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los labios resecos. Se los

humedeció y comprobó, nervioso,

que aún llevaba en la muñeca su

viejo Cartier.

—Bueno, todavía no estoy

muerto. ¿Le parece bien que vaya a

hacer un pis yo sólito, sin ayuda

federal, jefe?

—No hay problema.

Clive se dio cuenta de que

Nancy estaba enfadada.

—¿Está bien, señorita FBI?

Parece mosqueada. No se habrá

mosqueado conmigo, ¿no?

—Claro que no.

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