La Placeta de Lorca nº 92 - Abril 2022
El mes de abril nos deja el balance de la Semana Santa del regreso con muy buenos datos turísticos y un impacto económico en la ciudad superior a los veinte millones de euros. Pero también traemos cine, con nuestra portada dedicada a Margarita Lozano y firmada por Carmen Ros Ortuño; además, Luis Campoy nos presenta su libro El cine en PANTALLA GRANDE. Con el pintor Miguel García Peñarrubia recorreremos sus cincuenta años al servicio del arte. Como cada mes, nuestras secciones habituales. La Placeta en las aulas la dedicamos al trabajo de los alumnos del IES San Juan Bosco sobre el techo de cristal. Nuestras recomendaciones literarias y un deseo de que la primavera siga bien.
El mes de abril nos deja el balance de la Semana Santa del regreso con muy buenos datos turísticos y un impacto económico en la ciudad superior a los veinte millones de euros. Pero también traemos cine, con nuestra portada dedicada a Margarita Lozano y firmada por Carmen Ros Ortuño; además, Luis Campoy nos presenta su libro El cine en PANTALLA GRANDE. Con el pintor Miguel García Peñarrubia recorreremos sus cincuenta años al servicio del arte. Como cada mes, nuestras secciones habituales. La Placeta en las aulas la dedicamos al trabajo de los alumnos del IES San Juan Bosco sobre el techo de cristal. Nuestras recomendaciones literarias y un deseo de que la primavera siga bien.
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38 OPINIÓN
Crónica de una guerra
por Gemma de Greco
1. Solo un destello es suficiente para señalar el sendero que a su luz
fugaz, fugífera, se vislumbra como tarde de esta primavera, desnuda
aún, hecha soledad en esta tormenta de fuego y sangre en Ucrania.
Así se mece el árbol blanco y sepulta la sangre que el fanatismo
siembra sobre la última nieve, que inquieta el sensible corazón de
quien, con estupor, lee el último parte de una guerra que nunca
debió iniciarse, vieja y puta Europa. Putivieja: acude, corre, vuela en
su socorro, traspasa la alta sierra, ocupa el llano, no dejes la bestia
correr por el altozano, que vaya a su lindero. Sopla un vientecillo
aromado de dolor suave. Parece un vuelo de mariposa sobre una camelia
caída sobre el agua que corre por el silencio de este momento.
El monte está oscuro, tapado por esa grisalla de abedul detenida
sobre la cima del perfume perplejo. No suene a muerto la campana:
asusta al pavo real que vuela dócil, sin compaña, y hace su rueda
ante el paisaje. Mientras, esperamos los ruidos de la guerra, los rezos
de las merlas, los saltos de los ciervos, los llantos de los lagartos,
cuyas lágrimas florecen mientras la tarde se viste de seda y soy, a la
puerta del sueño, áncora que se sumerge, relámpago que rompe la
paz del jardín. Alguien acude al oratorio mientras sigo ocupada escuchando
los mismos lamentos que un día aciago llenaron el cielo
de Gernika, de Alepo y de tantas ciudades nobles quemadas y arrasadas
para gozo del Nerón de turno.
2. Acabará mi vida sin saber muchas cosas, innecesarias posiblemente.
Quizá sea la primera entender quién soy para conocerme.
Mas quedan otros mundos no visibles para mí cuyo canon se asiente
en un pequeño rincón, el del arpa dormida, por ejemplo. Es el lugar
de las cosas posibles. ¿Cómo hubiera sido de ser negra? Nada se sabe
hasta que llega ese lenguaje sin éxito porque solo soy un lóbrego peldaño
que corona algún que otro espacio de moda, de deporte, de
música espontánea sin necesidad de llegar a la elegancia. Eso sucedió
cuando el futuro estaba entrando en la soledad de la cultura anónima,
la que se esconde en una chabola desde la que la vida tiene
otras perspectivas, otro cauce participativo, otra realidad aunque
sea vulgar. Así que, cuando pusieron el pasaporte en mi mano y me
empujaron hacia el paquebote ya sabía yo que conmigo venía tanta
discriminación como odio cabe en un bolsillo esperando sacar brillo
a las cuatro monedas que estaban en él presas y los puentes tendidos
no eran alianzas nobles. Eran un lugar por el que se cruza perseguido
por el frío sarcasmo que deja bien claro quién era hijo de
Dios y heredero de su gloria.
3. Da la sensación ahora de que acaban ya las tardes invernales.
Están oscuros los límites impuestos por los crespones que soportan
las cruces del parque. Son como árboles semejantes a un claustro
desolado. Andas por ese camino, echando vaho con olor a café y
duelo. Nadie iba por la orilla si es que alguien había salido al crepúsculo
destemplado, huyendo de los sucesos sin inocencia y llenos de
sangre coagulada, sangre civil, lamida por los perros por esos senderos
agujereados como el emmental. Carcomida queda el ánima
sin dulzura, como el cielo entrado en la noche que tiene atadas las
manos. Nacerá la ilusión junto a un montón de ruinas. La muerte
queda enterrada y las fosas están repletas de hombres sin fusil, sin
vida, sin nombre. Muchas cosas perecen sepultadas bajo la neblina
que evita entrarse en los ojos y mirar así las manos con agujeros de
bala, no son clavos, son aberturas por donde escapó el alma que servía
para vivir, son el hielo endurecido de un hombre hueco que en
su despacho solitario juega a ser dueño de un mundo que no es el
suyo. Por eso lo arrebata tirando bombas de verdad y proyectiles
mortíferos. Ese hombre nada tiene en común con los hombres que
acogen las palomas y besan la paz cada día a la hora en la que un
poema tiene nombre de llanto.
4. Qué me va a importar si me miras mientras me aparto,
aparentemente distraído, de la antesala de los comienzos del día
que parece una herida sin sangre, sin nombre, sin luz, sin belleza
alguna. Ahí quedo, fuera de esa contemplación sosegada. ¿Por
qué no parpadeas mientras recojo la hoja de acanto y me ato a la
columna del silencio?: es una breve soledad tan hermosa que
llena un instante el vacío quizá nostálgico o con la hondura confundido.
No, me iré a otro mundo más complaciente que este.
Estoy aquí y quiero ser paisaje, no arrullo, no sueño, no rumor,
no sonido. Una mirada tuya es un mundo dentro de una flor que
tiene lágrimas en su corola y esas gotas llegan al jardín y allí son
quietud. No saben que hay una guerra por ahí y que hasta aquí
llegan los silbidos de las balas y los alaridos de los pobres ucranios
que mueren. Un día de estos me haré altar. Allí será la hecatombe
por tanta gente como yo que también miraban por la tarde
la nieve que blanqueaba el jardín tan verde y amarillo, mientras
bebían su café a la orilla de un salmo que sonaba tras la celosía.
Yo rezaré por ti como si fuera hoy el último día que el viento se
lleva tanta gente como si fuera otoño y cayeran las hojas que alguien
puso en la ventana de tu miedo, en el lugar de tu coraje.