama experimentaba mucha alegría<br />
al observar el local lleno; se sentía comp<strong>la</strong>cida cuando miraba sobre<br />
cada una de <strong>la</strong>s mesas una botel<strong>la</strong> de aguardiente a medio consumir.<br />
«Nunca faltaron <strong>la</strong>s sabias orientaciones de <strong>la</strong> dueña del lupanar al<br />
personal: “Recuerden, esta es su fuente de vida, no mezclen el amor, el<br />
p<strong>la</strong>cer y el trabajo, dicha liga constituye un cóctel explosivo”. Cuando<br />
notaba que una de <strong>la</strong>s niñas se enamoraba de uno de los clientes, le<br />
pedía a <strong>la</strong> empleada que se alejara del negocio durante un tiempo, hasta<br />
que <strong>la</strong> lejanía matara <strong>la</strong> ilusión. Quizás, por el cumplimiento de esta<br />
reg<strong>la</strong> se mantuvo vivo el negocio durante muchas décadas. Pero esos<br />
consejos me marcaron de por vida y fueron los responsables de mi desgracia.<br />
«Como se sabe, este trabajo no es como el de los bienes inmuebles,<br />
que a medida que pasan los años adquieren más valor. Las meretrices<br />
en <strong>la</strong> medida que se iban poniendo viejas tenían que ser cambiadas por<br />
otras más jóvenes, por esto, cada cierto tiempo había rotación de personal.<br />
Es el vil negocio de <strong>la</strong> carne.<br />
«Por <strong>la</strong> bondad de <strong>la</strong> dueña, permanecimos en El Paralelo mi<br />
madre, Isadora, Rubí, y yo. Mi madre, porque <strong>la</strong> dueña le tomó aprecio<br />
y <strong>la</strong> fue pre<strong>para</strong>ndo en el manejo del lupanar; <strong>la</strong> bai<strong>la</strong>rina, porque le<br />
daba un sabor especial al negocio; Rubí <strong>para</strong> que se encargara del mantenimiento<br />
y el orden del local y yo, quien por ser hijo de mi madre,<br />
ocupé el puesto del nieto que <strong>la</strong> madama nunca tuvo. Por eso, siempre<br />
estuve arropado por su afecto y consideración. Además, de haberme<br />
convertido en una gran ayuda de mi progenitora.<br />
«Mis re<strong>la</strong>ciones con Isadora durante mucho tiempo fueron normales,<br />
notaba que tenía atenciones muy especiales hacia mí, pero no lo<br />
consideraba nada excepcional por tratarse de mi hermano, por tal razón<br />
nunca me molestaron. Solía <strong>contar</strong>me con detalles, con <strong>la</strong>s discreciones<br />
normales de estos casos, <strong>la</strong> amistad y los nexos con los clientes, de los<br />
amores escondidos con alguno de ellos, que aunque casados y con hijos,<br />
encontraban en él algo diferente a <strong>la</strong>s re<strong>la</strong>ciones que tenían con sus<br />
esposas. Yo no lo juzgaba, ni criticaba su comportamiento, sólo le<br />
recordaba <strong>la</strong> reg<strong>la</strong> de <strong>la</strong> madama: “No mezcles el amor, el p<strong>la</strong>cer y el trabajo,<br />
es un cóctel explosivo”.<br />
«Los estragos del tiempo son como los designios de Dios, ineluctables.<br />
La dueña del negocio, como todos los que habitamos debajo de
<strong>la</strong> bóveda celeste, comenzó a finalizar su ciclo de vida. Su luz y su alegría<br />
se fueron apagando. Como el<strong>la</strong> no tenía descendientes, ni se le<br />
conocía familia, todo apuntaba a que el negocio pasaría como una<br />
herencia a mi madre, quien desde hacía tiempo actuaba como su asistente.<br />
Pienso, que <strong>la</strong> gran <strong>la</strong>bor que realizó <strong>la</strong> dueña del negocio en este<br />
lugar, contribuyó a que su retiro del mundo terrenal se hiciera de una<br />
manera digna y silenciosa. Una mañana, cuando Isadora fue a llevarle el<br />
desayuno, tal como lo venía haciendo desde hacía mucho tiempo,<br />
encontró a <strong>la</strong> madama dormida en su sueño eterno. Dios, los ángeles o<br />
a quien se ocupe de ello, debió darle cabida en el cielo a su alma bondadosa.<br />
Isadora se desgarró en un grito que salió de <strong>la</strong> profundidad de su<br />
sentimiento:<br />
«—¡La madama ha muerto! —todas <strong>la</strong>s meretrices se despertaron y<br />
acudieron al cuarto de <strong>la</strong> recién fallecida, rodearon su cama. Sólo se<br />
escuchó un único acompasado l<strong>la</strong>nto de los seres queridos, quienes<br />
acompañaron el alma de <strong>la</strong> madama al sitio de su descanso eterno. Se<br />
hizo un entierro digno de una gran dama. Asistieron todas <strong>la</strong>s putas<br />
activas y jubi<strong>la</strong>das, quienes habían recibido los sabios consejos y favores<br />
de <strong>la</strong> hoy finada. Antes de llevar<strong>la</strong> al cementerio, Isadora se enga<strong>la</strong>nó<br />
con su mejor traje de bai<strong>la</strong>rín, se puso sus zapatil<strong>la</strong>s de ballet y bailó a su<br />
nombre La muerte del Cisne. El camino hacia el campo santo se hizo<br />
acompañado con música y aguardiente, rodeada con el mismo ambiente<br />
festivo al que estuvo ligada toda su vida.<br />
«Así viví y se desarrolló <strong>la</strong> primera parte de mi vida en El Paralelo.<br />
«Cuando en <strong>la</strong>s monarquías fallece un rey o una reina, los súbditos<br />
en un principio gritan, con suma tristeza, “¡La reina ha muerto!” y<br />
luego, elegida <strong>la</strong> nueva majestad, se escucha el c<strong>la</strong>mor, <strong>la</strong> euforia de los<br />
vasallos: “¡Viva <strong>la</strong> reina!” Igual ocurrió en el negocio, <strong>la</strong> nueva autoridad<br />
real, es decir, <strong>la</strong> nueva madama, era mi madre, y yo, por consiguiente,<br />
me convertí en el cabrón de todas <strong>la</strong>s meretrices de El Paralelo. La<br />
antigua dueña del negocio testó, en un documento notariado y registrado,<br />
a favor de mi progenitora. Así, mi madre se convirtió en <strong>la</strong> única<br />
propietaria del burdel, con el beneplácito de todas <strong>la</strong>s prostitutas del<br />
local, quienes desde hacía tiempo estaban acostumbradas a que el ser<br />
que me alumbró dirigiera el lupanar. Mi madre dec<strong>la</strong>ró una semana de<br />
duelo en El Paralelo; al domingo siguiente, finalizado el luto, <strong>la</strong> función<br />
debía de continuar, como suele ocurrir en el teatro y en el circo.<br />
JOMUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
«Como <strong>la</strong> nueva dueña y empleadas tenían que comer, se abrió<br />
nuevamente El Paralelo. A eso de <strong>la</strong>s seis de <strong>la</strong> tarde se escuchó el grito<br />
conocido por todos ¡Isadora enciende <strong>la</strong>s candilejas! La novel administración<br />
le dio otra visión a El Paralelo. Mi madre tenía un criterio<br />
empresarial diferente. Procedió a hacerle algunas transformaciones al<br />
lupanar: lo afilió a todas <strong>la</strong>s tarjetas de créditos, instaló una línea directa<br />
telefónica con los bancos más importantes del país <strong>para</strong> <strong>la</strong> conformación<br />
de cheques, ordenó que en el bar se sirviera sólo bebidas alcohólicas<br />
importadas. Además, se cambiaron <strong>la</strong>s candilejas, también, los<br />
muebles del salón principal y los de <strong>la</strong>s alcobas, algo churriguerescos<br />
según mi gusto. Pero <strong>la</strong> opinión de Isadora, quien <strong>para</strong> mi madre tenía<br />
mucha importancia, fue <strong>la</strong> que prevaleció en <strong>la</strong> decoración del local.<br />
Los estilos Luis XV y el Imperio fueron los predominantes, en materia<br />
de mobiliario. En fin, nuevos oropeles, pero al final, El Paralelo siguió<br />
siendo un burdel de carretera.<br />
«En los lupanares pasa siempre lo mismo durante <strong>la</strong>s noches:<br />
música, alcohol, humo de cigarro, alguno que otro pleito y mucha testosterona.<br />
Durante el día, al burdel lo envuelve una especie de vaho,<br />
algo así como un vapor de flojera que arropa a cada uno de sus moradores.<br />
Quizás el dormir de día, el trabajar y disfrutar de noche como <strong>la</strong>s<br />
lechuzas, nos mantenía alterado nuestro reloj biológico, como se dice<br />
ahora: el biorritmo se mantenía perturbado.<br />
«Con el tiempo, mi madre se fue retirando del ejercicio profesional,<br />
sólo atendía a un cliente fijo, alguien muy especial, quien les proporcionaban<br />
buenas ganancias. En verdad, su figura todavía no había perdido<br />
<strong>la</strong> sensualidad y atractivo de los primeros años. Se preguntarán de mi<br />
actitud frente a el<strong>la</strong> y su trabajo; en realidad no me molestaba, ni me<br />
daba celos de ningún tipo. Había nacido, crecido, vivido y trabajado en<br />
El Paralelo. El lupanar era mi vida, por eso, todo lo que ocurría a mi<br />
alrededor eran cosas normales del trabajo; el mismo que desempeñaba<br />
<strong>la</strong>s meretrices y mi progenitora. Era parte del ejercicio de su profesión.<br />
Unas mujeres trabajan con <strong>la</strong>s manos, otras con su cerebro; mi madre y<br />
sus compañeras con el cuerpo. El<strong>la</strong>s proporcionaban un servicio que los<br />
hombres necesitaban, al igual que el médico, el psicólogo, el sacerdote o<br />
cualquiera otra profesión. Las putas entregan parte de su cuerpo, a<br />
cambio del bienestar psíquico y sexual de los hombres. Por algo era un<br />
oficio tan antiguo como <strong>la</strong> humanidad misma; había perdurado por<br />
JOMVJ<br />
Candilejas en El Paralelo
muchos siglos, por encima de todos los avatares que habían arrasado<br />
parte de <strong>la</strong> existencia de muchas personas.<br />
«Las cosas en El Paralelo continuaron como antes. Mi madre<br />
tomó <strong>para</strong> sí <strong>la</strong> reg<strong>la</strong>, que sin redactarse en un papel se cumplía sin discusión<br />
en el negocio: “El p<strong>la</strong>cer, el amor y el trabajo no se deben mezc<strong>la</strong>r”.<br />
Lo repetía muchas veces a <strong>la</strong>s meretrices; machacaba el tema,<br />
sobre todo a mí, el nuevo administrador. Cargo al cual fui ascendido<br />
<strong>para</strong> que <strong>la</strong> dueña se ocu<strong>para</strong> de otras cosas, tales como del ambiente del<br />
local, <strong>la</strong>s bebidas, del vestuario de <strong>la</strong>s meretrices, de <strong>la</strong> música, etc. A<br />
eso de <strong>la</strong>s seis de <strong>la</strong> tarde el<strong>la</strong> gritaba:<br />
«—¡Isadora, enciende <strong>la</strong>s candilejas!<br />
«Ya lo hacía como cumpliendo un ritual, puesto que él sabía que<br />
eso era parte de sus obligaciones. Al momento se encendía <strong>la</strong> roco<strong>la</strong> y<br />
con <strong>la</strong> música comenzaba el fragor del burdel, anunciando a sus clientes<br />
que El Paralelo abría sus puertas <strong>para</strong> darle atención a los que buscaban<br />
el p<strong>la</strong>cer, <strong>la</strong> paz y el sosiego que en sus hogares no encontraban.<br />
Todo marchó a <strong>la</strong> perfección hasta que llegó Pigalle.<br />
«Pigalle, que así <strong>la</strong> bautizamos, era una meretriz francesa procedente<br />
de Europa, vino a <strong>para</strong>r a este lugar por alguna razón que nunca<br />
se supo. Mi madre, tal como acostumbraba <strong>la</strong> otra madama, lo único<br />
que exigía era que tuviese los papeles en reg<strong>la</strong> y su certificado de salud;<br />
tenía por ley no preguntar los motivos o <strong>la</strong>s razones del ejercicio profesional.<br />
Sólo <strong>la</strong>s miraba con su ojo clínico, vestidas con ropa interior,<br />
luego conversaba un poco con el<strong>la</strong>s; en el caso de aprobar el breve<br />
examen, quedaban contratadas en El Paralelo. De esta manera, <strong>la</strong> francesa<br />
pasó a formar parte de <strong>la</strong>s cortesanas del lupanar.<br />
«La francesita era una mujer de una belleza muy especial. Tenía<br />
más de treinta años, pero no tan cerca de <strong>la</strong> cota de los cuarenta, con<br />
una presencia y personalidad poco conocida por estos lugares. De una<br />
albura de piel que casi oscurecía <strong>la</strong>s candilejas del negocio. Sumamente<br />
alta, destacaba por su tamaño entre todas <strong>la</strong>s mujeres. Afirmaba que su<br />
padre era nórdico y su madre de Estonia. Tenía una gran guedeja negra<br />
azabache que provenían de una linda cara, <strong>la</strong> cual hermoseaba <strong>la</strong> caía<br />
sobre sus hombros. Ésta, contrastaba con un par de ojos azules de<br />
donde parecía salir un fluido eléctrico que penetraba el alma <strong>para</strong><br />
seducir y cautivar su interlocutor. Cuando sonreía, se asomaban detrás<br />
de sus <strong>la</strong>bios voluptuosos unos hermosos dientes nacarados. Era evidente,<br />
su cuerpo estaba en armonía con <strong>la</strong> cara que <strong>la</strong> sostenía. Poseía<br />
JONMJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
una figura escultural, simi<strong>la</strong>r a <strong>la</strong>s tal<strong>la</strong>s de <strong>la</strong>s diosas helénicas que resguardan<br />
los templos sagrados, éstas <strong>la</strong>s había visto en los libros de historia<br />
universal de mi madre. Siempre me pregunté por mucho tiempo:<br />
“¿Qué vino hacer esta mujer a un burdel de carretera? ¿Qué decepción<br />
<strong>la</strong> trajo por estos <strong>para</strong>jes?” Creo que ni Dios, con toda su omnisciencia,<br />
tiene respuesta a muchas de <strong>la</strong>s interrogantes que alguno de los<br />
humanos le formulemos.<br />
«Así se presentó Pigalle <strong>para</strong> darle una nueva vida a El Paralelo.<br />
Cuando reflexiono sobre todo lo que me ocurrió, pienso que <strong>la</strong> francesita<br />
fue un instrumento del mal, una peregrina venida del otro <strong>la</strong>do del<br />
mar, de alguna esfera superior, con <strong>la</strong> finalidad de seducirme y tentarme<br />
<strong>para</strong> violentar <strong>la</strong>s reg<strong>la</strong>s que como mandato divino regían El Paralelo.<br />
«Todo marchaba normal <strong>para</strong> los demás, menos <strong>para</strong> mí. Durante<br />
el día comencé a conversar con Pigalle, confirmándome de su rara<br />
mezc<strong>la</strong> genética. Me informó que había trabajado en París, en un sitio<br />
del que tomó su nombre “artístico”. Durante <strong>la</strong>s <strong>la</strong>rgas pláticas nos re<strong>la</strong>taría<br />
algo de su vida profesional. Fue así como con su lengua enredada,<br />
mezc<strong>la</strong> de español y francés, nos paseaba por los lugares interesantes de<br />
<strong>la</strong> Ciudad Luz. Nos comentaba sobre el Molino Rojo, del Lido, dos<br />
grandes cabarets. Nos describió <strong>la</strong> torre Eiffel y el Arco de Triunfo; nos<br />
llevó de compras por los Campos Elíseos y por los barrios más elegantes,<br />
como Saint Germain, Montmaitre y Montparnase. A Isadora,<br />
le comentó sobre los excelentes espectáculos en el Teatro de <strong>la</strong> Ópera y<br />
de los grandes bai<strong>la</strong>rines que mostraban su arte en <strong>la</strong>s diferentes sa<strong>la</strong>s de<br />
París. Su gran capacidad <strong>para</strong> describir los objetos y situaciones, nos<br />
permitió a los tres tomados de <strong>la</strong> mano, realizar un viaje virtual, comiendo<br />
y bebiendo en los mejores bistró y bares de <strong>la</strong> gran ciudad.<br />
«Durante <strong>la</strong>s <strong>la</strong>rgas conversaciones que los tres sosteníamos, <strong>la</strong><br />
observaba con detenimiento. Disfrutaba de su belleza, advertí que de <strong>la</strong><br />
profunda mirada, proveniente de sus bellos ojos azules, hurgaba en <strong>la</strong><br />
profundidad de mi ser. Tuvo <strong>la</strong> gloria de hacerme sentir como jamás lo<br />
había hecho mujer alguna. Estaba seguro que Pigalle era de otra ga<strong>la</strong>xia,<br />
enviada a <strong>la</strong> Tierra con <strong>la</strong> única finalidad de desquiciarme y de esta manera,<br />
estuve tentado a romper con el mandamiento de <strong>la</strong> madama ¿y qué<br />
puedo decir cuando <strong>la</strong> bel<strong>la</strong> francesita, con su voz melosa <strong>la</strong> escuchaba<br />
l<strong>la</strong>marme: mon chéri? En ese momento, toda su miel se regaba sobre<br />
mi cuerpo totalmente empa<strong>la</strong>gado; creo que a punto de un deliquio.<br />
JONNJ<br />
Candilejas en El Paralelo
Advertí que el imperio de <strong>la</strong> voluntad y <strong>la</strong> razón no podían contra el<br />
poder omnímodo de mis sentidos y sentimientos.<br />
«Mi madre, ya con muchos años, con más sabiduría y <strong>la</strong> experiencia<br />
que da el ejercicio de esta profesión, comenzó a notar mis atenciones<br />
hacia Pigallle. No tardó en reiterarme sobre los cuidados de<br />
cualquier vínculo sentimental con <strong>la</strong> francesita. Sus pa<strong>la</strong>bras eran <strong>la</strong>s<br />
mismas de siempre: “Acuérdate de lo peligroso del cóctel”.<br />
«En <strong>la</strong> medida que mis atenciones hacia <strong>la</strong> francesa aumentaban,<br />
sentía lo contrario hacia mí de parte de Isadora, quien me tenía acostumbrado<br />
a un trato muy especial. Se lo achaqué a los celos normales<br />
entre hermanos. Supuse que estos no eran iguales a los que sentía<br />
cuando Pigalle se metía en <strong>la</strong>s alcobas con sus clientes. Los acompañaba<br />
con mi mirada hasta <strong>la</strong> puerta del dormitorio, sentía que <strong>la</strong> sangre<br />
de mis venas hervía. En muchos casos, era sorprendente cuando advertía<br />
lágrimas corriendo por mi cara; se <strong>la</strong>s achacaba al humo del cigarro,<br />
que como una nieb<strong>la</strong> envolvía al burdel. Desconocía esta emoción,<br />
puesto que <strong>para</strong> mí <strong>la</strong>s meretrices <strong>la</strong>s consideraba como mi familia, o en<br />
último caso, eran empleadas del negocio. Comencé a experimentar un<br />
extraño sentimiento sin saber ubicar el órgano de mi cuerpo responsable<br />
de ese malestar. Se lo comenté a Isadora y observé cierto mohín<br />
de disgusto. De inmediato, rezó el mandamiento que debíamos cumplir<br />
en El Paralelo.<br />
«Mi madre, con el tiempo se fue poniendo vieja, se le había disipado<br />
su hermosura de antaño. El humo del cigarro y los trasnochos le<br />
fueron deteriorando <strong>la</strong> lozanía de <strong>la</strong> piel, que en otras épocas fue su<br />
carta de presentación. Isadora, había perdido su fragilidad y no bai<strong>la</strong>ba<br />
el Danubio Azul con <strong>la</strong> elegancia y <strong>la</strong> destreza de antes. Sus zapatil<strong>la</strong>s y<br />
sus trajes estaban raídos y decolorados; y Pigalle, cada día más hermosa,<br />
me desgarraba el corazón con sus miradas.<br />
«Muchas veces notaba que Isadora p<strong>la</strong>ticaba a so<strong>la</strong>s con Pigalle;<br />
el<strong>la</strong> mantenía <strong>la</strong> conversación mirándome con sus penetrantes ojos<br />
azules, obligándome a bajar <strong>la</strong> mirada; no sabía si era por vergüenza o<br />
<strong>para</strong> que no descubriera en mi rostro <strong>la</strong> pasión incontro<strong>la</strong>ble e indecisa.<br />
Cuando quería indagar con el bai<strong>la</strong>rín sobre el tema de <strong>la</strong> conversación<br />
sentía su desprecio y no hacía ningún comentario.<br />
«En <strong>la</strong> medida que el dios Cronos movilizaba los engranajes de <strong>la</strong><br />
máquina del tiempo, cada día que pasaba sentía mi corazón más constreñido.<br />
No encontraba pa<strong>la</strong>bras <strong>para</strong> acercarme a Pigalle; en mi mente,<br />
JONOJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JONPJ<br />
Candilejas en El Paralelo<br />
como un puñal c<strong>la</strong>vado en el lugar del sentimiento, recordaba <strong>la</strong>s frases<br />
de <strong>la</strong> antigua madama y <strong>la</strong>s de mi madre, <strong>la</strong>s cuales colocaban a <strong>la</strong> francesa<br />
como un producto prohibido <strong>para</strong> mi afecto. El mandamiento era<br />
<strong>para</strong> mí como un dogma de fe, había que cumplirlo sin buscarle explicación<br />
alguna.<br />
«A Isadora, al igual que mi madre y a mí, nos estaban irrumpiendo<br />
los años sin que estos tuvieran nuestro consentimiento. Entraban y<br />
entraban nuevas edades y parecía no darnos cuenta de lo que ocurría.<br />
Con el tiempo se inauguraron nuevos burdeles, se abrieron casinos en<br />
<strong>la</strong> ciudad, y otras industrias del vicio fueron alejando del negocio los<br />
clientes de mayor poder económico. Nuestro bai<strong>la</strong>rín, empezó a ocuparse<br />
de <strong>la</strong> limpieza porque Rubí había abandonado El Paralelo y <strong>la</strong><br />
francesita, seguía incrustándose en los más profundo de mi ser. Quería<br />
limpiar mi pensamiento de su recuerdo; fue entonces cuando comprendí<br />
lo que era el amor. Sin darme cuenta, Pathos se había apoderado<br />
de mí y Mengue le había quitado unos es<strong>la</strong>bones a <strong>la</strong> escalera <strong>para</strong> precipitarme<br />
hacia el abismo.<br />
«Cierto día, mi madre se acostó con un malestar y se llevó a su<br />
lecho un desconocido que ninguna de <strong>la</strong>s meretrices hubiese querido<br />
tener como cliente. El hombre de <strong>la</strong> guadaña ocupó el <strong>la</strong>do izquierdo<br />
de <strong>la</strong> cama y a mi madre <strong>la</strong> sorprendió <strong>la</strong> muerte durante <strong>la</strong> noche. Se<br />
había ido sin decirme nada, como <strong>la</strong>s aves cuando abandonan <strong>la</strong> tierra.<br />
No se supo cuál enfermedad <strong>la</strong> afectó durante el sueño y sin avisar, <strong>la</strong><br />
parca se <strong>la</strong> llevó al mundo del cual nadie regresa. Me abandonó y no se<br />
lo perdoné porque todavía estaba ávido de sus pa<strong>la</strong>bras, de sus sabios<br />
consejos, quería tener su fortaleza porque me sentía débil ante lo que<br />
me esperaba. Pero si existe un hado que debió acompañarme durante<br />
toda mi vida, en él no estaba escrita <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra felicidad. Era imposible<br />
luchar contra los designios del Ser que había creado el mundo. A veces<br />
me consideraba un animal, porque estaba seguro que el destino es cosa<br />
de los hombres, y yo, me consideraba que era un hombre sin futuro.<br />
«El velorio, fue como tenía que ser. Tal como lo había hecho con <strong>la</strong><br />
otra madama, Isadora bailó con mucho sentimiento La bel<strong>la</strong> durmiente,<br />
arrancándoles a <strong>la</strong>s meretrices lágrimas de pesar y hasta el mismo<br />
Jesucristo, colocado sobre el catafalco, mostró una cara de tristeza. Lloré<br />
durante todo el día acompañado de <strong>la</strong>s meretrices de El Paralelo, de<br />
Pigalle quien me acompañó durante <strong>la</strong>s horas de dolor, y a Isadora lo<br />
percibí un poco alejado. Lo observé en un rincón apartado del lupanar,
experimentando su propia desgracia. Por una semana permaneció cerrado<br />
El Paralelo dado el luto que nos embargaba.<br />
«“¡Ha muerto <strong>la</strong> reina!” “¡Viva el rey!” En realidad, no era en un rey<br />
en lo que me había convertido, era el dueño, amo y señor, mejor dicho,<br />
el gran cabrón de El Paralelo. Por lo tanto, quise que todo continuara<br />
igual como lo había dejado mi madre. Pero aunque lo intentara, sentía<br />
que faltaba su mano prodigiosa, <strong>la</strong> mano que le daba un toque mágico al<br />
burdel. Sabía que <strong>la</strong>s cosas no serían iguales.<br />
«Me alejé de Pigalle durante un tiempo, debido a <strong>la</strong> ausencia de mi<br />
madre; mi efervescencia por <strong>la</strong> francesa permaneció en reposo. Pero al<br />
igual que el sol, que a <strong>la</strong> hora del crepúsculo se oculta con <strong>la</strong> seguridad<br />
de que en <strong>la</strong> mañana habrá un nuevo amanecer, así apareció de nuevo <strong>la</strong><br />
gran pasión hacia <strong>la</strong> mujer prohibida <strong>para</strong> mí.<br />
«Las conversaciones de <strong>la</strong> francesita con Isadora continuaron durante<br />
mucho tiempo, mientras persistían <strong>la</strong>s miradas eléctricas que me<br />
<strong>para</strong>lizaban. También podía asegurar, con tristeza, que <strong>la</strong>s atenciones<br />
del bai<strong>la</strong>rín hacia mí estaban en su punto muerto. No comprendía nada<br />
de lo que estaba pasando. Yo consideraba a <strong>la</strong>s mujeres como un negocio,<br />
y en el amor, era como una novicia, cuyo único sentimiento es hacia<br />
Cristo. Cuando estaba frente a Pigalle, podía sentirme como un recién<br />
tonsurado cuando observa <strong>la</strong> portada de una revista pornográfica. Algunas<br />
meretrices, que como en todo burdel corren los chismes, afirmaban<br />
que el bai<strong>la</strong>rín y <strong>la</strong> francesa estaban enamorados de mí. Pero, parece ser,<br />
que los ojos de los humanos sólo miran lo que ellos quieren ver, y yo, en<br />
verdad, no percibía lo que estaba ocurriendo a mi alrededor.<br />
«Tuve <strong>la</strong> intención de hab<strong>la</strong>rle a Pigalle de una posible re<strong>la</strong>ción.<br />
Además, como yo era el amo y señor de El Paralelo podía nombrar<strong>la</strong><br />
nueva madama. Pero tal como si fuese una orden divina, recordaba <strong>la</strong><br />
reg<strong>la</strong> de <strong>la</strong> primera patrona y <strong>la</strong>s de mi madre, como si estuviese escrito<br />
un onceavo mandamiento en <strong>la</strong>s tab<strong>la</strong>s de Moisés:<br />
«—No mezcléis el amor, el p<strong>la</strong>cer y el trabajo.<br />
«Estas pa<strong>la</strong>bras me enfermaron durante toda mi vida y fueron <strong>la</strong><br />
causa de mi infelicidad. Al acostarme y al levantarme persistía <strong>la</strong> obsesión<br />
por esa mujer, sus ojos azules, sus dientes nacarados, su cabellera<br />
negra, su tez impecablemente b<strong>la</strong>nca y su hermosa figura aca<strong>para</strong>ban<br />
mis pensamientos. Toda el<strong>la</strong>, junto con todos sus atributos, pasó a ser<br />
parte de mi vida. Sabía que era un sentimiento, pero no lograba darle<br />
JONQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
una ubicación en alguna parte de mi cuerpo. En <strong>la</strong>s mañanas, antes de<br />
irme a <strong>la</strong> cama algunas preguntas me quitaban el sueño:<br />
«—¿Por qué no soy dueño de mi destino, si es que lo tengo? ¿Por<br />
qué es difícil descubrir el camino más conveniente sin temor a equivocarme?<br />
«Pero no lograba respuesta alguna. Dios o <strong>la</strong> naturaleza, nos ofrecen<br />
varias vías y por lo general escogemos <strong>la</strong> menos adecuada. Pareciera, que<br />
<strong>la</strong> fruta que más nos gusta es <strong>la</strong> que está en <strong>la</strong> rama más alta, <strong>la</strong> que nos<br />
cuesta agarrar y por lo general, cuando lleguemos a el<strong>la</strong> nos caeremos del<br />
árbol. No quería equivocarme, sabía, por los consejos adquiridos, que mi<br />
re<strong>la</strong>ción con Pigalle era imposible porque el<strong>la</strong> era parte del negocio y<br />
constantemente Isadora reforzaba <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de <strong>la</strong>s difuntas.<br />
«Cierta noche cerramos el burdel <strong>para</strong> celebrar el cumpleaños de<br />
Pigalle, quien con más edad, mantenía su belleza y su esbeltez. No se<br />
permitió a nadie que no fuera empleado asistir a <strong>la</strong> fiesta. La homenajeada<br />
apareció más imponente que nunca. Vestía un traje b<strong>la</strong>nco ceñido<br />
al cuerpo que contrastaba con el negro de su cabellera y el bermellón de<br />
sus bellos <strong>la</strong>bios, todo en perfecta armonía con el azul eléctrico de sus<br />
ojos. Isadora había comprado una bel<strong>la</strong> lencería <strong>para</strong> darle una función<br />
de ga<strong>la</strong> a <strong>la</strong> francesita.<br />
«El agasajo se desarrolló a <strong>la</strong> perfección, puesto que lo organizó<br />
Isadora como cronometrado por un reloj. Todo fue alegría, bebidas,<br />
comidas, mucho sentimiento y afecto de mi parte. El bai<strong>la</strong>rín nos asombró<br />
nuevamente, pudimos deleitarnos con una parte del ballet Giselle.<br />
Pigalle, quedó sorprendida ante <strong>la</strong> magnificencia de <strong>la</strong> interpretación;<br />
noté cómo sus ojos bai<strong>la</strong>ban al compás de <strong>la</strong> música y de los movimientos<br />
de Isadora. Después todo, el agasajo fue un sibarítico culto a<br />
Baco: comida, alcohol, humo y risas. Al final de <strong>la</strong> fiesta, noté con preocupación<br />
que el bai<strong>la</strong>rín se había retirado más temprano de lo común,<br />
luego de sostener una breve discusión con <strong>la</strong> francesita. Antes de que se<br />
dirigieran a sus alcobas, sentí <strong>la</strong> mirada penetrante de Pigalle y <strong>la</strong> indiferencia<br />
de Isadora. El alba y el crepúsculo se mezc<strong>la</strong>ron a <strong>la</strong> hora de levantarme<br />
y me sorprendió con una gran duda en mi alma.<br />
«Me levanté tarde por <strong>la</strong> resaca, casi a <strong>la</strong> hora de abrir el negocio;<br />
como era <strong>la</strong> costumbre de hacía muchos años, grité con voz sonora:<br />
«—¡Isadora, enciende <strong>la</strong>s candilejas! —volví a gritar hasta que<br />
me reventé y no apareció el bai<strong>la</strong>rín. Fue entonces cuando una de <strong>la</strong>s<br />
JONRJ<br />
Candilejas en El Paralelo
meretrices me informó que Isadora y Pigalle se habían ido con sus maletas<br />
sin despedirse de nadie.<br />
«El Paralelo no volvió a ser lo que había sido, creo que lo abandoné.<br />
Pienso que fue por despecho, por rabia o por algún sentimiento<br />
escondido que no pude identificar. A partir de <strong>la</strong> deserción de mis seres<br />
queridos el negocio empezó a decaer y <strong>la</strong> bebida fue mi fiel compañera;<br />
<strong>la</strong> sombra de <strong>la</strong> debacle comenzó a quitarle el brillo a El Paralelo con <strong>la</strong><br />
creación de otros burdeles en <strong>la</strong> carretera <strong>la</strong>s meretrices abandonaron<br />
El Paralelo. Había comenzado el principio del fin.<br />
«Me había abandonado <strong>la</strong> francesita, <strong>la</strong> luz de mi vida que alumbró<br />
<strong>la</strong> senda del amor. Necesitaba sus pa<strong>la</strong>bras almibaradas, sus miradas de<br />
azul eléctrico que me habían robado el aliento. Simplemente necesitaba<br />
esa mujer. También se había ido Isadora, el alma de El Paralelo.<br />
Mi ánimo y me espíritu estaban resecos como una pasa.<br />
«En cuanto al negocio, como lo referí anteriormente, estaba en su<br />
peor momento. Me vi acosado por los acreedores, puesto que no podía<br />
honrar mis créditos. Los servicios de agua y luz los cortaron. Las candilejas<br />
de El Paralelo se apagaron <strong>para</strong> siempre y <strong>para</strong> el colmo tengo una<br />
amenaza de embargo.<br />
«Lo que más me molesta de todo esto, es que tengo cincuenta años<br />
y nunca tuve una re<strong>la</strong>ción sexual con una mujer; a todas <strong>la</strong>s miré como<br />
material de trabajo. Tengo el temor y <strong>la</strong> vergüenza de morir célibe. Es<br />
que <strong>la</strong>s reg<strong>la</strong>s que pasaron de <strong>la</strong> vieja madama a mi madre y de el<strong>la</strong> a mí,<br />
había que cumplir<strong>la</strong> como un mandato divino. Dos generaciones legis<strong>la</strong>tivas<br />
se incrustaron en mi piel, en mi carne, en mi cerebro y ello fue el<br />
motivo de mi infelicidad. El día que apagué por última vez <strong>la</strong>s candilejas<br />
renegué de mi genética, de mi patrimonio cultural y religioso;<br />
todos estos contribuyeron a que Pigalle, Isadora y yo no lográramos<br />
entendernos sino más bien a se<strong>para</strong>rnos.”<br />
Aquí finaliza lo escrito en el documento. No sé si se perdieron, o se<br />
extrapape<strong>la</strong>ron otras páginas en el desorden del embargo. Entre los<br />
papeles, también encontré unas descoloridas postales provenientes de<br />
París sin remitente y sin una so<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra escrita. Nada pude saber sobre<br />
el fin de Arsubanipal, ni de <strong>la</strong>s otras personas del re<strong>la</strong>to, pero algo aprendí<br />
de <strong>la</strong> lectura del documento.<br />
Existen otros mundos <strong>para</strong>lelos al que resido, casi de otras dimensiones,<br />
en los que <strong>la</strong>s leyes, principios y reg<strong>la</strong>s morales son diferentes al<br />
mío pero sus moradores aman, odian, sufren y lloran; tienen los mismos<br />
JONSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
pesares y alegrías simi<strong>la</strong>res al mundo donde vivo. Después de <strong>la</strong> lectura,<br />
juré que más nunca emitiría juicio u opinión sobre ninguna persona; el<br />
mejor tribunal es el de <strong>la</strong> conciencia. Fue cuando entonces me dieron<br />
lástima los jueces, porque muchas veces se equivocarán sin saberlo.<br />
JONTJ<br />
Candilejas en El Paralelo<br />
ã~êòç OMMN
El iluminado de San Sebastián<br />
Chas, chas, chas... Juan arrastraba el pesado fardo, chas, chas,<br />
chas... A medida que subía <strong>la</strong> colina, el saco parecía más pesado, como si<br />
estuviera arrastrando todos los males que había acumu<strong>la</strong>do durante sus<br />
cortos veinte años de vida. De vez en cuando, se <strong>para</strong>ba a descansar y su<br />
mirada <strong>la</strong> dirigía hacia <strong>la</strong> bahía en <strong>la</strong> que permanecían los barcos y <strong>la</strong>s<br />
<strong>la</strong>nchas de pescadores, escuchando el monótono vaivén de <strong>la</strong>s o<strong>la</strong>s, el<br />
único ruido que permanecía sin alteración frente al rancho que habitaba<br />
desde niño.<br />
Las o<strong>la</strong>s iban y venían, como un ritornelo, trayendo añejos recuerdos<br />
de su infancia.<br />
—Vamos Juan, apúrate, arrastra el saco con fuerza que nos va a<br />
coger <strong>la</strong> c<strong>la</strong>ridá y no quiero que nos vean es esto —gritábale de esta manera<br />
María del Valle a su hijo.<br />
María del Valle, sacudió el hombro de su hijo <strong>para</strong> sacarlo del letargo<br />
en que permanecía envuelto, contemplándose <strong>la</strong> palma de <strong>la</strong> mano<br />
y perdiendo su mirada en <strong>la</strong> bahía. De inmediato, su madre trató de convencerlo:<br />
—Mira, Juan, yo no sé si lo que estamos haciendo es obra de Dios<br />
o del diablo, pero aquí en mi de<strong>la</strong>ntal traigo <strong>la</strong> solución de mi vida, <strong>la</strong><br />
ONV
tuya y <strong>la</strong> de tus cuatro hermanos —María del Valle, con sus manos<br />
dentro del de<strong>la</strong>ntal tocaba <strong>la</strong>s frías monedas de oro que sonaban como<br />
música celestial. Con <strong>la</strong> mirada dirigida hacia el cielo recordaba <strong>la</strong><br />
sesión espiritista a <strong>la</strong> que había asistido con su hijo en <strong>la</strong> casa de don<br />
Cristancho “el iluminado de San Sebastián”.<br />
—No seas pendeja, María del Valle, no tengas miedo, dame esa<br />
botel<strong>la</strong> de aguardiente e invoquemos a los espíritus. Hoy presiento que<br />
voy a posesionarme del alma de don Tomás —así le habló aquel<strong>la</strong> noche<br />
don Cristancho y en tres sorbos desapareció, en <strong>la</strong> prominente<br />
barriga del iluminado, el apetecido líquido contenido en <strong>la</strong> botel<strong>la</strong>.<br />
En <strong>la</strong> colina, María del Valle recordaba aquel<strong>la</strong> noche como si le<br />
mostraran una pelícu<strong>la</strong> de aquel momento inolvidable.<br />
Su hijo Juan, asustado, con los ojos totalmente abiertos, como si<br />
viese bajar al mismo diablo <strong>para</strong> llevárselo al infierno, permanecía estático<br />
de asombro. El muchacho, tembló al mirar a don Cristancho tomarse<br />
el aguardiente en tres sorbos. De inmediato, lo vio <strong>para</strong>lizarse<br />
como una estatua, como si el iluminado estuviese recibiendo órdenes<br />
provenientes del más allá, del otro <strong>la</strong>do del mundo, del lugar de donde<br />
nadie regresa. Madre e hijo se miraron, el<strong>la</strong>, así lo recordaba y con una<br />
mueca, mezc<strong>la</strong> de dolor y asombro, observaron cuando don Cristancho<br />
cayó al suelo poseso de un espíritu.<br />
—María del Valle —gritó don Cristancho, con voz de poseído,<br />
con una voz que no era <strong>la</strong> del iluminado, con un tono desgarrador que<br />
daba un vigor implorante a <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra. La madre recordó <strong>la</strong> expresión de<br />
terror de Juan, en el mismo momento en que se le mojaron los pantalones,<br />
preso de miedo no pudo esconder su horror hacia lo desconocido.<br />
Lo único que se le ocurrió a <strong>la</strong> mujer fue quitarse un crucifijo que<br />
le colgaba de su cuello y se lo entregó a su hijo, pensaba que con esto le<br />
alejaba el miedo que le brotaba por los ojos.<br />
María del Valle, mujer curtida, no por sus treinta y cinco años, ya<br />
que su figura mostraba los vestigios de una mujer hermosa, sino por los<br />
duros trabajos que había realizado y además, por <strong>la</strong>s desagradables<br />
experiencias pasadas, se armó de gran valor. Le contestó al espíritu, que<br />
usaba el cuerpo del iluminado:<br />
—¿Quién eres tú? ¿Qué quieres de mí? ¿Para qué me buscas? —y<br />
de inmediato se acercó al hijo <strong>para</strong> abrazarlo, no como una muestra de<br />
amor maternal, sino que de esta manera trataba de evitar que su hijo<br />
siguiera temb<strong>la</strong>ndo de miedo.<br />
JOOMJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
La voz continuó de manera firme pero implorante:<br />
—Estoy en pena, mi alma deambu<strong>la</strong> sin rumbo y te necesito <strong>para</strong><br />
que me saque de este infierno.<br />
María del Valle, trajo a su memoria que esa era <strong>la</strong> voz de don Tomás,<br />
el amante canario de su abue<strong>la</strong>, quien, cuando el<strong>la</strong> era pequeña <strong>la</strong> sentaba<br />
en sus piernas y <strong>la</strong> manoseaba, <strong>para</strong> p<strong>la</strong>cer de ambos. Recuerda, que<br />
el<strong>la</strong>, aunque muy joven, ya había comenzado a sentir los goces de una<br />
mujer adulta.<br />
—Diga don Tomás, aquí estoy <strong>para</strong> servirle, pero a cambio de ello<br />
tendrá que decirme dónde están <strong>la</strong>s cincuenta y seis morocotas que le<br />
robó a mi abue<strong>la</strong>.<br />
El cuerpo del iluminado era un mar de contorsiones, el montón de<br />
carne de aquel hombre se movía como un cochino grande luego que le<br />
dan el palo de gracia.<br />
Juan seguía asustado, sólo el abrazo de su madre lo podía mantener<br />
de pie y con el sudor chorreándole por <strong>la</strong> frente, le susurró al oído:<br />
—Maíta, me cagué.<br />
María le hizo caso omiso de <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de Juan y armándose de<br />
valor se mantenía atenta a <strong>la</strong>s frases que profería el iluminado.<br />
—María del Valle te entrego <strong>la</strong>s cincuenta y seis morocotas, a cambio<br />
de que me reces todas <strong>la</strong>s noches y me des el alma de un bautizado.<br />
Ante tal pedimento, <strong>la</strong> mujer no se inmutó. Por su mente cruzaron<br />
todos los pob<strong>la</strong>dores del caserío donde residía, desde el momento en<br />
que <strong>la</strong> comadrona le hizo ver <strong>la</strong> luz por primera vez. Pensó en los cinco<br />
ex maridos, padres de sus cinco hijos, <strong>para</strong> buscar el alma del bautizado,<br />
le vino a su memoria Aminta, <strong>la</strong> loquita del pueblo, quien no tenía<br />
dolientes. Su memoria le trajo el sagrado sacramento que el<strong>la</strong> había<br />
recibido, apadrinada por don Tomás, dizque <strong>para</strong> sacarle “el mandinga”<br />
que tenía <strong>la</strong> pobre por dentro. Recordó el “mal de ojo” que le<br />
había puesto María Vicenta a Juan, cuando él apenas tenía cinco años y<br />
lo enfermó con una diarrea casi durante un mes. A su mente vinieron<br />
todas <strong>la</strong>s personas que le habían hecho daño, entre el<strong>la</strong>s, el chino<br />
Andrés, el marido de su hermana mayor, quien <strong>la</strong> había deshonrado<br />
con el dedo, cuando el<strong>la</strong> apenas tenía diez años. Todos ellos le vinieron<br />
a <strong>la</strong> memoria, pero tuvo el temor de entregar el alma de alguno de ellos<br />
a cambio del descanso en paz de don Tomás y de <strong>la</strong>s cincuenta y seis<br />
morocotas.<br />
JOONJ<br />
El iluminado de San Sebastián
Mientras María del Valle pensaba en todo esto, Juan casi se moría<br />
de miedo, empezó a vomitar debido a los hedores que él mismo exha<strong>la</strong>ba<br />
de un cuerpo tembloroso; el muchacho se mantenía como c<strong>la</strong>vado<br />
en el mismo lugar. Su mano le sangraba de apretar con reciedumbre el<br />
crucifijo que tenía en una de el<strong>la</strong>s.<br />
El poseso, seguía contorneándose y su piel cambiaba de colores<br />
como el camaleón, pasaba del tono rojo al verde y después adquirió el<br />
color grisáceo, el color de los muertos cuando no tienen a nadie que los<br />
llore. De inmediato, se escuchó una voz que parecía que venía de<br />
ultratumba:<br />
—María del Valle, <strong>la</strong>s cincuenta y seis morocotas son tuyas, están<br />
enterradas al pie de <strong>la</strong> mata de mango que está en <strong>la</strong> casa de Rosa María,<br />
mi última mujer. Recuerda que debes ahora cumplir y me entregarás el<br />
alma del bautizado, en caso contrario traeré a mi <strong>la</strong>do uno de tus hijos.<br />
A María del Valle, quien había recostado a Juan en el catre de don<br />
Cristancho, le retumbaron en sus oídos <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras del poseso; éstas <strong>la</strong>s<br />
tomó casi como una sentencia. El hombre, parecía agotado por el esfuerzo<br />
de venir del mundo de los espíritus al mundo terrenal. La mujer<br />
observó <strong>la</strong> cara gris del iluminado, que en medio de <strong>la</strong> borrachera y <strong>la</strong><br />
posesión parecía más muerto que vivo; de pronto le vino una gran idea.<br />
En tono solemne y decidido le dijo a don Tomás:<br />
—Tienes ya el cuerpo, te regalo su alma a cambio de <strong>la</strong>s morocotas.<br />
Cuando María del Valle culminó sus pa<strong>la</strong>bras, don Cristancho<br />
abrió los ojos impregnados de terror y con un dolor muy grande trató de<br />
levantar los brazos, pero no pudo; procuró <strong>para</strong>rse y notó que ninguna<br />
de <strong>la</strong>s extremidades le respondía. Intentó oír, pero no escuchó, pretendió<br />
ver pero no veía y fue en ese momento que comprendió que<br />
estaba muerto.<br />
A don Cristancho, en los estertores de <strong>la</strong> muerte sólo se le escuchó<br />
gritar, antes de morir, entre sollozos y maldiciones:<br />
—María del Valle, puta, coño de tu madre.<br />
Chas, chas, chas...<br />
—Ya llegamos —dijo María del Valle— échale tierra y recemos los<br />
dos por el alma de don Cristancho y <strong>la</strong> de don Tomás.<br />
Ya, bajando por <strong>la</strong> colina, de regreso a su rancho y contando <strong>la</strong>s<br />
monedas de oro dentro de su de<strong>la</strong>ntal, se detuvo un momento y mirando<br />
hacia <strong>la</strong> bahía, observando su mar, parecía <strong>contar</strong>le sus secretos, luego se<br />
escuchó un susurro:<br />
JOOOJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
—Qué vaina don Cristancho, tenías que morir <strong>para</strong> que yo viviera.<br />
Detrás de el<strong>la</strong> venía Juan, solo, escuchaba un sonido, el ritornelo<br />
del ir y venir de <strong>la</strong>s o<strong>la</strong>s. Fijaba sus ojos en <strong>la</strong> mano, contemp<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong><br />
marca de <strong>la</strong> cruz que le había quedado en su palma.<br />
JOOPJ<br />
El iluminado de San Sebastián
Un cuento posmo<br />
Voy a comenzar este re<strong>la</strong>to como se inician algunos programas que<br />
he visto en <strong>la</strong> televisión: esta historia es verdadera, los nombres de los<br />
personajes que intervienen fueron cambiados <strong>para</strong> proteger a los inocentes.<br />
Lugar: un sitio del p<strong>la</strong>neta Tierra. Fecha: finales del siglo veinte.<br />
Personajes: mi hermano y yo —los únicos inocentes— quienes <strong>para</strong> los<br />
efectos de este re<strong>la</strong>to los identificaré al primero ojitos verdiazul y al<br />
segundo ojitos negroamarillos. Ambos coleccionistas empedernidos de<br />
jeringas o inyectadoras o hipodérmicas. Los otros personajes son: <strong>la</strong> que<br />
l<strong>la</strong>maré madre y su esposo, a este último me referiré como el japonés.<br />
Como <strong>la</strong> historia es verdadera, debo comenzar que los protagonistas:<br />
ojitos verdiazul y ojitos negroamarillo deben tener una madre y<br />
un padre, como todos los seres normales montados en este inmenso<br />
globo. Trataré de lograr una breve descripción de mi progenitora. El<strong>la</strong>,<br />
una secretaria bilingüe de una empresa transnacional japonesa, establecida<br />
en un país tercermundista —dicho de otra manera, un país tropical—.<br />
Como todas <strong>la</strong>s mujeres de este ardiente trópico, era una morena<br />
buenamoza, conversadora, bai<strong>la</strong>dora y bebedora social. El japonés, que<br />
he denominado esposo de nuestra madre, de destacaba por un rasgo<br />
característico: era japonés, es decir, trabajaba como un loco furioso,<br />
además, los ojos oblicuos, como dos rayitas lo diferenciaba de los otros<br />
OOR
JOOSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />
hombres. Tampoco, tenía predisposición a ninguno de los vicios que<br />
caracterizan al gentilicio tercermundista, los cuales resaltaban en su<br />
esposa. Ambos, con <strong>la</strong> intención de aproximar <strong>la</strong>s dos culturas, <strong>la</strong> oriental<br />
y <strong>la</strong> tropical del nuevo mundo, decidieron casarse. Como en los<br />
cuentos de hadas, decidieron tener muchos hijos y vivir muy felices <strong>para</strong><br />
toda <strong>la</strong> vida. Todo lo anterior reza textualmente en los expedientes.<br />
Parece ser, que el intento de crear un nuevo grupo étnico —como<br />
afirmaría un sociólogo— tropicalizada-japonesa, fue imposible durante<br />
mucho tiempo, porque el japonés y mi madre, a pesar de practicar<br />
todas <strong>la</strong>s posiciones de <strong>la</strong> cópu<strong>la</strong> de unos ardiente recién casados, el<br />
fruto de ese gran amor no aparecía. Era probable que el mundo o el destino<br />
no estuvieran pre<strong>para</strong>dos <strong>para</strong> esta nueva especie humana. Pero <strong>la</strong><br />
tozudez del japonés era com<strong>para</strong>ble a <strong>la</strong> de un español; pudo más que el<br />
destino y los designios de Dios, nuestro Señor. Su perseverancia ayudó<br />
a que ambos recurrieran a los l<strong>la</strong>mados especialistas del amor: siquiatras,<br />
sexólogos, entre otros, con <strong>la</strong> finalidad de recibir orientación que<br />
permitiera darle a <strong>la</strong> humanidad tan codiciado mestizaje; en otras pa<strong>la</strong>bras,<br />
que los ayudaran en el arte de hacer bebés. Estos, los especialistas,<br />
le recomendaron pastil<strong>la</strong>s, inyecciones y <strong>la</strong>s más difíciles posiciones,<br />
simi<strong>la</strong>res a <strong>la</strong>s que aparecen en un longevo texto de <strong>la</strong> India, titu<strong>la</strong>do el<br />
Kamasutra. Fue en una de esas posturas, cuando mi madre, bajo los<br />
efectos de los efluvios etílicos, se fracturó una pierna. Así consta en los<br />
expedientes.<br />
Muchos fueron los intentos <strong>para</strong> obtener el codiciado fruto del<br />
amor, pero el destino fue imp<strong>la</strong>cable con <strong>la</strong> pareja; el japonés no logró <strong>la</strong><br />
siembra de <strong>la</strong> semil<strong>la</strong>. Los médicos, descubrieron lo que luego se transformó<br />
en una tragedia: el nipón, a pesar de ser un singador empedernido,<br />
era impotente. Muchas veces, mientras permanecía en <strong>la</strong> clínica<br />
<strong>para</strong> resolver su problema, lo introducían en un baño privado, donde<br />
había revistas pornográficas, <strong>para</strong> que, practicando el viejo vicio de<br />
Onán, entregara en un recipiente el producto de sus eyacu<strong>la</strong>ciones<br />
manuales. Repitió varias veces el procedimiento; debía poner en manos<br />
de los especialistas un frasquito que contenía su simiente. El oriental<br />
empezó a notarse un poco agotado, de tanto trabajo manual <strong>para</strong> extraer<br />
de su entrañas el codiciado líquido perlino. Para que de esta manera,<br />
mediante un espermatograma, se estudiaran los millones de bichitos<br />
que se movían en su líquido seminal. Pero nada, los espermatozoides del
JOOTJ<br />
Un cuento posmo<br />
japonés no tenían <strong>la</strong> energía necesaria <strong>para</strong> desflorar el núbil y sediento<br />
ovario. Parecía que los animalitos microscópicos se quedaban a mitad<br />
de camino; daba <strong>la</strong> impresión que se morían de cansancio. Un científico,<br />
luego de varios esfuerzos artesanales del japonés <strong>para</strong> obtener <strong>la</strong><br />
simiente, le diagnosticó que <strong>la</strong> cantidad de líquido por centímetro<br />
cúbico, provenientes de sus orgásmicas manipu<strong>la</strong>ciones, no tenía <strong>la</strong><br />
cantidad suficiente de espermatozoides, necesarios <strong>para</strong> fecundar el<br />
óvulo virgen de su esposa, es decir, mi madre. Otro le diagnosticó que<br />
sus animalitos sufrían de agotación perenne; estos eran flojos y morían<br />
a <strong>la</strong> mitad del trayecto hacia el óvulo.<br />
Dicen los testigos presentes en el consultorio, que el japonés al<br />
conocer el diagnóstico, dijo una cantidad de improperios, frases u oraciones<br />
que no aparecen en el expediente, puesto que nadie <strong>la</strong>s pudo traducir;<br />
los expertos en lingüística, por <strong>la</strong> fuerza con <strong>la</strong>s que el nipón <strong>la</strong>s<br />
pronunció, presumen que eran groserías.<br />
Pero no se convencía el tozudo oriental; un médico le recomendó<br />
<strong>la</strong> fertilización “in vitrio” de un óvulo de su esposa y un espermatozoide<br />
de su cónyuge. De nuevo el japonés se entregó al vicio del sexo en<br />
soledad <strong>para</strong> entregar frascos llenos de líquido seminal “made in<br />
Japón”. Ciento cincuenta recipientes repletos del jarabe de <strong>la</strong> hombría y<br />
los animalitos se negaban a fecundar el voluptuoso óvulo de mi madre,<br />
ansioso de una ardiente concupiscencia. Parecía que los bichitos estaban<br />
exhaustos y preferían que otros hicieran el trabajo que a ellos le<br />
correspondía. Todos en <strong>la</strong> oficina miraban con preocupación al esposo<br />
de mi madre: <strong>la</strong>s ojeras y <strong>la</strong> consunción que aparentaba, indicaban que<br />
el ejercicio continuado del sexo artesanal lo estaba agotando. La tristeza<br />
del alma se reve<strong>la</strong>ba en el deterioro físico que mostraba su cuerpo.<br />
Consta en el expediente que durante un tiempo <strong>la</strong> empresa le concedió<br />
un reposo dada <strong>la</strong> apariencia del ejecutivo oriental.<br />
Pero el japonés, trabajador imp<strong>la</strong>cable, ejecutivo emprendedor y<br />
singador empedernido, se resistía ante el problema y <strong>para</strong> ello consultó su<br />
anomalía por Internet. Envió correos electrónicos, numerosos fax al Imperio<br />
del Sol, pues ya no confiaba en los médicos criollos. En ade<strong>la</strong>nte,<br />
recibiría <strong>la</strong> orientación especializada de científicos japoneses; ellos lo<br />
conducirían al logro de tan esperado mestizaje. Me imagino, de acuerdo<br />
con <strong>la</strong> pareja que se conformó, el fruto de ese gran amor debería ser una<br />
persona hab<strong>la</strong>dora, bai<strong>la</strong>dora y bebedora social, cumplidor de un estricto
horario durante <strong>la</strong>s doce horas del día, y no ese horrendo mestizo producto<br />
del cruce andaluz-caribe-negro, que generó un grupo étnico de<br />
seres, que beben, bai<strong>la</strong>n y hab<strong>la</strong>n todo el día, sin acordarse del fiel cumplimiento<br />
del horario <strong>la</strong>boral, es decir, viviendo en un desenfreno eterno.<br />
En fin, los galenos del Imperio del Sol le dieron solución al japonés<br />
y a mi madre: había que recurrir a <strong>la</strong> alta tecnología. Mediante <strong>la</strong><br />
imp<strong>la</strong>ntación de un semen de otro varón dentro de <strong>la</strong> vagina de mi<br />
madre, se podía obtener <strong>la</strong> fertilización de <strong>la</strong> hembra. Este procedimiento<br />
ya lo conocían los médicos criollos, quiero decir, los de mi país.<br />
El nipón aceptó el nuevo procedimiento tecnológico <strong>para</strong> <strong>la</strong> fertilización<br />
de mi madre; con una so<strong>la</strong> objeción: el semen del otro varón<br />
debía ser de un japonés y no de los flojos y desordenados criollos. Su<br />
hijo debería tener rasgos orientales; <strong>para</strong> ello le sugirió a su esposa que<br />
se tras<strong>la</strong>dara al Japón con <strong>la</strong> finalidad de que le imp<strong>la</strong>ntaran dicho<br />
semen en una clínica de su país de origen. La empresa, conocedora del<br />
problema del japonés y tratando de evitar, en lo posible, el tras<strong>la</strong>do del<br />
ejecutivo, lo cual ocasionaría gastos y pérdidas en <strong>la</strong>s ventas, le ofreció<br />
traer el semen en un jet súper rápido, desde el Imperio del Sol hasta<br />
nuestro país. La muestra del fluido de <strong>la</strong> vida, sería transportada en<br />
termos súper fríos, protegida con nitrógeno líquido, desde <strong>la</strong> clínica<br />
japonesa hasta acá. En estos recipientes traerían el líquido seminal conge<strong>la</strong>do,<br />
perfectamente conservado, algo así como leche en cubitos, <strong>para</strong><br />
que una vez que llegaran fueran imp<strong>la</strong>ntados a mi madre. Así consta en<br />
el expediente.<br />
El japonés hizo los trámites; pero surgió nuevamente un problema.<br />
¿De quién sería el fluido varonil que iba a dar origen a <strong>la</strong> maternidad<br />
de su esposa? Afortunadamente, él mismo dio con <strong>la</strong> solución.<br />
Ya que necesitaba que el heredero se pareciera a él; con sus mismos<br />
rasgos y características genéticas, escogió a su hermano menor de diecisiete<br />
años <strong>para</strong> que fuera el donador de <strong>la</strong> simiente de <strong>la</strong> vida. Una vez<br />
concretados todos los aspectos legales y previa aprobación de mi<br />
madre, se convino en enviar el semen de mi tío o mi futuro padre biológico,<br />
por un avión de alta velocidad de una línea área japonesa. El<br />
transporte se llevaría a cabo con toda <strong>la</strong> protección y ade<strong>la</strong>ntos tecnológicos,<br />
que en materia de nacimientos artificiales se conocían hasta el<br />
momento. Se convino entonces que el fruto nacería sin los movimientos<br />
ardorosos y p<strong>la</strong>centeros de <strong>la</strong> cópu<strong>la</strong>, sin <strong>la</strong> presencia de los<br />
JOOUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
sudores corporales y los gemidos ardientes del éxtasis sensual de mi<br />
madre. El procedimiento sería a través una vulgar aséptica inyección; <strong>la</strong><br />
muestra de semen se convertiría en una especie de embajador, cuya<br />
única finalidad era <strong>la</strong> creación de una nueva raza o etnia mestiza.<br />
Pero <strong>la</strong> genética le juega jugarretas al destino o viceversa. Por un<br />
problema técnico, el avión japonés tuvo que hacer un toque técnico en<br />
el aeropuerto de Berlín y por razones que sólo Dios, nuestro Señor,<br />
puede dar fe, se inició una huelga de empleados en <strong>la</strong> línea japonesa.<br />
Por razones de urgencia, se decidió tras<strong>la</strong>dar el equipaje del avión,<br />
junto al precioso líquido que viajaba en el avión japonés, a uno germánico,<br />
por lo que los hielitos de semen cambiaron de lugar y de destino.<br />
Así consta en los expedientes.<br />
Como en todas partes del mundo, en <strong>la</strong> tierra, en el mar y en el aire<br />
hay personas que le gusta gastar una broma, sin medir <strong>la</strong>s consecuencias<br />
que de el<strong>la</strong> se derivan. No piensan los bromistas que tales donosuras<br />
pueden causar graves problemas, los cuales pueden afectar el<br />
futuro de muchas personas.<br />
Lo que voy a re<strong>la</strong>tar a continuación consta en los expedientes, no<br />
en mi lenguaje coloquial, sino en uno leguleyo, propio de los conocedores<br />
de los aspectos legales.<br />
Resulta, que en el avión alemán, estaban empleados dos sobrecargos:<br />
uno germano que hab<strong>la</strong>ba y escribía japonés y un negrito, descendiente<br />
en tercera generación de los esc<strong>la</strong>vos p<strong>la</strong>ntadores de algodón<br />
de un estado del sur de Norte América. El primero conocedor del<br />
idioma nipón —no me pregunten cómo— se enteró del contenido del<br />
termo y le insinuó al negrito jugarle una broma al japonés. Sí señor,<br />
mediante el viejo procedimiento manual y sin ningún tipo de recursos<br />
tecnológicos, decidieron practicar el onanismo, es decir una p<strong>la</strong>centera<br />
masturbación o <strong>para</strong> aquellos que desconocen imágenes o metáforas<br />
literarias, mediante un sabroso pajazo. De esta manera procaz lograron<br />
dos muestras del fluido de <strong>la</strong> vida. Una vez que exha<strong>la</strong>ron <strong>la</strong> simiente,<br />
los dos sobrecargos bromistas resolvieron cambiar el contenido del<br />
termo, donde se encontraba conge<strong>la</strong>do el semen del hijo del Imperio<br />
del Sol y futuro creador de una nueva raza, por los lechosos líquidos<br />
perlinos expulsados de <strong>la</strong>s interioridades de los empleados de <strong>la</strong> línea<br />
germánica de aviación. Luego, los primeros cubitos de semen proveniente<br />
del orgulloso país nipón, y que de inicio se convertiría en una<br />
JOOVJ<br />
Un cuento posmo
especie de embajadores, fueron a <strong>para</strong>r a una poceta a ocho mil metros<br />
de altura. Fueron sustituidos por unos cubitos de semen sajón y los<br />
otros, por el fluido seminal del negrito made in USA. Así los pequeños<br />
hielos usurpadores cruzaron el Atlántico <strong>para</strong> ser imp<strong>la</strong>ntados en una<br />
secretaria tropical, esposa de un ejecutivo japonés.<br />
Los sémenes conge<strong>la</strong>dos llegaron sin ningún problema. Los médicos<br />
tenían en sus manos <strong>la</strong>s dos muestras del líquido lechoso y observaron,<br />
a través de un microscopio, después que se desconge<strong>la</strong>ron, que<br />
los bichitos se movían con gran agilidad en ambas muestras, ávidos de<br />
desflorar cualquier óvulo que se le atravesara en sus caminos. Los animalitos,<br />
l<strong>la</strong>mados científicamente espermatozoides, estaban vivitos y<br />
coleando, por lo que decidieron someter ambas muestras a temperaturas<br />
diferentes a ver cuál de el<strong>la</strong>s, una vez imp<strong>la</strong>ntada en <strong>la</strong> vagina de <strong>la</strong><br />
secretaria ejecutiva, llegaran a través de los líquidos vaginales a ganar <strong>la</strong><br />
carrera; el premio sería un hermoso, apetitoso y virgen óvulo. ¡Qué<br />
buenas leches! Dos espermatozoides llegaron empatados <strong>para</strong> descargar<br />
sus ímpetus sexuales en un solo óvulo. Así comenzó <strong>la</strong> desgracia<br />
de mi hermano y <strong>la</strong> mía. Los espermatozoides que ganaron <strong>la</strong> carrera<br />
provenían de dos semen diferentes; uno de <strong>la</strong> muestra del negrito y el<br />
otro, de <strong>la</strong> del alemán.<br />
¿Qué resultó de esta vio<strong>la</strong>ción colectiva? Dos morochitos “idénticos”,<br />
pero con unas pocas diferencias: mi hermano rubio de pelo apretado,<br />
de tez b<strong>la</strong>nca, pecoso, con un ojo verde y otro azul, y yo, moreno<br />
tirando a zulú, el color de mi piel era como <strong>la</strong> de un caucho banda negra,<br />
con el pelo apretado y de color rojo, con un ojo amarillo y otro negro. De<br />
allí los nombres utilizados al comienzo de <strong>la</strong> historia. Habrase visto un<br />
par de esperpentos, creados, no por <strong>la</strong> gracia de Dios nuestro Señor, sino<br />
por <strong>la</strong> desgracia del diablo.<br />
Lo mejor de todo esto, era cuando salíamos a pasear. La gente nos<br />
observaba con detenimiento <strong>para</strong> com<strong>para</strong>rnos. Muchos de ellos se<br />
sonreían en <strong>la</strong>s narices de mi madre y en <strong>la</strong> de nosotros, y el gesto de <strong>la</strong><br />
sonrisa irónica iba acompañado con <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra sarcástica:<br />
—Tan bellos los morochitos, sacaron <strong>la</strong>s mismas facciones del<br />
padre. Se ve que <strong>la</strong> genética nipona predominó, de ti no sacaron nada.<br />
Imagínense el estado de ánimo de mi madre al escuchar esas estulticias.<br />
Pareció que el hado o Dios, nuestro Señor, se opusieron a <strong>la</strong> conformación<br />
de una cultura nipona tropicalizada. El mi<strong>la</strong>gro japonés en<br />
el tercer mundo nunca sería posible.<br />
JOPMJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JOPNJ<br />
Un cuento posmo<br />
Haga su propia conjetura sobre <strong>la</strong> cara que debió poner el japonés<br />
cuando vio estos dos esperpentos, estos dos adefesios; parecía que<br />
fueron engendrados por el diablo —Dios me guarde— en el vientre de<br />
Sayona, y no el producto de los ade<strong>la</strong>ntos de <strong>la</strong> ingeniería genética.<br />
Ninguno de los dos presentaba un ojo rasgado como una rayita, tampoco<br />
teníamos el pelo <strong>la</strong>cio, mucho menos <strong>la</strong> cara ancha característica<br />
de los nipones. Ninguno de los dos frutos tenía un mínimo rasgo<br />
japonés. El Imperio del Sol había sido derrotado nuevamente. La tercera<br />
bomba atómica había caído sobre <strong>la</strong> clínica. La densidad del aire<br />
dentro de el<strong>la</strong> era tan espesa que se podía apartar con <strong>la</strong>s manos. Se<br />
sentía y se olía <strong>la</strong> derrota de una gran empresa.<br />
El japonés demandó a <strong>la</strong> línea, <strong>la</strong> empresa de aviación nipona<br />
demandó a <strong>la</strong> alemana, <strong>la</strong> línea teutónica botó a los sobrecargos, estos<br />
ape<strong>la</strong>ron al sindicato. El grupo que acoge a los empleados de <strong>la</strong>s líneas<br />
aéreas metió un recurso de amparo. Este procedimiento legal no fue<br />
admitido. Mi madre demandó a los sobrecargos, <strong>para</strong> rec<strong>la</strong>mar <strong>la</strong> paternidad<br />
biológica y por consiguiente exigir <strong>la</strong> pensión de manutención de<br />
los bebés. Los empleados al ver <strong>la</strong>s fotos de los esperpentos —mi hermano<br />
y yo— negaron toda participación en tal impostura. Mi mamá<br />
demandó <strong>la</strong> clínica. El japonés demandó a mi madre. Nuestra progenitora<br />
rec<strong>la</strong>mó <strong>la</strong> práctica de los exámenes del ADN <strong>para</strong> descubrir <strong>la</strong><br />
paternidad biológica de sus raros adefesios. Ni Japón, ni Alemania, ni<br />
USA, ni el país que vio nacer a mi madre, reconocen nuestras nacionalidades;<br />
me imagino <strong>la</strong> cara de los augustos embajadores al ver <strong>la</strong>s fotos de<br />
los aspirantes a ser ciudadano de sus egregias naciones. El hermano del<br />
japonés rec<strong>la</strong>mó <strong>la</strong> paternidad, antes de ver <strong>la</strong>s fotos de los bebés, luego<br />
de conocerlos, vía Internet, retiró <strong>la</strong> demanda. Finalmente el nipón se<br />
divorció de <strong>la</strong> secretaria y retornó al Imperio del Sol.<br />
Todo esto consta en los expedientes del divorcio que reposan en<br />
los tribunales y que siempre aparece en este re<strong>la</strong>to. Estos documentos<br />
los he leído por vigésima vez, junto con mi hermano, con <strong>la</strong> finalidad de<br />
ver si entre los dos resolvemos el problema de nuestra nacionalidad y de<br />
nuestra paternidad; una vez resuelto el problema podríamos sacar <strong>la</strong><br />
cédu<strong>la</strong>. Hasta los momentos carecemos de documento de identidad y<br />
corremos el riesgo de ir presos por indocumentados o en el peor de los<br />
casos, no existimos como ciudadanos.<br />
¿Qué pasó con el japonés? Abandonó el país agobiado por <strong>la</strong> vergüenza.<br />
Imposibilitado de pasear en un coche, con orgullo de padre, a
dos niños que tenían los ojos como un semáforo, se fue a nipo<strong>la</strong>ndia con<br />
toda <strong>la</strong> carga de ira. Si hubiese tenido <strong>la</strong> posibilidad, iniciaría un ataque a<br />
Perl Harbor <strong>para</strong> comenzar <strong>la</strong> tercera guerra mundial y tener de esta<br />
manera una justificación <strong>para</strong> aniqui<strong>la</strong>r esta república. Mediante una<br />
conf<strong>la</strong>gración, se vengaría de <strong>la</strong> nación tercermundista, cuyos habitantes<br />
habían tenido <strong>la</strong> osadía de acometer un ultraje contra uno de los hijos del<br />
Imperio de Sol. Según <strong>la</strong> tradición ninja, <strong>la</strong>s afrentas al honor se <strong>la</strong>van<br />
con sangre enemiga. Una carta que envió su hermano, el dueño de los<br />
cubitos de semen que fueron a <strong>para</strong>r a <strong>la</strong> poceta, informó que el japonés<br />
fue hal<strong>la</strong>do muerto en su nueva residencia con todas sus vísceras reventadas.<br />
No fue que se practicó el harakiri, me imagino que el diagnóstico<br />
médico diría: “Muerte por arrechera fuerte”. Toda esta información <strong>la</strong><br />
conocí quince años después, cuando logré traducir <strong>la</strong> carta, de quien pudo<br />
ser nuestro padre biológico y dueño de los ahogados cubitos de semen.<br />
Esto se produjo luego de <strong>la</strong> invasión de los japoneses a mi país.<br />
A mi madre <strong>la</strong> botaron de <strong>la</strong> empresa, <strong>la</strong> execraron de todos los<br />
grupos económicos nipones y de <strong>la</strong>s empresas que tenían trato con ellos;<br />
hasta le prohibieron que adquiriera artículos de alta tecnología japonesa,<br />
tales como: cámaras fotográficas, carros, computadoras, entre otros.<br />
Tengo en mis manos una lista de artículos que contemp<strong>la</strong> esta prohibición;<br />
son como ciento veintitrés productos. Durante mucho tiempo<br />
paseó en un bello coche de fabricación nacional —no quería vio<strong>la</strong>r lo<br />
establecido por los nipones— a sus morochitos, cuyos ojos parecían un<br />
arbolito de Navidad encendido.<br />
Nuestra madre murió, mejor dicho se suicidó, cuando nosotros<br />
teníamos cinco años. Ningún hombre se le acercaba. La miraban, luego<br />
nos veían y cuando el<strong>la</strong> afirmaba que nuestro padre era un japonés, <strong>la</strong><br />
creían loca; otros pensaban que era una aberrada sexual y <strong>la</strong> tenían<br />
como una mujer promiscua, portadora de enfermedades venéreas, de<br />
SIDA y de todos los males inimaginables. Nuestra progenitora no<br />
pudo soportar el ludibrio de sus congéneres. Las vergüenzas y <strong>la</strong> deshonra<br />
le fue imposible de sobrellevar y por ello decidió practicarse el<br />
harakiri tropical. No concebía que fuera considerada como un súcubo,<br />
un engendro de Satán. Se <strong>la</strong>nzó al vacío desde el piso veinticinco de un<br />
superbloque. El silencio y <strong>la</strong> soledad de su sepultura son testigos de su<br />
inocencia; víctima de <strong>la</strong>s circunstancias y de <strong>la</strong> alta tecnología de <strong>la</strong><br />
ingeniería genética.<br />
JOPOJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
Mi hermano y yo nos criamos en un orfanato como niños expósitos,<br />
privados de los arrumacos del padre y <strong>la</strong> madre; bajo <strong>la</strong> disciplina férrea<br />
de los curas franciscanos que se dedicaron con empeño de nuestra educación<br />
y mantuvieron por mucho tiempo escondido, como un arcano, el<br />
origen de nuestro nacimiento.<br />
Mi hermano y yo seguimos leyendo el voluminoso expediente de<br />
un juicio que nunca termina. En <strong>la</strong> actualidad el alemán y el negrito<br />
rec<strong>la</strong>man <strong>la</strong> guardia y custodia como padre artificiales de los morochitos:<br />
el hermano del japonés nos envía una carta con <strong>la</strong> intención de<br />
exhibirnos en su nación, <strong>para</strong> demostrar de una manera práctica, los<br />
riesgos de deformidades que podrían ocurrir con <strong>la</strong> inseminación artificial<br />
programada; nosotros sólo tenemos una gran obsesión: recolectar y<br />
coleccionar jeringas en busca de nuestro padre perdido.<br />
JOPPJ<br />
Un cuento posmo
El proyecto de un connotado ciudadano<br />
Lo conocí muy pequeño, desde que comenzó en <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> primaria<br />
hasta <strong>la</strong> culminación de toda su carrera, por eso puedo considerarme<br />
como su amigo y biógrafo oficial.<br />
Hijo de un notable político, quien peleó contra <strong>la</strong> dictadura, torturado<br />
y preso en una is<strong>la</strong> lejana de <strong>la</strong> capital, donde fue sometido a agotadores<br />
trabajos forzados. A <strong>la</strong> caída de <strong>la</strong> tiranía, el padre de mi amigo,<br />
comenzó a ocupar cargos políticos dentro de su partido como sindicalista<br />
en diferentes centrales obreras. Fue diputado y en <strong>la</strong> actualidad es<br />
un honorable senador de <strong>la</strong> república. De sus tres hijos, vio en uno de<br />
ellos <strong>la</strong> continuación de su prolija obra política y por ello se esmeró en <strong>la</strong><br />
educación de su segundo vástago, Andrés Luciano Vaamonde De <strong>la</strong><br />
Hoz, hijo y heredero del pensamiento político de su padre.<br />
Andrés Luciano, estudió en <strong>la</strong>s mejores instituciones educativas de<br />
<strong>la</strong> capital. La primaria <strong>la</strong> cursó en un distinguido colegio religioso; esto<br />
le permitió re<strong>la</strong>cionarse con aquel<strong>la</strong> burguesía criol<strong>la</strong> que ha dominado<br />
al país desde <strong>la</strong> época de <strong>la</strong> colonia, <strong>la</strong> cual siempre estuvo bien re<strong>la</strong>cionada,<br />
tanto en dictadura como en democracia. Esto le permitió a<br />
Andrés Luciano adquirir los modales y los gestos refinados, necesarios<br />
<strong>para</strong> alternar con lo párvulos y más tarde con los infantes y adolescentes<br />
de <strong>la</strong>s más ilustre sociedad capitalina.<br />
OPR
Su primaria fue lo suficiente buena. No podía ser de otra manera,<br />
aparte de sus maestros del colegio, contaba en su casa con tres tutores<br />
particu<strong>la</strong>res quienes lo ayudaban en sus tareas esco<strong>la</strong>res diarias y le<br />
explicaban lo que <strong>para</strong> Andrés era difícil de comprender.<br />
Los padres de Andrés Luciano, se mostraban orgullosos del desarrollo<br />
precoz y de <strong>la</strong> inteligencia de su heredero. Su hijo, se <strong>la</strong> pasaba<br />
volcado en <strong>la</strong> biblioteca en los trabajos de alto valor académico, siempre<br />
estaba escribiendo algo.<br />
Fue en <strong>la</strong> secundaria, al final del último año cuando Andrés<br />
Luciano, ya adolescente, cuando dio muestra de gran precocidad en<br />
asuntos políticos y sociales —herencia de su padre—. En una asignatura<br />
de <strong>la</strong>s ciencias sociales, Andrés fue sorprendido por una pregunta de su<br />
profesor, mientras se encontraba enfrascado en <strong>la</strong> solución de un difícil<br />
problema, el cual le ocupaba gran parte de su tiempo. Desconcertado<br />
por <strong>la</strong> interrupción y desconociendo <strong>la</strong> pregunta que le formu<strong>la</strong>ra el profesor,<br />
se arriesgó a decir:<br />
—Bueno, creo que el desarrollo sociopolítico de los países del tercer<br />
mundo, no ha dado muestras de presentar nuevas alternativas que<br />
logren sacarlos del proceso del subdesarrollo en que se encuentran…<br />
El profesor, ante tal respuesta, se mostró sorprendido por <strong>la</strong>s frases<br />
que acababa de escuchar; su estupor no había culminado, mientras<br />
continuó atento a <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de su alumno: “…es necesario que exista<br />
un acuerdo político entre <strong>la</strong>s diferentes potencias económicas, con el<br />
fin de p<strong>la</strong>ntearse <strong>la</strong> e<strong>la</strong>boración y culminación de un proyecto, el cual<br />
sacará a los países africanos y sudamericanos del subdesarrollo en que se<br />
encuentran”. Andrés Luciano, sólo había repetido parte de un discurso<br />
que su padre había pronunciado en el inicio de unas jornadas sindicales<br />
y que por algún mecanismo maravilloso del cerebro se les quedaron<br />
grabadas, arengó con tal seguridad y convicción, que dejó a sus compañeros<br />
anonadados. Fue tal <strong>la</strong> impresión, que al profesor se le olvidó <strong>la</strong><br />
pregunta que le había formu<strong>la</strong>do. Tengo <strong>la</strong> convicción que en su interior<br />
el docente pensó: he descubierto un genio político.<br />
Me <strong>contar</strong>on que el profesor, conocedor de los coeficientes de inteligencia,<br />
se dirigió a <strong>la</strong> oficina del director del colegio y le comunicó:<br />
—Es necesario conversar con el padre de Andrés, considero que<br />
podemos sacar de ese muchacho un líder natural, de ese muchacho<br />
puede estar orgulloso nuestra comunidad.<br />
JOPSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JOPTJ<br />
El proyecto de un connotado ciudadano<br />
Después de informarle a <strong>la</strong> máxima autoridad esco<strong>la</strong>r parte del discurso<br />
de Andrés, el profesor culminó su exposición:<br />
—Andrés me hizo saber que conocía de un proyecto que permitirá<br />
sacar del subdesarrollo a los países del tercer mundo.<br />
El director telefoneó de inmediato al padre de Andrés Luciano<br />
<strong>para</strong> que hiciera acto de presencia en <strong>la</strong> dirección del colegio con <strong>la</strong><br />
finalidad de informarle algo de suma importancia.<br />
Cuando llegó el padre de Andrés Luciano a <strong>la</strong> oficina el director,<br />
después de <strong>contar</strong>le <strong>la</strong> opinión que tenía de su hijo un profesor veterano,<br />
le notificó al notable político:<br />
—Es necesario que entre usted y nosotros nos ocupemos de Andrés<br />
con mucha atención. Debemos desarrol<strong>la</strong>r en su hijo ciertas destrezas y<br />
capacidades que lo podrían conducir hacia un liderazgo internacional.<br />
El padre recibió <strong>la</strong> buena nueva del director y agarrándose con<br />
ambas manos <strong>la</strong> correa del pantalón exc<strong>la</strong>mó con orgullo: “Igualito a<br />
su papá”.<br />
El progenitor de Andrés Luciano, una vez conocida <strong>la</strong> opinión del<br />
director sobre <strong>la</strong> bril<strong>la</strong>ntez de su heredero, al llegar a su hogar, con<br />
expresión de satisfacción, le comunicó a su esposa:<br />
—Mira, Frida, creo que vamos a sacar un gran político de Andrés<br />
Luciano. Me hicieron saber, por boca del director del colegio, que<br />
nuestro hijo es un líder natural, por ello debemos fijar toda nuestra<br />
atención en <strong>la</strong> educación de nuestro vástago.<br />
Doña Frida, asidua concurrente a los té canasta y presidenta honoraria<br />
de todas <strong>la</strong>s fundaciones <strong>para</strong> <strong>la</strong> atención de los niños huérfanos y<br />
desam<strong>para</strong>dos, levantó <strong>la</strong> mirada hacia <strong>la</strong> lám<strong>para</strong> de lágrimas de cristal<br />
de Bohemia, se acomodó <strong>la</strong>s so<strong>la</strong>pas del elegante taller de lino que acababa<br />
de comprar en París y susurró, sin que el esposo <strong>la</strong> pudiera escuchar:<br />
“Igualito a su mamá”.<br />
La posición política del senador Vaamonde era indiscutible. En<br />
época de gobierno, era el honorable senador del gobierno y cuando<br />
estaba en <strong>la</strong> oposición, lo l<strong>la</strong>maban el honorable senador del partido de<br />
oposición. Esto permitió introducir a su Andrés Luciano dentro de <strong>la</strong>s<br />
intimidades y chismes políticos del país. De igual manera, doña Frida,<br />
llevaba al hijo a todas <strong>la</strong>s fiestas benéficas y recepciones diplomáticas a <strong>la</strong>s<br />
que el<strong>la</strong> concurría. Siempre se le veía acompañada del futuro genio político.<br />
Por esta razón, Andrés Luciano aparecía en <strong>la</strong>s páginas políticas, en
<strong>la</strong>s crónicas sociales de todas <strong>la</strong>s revistas y diarios capitalinos y de <strong>la</strong> provincia.<br />
Para esa época Andrés Luciano ya hacía una carrera universitaria.<br />
Cierto día, que estaban juntos el senador y su hijo, y <strong>para</strong> demostrar<br />
—ante los concurrentes a una reunión— <strong>la</strong> precocidad de Andrés<br />
Luciano, su padre le pidió que, por favor, hiciera un comentario sobre<br />
el proyecto en el cual se encontraba trabajando, el cual le robaba parte<br />
de su precioso tiempo desde hacía varios años. En ese momento<br />
Andrés Luciano, quien se encontraba en un rincón apartado, guardó el<br />
lápiz y el cuaderno que tenía sobre <strong>la</strong>s piernas, colocándolo dentro del<br />
maletín que siempre llevaba con él, y entonces tomó <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra:<br />
—Creo que el desarrollo sociopolítico de los países del tercer mundo<br />
no ha dado muestra de presentar nuevas alternativas que logren<br />
sacarlos del proceso de subdesarrollo en que se encuentran.<br />
Los dirigentes veteranos comprendieron que estaban en presencia<br />
de un nuevo fenómeno político. Había que cultivar a ese muchacho<br />
<strong>para</strong> enfrentarlo en el futuro al mejor líder del otro partido, por lo<br />
menos durante tres períodos electorales; so<strong>la</strong>mente él les podía asegurar<br />
el triunfo en <strong>la</strong>s urnas. La sonrisa del padre era una muestra de<br />
orgullo y satisfacción; sólo atinó a levantarse <strong>la</strong>s elásticas que le sostenían<br />
unos calzones de te<strong>la</strong> importada. Yo, que estaba a su <strong>la</strong>do lo escuché<br />
susurrar:<br />
—Tenía que ser mi hijo.<br />
Los asistentes hicieron silencio, había que continuar escuchando al<br />
nuevo genio, <strong>la</strong> nueva voz, el único que podría orientar, en un futuro, al<br />
partido. Las frases del ungido no tardaron en salir de <strong>la</strong> boca de quien<br />
iba a refundar al país.<br />
—Es necesario que exista un acuerdo político entre <strong>la</strong>s diferentes<br />
potencias económicas con <strong>la</strong> finalidad de p<strong>la</strong>ntearse <strong>la</strong> e<strong>la</strong>boración y<br />
culminación de un proyecto, el cual sacará a los países africanos y sudamericanos<br />
del subdesarrollo.<br />
El padre de Luciano, el senador Vaamonde, como buen orador,<br />
capaz de pronunciar un discurso de hasta cinco horas en el Congreso, no<br />
se acordaba que <strong>la</strong>s frases anteriores fueron parte de una perorata que<br />
había pronunciado años atrás. El congresista, lleno de orgullo y satisfacción,<br />
notó que <strong>la</strong> intervención de su hijo había dado pie a una discusión<br />
entre los asistentes a <strong>la</strong> reunión. Algunos notaron, entre ellos yo, que<br />
Andrés Luciano se había retirado del debate, en busca de <strong>la</strong> tranquilidad<br />
JOPUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
que le daba <strong>la</strong> soledad. Sacó de su maletín su cuaderno de notas y nuevamente<br />
se puso a pensar y a escribir. En ese momento, todos los asistentes<br />
a <strong>la</strong> reunión le observaron y como si fuera un solo pensamiento que<br />
vagaba entre los efluvios del alcohol y el humo del tabaco que inundaba<br />
<strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, pensaban en su interior: “Ha nacido un genio”. Como una<br />
muestra de respeto a su condición prefirieron no interrumpirlo. No faltó<br />
entre los asistentes uno de esos intelectuales que merodean estos eventos,<br />
de alta significación <strong>para</strong> <strong>la</strong> vida política de <strong>la</strong> nación, que pronunciara<br />
ciertas pa<strong>la</strong>bras de ha<strong>la</strong>go:<br />
—Tal como dijo el gran poeta mejicano Jorge Cuesta: “Su fecundidad<br />
está en su silencio”.<br />
Mientras todos los amigos del senador se despedían, Andrés Luciano<br />
permaneció apartado del grupo, con su bolígrafo y cuaderno de<br />
notas. Algunos, destacados en eso de <strong>la</strong>s lisonjas, le reiteraban al ocupante<br />
de <strong>la</strong> curul:<br />
—Senador, no descuide a ese muchacho, en él tenemos un futuro<br />
líder tercermundista. Por algo por sus venas circu<strong>la</strong> sangre de los<br />
Vaamondes.<br />
El congresista correspondía a tales encomios agarrándose <strong>la</strong>s elásticas<br />
con los pulgares y observaba a su hijo con orgullosa sonrisa.<br />
El senador se propuso a cooperar con <strong>la</strong> formación universitaria de<br />
Andrés. Evitó cualquier otra motivación <strong>para</strong> su hijo que no fueran los<br />
estudios y <strong>la</strong>s reuniones políticas adonde lo conducía con frecuencia.<br />
Cuando se encontraba en dichos eventos, <strong>la</strong>s primeras frases que salían<br />
de su boca eran <strong>la</strong>s siguientes: “Aquí está mi gallito de espue<strong>la</strong>s doradas”.<br />
Todos los asistentes se solidarizaban con tal afirmación con un movimiento<br />
de cabeza. Mientras ello ocurría, Andrés Luciano buscaba un<br />
sitio apartado de los contertulios, necesitaba pensar y escribir en su cuaderno<br />
de notas. Buscaba en <strong>la</strong> soledad <strong>la</strong> facundia del genio. El padre le<br />
dijo a uno de los asistentes:<br />
—No lo molestemos más. Está trabajando en el proyecto.<br />
Andrés Luciano tuvo, en todas <strong>la</strong>s asignaturas, profesores particu<strong>la</strong>res<br />
que lo llevaron de <strong>la</strong> mano <strong>para</strong> que aprobara los exámenes parciales<br />
y finales. No se podía decir que era un alumno bril<strong>la</strong>nte, sus notas<br />
promedio siempre estuvieron muy cerca de <strong>la</strong> reprobación. El padre lo<br />
comprendía —el proyecto le absorbe de tal manera que no puede dedicarle<br />
el tiempo requerido a los estudios—. Una vez que los profesores<br />
JOPVJ<br />
El proyecto de un connotado ciudadano
particu<strong>la</strong>res se retiraban, agarraba su maletín, sacaba su cuaderno y<br />
buscaba en los libros, fuentes del conocimiento, <strong>la</strong>s respuestas a los difíciles<br />
p<strong>la</strong>nteamientos, necesarios <strong>para</strong> <strong>la</strong> e<strong>la</strong>boración y culminación del<br />
proyecto.<br />
Cierta vez, el senador le recomendó a su hijo que hiciera carrera política<br />
dentro de <strong>la</strong> universidad con el fin de que ello le sirviera de currículo<br />
<strong>para</strong> <strong>la</strong>s futuras campañas electorales. Andrés Luciano, quien siempre<br />
llevaba su maletín, no le respondió, no emitió ni una so<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra, únicamente<br />
se limitó a mostrarle su vademécum; un lenguaje gestual propio<br />
de un intelectual. El congresista comprendió que su hijo estaba enfrascado<br />
en el proyecto y eso le absorbía <strong>la</strong> mayor parte de su tiempo.<br />
El senador de <strong>la</strong> república se valió de sus influencias y amigos<br />
dentro de <strong>la</strong> universidad y logró que Andrés Luciano presentara y discutiera<br />
<strong>la</strong> tesis de grado frente a tres académicos del partido, con <strong>la</strong> finalidad<br />
de hacer <strong>la</strong> cosa más fácil <strong>para</strong> su hijo.<br />
—Eso sí —dijo el senador—, que no se preste a ma<strong>la</strong>s e infundadas<br />
interpretaciones. Nadie puede poner en te<strong>la</strong> de juicio a <strong>la</strong> “casa que<br />
vence <strong>la</strong>s sombras”.<br />
Llegó el día de <strong>la</strong> presentación de <strong>la</strong> tesis de grado e<strong>la</strong>borada entre<br />
varios de sus tutores, a cambio de una jugosa suma de dinero. Después<br />
de los saludos de rigor y de <strong>la</strong> etiqueta que ameritan estos casos, uno de<br />
los académicos hizo uso de <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra:<br />
—Bueno bachiller, aquí tenemos una voluminosa tesis titu<strong>la</strong>da<br />
Influencia de <strong>la</strong>s fluctuaciones del dó<strong>la</strong>r en los mercados europeos y en <strong>la</strong>s economías<br />
tercermundistas. Es nuestro interés que antes de discutir<strong>la</strong> nos<br />
haga una breve introducción.<br />
Andrés Luciano, ya veterano de estas experiencias, conocedor de<br />
los estados de ánimo de <strong>la</strong>s personas con sólo mirarle a los ojos, dio un<br />
vistazo a los tres jurados. Sabía que su mirada estaba impregnada de <strong>la</strong><br />
sabiduría de los hombres de poder. Carente del miedo escénico, dada<br />
su <strong>la</strong>rga experiencia en arengar discursos ante diferentes públicos, el<br />
tesista comenzó <strong>la</strong> disertación:<br />
—Creo que el desarrollo sociopolítico de los países del tercer mundo<br />
no ha dado muestra de presentar nuevas alternativas que logren sacarlos<br />
del proceso de subdesarrollo en que se encuentran.<br />
Los académicos se miraron entre sí y con un movimiento afirmativo<br />
de <strong>la</strong> cabeza, entendieron que estaban en presencia de una men-<br />
JOQMJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JOQNJ<br />
El proyecto de un connotado ciudadano<br />
te excepcional; con sólo mirarlo podían conocer <strong>la</strong>s grandes dotes y<br />
capacidad intelectual del bachiller. La introducción continuó tal como<br />
se esperaba:<br />
—Es necesario que exista un acuerdo político entre <strong>la</strong>s diferentes<br />
potencias económicas con el fin de p<strong>la</strong>ntearse <strong>la</strong> e<strong>la</strong>boración de un proyecto,<br />
el cual sacará a los países sudamericanos y africanos del subdesarrollo<br />
en que se encuentran.<br />
Los académicos, ante estas últimas pa<strong>la</strong>bras, observaron con detenimiento<br />
los dos grandes volúmenes de <strong>la</strong> tesis que no habían leído;<br />
todos ellos tenían referencias de <strong>la</strong> calidad del futuro graduado, hicieron<br />
un ademán <strong>para</strong> hacer alguna consulta entre ellos y luego de ciertas deliberaciones,<br />
el presidente del jurado tomó <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra:<br />
—Bachiller Vaamonde: todos sabemos que usted está trabajando<br />
en un interesante proyecto que sacará a los países tercermundistas del<br />
marasmo económico en que se encuentran. Consideramos que es un<br />
insulto a su inteligencia discutir los argumentos de este excelente trabajo,<br />
por lo que hemos acordado aprobar con nota sobresaliente su tesis<br />
de grado. Además, le queremos dar <strong>la</strong> buena noticia que por su calidad,<br />
<strong>la</strong> recomendaremos, por unanimidad, <strong>para</strong> que sea publicada por<br />
nuestra prestigiosa universidad. Los tres académicos estamparon sus<br />
improntas en el acta, en reconocimiento del excelente trabajo del novel<br />
licenciado Andrés Luciano Vaamonde de <strong>la</strong> Hoz. El nuevo profesional<br />
se retiró al final del salón, sacó el cuaderno de notas: pensaba y escribía.<br />
Los tres académicos se retiraron, pensaban en los beneficios que<br />
producía <strong>la</strong> decisión que acababan de tomar. En el próximo mes se<br />
escogería en el partido los candidatos <strong>para</strong> rector, vicerrectores y<br />
decanos de <strong>la</strong>s diferentes facultades del Alma Mater.<br />
El futuro de Andrés Luciano estaba marcado. Su padre lo mandó a<br />
estudiar a Ing<strong>la</strong>terra <strong>para</strong> que hiciera <strong>la</strong> maestría, el doctorado y el Phd.<br />
Para que sus estudios no lo desvincu<strong>la</strong>ran del pensamiento político en<br />
el ámbito internacional, le consiguió una secretaría cultural en <strong>la</strong> embajada.<br />
Lamentablemente nunca obtuvo <strong>la</strong> maestría, ni otro título académico.<br />
Cuando tenía que presentar un examen o un trabajo regresaba al<br />
país <strong>para</strong> realizar unas consultas sobre el proyecto en que estaba trabajando<br />
desde hacía muchos años.<br />
Cuando Andrés llegaba a su terruño, el senador Vaamonde, junto<br />
a otros miembros del partido le pre<strong>para</strong>ban un pomposo recibimiento
en el aeropuerto. Luego de los esperados saludos y afectuosos abrazos,<br />
Andrés Luciano le mostraba a su padre el maletín de piel que había<br />
comprado en una tienda en los Campos Elíseos. El senador se estiró <strong>la</strong>s<br />
elásticas, miró su hijo con orgullo y con cierto desdén a los compañeros<br />
del partido; comprendía que su hijo venía a realizar consultas sobre el<br />
proyecto.<br />
En fin, el licenciado Andrés hab<strong>la</strong>ba inglés y francés, además de su<br />
idioma nativo. Estaba suscrito a varios periódicos de hab<strong>la</strong> inglesa y<br />
francesa. A su casa llegaban el New York Times, Miami Herald, Le<br />
Monde, Le Fígaro y un sinfín de revistas, lo que le permitía estar al día<br />
en el pensamiento político y económico de Europa y Norte América.<br />
El padre de Andrés, pensó que ya era tiempo que su hijo iniciara<br />
carrera política, y valiéndose de su posición en el partido, logró que<br />
apareciera en <strong>la</strong> lista de los futuros aspirantes a diputado, ocupando el<br />
segundo lugar por <strong>la</strong> capital de <strong>la</strong> república. En <strong>la</strong>s elecciones presidenciales<br />
y de los congresistas, el licenciado Andrés Luciano Vaamonde<br />
De <strong>la</strong> Hoz, salió diputado en una elección algo discutida, con visos de<br />
fraude electoral.<br />
Durante <strong>la</strong> época de diputado, Andrés Luciano no intervino en ninguna<br />
discusión de <strong>la</strong>s leyes. Sus compañeros de partido lo veían sentado<br />
en el curul, ensimismado con el material que sacaba de su fino portafolio<br />
francés de piel. Sólo levantaba <strong>la</strong> mano cuando el jefe de <strong>la</strong> fracción lo<br />
hacía, <strong>para</strong> luego seguir pensando y escribiendo en su cuaderno de notas.<br />
Un correligionario del partido afirmó, cuando alguien cuestionó <strong>la</strong> inactividad<br />
del novel diputado:<br />
—Está trabajando en el proyecto, cuando lo concluya tendremos<br />
asegurada <strong>la</strong> presidencia por veinte años.<br />
A <strong>la</strong> jubi<strong>la</strong>ción del viejo Vaamonde, Andrés Luciano ocupó el curul<br />
de su padre, era <strong>la</strong> herencia que por derecho le correspondía. Las<br />
autoridades del partido comprendieron que era necesario darle mayor<br />
impulso a <strong>la</strong> carrera política de Andrés Luciano <strong>para</strong> el momento de <strong>la</strong><br />
entrega del proyecto.<br />
En una oportunidad fue necesario mandar un representante del<br />
congreso a <strong>la</strong> ONU, con <strong>la</strong> finalidad de deliberar sobre cuestiones de<br />
política económica internacional. Con los votos del partido del gobierno<br />
<strong>la</strong>s dos cámaras escogieron al senador y licenciado Andrés Luciano Vaamonde<br />
De <strong>la</strong> Hoz, quien con gusto aceptó representar al país.<br />
JOQOJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
A <strong>la</strong> salida del aeropuerto lo vi cargando su maletín de piel francés,<br />
subiendo con dignidad <strong>la</strong> escaleril<strong>la</strong> del avión presidencial que le fue<br />
prestado <strong>para</strong> el evento de gran relevancia. Se notaba de lejos <strong>la</strong> seguridad<br />
que sólo tienen los hombres excepcionales. En el portafolio iba el trabajo<br />
de muchos años y que auguraba un mejor futuro a los olvidados y<br />
explotados países del tercer mundo.<br />
Durante <strong>la</strong> conferencia, cuando le tocó el turno Andrés Luciano<br />
tomó <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra en un perfecto inglés, su conocimiento del idioma de <strong>la</strong><br />
pérfida Albión era indiscutible. En <strong>la</strong> televisión de mi cuarto, recostado<br />
en mi cama, seguí con cuidado <strong>la</strong> traducción del discurso:<br />
—Señor secretario general de <strong>la</strong> Naciones Unidas, señoras y señores<br />
embajadores: Creo que el desarrollo sociopolítico de los países<br />
del tercer mundo, no ha dado muestra de presentar nuevas alternativas<br />
que logren sacarlos del subdesarrollo en que se encuentran en <strong>la</strong><br />
actualidad.<br />
El discurso fue interrumpido cuando se escucharon unos que otros<br />
ap<strong>la</strong>usos y continuó el senador:<br />
—Es necesario que exista un acuerdo político entre <strong>la</strong>s diferentes<br />
potencias económicas con <strong>la</strong> finalidad de p<strong>la</strong>ntearse <strong>la</strong> e<strong>la</strong>boración y<br />
culminación de un proyecto, el cual sacará a los países africanos y sudamericanos<br />
del subdesarrollo en que se encuentran.<br />
Los asistentes a <strong>la</strong> asamblea no le permitieron a Andrés Luciano<br />
terminar el discurso. Los neoliberales lo acusaron de comunista, los del<br />
grupo de los quince lo acusaron de capitalista, los del bloque asiático lo<br />
ap<strong>la</strong>udieron con profusión. Los pocos países que quedan del bloque<br />
comunista lo acusaron de agente de <strong>la</strong> CIA y <strong>la</strong>s naciones no alineadas<br />
le daban vítores de emoción. En fin, fue tal algarabía en <strong>la</strong> asamblea que<br />
se acordó nombrar tres comisiones: <strong>la</strong> formada por los países que integran<br />
<strong>la</strong> OTAN (por sus sig<strong>la</strong>s en español), los formados por lo no alineados<br />
y por los miembros del OPEP (por sus sig<strong>la</strong>s en español). Se<br />
daba el p<strong>la</strong>zo de un año <strong>para</strong> que presentara sus trabajos sobre el problema<br />
que se estaba tratando en <strong>la</strong> reunión de alto nivel.<br />
Finalmente, después de cinco días de deliberaciones, se acordó en<br />
un resumen de los acuerdos de <strong>la</strong> asamblea, pedirle al senador Andrés<br />
Luciano, quien seguía en su puesto escribiendo en su libro de notas,<br />
que <strong>para</strong> el próximo año presentara dicho proyecto, <strong>para</strong> com<strong>para</strong>rlo<br />
con el trabajo de <strong>la</strong>s comisiones. Andrés Luciano, con un movimiento<br />
JOQPJ<br />
El proyecto de un connotado ciudadano
de cabeza, aprobó tal proposición y guardó en su maletín francés su<br />
cuaderno de notas.<br />
En todos los periódicos de <strong>la</strong> capital se habló del gran triunfo<br />
alcanzado por el senador Andrés Luciano en <strong>la</strong> ONU (por sus sig<strong>la</strong>s en<br />
español) y los miembros del partido hicieron una gran movilización<br />
nacional, encabezada por <strong>la</strong>s grandes autoridades del poder ejecutivo y<br />
legis<strong>la</strong>tivo <strong>para</strong> el recibimiento en el aeropuerto.<br />
Como consecuencia de <strong>la</strong>s próximas elecciones presidenciales, los<br />
otros partidos temían por el carisma, el magnetismo y <strong>la</strong> pre<strong>para</strong>ción<br />
intelectual de Andrés Luciano. Comprendieron que <strong>la</strong> única posibilidad<br />
de destruirlo era acabar con el proyecto. Todo el mundo sabía que<br />
él no se apartaba de su maletín francés, donde llevaba el desconocido<br />
trabajo. Se reunieron a puerta cerrada cinco representantes de los diferentes<br />
partidos adversarios al de Andrés. Al final de <strong>la</strong>s deliberaciones,<br />
encontraron una so<strong>la</strong> solución: tenían que destruir el proyecto, con <strong>la</strong><br />
finalidad de evitar <strong>la</strong> perpetuidad en el poder del partido de los<br />
Vaamondes.<br />
Una mañana, cuando el senador Andrés Luciano se dirigía a <strong>la</strong><br />
casa nacional del partido <strong>para</strong> <strong>la</strong> presentación y discusión del proyecto,<br />
a <strong>la</strong> salida de su residencia, antes de entrar a su lujoso vehículo, dos<br />
motorizados, en una acción de comando perfectamente coordinada, le<br />
arrebataron el maletín francés y salieron dis<strong>para</strong>dos hacia lo desconocido.<br />
En un breve instante de tiempo abandonaron el sitio del delito,<br />
ante <strong>la</strong> mirada aterrorizada del senador, quien ante el tremendo susto,<br />
cayó al <strong>la</strong>do de su Mercedes Benz, preso de un ataque de apoplejía que<br />
le <strong>para</strong>lizó parte del cuerpo.<br />
Muchos comentarios se hicieron al respecto. Unos decían que los<br />
culpables fueron los agentes de <strong>la</strong> CIA, otros afirmaron que observaron<br />
unos agentes rusos merodeando por el lugar; otros, aseguraban que ese<br />
era el estilo de los hombres del Medio Oriente. En fin, fueron muchos<br />
los espacios de periódicos que se ocuparon del robo del proyecto de un<br />
connotado ciudadano; el hurto del proyecto podría ocasionar <strong>la</strong> pérdida<br />
de <strong>la</strong>s próximas elecciones al partido de Andrés Luciano.<br />
Tuve conocimiento de un comentario malsano proveniente de uno<br />
de los diputados del otro partido. Me informó, que en el maletín robado<br />
se encontraron tres libros voluminosos de crucigramas: uno en inglés,<br />
uno en francés y otro en español, además, hal<strong>la</strong>ron una edición especial<br />
JOQQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
de <strong>la</strong> revista P<strong>la</strong>y boy. Yo no creí tal fa<strong>la</strong>cia, sabía del interés de difamar<br />
<strong>la</strong> obra del connotado senador, quien se encontraba en una sil<strong>la</strong> de<br />
ruedas sin poder hab<strong>la</strong>r. Su estado de salud le impedía defenderse de <strong>la</strong>s<br />
calumnias de sus adversarios. Sólo podía mover el <strong>la</strong>do derecho del<br />
cuerpo.<br />
Como su biógrafo oficial, fui a visitarlo. Allí estaba, sosegado y en<br />
paz, como los grandes genios. En mi intimidad pensaba en lo inútil de<br />
<strong>la</strong> vida. Después de tantos años de consagración a un proyecto, después<br />
de dedicarle parte de su vida a <strong>la</strong> actividad académica, venir Dios, por <strong>la</strong><br />
vía de un accidente, castrar intelectualmente a este hombre, individuo<br />
prec<strong>la</strong>ro de <strong>la</strong> economía internacional. Sabía que el ínclito interpretaba<br />
mi pensamiento. Andrés Luciano miró fijamente a su biógrafo oficial y<br />
pensó lo que nadie pudo escuchar: “Qué broma me echaron esos condenados,<br />
menos mal que me quedó el <strong>la</strong>do derecho bueno, así podré<br />
sacar los crucigramas que me llegarán por correo <strong>la</strong> semana próxima”.<br />
Con gran sentimiento me alejé del lugar donde Andrés desarrolló<br />
y p<strong>la</strong>nificó parte de su trabajo académico. Sólo se me ocurrió una proposición<br />
que le llevaría al Secretario General del partido. En vista de<br />
que el frustrado proyecto del connotado ciudadano era imposible de<br />
conocer y en pago de los años dedicados por Andrés Luciano a tal actividad,<br />
el partido debería presentar al senador, malogrado, por <strong>la</strong><br />
envidia de sus adversarios políticos, como candidato a miembro vitalicio<br />
de <strong>la</strong> Academia de Ciencias Económicas y Sociales del país.<br />
JOQRJ<br />
El proyecto de un connotado ciudadano
Catastro-fe<br />
Ustedes no lo creerán, pero pueden preguntárselo a María Alejandra<br />
Duque Aristiguieta a quien tengo sentada a mi <strong>la</strong>do. Todo es<br />
completamente cierto, sucedió hace muchos años, tantos que ya ni recuerdo<br />
cuándo. Lo que sí puedo rememorar es que <strong>la</strong> génesis fue en <strong>la</strong><br />
oficina de catastro.<br />
Durante cierta temporada, cuando estudiaba en Fi<strong>la</strong>delfia, recibí<br />
<strong>la</strong> visita de mi tía, y por cosas del destino, <strong>la</strong> muerte <strong>la</strong> sorprendió por<br />
esas tierras extrañas, bien lejos de <strong>la</strong> capital suramericana que <strong>la</strong> vio<br />
nacer. Como único heredero, me encargué de los aspectos mortuorios,<br />
de su incineración y de todo aquello que involucra estas <strong>la</strong>mentables<br />
situaciones.<br />
Cuando finalicé los estudios decidí regresar al país; una vez establecido<br />
en mi ciudad natal, inicié <strong>la</strong>s diligencias pertinentes <strong>para</strong> poner<br />
a mi nombre <strong>la</strong> propiedad que había heredado de <strong>la</strong> tía difunta. Así que,<br />
tomé <strong>la</strong> decisión de dirigirme a <strong>la</strong> oficina de catastro, lugar donde debía<br />
tramitar el cambio de nombre de <strong>la</strong> propiedad heredada. Es en este<br />
sitio donde se inicia mi historia.<br />
Todas <strong>la</strong>s mañanas al levantarme saco una carta del tarot con <strong>la</strong><br />
intención de conocer parte de mi destino durante el transcurso del día.<br />
Al salir de <strong>la</strong> cama, cuando comienza mi aventura, cuál no sería mi sorpresa<br />
que al deve<strong>la</strong>r <strong>la</strong> carta me sale “<strong>la</strong> rueda de <strong>la</strong> fortuna” en su posición<br />
OQT
derecha. Ello me aseguraba buen augurio, éxito, que debía tener paciencia,<br />
y al final, sería recompensado. Así por lo tanto, el día viernes a<br />
<strong>la</strong>s nueve de <strong>la</strong> mañana, inundado de fe y optimismo dirigí mis pasos a <strong>la</strong><br />
oficina de catastro.<br />
Llegué a <strong>la</strong> oficina pública, en <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> se hal<strong>la</strong>ba una hermosa<br />
joven, quien parecía encontrarse llevando a cabo el mismo trámite que<br />
yo debía realizar. Deduje que <strong>la</strong> señorita acababa de llegar, pues en ese<br />
momento <strong>la</strong> funcionaria le estaba diciendo a través de <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong>:<br />
—No, “miamor”, ya entregamos todos los números, tienes que<br />
venir el lunes muy temprano <strong>para</strong> recoger el que te corresponde.<br />
Como estaba en <strong>la</strong> misma situación, le increpé a <strong>la</strong> funcionaria, que<br />
dada <strong>la</strong> circunstancia de que no había más personas en el servicio, el<strong>la</strong><br />
podía entregarnos el número <strong>para</strong> hacer nuestras solicitudes.<br />
—No, papito, eso no lo puedo hacer, ya que el manual de procedimiento<br />
de esta oficina lo impide, es mejor que regresen el lunes.<br />
La joven, quien estaba frente a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong>, miraba a <strong>la</strong> funcionaria y<br />
luego posaba sus bellos ojos en los míos, como esperando un mi<strong>la</strong>gro, o<br />
que se me que ocurriera alguna que otra observación.<br />
—Señorita, yo vengo del exterior y estoy interesado en regresar lo<br />
más rápido posible.<br />
La joven, de bellos ojos, tomó <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra:<br />
—Yo también señorita, estoy hospedada en un hotel y no puedo<br />
estar malbaratando el dinero —su timbre de voz estaba acorde con <strong>la</strong><br />
figura; sus otros encantos habían cautivado mis sentidos, desde el<br />
momento que <strong>la</strong> vi.<br />
La empleada de <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong>, quien hasta los momentos no había<br />
levantado <strong>la</strong> vista <strong>para</strong> rastrearnos, informó:<br />
—Yo no puedo hacer nada por ustedes, porque el reg<strong>la</strong>mento así lo<br />
establece.<br />
Sus pa<strong>la</strong>bras finales fueron remarcadas con mayor énfasis. Aún sin<br />
mirar nuestros rostros, se dejó escuchar:<br />
—Buenos días.<br />
Advertí en <strong>la</strong> joven una mirada de decepción y resignación, no<br />
había más remedio que compartir <strong>la</strong>s razones que nos llevó a <strong>la</strong> oficina<br />
de catastro. De inmediato, le expliqué lo narrado anteriormente, y quizás,<br />
porque a veces los azares unen a <strong>la</strong> gente que tienen algo en común,<br />
<strong>la</strong> joven de ojos verdes también contó su problema.<br />
JOQUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
Resultó que <strong>la</strong> joven de g<strong>la</strong>uca mirada y de bel<strong>la</strong> figura, tenía<br />
muchos años viviendo en Basilea, es decir en Suiza. Por cosas del destino,<br />
su madre murió por esas tierras lejanas mientras visitaba a su hija.<br />
Tal como pasó conmigo, el<strong>la</strong> era su única heredera; por lo tanto, venía a<br />
vender <strong>la</strong>s propiedades de <strong>la</strong> finada. Ahora, se veía obligada a realizar<br />
algunas diligencias, <strong>la</strong>s cuales debían partir de <strong>la</strong> oficina donde afortunadamente<br />
nos encontramos. Le referí que estábamos en circunstancias<br />
simi<strong>la</strong>res, y por lo tanto nos convertía en parias de <strong>la</strong> fortuna.<br />
Hicimos <strong>la</strong>s presentaciones de ley. Me informó que su nombre era<br />
María Alejandra Duque Aristiguieta; por no tener familia ni amigas en<br />
<strong>la</strong> capital, se encontraba hospedada en un hotel. Tomé sus últimas<br />
pa<strong>la</strong>bras y recordé <strong>la</strong> carta del tarot que me había salido en <strong>la</strong> mañana:<br />
“La paciencia será recompensada”, susurré, pensando en voz alta.<br />
Como no tenía compromisos durante el fin de semana, ofrecí acompañar<strong>la</strong><br />
durante los días que se resolviera el asunto. Acordamos que iría a<br />
buscar<strong>la</strong> al hotel; de esta manera nuestro feriado sería menos aburrido.<br />
Pasamos un lindo fin de semana, fuimos al teatro, al cine, almorzamos<br />
y cenamos juntos. Conversamos de nuestros problemas y de<br />
nuestros gustos comunes, habló de su educación en <strong>la</strong> república helvética<br />
y de su facilidad <strong>para</strong> hab<strong>la</strong>r italiano, francés y alemán. P<strong>la</strong>ticamos,<br />
hasta que llegamos al lugar que nos vinculó, el de <strong>la</strong> muerte de su madre<br />
mientras <strong>la</strong> visitaba en Suiza y del deceso de mi tía mientras yo estaba<br />
en Fi<strong>la</strong>delfia. Fueron tantos los puntos de coincidencia, que parecía<br />
que el destino y el infortunio nos unían. Recordé que el domingo antes<br />
de encontrarme con el<strong>la</strong>, <strong>la</strong> carta del tarot “<strong>la</strong> temp<strong>la</strong>nza” salió derecha;<br />
cuyo significado, es <strong>la</strong> de una armoniosa asociación y un amor sin<br />
pasión. Tuve duda de <strong>la</strong> carta, <strong>la</strong> hermosura de María Alejandra hacía<br />
imposible amar<strong>la</strong> desapasionadamente. Luego nos despedimos con <strong>la</strong><br />
seguridad de que nos encontraríamos en <strong>la</strong> oficina de catastro.<br />
Antes de ir al sitio donde iba a realizar <strong>la</strong>s diligencias, tomé una<br />
carta del tarot como era mi costumbre. Salió “<strong>la</strong> muerte” invertida; ésta<br />
indicaba un desastre, fatalidad, fracaso en lo p<strong>la</strong>neado. Me sonreí y no lo<br />
tomé en serio. ¿Cómo podía pasarlo mal al <strong>la</strong>do de María Alejandra?<br />
Llegamos casi juntos, muy temprano en <strong>la</strong> mañana a <strong>la</strong> oficina de<br />
catastro. Saludé efusivamente a mi nueva amiga. Encontramos a <strong>la</strong><br />
funcionaria sumamente ocupada quitándose <strong>la</strong> vieja pintura de <strong>la</strong>s uñas<br />
con un algodón empapado de acetona. Nos dirigimos a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong>, interrumpiendo<br />
en su tarea a <strong>la</strong> afanosa funcionaria, aspirábamos recibir de<br />
JOQVJ<br />
Catastro-fe
sus manos los números que tan ansiosamente deseábamos. La señora,<br />
ubicada al otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong>s rejas, sin levantar <strong>la</strong> mirada de su tarea, el<br />
destiñe de uña, nos entregó los números veinticinco y veintiséis, los<br />
cuales servían <strong>para</strong> l<strong>la</strong>marnos y atendernos por <strong>la</strong> otra ventanil<strong>la</strong>.<br />
Permanecimos un buen rato esperando que nos l<strong>la</strong>maran por <strong>la</strong><br />
otra taquil<strong>la</strong>. Esto permitió conocernos más íntimamente. Le hablé de<br />
mi afición por <strong>la</strong> cartomancia, por el esoterismo y de mi inquietud por<br />
<strong>la</strong>s religiones orientales: el budismo, el taoísmo, el confusionismo, en<br />
fin, hablé de motivaciones intelectuales. Cuál no sería mi sorpresa,<br />
cuando María Alejandra me comunicó, que parte de sus estudios en<br />
Suiza tenían que ver con <strong>la</strong>s civilizaciones orientales y por lo tanto,<br />
estaba familiarizada tanto con <strong>la</strong> cultura, como con <strong>la</strong>s religiones de<br />
China y de <strong>la</strong> India. Además, con frecuencia, practicaba <strong>la</strong> meditación;<br />
en algunas oportunidades necesitaba concentrarse en los estudios y<br />
también <strong>para</strong> liberarse del estrés. Coincidimos nuevamente en nuestras<br />
inquietudes. De inmediato pensé, que el destino o Buda <strong>la</strong> habían colocado<br />
en mi camino.<br />
Hab<strong>la</strong>mos casi durante una hora y media; no nos habíamos percatado<br />
del número que teníamos entre <strong>la</strong>s manos. De inmediato acudí a<br />
<strong>la</strong> otra taquil<strong>la</strong>, con <strong>la</strong> finalidad de obtener información de <strong>la</strong> situación.<br />
La otra recepcionista, se encontraba tomándose tranqui<strong>la</strong>mente un<br />
café y ante mi pregunta sobre los números contestó:<br />
—Mira, papito, ese número sirve <strong>para</strong> entregarte una p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong> <strong>para</strong><br />
que <strong>la</strong> llenes, pero desafortunadamente, ese formu<strong>la</strong>rio está agotado y<br />
<strong>la</strong> imprenta informó que llegan dentro de tres días.<br />
Durante un breve tiempo permanecí hierático, <strong>para</strong>lizado; tuve<br />
que <strong>contar</strong> hasta mil, tal como había aprendido en <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>ses de meditación.<br />
Cuando se aproximó María Alejandra, encontró a un hombre<br />
casi en estado cataléptico. Parecía que estaba a punto de infarto, hasta<br />
que sentí su mano reconfortante sobre mi hombro y con una voz meliflua<br />
me sosegó:<br />
—Tres días más de vacaciones serán interesantes y re<strong>la</strong>jantes, así<br />
tenemos una excusa <strong>para</strong> pasar más tiempo juntos.<br />
Sus pa<strong>la</strong>bras permitieron que regresara del mas allá y tocara <strong>la</strong> Tierra.<br />
Le correspondí con una sonrisa y salimos de <strong>la</strong> oficina de catastro,<br />
no sin antes perder <strong>la</strong> fe en <strong>la</strong> resolución de nuestros problemas.<br />
Pasamos tres días en armoniosa compañía, comimos, bai<strong>la</strong>mos,<br />
fuimos al cine, en fin, nos divertimos tal como lo hacen <strong>la</strong>s parejas afines.<br />
JORMJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
Pero advertía, que cada día necesitaba más de su presencia. Cuando permanecía<br />
cerca de mí, sentía una alegría que no sabía ubicar<strong>la</strong>, o era en mi<br />
cerebro o era en mi corazón. Algo anunciaba que <strong>la</strong>s cosas iban a cambiar<br />
<strong>para</strong> los dos.<br />
“La fortaleza” volteada. Esta carta fue <strong>la</strong> que salió el día en que me<br />
dirigía nuevamente a <strong>la</strong> oficina de catastro; ésta predice: cólera, impaciencia,<br />
ira. No quise pensar más en esto; tenía <strong>la</strong> fe y <strong>la</strong> paciencia <strong>para</strong><br />
enfrentar <strong>la</strong>s adversidades de <strong>la</strong> vida. Allí estaba <strong>la</strong> chica de los ojos<br />
bellos. Había tomado los números <strong>para</strong> pasar a <strong>la</strong> otra taquil<strong>la</strong> y así<br />
recibir el formu<strong>la</strong>rio. La funcionaria de <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> dos nos recibió muy<br />
amablemente. Estaba tomándose un cafecito mañanero. De inmediato,<br />
con una elegante sonrisa, tomó <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra:<br />
—Tal como lo prometido, aquí están sus dos p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s, deben llenar<br />
sus datos en máquina de escribir, comprarse un timbre fiscal cuyo<br />
monto está indicado y entregar<strong>la</strong> en <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> tres.<br />
Como dice el dicho, <strong>la</strong> fe mueve montañas, y dicha fe nos conducía<br />
a <strong>la</strong> solución de nuestros problemas. María Alejandra, que escuchaba <strong>la</strong><br />
conversación, hizo <strong>la</strong> pregunta de ley:<br />
—Bueno, señora, ¿y dónde se puede comprar el timbre fiscal?<br />
La funcionaria dos, tomó dos sorbos del cafecito mañanero y con<br />
una cuasi sonrisa dibujada en <strong>la</strong> comisura de sus <strong>la</strong>bios manifestó:<br />
—Ay mamita, aquí no vendemos timbres fiscales, debes ir al Ministerio<br />
de Hacienda o al correo <strong>para</strong> ver si consigues.<br />
Tomé de <strong>la</strong> mano a María Alejandra y salimos corriendo de catastro,<br />
<strong>para</strong> ir a cualquiera de <strong>la</strong>s dos oficinas indicada por <strong>la</strong> funcionaria<br />
dos.<br />
Salimos agarrados de <strong>la</strong> mano y continuamos en esta posición, sin<br />
percatarnos de tal hecho. Fue luego de caminar un <strong>la</strong>rgo trecho, como<br />
experimentando un cierto rubor, cuando nos soltamos disimu<strong>la</strong>damente,<br />
sin aludir en ningún momento a tal situación. Tomamos un taxi <strong>para</strong><br />
ir primero al ministerio. Permanecimos en silencio dentro del taxi, como<br />
buscando una explicación a nuestro comportamiento. Parecía que el<br />
infortunio nos hacía cómplices de algo y que ninguno de los dos quería<br />
reve<strong>la</strong>r; diría que estábamos cómodos. Como si María Alejandra leyera<br />
mis pensamientos, tomó mi mano, <strong>la</strong> apretó ofreciéndome una bel<strong>la</strong><br />
sonrisa.<br />
Llegamos al Ministerio de Hacienda o del desorden. El desastre era<br />
tal, que nadie en este local nos podía informar dónde se podía adquirir el<br />
JORNJ<br />
Catastro-fe
codiciado impuesto. Indagué, busqué, hasta que en una taquil<strong>la</strong> solitaria<br />
se podía leer en un cartel: “Venta de timbres”. Al llegar a ésta<br />
comprendí <strong>la</strong> razón de <strong>la</strong> ausencia de público. Nos acercamos al sitio<br />
enrejado; el funcionario no me dejó hab<strong>la</strong>r y sin despejar <strong>la</strong> vista de <strong>la</strong><br />
gaceta hípica aulló:<br />
—La venta de timbres fiscales está suspendida hasta nuevo aviso.<br />
Conté hasta veintiséis y cuando María Alejandra notó mi actitud<br />
meditativa le preguntó de <strong>la</strong> manera muy dulce:<br />
—Señor, ¿cuándo podemos venir <strong>para</strong> adquirir el impuesto?<br />
El señor enrejado no levantó <strong>la</strong> mirada, no quería perder <strong>la</strong> concentración<br />
del caballo ganador de <strong>la</strong> tercera carrera.<br />
—No sé, señorita, se descubrió una falsificación de timbres y hasta<br />
que no se resuelva esta situación no los puedo vender.<br />
Le expliqué al señor todos los avatares que habíamos sufrido, le<br />
señalé el gasto de hotel que María tenía que cance<strong>la</strong>r mientras no se<br />
resolvía el asunto. En fin, utilicé todos los elementos persuasivos que<br />
llegaron a mi mente y <strong>la</strong> única respuesta que logré fue:<br />
—Mira, chamo, yo estoy aquí <strong>para</strong> vender timbres y no <strong>para</strong> solucionar<br />
sus problemas amorosos —y continuó ensimismado en su literatura<br />
hípica, en espera del mi<strong>la</strong>gro del caballo ganador. Ante esta última<br />
aseveración María Alejandra y yo nos reímos, parecía que el señor enrejado<br />
había descubierto lo que no éramos capaces de confesar. Salimos<br />
del ministerio agarrados de <strong>la</strong> mano, tal como nos lo había dicho el funcionario,<br />
como unos eternos enamorados.<br />
Nos dirigimos al correo con <strong>la</strong> esperanza de adquirir los benditos<br />
timbres, esta vez, no agarrados de <strong>la</strong> mano, caminamos abrazados,<br />
hasta que llegó un taxi y nos llevó al correo. Nos dirigimos a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> y<br />
escuchamos a <strong>la</strong> vendedora decirle a un solicitante:<br />
—Por órdenes expresas, <strong>la</strong>s ventas de timbres fiscales están suspendidas<br />
por quince días.<br />
El amor, por ser una forma de locura, mata <strong>la</strong>s angustias de los atormentados.<br />
Eso lo descubrí en ese momento. No importaba lo que venía,<br />
tal infortunio iba a permitirme estar más cerca de María Alejandra.<br />
Parecía que el<strong>la</strong> estaba en <strong>la</strong> misma onda mía. Pasó su brazo por mi cintura<br />
en un gesto muy tierno. No tuve ningún problema de aceptar <strong>la</strong><br />
invitación al hotel donde el<strong>la</strong> residía.<br />
¿Qué puedo re<strong>la</strong>tar de lo ocurrido una vez que cerramos <strong>la</strong> puerta<br />
de <strong>la</strong> habitación? ¿Quién no ha estado con su enamorada en un cuarto<br />
JOROJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
JORPJ<br />
Catastro-fe<br />
solo? ¿Qué puedo decir, que no se haya dicho ya en <strong>la</strong>s diferentes nove<strong>la</strong>s<br />
eróticas, o en <strong>la</strong> literatura universal sobre el encuentro de dos<br />
amantes? Es verdad, todo sucedió, nos llenamos de amor, de lujuria, de<br />
p<strong>la</strong>cer y de todo aquello que unen a dos personas recién enamoradas.<br />
Eso sí, nos llenamos, pero sin atosigarnos, queríamos dejar un cierto espacio<br />
<strong>para</strong> más amor.<br />
Transcurrido un mes, María Alejandra se mudó <strong>para</strong> mi apartamento<br />
con <strong>la</strong> finalidad de evitar más gasto del hotel; de esta manera<br />
estaríamos más tiempo juntos. Yo, seguí trabajando desde mi apartamento,<br />
y el<strong>la</strong> continuó sus estudios por Internet sobre civilizaciones<br />
orientales.<br />
Al mes de <strong>la</strong> última visita al ministerio, logramos comprar los benditos<br />
timbres fiscales. Llenamos a máquina <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>, tal como indicaba<br />
el procedimiento, le colocamos el timbre fiscal. Nos dispusimos llenos<br />
de fe y esperanza <strong>para</strong> dirigirnos, nuevamente, a <strong>la</strong> oficina de catastro.<br />
Nos asignaron nuestro número <strong>para</strong> ir a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> tres. Cuando llegamos,<br />
observamos que <strong>la</strong> funcionaria tres estaba pintándose <strong>la</strong>s uñas.<br />
Nos acercamos a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong>, le entregamos los documentos y al levantar<br />
los ojos <strong>para</strong> mirarnos, hizo un movimiento brusco, y zas ¿no saben qué<br />
ocurrió? ¡El frasco de pintura de uña cayó sobre los documentos!<br />
—¡Señores, miren lo que sucedió por culpa de ustedes! ¿No pueden<br />
tener más cuidado; es que sus manos <strong>la</strong> tienen de adorno? ¿Usted, señor,<br />
no ve lo que hace; vea cómo quedó <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>?<br />
Me puse rojo, azul, verde. Recuerdo, que miré <strong>para</strong> todos los <strong>la</strong>dos,<br />
pues no creía que se estaba hab<strong>la</strong>ndo conmigo. Sentí <strong>la</strong> mano de María<br />
Alejandra posarse sobre mi hombro, y como un calmante, el color a mi<br />
piel adquirió el tono normal. No articulé pa<strong>la</strong>bra alguna en espera de <strong>la</strong><br />
próxima actuación de <strong>la</strong> funcionaria tres. Tomó un algodón con acetona,<br />
lo pasó por los documentos, convirtiéndolos en algo deforme e ilegible.<br />
—Conforme, pase a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> cuatro.<br />
El silencio y <strong>la</strong> ira contenida fueron recompensados, pensé que <strong>la</strong><br />
mácu<strong>la</strong> roja en documento, no tendría nada que ver <strong>para</strong> <strong>la</strong> conformación<br />
de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>.<br />
Cuando llegamos a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> cuatro, <strong>la</strong> funcionaria había ade<strong>la</strong>ntado<br />
su hora de almuerzo. Tenía sobre su mano una cuchara con <strong>la</strong> que<br />
estaba degustando un hervido de pescado. Soltó <strong>la</strong> cabeza de pescado<br />
que tenía en <strong>la</strong> otra mano y agarró <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s: de inmediato <strong>la</strong>s soltó y<br />
me <strong>la</strong>s devolvió.
—Papito, ¿acaso tú no sabes leer?, ¿tú no ves qué dice acá?<br />
Apuntó <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong> con el dedo lleno de ojo de pescado:<br />
—“Va sin enmienda”, y esto no es más que un simple borrón —le<br />
expliqué lo ocurrido y <strong>la</strong> culpa de <strong>la</strong> funcionaria de <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> tres, le<br />
hablé de mis vicisitudes, del apuro de mi estadía en Fi<strong>la</strong>delfia, de <strong>la</strong> permanencia<br />
de mi compañera en Suiza, hasta le dije que el hervido tenía<br />
buen aroma, pero todo fue en vano, sabía lo que venía:<br />
—Tiene que comenzar de nuevo.<br />
Recordé <strong>la</strong>s enseñanzas de Buda, el Bhagavad-Gita, los vedas, aprendidas<br />
con el maestro Bhaktivedanta Swami <strong>para</strong> <strong>la</strong> conciencia Krisna;<br />
me afloró en mi mente el yin-yang y le dije a María Alejandra:<br />
—Sentémonos a meditar.<br />
Le pedí a mi compañera que se sentara en el medio de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> con <strong>la</strong><br />
finalidad de invocar a <strong>la</strong> infalible Krisna. Adoptamos <strong>la</strong> posición de loto,<br />
unimos, cada uno por se<strong>para</strong>do los pulgares y los índices <strong>para</strong> realizar un<br />
ejercicio de concentración. Era necesario encontrar <strong>la</strong> paz invocando al<br />
infalible Krisna. Cerramos los ojos y comenzamos a meditar. Sólo se oía<br />
en el recinto <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras “aum, aum, aum”. Queríamos invocar a <strong>la</strong> diosa<br />
Laksmi <strong>para</strong> que nos acogiera en sus múltiples brazos y nos diera <strong>la</strong><br />
calma necesaria en estos casos.<br />
Recuerdo que el silencio fue total. Desperté cuando un uniformado<br />
me tocó el hombro <strong>para</strong> sacarme de mi estado de meditación. Observé<br />
que estábamos rodeados de numerosas personas, quienes nos hacían<br />
una rueda. Regresé del viaje astral, cuando escuché <strong>la</strong> voz del agente:<br />
—Miren, jóvenes, no sé qué c<strong>la</strong>se de tabaco se fumaron, aunque<br />
“aum” no los voy a llevar presos, pero si siguen molestando en este local<br />
los enviaré al <strong>para</strong>íso terrenal.<br />
Levanté <strong>la</strong> mirada, observé su rostro; como lo hice tan profundamente,<br />
advertí un aura negra a su alrededor; casi llegué asegurar que<br />
aquel agente despedía un hedor mefítico. Sabía que con este funcionario<br />
no se podía conversar. No quedó más remedio que levantarnos del piso;<br />
invité a mi compañera a que abandonáramos <strong>la</strong> oficina de catastro.<br />
Salimos de <strong>la</strong> oficina, sin mencionar durante mucho rato lo recientemente<br />
ocurrido, parecía que <strong>la</strong> fatalidad nos acompañaba. La paz y <strong>la</strong><br />
tranquilidad que da <strong>la</strong> meditación, se estaba agotando; no podía ser cierto<br />
lo que estaba pasando. Había leído, que en recientes descubrimientos<br />
fisiológicos los médicos recomendaban <strong>la</strong>s re<strong>la</strong>ciones sexuales, éstas permiten<br />
aliviar el estrés. Le pedí a María Alejandra que corriéramos al<br />
JORQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
apartamento. Durante tres días seguidos hicimos el amor, con tanta<br />
pasión, que nos olvidamos de <strong>la</strong> oficina de catastro, hasta que <strong>la</strong> joven me<br />
invitó a retomar nuestra vida normal.<br />
Me levanté temprano, tomé una carta y salió “<strong>la</strong> justicia” derecha.<br />
Ésta auguraba equidad, moderación en todas <strong>la</strong>s cosas y una cierta esperanza.<br />
Imaginé a los hombres antiguos consultando el tarot <strong>para</strong> <strong>la</strong> resolución<br />
de todos sus problemas, tal como lo yo lo hacía en <strong>la</strong> actualidad.<br />
Tenía fe y esperanza en <strong>la</strong> oficina de catastro. Tomé una máquina de<br />
escribir portátil <strong>para</strong> llenar <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s en el local del ministerio, nos<br />
dirigimos al correo a conseguir <strong>la</strong>s estampil<strong>la</strong>s y de allí nos fuimos nuevamente,<br />
a <strong>la</strong> oficina de catastro.<br />
Nuevamente estábamos frente a <strong>la</strong> primera ventanil<strong>la</strong>. Taquil<strong>la</strong><br />
uno: aquí están sus números. Taquil<strong>la</strong> dos: tome sus p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s. Llené <strong>la</strong>s<br />
p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s y coloqué el timbre fiscal. Taquil<strong>la</strong> tres: revisión de <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s;<br />
correcto. “Pase a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> cuatro”. Entregué <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s a <strong>la</strong> empleada<br />
de <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> cuatro, quien nuevamente se estaba tomando un sancocho.<br />
Con <strong>la</strong> finalidad de evitar que <strong>la</strong> funcionaria cuatro derramara parte de <strong>la</strong><br />
sopa sobre los documentos, le sugerí a <strong>la</strong> señora que me permitiera el<br />
p<strong>la</strong>to, que yo lo sostendría mientras el<strong>la</strong> leía con detenimiento <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>.<br />
La funcionaria cuatro aceptó.<br />
—Es un cruzado de carite fresco con jurel salpreso; lo preparó mi<br />
suegra. Mientras leo los papeles, por favor, triture <strong>la</strong>s vitual<strong>la</strong>s; era lo<br />
que estaba haciendo antes que ustedes llegaran —de inmediato, tomé<br />
el tenedor; comencé desmenuzar con afán <strong>la</strong> auyama, el ocumo y el<br />
plátano verde que estaba un poco duro. La empleada, leía con detenimiento<br />
<strong>la</strong>s p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s y con un movimiento vertical hacia abajo confirmaba<br />
lo bien hecho del documento.<br />
—Si ustedes quieren, mientras termino de leer, prueben el sancocho,<br />
todavía queda un resto en <strong>la</strong> ol<strong>la</strong>.<br />
Me dio una cuchara <strong>para</strong> que llevara a cabo tal operación. Para no<br />
ofender <strong>la</strong> sensibilidad de <strong>la</strong> funcionaria cuatro, <strong>la</strong> agarré y tomé un<br />
sorbo, le di una cucharadita a María Alejandra, quien igual que yo,<br />
estaba de acuerdo en <strong>la</strong> buena sazón de <strong>la</strong> suegra de <strong>la</strong> funcionaria. Para<br />
no ser mal educado, le di un poquito a <strong>la</strong> empleada <strong>para</strong> que probara mi<br />
trabajo de triturador. Después que retiré <strong>la</strong> cuchara de su boca, siguió<br />
moviendo su cabeza hacia abajo, no sé si aprobando los documentos o<br />
corroborando mi buen trabajo culinario con <strong>la</strong>s vitual<strong>la</strong>s del sancocho.<br />
JORRJ<br />
Catastro-fe
—Todo está correcto —selló los documentos y expresó, saboreando<br />
el sancocho—: Pasen a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> cinco.<br />
Le di su p<strong>la</strong>to de almuerzo, no sin antes, tomarme una cucharada y<br />
otra <strong>para</strong> María Alejandra.<br />
¡Aleluya! Gritamos al unísono María Alejandra y yo. Sabía que <strong>la</strong>s<br />
cartas del tarot estaban de mi parte. Llegamos a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> cinco y nos<br />
percatamos que en el<strong>la</strong> se encontraba una funcionaria leyendo una<br />
revista de farándu<strong>la</strong>. Antes de que le pidiéramos alguna información,<br />
escuchamos:<br />
—Mira, mamita, ¿tú no viste <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> de <strong>la</strong>s nueve?, porque me<br />
quedé dormida y me perdí del último capítulo —María Alejandra, que<br />
sabía que <strong>la</strong> pregunta era con el<strong>la</strong> negó con <strong>la</strong> cabeza— Ay, mamita, tú<br />
no estás en nada. ¿Cuál nove<strong>la</strong> estás viendo a <strong>la</strong>s diez?<br />
Como no hubo respuesta de parte de mi acompañante se limitó a<br />
mirar y a leer <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s y nosotros no perdíamos detalle de sus gestos;<br />
en estos estaba <strong>la</strong> decisión de <strong>la</strong> aprobación o no de nuestras solicitudes.<br />
“Todo está correcto”. Nos alegramos, me vino <strong>la</strong> alegría, el p<strong>la</strong>cer, <strong>la</strong> esperanza<br />
y <strong>la</strong> fe en el catastro.<br />
—Pero… —al escuchar estas cuatro fatídicas letras, se me vino <strong>la</strong><br />
sangre a <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>ntas de los pies. El líquido purpurado que estaba distribuido<br />
equitativamente en el resto del cuerpo, pasó a <strong>la</strong> parte inferior<br />
por arte de birlibirloque; una palidez patibu<strong>la</strong>ria inundó mi rostro—<br />
Hace falta una fotocopia del documento de identidad.<br />
La sangre subió nuevamente, como en un ascensor, hacia mi cabeza<br />
y mis carrillos tomaron el color normal. Ante tal pedimento y como<br />
conocedor de estas situaciones con anterioridad, le habíamos sacado<br />
fotocopia a <strong>la</strong>s cédu<strong>la</strong>s. Como jugador de dominó, cuando coloca <strong>la</strong><br />
última ficha ganadora, se los puse sobre el mostrador. Revisó, les colocó<br />
una grapa a cada uno y cuando ya nos disponíamos a celebrar con una<br />
sonrisa de triunfo, escuchamos del otro <strong>la</strong>do del mostrador:<br />
—Falta <strong>la</strong> carta de defunción de su tía y <strong>la</strong> de <strong>la</strong> madre de <strong>la</strong> señorita.<br />
Qué va, esto no era verdad, tales documentos no nos lo podían solicitar.<br />
Le informé a <strong>la</strong> funcionaria farandulera que una estaba en Fi<strong>la</strong>delfia<br />
y <strong>la</strong> otra en Basilea.<br />
—No importa señor, ustedes se van en el autobús que sale a <strong>la</strong><br />
cinco de <strong>la</strong> mañana y regresan como a <strong>la</strong>s dos de <strong>la</strong> tarde; <strong>para</strong> esa hora<br />
estamos trabajando. Si ustedes quieren yo los esperaré.<br />
JORSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
Ante tal muestra de amabilidad ¿qué podíamos hacer? ¿Qué le<br />
podríamos rec<strong>la</strong>mar a este ángel farandulero? Le sugerí que me devolviera<br />
<strong>la</strong>s p<strong>la</strong>nil<strong>la</strong>s.<br />
—Cuando tenga todos los documentos se los traeremos.<br />
Agarré los papeles, tomé de <strong>la</strong> mano a María Alejandra y abandonamos<br />
<strong>la</strong> oficina de catastro.<br />
Nos fuimos en silencio, hasta que entramos a una cafetería a pedir<br />
cualquier cosa <strong>para</strong> pasar el rato amargo. Nos dolía el hecho de tener que<br />
alejarnos por mucho tiempo <strong>para</strong> conseguir <strong>la</strong>s cartas de defunción de<br />
nuestros seres queridos, puesto que por analogía con lo que nos estaba<br />
ocurriendo en nuestro país, eso mismo ocurriría en Fi<strong>la</strong>delfia y en<br />
Basilea.<br />
Pre<strong>para</strong>mos los viajes, nos despedimos en el aeropuerto sin tener <strong>la</strong><br />
certeza de nuestro futuro regreso.<br />
Arribé el día miércoles a <strong>la</strong>s diez de <strong>la</strong> mañana, de inmediato acudí<br />
a <strong>la</strong> oficina que se ocupa de tales servicios. Le suministré los datos a <strong>la</strong><br />
funcionaria encargada. Me pidió pasaporte.<br />
—Por favor siéntese y espere un minuto.<br />
Vació los datos en una computadora pisó una tec<strong>la</strong>, mientras escuchaba<br />
a <strong>la</strong> impresora copiar un documento.<br />
—Tome señor, gusto en servirle y que pase unos buenos días.<br />
Miré el documento y quedé estupefacto. No podía creer lo que<br />
había sucedido. Corrí y me dirigí al hotel, mi primer impulso fue l<strong>la</strong>mar<br />
a María Alejandra <strong>para</strong> hacer de su conocimiento <strong>la</strong> buena noticia. Al<br />
establecer comunicación, mi compañera de infortunios era portadora<br />
de una grata novedad. Cuando llegó a su hotel ya tenía el documento<br />
en <strong>la</strong> recepción. Antes de salir, había tomado <strong>la</strong> previsión de l<strong>la</strong>mar al<br />
despacho suizo en encargado de esos asuntos. Ellos le informaron que<br />
no había problema, que lo tendría a su arribo a <strong>la</strong> capital helvética. No<br />
podía ser de otro modo, el día que se marchó <strong>para</strong> Fi<strong>la</strong>delfia salió <strong>la</strong><br />
carta de “los amantes”. Era <strong>la</strong> carta del amor y sólo gracias a ese sentimiento<br />
era posible unirme tan intensamente a María Alejandra. Nos<br />
pusimos de acuerdo <strong>para</strong> estar de regreso el fin de semana.<br />
Nos amamos, nos juramos amor eterno, cual par de enamorados;<br />
daba <strong>la</strong> impresión que habíamos sobrellevado muchos años de ausencia.<br />
Hab<strong>la</strong>mos del viaje, com<strong>para</strong>mos los servicios en los otros países. Lloramos<br />
y nos pusimos a reflexionar <strong>para</strong> así, con nuestras armas, pre<strong>para</strong>rnos<br />
y poder enfrentar a <strong>la</strong> oficina de catastro, no sin antes asegurarnos<br />
JORTJ<br />
Catastro-fe
de no perder <strong>la</strong> fe. Encendimos una varil<strong>la</strong> de sándalo, nos sentamos a<br />
meditar y oramos:<br />
“Ahora estamos confusos acerca de nuestro deber, y a causa de<br />
nuestra f<strong>la</strong>queza, hemos perdido toda compostura. En esta condición,<br />
te pido que nos digas c<strong>la</strong>ramente lo que es mejor <strong>para</strong> nosotros. Ahora<br />
somos tus discípulos y unas almas entregadas a Ti. Por favor, instrúyenos”.<br />
Recordé este pasaje del Bhagavad-Gita, el cual ayudaría a que<br />
Krisna nos acogiera en su seno y obtener de Él <strong>la</strong> paz, <strong>la</strong> sabiduría y <strong>la</strong><br />
paciencia <strong>para</strong> enfrentar el día lunes <strong>la</strong> oficina de catastro.<br />
Antes de abandonar el apartamento tomé <strong>la</strong> carta del tarot. Me<br />
salió el arcano mayor “<strong>la</strong> torre”. Invertida. El<strong>la</strong> me aseguraba gran cataclismo,<br />
confusión completa, proyectos brutalmente frustrados. Me<br />
sonreí y no le informé nada a mi acompañante.<br />
Llegamos directamente a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> cinco, ya que afortunadamente<br />
podíamos obviar los otros pasos. Recordé que <strong>la</strong> señora de esta taquil<strong>la</strong><br />
era farandulera y cuando nos vio preguntó:<br />
—¿Quién ganó el concurso de Miss Universo, que me quedé dormida<br />
cuando iban por <strong>la</strong> cuarta finalista?<br />
Le comentamos nuestra ignorancia de tan magno evento y de<br />
inmediato le entregamos los documentos necesarios.<br />
—Qué bien, perfecto, esto está correcto —ante cada pa<strong>la</strong>bra de<br />
acierto yo me emocionaba, el tarot se había equivocado—. Estos documentos<br />
están en otro idioma.<br />
Previendo tal observación, saqué de mi maletín otros papeles, estos<br />
eran <strong>la</strong> traducción que María Alejandra y yo habíamos hecho de <strong>la</strong>s<br />
cartas de defunción de nuestros seres queridos. La oficinista farandulera<br />
tomó los documentos, los revisó, hizo un gesto negativo con <strong>la</strong><br />
cabeza y yo casi me desvanezco y caigo en el piso.<br />
—Estas traducciones tiene que realizar<strong>la</strong>s un intérprete público.<br />
Esto era un sueño, estas cosas no pasan en <strong>la</strong> vida real, esto era ficción.<br />
—Señora, yo soy bilingüe y <strong>la</strong> señorita es políglota; por ello tuvimos<br />
el abuso de realizar <strong>la</strong>s traducciones. Todo lo que está escrito es una fiel<br />
traducción del documento original.<br />
Cuando terminé <strong>la</strong> última pa<strong>la</strong>bra miré a mi chica de ojos bellos y<br />
en espera de su aprobación. En efecto, noté en su mirada el asentimiento<br />
de mi desempeño; al rato escuché:<br />
JORUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
—Señores, yo sé que hay mucho daño en <strong>la</strong> calle, cómprese cada<br />
uno un azabache <strong>para</strong> que no les pongan esas enfermedades tan raras<br />
que me acaba de decir. Sin embargo, ustedes se ven muy sanos.<br />
No entendimos <strong>la</strong> sugerencia de <strong>la</strong> señora y después siguió:<br />
—Tome <strong>la</strong> tarjeta de este intérprete público que es muy amigo<br />
mío, él les va hacer <strong>la</strong>s traducciones por un precio económico. Cuando<br />
<strong>la</strong>s tengan, me <strong>la</strong>s trae, que en poco tiempo salen sus documentos.<br />
Se calló y buscó en el periódico <strong>la</strong> sección de <strong>la</strong> farándu<strong>la</strong> <strong>para</strong><br />
ponerse al día en el concurso de Miss Universo.<br />
Tomé <strong>la</strong> tarjeta y salimos de <strong>la</strong> oficina de catastro sin pronunciar<br />
una so<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra. Parecíamos dos sonámbulos, quienes deambu<strong>la</strong>ban<br />
sin rumbo conocido, hasta que un frenazo nos sacó de nuestro letargo.<br />
Observé un teléfono público, de inmediato l<strong>la</strong>mé al intérprete público<br />
recomendado por <strong>la</strong> farandulera. Concertamos una cita y nos lo prometió<br />
<strong>para</strong> dentro de un mes y eso por que veníamos recomendados por<br />
una buena amiga. Fijó <strong>la</strong> tarifa de recomendación y nos despedimos<br />
hasta <strong>la</strong> entrega de los documentos, los cuales enviaríamos por servicio<br />
de mensajería.<br />
Al final del mes estaban <strong>la</strong>s dos traducciones impecablemente realizadas,<br />
tal como lo habíamos hecho nosotros. Cance<strong>la</strong>mos los emolumentos<br />
y salimos dis<strong>para</strong>dos <strong>para</strong> <strong>la</strong> oficina de catastro.<br />
Nos dirigimos directamente a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> cinco y <strong>la</strong> farandulera<br />
estaba leyendo los resultados del último “raiting”; además, se estaba pintado<br />
<strong>la</strong>s uñas con tranquilidad e indiferencia. Cuando vimos a <strong>la</strong> afanosa<br />
taquillera en esta dualidad de actos, no nos arriesgamos a entregarle los<br />
documentos. María Alejandra le sugirió:<br />
—Si usted quiere, yo le pinto <strong>la</strong>s uñas mientras lee nuestros documentos;<br />
creo que están conformes —<strong>la</strong> farandulera le dio el frasco de<br />
pintura; a mí me asignó uno con acetona con sus respectivos algodones.<br />
Nuestra tarea manicura fue impecable. Muchas veces había visto a<br />
María Alejandra realizar esta actividad. Tuve mucho cuidado de quitarle<br />
con acetona <strong>la</strong>s manchas fuera de lugar.<br />
—Esto está de lo mejor; pase a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> seis.<br />
Nos miramos llenos de alegría, todo estaba perfecto, repetimos<br />
como un eco de <strong>la</strong> funcionaria.<br />
JORVJ<br />
Catastro-fe
—Por favor, antes de pasar a <strong>la</strong> próxima taquil<strong>la</strong> termine con <strong>la</strong>s<br />
uñas de <strong>la</strong> mano derecha —María Alejandra, culminó su <strong>la</strong>bor con su<br />
cara rebosante de alegría y nos dirigimos a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> seis.<br />
La funcionaria de <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> seis nos estaba esperando con los respectivos<br />
sellos. Revisó someramente los documentos y los marcó con<br />
tanta rabia mientras musitaba en voz baja:<br />
—Ojalá que no lo vea con esa mujer; soy capaz de cortarle <strong>la</strong> cabeza<br />
—y mientras susurraba <strong>la</strong> última pa<strong>la</strong>bra asestó un soberano golpe con<br />
el sello; <strong>la</strong> sensación de ira de <strong>la</strong> funcionaria lo recibió <strong>la</strong> foto de mi<br />
cabeza de <strong>la</strong> fotocopia de mi documento de identidad. Sentí que descargaba<br />
<strong>la</strong> iracundia, propinando un golpe en <strong>la</strong> figura de mi testa.<br />
Cuando <strong>la</strong> cornuda murmuró con rabia—: Tomen estos recibos <strong>para</strong><br />
que rec<strong>la</strong>men el documento final dentro de un mes.<br />
Salí de mi mutismo y pegué un grito de alegría, simi<strong>la</strong>r al de<br />
Arquímedes: ¡Eureka! Nos abrazamos y nos besamos, como si celebráramos<br />
un año nuevo. No quise informarle a María Alejandra que el<br />
arcano mañanero fue “el ciclo”, éste me auguraba sorpresas, entusiasmo,<br />
juicios legales favorables. No podía ser de otra manera, estaba al <strong>la</strong>do de<br />
mi gran amor.<br />
Cuando abandonamos <strong>la</strong> oficina de catastro, invité a María Alejandra<br />
a celebrar nuestro triunfo y le comuniqué <strong>la</strong> sorpresa que le tenía<br />
guardada <strong>para</strong> esta ocasión.<br />
Una vez sentados, después de probar el primer sorbo de jugo, le<br />
pedí unir nuestras vidas mediante el connubio. Le entregué un bello<br />
anillo de compromiso. Su respuesta afirmativa no se hizo esperar; no<br />
podía ser de otro modo. El infortunio, los avatares, <strong>la</strong>s desdichas nos<br />
habían acercado y por lo tanto, teníamos que premiar nuestro amor con<br />
el <strong>la</strong>zo del matrimonio. Así lo hicimos.<br />
Celebramos <strong>la</strong> boda con <strong>la</strong>s personas más allegadas. Antes de ir a <strong>la</strong><br />
luna de miel, tomé mi consabida carta. “La emperatriz” en posición<br />
derecha, el<strong>la</strong> me auguraba riqueza material, matrimonio y fecundidad.<br />
Guardé <strong>la</strong> carta y nos fuimos a llenarnos de más amor.<br />
Cumplido el mes necesario <strong>para</strong> <strong>la</strong> entrega del documento, nos<br />
dirigimos a <strong>la</strong> oficina de catastro, no sin antes destapar mi carta: “La<br />
carroza” invertida, el<strong>la</strong> indicaba desorden en los aspectos de mi vida,<br />
ma<strong>la</strong>s noticias, ma<strong>la</strong> salud. Guardé <strong>la</strong> carta y de inmediato murmuré:<br />
—Ma<strong>la</strong> carta.<br />
JOSMJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
Llegamos a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> seis, es decir donde <strong>la</strong> señora cornuda, quien<br />
nos ofreció una adusta mirada. Quise preguntarle por su marido, pero<br />
María Alejandra al adivinar mi intención, dirigió una mirada que se<br />
traducía: “¡Cál<strong>la</strong>te!”.<br />
Entregamos los recibos y los revisó detenidamente. Nos informó,<br />
que nuestros documentos los podía entregar sin problemas.<br />
—¿Por qué no habían venido a buscarlos? Tienen tiempo en <strong>la</strong><br />
oficina.<br />
Nos sentíamos muy felices y queríamos que otras personas compartieran<br />
nuestra dicha y vengo yo y digo:<br />
—Es que contraíamos nupcias y nos fuimos de luna de miel.<br />
Maldita oración; <strong>la</strong> cornuda peló los ojos, quizás tenía una venganza<br />
con efecto retroactivo y no <strong>la</strong> había podido descargar con nadie.<br />
Dejó resba<strong>la</strong>r, como si nada, <strong>la</strong> siguiente frase:<br />
—Pero en sus documentos aparecen como solteros.<br />
Su sonrisa estaba ahí, como petrificada, como esculpida en piedra,<br />
su vindicta de cornuda tenía que descargar<strong>la</strong> sobre estos infelices. Le<br />
explicamos todo, le lloramos, le imploramos, María Alejandra le dijo<br />
que le haría <strong>la</strong> manicura y <strong>la</strong> pedicura todos los fines de semana. Yo por<br />
mi parte, le ofrecí que le trituraría <strong>la</strong>s verduras de los sancochos y le<br />
traería un cafecito cada vez que pasara por catastro, pero <strong>la</strong> cornuda<br />
permanecía en su actitud estoica, con esa sonrisa pétrea que no había<br />
forma de borrar.<br />
—El manual de procedimiento establece que no se pueden tramitar<br />
documentos donde los solicitantes coloquen datos falsos.<br />
En ese momento se le borró el garabato de <strong>la</strong> cara que simu<strong>la</strong>ba una<br />
gran alegría y continuó con marcado sarcasmo:<br />
—Cuando traigan <strong>la</strong> partida de matrimonio les entrego los documentos,<br />
buenos días.<br />
Cómo describo el sentimiento, nuestra actitud al recibir esta noticia.<br />
¿Qué podía decirle a <strong>la</strong> funcionaria cornuda y por su apego al manual de<br />
procedimiento? Permanecimos como unos estólidos, carentes de inteligencia,<br />
parecíamos un par de estúpidos <strong>para</strong>dos uno frente al otro<br />
mirándonos <strong>la</strong>s caras. Hasta que solté una carcajada y mi compañera me<br />
imitó. Parecíamos dos locos celebrando nada, porque sólo a ellos se les<br />
ocurre reírse de tan semejante estropicio.<br />
JOSNJ<br />
Catastro-fe
En mi época de mozo había leído El proceso del autor checo Franz<br />
Kafka; siempre pensé que este genio de <strong>la</strong> literatura universal era un<br />
escritor de ficción, pues <strong>la</strong> trama de <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> nunca le podía ocurrir a<br />
ningún mortal. Pero si el checo estuviera vivo y le <strong>contar</strong>a lo ocurrido, mi<br />
experiencia hubiese sido fuente de inspiración <strong>para</strong> <strong>la</strong> trama de su nove<strong>la</strong>.<br />
Salimos del recinto y nos dirigimos a un parque a meditar; pedirle a<br />
Krisna que nos acogiera en su seno y nos diera <strong>la</strong> paz y <strong>la</strong> tranquilidad<br />
necesaria <strong>para</strong> no perder <strong>la</strong> fe en <strong>la</strong> oficina de catastro. Luego nos marchamos<br />
a solicitar <strong>la</strong> partida de matrimonio.<br />
Papel sel<strong>la</strong>do, no hay, venga dentro de un mes. Se cumplió el mes.<br />
Estampil<strong>la</strong>s, están agotadas. Vengan dentro de dos meses. Finalmente<br />
luego de cinco meses obtuvimos <strong>la</strong> partida de matrimonio.<br />
Cuando abandonamos <strong>la</strong> jefatura había en <strong>la</strong> calle una algarabía,<br />
un jolgorio, una caravana de automóviles. Era un año electoral.<br />
Llegamos a <strong>la</strong> taquillera cornuda.<br />
—Señora, ¿cómo está su marido?, ¿sigue saliendo con <strong>la</strong> misma<br />
joven de <strong>la</strong> otra vez?<br />
Era mi venganza. Sentí unas saetas hirientes que salieron de sus<br />
ojos con <strong>la</strong> segura intención de fulminar mi corazón. Ahora, era yo<br />
quien sostenía una sonrisa de bur<strong>la</strong>. Le entregué <strong>la</strong> partida de matrimonio.<br />
Le volvió a colocar fuertemente un sello sobre <strong>la</strong> cabeza de mi<br />
documento identidad y “<strong>la</strong>dró”, con el perdón de los <strong>perro</strong>s:<br />
—Vengan dentro de quince días <strong>para</strong> entregarles el documento final.<br />
Nos retiramos de <strong>la</strong> casil<strong>la</strong> seis con <strong>la</strong> misma sonrisa en actitud vengativa.<br />
Tenía que ser así, pues antes de salir de <strong>la</strong> casa agarré el arcano<br />
“el ermitaño” en posición derecha: prudencia, logro de metas, tome <strong>la</strong>s<br />
cosas con calma.<br />
Cuando nos encontramos en <strong>la</strong> calle estuvimos envueltos en un<br />
bullicio. Nuevamente los carros en caravana estaban celebrando. Nos<br />
percatamos que había ganado el candidato de <strong>la</strong> oposición y por lo<br />
tanto, de ahora en ade<strong>la</strong>nte <strong>la</strong>s cosas iban a ser diferentes, tal como lo<br />
anunció el nuevo presidente. Sin pensarlo nos unimos a <strong>la</strong> celebración<br />
sin importarnos un bledo <strong>la</strong> política, estábamos festejando nuestra fe en<br />
el catastro.<br />
A los quince días, ya dispuesto a retirar los documentos, saqué mi<br />
carta y salió “<strong>la</strong> muerte” volteada; recordé sus presagios: desastres, sublevación<br />
política, fracaso en lo p<strong>la</strong>nificado, fatalidad. Tomé mi maletín,<br />
sonreí e invité a María Alejandra <strong>para</strong> irnos a <strong>la</strong> oficina de catastro.<br />
JOSOJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
Al llegar a <strong>la</strong> oficina de catastro una duda invadió mi cuerpo, eran<br />
esos presagios de los que uno sabe que algo va a suceder pero implícitamente<br />
uno desconoce lo que va a ocurrir. Mis aprendizajes sobre el yinyang,<br />
me informaba que se había roto el equilibrio entre el bien y el<br />
mal; entre lo c<strong>la</strong>ro y lo oscuro; entre <strong>la</strong> derecha y <strong>la</strong> izquierda. Preferí<br />
creer que el tarot se había equivocado.<br />
Advertí <strong>la</strong> aprehensión de mi esposa, pues <strong>la</strong> tenía tomada de <strong>la</strong><br />
mano. No estaba <strong>la</strong> farandulera, ni <strong>la</strong> cornuda, ni <strong>la</strong> sancochera, en fin<br />
había una nueva fauna encerrada tras <strong>la</strong>s taquil<strong>la</strong>s. Mientras me encontraba<br />
haciendo esas reflexiones, se nos acercó un funcionario de catastro<br />
de rostro <strong>para</strong> mí desconocido. Preguntó <strong>la</strong> razón de nuestra presencia<br />
en el lugar. Le conté, le mostré el recibo, le hablé de mis conflictos, de mi<br />
matrimonio, le informé que mi señora estaba embarazada, le referí<br />
cómo trituraba <strong>la</strong>s verduras y le dije que estábamos a <strong>la</strong> orden <strong>para</strong><br />
hacerle <strong>la</strong> manicura. No sé qué me pasó, no sabía a ciencia cierta porqué<br />
le decía todo esto. María Alejandra con su prominente barrigota le<br />
manifestó:<br />
—Aquí tengo solo brillo por si necesita arreg<strong>la</strong>rse <strong>la</strong>s uñas.<br />
He reflexionado sobre nuestra conducta y creo que estábamos a<br />
punto de un ataque o de un co<strong>la</strong>pso nervioso o de un accidente cardiovascu<strong>la</strong>r.<br />
—Señores, a esta dependencia se le está practicando una auditoría;<br />
se tiene <strong>la</strong> presunción que lo antiguos funcionarios de esta dependencia<br />
están incursos en problemas de corrupción y por lo tanto, no operará<br />
hasta nuevo aviso.<br />
Esto no podía ser, el señor estaba bromeando. María Alejandra, le<br />
contó todas <strong>la</strong>s peripecias que tuvimos que realizar <strong>para</strong> conseguir cada<br />
uno de los recaudos solicitados por <strong>la</strong>s seis taquil<strong>la</strong>s que habíamos visitado.<br />
El señor, eficiente en <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra, como cualquier empleado nuevo,<br />
nos informó:<br />
—Los antiguos funcionarios corruptos, se llevaron los archivos<br />
<strong>para</strong> su casa y da <strong>la</strong> impresión que los quemaron, <strong>para</strong> que no se encontraran<br />
evidencias de los hechos punibles.<br />
Cuando nos despertamos estábamos en el hospital psiquiátrico,<br />
cada uno amarrado con camisas de fuerzas. Nos mantuvieron internados<br />
durante una semana hasta que consideraron que estábamos fuera<br />
de peligro. Mucho tiempo después, nos enteramos que salimos como<br />
JOSPJ<br />
Catastro-fe
locos de <strong>la</strong> dependencia oficial, corriendo por el medio de <strong>la</strong> calle,<br />
pegando gritos, maldiciendo todas <strong>la</strong>s religiones, todos los dioses, todos<br />
los gobiernos, maldiciendo hasta <strong>la</strong>s maldiciones. Nos recogieron desmayados<br />
a veinte kilómetros de <strong>la</strong> oficina de catastro. Afortunadamente,<br />
María Alejandra no perdió el niño.<br />
Actualmente mi hijo tiene dieciocho años y va por <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong><br />
número ciento cuatro en espera del documento. Nosotros, fundamos<br />
una academia sin fines de lucro, muy cerca de <strong>la</strong> oficina de catastro,<br />
donde se dan cursos de meditación trascendental, se lee el tarot, se dan<br />
conferencias sobre yin-yang, cursos de autorrealización y de regresión<br />
hipnótica. Nuestros principales clientes son los usuarios de <strong>la</strong> oficina de<br />
catastro; a ellos nos los envían los diferentes empleados de <strong>la</strong>s casil<strong>la</strong>s de<br />
<strong>la</strong> oficina de catastro. No nos podemos quejar de <strong>la</strong> catástrofe de país<br />
pero tenemos fe en <strong>la</strong> oficina de catastro.<br />
JOSQJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
Cuento erótico<br />
—Mami, qué rico, anoche tuve un sueño erótico.<br />
Con esa fantasía onírica se levantó Anita una mañana del día<br />
domingo.<br />
—Todo lo que ocurrió durante el sueño fue fantástico… —así<br />
continuó conversando con su madre el pequeño ángel en un esplendoroso<br />
amanecer. La madre de Anita, ante tamaña afirmación se mostró<br />
sorprendida y por su mente pasaron todas <strong>la</strong>s visiones y <strong>la</strong>s experiencias<br />
eróticas por <strong>la</strong>s que había pasado. A su memoria le llegaron algunas de<br />
<strong>la</strong>s escenas de <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> El último tango en París a <strong>la</strong> que acudió con su<br />
novio José Ángel, su actual marido y padre de <strong>la</strong> niña. A <strong>la</strong> madre de<br />
Yenifer, que así se l<strong>la</strong>maba <strong>la</strong> progenitora de Anita, le dijeron que ese<br />
día iban a ver La venganza del Zorro, pero prefirieron dirigirse a un cine<br />
lejos de <strong>la</strong> capital, <strong>la</strong> única sa<strong>la</strong> de espectáculo donde se estaba presentando<br />
dicho film erótico. Trató de recordar parte de <strong>la</strong>s escenas de <strong>la</strong><br />
pelícu<strong>la</strong>, <strong>para</strong> ver si con ello se corresponderían con los sueños de su<br />
angelito quien apenas tenía siete añitos. Cuando le llegaron a su<br />
cerebro algunos de los cuadros de <strong>la</strong> proyección, sintió un gran regocijo<br />
porque fue durante ese momento cuando José Ángel preso de un gran<br />
arrebato de locura y sensualidad le pidió el primer beso y casi le había<br />
OSR
ozado con su mano sus púberes pechos. El<strong>la</strong>, en respuesta a los<br />
impulsos eróticos desmedidos de su gran amor, atendió su solicitud;<br />
armada de un ardiente e incontro<strong>la</strong>do p<strong>la</strong>cer puso sus <strong>la</strong>bios carnosos y<br />
húmedos en los de su sensual novio. Sabía, en su fuero interno, que en<br />
esa pelícu<strong>la</strong> no podría encontrar <strong>la</strong> respuesta adecuada <strong>para</strong> su tierna<br />
hija y le p<strong>la</strong>ticó, como suelen hacerlo <strong>la</strong>s madres asustada de <strong>la</strong> precocidad<br />
infantil.<br />
—Anita, ¿qué conversaciones son esas <strong>para</strong> una niñita de tu edad?<br />
—fue lo único que atinó a decir, preparándose por si Anita nuevamente<br />
insistía sobre <strong>la</strong> misma cuestión. Le dio temor pedirle que le describiera<br />
y le detal<strong>la</strong>ra los pormenores y <strong>la</strong>s escenas del sueño erótico por temor a<br />
enfrentarse a una cruda realidad.<br />
Durante una pausa en <strong>la</strong> conversación con <strong>la</strong> niña, también recordó<br />
el décimo día de <strong>la</strong> luna de miel, cuando fueron a <strong>la</strong> casa de un amigo de<br />
José Ángel quien tenía un betamax y de una manera picaresca le sugirió<br />
a su marido:<br />
—Pepe Ángel, como estás de luna de miel te voy a colocar una<br />
cinta muy excitante l<strong>la</strong>mada Garganta profunda que es lo último en erotismo<br />
en el Norte.<br />
Como estaban casados, su marido se imaginó que no tendría importancia<br />
que miraran juntos una pelícu<strong>la</strong> erótica. El inicio del film fue<br />
tierno y dulce pero luego comenzaron aparecer escenas muy ardientes y<br />
se acordó, como si fuera hoy, <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de José Ángel:<br />
—Esta pelícu<strong>la</strong> raya en <strong>la</strong> pornografía y tú mi amor, eres una mujer<br />
muy decente, por lo tanto no debes ver esta aberración.<br />
Al ponerse su marido de pie <strong>para</strong> retirarse de <strong>la</strong> casa del amigo<br />
observó, por algo muy notorio, que su marido estaba encendido de erotismo.<br />
Esa noche una vez que se acostaron fantaseó en su pensamiento,<br />
a escondidas de su marido, sobre lo poco que pudo recordar de <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong>.<br />
En solitario, recordó que fue una ve<strong>la</strong>da cargada de sensualidad.<br />
—Pero, mami: ¿no quieres que te cuente mi sueño erótico?<br />
La voz dulce del ángel impedía que su madre abrigara malos pensamientos.<br />
La niña continuó <strong>la</strong> conversación sobre el tema:<br />
—Ayer en el colegio, durante el recreo, cuando estaba comiéndome<br />
<strong>la</strong> merienda, Andrés, el hijo de <strong>la</strong> vecina, el que estudia segundo grado,<br />
se colocó a mi <strong>la</strong>do y me dijo que lucía muy erótica —continuó Anita<br />
insistiendo a su madre sobre el mismo tópico—. Además, anoche en <strong>la</strong><br />
JOSSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
tele el locutor gritaba “Vea el próximo sábado, en un programa <strong>para</strong><br />
todo público, <strong>la</strong>s danzas eróticas y sensuales de <strong>la</strong>s bai<strong>la</strong>rinas árabes”.<br />
La madre de <strong>la</strong> niña maldijo <strong>la</strong> televisión y le deseó <strong>la</strong> muerte al<br />
presentador, pero extrajo de su mente los bailes a los que su hija había<br />
hecho referencia. En cierta oportunidad, en un restaurante de comida<br />
libanesa <strong>la</strong>s habías visto, pero eso en nada se parecía a <strong>la</strong>s escenas del<br />
Último tango y a lo poco que recordaba de Garganta profunda.<br />
—Bueno, Anita, yo no sé mucho de eso —tratando de ac<strong>la</strong>rar conceptos—.<br />
Creo que el erotismo tiene que ver con los brincos, movimientos<br />
y con <strong>la</strong>s campanil<strong>la</strong>s que tienen <strong>la</strong>s bai<strong>la</strong>rinas —dijo creyendo<br />
que con esto finiquitaba el asunto del erotismo.<br />
—¿Quiere decir que mientras más se brinque y más se meneen <strong>la</strong>s<br />
bai<strong>la</strong>rinas, el baile es más erótico? —insistió nuevamente <strong>la</strong> niña. Pensó<br />
en lo orgullosa que se sintió cuando su hija pronunció <strong>la</strong>s primeras pa<strong>la</strong>bras<br />
y ahora el máximo de su felicidad sería el silencio de Anita, quien<br />
estaba empeñada en hurgar en un este tema tan escabroso.<br />
—Sí mi amor, debe ser algo como eso, de todos modos deja que<br />
venga tu papá <strong>para</strong> que consultes esa cosa.<br />
De esta manera <strong>la</strong> madre de Anita creyó dejar resuelto, por los<br />
momentos, el descomunal problema y dilema en el que <strong>la</strong> había metido<br />
su tierna hija. Temporalmente había pasado <strong>la</strong> borrasca.<br />
Al retornar José Ángel de comprar el periódico, <strong>la</strong> madre de Anita<br />
lo llevó al tá<strong>la</strong>mo nupcial, lo sentó con cierta parsimonia, mostrando en<br />
su rostro <strong>la</strong> angustia que le carcomía sus entrañas. Quería abonarle el<br />
terreno en el caso de que <strong>la</strong> niña lo acosara a preguntas y así, lo dos<br />
juntos hal<strong>la</strong>rían el camino adecuado <strong>para</strong> darle <strong>la</strong> respuesta correcta en<br />
concordancia con <strong>la</strong>s virtudes de una niña de tan tierna edad.<br />
—José Ángel, no te angusties, pero te voy a decir algo sumamente<br />
delicado. Se trata de nuestra hija.<br />
El marido miró <strong>la</strong> cara de aflicción de su esposa y no dijo ni una<br />
so<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra y esperó que continuara.<br />
—Creo que nuestra hija está de siquiatra. En el<strong>la</strong> se ha producido<br />
un proceso de madurez muy violento, tiene todo los indicios en <strong>la</strong> que<br />
su edad mental no se corresponde con su edad cronológica. Anita es<br />
una mujer madura.<br />
Con esta per<strong>la</strong> inició <strong>la</strong> madre de <strong>la</strong> niña <strong>la</strong> conversación sobre el<br />
grave problema por el que estaba pasando <strong>la</strong> heredera.<br />
JOSTJ<br />
Cuento erótico
El “no te angusties” de su mujer no tuvo efecto, porque José Ángel<br />
sí se perturbó. Se puso pálido y se quedó estupefacto ante el problema<br />
p<strong>la</strong>nteado por su amada esposa. El mutismo era <strong>la</strong> mejor evidencia del<br />
temor a enfrentar una cruda realidad y transcurridos varios segundos<br />
preguntó:<br />
—¿Qué le pasa a mi niña, Yenifer? —luego, con su rostro de marcada<br />
angustia, formuló <strong>la</strong> pregunta esperada—: ¿Anita se desarrolló<br />
prematuramente?<br />
La esposa contempló <strong>la</strong> cara de preocupación de su esposo y con<br />
voz trému<strong>la</strong> le manifestó:<br />
—No, no es eso, es algo peor. Nuestra hija es una niña erótica —y<br />
luego de ello se postró sobre <strong>la</strong> almohada y se vino en l<strong>la</strong>nto. Ante tal<br />
respuesta el buen padre levantó los brazos y <strong>la</strong>s manos hacia el cielo,<br />
como queriendo atrapar su ángel de <strong>la</strong> guarda <strong>para</strong> preguntarle por qué<br />
le había echado tremenda broma. Con onda preocupación le pidió a su<br />
mujer que ahogara su l<strong>la</strong>nto y le respondiera:<br />
—Yenifer, ¿cómo puedes afirmar que nuestra querida niña está<br />
presa del erotismo?<br />
Estas pa<strong>la</strong>bras <strong>la</strong>s pronunciaba José Ángel, mezclándo<strong>la</strong>s con su<br />
pensamiento, donde veía a Satán o algún espíritu maligno dentro del<br />
cuerpecito de su niña. A su memoria le vinieron los súcubos; sabía que<br />
su hija fue bautizada por su tío Jorge, seminarista y casi santo. Su mujer<br />
balbuceó con una voz apagada y llorosa:<br />
—¿Habrá que hacerle un exorcismo como el que vi en una pelícu<strong>la</strong>?<br />
José Ángel tomó nuevamente <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra y le formuló una pregunta:<br />
—No, no puede ser ¿qué argumentos tienes <strong>para</strong> afirmar semejante<br />
locura?<br />
La patibu<strong>la</strong>ria mujer sacó <strong>la</strong> cara de <strong>la</strong>s profundidades de <strong>la</strong> almohada<br />
y le contestó a su esposo <strong>la</strong> cruda realidad:<br />
—Anita me confesó que había tenido un sueño erótico.<br />
Así sentenció Yenifer con voz quejumbrosa y se tendió en los<br />
brazos de su esposo, quien <strong>la</strong> sintió como derretida, casi como que su<br />
sistema óseo fuera de mantequil<strong>la</strong>.<br />
—¡¿Un sueño erótico?! —gritó José Ángel— Y ¿cuál sueño fue<br />
ese? —repreguntó sorprendido el hombre a su mujer, quien se encontraba<br />
en sus brazos tendida como una muñeca de trapo.<br />
—Yo no sé José Ángel, tú bien sabes que yo no estoy enterada de<br />
esas cosas, no se lo pregunté. Además en muy pocas ocasiones me he<br />
JOSUJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
sentido erótica, recuerda que una de el<strong>la</strong>s fue cuando vimos aquel<strong>la</strong>s<br />
pelícu<strong>la</strong>s —estas últimas frases le dijo con un dejo de vergüenza como<br />
sintiéndose culpable de haber cometido una atrocidad. José Ángel <strong>la</strong><br />
apartó de su <strong>la</strong>do, debía demostrarle a su mujer el asombro y el terror<br />
producido por sus pa<strong>la</strong>bras. Se sentó a <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> de <strong>la</strong> cama y escondió <strong>la</strong><br />
cara entre sus manos. Él, conocedor de <strong>la</strong>s cosas referidas al sexo y del<br />
erotismo, comprendió que su hija estaba en grandes problemas. A<br />
pesar de que a el<strong>la</strong> le habían desalojado de su alma el pecado original,<br />
tendría que rescatar<strong>la</strong> nuevamente de <strong>la</strong>s garras de Satán. Debía pensar<br />
con calma y se propuso a trazar un p<strong>la</strong>n; debía de encontrarle solución<br />
al caso de doble personalidad por el que estaba pasando su querido ángel.<br />
Tenía <strong>la</strong> certeza que el rostro de su niña era idéntico al de <strong>la</strong> Virgen<br />
de <strong>la</strong> Conso<strong>la</strong>ción; otros amigos le habían dicho que Anita se parecía a<br />
los querubines de <strong>la</strong> iglesia que <strong>la</strong> familia frecuentaba.<br />
Durante el tiempo que permaneció sentado en <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> del lecho<br />
nupcial le vinieron a su memoria todas <strong>la</strong>s imágenes eróticas que almacenaba<br />
en su cerebro. Había leído algunos libros de literatura erótica,<br />
entre ellos el Kamasutra y veía con c<strong>la</strong>ridad, como si <strong>la</strong>s tuviera viendo,<br />
<strong>la</strong>s posiciones de <strong>la</strong>s parejas en el acto de amor. Sabía que muchas de<br />
el<strong>la</strong>s eran copias de esculturas que estaban en los templos de carácter<br />
religiosos en <strong>la</strong> India, no por ello, a pesar de <strong>la</strong> religiosidad de <strong>la</strong>s imágenes,<br />
dejó de temer por <strong>la</strong> virtuosidad de su hija. Le vinieron a su<br />
memoria los cuadros de <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> Garganta profunda, que él sí había<br />
visto con su amigo, sin Yenifer, un tiempo después. Recordó que al final<br />
de <strong>la</strong> cinta se encontraba que explotaba. Ese mismo día, junto a su<br />
esposa descargó en una noche de locura y de p<strong>la</strong>cer, toda <strong>la</strong> pólvora acumu<strong>la</strong>da.<br />
En fin, <strong>la</strong> remembranza de todas esas imágenes le confirmaron<br />
<strong>la</strong> necesidad de consultar un siquiatra infantil <strong>para</strong> que le tratara el caso<br />
de doble personalidad de su hija o en último caso, se dirigiría al obispo<br />
<strong>para</strong> explicarle lo sucedido y por lo tanto, que él mismo procediera, lo<br />
más rápido posible, a practicarle un exorcismo a su bien amada niña.<br />
Estaba seguro que Anita le iba a insistir con el tema, salió corriendo<br />
a <strong>la</strong> biblioteca en busca del pequeño “Larousse” ilustrado y de esta manera<br />
ac<strong>la</strong>rar el significado de <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra erotismo.<br />
Erotismo: Amor enfermizo. Calidad de erótico. Afición desmedida y enfermiza<br />
en lo que concierne al amor. Amor sensual exacerbado<br />
JOSVJ<br />
Cuento erótico
Pobre José, quien aseguraba que los diccionarios servían <strong>para</strong> resolver<br />
problemas, pensó que lo que hizo fue complicarse <strong>la</strong> vida. Cuando<br />
siguió leyendo sobre <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>brota gritó:<br />
—¡Qué horror, mi niña es una erotómana que padece de erotomanía!<br />
Pobrecita mi Anita. Dios mío estoy en tus manos, toma mi vida<br />
con tal de que alejes al demonio que vive en <strong>la</strong>s entrañas de mi pobre<br />
hija —y siguió casi en tono de plegaria—: El<strong>la</strong> que nació casi sin<br />
pecado original, debido a <strong>la</strong> santidad de su madre, no es <strong>la</strong> responsable<br />
de <strong>la</strong>s culpas de su padre.<br />
Convencido de <strong>la</strong> gravedad del asunto, se dirigió al cuarto nupcial<br />
en busca de <strong>la</strong> cadena de bautizo. Esta joya valiosa <strong>la</strong> mantenía guardada<br />
<strong>para</strong> proteger<strong>la</strong> de un arrebatón; decidió que <strong>la</strong> colocaría en el cuello<br />
tierno de su bebé. Así armado con <strong>la</strong> imagen de <strong>la</strong> Inmacu<strong>la</strong>da Virgen<br />
del Carmen, una gran tristeza y una profunda duda se dirigió al dormitorio<br />
de Anita <strong>para</strong> desalojar a Mefisto del cuerpo menudo de su hija.<br />
Al entrar al dormitorio de <strong>la</strong> adorada, <strong>la</strong> encontró sobre <strong>la</strong> cama<br />
despierta, vestida con un monito rosado; el<strong>la</strong>, al verlo llegar lo recibió<br />
con una bel<strong>la</strong> sonrisa, un afectuoso abrazo y un beso en <strong>la</strong> mejil<strong>la</strong>. Con<br />
una gran longanimidad, el padre le correspondió con sus mimos a su<br />
reina, objeto de su veneración; de inmediato se preguntó dentro de sí:<br />
“¿Cómo es posible que en el cuerpecito de una criatura tan delicada pueda<br />
insta<strong>la</strong>rse el demonio?”. Sacó <strong>la</strong> cadena con <strong>la</strong> medallita de <strong>la</strong> Inmacu<strong>la</strong>da<br />
y se <strong>la</strong> colocó en el cuello, no sin el temor de quemar<strong>la</strong> como había<br />
visto en una pelícu<strong>la</strong>. Le dio un beso en <strong>la</strong> frente en espera de <strong>la</strong> conversación<br />
que le estaba atormentando.<br />
Al <strong>la</strong>do de Anita estaba Bobi, el lindo osito de peluche que su<br />
padre le había rega<strong>la</strong>do en su último cumpleaños; con él dormía abrazada<br />
todas <strong>la</strong>s noches. Al rato de cruzar breves pa<strong>la</strong>bras se encontraron<br />
<strong>la</strong>s miradas: <strong>la</strong> de el<strong>la</strong> tierna y dulce y <strong>la</strong> de José, llena de angustia, tristeza<br />
y preocupación. Anita le dijo:<br />
—Papi, qué bonito es el erotismo.<br />
Su padre escuchaba resignado y pensaba que tenía que buscar en<br />
<strong>la</strong>s páginas amaril<strong>la</strong>s de <strong>la</strong> guía el teléfono del siquiatra infantil.<br />
Además, tendría que ir a <strong>la</strong> catedral, junto con su compadre, <strong>para</strong> solicitar<br />
una audiencia con el obispo.<br />
—Te voy a <strong>contar</strong> el sueño erótico que tuve anoche.<br />
Y su padre le contestó:<br />
—Espérate un momento que voy a <strong>la</strong> biblioteca.<br />
JOTMJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê
José se dirigió al sitio referido en busca de una grabadora de bolsillo<br />
<strong>para</strong> grabar <strong>la</strong> conversación, como prueba testimonial de <strong>la</strong> posesión<br />
demoníaca; dicha cinta se <strong>la</strong> llevaría primero, al siquiatra y luego al<br />
obispo. Pasó por <strong>la</strong> alcoba matrimonial y vio a su esposa postrada sobre<br />
<strong>la</strong> cama, se asomó a <strong>la</strong> puerta y le confirmó:<br />
—Tenías razón Yenifer, nuestra hija está atravesando por una etapa<br />
muy peligrosa, trataré con todas <strong>la</strong>s fuerzas de mi alma recuperar<strong>la</strong><br />
de <strong>la</strong>s garras de quien <strong>la</strong> tenga.<br />
No le nombró al Diablo <strong>para</strong> no mortificar<strong>la</strong> más de lo que estaba.<br />
Así abandonó el dormitorio matrimonial <strong>para</strong> luego entrar a <strong>la</strong> de Anita.<br />
Le pidió a su hija que antes de empezar a re<strong>la</strong>tarle el sueño que, por<br />
favor, apretara con fuerza, con <strong>la</strong> mano del corazón, <strong>la</strong> medal<strong>la</strong> de <strong>la</strong><br />
cadena del bautizo. Así pensó que <strong>la</strong> colocaba más cerca de Dios y <strong>la</strong><br />
alejaba del Maléfico. Anita comp<strong>la</strong>ció a su padre y comenzó a re<strong>la</strong>tar su<br />
sueño erótico:<br />
—Anoche soñé que tú, mami y yo caminábamos por un parque,<br />
era una linda pradera verde con muchas rosas amaril<strong>la</strong>s. En cierto<br />
momento un hada madrina se nos acercó, tocó con su varita mágica a<br />
Bobi, como por encanto, el osito adquirió vida y nos acompañó feliz<br />
durante todo el paseo —y al final Anita sentenció— ¿Ves papi, lo lindo<br />
que es el erotismo?<br />
A José Angel le bajó el torrente sanguíneo de <strong>la</strong> cabeza a los pies,<br />
directo, sin pasar por otra parte del cuerpo. Sintió que le habían quitado<br />
un ascensor de <strong>la</strong> espalda y sólo atinó a decir con unas lágrimas retenidas<br />
en sus ojos:<br />
—Sí, Anita, qué lindo es el erotismo.<br />
Le dio el beso de <strong>la</strong>s buenas noches y le susurró al oído:<br />
—Que duermas bien mi reina.<br />
JOTNJ<br />
Cuento erótico
Índice<br />
Nota del autor . . . . . .V<br />
Asesinato frustrado . . . . . .NN<br />
El santuario de <strong>la</strong> paz . . . . .NP<br />
La Diosacaballonegra . . . . .OT<br />
La santidad de Críspu<strong>la</strong> . . . . .PP<br />
La estatua . . . . .PV<br />
Edén y Averno . . . . .RP<br />
Siete cruces en Agua de Vaca . . . . .RR<br />
Albanieves<br />
y los siete chiquitos . . . . .TP<br />
Celos . . . . .UN<br />
Los héroes de mi patria . . . . .UV<br />
Luces de <strong>la</strong> gran ciudad . . . . .VT<br />
Longevo americano . . . .NMT<br />
La joven directora . . . . .NON<br />
Diálogos con el vividor . . . . .NPN<br />
El mediático . . . .NQR<br />
Libertad . . . . .NRN
La nacionalidad . . . .NSP<br />
Quique. Biografía . . . .NTP<br />
Ovario 2050 . . . . .NUN<br />
La muerte de mi gran amor . . . .NVN<br />
Candilejas en El Paralelo . . . .OMN<br />
El iluminado de<br />
San Sebastián . . . .ONV<br />
Un cuento posmo . . . .OOR<br />
El proyecto de un<br />
connotado ciudadano . . . .OPR<br />
Catastro-fe . . . .OQT<br />
Cuento erótico . . . .OSR
Fundación <strong>Editorial</strong><br />
el<strong>perro</strong>y<strong>la</strong>rana
Se terminó de imprimir en ÉåÉêç ÇÉ OMMT<br />
en cìåÇ~Åáμå fãéêÉåí~ ÇÉä jáåáëíÉêáç ÇÉ ä~ `ìäíìê~<br />
Caracas, Venezue<strong>la</strong>.<br />
La edición consta de NKMMM ejemp<strong>la</strong>res<br />
impresos en papel Ensocreamy, RR gr.
ISBN 980-396-159-4<br />
9 7 8 9 8 0 3 9 6 1 5 9 6