Almacigo
Compilado de poemas inéditos de Gabriela Mistral editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile
Compilado de poemas inéditos de Gabriela Mistral editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile
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32 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l América 33
Amé r i c a
Brasil
Cordillera
Cristo del Corcovado
Hombres de Chile
Marcha nocturna
Montaña y mar II
Padre Bolívar
Padre Lincoln II
Selva
Siesta en el trópico
Volver, no
34 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l América 35
Br a s i l
Voy a aprenderme esta tierra
adonde me trajo un viento,
una marea y un leño.
Aprenderme quiero uno por uno,
Dios mío, sus árboles
que veía en sueños, y aprenderme
como palabra, cada fruto.
Desde el fondo de las quebradas,
aprenderme los mugidos
nuevos de los animales.
El extraño sabor del aire,
aprendérmelo, lleno de sal,
de polen y caña de azúcar.
Esta rojez de la tierra
parecida a Bartolomé,
con mi espalda sobre ella, aprendérmela.
El fervor de los colibríes
en los cafetos floridos,
parecidos al hervor del cielo;
antes del cielo, aprendérmelo.
Quiero moler todas las gomas,
las resinas y los bálsamos
con mis dientes y con mis manos
hasta que mi cuerpo tenga
tus colores y tus sabores
y en mí no quede cosa extranjera.
Cura mi cuerpo, salva mi alma
con tanta hierba ferviente,
tanta agua baptista y dulce
y columpio lento de orquídeas.
Aprender el habla tuya quiero
aunque deba quemar la mía,
hasta que el sabá me entienda,
los pastos me hagan señas
y se me alleguen las serpientes.
Mírame a los ojos, óyeme los pulsos,
sílbame bien tu secreto,
échame en tierra, revuélveme
con tus santas motas de tierra,
tus matorrales locos de insectos
y tu champaña de mariposas.
Me sé el recuerdo como el olvido.
Me olvidaré del olivar,
de los pinos y los encinares.
Tómame que yo te tomé.
34
36 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l América 37
Cor d i l l e r a
Cri s t o de l Co r c o v a d o
Por tus cumbres van los caminos
en las señales olvidadas.
Va el camino sacro del Inca
y las vicuñas bolivianas.
Por los valles que no los busquen,
por los bajíos no los hallan.
Van por la línea del sol blanco
los caminos de nuestra raza.
Subiremos por fin un día
en un tropel blanco de llamas
e iremos de Ancud a Orinoco
y de Aconcagua a Santa Marta.
Patrias andinas del silencio
fiel y delicada Patria.
Son torrentes y torrenteras
y son glaciares y avalanchas
pero en lo alto está el silencio
riguroso como la espada.
Cordillera, duro secreto,
intacto enigma, entera hazaña
que al quechua echaba de rodillas
y a la quena soplaba el alma,
iremos a donde tú quieres,
callaremos diez mil mañanas,
seremos como musgo y liquen
aferrados a tu peana
hasta que caiga tu secreto
a nuestra lengua atribulada.
Cordillera horadada como
terrible reino subterráneo
que a veces como padre llama.
Granada de hierro y de cobre
que talvez guardas nuestras almas,
si sobre el sol no están mis muertos,
guárdalos tú, divina cápsula,
callado puño de metales,
guárdamelos, terca y callada.
Cordillera de los Andes,
madre mía, madre lejana
más allá de mares atlánticos,
más allá de las muchas aguas,
que no se logró con los brazos
con el Amor ni con la Esperanza.
Tan lejana que ya se vuelve
la carne y bulto del fantasma.
Madre con lomos y regazos
y sin pestañas y sin cara,
corazón sacro y recóndito
que sin semblante nos mirara,
angustiada Madre sin brazos,
extraña Madre sin palabra,
perdidamente te adoramos,
perdidamente, la Adorada,
persiguiéndote en peñascales
y en las faldas, brazos y cara.
Cordillera de los Andes,
más leal que Vías Lácteas,
oleaje de Eternidades,
guárdanos al Adán pálido y rojo,
guarda la carne americana
despeñada de tus costados
y desgajada de tus faldas.
No salí de tus laberintos.
No salvé tus encrucijadas,
vadée en vano cuarenta vados,
crucé en vano la mar amarga.
Mis noches son repechos rojos
y mis encantamientos, abras.
Canto dormida en picos de oro
los hosannas de las infancias
y en mi muerte daré tu máscara.
Me acostaron sobre tu lomo
y me clavaron a tu espalda.
Nunca tendré los llanos dulces
ni dormiré sobre las playas.
Llanos y dunas me miraron
en mí tus hornos y tus fraguas.
Cristo blanco del cerro Corcovado,
tienes la tierra además de tu cielo
y en el día nos das tus mil costados
y por las noches te quedas suspenso.
Fruto del aire, viento arracimado,
y tan fantástico y tan verdadero
que no se sabe al verte sin tocarte
que ya no atina el pobre desvarío
si es que subiste o que te descendieron.
Detrás de ti ya se agruma la selva
y tú persigues su viejo misterio
y ella te ve como un extraño fruto
y las islas echadas como un vuelo.
Ando yo por el llano y por las dunas
cogiendo tus costados que no cuento
para que de uno baje tu relámpago
y que por fin yo te reciba entero.
Duermo cortada de tu blanco filo
y antes de hallar al sol te encuentro
y mi día de palmas y de olas
me cortas a lanzadas de reflejos.
Y así, a mitad de la tierra y del aire
no sé bien si te tengo o no te tengo.
Me tumba, Cristo, tu señal erguida,
me tumban, Cristo, tus brazos abiertos,
no sé si eres la cuesta del subir
o la voz de quedar lo que te entiendo.
Miran tu espaldas y tus palmas abiertas
y no te sabes ni el cerca ni el lejos
y los brazos no saben sus rodillas
para bajarse, y te duran abiertos.
Ves el Brasil en gajos repartido
de agua, de cafetal y pastos lentos
y todo lo disuelto y lo apuñado,
te ve dichoso de tenerte entero,
fruto del cielo, fruto vertical,
de aire lanzado y por aire sujeto.
Otros son, otros, el blanco del pan,
blanco de sal y blanco del invierno,
el blanco tuyo quema frialdades
con el calor de los brazos abiertos.
Toma mis ojos la flecha, tu flecha,
y azulados y verdes ya no veo,
de que el peñón o sube o se abandona
y tus brazos siguen abiertos.
Las nubes te sesguean o te cubren
y el Corcovado se nos vuelve ciego;
más los ojos, amantes de costumbre,
tatuados de tu Cruz, te siguen viendo.
No te iría sacando de cantera
como un vendado o como un prisionero.
En la fiebre de azul danzan a vernos
las colinas y todo va a tu encuentro.
Van las nubes, las islas y va el bosque,
Van sin saberlo a tus brazos abiertos.
Una alucinación tengo y se llama
el golfo santo de Río Janeiro:
un hilo vivo de leche de madre
vuelve a correr por mis labios, entero.
Libre venía y me doy siendo libre,
del Cristo blanco yo no me defiendo
y carne, la mía, gaviota salobre
cae a mitad de tus brazos abiertos.
38 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l América 39
Hom b r e s de Ch i l e
Se llamaron con otros nombres
y otras sílabas los que vinieron:
O’Higgins, bastardo y héroe
y Carrera, patricio y terco
y Portales que parecía
el pino dulce, el pino tierno,
y seguían siendo los mismos
del Bío-Bío y Ventisquero
que al destino dijeron Sí
y a la desgracia, y al destierro,
nacidos de cerros salvajes
y con metales en los tuétanos.
Se llamó uno Caupolicán
otro Lautaro, todos denuedo,
resueltos a no obedecer
a no ser otros y a ser ellos,
arengando con los muñones,
atravesados de lanza o leño,
vengadores de los del Norte
que callaron y consintieron,
casta de Arauco que no labró,
segó ni tejió para sus dueños
y se acabó temible y mudada
sin perdonar ni decir lamento.
Casta chilena, gente chilena
de las estepas y del desierto,
de la pradera y de los valles,
varios como los elementos,
hijos del fuego o de la nieve,
hijos del mar, padre violento,
os llevo bien y me lleváis,
me tenéis aunque no os tengo.
Que otros discutan su destino
que si Adán, que si Enoch.
Que otros conversen a la sombra
de las palmas o los cafetos.
Nosotros vascos, nosotros
navarros duros y pehuenches,
nos echamos al hombro
nuestra sal y nuestro desierto,
y en vez del plátano y la piña
metales y sal morderemos.
Hasta que tengamos descanso,
hasta que el suelo sea sustento,
no miraremos la Osa Mayor,
no cantaremos los cantos tiernos,
en cerros salvajes viviendo,
amamantados del metal
y comedores de lo Eterno.
Donde los montes son más altos
y son los pastos menos tiernos,
donde la tierra nada quiso
pero los hombres lo quisieron,
en el Tibet y en los salares
fueron llegando, fueron naciendo
donde la roca aúlla sed
y los cactus puro deseo,
en Himalayas y en Aconcaguas
y somos como lo que habemos
como los dioses lo quisieron,
Vulcanos cuando no Neptunos,
catadores, apires y herreros.
Donde es montaña si no es mar,
la pelambre sin asidero
o la sabana sin ternura,
se pusieron o los pusieron.
En donde Almagro volvió el rostro
a las sequías como infierno
y Valdivia aceptó la suerte
y la aceptaron los que vinieron.
No digamos que el suelo es dulce
ni los salares son benévolos.
Digamos solo que lo quisimos
y que estamos donde estaremos
como el glaciar a su destino.
(Los que nos quieren que nos busquen
donde el planeta es puro anhelo
y las montañas se levantan,
que de allí les responderemos
himalayanos o chilenos).
Poca América, poca dulzura,
pocos ríos y poco suelo.
Ni cafetales ni gomales,
ni palmares ni bananeros.
Metal suena bajo los pies
y los metales son prisioneros.
Cobre arde bajo los pies
y el hierro mira a su dueño.
Tenemos dorada la piel
y el ojo claro del mar paterno;
el quechua no nos diga extraños
ni el germano nos diga “nuestros.”
Porque no traicionamos
porque no queremos perdernos
y nuestro cuerpo de cien limos
es solo el santo cuerpo nuestro.
Trepadores de las laderas
y mascadores del Desierto
y arrancadores de polvo de oro
el pecho es ancho y es cruento,
los brazos nacen remadores.
Pero en el pozo de la voz
tenemos la miel del higo de los valles.
Menos hermosos que los griegos,
un poco atlantes, un poco centauros.
Bellos atravesando el mar de las Guaitecas y los estrechos
o partiendo el cerro de plata
que se tumba como alerce
entre espumarajos amargos.
Bolívar padre no nos vio
y para él estamos hechos,
Guatimocín no nos oyó
y contestamos su tormento
porque vivimos donde se acaba
el yugo de lo violento.
También tuvimos los inútiles,
odres hinchados de agua y viento,
y los vendedores del pan
de los hijos que aun no nacieron,
demagogos de lengua suelta.
Pero a todos los aventamos
con el soplido y el harnero
y su nombre no tendrá boca
y ni en el odio los guardaremos.
Guay del que toque nuestra carne
tomándola por criadero.
Guay del que en medio de nosotros
se nos ponga a plantar su reino,
sea el nórdico de la helada
codicia en los ojos de acero,
sea el germano o japonés,
llámese Gengis Kan o Creso.
Que de tener tierra pequeña,
menudo lar, estrecho tempestuoso,
la tierra se ha vuelto nosotros,
nuestro costado y nuestra peana,
y donde cojan y donde saqueen,
como la tigre saltaremos.
Pues nos hicieron en el lote
de los torrentes y los volcanes,
del petrel ebrio de alta mar
y de búfalos violentos,
y no nacimos para servir
sino al que lleva muestras,
marca nuestra sobre la cara
e ímpetu nuestro en los alientos.
Digamos los árboles píos
si dijimos los hombres buenos.
El algarrobo tiene la carne
como de granito sangriento.
Sin edad cual Matusalem
medra junto al espino
y el viento grita huido en los espinos.
Cuando florecen los espinos
“cuyo olor llega al pensamiento,”
que si la tierra es más que la tierra
lo pensamos y lo sabemos
y compramos la flor del cielo divina
con la sangre del brazo cruento.
Álamos, álamos, inacabables,
alamedas blancas al viento,
álamos ebrios de oro
salmodiando la luz en la venteada
Donde el cielo es de ceño y llanto
la araucaria punza el cielo,
alta como la sed de Dios,
recta como el arco certero,
tan perfecta que Dios la mira
cuando se quiere ver perfecto,
verde de eternidad feliz,
cobijadora de los pueblos,
mitad árbol, mitad genio.
40 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l América 41
Mar c h a no c t u r n a
Mon t a ñ a y ma r II
Por la Pampa de milagros
rodando el anochecer,
los Padres nuestros caminan
sin que llame el somatén. (1)
San Martín con O’Higgins
pasan en Abel y Seth,
el quemado en los metales
y el abrasado en la mies.
Tan ligeros van pasando
como quien ni quiere ser
pero aunque vayan ligeros
hierven como el hidromiel.
Hierve la noche, y el Plata
hierve de quererlos ver;
los muertos, en su jarro
de arcilla, hierven también.
Cuando detienen la marcha
en lugar de dos se ve
un solo flanco que riega
y un agua bajando desde él.
Agua con ojos de Padre
que hace llorar al beber
y se bebe y más se bebe
a sorbos de vieja sed.
Toda la noche nos dejan
beber en el río fiel
y después solo vivimos
de esta noche sin saber.
Cuando retoman la marcha
se van dejando caer
por los quiebros de la noche
orugas de amanecer,
y bayas y prietas valvas
que echan luces de través
y caracoles volteados
a una mar que aun no se ve.
La costa se abre en granada
de rutas al comprender
y no detiene a sus Padres
con marejada ni olas de hiel.
Carne a carne, puerta a puerta
que vieron y ya no ven
otra vez ahora esperan
en la costa de la sed.
Vueltos a la noche y a dunas
esperan oír y ver
la remada y el despeño
de un petrel y de un petrel.
Suben rayados del alba
cuando el sol les da en la sien
y la tierra se nos queda
como tienda de Ismael.
Alejándose, alejándose
dejan como Rey y Rey;
la posada de una noche
ardiendo de su merced.
La Pampa niña y sabuesa,
viéndolos resplandecer
no los ataja ni pára
con vizcacha ni con mies.
La casa de ochenta puertas
obedece a su querer;
no los desvía ni ataja
con muro ni con ciprés.
Ninguno los vio venir,
ninguno desaparecer
y tejerse y destejerse
para tejerse otra vez.
Ahora vivo en la montaña,
a media cuesta, a medio cielo.
Una sombra morada me cae,
me hace lejana de todos
antes de que haya partido...
Unas neblinas cortan mi cuerpo
y se escurren por mis brazos.
Un ruido de aguas me cerca
como de pueblos que aman y burlan
y que me preguntan siempre.
Si subo más ya no hallo el plátano,
si me bajo no tengo fresas...
Donde estoy la naranja es miel,
el maíz se cimbra a mi puerta
y los días no tienen fecha.
No veo la espada del mar,
la veleidad de los barcos
y no me duelen las estaciones.
Solo me halla quien me ama
y me siga la huella braceando
los helechos que dejé rotos,
y no ha enderezado el viento...
Ya no hay aquí olor de horno,
de duelos ni de bautizos.
Hay no más que un solo mes
y un solo día y una hora
que arrebata y no devuelve.
Corten mis pies. No baje nunca.
Cuando el viento sople del Este,
cierren mi puerta hasta que pase.
No me dé la sal en la boca,
no la lama sobre los vidrios
ni la halle en mi pan a la noche.
Veinte años ha sido mi dueño,
el viejo mar Lear, el pobre loco,
el bucanero y el mendigo.
Me vuelvo a ir si lo oigo.
Pierdo mi abrigo,
juego la casa, tiro mi sueño.
Para sembrar, podar, dormir
es preciso que no más lo vea.
No lo suban en sus ojos
los que llegan. No me lo traigan
ni en caracolas ni en tonadas
y los niños nunca lo nombren.
Lo quise más que a nadie quise.
(1) somatén m. Institución catalana que consiste en la movilización general de vecinos de un
lugar para perseguir a los delincuentes que hayan atentado contra la paz pública. Originado
en la Edad Media, se institucionalizó durante el reinado de Jaime I. Suprimido por Felipe V
(1716), resurgió durante la guerra de la Independencia española (1808-1814). Colaboró en el
restablecimiento del orden en el campo a fines del s. XIX y principios del XX. Primo de Rivera
lo extendió a toda España (1923). Disuelto por la II República (1931), fue restablecido en
Cataluña (1936) y extendido a toda España (1945). En 1978 el Senado aprobó su disolución.
Llegué aquí para no verle
el lomo de llamas verdes,
y sus espejos afilados
que me cortaron la vida
me queman los pobres ojos
y no veo sino él cuando veo.
42 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l América 43
Pad r e Bo l í v a r
Hemos crecido y somos muchedumbre
en la gran tierra calculada para tus gentes
y limpiada de intrusos para nuestro sosiego;
somos tantos y no te hemos visto la cara
debiéndote el sol, la honra y el sueño
y sentimos el ímpetu de venir a verte
de llegar en puntillas por si duermes
o con clamor de hijos si es verdad que estás despierto.
Destapamos tu cara pero no sabemos si es brasa,
es tu fuego guardado nuestra vergüenza o el deseo nuestro
si te vemos ardiendo por las fábulas de las infancias,
porque tiritamos y el ansia nos hace ver fuego.
Cogidos de la mano lo que uno vio todos lo vemos
venidos de tan lejos a hablarte
no queremos volver con el recado que nos enloquece
para alimentarnos de las línea de tu forma,
para oírte la voz de mando o de contentamiento
y recibirte la mirada con el mando,
la espuela y el punzón de la mirada en oros y negros.
Sientes en la noche, calientes el amor
de los tigrillos finos y los tapires lentos,
que rasguñan de celo y huelen la llanada
en punzada o voluta de unos aromas densos,
y dormido sin besos, rumores y aromas
te consuelan el corazón cargado de Eros.
Oyes en los días los galopes avanzar por el llano tuyo,
oyes al Orinoco paternal acento.
Sabes la tierra que sigue perfecta.
Nos ignoras a nosotros, Padre afligido de silencio,
no sabes qué fue de la carne a cuestas,
la gente roja, la gente pálida y la blanca de tu testamento.
Pasadores de vados, chupadores de caucho, pescadores de tortugas,
guerrilleros feos o plantadores de café negro
¿dónde están que está solo el lecho de su padre,
laceadores de pampas, maridados de Ceres,
segadores de caña, por dónde andan perdidos
o encenagados que no vienen al Santo Fuerte,
a pasar velados cantando lo que hacen
en haciendas, en majadas y faldeos
tocando su cara, lamiendo sus pies, oyéndole aliento?
Peregrinas y hermosas gentes cruzadas,
tan varias como solo Dios las cruzó en arabesco,
medio egipcias, medio mongoles, medio Cames (1)
y a veces en la frente o en la avidez
unos querellándose para creerse iberos,
cantando igual copla y rezando el mismo Padre Nuestro,
juntos cuando se acuerdan de ti pero olvidados
de ti para perderse cual dados en el juego
en las manos de los jugadores del Norte
que juegan grande y sin remordimiento.
Extraña procesión de adamitas marcados
por Adán y por ti para reconocerlos,
hablando dulce en címbalo o grave en atambor,
y caminando jactanciosos o macilentos
tan tuyos que andan con lo que falta en tu carne
y tan ajenos que aventaron tus brazos enteros.
Ciento veinte años, Padre, así con la memoria
rota, y ligeros de no haber recuerdo
hasta esta noche del silbido como lanza
de la seña y el signo para convocamiento
y la vieja obediencia que nos alzó, y la sangre
respondiendo a su Padre por los senderos
y este grupo de carne llegando por fin
en carrera de ciervos amorosos y trémulos.
Ahora no te miramos para contar la vergüenza
y no nos mires pero que nos oigan con tu caracola tus huesos.
También por esto te hemos esperado,
por no hablar volviendo la espalda a tu cuerpo.
La noche es larga para el tendido relato
y las estrellas oyen lo que tienen sabido sus fuegos.
La tierra quedó limpia, rica y fácil
y daba todo, con voltearla como en sueños.
Los gamonales eran los mismos, eran los mismos
pero les dejamos porque nos faltaste en el trance del tiempo.
Demasiados ingenios y cafetales
para unos hombres como niños y como ellos
demasiadas costas y cordilleras en abras del cielo
para hombres locos de calentura y deseo;
la esmeralda rezumando de la piedra; la perla
en los dientes del boga (2) y el Gamonal-Shiva (3)
que chupa sangre y que no oye lamento
que aprendió en Jesucristo para reencontrarle
en Fray Bartolomé (4) y hacerle acatamiento.
Esto sucedió, Padre, donde había español y maya
y pasaron setenta años como en el otro Éxodo.
A enseñarnos “Esto es lo vuestro” no alcanzaste,
a repartirnos ríos, llanadas y sustento.
En tus manos estaban las medidas de escuadra y campos
y tus manos benditas no asomaron de nuevo.
Ninguna Sara (5) ni Hécuba (6) los repitió en su vientre
y ningún hombre trajo las tablas del Tabor
y fue así como Jesucristo con Simón
araron el mar, (7) soplaron la piedra y sembraron el viento.
(1) Cam, uno de los hijos de Noé.
(2) Boga, pez osteíctio de la fam. espáridos (Boops boops), recubierto de escamas y de
color azul verdoso plateado. Común en el Atlántico y Mediterráneo. Es comestible.
(3) Shiva, sanguinaria diosa hindú, representada con múltiples brazos de matanza.
(4) Fray Bartolomé de las Casas, defensor de los indios.
(5) Sara, esposa de Abraham y madre de Isaac.
(6) Hécuba En la leyenda griega, esposa principal del rey troyano Príamo, del que
tuvo 19 hijos (Héctor, Paris, Casandra, Polidoro, etc.). © Salvat Editores, S.A. 1999.
(7) Frase de Bolívar graficando su desaliento.
44 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l América 45
Los lujuriosos, los glotones y los danzadores
han bailado las danzas de su contentamiento,
las asirias, las tártaras como las galas
y se les fue acabando brasa de pebeteros,
tapiz profundo y el falerno en el aliento.
Como somos en carne cristiana polvo de Mahoma,
les dejamos bailar sus minués y sus saltos de viejos flamencos
con nuestros ojos que tienen a veces polvo de Pirámides
y con nuestra lengua que deja caer refranes acedos
y nuestro desdén que los rezuma inútiles.
Así no era el Padre armado en el viejo hueso de Vasconia,
que era como el Padre y no como el hijo de los Elementos.
Así somos los que hemos rezado a dioses enfermos
y a unos arcángeles de alas de murciélago que no eran Miguel,
y que en la guerra soplamos con carrillos de viejos
la Antífona larga con la que morimos antes de haber nacido.
En la oscuridad súbita y el crujir de dientes
grasos para el arado, flacos para el majar en el hierro,
los de la danza se han sentado un poco pálidos,
confusos de no poder seguir y queriendo
seguir la danza, como el fuego los condenados,
incapaces de otra dicha que su regodeo.
Oyen hacia el Norte la bocina de los compradores.
Todo compran aquellos hombres rubios y esbeltos:
quieren cafetales, cañaverales y selva,
el cobre como el oro y las esmeraldas como el hierro.
Y su suerte les ha puesto terriblemente próximos
los vendedores dementes y contentos,
a la América nuestra, loca de su maravilla,
ganosa de vender su tierra y su cielo.
Con una seña ofrecen los del Sur, y los del Norte bajan,
y hay un descenso de torrente de Nueva York a Patagonia.
Padre Bolívar, el de los ojos de milano,
tú sabes qué venden los hombres vendiendo su suelo:
la carne de hoy y la carne de mañana;
venden el cuadro donde se sientan los templos,
los pastales de nuestra leche y el viñedo de nuestro vino,
la tierra de nuestros pies y el aire de nuestro aliento.
Un sargento ha cedido el desierto de sal,
un viejo enfermo el caucho de nuestro reino
y todos han dado los petróleos y las maderas
y los metales de nuestros hornos y nuestros fuegos.
A los que vienen ¿qué les daremos, padres dementes?
Les daremos la esclavitud egipcia o la babilónica,
el yugo vuelto a soldar para sus lomos,
la deuda de los eslabones sin cuento
y el odio impotente que brama sin pica ni puñal
y los ojos bizcos de los que saben la libertad y tienen dueño.
Mujeres nuestras, conciben porque no han visto el futuro,
que si lo vieran negarían su vientre al dar su beso;
echan la flor de carne porque miran la tierra y la hallan vasta,
amamantan y acunan porque no están en el secreto.
Creíste, Padre, que dejabas la tierra segura como la luz,
para cada mujer un huerto y para los hombres un reino.
Esta es la confesión que te traíamos, Pobre Padre,
y que nos hacía castañetear los dientes de abominación
La hemos echado como la serpiente vomita el ratón,
con la cara vuelta para no salpicarte de su veneno.
Hierves en tu sepultura porque ya lo sabes,
se oye tu fermento como el de cerveza y suero
y te oímos el revolverse de tu levadura,
con dicha y con miedo de saberte vivo creyéndote muerto
y se aplacó tu corazón de contar a tus hijos y medirles los trigos
sin saber que el mestizo es capaz de vender el lecho de su contento
y de pagar la hora con los siglos de sus mayores
y de trocar su paraíso por su infierno.
Suena como las tinajas del mosto la cólera en tus lares
y como dijeron David y Ezequiel: se rejuntan y se revuelven furiosas.
Hierve bien, hierve sepultura nuestra como marmita,
hierve salpicándonos la brea, el aceite y la pez,
que oír hervir en estas horas es bueno
y que de ser tu sangre y vivir tu ansia
uno por uno todos a la hora duodécima herviremos.
Las mujeres dicen que no sienten la bullidera
pero que sienten algo más fuerte y cercano;
sienten que tu cuerpo se ha ido recostando en sus rodillas,
poco a poco, desde la primera que es moza hasta la vieja que aun ama,
que en una descansa tu cabeza y en otra tu espalda,
que la carga es dulce pero que tiene peso.
Sus caras están extasiadas como las de las vírgenes del Sol.
Se callan como María sin entender y aceptando el misterio
y sin bulto visible están como cuando mecen y mecen;
todas saben que cualquiera es la elegida
pero ninguna sabe dónde caerá la simiente.
Hermosas son aun, Padre que las amaste,
caminan con ritmo, hablan dulce, crían con su pecho
y si las ves tiemblas otra vez del viejo Eros
y si no las ves te acuerdas del friso de sus cuerpos.
46 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l América 47
Si te mecen como hijo o como amante, no saben.
Siempre amaron así como con leches en su deseo.
Están calladas y parecen eternas porque son Ella misma,
la Eva de América, madre tuya, de O’Higgins e Hidalgo.
Los bíceps están en nosotros, el salto y la llama;
pero ellas quietas y atónitas, ¡qué grandes se han vuelto!
Estamos mezclados en el mosaico de la vieja vida,
un hombre al lado de cada mujer de su lecho;
pero tu cuerpo al caer apartó las rodillas más fuertes
y estás entero posado sobre ellas como un sacramento.
Y el hervir que oíamos en tu sepultura
ahora se oye en el pecho suyo, en el vientre de hierro,
y tenemos celos y no tenemos celos.
Querríamos hablar pero todo se ha vuelto silencio.
El cielo está cargado de estrellas que pesan,
la noche está cargada de unos aromas nuevos
y la cara del millar de mujeres soporta
no sé qué eternidad y qué terrible fuerza de anhelo.
Padre nuestro, Bolívar acostado
en tu reposo o en tu desasosiego,
sobre limos y cascajos de la América,
soñando sin dormir, tendido y combatiente:
¿Es que duermes, Padre, es que duermes?
Descansa, si tu sangre aprendió el pararse,
el gusto a leche densa del sueño
y si también dijiste “Descansemos ahora.”
Te velamos sin decirte lo que nos trae,
pasmados como los pinos patagones
blandos de piedad y bebiéndote
la belleza del rostro, ya no tuyo sino nuestro,
que basta por paga de la marcha
el verte bello e íntegro bajo los cielos.
Te velaremos, mascando como el quechua
la amarga coca de las confesiones y nuestro ruego
y rumiando callados como el llama
el relato que traíamos, enrollado y secreto,
las cabezas bajas, que ya saben tu reverencia,
los hombros doblados, que llevan tu peso.
Te velaremos toda la noche, Padre, te velaremos.
Si descansas, Padre, sigue, sigue durmiendo
que tu fatiga fue la de los leñadores y mineros,
y nos contaron en toda lengua
la fábula de un hombre a caballo quince años
contra el viento,
a nado en cada río en que bebemos,
y abriendo con pechada los bosques cerrados,
con el rostro el destino partiendo.
Pero si tú no duermes, porque el limo a la espalda,
el cielo con signos encima, y el rumor del desgarramiento
y el tumbarse de techos y vigas de tu casa,
te caen, muerto sin tierra, sobre el pecho;
hablaremos a lo largo de la noche,
más pura que los días en tu suelo,
y te lo diremos todo, tocándote la cara
tañéndote los oídos,
echados sobre tu cuerpo y tu calor por que no tiritemos
y diciéndote mezclados la desventura con el agradecimiento.
Si tú oyes con tus oídos maravillosos
que chuparon las hablas de los cinco pueblos,
caminando tus pies, tocando tu aliento
exprimiendo tus manos.
Porque vinimos en tropel de ciervos
arrancados de tu nombre, no del viento,
y en tus piedras caídos como trigo,
colombianos y ecuatorianos requemados,
aimaraes corredores y alácritos chilenos.
Cuando quieren juntarnos solo nos dicen tu nombre
y saltan de tu frente las tres sílabas
y bajamos según las aguas bajan
a lecho o valle de convocamiento,
sea que asemos liebre o corderillo
o tejamos danza o que durmamos
con la mujer el aliento en el aliento:
así de bien sabemos que somos cabellos de tu frente,
progenie tuya somos, río que riega el futuro,
y se alzan las palmeras, se asoman los metales,
y retumban las cascadas compás de cumplimiento
viendo que en nosotros vuelves a estar vivo
y que tu corazón está en el nuestro
y un solo pulso bate tu progenie.
48 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l América 49
Pad r e Li n c o l n II
Niño leñador y hombre leñador,
cuya hacha el bosque abatía,
y tumbaba corazones
de cantera y de insanía.
Ojos que vieron su muerte,
boca que se la bebía,
cara bajada de Cristo
en huerto de las Olivas.
Carne descalza de Illinois
sin queja y sin acedía,
agujereada en el cuello
con plomo que a Dios hería,
vuelve el tiempo de tu brazo alto
y de tu hacha azul y fría.
Te llega, otra vez, el turno,
cazador de montería,
la Tarasca y la Gorgona
y el dragón de hedionda encía.
Vieja demencia pagana
buscando de puerta en puerta
mujer y niño de cría,
y otra vez es necesario
salgamos de cacería.
Álzate como de niño,
sin duda y sin acedía.
Estrega tus ojos, tira el sueño,
corta tu noche, acepta el día
y descuelga de la cabaña
el hacha de luz baldía.
En el nombre de Dios Padre
que hizo a Miguel y hace al Día,
salta ya como el delfín
del mar de nuestra acedía,
o como salta la sequoia
acercando la lejanía.
Ven a nosotros, el Padre,
sube por nuestra letanía,
que iremos detrás de ti,
rocío de cenit, sol de cristianía.
Carne descalza de Illinois
sin queja y sin acedía:
vuelve el tiempo del brazo en alto
y del hacha azulada y fría.
Álzate como de niño,
carne sin apostasía.
Estrega tus ojos, tira tu sueño,
Descuelga el hacha de la alquería.
Tu cuerpo no se ha podrido,
halcón blanco de cetrería,
en tu sepultura bravía.
Te llega de nuevo el turno,
leñador de la alquería.
La fiera baja sobre el valle
La mujer y el niño de cría.
Y otra vez es necesaria
el hacha, el salto y montería.
Tu cuerpo no se ha podrido
en tanto suelo y tanto día,
asfixiador de la bestia,
sequoia cáscara bravía.
Los hombros se te enderezan,
no das la cara sin sangre
y otra vez cantan tus venas
en coro de canturía.
Hueles al aire del Este
tropel de la fechoría.
Oyes a Set y Abel que corren
la Tierra morada e impía
y en la cabaña de pino
bajas el hacha azul y fría.
50 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l América 51
Sel v a
Sie s t a en el tr ó p i c o
Vo l v e r, n o
La selva está naciendo
por más que es eterna.
Nunca se acabará
bulto que llaman selva.
Está como parada
y con la frente vuela.
Es de nadie o del indio,
la mala y santa selva.
Es verde, negra y verde
y sin color la selva.
La digo de ser indio
y de saberla entera.
Las que se llaman Madres
dicen están en ella:
está la Madre Fuego,
Madre Agua y Madre Ceiba.
Le lavó el río Amazonas
el cuerpo sangriento
y le secaron las ramas
los doce vientos.
A ninguno se dio.
Por virgen se la queman.
Al indio se le da
la dura que es la tierna.
Está lo que es mejor
que hombre y luz en ella,
están tantos misterios
que en noches espejea.
A ver si se la entienden
y a ver si me la dejan.
El blanco no merece
su techo de tristeza.
Si viene por el río,
mejor que se devuelva.
Las bestias que ella cría,
sus troncos aprietan
y el indio a quien la dieron,
si la ha de dar, la quema.
La selva que caminan
es cosa verdadera
con hálitos oscuros
se borra cuando llegan
o muda, y ellos siempre
se buscarán la selva.
Los blancos toma-todo,
que dejen la selva.
Cuando se acabe el indio,
al que la dieron, vuelvan.
A esta hora de sol sobre el Trópico
huelen fuerte cafeto y caña.
Tanto es el azul que no hay otra cosa,
tanto el mundo que ¿para qué el alma?
El cafetal florido en lomas
llega a criaturas y casas.
E irrita de densa y molida
muriendo en las muelas, la caña.
Hay que hacer los cantos de aquí,
los de ultramar se desmigajan
con este azul y esta fragancia.
Hay que entender negros de zumo
y olvidarse robles por palmas
y hay que llevar, cuerpo del Sur,
la blusa del cafeto, blanca
y caminar grave y ligero:
cual camina quieta, la palma.
No quiero volver a la tierra
donde tuve cuchilla y duelo.
Cuando en mis sueños hago camino
y allá me llevan, yo me devuelvo.
Ya viví en ella, ya la supe,
ya le quebré con la mano
la rama helada, el fruto seco.
No quiero volver a cruzarla
sola y con rostro dado e indefenso
la calma ni la borrasca,
las salinas ni espacios hueros.
Sus esponjas de mar y su niebla
para mi memoria deseo.
No me sirven para ella,
no me valen si yo vuelvo,
el cuerpo por diferente,
el amor por extranjero.
Dios da tierra, la da entera
y ancha como el estremecimiento.
No quiero ir donde dicen
en vano el Padrenuestro.
Las casas son muchas, pocas las puertas,
la troje grande, las manos angostas.
Una diviso y otra hace señas
y otra acostada va en el pecho.
No quiero ir donde me acuerde
y llore sangre mi cuerpo
y sea paja el mundo desabrido
como las motas del desierto,
y mi pobre alma solo sea
orfandad, desvalimiento.
No quiero, no, la baya huera,
el aire sin voces y el Cristo muerto.
Quede atrás; vayan los otros,
árabe, curdo, samoyedo,
y no tengan ni una noche de sed
ni jornada con hambre y desaliento
y les vele Jesús en los umbrales,
la sangre, el candil y el lecho.
52 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Amor 53
Amo r
Junto a una fuente
A la noche
Balada italiana
Fuimos entre los árboles floridos
Gruta de plata
La floresta de mi pecho
Mediodía
Ya sobran cielo y mar
54 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Amor 55
Jun t o a un a fu e n t e
Junto a una fuente de agua estremecida
y esbelto surtidor nos detuvimos
y el corazón más fuerte lo sentimos
que el fulgor del cristal en la caída.
En un remanso el agua viva unía
por un juego de luz nuestras cabezas,
y era una quemadura la terneza
y el callar parecía una agonía.
Y cuando tú me hablaste la blancura
de una muerte subió hasta mi semblante
y rompí en llanto como de locura.
¡Porque tú me dijiste que me amabas
junto a los surtidores de una fuente
que como un pecho se despedazaba.
22, Agosto, 1919
56 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Amor 57
A l a no c h e
La nieve cae, silente
y la noche va a llegar.
Y yo tengo lumbre para
ver mejor mi soledad.
Tengo un leño que arde para
que mientras se quema en paz
mire yo mi vida y mire
mi tremenda soledad.
Si fuera a campo traviesa,
si me rasgara las manos
sobre un surco en abril,
no mirara yo las vivas
llagas de mi corazón,
no mirara con el leño
retorcerse mi aflicción.
Pero hay nieve, y noche larga,
y silencio insigne, y hay
una llama que desvela
más salobre
que la lengua del mar.
Yo creí que ya eras
la ceniza del hogar;
y te vienes noche a noche
en mi silencio a sentar.
Llegas en la soledad
y te sientas a la lumbre
a mirarme sollozar.
Miras mudo hacia la llama,
miras pálido a mi faz.
Me interrogas, me interrogas,
no te puedo contestar.
Cierto, cierto que hubo algún día
en que quise levantar
un amor como esta llama
en mi negra soledad.
Pero ves: vuelvo a estar sola
y a buscarte y a estrujar
en el hueco de tus sienes
mi locura y mi pasión.
Tú me miras al regazo,
se suaviza tu mirar,
el infante que tú buscas
yo lo busco hasta al dormir.
Lo he soñado bajo el cielo,
lo he nombrado junto al mar,
de los sueños que he soñado
¡ay! ninguno mordió más.
Lo he llamado junto a mi lino,
lo he palpado entre la mies,
por ti fuera fino y leve
y por mí supiera arder,
y rezar, y retorcerse
de ternura y de emoción.
Me aromara las rodillas
como fruto y como flor.
Tú dirás a Dios el día
de la confusión por qué
yo no mezo por las noches
un infante como miel.
Por qué yo me vuelto amarga
cual las salinas...
Si no hubiera tierra sobre
tu semblante, yo gozara
al fulgor del pino ardiente
la ternura de tu cara.
A la llama temblorosa
te miraba, te miraba
la tristeza de los ojos
tan profunda cuando amabas.
Pero tú en la tierra negra,
como arroyo te adentraste
y yo estoy en esta tierra
sin tu amor y sin tus huesos,
sin una sombra en mi regazo.
Le sonrío al hijo
que no tuve entre mis brazos.
Si tú no te hubieras ido
mientras nieva y arde el pino,
yo tendría un hijo hermoso
perfumando mi destino.
Pero tú estas frío y blanco,
mayo y mayo, noche y día
como el copo que se asoma
mudo por la celosía.
Te leyera yo unos versos
de tu vida, de mi vida.
cual la lengua de la llama
tu emoción tremolaría.
Pero callas, cual la nieve
deshojada sin un ansia.
Y yo no entregaré un hijo
como este pino su fragancia.
Mi perdón yo te diría
con la llama tremolante.
Me besaras tú con lágrimas
en un nudo sollozante.
Pero tú ya no comprendes
qué es la noche, qué es la nieve.
No es tu boca este perfume
ni esta sombra es un césped
Y esta forma en mi regazo
no es el hijo que he soñado,
es la sombra de este tronco
el que alumbra mi tristeza.
Ardió el pino y la ceniza
finge un blanco: breve infante
y yo acerco el copo tibio
a mi boca sollozante.
58 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Amor 59
Bal a d a it a l i a n a
Gru t a de pl a t a
Ámame, por que cante. El canto es
el habla más profunda del amor.
Ahora olvídame, supe que el que llora
canta mejor.
Y ahora muere. Para el sumo canto
dame el sumo dolor.
Y la niña lo amó, para ponerle
el canto ente los labios sin calor,
fingiendo odiar, dióle a gustar las lágrimas
y murió, en fin, porque probase honor.
Fui m o s en t r e lo s ár b o l e s fl o r i d o s
Fuimos entre los árboles floridos,
pero nada nos dio la primavera,
más nardo que los nardos tu aliento era
e iba mi pecho cual la poma hendido.
Nuestro mirar transfiguró la roca
sobre la cual tu único beso me entregaras
y aquella fuente que nos abrevara
aun tiembla del temblor de nuestras bocas.
Y porque en esta lengua con salmuera
tuve un cantar aquella primavera
y un beso inmenso que rompió mi voz,
aun doy a los niños mi regazo vano
y sobre llagas y duelos humanos
es ese beso el que devuelvo a Dios.
22, Agosto, 1919
Del plenilunio me arrancaron
y bajé a la gruta de plata
sin pedirla a un Dios ni quererla.
La gruta era blanca,
mejor que la luna y mejor
que el lino de su lino absorto:
tan blanca que me ennegrecía
cuanto blanco yo dejé afuera:
rostros de amigos, jazmín de mayo
y mayólicas de mi mesa.
Suave y terriblemente blanca
con María Madre de Dios.
Tan bella que estaba pasmada
de ella misma y que no podría,
si saltase y subiese al mundo
amar las cosas sus hermanas
que tienen color y de él viven
y se mueren de su color.
Mi cuerpo se volvió de plata
y yo me lo vi en ella misma
que era ella y era mi espejo:
y me di gozo y me di miedo
de aprenderme blanca y cabal
como los mares de mi Dios antes
de ser varada en esta orilla.
La gruta había todo el cuerpo
hecho mirada, hecho mirada:
la mirada de un buho blanco
iris, pupila y pico blanco,
fija, triste y sin lagrimal
y yo hurtándome al buho quieto
me hallaba en prado de ojos blancos.
Mirándome, en los cien azogues,
blanca como la escarcha pura,
siendo yo misma mi ceniza,
yo recordaba mi viejo cuerpo
por no olvidarlo y retenerlo
como hijito que diera amparo.
Olvidándolo él se sumía
en la mar blanca sin dejarme
cuerpo con que huir y salvarme.
La blancura quieta avanzaba
en mí como ola de olvido,
y yo iba entregándole todo:
cerros rojos, mares verdes
y grecas pintadas del mundo.
Las cosas que me hacen dichosa:
mentón morado de la piedra,
fausto de coso de las nubes,
mejilla viva de mi fruta,
sangría de fucsia y coral.
Después yo no le daba más.
Mis ojos fueron blanqueando
y mi memoria con mis ojos
fueron de Sarah, yeso o sal.
Entonces en única albura
sin borde de ningún color,
y con mi vida concedida,
ella y yo una como la mano
sobre la mano, me dormí,
flecha muerta dentro de su aljaba.
Quién me sacó yo no lo sé.
Alguien del mundo, que me amaba,
alguien del mundo, que pensó
en mi cara roja de antes,
y mi cabellera quemada,
y que me levantó de mí.
Pero me duele ahora el ocaso
con su punzada de Longinos
y no amo ver saltar el sol.
Me gusta ahora el plenilunio
como el pecado cometido
y como patria abandonada.
Y los que muerta me lloraron
me levantan cuando yo miro
esta luna que me raptó:
toman mi cuerpo, abren mi casa
y tras de mí corren cerrojos.
New York, 9 de enero 1931.
60 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Amor 61
La fl o r e s t a de mi pe c h o *
Med i o d í a
La floresta de mi pecho
no ha ascendido a mis palabras.
En ningún verso he puesto
lo que mueve mis entrañas,
en ningún verso ha quedado
temblando cual perla mi alma.
Llevo toda mi ansia viva,
toda mi copa colmada.
El que se entregó es dichoso,
el que se derramó calla.
De mi plenitud yo paso
enloquecida y cegada.
Se expresó el cactus en sangre
y en torrentes las montañas.
Se dio la madre en el hijo
y éste se dio en las miradas.
Todos, todos se entregaron
y yo camino colmada.
Mi estrofa quedó de sangre
y de cicutas anegada
pero aun va más desbordante
que río en deshielo mi alma.
Digo a mi Dios una nueva
una terrible plegaria:
Señor déjame despeñar
mis entrañas como tus aguas.
Yo busqué el canto de agua y sangre
de Longinos, la lanza
para que abriera el costado
y me derramara el alma
pero solo hirió pasando
y por la herida menguada
como un hilo ruin de sangre
descienden las palabras.
Sentado estaba, arribado a mi casa,
en el reposo de aquellos que han vuelto
y me miraban sus ojos profundos
que son dulces después de ser fuertes.
Estaba sentado en mi casa y mi mesa
y era potente, no era más que eso.
Hablaba cosas pueriles y grandes,
devanando en ovillo luceros
y al final del juego
los dos nos mirábamos
y nos sabíamos ambos devueltos.
Anduvimos lejos y vagabundos
y no supimos sino en el regreso
todo lo lejos que ambos anduvimos
en el rodear y tantear de los ciegos.
Donde buscamos nunca supimos,
pero supimos no hallarnos completos
en los falsos reinos y las falsas rutas
y por saberlo hicimos el regreso.
Y esta era la dicha, tan llana:
me miraban sus ojos
como el olivo, y color del olivo,
a tiempos dulces y a tiempos lejanos.
Le dio la casa una sola mirada
de sumisión y reconocimiento
y él recibió la casa y la mujer
transidas de espera y de tiempo.
El muro baldío, mi cara en el muro,
las cerámicas, el reflejo y los espejos
eran perfectos por primera vez
habiendo dueño y mirando a su dueño.
Antes que él las tornase, las cosas
y la mujer estaban en su pecho
y se sentían lo mismo que yo
nutridas y apoyadas en su pecho.
Y esta era la dicha tan simple:
me miraban sus ojos muy rectos
y le miraban mis ojos mirados
de saberlo a su casa devuelto.
Ahora de nuevo sueltos y aventados
como siempre estuvimos, pero no como siempre.
En la noche vacía o la tarde vacía,
rechazando la luz, esta hora nos vuelve.
Rehusando el sustento, que nos dan tierra,
el maná conocido a la boca viene
apartando la mano golpes de paisaje
la hora sigue parada y perenne.
Como dura en las tablas de Flandes
del Donador o del Cristo yacente,
parado en el tiempo nuestro milagro
nos mantiene callados y ardientes
y el hallazgo, apretado en el puño,
nos conserva los brazos sin muerte.
*Versión anterior a la publicada el 9 de febrero de
1920. Ver página 368 de Recopilación de la Obra
Mistraliana 1902 – 1922, por Pedro Pablo Zegers.
(No precisa en qué diario o revista apareciera).
62 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Amor 63
Ya so b r a n ci e l o y ma r
Ya sobran cielo y mar y los collados;
ya hallé sus ojos, y es demás el mundo.
Me miró en un callar largo y profundo,
yo no he sido antes que él me mirara.
Antes de oírle, yo ignoré, mendiga,
cómo era inmensa la palabra humana
y cómo era terrible que desgrana
el corazón cual la quemada esponja.
Antes que te mirara, no he entendido
al mar su hiel ni al viento enloquecido
su aflicción. ¡Yo no he visto el Universo!
Antes que te besara no he trenzado
mis entrañas en tirso ensangrentado
no las alcé a la luz hechas un verso.
22, Agosto, 1919
64 Almácigo d Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l d Criaturas 65
Cri a t u ra s
Caña
Criollas
Espiga
Espigas
Rayo
Violetas
66 Almácigo d Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l d Criaturas 67
Cañ a
El cortador corta la caña,
corta en alba y anochecer,
cortan su sangre, sus sentidos
y su aliento corta también.
Corta el tallo, la coyuntura
y corta el río de miel.
Corta a la Tierra que es Cibeles
y su Destino rompe también.
Cortó sus pies, cortó su talle
y acabando, cortó sus pies.
Cuando la noche ya se vino
ya al contador nadie ve.
El contador entra en su casa
y su cuerpo vuelve a tener.
Tiene la puerta, toma al hijo
y da el machete a la mujer.
Sueño grande los va tumbando
como un machete de revés,
tumba al hombre sobre la estera,
dobla al hijo, borra a los tres.
El negro sueña con su cuerpo
y su cuerpo cae a sus pies
y su hijo llega a la zafra
y jadea lo mismo que él.
Cuando despierta y va saliendo
juega su hijo bajo el dintel,
y su nieto que hará la zafra,
juego eterno, vuelve a caer.
Y en cayendo se levantan
como tallos de la mies
y la caña los consuela
con su lágrima de miel.
68 Almácigo d Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l d Criaturas 69
Cri o l l a s
I
Cabra
Cabra loca saltando
las peñas vivas,
los ojos salvajotes,
leche tan fina.
Cola de pelos duros,
huesuda arpía,
y en la leche de la misma
Virgen María!
II
Olores
Tengo en la memoria cuatro
olores de disfrutar:
el de los mirtos de Adpentos,
el de la flor de San Juan,
el de copales de México
y el de mi infancia en el pan.
III
Palmas
Palmitas, palmas
¿qué hacéis arriba
sonando como águilas
la plumería?
IIII
Cordillera
Por la montaña sería,
donde estaba yo,
que tierras bajas me saben
a perdición.
Olores, olores
de establos y fermentación,
olor de viejos sudores
que arriba no son.
La montaña me daría
este odio de Dios
por cosa que no es desnuda
como arriba el sol.
Siempre el Valle arropadito
en prieto algodón,
vaho de gente y vacada
o de ron, o de ron.
Que me duermo en este valle
sin amar de amor,
me bostezo ríos, rutas
y civilización.
Trigo que no grana arriba,
pan de mi dolor,
por el que bajé arrancándome
del riñón del Sol.
O frota que te frota
grandes cuchillas,
sin estrellas
a quien dejar heridas.
Cualquiera canta
oyendo tales risas,
cualquiera duerme
bajo locas queridas.
Pero sonad violentas,
como en la trilla,
que así y todo me duermo,
locas perdidas.
70 Almácigo d Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l d Criaturas 71
Esp i g a
Esp i g a s
Nos gusta que el mundo pesado
suba en luz, acabe en trigo,
que descalce el polvo, y se niegue
y quede en fuego convertido.
Las espigas no se huellan,
no se rompen, no se humillan.
Se van cogiendo, se sacuden,
se las limpia como a las hijas.
El carro que pasa partiéndolas,
de su propio duelo rechina
y la yeguada que las maja
corre con fiebre asesina.
Talvez la Níobe, talvez la Agar
rompieron la espiga caída.
Talvez yo, talvez mi madre
también rompimos las espigas.
Por el pecado de las otras
así besemos a las benditas,
columpiando su resplandor
en la pampa de la Argentina.
Tenemos las segadoras
toda la carne con espigas
de haber segado y segado
hasta la hora de las vísperas.
Del agavillar dos mil veces,
del ardor que da a las palmas
su lamedura de cuchillas,
y haber bailado hasta la noche
como en las bodas las madrinas.
Soñaremos con el chis-chás
la pampa que no termina.
Soñaremos a las barbadas
que en la oreja se arremolinan.
Las veremos en el aire,
altas, locas y tendidas.
Espantaremos con las manos
toda la noche las espigas
y reiremos entre el sueño
por esta fiebre de la trilla.
Por los dedos de Dios pasa
pasa el trigo de las gavillas,
pasa y pasa y de contarlo
nos quedamos al fin dormidas.
Lo dulce se pone áspero
igual que el vino, igual que el vino.
Lo dulce del sol, lo dulce del aire
se vuelve tan bravo y ardido.
El viento y la luz traviesos
juegan, juegan a hacer trigo.
Sube mientras disputamos,
mientras lloramos o dormimos.
Se cansan, gozando,
se cansan los cinco sentidos.
Recibimos al sol fuerte,
lo moreno, lo amarillo.
De la gracia de Dios bailamos
y lloramos y reímos.
Sin trigo la tierra era poca
y crece batida del trigo
y esta tierra que nos crece,
la seguimos, la seguimos.
Y un día ya no hay más tierra
cuando como antes venimos.
En la Pampa de repente
¡Dios solo se llama trigo!
Vamos cruzando el mucho trigo
y nos empuja la marejada.
Aunque te cargo, yo te recojo
en diez espigas toda la gracia.
Hijo, las ves, hijo, las tocas
y cosquillean en tu palma,
y en fuegos fatuos de tus ojos
las espigas, hijo, entran en tu alma.
Son las espigas que el aire vuelan
y las tiernas, en llamarada.
En su manojo llevan el aire,
el jadeo de la yeguada
y el arreo de trilladores.
Y tanta harina, niño mío,
no pesa más que bocanada.
72 Almácigo d Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l d Criaturas 73
Ray o
Vi o l e t a s
El rayo cae sobre el campo,
libra al niño que fue por leña,
libra al viejo, blanco de miedo
y a mi sangre que anda la tierra.
Cae el búfalo de los cielos
con el cuerno roto en pavesas
y a la oveja, antes de herirla
en los pastos, la tumba ciega.
Leves, mojadas, melodiosas,
su oscura luz morada insinuándose,
al marchar victoriosas a la muerte
sostienen un momento, ellas, tan frágiles,
el Tiempo entre sus pétalos.
A la mitad del abra verde,
arrodillada, cayó en la hierba,
y la Tierra quedó temblando
como la carne de la oveja.
Las cenizas de mi rescate
las volteo cuatro veces, trémula,
y me pongo en el pecho frío
el polvo tibio de mi oveja.
74 Almácigo ✤ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ✤ Historias de Loca 75
Historias de lo c a
Árbol Californiano
Cuento perdido
El Séptimo
Historia loca
Los otros
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76 Almácigo ✤ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ✤ Historias de Loca 77
Ár b o l Ca l i f o r n i a n o
Este árbol que me cubre,
cubre dunas, cubre campos,
cubre cuatro mil caminos,
cubre a gentiles y paganos,
Dios lo hizo el octavo día,
duro y blando, esbelto y ancho.
De los cuatro cantos del mundo
se ve el árbol de dos mil gajos.
El que me busque me halla
por gracia del árbol santo.
¡Qué sombra tan grande y ligera
y qué ambrosía en sus costados!
A sus pies juegan, gestean
los gentiles y los cristianos.
Él oye todas las lenguas
y canta todos los cantos.
Cuando yo no me lo había visto
lo soñaba enarbolado.
Aquí vine de muy lejos;
aquí alcancé, aquí descanso,
el costado contra el tronco,
la cara bajo sus ramos.
Quien duerme aquí no se acuesta
ni se levanta con llanto.
En las fábulas lo cantaban
sin nombre, y sin contorno,
los que creyeron lo hallaron
y lo hallaron para gozo.
En el Árbol de California
cantan y cantan sin descanso
mis profetas y mis amantes,
mis versolaris y mis santos.
Árbol sequoia me hace la noche,
pintan el día sus pájaros.
Él me duerme y me despierta,
Me cura con goma y bálsamo.
De su copa gotea el rocío.
A veces suena como el mar,
como la guerra o el rodado
y es cárdeno, dorado y rojo
y en la noche está de estrellas cribado.
La sombra del Árbol
hace los ojos verdi-dorados.
Los brazos pone en barbecho
y el habla cruza los vados.
Criaturas sin pena ni quebranto
duran en la verde infancia
mecidos por la sombra de su manto.
Yo plantaba árboles y árboles.
Ahora ¿para qué planto?
Antes segaba y vendimiaba.
Ahora, vieja, no más gozo y alabo.
Aunque camine y camine,
me refresca con su vaho.
Sobre mi frente dura el árbol.
Es verdad que no se acaba,
ni muere de hacha ni rayo.
Los frutos no se le cuentan
y nunca para su canto.
No vivo ahora en país.
No tengo suelo ni cielos,
casa no tengo, tengo un árbol.
78 Almácigo ✤ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ✤ Historias de Loca 79
Cue n t o pe r d i d o
El Sé p t i m o
Búscame el cuento perdido
que me contaron a los cinco años
Contaban la madre y la hermana
y lo he perdido caminando.
Cosa tan llena de gracia
irá corriendo como un gamo
o andará en boca de aquellas
que ahora tienen solo siete años.
Cuando lo llamo a mi boca
se asoma, burla-burlando,
y se me sume al mismo tiempo
en liebre escondida en pasto.
Los seis hermanos se parecen
como en su año los venados
y las cigüeñas en el vuelo;
pero el séptimo no es hermano.
Pesca tiene cuando no hay pesca,
la lila encuentra antes de Mayo,
cazó el faisán que no cazamos
y encontró el agua en un peñasco.
Mujer de fonda que le sirve
le pasa el pollo más dorado
y las viejas le miran como
si sus pechos lo amamantaron.
Cuando marchaba con nosotros,
las diez muchachas que encontramos,
todas se fueron a su encuentro
como los ríos a su estuario...
Aunque nosotros somos seis
para la danza y para el cántico,
no danzamos si él no comienza
y si no canta, no cantamos.
En cada gesto lleva oficio
y lleva un reino en cada mano
pero no huele a las badanas,
a las maderas ni a los pastos.
Su nombre es nombre de nosotros
pero es un nombre de prestado.
Como mujer que encuentra niño
nombre le dimos sin nombrarlo.
En el tiempo de nuestra alianza,
en lo que dura nuestro lazo,
dos hermanos murieron, dos
se partieron y regresaron.
Él no se ha ido, pero va
en sus noches donde no vamos,
donde no baja la fatiga
ni se hacen cabellos blancos.
Cuando yo, que tengo metales,
miro callando a mis hermanos,
pienso que acaso uno por uno
los amortaje por mi mano.
Y los acueste y los acune,
cocido el rostro por mi llanto;
lo miro y yo me sé
que no tendré de amortajarlo.
Que se queda tras de nosotros,
como el arco que echó sus dardos,
como el Zodíaco, como el viento
van a quedarse sobre el llano.
Viviendo en corro de otros seis
que le dirán también “hermano”
buscando conchas en las playas
y de hombre y niño disfrazado.
80 Almácigo ✤ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ✤ Historias de Loca 81
Historia lo c a
Los ot r o s
Cuento contado en el invierno,
historia loca de mi vida,
si no la cuento no la creo
pero contarla ayudaría.
Hace cuarenta y cuatro años
de alguna parte se venía
una montaña se tocaba
y en una madre se nacía.
Me regalaba suelo y aire,
me acordaba las estaciones
y yo miraba y no entendía.
Hace cuarenta y cuatro años,
yo era un vagido que tenía
cabello de aire, mirada de agua
y voz que voz no parecía.
Parece fábula que digo
y por fábula me la querría.
Ha veinte años tenía marcha
arrebatada y sangres vivas.
Volteadura de la memoria
a los olivos parecida:
ha diez años tenía marcha
y huella herida.
Río loco de la memoria
que repecha sus aguas vivas
corre absurdo, corre no para,
loco salmón peñas arriba.
Ha veinte años tenía amor
y como una selva que ardía,
de un envión yo subía en oro
del otro en ceniza yo caía.
Alumbraba todo mi valle
y del otro lo enceguecía
y el que yo amaba, ese no marcha,
selva que solo de él ardía.
Hace tanto que no me acuerdo
y recordarlo me fatiga
como juntar los granos
que ya volaron de la espiga.
Pero talvez haga muy poco
de mi niñez estremecida
que yo ni tengo más azoro
que la niña recién nacida.
Los que vinimos, hijos de agro,
gente de vides y ganado,
gente de forja y de telares
pasaremos como soñados.
Una noche nos dormiremos
y no nos verá el sol alzados
y no sabrán al otro día
en dónde estaban los que estábamos.
Nos mandaron en jardineros,
en leñadores o forzados,
a lavar y afinar el mundo
como mansión de desposados.
A doblarnos haciendo casas,
a plantar higuera y granado,
a gemir moliendo peñascos
y enfrenar ríos despeñados.
Los hijos de Dios serán los que vienen
a ocupar mundo lindo y alhajado.
Ángeles-cisnes y Ángeles-algas
en llano y valles desatados.
Con pechos mejores que pecho
y brazos de arco-iris cortados,
voz, que quieran cortar las voces,
marcha de lentos o arrebatados.
Alegres porque no tendrán faena
de jadeo pues no abrirán caminos
y siempre ellos de no ser quemados
altos, dichosos y extasiados.
A conocer, ellos sí, el amor;
a cantar, ellos sí, embriagados
a gozar ponientes partidos
y a vadearle al río su vado.
No será hoy, no será mañana,
mas será pronto como lo fijado.
Para nosotros y vuestros hijos
este mundo era demasiado.
Gentes que se pudren del agua,
se queman del fuego y se ciegan
al rebencazo de un relámpago.
Y se ahorcan con una lazada
o si viven están sentados
sobre escorpiones, o jadean
como el ijar de los venados.
Dueños creíamos y no éramos,
Juanes de hueso o de salvado,
que iban a morir y resucitar
arribando al cielo por los collados.
¿Para qué gemir y apretar los dientes
y por qué clamar “¡fuimos engañados!”
si fue pensado de todos los tiempos
y nos mandaron por hachas o arados?
¿Para qué llamar por nuestro este mundo
que amamos y que estaba de prestado?
Si nos lo dijeron no lo entendimos
aunque en cielo y tierra estaba estampado.
Tan cerca están ellos que a veces silban
silbo que me pasa rasando
y a veces caen a mi falda
sus sombras de acantilados.
82 Almácigo ✤ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ✤ Historias de Loca 83
Mar c a
Una marca va en nuestra frente
donde la frente a sien se pasa
pequeña como un higo blanco,
estrella de plata abortada.
Es la marca de aquella noche
del fuego que hizo nuestra ansia
la ceniza de aquella muerte.
Un poco más y se hacía de oro
la nacida estrella de plata.
Los cien andamos esparcidos en
Oaxaca y Samarcanda,
cuando llegamos a un país
preguntamos por el que lleva marca
donde hay muchedumbre sin yantar
salta de pronto el que la carga.
Cuando se duerme por los caminos
suele pasar el que ampara,
coge al hermano y lo lleva a su lecho.
Hemos frotado la pobre sien
en amores feos,
pero el trigo de plata no cae.
Hemos dormido en piedra,
llevado sombrero y
lavado hemos con agua de mar.
La cara de soles se ha puesto oscura.
El trigo no se ha anegado.
Nosotros sí que pasaremos
pero el signo pasa a los hijos.
Ello sabrán lo que hay que hacer.
Otra barca con capitán divino
y el desembarco en las Islas sin nombre,
y el otro trigo será puesto sobre la sien
como la urdimbre sobre la trama
para la cruz rota y perdida
que ya no más será en el muro
una estrella rota y perdida.
En nuca y vientre nos pudriremos.
Pero en el signo la muerte acaba
y eso se siembra sobre la tierra.
Todo os lo damos amantes nuestros
pero este trigo tan solo es nuestro.
Amo que compras cuerpo mío
yo te lo vendo pero sin eso.
Porque una noche hubo divina,
fuimos mejores que las otras,
y eso no se ha vivido en vano.
Nada nosotros nos rehusamos
a escardar, sembrar ni aserrar.
Pero una hora que nos la dejen,
la del recuerdo de esa travesía
en una barca que casi anda
delante de un Capitán muerto.
No se llora llanto mayor
ni se ríe risa mayor.
Frente estábamos, frente de ellas,
se llamaba un paso la Dicha
y se llamaba una hora.
Si hubiéramos ido nos quedáramos
y no seríamos como ustedes,
carne que sufre y que clama.
Mas lo alcanzado no tocamos
y lo nuestro no poseemos,
por eso vivimos entre vosotros
extrañados, más no llorando,
asombrados sin orgullo
y con una embriaguez tremenda
que se confiesa en pulso recio
y en ojos más negros y cavados.
84 Almácigo G Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l G Jugarretas 85
Jug a r r e t a s
El ovillo de lana
El volantín
La parva
Niña nueva
Nombre azteca
Un ritmo
86 Almácigo G Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l G Jugarretas 87
El ov i l l o de la n a
Juega pero no lo enredes,
desovíllalo y ovíllalo,
que no quiero el hilo cortado.
Lo hacen cilindros duros,
rueda que rueda, el nido blanco.
No le rompen la hebra mágica
y a más vueltas más copos esponjados.
Se me va, se me escapa, se huye
la liebrecilla, el ratón blanco.
En verano parece espuma,
en el frío calienta la mano.
Cuando mamabas yo no lo solté,
te cosquilleaba el enano.
No lo aprietes, no lo exprimas,
resuello blanco en vaho.
Como el volantín, como la cometa
en la cuesta lo subo y lo bajo,
con él te amarro, con él te cazo.
No se acaba, se parece
al canto con que te canto.
Teje y teje siempre te miro,
tira el hilo y recoge el hilo,
como a ti lo suelto y lo dejo.
Si de pronto se me acabase
qué grito diese.
La mano se duerme en el rollo
y los ojos en el blanco.
A la izquierda tengo mi niño,
a la derecha el huevo blanco.
Cuando estemos en la gloria
como en el pasto de este prado,
para acordarte de esta hora
allá estará, blanco, dorado.
Yo estaré fija, tú como ahora,
cázalo y cázalo.
Mirándome igual que ahora, hijito mío,
llévalo y tráelo,
la eternidad sirve a los juegos desovillados.
88 Almácigo G Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l G Jugarretas 89
El vo l a n t í n
La pa r v a
La cometa no subía
y ahora sube de asustar,
me hace correr por la cuesta
y me echa en un espinal.
Papelote de dos bandas,
dos varillas y no más,
sube y sube de creerse
albatrós de tempestad.
Hierve el cielo de cometas.
El aire es loco de atar
que lo toma y no lo toma
con que apriete su torzal.
Yo lo luzco y lo gobierno
con la gana que me da
yo lo hice en bufonada
colorado y azafrán.
Pero el viento zamarrea
como un loco caporal
y los dos vamos jugando:
yo a perder, él a ganar.
El maligno toma fuerzas
de su rojo y su azafrán,
me retoma y me endereza
de quererme arrebatar.
No me puede, no me sube,
no me tiene de ganar.
De los cielos y la nube
va a caer y a capotear.
Ya me saca de los pastos
y ya voy sin voluntad.
No lo llevo y él me lleva
tumbo a tumbo en el pastal.
Que la cuerda se me acaba
y que vas a capotear,
cosa bruja que me lleva,
volantín de Satanás.
Ahora ya solté su cuerda
de mirar en dónde está:
en el cielo, bien dormido
como en pecho o en nidal.
De rendido, yo me tiendo.
Despertando lo he de hallar,
magullado y en pedazos
como un pobre gavilán.
Yo lo hice de mis manos,
yo lo puedo perdonar
si se allega en mis oídos
a contar y más contar.
Viento y nubes que se abrían
en dejándolo pasar
y cómo era el ir volando
y volando sin llegar.
Esos ríos con cardúmenes
y las islas que hay sin mar,
los dos vientos que atajaban
en dejándolo pasar.
Y él volando oscuridades,
colorado y azafrán,
sube y baja, baila y baila
entre Dios y el temporal.
Parecen viejas de faldas profundas,
encuclilladas por dar sorpresa,
las parvas, las moñudas parvas.
Escondámonos en ellas.
Empujaremos con las frentes.
Pasa el cuello, pasan los hombros
y el trigo cae como un diluvio.
Nos sumimos, nos enterramos.
¿Quién nos ve ahora, quién nos halla?
Las viejas madres dejan hacer.
No refunfuñan, dejan pasar.
Se ríen con los cogollos
y el chorro de trigo que cae.
¡Qué buen calor y buen olor,
y qué buen cerrar los ojos!
Vendados de trigo, ciegos de trigo,
la lluvia no nos empapa
ni nos sigue la turba de perros.
La parva huele; la linda se exhala.
La paja es blanda y es brava
como la cara de tu padre
que nos besa y nos clava...
Nadie sabe nada, nadie oye reír,
somos dos ánimas sepultadas.
Pero ríe del moño abajo
y se le oye la risotada.
No nos movemos y la partimos
acomodando piernas y espaldas
Pero el trigo afuera sigue corriendo.
El muy tuno no se para,
parecerá así rodando,
parva borracha o embrujada.
Vienen corriendo a caballo,
se apea el dueño de la parva.
Busca, con los brazos
y en un manotón nos coge las caras.
Jugábamos “las escondidas,”
jugábamos, hombre, jugábamos.
90 Almácigo G Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l G Jugarretas 91
Niñ a nu e v a
Nom b r e az t e c a
Un ri t m o
Novedad verdadera
y albricia brava,
hay una niña viva
que ayer no estaba.
Enrollada estaría
o encuclillada.
Pero en faldas ni brazo
se columpiaba.
No estaba en el granero
con la harinada
ni saltó de las cajas
claveteadas.
Estaban las Antonias
y las Preciadas
y las Marías.
Ella no estaba.
Háganse guiños
y digan bufonada.
Ayer ninguna
niña aquí lloraba.
Nombre de pueblo, iba a decirte
y se me fue por filo de aire.
La historia queda avergonzada
si no me vuelve su nombre,
truco de lengua y duende de aire.
Me cosquillea como un agua,
niño jugando de pillarme.
Es nombre lindo como espejo
y es nombre azteca que yo reía.
Trae y se lleva lo que trae,
si me lo creo escurridizo
yo me lo cojo como un jade.
Me cosquillea por la boca,
y me resbala su donaire.
Casi lo tengo; tapa mi boca
y me lo tomas como el aire.
Pichón cogido, albricias mías:
¡Tlequepaque, Tlequepaque!
Un ritmo puro me persigue
esté dormida, esté despierta.
Un ritmo grave que es ligero
como el metal de la saeta.
Cuando converso me perturba,
cuando camino me gobierna
y cuando duermo toma tierno
estas potencias de mis venas.
En luz rasgada o en la pulpa
de toda noche de caverna
hermanos míos nunca tocan
así mi flanco y mi cabeza.
Un ritmo grave que es ligero
de mi espíritu coge presa
y afila terco como daga
o como un aire me aligera.
Entre las gentes me separa
y en soledades se me estrecha
tanto como mi madre al pecho
que si me falta me muriera.
Si como un préstamo lo dieron,
del donador su cara vea.
Y si mi sangre lo tenía,
era mi sangre mina ciega.
Nadie lo ve que va conmigo
que me converse y que me tenga
y nadie sabe de los míos
que me posea y que me envuelva.
Voy a morirme con su mando
y su dulzura que gobierna
y yo sabré si me acompaña
o se rezaga por la Tierra.
Un ritmo casi criatura
casi demiurgo y potencia,
me purifica y me devasta,
me da la paz y me da guerra.
En el silencio de los pinos
o sobre dunas de mi siesta,
maja mi cuerpo como torno,
y me desgarra como fiera.
A esta aparecida,
a esta mandada
no ha visto entrar ninguno
por la majada.
Saltó de un agua que triscaba
o de las cifras de la Tierra
y ahora incansable me camina
por los hondones de las venas.
No es un Arcángel ni un demonio,
nunca su forma contornea.
Pero sin cara me domina.
Disparate de niña
descoyuntada
que en los brazos se dobla
de desgonzada.
Que en la luz viva corra viva
o que en tristeza me disuelva.
Niña nuevita,
así estrenada.
Niña “suelta de talle,”
niña arribada.
92 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l La Guerra 93
La Gu e r r a
Árbol de Guernica
El centinela
Grito por Inglaterra
Guerra
La libertad
La tierra que flor parecía
Madre de héroe
Me voy de la Tierra dura
Mujer
Niño siciliano
Perdidos
Polonia III
Sangre de España
Soldado
94 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l La Guerra 95
Árb o l de Gu e r n i c a
Volverá a ser verde y ancho
el roble, el roble nuestro.
Mordido de la metralla,
no del rayo de los cielos,
volverá a brotar contadas
una hoja por cada Euskaro
y será a la semejanza
nuestra y tierno.
Mientras, andamos errantes
sin criar roble en otros suelos,
con un gajo sollamado
que se aprieta contra el pecho.
Volverá a ser en Euskadia
el abra, el árbol y el ruedo
del corro de manos dadas,
y el himno al Dios verdadero,
confesado y silencioso
como la encina sin viento.
Los heridos y aventados
y los que a mitad de ruta
dizque se quedaron muertos,
todos volveremos, todos,
al árbol, al ruedo.
Mientras tanto parecemos
casa en noche de saqueo.
Y desvariados que dicen
en refrán “Guernica” y “fuego.”
Sigue entero y da, mascado
en un brote verde
un sabor de salmuera que resbala
si lo muerden niño o viejo.
Y con él, caído el sol,
comulgan y esperan ellos.
Mientras tanto caminamos
tocando a puertas de acero
de los que han la libertad
y siguen sordos y ciegos.
Crece con nuestras fés
y voluntades y tuétanos.
Crece al día y a la noche
aunque le den pez y fuego
y aunque zumben su despojo
alguaciles y patán ebrio.
Mientras tanto le rezamos
sobre el jergón a dos leños:
el de Cristo y el de Ignacio
entrecruzados y ardiendo.
Por islas, por archipiélagos,
al asar pez y catar
vino bárbaro tenemos
sobre nosotros la sombra
del buen roble que da silbo y oreo.
Cortados como la sarta
y la madeja,
escupidos en la noche tártara
partida del bombardeo,
cada uno caminó
cargando flor y madero
cortado de él y llevándolo.
Mientras que cortamos el aire,
en la lengua sin orígenes
decimos el Padrenuestro
y el roble allá lo corea,
fiel, hirviendo y recto.
96 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l La Guerra 97
El ce n t i n e l a
Gri t o po r In g l a t e r r a
Madre, yo me he vuelto un árbol,
el álamo o el abedul
lleno de miradas, con nombre de miradas
y no el belfroy cargado de bronce.
Para que duermas tú, madre,
reme el pescador, el trigo crezca,
los mineros suban y bajen
y carguen los barcos de Amberes.
El viento golpea en su árbol.
La noche me toca y no entiende.
Ya no tengo cara ni nombre.
Solo mi sangre vertical
y el soplo alerta en la boca.
Dejé de correr, de jugar,
de comer y de dormir.
Copa dura, ramas alertas,
de la raya de la frontera
tengo rayados los ojos,
y rayadas las entrañas.
Venga el viento, caiga la nieve
y las lechuzas pasen rasando.
No me dejen más dormir,
tres años holgarán los párpados
y la harina de mi sueño.
Me plantaron como un árbol
lleno de frutos de hierro.
Detrás de mí duermen
los enfermos y las mujeres.
Yo veo solo una línea
que me devora los ojos
y mi madre sembrando y durmiendo
ve la vertical de su hijo.
En mí se acaban los linos
de Bélgica, los canales
de Brujas y las beguinas.
Estoy guardando las campanas,
las hilanderías y los Memlings,
planta-encina, planta-chopo,
moño de parvas de cáñamo,
y debajo, árbol de sangre.
Está dado aunque esté íntegro,
esperando está, batiendo
y sin saltar, está callado
y tumba el árbol de mi sangre.
Dios que salvas y Dios que pierdes,
salva en su hora a Inglaterra.
Resista hoy, mañana y siempre
y sean verdad las fábulas.
Con llamas o con relámpagos
la busquen y no la encuentren.
Dóblale, Señor, las brumas.
Los que la buscan, naveguen,
naveguen y nunca lleguen.
Salva a Inglaterra boca salada,
cuerpo duro de caracoles,
fajada de algas oscuras,
que comió más sal que trigos,
que duerme en cuenco de barcas
y reza en cada península
y en cada cabo, ruega de pie
o montada, como San Jorge.
Dios de los fuertes que salvas y puedes,
Tú que puedes, salva a Inglaterra,
hazle el mar recio como la tierra
y la tierra dura dásela eterna.
Endurécele el mar y no se lo quiebren;
suéltale las nieblas y que no la vean.
Con relámpagos y con llamas
no la encuentren los que navegan.
Resista hoy, resista mañana.
Parezca fábula que nos cuentan.
Recen tan fuerte los niños,
tan recóndito recen las viejas,
nómbrenla tanto los desvelados
que Holofernes y Jerjes nada puedan.
Dale al mar entendimientos
y por hijo te obedezca,
y el mar que hiciste pelee
la pelea de Inglaterra,
con las Ménades de sus mareas
que entienden y que castigan
con furias desenrolladas.
Salva a Inglaterra que quemó el miedo
de la vieja Europa demente,
libérala en la hora
en que iba a ser perdida.
Navegue como el caballo marino,
vuele recta como el Espíritu Santo
y ardan sus peñas de milagro
Apriétala, Señor, como la madrépora,
endurécele el mar y adensa el aire.
En este trance no tenga fiebre,
no tenga suelo y solo tenga
costa, basalto y cabos.
Lleva los barcos de arroz y frutas
por entre aviones y submarinos.
Naveguen vistos del cielo y tierra
y no topen rutas del enemigo
y todos lleguen a sus puertos
donde esperan las mujeres
el bocado de las tropas
y la merienda de los niños
y descarguen oliendo a la Australia
y a Sargassos del Caribe.
A los que luchan la libertad
más buena que el oro y el vino,
actívales, Señor, la sed,
aparta el hambre de sus entrañas;
a los que quieren vivir
como el albatros en los vientos
y los ángeles que en las alturas
cantan: Santo, Santo, Santo.
Antes había tantos barcos,
que no había mar tenebroso.
Ahora solo tú vigilas,
guardián de faro diez veces solo,
Inglaterra sin sueño, lagrimales rojos
de salmuera, en tu isla del destino.
Sálvate y salva las gentes libres,
azoradas y esparcidas
que rezan con las dos sílabas
o las tres sílabas o las cinco
de tu nombre duro y magnífico.*
Dios te guarde el viejo reino
blanquecino de sal y conchas marinas,
te salve Dios la boca con fábulas,
te salve el pecho renegrido de algas
y el corazón bruñido de Antiguo Testamento.
Inglaterra, echadora de fieras,
listada de mástiles, recta de timones,
cargadora de especias
más rigurosa que feliz.
No sueltes más el mar que tu propia alma
y guárdanos el aire al igual que las olas
desde tus penínsulas y tus cabos.
Queremos el mundo libre
y sin libertad les dejamos el mundo
a las carpas, los comejenes y los lobos.
Por esto es que velamos contigo,
vueltas a ti y nada más que a ti
mientras rehúsas y combates
con el cuerpo y el ánimo de sal, de yodo y
brea,
terca, fiel a Dios y a ti misma.
* England, Great Britain, United Kingdom.
98 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l La Guerra 99
Gue r r a
La li b e r t a d
No quiero andar la fea tierra
de la metralla recocida,
más cribada que la cueva
del castor y la armadilla.
La mota de tierra quema,
muerde el surco como encías,
como un atabal de befa
por el Demente tañida.
Marchar no sé, parar no sé
sobre la vieja Gea ofendida;
en casas y en descampados
es aire, es hedor, es acedía.
Las laderas de las viñas
y el horizonte de olivas
se volvieron el pespunte
debajo de la carne fugitiva.
La leche viva de las madres
se secó como la resina
y se secaron los pechos
en las aldeas judías.
Se han escondido de repente
como fábulas recogidas
los campos de azafrán y lino
y las praderas de la abubilla.
Van subiendo de socavones
y salvajes bocaminas:
el carbón, el cobre, el hierro
como bestias fugitivas
Masca la boca siete metales,
la noche come su pesadilla.
Para vengar a mi madre
la muerte no tengo sabida.
En mi Valle el hombre de Cristo
metal no masca al fin del día.
Dormir quisiera vuelta pájaro
en pozo o cueva marina,
hasta que la loca Euménide
hipe la muerte, caiga rendida,
y el que cabalga la Tierra
de las espuelas de su ira,
sea polvo de la ruta,
y carne nunca nacida.
Dormir hasta que regresen
trascordadas y traídas:
el cuerpo nuevo de Cibeles,
la nueva mies, la nueva harina,
las ciudades resucitadas
y hasta la mar recién nacida.
Para retomar la casa del mundo
al igual que la hija de Jairo
y recobrar tactos y vistas.
Y cuando esté seca la sangre
alzar un niño y hondearlo
sollozando de alegría.
Aprender su nombre, mozos,
y vocear y danzar
como David ante el Arca,
bailadla, mañana y siempre.
No es tu madre y es tu madre,
no es Dios y casi se le iguala.
Tiene ella el rostro del sol,
su blanca leche alimenta
y sin ella se pudre la sangre,
la voz se quiebra, el Adán muere.
Di su nombre y te haga el pecho.
Vívela y te haga la sangre.
Sirviéndola como a madre,
serviréis sin servidumbre.
Míralos tú de hito en hito a los hombres
y escoge solo a sus hijos.
Di su nombre en contra-seña,
oye bien si te responden.
Id con ella a regar,
a amar y a rezar con ella;
a navegar, a vender,
a jugar y a dormir con ella.
A tu molde se parezca
y tú a la figura de ella.
Con ella siembres y coseches,
sin ella, aceptes frío y hambre.
Dátiles, uvas y vino
sabor no dan si ella falta.
Mal se duerme, mal se sueña,
la cama es de sílex y espinas,
ningún muro nos guarda.
Donde vayas a morir,
por bien morir ve que la tengas.
Y muere libre, y te irás libre
a los cielos
abra eterna del Padre y el Hijo.
100 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l La Guerra 101
La ti e r r a qu e fl o r pa r e c í a
Mad r e de hé r o e
La tierra que flor parecía
ahora es un cactus tremendo,
corola de hierro, pistilos de hierro.
Una cactácea que suena
de las raíces al cuello enhiesto
y suena escandalosamente
a hierros chocados con huesos.
En el sol de Brasil lo miro.
En su noche lo sigo viendo,
llena la Tierra
anda mi sangre, toma mi sueño.
(Andando mi casa lo oigo,
lo oigo por más que no quiero;
paro de beber de que lo oigo
y miro fija porque lo veo)
Mi vieja Tierra, olor de flores,
ahora se ha vuelto cactus inmenso,
aureola de lanzas, color maldito.
Desplazó palomar y viñas,
descuajó olivo y cerezo.
Creció en una sola noche,
en una sola tapó los huertos.
Oís el cactus gigante,
el duro áloe ceniciento
que dormido pide en su sueño lacerado
volverse dulce, volverse tierno
mascando su trigo de acero.
Solo dormido se aprende dulce,
se sueña blando y dorado.
Todos quitan su vista del ácido,
y el pobre cactus sigue pidiendo
el cuello dulce de los claveles,
que huele intenso y todo entero.
Un solo cactus, uno solo
de aire, de agua y tierra dulce.
Por el molino de sus lanzas
no duermen el niño ni el viejo.
O dormimos y nos soñamos
ahogados en su entrevero.
Hay un áloe, hay un cactus,
hay un molino de hierro
que no da pulpa, que no da leche
y da llama como resuello.
Que está echado sobre la tierra
y no da sombra para lecho,
que a la mujer deja sin hombre
y a los hijos sin nacimiento.
Un solo cactus mayor que los otros
que matamos y que murieron.
Canse al Señor, canse a la Tierra.
Mañana esté en el llano muerto.
La Tierra que flor parecía
ahora es un cactus tremendo.
No puedo ver a mi hijo
vuelto a los puntos cardinales.
Estuvo al Oeste, estuvo al Norte
y ahora vienen del Sur sus signos.
¿Cómo lo veo tras los metales
y la tempestad; el hierro, el bronce,
el polvo negro y la humareda?
Por donde le busco anda su nombre
que no es el nombre de su bautismo,
anda en aleluya y en befa.
Nombre que yo no se lo amo,
sin óleo, sin sal, sin leche.
En tanto espacio que tiene
le busco el cuerpo de la cuna
o el otro de la adolescencia.
Y tanteando en alambradas
y en minas de tierras abiertas,
hallo el infierno, no hallo mi hijo.
Tampoco encuentro mi país
y su país. Todo ha mudado
o yo no soy alma gloriosa,
y soñé el cielo, Dios y su gloria.
Hasta el día de su marcha
yo me estaba aquí en lo divino
y conmigo juntamente.
Tenía en las manos este aire
y el puñado de sus cabellos,
los cielos abiertos miraba
y al mismo tiempo veía
su espalda, su ruta, su huella.
De pronto ardió cuanto tocaba,
ardió en su nuca su bautismo
y ardieron todos sus caminos.
Corté mi canto de los cielos,
mi adoración rompí de golpe
por buscarlo y por seguirlo.
La llamarada en que corre
está forrada de tiniebla,
y así su fuego no guía
ni los pasos de su madre.
Detrás de él todo es su nombre
pero ese nombre yo no lo dije
ni al darle los alimentos
ni llamándolo en el Danubio.
Denme mi hijo,
no me den un reguero rojo
y un horizonte de tanques.
El hijo que voy buscando
cielo abajo, gloria abajo,
que trabajó, que rezaba
y cantó en coros de camaradas.
Voy detrás de él y voy rota
de unos aviones que me cortan
y rota de afiladas sirenas,
partiéndome y rehaciéndome
por una tierra que no es la tierra
y dicen que es la Austria, Hungría:
caldo de metal, no cebadas,
no más que explosión y metralla,
y la ruta: tiesura de muertos
y los terrones: pulpa de cuerpos.
Me detengo cuando me canso
pero sigo porque él sigue
el río que llaman su gente
porque dicen que él va adelante.
Anda que anda y nunca le alcanzo,
el hijo mío que no era fuego,
que no era mina ni metralla,
que era canto y ojos azules,
que sobre mi pecho era mío.
102 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l La Guerra 103
Me vo y de la Ti e r r a du r a
Muj e r
Niñ o siciliano
Me voy de la Tierra dura
que ruge de los metales;
cortada de estampidos,
anda sorda de locos truenos
y amoratada de relámpagos.
Dan vuelta la Tierra dulce
las explosiones, los fosos.
Está rasgada,
anda roja donde era dorada,
ahora negra donde era parda.
Se mudaron todas las rondas:
los niños andan lejos.
En otras partes cortan las rosas,
cosechan las violetas.
Los hombres llevan ropas oscuras
color de bestia y de humo.
No voy a contar mis fábulas
ni a decir mi padecimiento
donde no andan ofendidos
la luz, el aire, los fresales,
donde no se oiga a mediodía
caer doblado y rebanado
el pobre cuerpo de los hombres,
que cae en los fosos y cae
en la mitad de mi alma.
Mi hijo no late esta noche
y no respira detrás del muro.
Mi hijo duerme bajo la noche,
pero la noche no es su madre,
que no le vale por mis ojos
y no hay viento mejor que mi hálito
para que él se despierte dichoso.
Anda mi hijo entre bocas de bronce.
Saca la cara de los relámpagos.
Va y viene entre olores ácidos,
sonando hierros y hurtando víboras,
y su trinchera le sostiene
con lodo y lodo los costados.
Todo lo trajo y pudrió
el sonámbulo sin noche,
el que no siega ni vendimia
y no ve dormir a su lado el hijo.
No tendría madre, dientes de leche.
No habrá jugado, no habrá cantado
y no habrá visto subir el sol,
prestado de Dios, puntual y divino.
(Guerra, vieja trotadora,
coyota de la media noche,
un cuadril vivo, el otro seco,
pasando viñas y villorrios).
Si me dais ruta, voy a buscarlo,
a hacerlo reír, o contarle el trigo,
a alabarle la mujer,
a decirle campos de fresas.
Búsquenle hierbas de sueño
por los campos provenzales;
cánsenlo rompiendo minas
o que tumbe pinos y pinos.
Cuando él duerma, dormiremos.
Pero sueño solo le da
El Judío que anda la noche
dando perdón y rocío.
El niño siciliano
nació niño y tinturero
entre dos bateas de tinte
o dos tanques remansados
de azul turquí y rojo siena.
El padre teñía, la madre estrujaba.
De un lado era el cielo, del otro la tierra.
Vive con ojos turquíes
y con la piel rojiquemada
por los baldes sanguinosos
y tendederos desenfrenados.
A todo cielo y medio pan,
medio alero y medio techo
ríe más que los niños de Francia
de Australia y de las Antillas.
En mis faldas yo te tuve
en revoltura de rizos
cuando mi dicha, cuando mi Italia.
Ahora se han caído tus torres
doradas, puentes y acueductos;
caería tu padre vara de encina,
moriría tu madre ojos de fuente.
La tinturería como tortuga
vuelta del revés, rota y desventrada,
dos patas azules, dos bermellones
no se conoce ni te conoce.
Los tanques del tinte se secan al viento.
Ríe todavía, contra todo, ríe,
ropitas de harnero, corvas pintadas,
niño-duende del Cielo, sazón de la Tierra,
sentado sobre tizones
preguntando con todo tu cuerpo.
El cielo es el mismo, el mar está entero.
Toda la casa eran dos huecos
negros y el patio pinturería,
cuando mamabas, cuando crecías,
lo mismo que el mundo hervías
y gritabas de colores.
En mis brazos yo te volteaba,
esmalte de Capella Reale
íntegro, duro, corto y dorado.
Niño mío, pasó la guerra
la de los otros, no la tuya,
la de Musso, y zambra de Edda
el calambre de los aviones.
Tenías bateas, lanas
embadurnadas, tu torre y tu madre,
y el casi nada, casi era todo.
Las artesas quedaron abiertas
vuélvelas a teñir, como Dios Padre,
con tus dos manos sollamadas
y tu lomo descalabrado.
Espera el barco y los zumos
el cobalto, el añil, el cinabrio
Sigue cantando tu madre
en una banda de tu aire
y Mestre te da en el sueño
la receta y el juego de los tintes.
Cayó todo y ardió todo
menos tu cuerpo y tu risa
en el cogollo
siciliana y ensortijada,
flor de mi vista
que me endulza a mitad del llanto.
No te me acabes, no te me pierdas,
cosa mejor que Ghirlandaio,
fruta sin muerte, pámpano de oro.
Todavía estruja la lana
pintureada de mi vestido,
dame en tu lengua todas las cosas
para que sean recién nacidas
juegue contigo como jugaba
y se acabará tu muerte y mi muerte.
Vamos haciendo ruta,
tú y yo, mi Señor Jesucristo,
pasando dos mil centinelas
y cuarenta muros hasta su puerta.
A hacerlo dormir
y a hacer de nuevo su sangre.
104 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l La Guerra 105
Per d i d o s
Pol o n i a III
Derroteros no había
en el lacio momento,
o habían engañado
cuarenta derroteros.
Una niebla meliflua
anulaba los cielos.
Las manos eran algas,
los ojos no eran fuego;
los pies no eran antílopes
ni columna el aliento
y la tierra de pronto
rehusó nuestro peso.
Porque perdido habíamos
el instinto del ciervo
y el alma tampoco era
el Judas Macabeo.
Y nos perdimos todos
en noche y en sillencio,
sin combate y sin grito,
aunque éramos guerreros.
(Grito de jóvenes)
Polonia va camino del destierro
tanteando en el vacío el aire la sostiene
y en la noche cerrada ella se alumbra
con sus heridas como con amiantos.
Dios ve mejor que nunca a la Desnuda.
Oímos todavía caer nuestras casas,
abrirse el cielo en un parto de fuego,
vemos la blancura de las mujeres
y oímos el grito de los niños,
No nos hagan oír nada más que eso.
Pero va más hermosa que nunca,
en el tamaño de su martirio,
sin suelo, sin arrimo y sin culpa,
tan bella que ahora es la belleza del mundo.
y vamos hermosos de la hermosura de ella,
que fue remecida como un abedul
y que llovió en sus hijos su coraje.
A cada aliento decimos su nombre
y en cada pulso le damos la sangre.
Ponemos su desvelo antes de nuestro sueño.
Cuando le falta ruta, le daremos los huesos
para que pase ríos y marismas.
A donde sea que caminemos,
caminamos a su resurrección.
Pasamos la frontera llevando lo preciso:
el Padre, el Hijo y el Espíritu.
Aunque suelten las campanas de la mofa
y digan que ellos beben en su calavera,
no lloréis por ella que va viva
ni el llanto ácido ni el dulce llanto.
Al raso o bajo techos, tenemos lo preciso:
el hatillo de nuestros héroes
y el tizón de los santos de Polonia.
Vamos diciendo como cantinela
que nos funde la nieve de los pies a la boca:
Polonia parte y vuelve siempre,
para echar al ladrón, recuperar la tierra,
purificar el ámbito, lavar muros y umbrales,
abrir el templo y destapar las hostias
y amamantar de nuevo a las niñas Marías
y a los niños Kociuskos*, levadura del mundo.
Vieja Polonia, niña Polonia,
criatura que rompió tres sepulcros,
costumbre de muerte y resurrección,
aunque jueguen sus vestiduras
los centuriones y sellen su huesa,
sepultada nos creces, partida es toda música,
tendida corre como las llamas.
* Tado Kosciuskos Sukilimo (1794), autor de Historiae Lituaniae fontes minores.
106 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l La Guerra 107
San g r e de Es p a ñ a
En miel que comía,
la miel de Alcarria,
yo veía el enjambre
de alas doradas
y el sol que arde
en romero y en salvia.
Delante de los ojos
él me volaba.
El enjambre de abejas
cuando la destapaba
me aleteaba en la luz
sienes y cara.
Ahora el enjambre
me punza las entrañas.
Tu color no lo veo,
color el que copiaste,
el de mis entrañas.
Un dejo me da ahora
la miel santa,
dejo de sangre viva,
dulce-salada,
sabor que nunca nunca
la boca me tocara.
Me pesa en mano diestra
miel de la Alcarria,
en los pulsos me pesa
sangre y sangre de España.
Este peso mejor
nunca se levantara.
Cucharada de miel,
ay tan mudada,
en mi mano te quedes
así parada.
Coman otros, los otros,
sangre de España
y así Dios les vea
mano y garganta.
En mi boca se queda
en un pasmo clavada,
hostia así no se come
de sangre veteada.
No se ha contado antes
así su vieja fábula,
miel de Alcarria que muda
así su bocarada,
miel que salió perfecta
y que acabó en amarga.
No se ha contado el duelo,
nunca se le contara.
108 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l La Guerra 109
Sol d a d o
Hombre bajo el cielo raso,
terrestre y sobrenatural
al que miran los animales
enrollado de tempestad,
con risa y lágrima disueltas
en polvo y humo sin mirar,
color de marcha, color de ruta,
caucho abierto puesto a manar,
ya no eres padre ni esposo,
solo eres nuestra libertad.
Te rastreamos, te deletreamos
por el desierto y el mar.
Te vemos cuando dormimos
y al rezar te vemos más.
Corres, andas, pierdes, ganas,
te alzas y vuelves a andar.
El sol y la luna te miran
y la luz no quiere ver más.
La tierra volteada te mira
y enderezada te quiere hablar.
Hombre millar, hombre bandada,
en una noche vuelto pinar,
por ti cosechan las mujeres
contando ejércitos y pan.
A Norte y Sur todos te sirven:
vacadas, salitres, metal,
las bendiciones y los suspiros,
altares de Cristo y Jehová.
Ya no tienes cuerpo tuyo,
odio tuyo, propia crueldad,
ya no te llaman a estas horas
ni te nombran por tu ciudad.
Brota y baja de los Arcángeles
tu despeño y tu ¡alalá!*
Por oírte y acompañarte,
por estar en donde estás,
no hacemos festejos ni bodas,
no carneamos cordero pascual,
oye y oye parecemos
la gruta en la pleamar,
y blanqueamos en nuestras puertas
como salinas u olivar.
Hombre enlodado y vendado
de lienzos, humoso cristal,
albatros en dunas solas,
desparramado coral:
todavía un poco de noche
de ciénaga y trueno infernal,
escuchadores y latidores
como el venado y el torcaz,
todavía la mascada
de metralla y pedernal
diez jadeos todavía,
una jungla entera y un mar
para enjugar sudor y sangre,
contar tu fábula y llorar.
A espaldas tuyas arden y laten
mujerío y cristiandad,
bendiciones y suspiros
hornos de fervor, antorchas de hijos,
aromas de mirra y copal
y la marea de nosotros
te embriaga y te empuja el marchar,
todo hierve en torno tuyo
y todo es silencio detrás.
* Canto popular de algunas provincias del norte de España.
110 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Locas Mujeres 111
Loc a s Mu j e r e s
La Calcinada
La Celosa
La Convidada
La Dudadora II
La Enclavada
La Enferma
La Enfermera
La Presa
La Solitaria
La Trascordada
Mujeres de pescadores
Nosotras
112 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Locas Mujeres 113
La Ca l c i n a d a
Tú no te vayas si viniste,
tú no te acuerdes de tu patria
ni de tu madre. Si llegaste
a país mío de llanada,
no reconozcas más los valles,
yo así lo mismo renegara.
Olvida río de otro sabor
y de otro cauce y mimbrerada.
Patria y mujer eran palabras,
gentes y oficios eran fábulas.
Tú no te vayas, aunque te acuerdes,
mejor si nunca recordaras,
quema las cosas que te duran,
por nombre tuyo acarreadas,
los amigos y las amantes,
y viga y puerta de tu casa,
quémalos todos como zarzas
y las quemas en tu mudez
o bien las quemas abjuradas.
Como no fueron nunca la dicha,
dice y repite que eran la nada.
Desde el loco día del gozo,
quemé cuantas no fueron dadas,
quemé costumbre, rompí gestos
de mocedades y de infancias.
A cada vez que tú me miras
de mis raíces rebanadas,
me oigo y siento la morera
que se llena otra vez de ramas.
Yo vivo aquí, yo soy mujer.
La tierra no es para mí marcha
si yo no puedo irme contigo
a tu lado como el fantasma;
quédate aquí, toma mi llano,
toma mi lengua, toma mi casa
y olvida toda tierra nombrada.
O no podré dormirme nunca
y seré como la corneja
y como el agua desvelada,
celando noche, celando día
y con mis ojos como las lanzas.
La tierra tiene montes y cuestas.
La tierra no es como sabana.
Te escondería con un árbol,
con una bestia o lumbrarada.
Yo soy pequeña para alcanzarme.
Me borro como tu bocanada.
Me pierdo antes de que te pierdas
enjugada antes que tu lágrima.
A tus espaldas yo me quedo
de fuego mío calcinada.
Hay ahora solo una cosa
maldita antes de la garganta
que no se nombra o que se dice
como víbora estrangulada,
cosa bendita, cosa maldita,
ruta que llaman de la Francia.
(Destrucción)
114 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Locas Mujeres 115
La Ce l o s a
La Co n v i d a d a
Él se parecía al viento
en que es de todos y de nadie.
Cuando me acuerdo de su amor
de la befa del viento me acuerdo.
Me besó como besa el viento
con boca mojada en marismas,
en salinas y cañaverales,
y yo quería un hombre, no un viento.
El se parecía al viento
que todos mientan y nadie tuvo.
Me besó como besa el viento
con boca mojada en establos,
cañaverales y salinas,
y mi alma llevó a las otras
y las injurió lo mismo,
sin parar nunca como el viento.
Cuando me acuerdo de su amor,
de la befa del viento me acuerdo.
Y al agua loca se parecía,
tómalo todo, déjalo todo,
sin cauce en qué adormecerse
y sin riberas eternas.
Me tomó como el torrente
y me llevó por el mundo,
gloriosa y hecha pedazos.
Pero un torrente no me valía
para fundar nuestra casa
y echar por su espalda mis ojos.
Dijo que yo estaba loca,
porque amándole le perdía.
Y talvez estaré loca, Dios mío,
pues no lo tengo ni me tengo
en el mundo en que las piedras
tienen su musgo y las rutas
el torbellino de polvo.
Mi madre afiló mi lengua
sobre fábulas benditas
donde el león ama a una leona
y el Rey bebe solo en una copa.
Ha de haber algún país,
alguna abra, alguna tierra
donde yo ame y sea amada.
Los brazos de un hombre
serán mi firmamento.
En la Tierra del Señor,
yo, pelícana salobre
y castora solitaria,
yo quise tener el pelícano
que me diese calor de hijos
y el castor que defendiera
mi puerta del río y la muerte.
Yo vine a la Fiesta,
pero vine traída:
vine sumisa como
pájaro o ardilla.
¡Ah, fiesta regalada
bosque y praderas finas
y color y colores
que se iban y venían.
¡Cuántas cosas llevaba
mi tropa, mi cuadrilla,
y yo, como hoy, desnuda,
solo el soplo traía.
La fiesta era tan ancha
que no tenía orillas
y el abra, de lo airosa,
costera parecía.
En bosque nos entrábamos
o tierras sembradías
en sazones de especias
y en punto de vendimias.
Los pájaros marinos
en bandadas descendían.
Se apretujaba el cielo,
después todo se abría.
Andábamos las gentes
chocando maravillas,
trastocadas por plantas
cascadas y avenidas.
Yo me puse a jugar
con mi aliento de vida
como madeja de agua,
lo daba y recogía.
La bocanada poco
a poco obedecía
y canto me llamaban
la pura sangre ardida.
Se rindieron mis ojos
husmeando a las colinas
y me eché entre las gentes
por si lo descubría.
Tantos rostros pasaban
que me desvanecía,
pero el Rey de hombres
su rostro escondía
¿Befa como esa befa
quién se la conocía?
El Dueño hizo venir
pero él no parecía.
Todos los convidados,
aun ebrios entendían
que El los quiso tener
pero que no acudía.
Volví entonces la espalda
a danza y montería
y tiré un grito loco
hacia las lejanías.
¡Ah, fiesta, fiesta, fiesta,
tan alta y tan tendida.
Nada faltaba, nada
pero el Dueño no venía.
Mi voz me daba miedo
como cosa no mía,
saltaba cerro y cerro
y nada me traía.
Iban todos bebiendo
y yo me retenía
por el Convidador
que no se aparecía.
Se empina nuestra sangre
tanto que saltaría
de una divina prisa
por su postrimería.
Me mordía el deseo,
el ansia me comía.
Mis ojos por anhelo
busca que busca ardían.
De tantos danzadores
la Casa se movía.
Que no era cosa eterna
yo entonces entendía.
Un gran amor de muerte
empuja a la salida,
corremos como hogueras
y viendo la tierra una
no se nos sueltan las manos
Mi voz me daba miedo
como cosa no mía,
saltaba cerros, cerros,
y nada me traía.
116 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Locas Mujeres 117
La Du d a d o r a II
Los que entendían todo
conmigo se dolían,
costado con costado
conmigo envejecían.
A veces del Poniente
rumores me subían,
unos gritos de hallazgo,
de locas alegrías.
Detrás los fuegos arde
la hoguera no encendida,
detrás del mar espera
el Dueño de las Islas.
Estamos cual los novios
o las recién nacidas,
ahora que se acaban
gritos y montería.
La sangre ya se empina
tanto que saltaría.
Un gran amor de muerte
empuja a la salida,
mientras duró la Fiesta
ninguno lo entendía.
Oíamos temblando
como el ladrón que espía,
y el lugar era el punto
por donde se partía.
Entendimos temblando
que el Dueño allí vivía
que en trampa y en acecho
allí se descubría.
Perdimos cincuenta años
para saber un día
que el Dueño nunca viene
por costa o serranías.
Que el que vino a buscarlo
lo encuentra a la salida
y que sobran la fiesta,
el ansia y la fatiga.
No sé si al mar me lo llevan
a ver olas encrespadas
y a recibir el crepúsculo
más tierno que las albadas.
Talvez oyen su regreso
y le abren la reja que habla,
talvez, de lentas, no acuden
y de absortas se le tardan,
y lo dejan al relente
y él se cuaja en sus espaldas.
No sé si encienden su fuego
y calientan su tizana
y la lámpara le allegan
que hace la foja dorada.
Oigo troncos, huelo gomas
y no veo su llamarada.
Talvez quedan a la escucha
hasta que sosiega su alma
y si es remiso su sueño
es que no le dan mis fábulas
y es que me aguarda embebecido
las que le cuento, doblada.
Talvez no regreso nunca
si esta noche soy llamada,
y si regreso le llevo
otro modo y otra gracia.
Talvez el amor le llevo
que ama más pero no salva
y lo salva ese amor próximo,
quieto, mudo y sin jornada.
No sé si le aman lo mismo
o de un pobre amor me lo aman
y me para en los umbrales
el miedo de su mirada.
Pero sé que mi alma eterna
pierde con perder su alma
y sé que si él me perdiese
su alma eterna no lo salva.
118 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Locas Mujeres 119
La En c l a v a d a
La en f e r m a
Ahora ya no me levanto
de peana de tu tierra
y me quedo en tu patio redondo
como los haces de tu leña
y las bestias de tu granja.
Ya no tendrás para hallarme
que vadear ríos y pasar sierras.
Amor mío, ya no te dejo
en la llanura cenicienta
para hallarme consumida
como retama calenturienta.
No quiero más la división
parecida a la blasfemia.
Me duelen tu cuerpo y el mío
igual que laderas opuestas.
Ya no haces más caminos
como los vientos y las bestias.
Ya padecí la doble patria,
el doble lecho, la doble cena.
En tu patria me quedo plantada
con gesto y raíces de higuera.
Siento los muros de tu casa.
Y me duermo sobre tu estera.
La desventura no se llamaba
hambre, cansancio ni laceria.
El dolor de toda carne
se llama ausencia.
Voy a aprenderme de tu país
la luz, el olor, la marea,
el ruedo de las estaciones
y el alimento que te sustenta,
y olor y quiebro de tus ropas,
y los días y las fiestas.
Olvidaré la que me dieron
en demente que no se acuerda
y tú olvidarás el día
en que a tu puerta llegué extranjera.
Ya no me voy con este día
ni con esta primavera,
no me verás las espaldas
huyendo como las velas.
El dolor de toda carne
se llama ausencia.
Me quedo en tu patio traída
como los baldes o las piedras.
Del país donde yo vivía
corté mi cuerpo, raí mis señas.
Tú me verás reverberar
con la espada del mediodía,
azulear con las montañas
y pasar sin pasar con tu río,
y durarte y durarte con tu alma.
Lucía ya no baja nunca.
Ahora no brilla en su Puerta
y no desciende mordiendo
las escaleras como saeta.
Tiene sed y no baja al pozo.
Guarda su reino y no se acuerda.
O bien se acuerda y se ha quedado
entrabada como la yerba.
Será tan otra así tendida,
de la Lucía verdadera
y callada, tan diferente
el cuerpo suyo,
ramo de fiestas.
Estará blanca de no mirar
a las cosas que son violentas,
de no coger vestidos rojos
y no voltear jarros de greda.
Se irá olvidando, si no se alza
del cogollo de su cabeza
y de cuando cortaba el viento
con su alzada de gran cierva.
Viudos de ella y sordos de ella,
preguntamos todas las cosas
que la cargábamos, ligeras:
yo, la hora del mediodía,
yo, su patio con la ceiba,
yo, el umbral de su pisada,
yo, su Puerta que la medía
y me cogí su cabellera,
yo la dueña de su relámpago,
yo pobre Puerta, su Puerta,
y nosotros, secos umbrales
que crujíamos solo de ella,
120 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Locas Mujeres 121
La En f e r m e ra
La Pr e s a*
Ahora veo en el día y la noche
este hombre herido sin país ni nombre
estas lacas heladas y este muro.
Si yo le falto va a faltarle todo.
Se le va de una vez el latido de los pulsos,
la frescura del lino de la sábana.
las dos rayas de luz, la hora sonada
y en la boca entreabierta vaso y grumo.
Yo no valía más que piedra y leño,
yo podía morir, irme, fugarme.
Me podía aventar, perder, morirme.
Y con ella (la Muerte) peleo pecho a pecho
las dos revueltas en mimbres o cuerdas.
Lo tengo de salvar o de perderme
dando y prestándole calor y alientos
y sostenerlo en vilo por encima
de Dueña Anaconda y Dueña Búho.
Mi leche halla su boca
y mi oreja su pecho por el tumbo.
Ayer cualquiera podía vencerme
partirme sin grito como hebra de humo.
No he luchado ni casa ni manjares,
ni un pájaro ni un fruto.
Pero ahora hay un hombre a mí fiado
aquí sobre el silencio de este mundo.
Si me duermo, la Dueña de la carne
morderá sus espaldas en lo crudo.
Si miro a lo morado de la tierra,
ella entra y lo arrebata por tributo.
Con que yo suelte su mano cogida
cae su mano como un pez convulso.
Y si me duermo la Otra se despierta
con que caiga mi cuerpo como escudo.
No hay ahora a lo largo de la Tierra
y del mar y del aire de este mundo
ninguna habla o criatura
ni trance, fuera de este cuerpo oscuro,
sin hija o madre y sin amante
a quien pasarlo en semillón caduco
para echarme a dormir y por cien noches
como el oso de nieve y la gardenia.
Yo soy la puerta y el cerrojo enjuto
y soy, velando, el paramento puro.
No tengo ya dos párpados que cierren.
Es como si creciese y más creciese
el hombre herido como un gran capullo.
Los que repasan por los corredores
no ven la lucha cruel, el duelo oscuro.
Ahora en todo día y toda noche
solo ves este cuerpo entre gasas y lacas
quieto como el molusco de las peñas.
Yo no valía más que piedra o árbol
o cocuyo en la noche vagabundo.
Ahora tengo rebanado y muerto
el camino y la marcha con el rumbo.
Si le falto, le falta
de una vez el latido de sus pulsos,
el soplo, igual como a mi talado,
el sueño blando, el despertar seguro,
la frescura de lino de su sábana
y la luz justa en el ángulo puro.
Pende de mí como la rama herida.
Miro su cara por los barrotes
y veo su frente rayada
y también ella me cuenta
ocho rayas en la cara.
Su mirada me da hierro
y cae hierro de su habla.
¿Cómo serás sin barrote,
cómo serás tú sentada,
tejiendo lana, comiendo uvas
o con unos niños sobre la falda?
Cuando a la luz salgas libre,
y yo mi puerta te abra,
llegarás entera, hermana,
me mirarás con tu rostro,
me bailarás con tus plantas.
Y entonces veré tu edad,
oiré tu culpa, sabré tu Patria.
* Apareció mal transcrita en La desterrada en su
patria, recopilación de R. Esteban Scarpa, t.II,
y fue reproducida por P. Pablo Zegers en Recopilación
de la obra mistraliana: 1902 – 1922. Ambos
yerran creyéndola de tal época; fue escrita en
la década de los años cuarenta.
122 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Locas Mujeres 123
La Solitaria
La Tr a s c o r d a d a
Cuando anda lejos y queda sola
como fue antes de su encuentro,
qué cubo tan duro y tan frío
se vuelve la casa que tengo.
Su blandura de golpe se empala
como la leche puesta al viento;
hacen dormidas lo que hacen
mis manos sin entendimiento,
porque solo devano y devano
su camino con ojos abiertos.
Aunque él su mar nunca atraviese,
para mí siempre viene de lejos,
de países de puna y fiebre
llegándome como devuelto.
Y las tierras que él se camina
yo recelo con todo mi pecho
de islas, de sierras y de los puertos.
No hay mentira que se parezca
a mi pobre casa sin dueño.
Se parece a la mondadura
de una naranja que yo enderezo
y a las ropas abandonadas
que esponjadas se fingen cuerpo.
Maté mi sueño hace tres noches.
Día no quiero, noche no quiero
porque mientras se va y vuelve
vivo otra cosa que vida y muerte.
No he tocado los alimentos.
Cuando entre, yo sentiré
la fatiga, el hambre, el sueño.
Me dormiré cuando lo vea
y reconozca vivo todo su cuerpo.
Que busque siempre mi pan,
el pan nuestro yo no lo entiendo.
Nuestros años están heridos
de tantas muertes que no cuento.
No quiero que vuelva a irse,
no más partidas, no más regresos.
Para nuestro amor herido,
sorbo es el año, pobre es el tiempo
porque tarde nos encontramos
como perdidos o como ciegos,
y en este alto de posada
los brazos ya tocan el término.
Si ahora llega, todo lo sepa
por mis pulsos calenturientos,
por la pobre voz parada
como después de un gran aliento
y por mis manos que recorren
sin creer todavía, tu cuerpo
y ningún otro adiós yo diga
que el que diga al quebrarse mi tiempo.
La mañana cuando empinaba
cometas en la colina,
en pasando el viento Este
él la tomó en su bajada
y ella se dejó llevar
como el manojo de la neblina.
Ceñida de él, amante de él,
llena de ímpetu y de vistas,
pasó aldeas y labrantíos,
montañas y serranías,
a ratos ciega de su ímpetu,
rota y ebria de su alegría.
Con la boca del viento junta
a su oreja y de él ceñida,
el viento le hablaba la lengua
del Este, de noche y de día,
y ella, aturdida pero amante,
pasando cielos la aprendía
Cuando pasó, cuando bajó
a la tierra labrantía,
por llevada, por aupada,
apenas andar sabía
y tuvo que aprender a andar
como la recién nacida.
Con palabras del Viento Este
pidió lecho, pan y ambrosía,
rezó con palabras de él,
dijo gozos, dijo agonías,
y olvidó como los muertos
patria, hermanos, huerta y masía.
Como niño que balbucea
al nombrar caras, caricias
ella pidió y recibió
merced de espacio y yacija.
Y la ciñeron sin amarla,
comieron su sangre y su dicha.
Vivió con peñas y con árboles,
con pájaros y aguas vivas,
y subió al cerro más alto
para gritar y ser oída,
y el Viento Norte vino por ella
como por alma en agonía.
Atravesando albas y ocasos,
la mejilla en la mejilla,
le cantaba el Viento Norte
silbo y canción desconocidas,
y sin entenderle la “saga”
ella no más lo amaba y lo oía.
En donde el Norte todo lo deja
ímpetu, sal, destino, vida,
él la soltó, él la dejó
como el que en tierra pone a su hija,
y ella otra vez abrió los ojos
para aprenderse casta y dicha.
De dónde la amamantaron,
de dónde ella fue mecida
de sus cielos y de sus patrias
la trascordada no sabía,
viento Este y viento Oeste
su memoria le robarían.
Cuando era otro su rostro,
otra su marcha y su risa,
en un repecho de olivares
el viento Oeste la halló dormida,
y se llevó arrebatado,
como el vilano, como la brizna,
su cuerpo que bien se sabía.
En sus lienzos y sus pliegues
de azul y azul enceguecida,
volaba sin tierra y bautismo,
entera y rota, ajena, íntegra,
tomando y soltando países
desnuda o envuelta en neblinas
Hasta que el duro viento Este
amainó como vela herida,
y cayó y murió en roquedales,
soltándola blanca y supina,
y a patria extraña caminó,
medio Sara, medio Antígona.
Entre los pinos y la marea
envejecía, envejecía
y en la mañana de morir,
llanto y memoria que en ella iban
soltarían juntos su presa
que su boca rompió a cantar
patria y canciones perdidas,
y sin respiro y sin relajo,
cantó llorando, recta y fija,
niñez de cactus y montañas,
en lengua de nadie sabida,
y en el canto y en el despeño
del llanto se iba, se iba,
y por el canto se despeñaba
en albatros y en flecha india.
124 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Locas Mujeres 125
Muj e r e s de pe s c a d o r e s
Nos o t r a s
Como un collar de farellones,
el costado en el costado,
tres oleajes devanamos
que se vienen y se devuelven;
ya los traían, ya varaban,
enrollados en algas los cuerpos.
Nunca él dijo ¡sí! a los hombres
y ellos nunca lo aprendieron.
Ellos se van enamorados
de sus palabras claras y oscuras:
palabra “coral,” palabra “nácar.”
Nuestras espaldas pasa y repasa
el calofrío del Talassa
y de dobladas parecemos
el bulto de la resaca.
Pero mejor que no llegue
el alba que todo declara,
y la marejada que escupe
toda carne bautizada
que tiene nombre y respiro,
y una madre que no es ella,
y amante sin boca de mieles
que cantando cubre su grito,
y orando fuerza al Dios eterno,
y pierde y recobra a sus vivos
llegando a la Playa eterna.
De montañas descendimos
o salimos de unas islas,
con olor de pastos bravos
o profundas y salinas,
y pasamos las ciudades
hijas de una marejada
o del viento o las encinas.
En el Cristo bautizadas
o en Mahoma de la Libia
pero en vano maceradas
por copal y por la mirra.
La que en pastos de pastores
se llamaba Rosalía (1)
y la nuestra del gran río
que mentábamos Delmira (2)
y las otras que vendrán
por las aguas de la vida.
El olor de los lagares
en las sienes nos destila
o la carne en los pinares
desvaría en las resinas,
y nacimos y morimos
pánicas e irredimidas.
Nacemos en tierra varia,
en el sol o la neblina,
tú en ternuras de Galicia
y en el trópico Altamira
y como cien lanzaderas
que en el mismo telar pican,
a veces no nos hallamos
aunque seamos las mismas.
Somos viejas, somos mozas
y hablamos hablas latinas
o tártaras o espartanas
con frenesí o con agonía
y los dioses nos hicieron
dispersas y reunidas.
La canción de silbo agudo
calofría la campiña
o parece ritmo seco
de hierros en roca viva,
pero es siempre la mixtura
de Medea o de Canidia
y Eva tiene muerto a Abel
y a Caín en las pupilas.
En los cielos sanguinarios
de praderas o avenidas
unas veces todas vamos
a país de maravilla
o venimos como Níobes
y con la vieja cara mísera.
Las más fuertes son amargas
y las más dulces transidas,
las más duras son Déboras
y las más tiernas Rosalías
y así erguidas o cegadas
todas una sangre misma
se nos rasga el secreto
de las sin razón venidas.
(1) Rosalía de Castro, gallega.
(2) Delmira Agustini, argentina.
126 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Locos Hombres 127
Loc o s Ho m b r e s
Alma en aflicción, pecho mordido
Ciego I
El Rehusado II
El Traidor
El Vagabundo I
Regreso de hermano
Suicidas
128 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Locos Hombres 129
Alm a en af l i c c i ó n, p e c h o mo r d i d o
Alma en aflicción, pecho mordido,
de lejos óyeme y de lejos
pon en mis manos tu cabeza
De las gentes de tu sangre,
manos anchas de lunas llenas,
curadores y sembradores,
acuérdate en tu hora negra.
Acuérdate de tu raza
cortadora de olas fieras,
de sus gritos contra el viento
y sus risas de las mareas.
De tu propia dicha, acuérdate,
que aun en tus ojos reverbera;
de la madre como una fuente,
de tu padre manos eternas.
De las seis manos que se puntaban
en seis estrellas que se encuentran
y del tiempo sin estaciones
parados como fiesta eterna.
Acuérdate bien, acuérdate.
Memoria desperezada.
La luz te cante a los costados.
El sol llueva oro en tus cabellos.
Llena la pobre casa buena.
Los oídos fieles aguja
hasta oírte cantar las venas.
El agua nunca se ha ido.
La misma fuente sigue cerca.
Pecho cedido a la proa,
corazón dado a la rueda.
Trabaja con todos los muertos,
caras de luz, carnes eternas.
Vive con ellos, anda con ellos,
arden mejor que las centellas.
A sembrar el maíz ayudan,
las espaldas aligeran.
Ahora ya no se cansan
y te repechan dunas y sierras.
Mueve tizones de memoria,
sacude las brasas ciertas.
No dejes morir a tus muertos.
Solo llama, solo acuérdate.
Yo puse a hervir a los míos.
Yo me los traje de vuelta.
Parecen vino, parecen
enjambre de la colmena.
Tráelos uno por uno
deja que se vengan, deja.
Aunque no los veas háblales.
Después oyes y ves y besas.
130 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Locos Hombres 131
Cie g o I
El Re h u s a d o II
El Tr a i d o r
Varado sobre los médanos, tendido
en almejón de misterio,
mi ciego en el mediodía
se esponja soñoliento,
y erizos y caracoles
mascullan su pensamiento.
En desvelándose el mar,
mi voz le da su sendero,
y en subiendo las estrellas
le dan el rumbo del lecho.
Al anochecer volvemos
y él se levanta, salobre,
duro de arena y viento.
El mar es único rumbo
para la mujer y el ciego.
Vino, pero no ha nacido.
Todavía está en el cuerpo
de su madre, como estuvo,
dulce, atónito y secreto.
Que duerma, cara a las olas,
o que marche, sigue envuelto
como en la noche materna
u hojazón de ciprés denso.
Nacerá cuando se muera,
sin grito de alumbramiento.
De la matriz de los aires
nacerá en fruto perfecto.
Dará su primer vagido,
júbilo y deslumbramiento.
Por el rasgón de la gloria
verá llorando al Cordero,
divisará las Potencias
como núcleos de fuego
y él irá ebrio de rutas
como el albatros y el ciervo.
Aun no sabemos por qué en la costa
así le hemos encontrado:
pesado el cabello de sal
y el semblante con asombro,
su mejilla dura de arena
y las olas haciéndole corro.
Bajó el mentón como un fruto
rehusándose a nosotros,
Ya no dice “casa;” ya no dice “hija.”
“Tiempo” no dice, “Tierra” tampoco.
Todas sus rutas ya le sobran
y camaradas y coloquios.
Ha quedado desnudo y fijo,
pura sal y puro despojo.
No lo atraparon ladrones ni viento
pero ya no es de nosotros,
y lo carga rumbo a sus grutas
su joyero maravilloso.
Suelten sus pies, cedan su amor,
callen el grito y el azoro.
Cédanlo hombres y mujeres,
ya lo toma su mar y su golfo.
Déjenlo, cédanlo, devuélvanlo,
que es de ninguno y era de todos.
Se va alejando el que tuvimos
a cada sílaba con que lo nombro,
va girando y va perdiéndose
sin color de hombre, blanco ni rojo
que va subiendo como el dardo,
en caracoles ansiosos.
Fue deseado, fue tomado
en repentino robo glorioso.
En los valles ya tuvo parte
e hizo la marcha con nosotros.
El traidor, que no hizo la casa
y no canteó sus piedras,
granito rojo, lindo basalto,
careó las vigas y tumbó el muro
donde sus hijos dormían.
Volvió vinagre la miel
sobre la mesa de todos.
Abrió puertas a la iguana
y a la hediondez del coyote
y corre la mala bestia
donde verdeaban las palmas.
Regaría con yodo el huerto
y con sal gema el plantío,
que la tierra pisada quema,
y en las manzanas mordidas
el diente se hunde en ceniza.
Y ahora va, loco y huido,
con treinta monedas viles
castañeteándole en el pecho,
latigueadas sus corvas
del viento suyo, del viento Oeste
y le seguimos la espalda
color de polvo de ruta
y no vuelve atrás la cara,
solo su espalda cobarde.
Nos ha dejado ofendidas
las cosas que son fieles:
al vino, igual en los odres,
al metal que no se funde,
y al ruedo de las estaciones
fiel como Dios y nuestra sombra.
No lo llamen a las bodas
de su hija. No se allegue
a la vela de sus muertos
y no lo pongan en el recuento
de los que talan o riegan
y arden de arados y de hoces,
no eche, pasando, sombra
a los niños ni a las doncellas
y no lo mientan cuando nombren
ni a los vivos ni a los muertos.
Muera corriendo en el filo
de la huída. Muera su muerte,
suelte la vida en llegando
a las marismas del Norte.
El lodo ciego lo reciba
y cuando caiga se liberen:
la luz manchada, el cuerpo
y su Ángel que fue vendido
y la luz en que iba su aliento
y la luz que cortó su forma.
Pero ni los rectos Ángeles
que rasen su propio vuelo
podrán contarle esta Patria
blanca de sal y de médano,
la costa en que se dormía
celado de cocoteros;
ni la mujer que su sangre tibia
iba en sus pulsos oyendo;
y vaciado de nosotros
él irá sin nuestra Tierra,
por los espacios eternos.
132 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Locos Hombres 133
El Va g a b u n d o I
Pasó la puerta el vagabundo,
ojeó en el vano, escogió asiento.
Tres rutas lo atravesaban
de la frente oscura a los pies,
cosquilleaban en su nuca.
Sin peso o bulto
la flaca nuca repasaban.
Entraron en lo cerrado,
pelambre de cabras y galgos
le corrían las rodillas.
Chisporroteó agitado el fuego
saltando con manos altas.
Y lo liso y lo manido
y acostumbrado, muros y mesas,
de turbadas quebraban el gesto,
y sus ángulos descomponían.
Él seguía aun rayado
y revuelto de hojazones,
de nubes y cosas movedizas.
Esperábamos, esperábamos
para hablarle, que él sacudiese
cuanto traía a la espalda
y en los zapatos de costras secas.
Por no lanzarle la agujilla
de una pregunta, calladas
y quietas como tres madres.
Y él sin ver la sala soltaba
motas vagas o abejorros,
ramillas y bayas secas
y conchillas de costa
y piedrecillas y pedruscos.
Vino la bandeja llena
de café negro y clara nata,
se le alargó y fue tomada,
y todavía esperamos
el relato de la ruta,
el que los brazos se movieran
en ademanes que contasen
y que las piernas recogidas
con alivio se descansasen.
El fuego a llamas impertinentes
casi hablaba lengüeteándole
las rodillas ariscas y heladas,
en lebrel que festeja a su amo.
Yo no quería que él nos dijese
ni su verdad ni su mentira,
y ellas volviéndose en los cielos
querían oír, sí querían.
Se quedó allí sin pedir lecho,
no más mirando los alimentos
como si leche, nata y azúcar
fuesen dioses o pellas de plata
y el sollamo de carne, un poniente,
y las fresas, mejillas del hijo.
Santa Bárbara 1948
134 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Locos Hombres 135
El Va g a b u n d o II
Reg r e s o de he r m a n o
Pasó la puerta el vagabundo,
ojeó la casa, halló el asiento.
Tres rutas, tres lo atravesaban
de parte a parte; matorrales
la flaca nuca repasaban.
Entraba el viento en lo cerrado,
pelambre de cabras y galgos
le corrían por las rodillas.
Chisporroteó agitado el fuego,
salta con manos altas
reconociéndolo.
Nada decía y lo decían
todo las hojas mechadas.
Barro traía como un castor,
más polvo que la tornada.
Y lo liso y lo manido
y acostumbrado, muros y mesas,
de turbados quebraban el gesto
y sus perfiles descomponían.
El seguía aun rayado
y revuelto de hojazones,
de nubes y cosas movedizas.
Esperábamos, esperábamos
para hablarle que él sacudiese
cuanto traía a la espalda
y en los zapatos de costras secas.
Por no lanzarle una agujilla
de interrogación, calladas
y quietas como tres madres,
del ansia calladas y quietas.
Y él en la sala sin ver soltaba
motas vagas, abejorros,
ramillas y bayas secas
y conchillas de costa, piedrecillas.
Vino la bandeja, la taza
de café negro y clara nata,
se le alargó y fue tomada
y todavía esperamos
el relato de la ruta,
el que los brazos se movieran
en ademanes que contasen,
y que piernas recogidas
con alivio descansasen.
El fuego a llamas impertinentes
casi hablaba, lengüeteándole
las rodillas ariscas y heladas
en lebrel que festeja a su amo
(y al que su amo no reconoce).
Yo no quería que él nos dijese
ni su verdad ni su mentira,
y ellas volviéndose en las sillas
querían oír, sí, aguardaban.
Se quedó allí sin pedir lecho,
no más mirando los alimentos,
como que si leche, nata y azúcar
fuesen discos o pellas de plata
y el sollamo de carne un poniente
y las fresas, mejillas del hijo.
Santa Bárbara 1948
Él volvía al racimo de amigos
donde siempre estuvo alzado en la grapa de oro.
Los cinco hermanos en torno a la mesa,
como siempre estuvieron para la dicha,
husos cruzándose que hacían la tela juntos,
picos de la estrella que ardía rasgando la noche,
sentados otra vez como antes estaban sentados.
Le miramos con los ojos y con las entrañas.
Venía de vuelta de ciudades.
Como la astilla del barco traía pegadas algas y corales
y lo lamíamos con los ojos como al cachorro la loba buena,
los cinco sentados, con algo de padres y madres.
No había envejecido y en vez de eso llegaba
fuerte de frutos cálidos, de barros genésicos y rojos amores;
como siempre llegaba cuando iba lejos,
vela yodada y salada traía su cuerpo
a sus hermanos que no viven a orillas del mar.
Él nos miró sin hallarnos hermosos
ni en cuanto a hombres ni en cuanto a hermanos de juego.
Él miró la casa sin hallarla perfecta
ni de vejez ni de fantasmas ni de antiguo amor.
Dejamos caer las frases de sésamo para ayudarle
su recuerdo y le pusimos mezclados los frutos y los potes de miel,
las viejas cerámicas y los viejos semblantes
diciendo sus nombres que han labrado su lengua.
Los frutos repasaba con desgano;
el agua estaba sin alabanza, oyó los nombres sin sonreírles.
Poco a poco le fuimos viendo
como el cristal mojado que se seca dejando ver,
mirada húmeda volvía bellamente.
Cara de carne que tuvo, planos traía de largos diamantes.
La voz se le había quedado lejos y no caía a nuestros pechos
ni en nuestras manos ni en nuestra casa.
Buscando su voz los cinco hermanos seguíamos mirándole
y por traerla le contamos qué habíamos hecho.
Alfonso, resinas de las que halló el secreto,
Enrique, tapices de un bosque cortado de galgos,
Antonio, sus cobres patéticos, y yo, canciones,
veinticuatro silbos de viento y en ellos la suya.
Queríamos todos hacerle contar y sabíamos
que siempre Mayor hizo más que nosotros,
y porque estaba cargado y ceñido de vida
descargarlo quisimos como cornucopia.
Su mano en la mesa confesaba compases y
decía mando de hierro y cuerdas y saltaba vivaz como un fuete.
136 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Locos Hombres 137
Suicidas
Pero como él no quería mirarnos, él no pudo mirarnos
y hablaba a los cinco hombres sin nombre, cinco comensales
parecidos a los marineros de todos sus barcos
y a los que con él se sentaron en meses de paga.
Y su voz venía de lejos o saltaba en saeta
sin tocar la frente ni de Alfonso ni de Antonio.
Buscando su voz los cinco nos acercábamos
y nuestras caras le hacían un cerco de urgencia;
el casimir de su ropa tocado era duro
y el tabaco tampoco era nuestro.
Yo, que callaba, le hablé de las tierras de fuego
donde tuvo amor de mujer, para darle su dicha;
le hablé de los cielos de palmera rayado y del mango de miel
que él me contaba en los tiempos de sol y meseta.
Me respondió que una orilla no entiende a la otra
y que el que regresa conversa tan solo con los que allá fueron.
Entonces supimos que de veras ya no se fundía
por ser el diamante que se queda íntegro en el fuego
y que nosotros mientras se mudó nos quedamos carne y en carne.
Tenemos que haber tristeza o vergüenza.
Y nos intrigó cómo es que se muda siendo el Adán hermano,
comedor de harina, chupador de miel, que bebe y que duerme
y queriendo aun preguntarle ya nada dijimos.
Para que no trajese su voz de tan lejos
como en cable marino clavado en la otra ribera
o que contase mentira rota que es como la capa rota.
Entonces vimos que su naranja estaba entera,
su vino intacto y como sólido junto a su mano
y su mano extranjera sobre el mantel de veinte años
y nosotros mismos que le llevamos los viejos gestos
estábamos íntegros con nuestros nombres no usados.
Las frutas que son nuestro huerto fuimos retirando
con la frente baja; recogimos botellas y potes de miel,
el mantel doblamos donde estuvieron sin estar gustadas
y retirando nuestras caras, nuestros pechos y nuestro amor.
Estaban con nosotros, aquí estaban
mezclados como la uva en el racimo;
con sus espaldas y su pecho estaban
en el lagar de gajos confundidos.
No ha caído ninguno de las barcas
ni resbalaron a los precipicios.
No quedaron tendidos en la cuesta.
No se quemaron en fuegos y fríos.
Aflojaron las manos de la ronda,
escaparon en liebres por los trigos
nos dejaron tendidos lecho y cena
y en nuestra sábana el escalofrío.
Si encontraron ahora otros hermanos
y sentados están a su convivio,
contarán mordisqueando nuestra fábula,
el “cuento” de este valle anochecido.
Sus camaradas, locos de confianza,
que no los pongan a velar dormidos,
ni les entreguen mina de diamantes
y no les pongan al regazo un hijo.
Ellos se fueron como el vagabundo,
limpiando el beso, ya acabado el vino,
y ellos han roto el cuerpo de su madre,
como piel de culebra en unos riscos.
Huyeron en regato y torrentera,
se quedó la noche a su espalda,
punzada de gemidos:
“La noche que sopló secretas cosas
que eran disolución, a nuestro oído,
nos ablandó la peana del mundo
y nos sorbió la mejilla de vivos.”
Cuando se quedó sin cerámicas y sin hermanos,
la mirada echó lejos a donde le van su voz y su vida.
Aun le miramos y su espalda alejaba los muros
de la casa y estaba en la tarde vacía,
inhumano y hermoso como los Ángeles de la rebelión.
Y nos fuimos cada uno llorando sin decir que lloraba
a decir a la hermana que no le esperara ni con cuerpo ni alma,
que queme la mitad del lecho
y que ponga su nombre en las fábulas.
138 Almácigo ✜ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ✜ Luto 139
Lut o
La Casa vacía
La Casa vacía II
La Gruta
Por el jardín
140 Almácigo ✜ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ✜ Luto 141
La ca s a v a c í a I
La ca s a v a c í a II
Volví a la casa: estaba
alzada y vacía,
cápsula dura,
fraudulenta y baldía.
Sería verdadera
puesto que me cubría
y como criatura
hablada respondía.
Estaban lecho y mesas
y ropas extendidas.
Todo con formas
lo tenía ella
y nada había
y a mí tampoco
tenía la baldía.
A la hora de la siesta
sus ladrillos ardían
y a la noche cerrada
sus puertas y cerrojos
mis manos le sabían.
Volví a la casa. Estaba
alzada y vacía,
cápsula de avellana,
fraudulenta y baldía.
Muros enderezados,
ninguna puerta viva.
Lecho, lámpara y mesa,
sordas y empedernidas.
La casa era mi madre
y yo era su hija.
Sería verdadera
puesto que me cubría.
Como una criatura
llamada respondía.
Uno solo salió
y ella acabó en un día.
Decía sí a los soles,
al viento y la neblina,
sí al agua de las pilas
y a doce llaves vivas.
No se me acabó en años,
se me acabó en un día.
Y mis amigos llegan
y ella sigue vacía.
142 Almácigo ✜ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ✜ Luto 143
La gr u t a
Por el ja r d í n
De mucho andar, llegué a la gruta
y entré por el miedo de piedra.
Entré con la ola más baja
y sin volver la cabeza.
Oí la gruta, olí la gruta.
La he visto yo, me ha visto ella.
Tomó mi bulto la gruta,
comió mi cara y mis señas.
Le entregué todo cuanto me dieron:
perdí mis ojos verde-avena
y mi nombre también perdí
en la gruta: ¡me perdí entera!
perdí el sabor del agua dulce
y mis pies y mi carrera.
Pero fue más perder arriba
mi madre rota en azucena
y odiar la luz que me dio
el fruto de mi madre muerta.
Si me buscan, no me hallan
y yo quiero que no vengan.
Ya me quemó cuarenta años
el sol de Chile en sus cuestas.
Con ella llevaba brío,
sin ella, llevo vergüenza
de llevar luz a la espalda
en lugar de mi madre muerta.
Buena gruta, dura y blanda,
doble de tibia y fresca,
tanteada, me da frío,
lamida, gusto a salmuera.
De la noche, da el silencio
en cuanto se va la marea.
La resaca la llena siempre
y por la noche, más la llena.
Y no se acaba, y se acaba
en su boca con tiniebla.
Nada se mueve, pero se mueven
unas esponjas con almejas,
hay unos duros caracoles
en unos manojos de hierbas
y reviento uvas marinas
saladas de sal eterna.
Bendigo, ahora las cosas
que me ayudan a estar ciega.
Afuera, ciega de noche,
en la gruta, del agua negra
de que mi vista no ve a mi madre
y grita de verla mi ceguera.
A mis amigos oigo que gritan
buscando: ¡Gabriela! ¡Gabriela!
A la gruta se asomaron
y en recovecos me rastrean.
Yo no contesto, yo no me muevo,
ellos se cansan y se alejan
y van ellos en la noche
pero con gajos de estrellas.
En la tajada de la gruta
caben las cosas que me quedan,
cabe mi única imagen,
cabe el peso de sangre de ella
y las palabras que se me vienen:
“¡Madre, ven o viva o muerta!”
En la gruta mi madre la veo.
Viene en la oleada, llega,
camina igual que la ola:
se alza y cae deshecha.
¡Hija!” Y mi madre de algas,
a piedra mía se allega,
silba y dice cosas locas
esta madre de algas ebrias,
y laceando mi cuello
me toma, me envuelve, me estrecha.
¿Dónde es que está, dónde la llevaron?
Tan lejos fue que regresar no puede.
¿O es que su País se llama olvido
y se llama locura mi llamado?
Nada, nada responde y son diez años
y Ella me respondía desde el Valle
cuando yo me trepaba las montañas.
¿Cómo es que no responde en las mañanas
y la dulce mañana no la ayuda
para encontrarme si es que me ha perdido?
Y si el aire es tan leve como ella
¿cómo es que no la trae si es piadoso?
144 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Materias 145
Mat e r i a s
Agua
Almendras
Azúcar
Azucena
Cosas
Cuerdas II
El Cenotle III
El Río
Espiga
La fruta
Leche
Manzana
Mi casa
Trigo de Arauco
146 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Materias 147
Agu a
Corre que corre el agua
¡ay la madrina!
Cuando a esta la criaron
la alba sería.
Nacería acostada
de sí misma
y así va de azorada
la rebendita.
Corre que corre
y no se destobilla.
De esta sí que ninguno
me cansaría.
Agua que va a salvarme
yendo perdida.
A ver si así llegamos
a la otra vida.
Espejuda, espejosa.
Anchota y fina.
¿Cómo a ti te la digo?
¡Ay, cosa linda!
Tanto que se bañaron
en la muy fría
y a ninguno se lleva
para la vida.
Me muero de su amor
y de su envidia
agua que pasa y pasa
cosa querida,
agua que va a salvar
y va perdida.
Mirándome correr,
a la bendita,
bien que yo me arrojase
bien que me iría.
De no tener umbrales
de no ser hija,
por sus gargantas blancas
yo me echaría.
Lisa y revuelta
pasó pastal y niñas
llena de espejos
y de chafalonías.
Como quien a todos quiere
y los convida,
va cogiendo y dejando
sus dos orillas.
¡Ay, escapada Virgen,
ay maravilla
entera rota
de sienes y rodillas!
Porque yo tengo
país, sueño y vigilia
¿por qué huyo
con esta huída?
Viene de las nieves
adormecidas,
y saltó de los osos
que llaman cimas.
Plata, las de su cuerpo
la trae herida,
y la despedazada
se busca unida.
Ay, no la pare
la represa manida.
No beban de ella
las bestias y novillas.
El Dios de nuestro amor
nos cogería.
¡Toda la muerte, toda
sería vida!
Las rotas en pedazos
ya se alegrarían.
Nunca más, Padre Nuestro,
lecho ni orillas.
Y riendo sin sentido,
loca perdida,
igual que los que juegan
me jugaría.
148 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Materias 149
Alm e n d r a s
Azú c a r
Las almendras arrugadas
que de soles se quemaron,
como no puedes con ellas,
me las tiras a la falda
y a golpe y a golpe mío
sueltan siete dientes blancos.
Muerde ahora, come y ríe,
comilón enfurruñado,
llena su leche tu boca
como cuando eras de un año
y recuerdo leche mía
de que me había olvidado.
A la mesa de mi destierro
llega el azúcar como niña,
viene jadeando con pies de espejos
en oleaje de las Antillas,
viene a tenderse en mi mantel
cuerpo de escamas cristalinas.
Trae la orla blanca de olas
y sus manos pone tranquila
en mis rodillas a que saltaban
niños de oro en la manigua.
Vuela en la siesta de Santiago
cuando aquí me hace la dormida,
cosquillea sobre mi cara
puro el aire de las Antillas.
Y yo me acuerdo que en la Tierra
que da azahares y da lilas,
de flor que vuela como el Ángel
y es la caña cuando florida.
Me echa a la falda en su donaire
su lánguida caña florida
pero la caña llena de ángeles
la ráfaga de las Antillas.
En dos reflejos se me parte
para que la ame dividida
en su madeja, en su cogollo
y en su cristal de geometría,
y se trueca por burlarme
y mis ojos la desvarían,
y en el destierro de ella lloro
como de caña enceguecida.
El terrón seco de la mano
entonces luce de agujillas,
así son burlas de la caña
con la que busca las Antillas.
Me resuenan cañaverales
como canción de mi madre
y me aparto la conchadura
para que venga la florida.
Entonces ella en el mantel
se hace dulce como mejilla
y se acompaña mujer sola
y en su blanco la adormila.
Y dormida me da la zafra
con las hoces al sol ardida
tiempos de corte, tiempos de tierra
y de negra y jadeada rítmica
y me sumo en la exprimidura
como en maelstrom o noche tinta.
150 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Materias 151
Azu c e n a
Cos a s
Cue r d a s II
Azucena no escuchada en el vacío,
virgen sola y sin espada,
esbelta y la copa en alto,
como si solicitada.
Blanca, blanca y con una piel
de oro que juntó para dádiva.
Por el si-es-no-es de su dorado
no da la copa no bajada
y entre las que se cimbrean
es la menos, la menos cimbreada.
Una sola en el plantío,
y de sola como quedada.
El aire que corre la huerta
nunca le presta su palabra.
La azucena no es la rosa
que hierve de pétalos y algarada.
En su cáliz se sumen los sonidos,
el zumbar de la abeja allí se apaga.
Cocida de sol alácrito,
consumida y consumada,
las altas manos caídas
por la merced entregada;
y el Dueño que la recoge
rostro no deja ni pisada.
Pasando yo digo a las otras
la azucena con pizca dorada,
pero no le vale, no,
palabra ajena que al Dueño llama.
Ocurrencia de azucena
que el cuello duro nunca baja
y sigue en la noche ciega
velando y velando dádiva
al Dueño que se retarda.
La vista de la copa abierta,
dueña de agua, dueña de vino,
me duele, desnuda y vacía,
me aprieta el pecho si la miro.
Busco la leche y se la vierto.
No la alegra y le doy el vino.
No es feliz y le llevo el agua
y llena de luces da un gran suspiro.
Una muñeca de mi niñez
me pusieron sobre la falda,
una muñeca verde y azul,
medio deshecha en crin y lana.
La palpé cerrando los ojos,
la apreté buscando ¡cuitada!
el olor de mi madre
y una siesta color de retama,
mi jugarreta que la partió
y mi miedo lleno de lágrimas.
Las cuerdas de mescal
en la proa destrenzan.
Por encima de mí
silbando vuelan.
Y suben plateadas
y caen como ebrias.
En llegando a la costa
todo es volar de cuerdas
y yo expurgo sus pizcas
de toronja y de menta.
Mi viaje hubiera hecho
¡ay, me hubiera venido!
juega que juega con ellas
las manchadas, las rubias,
las viejas, las frescas.
Lavemos, marineros,
las lindas cuerdas
o ellas se frotarán
igual que las culebras.
en bajando a la cala
después de su fiesta.
Van a saltar las grúas
y a cargar toda la siesta
las naranjas, los carozos
y las bananas guayaquileñas.
Cuerdas lacias y duras,
un día vivas; diez muertas.
Bajan en azogues
Los indios por las cuerdas
y vuelven a subir
como en nudos de yedra.
Toda huele la proa
a sudor y a cortezas.
No carguen más; dejen
subir las cuerdas:
otra vez se enrosquen
y vuelvan a ser muertas.
Riendo me allego
al rollo por verlas.
Todas están mascadas
como frenos y riendas
aunque no lacearon
ni árboles ni bestias.
Quedan como bacantes
manchadas y revueltas,
todavía exhalando
sudores y especias.
Blancas, tiernas y enjutas
ahora déjenmelas,
déjenme las doscientas
brazadas de cuerdas.
Volteadas de mis manos
ahora todas cuentan:
de la sagrada sangre
de Cristo se acuerdan.
La noche va a ser larga
dura y prieta de niebla.
En montón estaremos
en la proa y en velas,
húmedas y ahogadas
la mujer y las cuerdas,
cosas vivas y muertas.
Navego hace cien años
con puertos de la tierra
guardada en el viento
por cuerdas de salmuera
y ha probado mi cuerpo
mares, hierros y cuerdas.
152 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Materias 153
El Ce n o t l e III
El Río
Esp i g a
La fr u t a
Al cenotle negro van las mujeres
cuando es la siesta ardiente y fija,
bajan todas, una por una
como palabras, cañas o espigas.
La boca del cenotle santa y oscura
deja pasar las mujeres en fila.
Pasa la madre, dueña de tres sorbos,
La Doncella de dos, de uno la niña.
El cenotle que luz no bebe,
bebe a las mujeres de faldas vivas,
las toma en una bocanda
y en otra las sube como madrina.
Parece metal o secreto
el agua cenotla y sombría,
parece una noche cerrada
a la que le luce la orilla.
Tan guardada la agua cenotla
que parece que nunca se la hallaran
y las mujeres bajan y bajan
como si nunca llegaran.
En Yucatán nada es tan tierno
como el agua negra y fría.
La leche de cabras no es tan dulce,
tampoco la naranja, tampoco la cidra.
Bajo en fantasma los jalones,
la boca negra que abajo brilla
y beben mis fieles sentidos
en la helada maravilla.
Cuando tengo sed en Tánger,
sed en la Pampa, sed en Castilla,
me acuerdo de la cenotla,
de la cal padecedora
y seca como la agonía,
mana y mana el agua cenotla
igual de noche que de día.
El agua entra en las jarras
en un rollo torcido de víboras,
o corre en un paño doblado
y cuando cae se escalofría.
Baja ligera; sube sin peso
y solo es carga llegando arriba.
Cuando me muera laven mi cuerpo
en esa plata materna y fija,
para contársela a la muerte,
a mis padres y al cielo a la bendita.
Los trabajadores lo hacen
con brazos y pensamiento.
Hacen el puente arqueado y duro,
lo piensan azul y ligero.
Oímos al despertarnos
y a la siesta el martilleo.
Todos sin saber teníamos
sed y hambre de puente nuevo.
De este lado son diez aldeas
y son doce al otro extremo
y de las casas nosotros
con ellos también lo hacemos.
El agua mira asustada
el puente sobre su cuerpo.
Ella pregunta, se agita,
pasa y hace espumajeo.
Y los animales relinchaban
al animal tremendo y muerto.
Yo iba y yo me he quedado
y con los otros lo espero.
Elefante de sillares
parado a ras del despeño
detenido en ademán
de marchar con su denuedo.
Venimos con nuestros hijos
a cruzar con embeleso
la fiel espalda de piedra
que une lo antes disperso.
Lanzaremos las guirnaldas
rememorando a los muertos
que el torrente nos raptara
llevando al mar su trofeo.
Antorchas encenderemos
rituales yendo y viniendo
misionando las orillas
hasta que nos halle el alba
con rocío en los cabellos
y el río bravo se aplaque
y fluya en hebra de seda,
cabellera de Ofelia
cantando a su muerte...
Dura se hace en diez semanas
como el cobre de la mina,
la que voló como un vaho
y como un ángel no se veía...
Al granar impetuoso
no tiene miedo, de ser niña,
y yo estoy toda azorada
de esta explosión de la espiga.
La muerte puede cogerla
que ya cómo no la mataría,
puede romperla si pasa sus dedos
y mascarla con su encía.
(Las hoces de ayer pudieron
malograrla todavía).
Una brizna de sol faltaba
y Dios lo dio a la bendita.
En su punto, de sol está libre
de vida y de muerte la espiga.
Voléenla ahora, piérdanla
o acarréenla a la trilla
o échenla por el regato
y se irá sin ser perdida.
Veo en la luz de Montegrande,
veo la fiesta de canastas.
A las de uvas nos echábamos
como abejas las muchachas.
La mano de tordo de Juan
nos la llenaba y rellenaba
y las manos de las chiquillas
en un instante la vaciaban.
En la tierra sin puertos,
en los barcos que yo esperaba
llegaba a veces como albricia
una cajita de naranjas,
yo aventaba de un manotazo
la pobre tapa claveteada
y me quedaba sin aliento
viendo la cosa abrasada.
La piña de Santo Domingo
un viejo santo me cortaba.
Ni ciudad ni gentes ni pomas
he alabado como alababa
la piña que daba mano vieja
en ruedo y en ruego de ámbar.
El viejo decía su Virgilio,
yo solo, bienaventuranza,
y yo no oía y no entendía
sino al zumo que embelesaba.
En la siesta salvadoreña,
tajeada de verja y palmas
yo le servía a Salomé
con puro gesto y con la mirada,
y en una casa se quedaron
contra muro y mantel y plata
grecas locas de la cerámica,
grecas movidas de las palmas
y greca vasca y greca india
de las manos y de las caras.
En las pobres extranjerías
de cielo pardo y costas pardas,
como las frutas sin topacio
y sin púrpura desatada,
cortan las pías manos solas,
rebanan las manos cansadas
y muerde la boca sin ímpetu
como ola muerta contra su alga,
y en alucinación se me vienen
todas las manos recuperadas:
manos indias, manos mestizas,
manos niñas y de madres.
154 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Materias 155
Lec h e
Man z a n a
Mi ca s a
En la copa de leche fresca
dejó el cántaro su oleada.
y entre mi pulso y mis alientos
va cuajando en flor de nata.
Yo me vuelvo mi propia madre
mirando a leche de mi infancia;
me parezco a la que no ha visto
raya del mar, llanura de ascuas,
y ahora llamo a las que marchan
bocas de sal, nucas venteadas…
La copa es todo lo que conozco;
la leche todo lo que me valga.
Soy la que huele en una copa
pastos bravos y avenas mansas,
que conoce en sonar del aire,
ciega de niebla la vacada,
y queda fija en el umbral,
pura mirada y esperanza.
Y mientras venga el que la leche
bebe con sorbo de su garganta,
y me devuelva la mano libre
y yo voltee de su habla,
la copa tibia de la leche,
tiene mi cuerpo y tiene mi alma.
Sangre sabía y no más que la sangre
en este cuerpo, y los huesos robustos.
Y he echado al aire y al sol esta nata
de leche blanca que pasma y que ciega.
Verdi-dorada en sol pálido,
de lluvias y nieves torneada,
ella comienza en el gajo
y en cestas de barco acaba.
Mejilla húmeda de niebla,
para ser acariciada,
no la volvieron amarga,
y pequeña y breve, reina
con el tamaño de la Gracia.
La muerden con el crujido
de frías sedas que rasga
y su jugo corre en niña
que enternece la garganta.
La reconoce el hijo errante,
le dice el nombre y la levanta.
La mano no la rebosa,
sostenida no la cansa
y llega a los cuatro muros
de la casa su fragancia.
Tengo mi casa y ella me tiene,
tengo un aire quieto que se toca.
Un sosiego dulce tengo
que saborear con todo mi cuerpo.
La piña, el mango, la manzana
son menos sabor que mi casa.
De los techos me baja un éxtasis,
de los muros, grandes caricias.
Veinte años hace que ella me tiene
que la tengo y que nos tenemos.
Ya no hay en ella piedra ni adobes,
leños no tiene, no tiene losas,
carne viva se ha vuelto mi casa.
Sestea mi siesta, siente mi peso,
está surcada de todos mis pasos.
De mi carrera se alborota,
enferma de mi dolencia.
A ropas anchas se parece,
que no me oprime aunque me tenga.
Yo no tengo nada afuera
en el mundo de los otros:
un árbol, un agua, un camino.
Solo tengo esta medida
que me contiene y de mí rebosa
y que de mí no entrega nada,
ni una brizna, ni un suspiro.
Casa empapada de mi gente,
trasminada de nosotros,
corazón lleno de venas,
árbol nuestro de savia viva,
casa ardiente y casa fresca,
eternidad pasajera.
La lluvia, la nieve, el viento
se cansan sobre esta madre:
cuando se cierra parece el arca,
cuando se abre parece el cielo.
¿Cómo agradezco, cómo digo,
cómo dejo aquí contado
este amor maravilloso?
¿Cómo la miro separándola,
cómo la cuento sin que la aparte?
Una casa tuve siempre,
igual que un cuerpo y un alma.
Una casa me ha sustentado,
su forma está en mis espaldas,
mis ojos cuentan sus puertas
y mis oídos sus rumores.
No podemos estar de muertos
sepultados en esta casa,
pero talvez resucitados
Dios nos dé arriba estos moldes,
nos transporte como cigüeña
en estas alas luminosas,
nos tome y nos glorifique
en esta misma copa de plata,
y nos posea sin separarnos
ni abrirnos las puertas en esta casa.
La oigo como a criatura,
a la siesta y en la noche:
la caminan entrecruzados
nuestros pasos y nuestra suerte.
La anda el pasado y la violencia
del futuro la camina.
En un rincón todavía
arden ascuas de una dicha.
Se parece al santo buey
en la alzada dura y blanca.
A la vicuña bien se asemeja
en el calor de sus costados.
156 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Materias 157
Tri g o de Ar a u c o
Duro y seco como el metal
es el puñado de trigo.
Pisoteado no se quiebra
y no se pierde esparcido
y conforta mis mansos pulsos
aunque no dé ningún latido.
Retiene mi puño quieto,
retiene el puñado de trigo.
En tierra salobre de Chile,
mucho es el pez, poco es el trigo.
Lo tomé a la parva en lo alto
en el cogollo amanecido:
tiene el sol, tiene las lunas
y todavía su rocío,
y le viene de olivo y viña
una oleada de aceite y vino.
El trigo duro color de Fresia
es más fuerte que metal y vino;
suena en mi mano y me conforta
como un Cristo el puñado de trigo.
En mi diestra me contrapesa
el corazón de mi destino.
El trigo es blando y es duro
y es mi palma igual que el trigo.
Pero él se dobló sembrado,
y yo sembrada me he perdido.
Ya supe que era mejor
y me hago sierva del trigo.
Espero que pase el viejo,
cruce el pájaro, lleguen los niños,
para abrir la mano alegre
y echar el reguero vivo.
158 Almácigo z Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l z Mujeres griegas 159
Muj e r e s gr i e g a s
Antígona
Casandra I
Clitemnestra
Mujeres griegas II
160 Almácigo z Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l z Mujeres griegas 161
Ant í g o n a
Me conocía el Ágora, la fuente
Dircea y hasta el mismo olivo sacro,
no la ruta de polvo y de pedrisco
ni el cierzo helado que muerde la nuca
y befa el rostro de los perseguidos.
Y ahora el viento que huele a pesebres
y a sudor y a resuello de ganados,
es el amante que bate mi cuello
y ofende mis espaldas con su grito.
Iban en el estío a desposarme,
iba mi pecho a amamantar gemelos
como Cástor y Pólux, y mi carne
iba a entrar en el templo triplicada
y a dar al dios los himnos y la ofrenda:
Yo era Antígona, brote del Edipo
y Edipo era la gloria de la Grecia.
Caminamos los tres: el blanquecino
y la caña cascada que lo afirma
por apartarle el alacrán...la víbora,
y el filudo pedrisco por cubrirle
los gestos de las rocas malhadadas.
Viejo Rey, donde ya no puedas, háblame.
Voy a parar por despojarte un pino
y hacerte lecho de esas hierbas locas.
Olvida, olvida, olvida, Padre y Rey:
los dioses dan como flores mellizas
poder y ruina, memoria y olvido
Si no logras dormir, puedo cargarte
el cuerpo nuevo que llevas ahora
filo de espaldas y el brazo de aire.
Duerme, sí, duerme, viejo Edipo,
y no cobres el día ni la noche.
Un sueño nuevo vamos a aprendernos,
sale como humareda de las hierbas,
corre husmeando igual que los lebreles,
blanda como mujer, y seguidora.
Antígona y la niebla son tus ropas,
saben callar y disfrazar a Edipo
haciendo de su Rey bulto supino,
una ligera brazada de avena,
un costado de ciervo, una nonada.
Con tal de que te duermas y no sueñes
yo también dormiré, viejo-cordero,
mi pez de plata, mi copo de nieve,
antes mi Rey, ahora el hijo mío.
Para esta noche de befa y despojo,
de luna bizca que guiña y anuncia,
nací yo, Antígona, subió mi talle,
y no alcancé a llegar hasta las nupcias
para poder con mi paterna carga
y aupar y extender mi Rey y padre
y hacerlo dormir con dulzura...
sin sollozar a orilla de una ruta.
Puedo con la vergüenza y el sollozo,
con la mueca del cielo que me mira
guiñando augurios que entender no quiero.
Puedo con esta marcha y las que vienen
con el destino de Ática y el tuyo
así caída entre hierbas mojadas
que mordieron las bestias todo el día,
oyéndome al zorrillo y a la iguana.
Duerma mi padre vuelto criatura.
Por mi brazo cruzado no te mojan
el relente ni el hilo de mi llanto.
La noche misma soy para envolverte.
Todavía tú vas mentando pueblos
y nombres que te abrazan los sentidos.
Recíbele su dádiva a la noche.
Los dioses que te dieron tantas rosas
ahora te dan la amapola dorada
llena de sueño y listada de olvido.
No supieron robarme en el saqueo.
Todo el felón cargó menos a tu hija.
162 Almácigo z Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l z Mujeres griegas 163
Cas a n d r a I
A las puertas estoy de mis señores
blanca de polvo y roja de jornadas,
yo, Casandra de Ilión a la que amaron
en su patria los cerros y los ríos,
la higuera oscura y el sauce pálido,
el cordero del mes y el cabritillo,
el huérfano y también lo inanimado.
También la hora y el día me amaron,
menos el día yerto del exilio.
Al primer carro de los vencedores
subí temblando de amor y destino
en brazos del que amé contra mí misma
y contra Ilión, la que hizo mis sentidos,
y cuando ya mis pies no la tocaron
mi Patria enderezada dio un vagido
como de madre o hembra despojada:
voz de ciervo o leoncillo
ternerillo o viento herido.
Miré el tendal oscuro de mi raza
y tales rostros no me vi en los bárbaros.
Todo me amaba dentro de mi casta
y sobre el rostro de Ilión todo fue mío:
dátil de oro y semblantes de oro
las islas avisadas, los riachuelos.
Pero yo, para ser la hembra eterna
no amé el amor y he amado al enemigo.
El vencedor cuyo rostro da frío
en su carro me trajo y en su pecho,
y he cruzado arenales y bajíos,
y las aldeas arremolinadas
al eco de mi nombre ya maldito,
y yo no las he visto ni escuchado
de traer en mi bien los ojos fijos
y de venir recitando mi muerte
como un refrán desde niña sabido.
Escucho tras de las puertas de bronce
los pasos de la hembra que se acerca
y que me odia antes de haberme visto.
Tampoco en la Tebas le valen puertas
de bronce a la mujer apercibida
para no oír la hora que camina
sin sesgo hacia Casandra y Clitemnestra.
Yo soy aquella a quién dejara Apolo
en pago de su amor los ojos lúcidos
para ver en el día y en la noche
y ver lo mismo arribar su ventura
que su condenación. Así El lo quiso.
Todo lo supe y vine a mi destino
sabiendo día y hora de mi muerte.
Vine siguiendo a mi enemigo y dueño,
rehén y amante, suya y extranjera,
sabiendo de su muerte y de mi muerte
y de la eternidad de ambos hechos.
A las puertas estoy oyendo el paso
de la hembra que me odia antes de verme
escuchando los pasos presurosos
de la que ya apuró su vaso rojo
y viene en busca del segundo sorbo.
¡Voy, voy! Ya sé mi rumbo por la sangre
de Agamenón que en su coral me llama.
Tampoco la mujer apercibida
que está golpeando a las puertas extranjeras
dejó de oír la hora que venía y venía
recta hacia ella y Clitemnestra.
Todo lo supe y vine a mi destino
recta hacia el sitio de mi acabamiento.
Sin llanto navegué por mar de llanto
Yo vine, aunque bien sabía
y bajé de mi carro de cautiva
sin rehúsa, entendiendo y consintiendo.
No vale ¡guay! el bronce de la puerta
para que yo no vea a la que viene
por camino de mirtos a buscarme
ebria de odio y recta de destino.
La mujer sanguinosa me detestaba
pero es la sangre de él la que me ciñe
y el hilo del coral quien lleva
consigo a aquella que es rehén y amada
y las puertas se cierran sobre aquella
que de veinte años lo tuvo sin amarlo
y a quien yo amé y seguí por mar, islas, penínsulas
y aspirando en el viento del ábrego
la bocanada de la patria suya.
Vi Atenas antes de tocar su polvo
y veo la chacala de ojos bizcos,
le veo la señal apresurada
y el botín de mi cuerpo en sangre tinto.
Ya abre las puertas para recibirnos
según recibe el cántaro reseco
el chorro de su cidra o de su vino,
con tu cuerpo gastado cual las rutas
deseada fui como la azul cascada
que ataranta los ojos del sediento.
Ya estamos ya, los dos, ricos de púrpura
y de pasión, ganados y perdidos,
todo entendiendo y todo agradeciendo
al Hado que sabe y me salva.
Ya me tumban tus sanguinarios siervos
y ya me levantan en faisán cazado
pero el alto faisán de tu deseo
después de su rapiña y de su hartazgo
te dejará en las manos de sus siervos
y volarás conmigo los espacios
ricos de éter y de constelaciones.
Antes del alba habré recuperado
yo al Agamenón, al rey de hombres
en él voy de vuelo, ya voy de vuelo.
164 Almácigo z Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l z Mujeres griegas 165
Cli t e m n e s t ra
Muj e r e s gr i e g a s II
Saben las bestezuelas por el aire
y las fuentes también por el gran grito
que Agamenón echó sobre la hoguera,
como pino, ciprés o vil mastuerzo
a la cordera que durmió en mis brazos
y mi leche mamó como el cervato
y, por mi leche, fue esbelta y ligera.
Vino el grito rasgado de la plebe,
cuando su espalda color de los mirtos
cayó a la llama y la tomó la llama.
y ella sigue aullando como una loba.
Veo, veo saltar las locas llamas
que en cabritos la atrapan y la bajan
o en lienzos retorcidos de humo y fuego
me esconden y me dan a la Cordera:
y en sus brazos de gaviota al vuelo
y sus hombros y el cuello de su gracia.
La plebe en hebra oscura pespuntea
toda la costa con la cara al viento
hipa y babea el nombre de sus dioses.
Pero yo aquí detrás de mis cerrojos
reniego a los dioses que arrebatan
y al Leopardo Real que engendra y mata.
Más que ellos estas puertas entienden
y los cuarenta siervos apiñados
y mi grito he de dar que lo oigan los dioses
si no son sus oídos conchas muertas
y no es su pecho escudo con escarcha.
Arde aun Ifigenia, arde con llama
pura volteando azules y dorados
y el Rey-Leopardo, todo consumado
ahora se vuelve al viento y los veleros.
Yo no te vuelva a ver, Rey de los hombres,
ni subas más las escaleras donde
en triángulo de luz juegan los niños.
No me traigas de Tebas al regreso
doce carros crujiendo de trofeos
ni llegues a arrastrarme de rodillas
hacia tus dioses que aúllan cobrando
con el belfo del lobo, carne de hijas.
La llama de Ifigenia ya se abaja,
ralea y lame sus propias cenizas.
Yo andaré sin saberlo mi camino
hacia el mar y apretando entre mis brazos
en pez encenizado, la hija mía,
ahora más ligera que sus trenzas,
y de esta brasa todos arderemos,
Agamenón, hasta el último día:
tus palacios, tus mirtos, tus palomas
con un Rey de hombres y una Reina loca.
Nosotras somos las de antes
para correr, para trepar,
vigilar y remar.
Aquí no temen los niños,
los viejos tampoco tiemblan
y las mujeres vamos con ellos
con los vivos y los muertos.
Como resucitan los muertos,
vamos juntos, todos con cuerpo,
saliendo de nuestras casas
y de nuestras sepulturas.
La tierra no quiere; el mar
no quiere; las peñas gritan,
los osos suben los riscos
y los lobos bajan al combate:
Grecia es pura carne, Grecia
ya no es golfos ni olivares.
Defendemos el puñado
de olivas, la uva de Corinto,
la miel silvestre de los cerros.
Los bailes de los nacimientos
y la danza de las bodas.
Por serranías que crujen
o de soles o de nieves,
corremos en arrebato
tejedores, calafates,
pescadores y cabreros.
No les daremos el agua
ni una mascada de hierba.
No coceremos su pan,
no les prestaremos lechos
ni dos tizones de fuego.
Bocado no tendrán, ni sueño
en la Península ardiendo.
No hemos de morir en tanto
que ellos manchen las rutas
y que nos toquen las Islas.
Nos llevamos a nosotros
y llevaremos a los muertos.
Vamos juntos y enlazados
saliendo de nuestras casas
o saltando de las tumbas,
abiertas como las vainas,
para que salgan los muertos,
y llevamos un solo nombre
y un rayo de muerte en la boca.
¡Ea, Grecia, ea, ea!
No pararemos hasta ver
su polvareda al Oeste,
el boa negro de los tanques
perderse como culebrilla
y los penachos de cacatúas
comidos del horizonte.
Del cordón de la frontera
los aventaremos, los lanzaremos
nosotros, los vientos griegos,
la maldición y las mareas.
Corred, remad y volad
vuelta la cara al Adriático.
Desde nuestros campamentos
solo os vemos las nucas
y los gallos voladores.
Nos quedamos en las quebradas,
alisando las hierbas,
a las peñas y a las bestias,
exorcizando las colmenas.
Y enterrando a nuestros muertos,
diez por cada griego, diez,
sepultando día y noche
al sol y a la luna y contando
ya sin voz y ya sin número.
Latinos, hijos del griego,
decid tartamudeando:
decid si podéis Ulises,
decid Píndaro, gritad.
Las cabreras de la Grecia,
las batidoras de cuajada
y zurcidoras de redes,
nosotras amamantamos
ayer a esos, hoy a estos,
latinos memoria quemada,
pueblo vuelto de revés,
que mamó de nuestros pechos.
166 Almácigo g Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l a Naturaleza 167
Nat u ra l e z a
Almendros
Entre raíces
Jacarandás
La higuera de leche I
La lluvia
La niebla
La palmera
La Tierra
Mar de entraña azotada
Mares nocturnos
Pasas de Elqui
Tala II
168 Almácigo g Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l a Naturaleza 169
Alm e n d r o s
Dicen que están floridos
ya los almendros
sobre la cuesta
donde es su reino.
Cien días los llamamos
y se vinieron.
Florecen bruscos,
llegan violentos.
Caminar rápido
arribar presto.
Ansia de amante
el ansia de almendro.
Prisa de marcha,
cuerpo ligero.
Mientras tardamos,
la gracia perdemos.
Te los contaba
con alma y con deseo.
Pero en palabras
nunca se abrieron.
(Nadie cantando
dijo el almendro).
Ya casi huelen,
-se vienen en el vientoy
aparece la cuesta,
viva de almendros.
Almendros en la tierra
y en el aire almendros,
y el resto de las cosas,
de sobra dieron.
Toca, mira y respira
a ojos y alientos
y corre entre troncos
o pára, y goza lento.
Me quedo fija.
Te quedas quieto,
clavados de temor
y de deseo.
Corta, no cortes.
Toma con ruego.
Tener querríamos
sin cogerlo, el almendro.
Yo me los corto.
O no. Los dejo.
O iré cortando
a brazadas de ciego.
En tanto blanco
ni sé si puedo.
Va a parecerme
que estoy abriendo el cielo.
Ya los cortamos
y volvemos cubiertos.
Y bajaremos
cargando este misterio.
Misterio blanco,
peor secreto:
tanta luz ha caído,
que ya no vemos.
Tierra, mi madre,
cuarenta veces cuento.
cuarenta veces
de cortar el almendro.
Lisboa 1939
170 Almácigo g Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l a Naturaleza 171
Ent r e r a í c e s
Jac a r a n d á s
La hi g u e r a de le c h e I
Ando metida entre raíces,
en nudos, ojos y en hebras perdida.
En cuanto puedo dejo el aire,
la estación de sol y neblinas,
y bajo por vericuetos
y agujeros de la tierra herida.
Son feas como Plutón
las santas raíces torcidas,
raíces de pinos, de eucaliptus,
sean roji-negras, sean blanquecinas.
Vivo hace tiempo entre raíces,
más vivas que hombres, más vivas,
encuclillada entre una y otra,
vertical o extendida.
Me cansé de la luz y el aire
en que pasé toda la vida.
Se me rindieron los pobres ojos
de ver colores que iban y venían.
En topándome las raíces
yo no vi más que ceguera divina
y oí un silencio de negras estrellas,
estrellas con caída y en la mano frías.
Déjenme en donde me estoy.
Coman los míos, becerros,
bailen sus danzas, peleen su lucha.
Yo estoy de ochenta raíces cogida.
Parecen una cabellera
que será la del mundo o será la mía.
Pudieron quedarse en azules
niños, pueriles y felices,
los soltaron y los dejaron,
y con un sesgo imperceptible
se resbalaron al violeta,
por ser mancebos y mujeres
y cargar la remembranza,
la ojera del primer llanto,
la ternura dolorida,
el primer quiebro de la dicha
y el comienzo de la saudade.
Con azules tirados a lila
se nos parecen y aparean,
cielo bajado a nuestros pechos,
encaje nervioso de hojas
y florecidas de suspiros,
y ahora en el desliz capaces
también de llanto y muerte.
21 Junio 48
La higuera de leche es pesada,
se vuelve más fea y más hermosa,
Más oscura parece y más blanca,
según miren su espalda o su pecho.
Sus ramas grandes se rompen
como el pan, como el azúcar.
De todo se quiebra la higuera de leche.
La sombra se le ha doblado
y ninguna da más frescura
y más amparo, ceiba ni palma.
Pasando por el camino,
no se rían niños ni mozos,
de la extraña higuera de leche,
loca de leche,
majada de leche.
Cada hoja de ella es una palma
que se ofrece, te toma y te guía,
para ayudarte y acompañarte.
Los demás árboles son savia,
son trementina, goma o aceite.
Solo a ella le dieron leche.
Pasando el camino, párate a verla,
salúdala, tócale las ramas
y te venga a la boca el sabor
de la leche que mamaste
de la otra madre brazos de higuera.
Tenga lo que tenga al pecho,
niño torcido o niño hermoso,
bautizadito o sin nombre,
baja la frente, sonríe y dile
un primor o una alabanza.
Leche tiene ella en la frente,
leche en los nudos de sus rodillas.
No la golpeen tú ni el viento,
no la muerdan cabras ni vacas.
La leche suya no es lo suyo.
No le den susto que se la espante
ni penas que se la sequen.
Siéntense en torno de la higuera:
les vendrán las palabras de antes,
las que decían a los cinco años.
Seréis mozos o seréis niños,
reiréis sin razón, lloraréis sin razón,
bañados de pronto de leche
nuestros gestos y palabras.
Separados y juntos, rodeándola
pareceréis a las Pléyades,
a Casiopea y a las Osas,
quietos, pasmados, luminosos,
rociados de candor y leche
y mirando al centro sentada
la divina y humana higuera de leche.
Me acurruco entre sus manojos.
No tengo más voz, que yo tenía.
No tengo cara ni nombre.
Ahora en vano me llamaría.
Destrenzo nudos y nudos
como alguien que no acabaría.
Pero así callada y oscura,
¡qué noche me tengo, infinita!
Cuando pasaba al sol y al aire,
apenas las vi algún día
en pinos vueltos de revés
como grandes medusas o harpías.
Miraba desgano fresco y oscuro
y no me hundí con las que me querían.
172 Almácigo g Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l a Naturaleza 173
La ll u v i a
La ni e b l a
La pa l m e r a
La Ti e r r a
La nube oscura, la heroica nube
cubre la aldea y el labrantío.
Ya no hay sierra, ya no hay torres,
apenas yo y el hijo mío.
Llueve el agua generosa,
más que este mundo blanquecino,
y perdidos en el chubasco,
yo tapando al hijo mío.
Tiene el campo y tiene el mundo
Dios en su abrazo cogido,
y así los besa, así los llora
de que Dios es viejo y niño.
Oye llorar a Dios abuelo,
con un llanto así cansino,
que nosotros no lloramos
así tan dulce e infinito.
Manos sueltas de la niebla,
largas manos tanteadoras.
Quisieron coger el mundo
tocaron su perfil redondo,
pero era duro el mundo
y ellas cayeron rotas.
Brazos largos de la niebla,
brazos de una danzadora.
Se abandonan sobre las catedrales
como sobre madres hermosas,
y resbalan por las agujas
y las quimeras dolorosas.
Cabelleras de la niebla,
Melisandas sigilosas,
querían vestir montañas
brutales, inmensas y sobrias,
y resbalaron como aceite
y otra vez las dejaron solas.
Manos mías como la niebla,
brazos míos como la niebla,
vida mía como la niebla,
tocasteis todo, piadosas.
Tuvisteis el mundo una hora,
pero abandonasteis las torres
y las cordilleras heroicas,
porque solo las vagabundas
y las mendigas son hermosas.
Bruselas, marzo, 1926
Me hallé en Panamá la palmera,
cosa tan alta yo no sabía.
A la Minerva del pagano
y a la Virgen se parecía.
Me dieron el mejor cielo.
(De verla tan digna sería).
Le regalaron solo veranos
y unos verdes de Epifanía
y le dijeron que alimentase
al Oriente y la raza mía.
Yo la miraba embelesada
los penachos de su alegría.
Dame el agua de veras, le dije
y la miel de mi regalía,
y la cuerda más fuerte
con la cera que es pía.
El agua para mi bautismo,
la miel para malos días,
la cuerda de liar fieras,
la cera cuando mi agonía,
que me puedo morir de noche
y el alto cirio llega al día.
Yo le hablaba como a mi madre
y el corazón se me fundía,
yo me abrazaba a la cuelluda
y la cuelluda me cubría.
La palmera en el calor
era una isla de agua viva
y entendiéndome como una madre
sobre mi siesta se mecía.
Mucho caminé a la Tierra,
bien no la he querido.
Todavía y con cabellos
blancos la camino.
Camínala tú también,
tú, el mozo, tú, el niño.
Me habrá embrujado la Gea
rebosante de caminos.
Cuando fue el dormir
o el cortarle el trigo
o el regarle mentas
de olor habrá sido.
Rostro tenía de madre,
silencio, no grito.
Sus ojos verdes me dio,
sus silencios vivos,
el dormir con el soñar
y el Ángel de Olvido.
La camino todavía
y no me he rendido.
¿Quién es, quién, el que camina
como ingrato hijo aturdido
sin devolver la mirada
a la callada que lo hizo?
Qué silencio de humillada,
qué amor dolorido,
qué larga y mansa mirada
de amor nunca dicho.
¿Por qué tan parda su saya,
por qué embebecida
a qué sin voz y sin eco
muda y ofendida?
¿Cuándo fueron sus muñecas,
sus mejillas vivas
y que su dicha de amar
y de ser querida?
Cuéntalo así rostro a rostro,
cuéntalo a tu hijo.
Cuando te siembro o te riego
doblada como hija
¿por qué te das con mirada
pero enmudecida?
174 Almácigo g Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l a Naturaleza 175
Mar de en t r a ñ a az o t a d a
Mar e s no c t u r n o s
Mar de entraña azotada,
padre de mi pasión,
en juegos de blancura
lazo y enlazador:
tu aleluya en mi oreja,
tu sal en mi sabor;
mientras que no me entregues
al fin tu confesión.
Si has de acabarte y sabes
de tu consumación,
si en la oreja te echaron
la misma maldición.
Mar soplado del mismo
Creador, mi Creador,
mar sin pecado o como
nosotros, pecador.
Yo te canto y te canto,
gozo y exultación,
pero yo no te abrazo
con abrazo de unión
mientras no me digas
en una contorsión
si estás condenado
de mi condenación.
Mar mejor que este mundo,
mar joven y en sazón,
mar que comprendes hambre,
embriaguez y estupor.
Hermanos son los hijos
de la misma aflicción,
los que prestadas tienen
la forma con la voz;
los que duermen un día
en el mismo sopor
y su garganta pierden
al dar su canción.
Cuando cierra la noche
y quedamos los dos
como la loba muda
y el lobo aullador,
cuéntame si tú sabes
aquello que sé yo:
corrupción de mi boca
y de mi corazón,
corrupción de mi madre
y del que me besó.
Mar que echas testimonio
de la red y del harpón,
no me has echado nunca
la última confesión
en un ángel marino
o en pulpo fiador.
Si vas a quedar quieto
como tu pescador,
como tu luna blanca
y tu hombre alabador.
Alianza de nosotros
y nudo de aflicción
cuando sepa tu suerte
mi propio corazón
y entienda que la tuya
es mi flagelación
y aullemos a lo eterno
con igual maldición.
Ni la Antígona tuya
ni tu Cordelia soy
mientras no me confieses
mi misma humillación:
de que la entraña tuya
será disolución,
como la madre mía,
como el que me besó.
Yo busco en la hora lívida
para consolador
al otro que está herido
por la misma traición,
al llamado del mismo
silbo de engañador,
al que será robado
sin bulto de ladrón,
y odia al mar sin muerte,
al mar sin corrupción,
al mar que de los muertos
es el acechador,
el hijo sin derrota
de los hijos de Dios.
Cavi, Julio 1930
Mares de los desesperados,
apretada mar nocturna,
la que guarda como urna
la locura o sus costados,
¡mar de los desesperados!
Desde los puertos dorados
en las costas jubilosas,
como se aman las esposas
y los mozos embriagados.
No conocen, descuidados,
tu negra agua de locura,
a la media noche impura
de los monstruos espesados,
¡mar de los desesperados!
Como aquellos que han perdido
padre, madre, hijo y amante,
y perdieron a Dios antes,
somos los a ti confiados,
¡mar de los desesperados!
Mar nocturna de metales,
de apretados horizontes,
hato de negros bisontes
y manada de chacales.
¿Para qué nos entregamos
en el puerto a la primera,
por la risa de pantera
que en la costa te gozamos,
para que a ti nos confiemos?
1925
176 Almácigo g Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l a Naturaleza 177
Pas a s de El q u i
Ta l a II
La dejó el negro cargador
a la entrada de la casa,
dejó la cajita de pasas
de tablillas claveteadas.
Vendimiaron Juana y Antonia,
cortaban en donde yo cortaba,
lagarteaban racimos
mentándome y al sol dobladas.
Resuena como de galope
el bosque de hayas y de pinos,
le jadean los canteadores
con esa anchura de gemido.
Desconcierto de la vista
y desgarrón de los sentidos.
Como el hallarse los muñones
de los brazos con que he mecido.
La paso y topo sonriendo
y sus clavillos mi falda atrapan.
La miran averiguándola
los que entran y la pasan.
Preguntan y les respondo
con la risa y sin palabra
por malicia y con maña.
Llena de marcas, aturdida
como oveja que desembarcan,
trae nombre y trae cifra
en sus costillas asalmueradas.
Vino más recta que su barco,
montada en olas insensatas.
Entre dormida y despierta
pasó mareas y nubadas
y la apearon en mi puerto
de anclas y grúas asustada.
Aunque mi fiesta retarde,
no abro, no, a la sofocada
que respira por las junturas
su aliento de azúcar mansa,
hasta que se vayan todos
y se quede sola la casa.
Ya le quiebro las tablillas
con tiento y miedo de magullarla
topo y levanto sus mentas
que la forran y embalsaman
y saco a la luz y al aire
a mis cuarenta sofocadas.
Las uvas se quemarían
al sol de mi cuesta brava.
Igual que enjambres de abejas,
morenas y duras pero enmieladas,
las saco, las miro y suelto
sus sartales de cigarras
y de lo largo y lo dorado
saltan los dedos de mi hermana.
Me siento por recibirles
al trasluz valle y montaña,
la viña que trepa verde
y que abaja ensangrentada.
Ahora la toman los otros,
todo comen menos la Gracia.
No miran ladera de oro
y el Valle no les da a las caras
la lanzada de la memoria,
la vendimia resucitada.
Comen sin ver ni oír la gente
del limón y la naranja.
Me preguntan y respondo
con el cuerpo y sin el alma.
Y antes de verlo lo he tenido
como la madre se lo sabe
antes de ver bulto de su hijo.
Sonámbula me vine andando
como llamada por un silbo
y era mi bosque que caía
como el Isaac desvalido.
A cornada de toro cae
el bosque duro sin caminos.
Caen las hayas como Dianas
y los pinos como unos hijos.
Cada tumbo viene a mis pulsos
y me divide cada filo.
Del leñador y de las hayas
duelen el hacha y el vagido.
Me suena en una sola sangre
y me juegan en mi latido
la canturía de las hachas
con el tumbarse de los pinos.
Ya mañana nos hallaremos
el bosque abierto de caminos.
Estará como la granada,
cuando yo la abro y multiplico.
Va la resina por el aire
con los vilanos esparcidos,
del aire roto la fragancia
con vergüenza me la respiro.
Como el lienzo de la Verónica
el pobre lienzo que se viene,
me pára el aire los sentidos,
pasa la sangre voladora
del Cristo roto de los pinos.
Dura el día de largo fuego
para mirar lo aborrecido,
dura el día de leñadores
que nacen junto con los pinos.
Volveremos muy silenciosos,
yo con ellos, ellos conmigo,
tanteando ramas degolladas,
los leñadores que se llevan
ojos y rostro de Longinos.
Caminaremos tan callados,
mujer y hombres desvalidos
y golpearemos a las casas
que son del haya con el pino.
178 Almácigo ✸ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ✸ Nocturnos 179
Noc t u r n o s
Nocturno
Cita nocturna II
El sueño
La noche
Nocturno de mi madre II
Nocturno V
Yo lo digo en la densa noche
180 Almácigo ✸ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ✸ Nocturnos 181
Noc t u r n o
Cit a no c t u r n a II
Dime tú si me amaste en el mundo
un momento en la tierra y la luz.
Un momento. Abraham el injusto
amó a Agar en la noche de Ur,
cuando el cuerpo sombrío se hizo
de la tierra, la oscura virtud.
Un momento la lengua del tigre
lamió a la hembra de su juventud.
No hay temblor en la noche de estrellas.
Paladea su beatitud.
Se escucha de Cristo la sangre
gota a gota caer de la Cruz.
El resuello del mundo se calla
como el siervo de su gratitud
yo oigo más que la fija serpiente
más que el Árbol y el Ángel aun.
Vivo ahora entre los gentiles,
donde albean Sidón y Tiro.
Muertos míos, bosque copioso:
que ya es la hora de estar conmigo.
También hoy entrad por mi casa:
caed a las puertas y al pecho mío
y allegaos y abrigadme
y llegad sin noche y sin calofrío.
Otra vez por ladrillo y leño
circulareis tan sorprendidos
de volver a oír el viento
y la noche desaprendidos.
No lleguéis los que venís
como venados furtivos
con tientos, pudores y miedos
de azorar puertas y lirios.
Ni os deslicéis por el muro
en peces asustadizos
con el contorno resbalado
y estos colores blanquecinos:
mi casa está más vacía
que cisterna y que odre de vino.
Todos estamos y parecemos
amontonamiento de olivos,
vosotros olivos suspensos,
yo olivo a piedra sometido.
Me miráis con el asombro
del arribado para el cautivo
y yo tengo vergüenza viendo
mi piedra dura, mi oscuro limo.
No tengo frío, no tengo,
olivos juntos y mecidos,
olivar denso y cerrado.
Ya no tirito, ya no me abrigan
los mil ramos entretejidos
para decir: ¡Aleluya!
y llamar a Cristo y tener a Cristo...
Ya puedo adorar y cantar,
ver a Emanuel y palpar al huído
como si esto fuese Sión
y no fuese el país de Egipto.
182 Almácigo ✸ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ✸ Nocturnos 183
El su e ñ o
Como una leche densa va el sueño por mis venas.
Mi frente cae en una gran alga amodorrada
y cada sien es como una esponja pesada.
Mi cuerpo no conoce más dueño que este dueño.
Como si nunca hubiera subido las pendientes
con las cabras vivaces, como si nunca hubiera
quebrado el impetuoso cerezo en primavera,
ni trenzado la danza con tobillos ardientes.
Si desciende la cobra en mis oídos juega
su lengua sonrosada de madreselva abierta,
lame el oído absorto como la concha muerta
y perderá mi alma el mensaje que entrega.
Y perderé, si cae el glaciar suspendido
sobre mí, como un párpado, su blanco vencimiento,
y no oiré en su cuarzo mi propio envolvimiento,
que, como Sarah, soy blancura, y sal, y olvido.
La no c h e
(de Miguel Angel)
Vencida la cabeza como un fruto
duerme la Noche en apaciguamiento.
Delante el derramado firmamento,
todo el cuerpo ofrecido es un tributo.
Reposa el seno en dos granadas fuertes,
y son las trenzas un derramamiento.
Tienen los párpados el vencimiento
de las duras violetas de la Muerte.
El mundo duerme en clara paz, regido
del ritmo lento de sus grandes venas.
Y está la carne abandonada llena
de resplandor, de eternidad y olvido.
Florencia, 1924.
1926
184 Almácigo ✸ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ✸ Nocturnos 185
Noc t u r n o de mi ma d r e II
Noc t u r n o V
Yo lo di g o en la de n s a no c h e
Madre mía, es Valle de Chile
joya mía, disuelta madre.
Estrujaste la lima dulce,
mostraste la uva, diste la cereza,
me llevaste la mano a sal
y me diste a tocar las piedras.
Las maderas del cerro de Elqui
huelen y embriagan como abiertas.
y el cielo hierve de materias.
En esta noche de posesión
y de despojo, todo se cuenta.
Regalaste los ademanes
de tomar ropa y coger trenzas.
Manos llevabas, cogedora
pies sorteadores de las culebras.
La noche trae todos los gestos
de la tiniebla, los acarrea.
Oigo romperse el pan y veo
trigo al nivel de tu cabeza.
Mi muerta anda por la noche
de la mano de las materias,
pegado el río a sus pies
y en nuca de la Cordillera.
Sus virtudes la turbia noche
me decantan y me la albean.
Regalos al apa me la colman
hasta que como oro me pesan
y mirando y tocando bienes
me doblo y gimo de mi deuda.
Parte la noche, espada pura,
deja grosura de la tierra
y como yo de treinta días
abre vistas con extrañeza.
Como tú a mí, los tres Arcángeles
te darán los gestos y maneras.
Como tú a mí dando con tiento
esos cristales y aguas lentas
la otra leche, el otro vino
y las otras pisadas trémulas.
Vas todavía a ras de cerros
con la cauda de las materias.
Todavía con un rezago
de carne nuestra en la carrera.
Y este tránsito con las cosas
que todavía se le apegan
es el que llena y que remece
toda esta noche de mi vela.
Entre tú y yo corre tu leche
que me funde tuétano y lengua.
Pero mañana no habrá
cadena y garfios de materias,
solo jadeo de oraciones,
puente de antífona y secuencia.
Y esta es noche de los adioses
empinados entre dos tierras.
Madre mía, que los demiurgos
arriba trenzan y destrenzan.
Yo rezaré por ayudarlos,
yo gemiré hasta que te sienta
entera como el lienzo entero
y como carne de la almendra.
Descansaré cuando descanses
y comeré pan de las mesas
y dormiré mirando guiños
que son síes de las estrellas.
Sosegaré y exultaré.
conoceré retozo y fiesta
doscientos días de tu lar:
la leche tuya, la cal tuya,
el leño tuyo, el metal tuyo
enderezado en una cuesta.
La noche viva está en mí,
viva de cien raíces mías
de lanzaderas de mis nervios,
viva de pulsos míos que bullen,
noche terriblemente viva.
Cosa que en esta noche tóqueme
no se podrá quedar dormida,
mi perro late como un junco,
mi tórtola gime intranquila
y muertos en mí se rezagan,
a mí apegados, a mí ceñidos.
Tantas cosas que a mí han venido
para dormir en mis rodillas
porque dijéronles que yo era.
Como un ladrón temblando estoy,
como un ladrón que robaría
cosas de que este mundo vive,
sangre de todos, pan de su dicha.
Como una madre temblando estoy,
como esa madre que sabría
destino que es bueno y terrible
de sus veinte hijos esparcidos.
Como un testigo extraño soy
citado para fulmínea cita
de un espectáculo que puede
dejarme ciega o enloquecida.
Y como agua de lago que
no conoció cañas con brisa
y en que cae metal ardiendo
que en su entraña largo crepita.
No duerman quienes están conmigo,
atenta noche, casa fría,
lebrel turbado, yerba muelle,
cisterna cara de Sibila.
No tengo más que un alma flaca,
foso de miedo en la pupila.
No tengo más que un breve aliento
y un grito que me rompería la vida.
Lo digo en la densa noche
como dulce cosa secreta.
Salta una edad, contesta un río
y yo tengo mi Cordillera.
Él conoce viñas y olivos
y no vio ceiba ni palmera.
Viene de lejos si es que viene.
Baja desde una Cordillera.
Partiendo viene doce vientos
pero no sabe casa ni puerta.
No viene a verme con otro nombre.
Sigue esperándome sin queja.
Vuela en la cara de mi madre
y sobre el dado de mi aldea.
Parece tela que no usaron
y dormita en devanadera.
Parece cosa no pisada
y era la casa de mis fiestas.
Vassar College.
186 Almácigo ❂ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ❂ Oficios 187
Oficios
El herrero II
Juan
La mano II
Mujer de picapedrero II
Paysane provenzal
188 Almácigo ❂ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ❂ Oficios 189
El he r r e r o II
El herrero está vuelto a su Vulcano
y aureolado de chispas voltea
fuego terrestre y fuego de los cielos,
voltea silbando la pollada:
gallos rojos, coral y flamboyán,
y voltea silbando sus planetas,
y sus Arcángeles ardientes,
rotos, divinos, caídos
y en fragua humillados.
Y en el instante de fuelle y braceo
bien puede, con querer, que ardan y vuelen
fragua, bosque, y aldea, y Universos,
según su antojo de cojo-Vulcano.
Saltan, triscan, crepitan y rezongan
Martes vencidos y Vesubios locos
por fuelles y furor del hombre-herrero
pájaros moscas, faisanes al vuelo,
y todo hierve y cae de su diestra
y su cara color de la serpiente
arde y llamea como la de Hefestos.
Qué hermoso se alza, y abaja y bracea
el dueño de la llama y de la brasa,
con su aureola de Miguel Arcángel
que lo crece y lo lame y reverbera.
Y Pedro fundidor gobierna riendo
su llama a silbos de burla y de juego,
la dispersa y la junta como a banda,
o la tiende y la duerme en su ceniza,
derrotada como él, hija acabada.
Ríe de que venció a su salamandra
que está partida y lo mira sin párpados,
rotos sus huesos, rendida, acabada
y mirándolo aun como su hija.
Entonces el herrero vuelve el rostro
a su dios que lo hace y deshace,
y de regreso a su cena y su noche
él vuelve a ser lo mismo que los hombres,
robado de su llama y de su triunfo,
de su tendal de dalias y corales,
de su nido falaz de salamandras
y de su soplo de viejo Vulcano.
Y caídos su orto y su poniente,
vueltos mentiras su brasa y su hoguera,
lo pueden hozar los animales
y befar los muchachos de la aldea
y no verlo su puerta ni su hija.
Los que pasan y cruzan no paran
al mirar lo que ocurre al mediodía
cuando huye el fuego de ochenta fogones
y cae recto a la fragua de Pedro
en tropel de cabritos sorprendidos.
Pedro sopla y revuelve a sus tigrillos,
gruñe y revuelve al envalentonado,
los descabeza y tumba a su hijo y amo
y otra vez lo alza en pendones de gloria.
190 Almácigo ❂ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ❂ Oficios 191
Jua n
La ma n o II
El lunes Juan fue carpintero
e hizo una caja de palo de olor;
el martes Juan se hizo herrero
y le puso chapa de metal;
miércoles Juan fue decorador
y pintó los frutos de la estación;
el jueves Juan fue vendedor de cajas,
y la vendió en la feria con pregón;
el viernes el hombre ya era emperador
y contó suyo lo que alumbra el sol.
Pero el sábado marchó a la guerra
y le dispararon contra el corazón;
y el domingo a Juan le llevan
la caja que gritó en pregón
y le ajustan la chapa que él claveteó
y su tapa adornan frutos de la estación.
Y ahora lunes comienza otro Juan
que empieza carpintero y acaba emperador.
1928
La mano del pobre minero
que yo sujeto en la mía,
salamandra fea y hermosa,
me cuenta y cuenta su herida.
Cortó los árboles de Arqueros,
espino y zarzas afligidas.
Tomó el cuerpo de una doncella
y después jugó con su hija
y la asustaba como una fiera
o una raíz, la mano viva...
Dice la mano con fiebre
que dejó los huertos un día
y saltando cerrro y cerro
se echó en un tajo de mina,
halló la red de unas manos
y se perdió con las perdidas...
Cuenta todos los metales,
combo y barreno que hielan
y se acuerda del mineral
que lo mordió como la víbora.
Yo le digo que no se acuerde
y haga dormir su ave herida,
digo a la granada rota
que se me duerma en las rodillas.
Pesa como un rollo de algas
o como el nido que hace hornero:
pesa de la mucha vida.
Yo no sabía que pesaba
tanto la carne que sufría.
Miro y miro mano de hombre.
La de mi padre así sería.
Otras tuve; se han deshecho
y ahora llegó esta mano herida,
estrella de mar cortada,
granada rota en una mina.
Los brazos ven con asombro
y sin creer su mano herida
y muestro a los cuatro muros
reina grande y desvalida.
Cuando golpeó a la puerta
y cayó sobre la silla,
en la casa blanca y cerrada
entró toda la serranía,
entraron los algarrobos
y el canto de los barrenos
y todo vino a mis rodillas.
No te agites, no te muevas,
mano vendada, neblina.
La sangre celosa, despierta
y ella otra vez manaría.
Estoy quieta más quieta que nunca
y esta quietud no me sabía
de que he sostenido frutos
y niños, no mano herida.
Pero esta que tiene fiebre,
aunque quieta desvaría.
Los dedos vivos repiten
la música de la mina
y yo le oigo y le oigo
combos duros, barretas finas.
Cuando tus dos brazos sean
otra vez velas marinas,
minero, tus manos veremos siempre
sobre esta mesa caída.
Correrá por los manteles
como medusa cogida,
caminará por los muros
bendiciendo la casa pía,
y como el halcón cansado
me caerás a las rodillas.
Pero ahora no te agites,
pobrecita mano herida.
Te volveré a tus mujeres
cuando tu venda no se tiña
y que brille entera, entera
en estrella y en margarita.
Daré a tu mujer el bálsamo,
el aceite y la flor de harina,
y el secreto de sal y de agua
que cura a la oveja herida.
Pero no daré la venda
empapada que traías
y las demás que saqué
cada hora y cada día,
con la forma de tu mano,
racimo majado en mina,
y las vueltas y los nudos
que sujetaron toda tu vida,
como se refrena el viento
o gacela que va huída.
192 Almácigo ❂ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ❂ Oficios 193
Muj e r de pi c a p e d r e r o II
Pay s a n e pr o v e n z a l
Señor y dueño de la noche,
en casa tuya tienes duelo,
mira mi pena en el lecho.
Parece caña, parece rebanada,
parece guiñapo tu hombre cantero.
Hasta ayer no más él era
cabal como los luceros
y mis manos no sabían
hombre roto, rey deshecho.
Allá arriba en las canteras
todo quedó blanco y quieto
menos mi árbol de sangre
al que cortó su barreno
y en el valle de cascadas
donde todo duerme fresco
esta noche no se duerme
mi hombre calenturiento.
Los otros hablan como hombres
y él es niño de balbuceo.
Su brazo era del pico
del carro y el barreno
y era el brazo de abrazarme
y subirme los repechos.
Señor íntegro, que haces
al árbol y al hombre enteros,
devuélvemelo, retóñalo
como a la rama de abeto.
Mi salamandra partida,
mi hombre cortado y mostrenco,
vuelve a dejármelo entero
y ata sus huesos y tendones,
Dios callado y Dios secreto.
En invierno mi mano ociosa
va aplicando ceniza y sales buenas
a los troncos de duraznos:
penitencias para renuevos.
Y mientras vienen los abriles
que no dejan pasar los vientos
me caliento las tristes manos
en la testa del crisantemo.
En primavera van cortando
rosas de Francia mis aceros
tic tac – y caen a mi brazo
rosas de coso* y de consuelo.
Mi cabeza que ya envejece
se queda bajo del almendro
blanco rosado como la leche
que hubiera sido de mi seno.
En verano corta el melón
perfumado, liso y perfecto
mi cuchillo de Magallanes
que allá partía los corderos.
Y me duermo la siesta blanca
junto a la cría en tendedero
de los gusanos de seda
casi salidos de mi pecho.
En mi frente que arde
pongo la hoja de cuatro dedos
de la biznaga coquimbana
que cojo húmeda y entrego seca.
Al otoño en los olivares,
agazapado anda mi cuerpo
recogiendo aceitunas negras
en refajo color de fuego.
Y mascando las postrimeras,
de aceite eterno me sustento
y como el quechua feo y dulce
mi alma es de oro, con labios negros.
Me arrimo a pechos otoñales,
a mi Montaigne, al Fray Luis bueno
y en su olor de manzanas viejas
perdono vivos, perdono muertos.
Y morir me parece fácil
como inclinar el tonel lento
del suave aceite, y que se vaya
sin más rumor que el de mi aliento.
8 de Marzo, Paux
* Plaza de toros. Calle principal de algunas ciudades: paseábamos todas las tardes por el coso.
Americanismo: corral municipal donde se encierra el ganado que anda perdido o suelto.
194 Almácigo v Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l v Recados 195
Rec a d o s
Isabel, tú estás en la Isla ardiente
Padre Goethe II
Recado Nocturno
196 Almácigo v Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l v Recados 197
Isa b e l, t ú es t á s en la Is l a ar d i e n t e
Bajo el cielo añil y frente a la mar blanca
con un palmar negro delante del pecho,
otro a tu costado y otro a tus espaldas.
Tú pones los ojos sobre las colinas
y los 40 años sobre ellos descansas,
y cuando se cargan de verdes los ojos
se los das al blanco de la marejada.
Tú tienes el sol tendido en el mar
como Quetzalcoatl, el nuestro, que pasa;
el sol en los mangos partidos en mejillas
y el sol como embrujo hirviendo en tu falda.
Leyendo a la orilla del mar blanquecino
de vapor, que a veces parece una fábula,
a los Sakuntalas y a los Salomones,
me crees que somos otra vez el Asia.
Por el cinamomo y los cafetales,
y el árbol del pan y la valeriana,
y a pesar de Roosvelt que en inglés decreta
y a pesar de tanta soberbia americana.
Hablas en metáfora sin que te la busques
por el sol que pinta el faisán y el habla,
y la lengua que era cordobán y crin
la Isla la volvió miel y epitalámica.
Tú vas por la casa clara y espaciosa
como va la onda del aroma lánguida,
por la Isla, lenta de cargar su esencia,
y nutres los muros, los patios, las salas.
Tu mesa espejea de nobles cerámicas
y tú te pareces entre ellas sentada,
la jarra de plata, y los ojos negros
del esposo van de esmaltes a plata.
Y él dice: Gabriela al día tercero
no comía sino frutas regaladas
y bebió café dejando el lechón
y vivió sin vino de vino embriagada.
Subió la mañana como las potencias
y es el mediodía tan fuerte que mata
pero hay una noche lanceada de aromas
viva de mar vivo y cargado de hablas.
Y dices: “Gabriela amaba estas noches
y no se sabía dormir hasta el alba
y oyendo en Trópico pelaba
la piña que es llena de gracia
y la poma-rosa magullada.”
198 Almácigo v Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l v Recados 199
Pad r e Go e t h e II
Aprendiste oyéndome todos los caminos,
entiendes ahora Kavilas, gitanos,
y hay en tu nación de Gala Plácida
conmiseración por Agar que marcha.
Por extranjerías de lava y cascajos
que no son tu tierra de pulpa pisada
pidiendo su agua, mentando su techo
en lenguas sin sol y sin leche blanca,
llegando a creer que no tiene tierra
suya sino tierras grises y prestadas,
y a veces sabiendo que allá donde se acabase
el Trópico, al Sur está en montaña,
y donde se acaba el Trópico al Norte,
su Isla mecida de mar y acunada
de palmas y guarumo, de cafeto y palmas.
Mas sobre la mesa rica de 20 semblantes
y en la noche de tertulia cerrada,
te falta una cara de niño y de vieja,
Peter Pan, Sibila de Cumas y Atlanta.
Tu vientre no tuvo su desgarrón sacro
pero tienes viejos, niños y muchachas
como para que nos puebles un valle
por la caridad que es la otra entraña.
Y sientes la tierra mejor que la hija
que nunca tuviste, y le oyes las palmas
mejor que tus nietos, y en la siesta cuando
se funde y te funde, se abraza y te abraza
el nacido se agita entre nosotros,
de horas, de siete horas,
rosado de él y de la luz dorados
como el cabrito y como el venadillo,
nuevo, asustado
y la madre lo mira y yo lo miro
bien locas de esperanza y de milagros:
por cierta vez fuera verdad nacer
de veras nuevo de mujer con llanto.
Ponle la mano tú, mi campesina
sobre él, la mano de trigo y de pastos
y dale a Ceres la primera, dale
a la madre que es tuya y de tu gente
y yo le soplaré cual la serpiente
de Apolo y de Casandra el aire cálido
que da la calentura hasta la muerte
y que pincha el pecho de Espíritu Santo.
Me lo echó a mí otra hembra de la tierra
con mano de raíz y con olor de hato
digamos junto aquello que pensamos
sin tener la vergüenza de...
Padre Goethe que estás sobre tus cielos
acribillados de rojas potencias,
entre los Tronos y Dominaciones,
y duermes y vigilas con los ojos
en las cascadas de otra luz rasgados,
y vas y vienes entre los dos mundos
más leve ahora que tu aliento terrestre;
bien liberado estás, pero retienes,
tu vínculo y convenio con nosotros.
Fábula nos parece que estuviste
bebedor de los ríos, peatón de la Tierra,
y más mentira, más, que te tuvimos
en cerco de hombres, manifiesto en carne.
Padre Goethe, que duermes y vigilas
con tus ojos rasgados de luz ancha,
hijo de Roma, e hijo de Germania,
contigo somos hoy, contigo estamos.
En hora de sol lacio y lunas rotas,
y el Orión y la Andrómeda en pedazos,
de planeta volcado y epiléptico,
tu nombre silabeamos desvariados
parecidos a renos entre llamas
y a bisontes cogidos del espanto,
y por el trance del año y del día
nos miras a tu sombra acurrucados.
Si te dejan doblarte o abajarte,
parte el cerco y la Ley, y da los brazos,
aunque te ha de costar reconocernos
a pesar de la luz que corre en hatos
porque a tu sol expuestos y confesos
nos miras hoy en tendal de rebaños
sucios de sangre, de babas y llantos.
Solo esta voz que te damos parece humana,
nos declara grey en vez del hato.
Pero vuélvete a nosotros, abájate,
entendedor de conchas y corales
y escuchador del vagido del árbol.
Como que todo esto lo recuerdas
y que lo nombras en los Coros altos
y se te abrasan tus marcas de hombre.
Ensayamos el hierro y el magneto,
y llegamos al átomo de infierno;
todo probamos menos tu substancia
y tus nupcias del Cielo con la Tierra.
Talvez ya entraste en el mayor Olvido
o el holgar del esclavo liberto,
talvez ni en la forma nos conoces
en el tendal de dorsos y de micas
encorvadas de noche y de vergüenza.
Pero, abájate de tu horno encendido,
y tu alto muro dentado de fuego
por la gracia del día y la del año
el ímpetu de amor
que nos cubre en rocío de praderas.
Procura distinguir, Padre, tu prole,
sedientos de la Paz y combatientes
manchadores del Verbo y sus amantes
y balbuceando, mascullando a trechos
miembros tiznados de viejas palabras:
“Género humano,” “Redención,” “Futuro.”
En cada noche de puño ahogado
buscamos a tu sombra cobijarnos,
todos queriendo forzar tu descenso
o lograrte una brizna de memoria.
Como que nos recuerdas todavía
y que te vuelves al nombre de “Patria,”
de “Tierra,” de “Demeter” y de “Ghea.”
Todo el amor que nos tuviste, rompe
a llorar como niño trascordado,
rebanador de nieblas, memorioso
que mamó la leche y chupó la miel,
quebró las conchas y arañó metales.
Parece que nos oyes y te cruzan
por los espejos del segundo cuerpo glorioso,
el culebreo y el haz de las rutas sabidas
y que te punzan los nombres perdidos
y que te suben islas sumergidas,
Germania, Europa y otra vez Germania.
Un tumbo de olas se viene y tus vistas
hacen el sesgo hacia el Mar del Norte.
Aunque te escapes del cielo ganado
y tu piedad sea escándalo arriba,
suelta tu dicha y sacúdete el pasmo.
Acepta, abaja, más éntrate loco,
sigue y rebota y cae a las materias,
por puntas de granito y de metal.
Rebota y cae al cuerpo del planeta
y mira al arribar cómo nos hallas
ensayando una brizna del Infierno
en bizca operación de medianoche,
quiebra ruedas y los émbolos quiebra
y que nos queme tu propia vergüenza
y tu rubor abrase nuestras caras.
200 Almácigo v Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l v Recados 201
Rec a d o No c t u r n o
Ahora veo de lejos
la vieja piedra de mi casa:
piedra vertical, blanca y morada.
Ya no me cortan esas puertas
ni tengo siesta en el patio,
ni desgrano sus mazorcas,
ni hago el vino y los arropes.
Ya no me llaman los de esa casa
dulce y ácida como el espino,
ni me golpean amándome
y odiándome en igual soplo.
Desde aquí y de cualquier parte
miro la casa, palpo a la casa
las piedras, el humo, el bulto...
Toda la tengo palpada,
dicha, y rezada y cantada...
Tengo conmigo sus ángulos
violetas y su luz cruda,
el olor de lagar abierto
y el manojo de cedrón.
Bendigo sus alimentos
con mi alimento al mediodía
y en la noche de Noel
acompaño lo que ellos cantan,
rezo su golpeado rezo
y llorados tengo sus llantos.
Pero no les llevo mi cara
que hizo la misma leche,
ni la curva de mis espaldas
que hizo la misma colina,
ni el columpio de mis rodillas
que florecieron para sus hijos.
Me cansé de que me quisieran
y me odiaran con igual gesto,
de que echasen y me llamasen
y de que sus propios pastos
me lamiesen y magullasen.
Por el humo de su casa,
por el color de los follajes,
por el viento Suroeste,
sé cuándo ellos se levantan,
cuándo siembran, cuándo cosechan
y cuando su carne se duerme.
A veces por la dulce noche
voy a verlos, voy a contarlos
y a oírlos dormir. Voy, voy,
voy no solo con el ansia,
que voy con mi cuerpo entero.
Media noche yo los miro
y oigo sus muchos alientos.
Volteo y beso a sus hijos.
Ando por sus corredores.
Palpo los muros, digo sus nombres:
María, Juana, Alejandro.
Todo lo tomo, nada recojo
y me vuelvo como salí.
Solo que con más memoria,
más tiempo y más Eternidad.
Mi casa ya no es mi casa.
Pero a la de ellos voy siempre.
Cuando la noche es muy ciega.
Y no pregunto el camino.
Me lo sé al sol y a la luna.
Y no hay cosa que resuene
de mis pisadas nocturnas,
polvo, puente, cristal, hierro,
materia alguna, viento alguno,
ojeo alguno del cielo
ni calofrío de ráfaga.
No sabrán de qué me muero,
cuándo me muero, dónde me muero.
No les voy a hacer velar
las vigilias de mi agonía.
Tampoco juntar mis ojos
con el salmo de mi David
ni cargar mi carne fría.
4 Marzo 39
202 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Religiosas 203
Religiosas
¿Por qué buscar a Dios en las estrellas?
A un niño
Arcángel Rafael
Cita
La Catedral III
La Estrella III
La sabuesa Muerte
Mientras otros van cantando apresurados
Piedades
Rezo por viajeros
Si...
Todavía
Tres tiempos de Cristo I
Tristeza
Tú me pondrás sobre tus hombros finos
204 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Religiosas 205
¿Po r qu é bu s c a r a Di o s en la s es t r e l l a s?
¿Por qué buscar a Dios en las estrellas
o más allá, con ojos delirantes
si en los caminos se otean sus huellas
y va en disfraz de carne caminante?
¿Por qué buscar a Dios en las estrellas?
¿Para qué ir a buscarlo tras la Muerte
y no encontrarlo dentro de la vida,
si la atraviesa como un viento fuerte,
si como olor la tiene traspasada?
¿Para qué ir a buscarlo tras la Muerte?
Los Andes 1917
206 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Religiosas 207
A u n ni ñ o
Arc á n g e l Ra f a e l
Tú serás bueno y no por el Gautama
que cerraba los ojos dos mil horas
y entraba en Dios rebanándose el mundo.
Sino por Nuestro Señor Jesucristo
que antes de venir nos miraba recto.
Tú serás bueno y no por el Pitágoras
que columpiarse oía las esferas
y se meció sobre el aro de seda
de unas noches sin peso y sin horas.
Sin saber que Job con una tejita
raspábase el vientre que en miga caía,
y que una madre se abría en un hijo
y que el Macabeo hervía en aceite.
Sino por Nuestro Señor Jesucristo
que tuvo vaho de vaca en su piel,
busca de Herodes estando en el seno
y al Judas rojo tendido a sus pies.
Tú serás bueno y no por el Mahoma
que fue al desierto donde tuvo Arcángeles
y que de vuelta de la penitencia
comió grosura en becerro y manceba,
y puso el mundo debajo de un árbol
hecho de espadas, se sentó en su tronco,
y lo sacudió en Juicio Final.
Sino por Nuestro Señor Jesucristo
que olió la podre en su Lázaro amigo,
dio de comer a la plebe que olvida,
echó demonios y anduvo con Judas
y acabó abierto y goteándose en res,
mirándome a mí, mirándote a ti...
1930
S.M.
Arcángel Rafael, disfrazado de hombre,
muy roja la cara, al lado de Tobías que nunca llega,
siguiendo siempre su ritmo que no puede dejarse
al son de las esferas y caído del cielo.
Andando va Rafael, hecho carne,
hombros lucientes, espalda en fuego y pies llameantes
pero sin llama al mirar a Tobías;
solo muy rojo y con los ojos centelleantes
para que Tobías no grite de asombro.
Las ropas llamean pero son de hombre,
verdaderos morral y calzado.
Y la torpeza de los pies nuevos y la carne ajena,
el saltar el charco y el tropezar y el caer como un niño.
Gracias te decimos por la melodía que aquí nos dejaste.
Talvez piso yo un cintajo roto de esa melodía
y los otros que cantan e ignoran, también la pisaron.
Muy rojo caminas pero tu Tobías no sabe quién eres,
criatura de fuego, y del fuego más fuerte del mundo,
conversando caminas y Tobías no sabe que te cuesta hablar,
de ser criatura de absoluta música.
Pero es mejor que no sepa el pobre Tobías.
Porque si lo sabe se cae en tierra muerto de vergüenza.
Hablando al palurdo lengua de las rutas
comenta espinales, estación y viento,
y percances de arrieros con bestias.
Sobre el río vuelas y atraviesas en puente.
Subes el repecho y bajas el otro repecho,
tienes después hambre y ves comer allá en la posada,
aprendiendo nuestro sueño y nuestro lecho.
Tobías no sabe y es mejor que no sepa,
lo echaría al polvo en adoración, y debe llegar
a su casa y su pueblo, porque tiene una casa y un pueblo.
Te cubriera llenando de besos locos las rodillas,
lamería llorando tus pies y tú aprenderías
que tales somos que de desventura y dicha lloramos.
Cuando lo hayas puesto en su puerta y regreses al cielo,
de donde saliste como una puntada de oro,
y estés cerca del Trono del que caíste como astilla de oro,
cuéntale a los cielos su hija, la Tierra, cuéntasela toda.
208 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Religiosas 209
Cuenta nuestra noche: el mundo se borra
y los ruidos nocturnos enseñan los miedos.
Las estrellas las vemos de soslayo y trocadas,
y como el cielo es ajeno y distante, morimos.
Cuenta la Tierra de lomas y cerros,
a veces tan recia y a veces tan dulce.
Cuéntale el mar, padre y castigador
y los ríos suyos que corren huyéndola.
Cuenta los olores cruzados
de la Tierra, que a bandas huele a bestias y a hierbas,
pone el corazón tierno y feroz, y nos lleva
como al pez la corriente dulce y la de salmuera,
contradictorios y desesperados.
Cuenta las piedras filudas y el barro,
el calor malo y la mala ventisca,
el caminante que siempre parece bandido,
los campesinos que le hacen la cruz
y el centurión que lo ataja, y lo suelta golpeado.
Gabriel vino en despeño de flecha,
hirió a María y salió como un lampo.
Cuando María quiso responderle, ya estaba en el cielo
y de vuelta contó esa casa y ese su éxtasis
pero a nosotros no pudo contarnos
porque no se quedó con nosotros.
Los coros de Ángeles no saben nada.
Los Ángeles Custodios cuando suben se callan.
Las Potencias lo saben pero es como si ignoraran.
Vuelves a estar en el cielo de antes pero no como antes,
Arcángel Rafael de la loca aventura.
Eres ahora el Arcágel que como las costas antiguas
tienen conchas y huesos de peces y ya no su mar
y como país de espejismo te cruzan el pecho
rotos en triángulos: aldeas, pinares, puentes y tropas.
El ribete negro de la noche aprendida bordea tus alas.
Tus pies rojean de sendas como los del vendimiador.
Entre ellos te siguen corriendo los torrentes cruzados.
Te miran los ángeles detrás de los hombros o te ven en la frente
unas cornamentas que son las montañas o nuestros cipreses
En el canto hincas a veces un silbo de arriero
e imprimes al coro que te sigue, sin comprenderte,
una cantilena monótona y dulce de lluvias
o el frenesí de los vientos sueltos sobre el Líbano
y cuando te vuelves echas unas luces que no son de arriba,
y Dominaciones y Tronos se vuelven a verte azorados.
Y eres un Arcángel como son las Sirenas:
dos tercios divino y un poco Tobías entre lo divino
con un corazón de carne que te consiente el cielo
como consintió el de Jesucristo después de tu viaje.
En la marejada celeste al cantarse las antífonas
en donde se nombran sobre las letanías las cosas creadas,
al decir la Tierra tu voz sube y deja detrás a las otras
y como una pica con sangre tú dejas el nombre clavado
en la gloria para que la gloria nos ame y nos sepa.
... Jesucristo nos sabe y nos lleva;
nos ha contado al cielo y los cielos también olvidaron.
Son los gloriosos que ahora pueden arriba
los únicos que en su nicho de gloria recuerdan...
210 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Religiosas 211
Cit a*
La Ca t e d r a l III
Dios alfarero, hortelano y minero,
brazo, manos y rodillas oscuras,
Dios del compás, del almud y de la cuerda,
contador, medidor, pesador y cosechero,
cortador de diamante.
pulso de gramos, palpo de seda,
yo, sin nombre, sin país y sin descanso,
pobre mujer casi sin sombra
no por mí vengo llegándome a tu casa
no con relato de mi padre, mi ceniza y mi jadeo
sino por los que amé y a que vengo cogida
como el perro al umbral o el halcón a su silbo
y como Casandra al silbo de Pitón.
Estoy aquí llamando por David mi mayor
por Catalina la sienesa y Giacoppone
cuajos del Medioevo en tierra umbría
por Teresa de Ávila y Juan de la Cruz
muestras de agua en costra de Castilla
y por un indio y un blanco de la América
por Rubén y por el Inca Garcilaso
contadores de lo ajeno y de lo propio
por gente también mía de la América ajena
el Walt Whitman y el Edgardo Poe
y por mis indios que te vieron en el sol
mejor que en los muñecos y las alfarerías
y comieron la sal del mar Pacífico
y por mí y por mi padre en el risco de Chile.
Por Jesucristo, el de todas las gentes
y por Buda y Lao Tsé del otro Oriente
por el hindú y el persa de agua y fuego
que no por mí, hembra de ojos pegados
que no por mi virtud sin mediodía,
larva rota con el habla sonámbula.
Por ansia de ellos, no por ansia mía
y por lejía de su dolor
por rasgón de su garra en la tiniebla
y por su piedad honra de nuestras huesas.
Me hace llorar mi forma con mi nombre.
Por mí no, ni hoy ni nunca por mí.
Te he amado desde la sangre de mi madre.
Pero no es deuda y cobro, por mí, no.
He gemido y aullado como las bestias buscándolo,
de niña, moza y vieja. Pero no por mí, no
este llegar, este golpear, este querer
turbillón de aguas, de lanza y de mazazo.
Por mí no, te grito, por la escalera de ellos.
Golpeo con sus nombres y araño con sus sílabas
y fuerzo con su pulso en catapulta
Teresa, Catalina, Magdalena.
Por mí no, Dios del arribo y del remate
y del tope y del delta del río
y del límite en que zumban los oídos
y el cuerpo cae como vela acuchillada
y los huesos crujen majados por los dientes del término.
Por mí no, por mí no, por mí no.
Comenzamos hace mucho tiempo
la Catedral, hermanos, la Catedral.
Gracias a Dios por esta obra sin término.
¡Nunca se acabe! ¡Nunca se acabe!
Su nombre terrestre es nombre de Patria,
su nombre entre los Ángeles no lo sabemos.
Todo lo tiene la Catedral
y nada tiene, como los niños.
Pide y toma cuanto tenemos,
Madre Catedral. Nada nos dejes.
Mejor están, mejor queremos ver
nuestros bienes en tu atrio y en tus naves.
La levantamos cerca y lejos del mar,
¡la Catedral, la Catedral!
y a media montaña, ni muy aérea ni muy terrestre.
Su nombre de tierra es el de Chile.
Los demiurgos la llaman talvez de mejor nombre.
Su costado poniente son algas, sal y conchas,
el otro lo recuesta en viña y en frutales.
Y la corren y le vuelan en torno
las chinchillas, las nutrias, los albatroses.
Tiene altos cogollos, grandes lanzadas
torres redondas en tronco de hombre.
Tiene la piedra, el leño, los metales
y la vuelan de alto abajo
y la hondean de Este a Oeste
Arcángeles de amianto, de sal y cobalto.
Y en el salitre la asentamos,
en el salitre que come a la muerte
para que no la pudran, marisma, lluvia ni hongos.
Pero la Catedral no se acaba.
¡Loado sea Dios! ¡Nunca se acaba!
Acarread materiales, hermanos,
y no quitéis los andamios ni ahora
ni nunca, y entendéis de Catedrales.
Igual que si comenzáramos,
igual que si estuviese a ras de tierra.
Picapedreros, albañiles,
hijos de catedral, siervos de catedral,
santos peones, acarread,
sea de alba, sea de noche,
en mulos, en carros, en barcos,
acarread desde los cerros,
desde la Pampa y las Islas
los minerales, las substancias, las resinas.
¡Bendita sea la que no acaba
y pide siempre como mendiga y como reina!
La sombra de la Catedral
orea las viñas mojadas de noche,
cae a la mesa de comer,
sigue las parejas de locos amantes,
azulea y mece las rondas de niños
y llega hasta la cama de morir.
Comemos su sombra en el pan y las uvas
y la peinamos con nuestras trenzas.
¡Gracias de que nunca se acaba
y nos bebe el sudor y nos toma la sangre!
En nuestras casas nos entristecemos.
Somos los hijos de un millón de madres.
En la Catedral de único regazo,
perdemos rostro, perdemos nombre
y nos perdemos, amando y cantando,
medio patriarcas, medio niños,
y no más hijos, ¡no más que hijos!
Los albañiles muertos, siguen de pie en los muros.
Los maestros descansan sobre las gradas.
Los ausentes acuden al toque de rebato.
Ninguno es muerto, ninguno es vivo
¡todos cantamos rectos y eternos!
No nos despide; nos toma y abraza:
y cuando se la acaba, Señor, se la comienza.
A la Catedral vienen los carros;
se llena de olor de todas las frutas.
Huele a membrillo, a moras y manzana.
Llegan los animales buscando a Antonio Abad,
arriban para ser contados y benditos.
Y las piedras sombrías se aclaran de lanas
y las puertas se ablandan de los vellones.
* A izquierda del título escribió: Emerson.
212 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Religiosas 213
Ardámosle el copal en los altares.
Soltémosle la música en los órganos.
Subamos las escalas de las torres
y en el coro cantemos
los que siegan y los que pescan
o atizan los hornos.
Ahora nos llaman los cogollos de bronce.
Partió el aire el látigo de bronce.
El atrio parece granada abierta.
Vamos y venimos en cinta de fuego.
Parecemos follajes arreados del viento.
Pero no tengáis miedo, que el canto es siempre el mismo.
Solo que con más cielo y con más tierra
y con más pecho y azul bocanada tierna.
Ahora nos siguen mujeres y niños.
La Catedral no rebosa, no se rompe,
la Catedral se agranda cuando su mar le crece
y esto que no supimos ahora lo sabemos.
El canto mayor, alzar a la Catedral
como a mujer aupada en los brazos
y la danza la ensancha hasta donde Dios quiere,
y Dios quería, y nos trajo, y vinimos.
¡Aleluya, doctores, hijos de catedrales
y aleluya jayanes, aleluya!
214 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Religiosas 215
La Es t r e l l a III
La sa b u e s a Mu e r t e
En la noche de maravillas,
la Estrella del alumbramiento
está en Belén de Judea,
también en el Valle de Elqui
por los roquedales rueda
y rasa por los potreros.
Así entera y derretida,
color hielo, siendo fuego,
en niño de un solo día,
alegra y aniña el cielo.
Con cincuenta dardos
al dormido punza el sueño.
Se suelta, cae, se parte
y rota camina ardiendo,
brasa en un salto rodada
de su Llama y su Brasero.
Entra a cuevas de ladrones,
a barcos filibusteros,
donde el castor y el oso,
y el zorro, y el hormiguero,
y el mineral y el minero,
husmeando y encontrando,
por alzar y por tocar
al feo, al pesado, al yerto.
Fue en Belén de los Judíos,
ahora es donde el samoyedo,
en carpa grasienta de árabe
o en jacales tabasqueños,
en la Patagonia blanca
ataranta a los carneros.
Diz que está en el cielo y corre
en rueda radios abiertos.
Las ascuas que va soltando,
nos tocan y dan al pecho,
pájaro atrapado, fruta
que nos tira sin vareo,
y la arrebata y aprieta
el puño del alma ardiendo.
Un lucero vuelto rueda
es lo que vamos siguiendo
en niños despabilados
del alboroto y el fuego.
A donde quiera que lleve,
llevará bien, que es lucero,
a las aldeas entramos
y salimos de los puertos,
en hebra, sartal y río,
sin entender pero yendo,
y si la rueda nos toma
a las casas no volvemos.
Quema el sueño, troncha cuerpo
y esto feliz será un vuelo.
La que salta a las rodillas,
la sabuesa Muerte,
y roba al niño del regazo,
caiga quebrada del rayo,
caiga inmensamente
como la res en pavesas.
Se muera la Muerte.
Ande en vano, pene en vano
y no se lo encuentre.
Y si lo encuentra, Dios mío,
herida se quede.
216 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Religiosas 217
Mie n t r a s ot r o s v a n ca n t a n d o ap r e s u r a d o s
Pie d a d e s
Rez o po r vi a j e r o s
Mientras otros van cantando apresurados
y ardientes estrujando
un obsceno cantar encanallado,
yo sigo rezándote, Dios mío,
con mirar, con decires y actitud.
Yo te pido, Maestro, que me mires
cómo te estoy rezando ha muchos años
con mirar y actitudes y decires.
Cristo, te contaré, se van tornando
tanto tu suave hechizo fue ganando
mis sangrantes entrañas.
Tan llena de temor voy caminando,
tan fría apretada es la tiniebla,
tanto se entró en mi entraña,
todas mis suaves hablas, oraciones,
entre labios un temblor eterno,
que como van al son de sus canciones
los otros mis hermanos, yo voy, Cristo.
Los dichosos nunca conocieron
ningún cristal tan bueno para verte
que estos tibios cristales de mi llanto.
Yo no sé otra actitud que esta.
Con la faz en el polvo y la mirada sencilla
buscándote rendidas las rodillas
y la boca de oraciones apretada
para estirar mis brazos hacia ti.
Me darás tu calor para mi frío,
la suavidad sobre mi crispadura,
y la leche de tus ojos como lunas,
después me darás, oh! Cristo mío,
la almohada de tu pecho, la segura,
y ha de dormirme tu canción de cuna.
Yo soy, Señor, la espiga sazonada
buena para tu viento y para tu hoz
a todo ardor de angustia madurada
buena para la Tierra y para vos.
Vácia mi harina suave entre las hierbas
y lo demás que hay esparcido en ella
recóbralo del modo que Tú sabes,
a tu manera silenciosa y bella.
Dame la muerte dulce, silenciosa
de las aguas que se mueven
sorbidas por el sol de suave labio,
entrar en Ti con la perfecta calma
del río hondo en los mares
y que me sorbas como un par de labios.
Dame el dulce morir, el darte el alma
como se diera un beso sin zozobra,
sin esquivez y sin agravios.
Tú enséñame a ofrecerte el alma mía
con el gesto sencillo del que alarga
a su dueño una fruta o una flor.
Inútil que florezca allá en tu patio
la rosa regalada. Ella es tan mía
como el sol de la cara de los muertos.
Inútil que tu casa tenga ahora
en la mesa el sonrojo de las frutas
que sé morder, exprimir y alabar.
Mi sed se vino y ha pasado mares.
Inútil signo muerto
echado al viento Sur inútilmente.
Cuando es tu día de mandar mensajes,
yo duermo lejos en piedra sin sueños.
Inútil que hayas aprendido ahora
palabras de salvar la hija de Jairo
y de hacer que el tullido entre en su casa.
Cristo no dijo: “Volverás mañana.”
Ten piedad del que marcha
y mayor del que navega.
Mar no es madre ni madrina.
Una mano da a la proa,
la otra dejas en la quilla
y tu cuerpo les relumbre
a los ciegos de neblina.
No sé el nombre de los barcos.
Yo, Señor, te los diría.
Ni me acuerdo de los puertos
que en los cascos se decían.
Dales marcha, hazles ruta,
dales las estrellas vivas.
Dales rápida la noche,
suena dura la tormenta.
Tú no cuides de nosotros
en las costas sin neblina.
Ahora es aquí la fiesta
y en el mar es la desdicha.
Tú me pondrás sobre tus hombros finos
al redor de tu cuello delicado
cuando no pueda más por los caminos
mi pie de toda marcha maltratado.
Tú apretarás tus vendas amorosas
sobre el borde encendido de mis llagas
cuando se me vayan las linfas de la vida,
218 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Religiosas 219
Si...
To d a v í a
Si cualquier día me callo
como hace de pronto el cedro
y de tarde no les rasa
la cara mi pobre aliento,
será que he pasado el límite,
y que en la linde les tengo.
Andaré a ras del “cañón”
del Valle y el río tremendo,
del peñasco y de la piedra,
de dormidos y despiertos,
más que ayer y más que ahora
por doble acrecentamiento.
Los pies de Cristo van por la Tierra,
caminan y no están rendidos.
Van por salinas, van por dunas
y por peñascales andinos,
y la hoja doble de las huellas
todos alguna vez la han visto.
Ahora envejezco y con la ceniza
cayendo a mi cara, como el granizo,
y a lo largo del lento día
y de la noche más lenta que el pino,
quiero que pasen y repasen
solo sus pasos de Dios y de niño.
Cuando no lleguen allá
hojas y garabateo
de la mano que me hicieron
mitad la luz y los cerros,
ha de ser que os mando ahora
unos recados más tensos.
En las semanas y meses
vaciados de todo acento,
cuando parezca que olvido
a mujer, y niño, y huerto,
será que por fin caí
en dunas o en “peladeros.”
No esperar por el correo
pero oír mejor el viento,
la tarde de bajos párpados
y el hondón de los silencios,
porque ya viendo y sabiendo
voy a conversar sin tiempo.
Tengo que saber por mí
para decir lo que aprendo
e ir contando el viaje
maravilloso y tremendo.
No me cierren los oídos
y no me hurten los cuerpos.
Callen un poco al umbral de la tarde
o pónganme a flor de sueño,
para poder desgranarles
mis hallazgos, mis encuentros,
en vez de darme sorderas,
ausencia y descendimiento.
Con tal de que no me llamen
muerta ni me den entierro,
y que me logren mirar
hasta con ojos abiertos
y me tiendan el oído
como al pájaro o al viento.
No más que me sepan el amor
como se sienten olor denso
y el canto que no se corta
aunque se doblegue el cuello,
nada más que con entender,
en el corro seguiremos.
Mi cielo quiero tener
Tierra afuera y Tierra adentro
como quien toma en la fruta
colgada en el firmamento,
toma valles y mesetas
como a cáscara del cielo,
y tener lo que me dan
sin devolver lo que tengo.
Valle mío, ración mía,
mi posada y paradero,
tonta mentira que deba
perderte yo si te suelto,
si me voy cualquier mañana
recobrada de otro Dueño
si me he muerto tantas veces
con retorno y con regreso.
Van los primeros que tuvo,
valvas mellizas, caracolillos.
Se oyen y se huelen frescos
y ponen el aire más vivo.
Los pobres pies del Desierto
van de ninguno seguidos
crepitando calenturientos
como en el horno los ladrillos.
Los pies ligeros que lo llevaran
como sin sangre y sin vestido
a dar las Bienaventuranzas,
pasan también, y los oye el oído.
Y los que pasan y suben siempre
y no llegan, según los pinos,
y no pueden más, pero pueden,
ovillos de sangre y porfiados carrizos,
son los pies del sexto día,
hechos, deshechos...Fallidos.
Los he oído cincuenta años,
los oía con dolor y sin grito.
Ahora, ahora, ya no puedo
escucharlos ni seguirlos.
Alfabeto de sangre que sube,
y a su espalda Sión sin sentido.
Entre los pasos que yo le cuente,
pase uno del muerto mío
en turno que no se acaba
con su marcha tejidos.
Quiero oír solo esa marcha,
esa cascada y ese molino,
cuando amanece y tomo el mundo
cuando lo suelto como un hatillo.
Pido cuatro pies de niños,
dos que pecaron, dos divinos,
y no quiero oír campanas,
ni pecho mío, ni pulsos míos.
Solo los pasos que atrás dejara
para mí también, Jesucristo,
y los otros que lo siguen
sin final y sin principio.
Petrópolis, noviembre 20, 1944
220 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Religiosas 221
Tre s ti e m p o s de Cr i s t o I
Tri s t e z a*
Tú me po n d r á s so b r e tu s ho m b r o s fi n o s
Primer tiempo de Cristo
tiempo color de lino:
el Cristo de treinta años
en carnes de rocío,
a veces como el ámbar,
a veces cristalino,
blanca era la parábola,
el gesto y el idilio.
Lo blanco era la lanza
fija del mediodía,
lo blanco refrescaba
como el verdor del pino
y en tanto blanco el mundo
parado como un niño.
En el segundo tiempo
Cristo fue rojo vívido.
Atado a la columna.
Desde Anás al Calvario,
su sangre es su vestido.
Va andando ahora en vuelco
y en forro de sí mismo
y tanto rojo lleva
que es susto de caminos
y susto de colinas,
de higuerales y olivos.
La cruz no es su árbol
de ser el árbol Cristo,
tendal de fruto absurdo
en vertical erguido.
Y en la cruz es tan rojo
como un sendero tinto.
De toda la vergüenza
de la Tierra está ardido
y levanta en su cuerpo
tanta sangre y gemido
sangre de los que viven
y los que no han venido.
En su tiempo tercero
color no tiene Cristo.
Se hizo limbo de gruta
y fuego fatuo lívido.
Él se hizo toda muerte,
todo racimo frío.
Él tomó oscuridades
y abismos no sabidos.
Él fue como el pulpo
morado en los abismos,
como el montón de larvas
del sueño que es delirio,
odioso a ojo del alma
y a tacto del sentido.
Y se pudrió de todas
las muertes que aquí vimos,
muerte de ciervo y muerte
ceniza de eucalipto,
muerte de niño, de hombre,
de guerrero y mendigo.
La bestia no olfatease
ni el lagar que da el vino
y si lo encuentra al paso
tuerce su paso el río.
Después cogió su carne
con todo su latido.
Abrió la piedra junta
que no le dio vagido
y dejó en el sepulcro
el sudario tendido
ropaje de la oruga
que salió a vuelo vivo.
Como la tuya, Nazareno
mi alma está triste hasta la muerte.
Mi pueblo fue como tu pueblo:
ni pan, ni alma ni agua clara.
Mi amor fue amargo, amargo, amargo,
fue la esponja que él me alargara.
Mis versos el paño con sangre
que yo levanto de mi cara.
Y tu espina traspasó toda
carne que quiso comprenderte.
Y la salmuera de tu lengua
satura al que anhela tenerte;
por caricia hundiste los clavos
a Teresa, que buscó verte
y mi alma, que buscó mirarte
se quedó triste hasta la muerte.
Tengo miedo de morir
del gusano y de tu brazo fuerte,
un miedo de que Tú me llames
y una sed tan grande de verte
y de esta hundida zozobra
mi alma está triste hasta la muerte.
Me parecen tus anchas lágrimas
las estrellas, sobre estas inertes
estepas de nieves calladas
en las que he venido a quererte.
En la tierra a que me trajiste
también soy triste hasta la muerte.
Y qué pobre mujer, yo, Cristo,
sin el perfume de un infante
que te hiciera volver el rostro
hacia mis ojos anhelantes,
más sola, Cristo, que María
aquella noche sollozante.
En mi sangre Tú resbalaste
una gota grande de hiel,
el sabor de tu lengua amarga,
y en la boca tengo la forma
que está en las llagas de tus pies.
La tristeza del olivo y del cáliz
cada noche tengo también.
Tú me pondrás sobre tus hombros finos,
al redor de tu cuello delicado
cuando el pie de jornadas alejado
diga su cobardía del camino.
¡Suave me oprimirás a tu mejilla
con gesto de pastor enamorado
diciendo: Pobrecilla, cómo vienes
con el dulce vellón empurpurado!
Y colgada a tu cuello muchos días
sin otra habla más digna que este llanto
te diré las vergüenzas del camino.
Y las lágrimas tuyas y las mías
en el coloquio habrán corrido tanto
que el vellón rojo se ha vuelto de armiño.
El miedo de morir, el ansia
y el temor de mi Cristo fuerte,
un temblor de la hora en que llames
y una sed tan grande de verte
y en esta tremenda zozobra,
el alma triste hasta la muerte.
* De antes de 1922, por la ortografía Bello (i por y).
222 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Saudade 223
Sau d a d e
Colinas yo tenía
El país de mi padre
He andado la Tierra
La peña
Orillas del mar salobre
224 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Saudade 225
Col i n a s yo te n í a
Colinas yo tenía
sol de cristal de la mañana inédita
la que para besarnos hace el día.
Viento como estandarte en nuestra cara,
estandarte de Dios, yo lo bebía.
Y ojos de madre, el par de verdes seguidores
que guardan del infierno, los tenía.
Todo eso y cuanto era su añadidura.
Y tengo ahora solo
sol que no es sol y cuesta de agonía
y un viento de locura que me empuja.
1927
En el pa í s de mi pa d r e
En el país de mi padre
tuve Ángel nunca durmiendo,
y aunque mineral, se va
braceando aires de cielo,
y trae el azul cobalto
que nos conforta el destierro,
mientras otro azul más azul logremos,
dormimos lamiendo cielo.
226 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Saudade 227
He an d a d o la Ti e r r a
La pe ñ a
Ori l l a s de l ma r sa l o b r e
He andado la Tierra, la Tierra,
talvez la andaré todavía.
Vine a verla o a encontrarla
y de andarla no estoy cansada.
Les dejo mi pies a los niños
que les cuenten mis viajes.
Cuenten todo lo que saben
y los hagan dormir con sueños.
Más lejos está mi peña,
está negra, está plateada.
Aunque la tarde va acabando,
luz queda, para buscarla.
Orillas del mar salobre
tengo ganas de llorar.
Me tengo yo mis patrias
de otro lado del mar.
Tenía que palparla toda
con las raíces de mis pies
y los brotes de mis hombros
que mandaron a caminarla.
Ah, tierras de higuera y viña,
el olor áspero de esa leche
y el de las uvas restregadas.
En mi alma hay leche de mi madre.
Entre mis dedos gotean leches de higueras.
Una higuera me cubre siempre,
matriarca y encenizada.
A veces parece ella sola,
a veces ella soy yo misma
media íntegra y desgarrada,
llena de ímpetu y de derrota.
Ay, me acuerdo de tan pocos rostros.
Mas me acuerdo de sierras y costas.
Me acuerdo en cuanto estoy sola
de esa tierra y de las otras,
de costa pura y salvaje
que me tapaba con líquenes
y me dejó esta empapadura
de agua amarga y de conchaperlas.
Junto los ojos, apuño el alma
y veo las dos mil islas.
No me duelen los pies errantes,
yodos y gomas los curtieron.
Son más fuertes que toda mi alma
estos pies largos y delgados
de india muda trotadora
que han seguido al alma mía
sin gemir ni devolverse
blancos, heroicos y mansos.
No pasé río sin bendecirlo
y no lo pasé por los vados.
Tomada el agua de mis dedos
se me hizo aliada, me miró
y nunca más quiso ahogarme.
Todos los ríos no saben lo mismo,
el más helado es el más santo
y el que no me echó su espuma,
me dejó el gesto más turbado.
El cielo será como un río,
pasará por mí eternamente,
me lavará siglos y siglos.
No te he olvidado, hombre de barca,
que pasabas a todas las gentes,
y al que pagaban con fruto,
con tabaco o brazada de cañas.
Me besaste al ponerme en la barca
Y mi padre te sonreía.
Hombros duros, habla perdida,
la barca luciendo de peces
y él callado como Jesucristo.
Qué me dirías solo mirándome
que yo todavía te veo
y que aun navego en tu barco!
Lleguemos al fin, lleguemos,
que si esto es morir, blanda es la muerte.
Decís que subimos mucho,
que de mi sed fui engañada.
Ella es lo único que me vale
y que existe, lo sé por mi alma.
Queda la tarde, queda la noche,
queda el aliento de mi garganta.
Decís que tengo poco aliento
pero es mi aliento esto que me canta.
Sigan conmigo o ya no sigan,
yo soy la carne que fue hondeada
del brazo santo de mi madre
y no vuelven piedras hondeadas.
Patria de la Cordillera
y del árbol del pan.
Patria del indio eterno
y patria del maizal.
Orillas del mar demente
tengo ganas de gritar
todos los bienes quedan
del otro lado del mar.
Están soles acérrimos
y lunas de metal,
está toda la vida
en su bien y en su mal.
Orillas del mar sordo
yo digo la verdad,
entre mares yo tengo
el extranjero mar.
Del otro lado tengo
el dormir y el soñar,
está toda la vida
y está la eternidad.
228 Almácigo ✺ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ✺ Ternura 229
Te r n u r a
Andersen
El Herido
Niño II
Niño negro
230 Almácigo ✺ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ✺ Ternura 231
And e r s e n
Cristián Andersen, padre nuestro,
abuelo de niños y viejos,
¿por qué nos naciste tan lejos
que ni te oímos ni te vemos?
¿Por qué llegué tarde a tu fiesta
a tu casa y a tu venero,
contador de niños y viejos,
regalador de nuestros sueños?
Te habría llegado en invierno,
me habría allegado a tu fuego,
y te habría contado la América
que tus ojos no vieron.
Me habrías dicho: ahora
cuenta los tuyos que no me tengo
y viendo caer la nieve
y otra y otra fábula oyendo
habrían pasado, pasado
las horas, los días oyéndote.
Yo te habría ido contando
al quechua, al mexica, al chileno
y habrían llegado y pasado
las mañanas, los meses, los años.
¿Por qué yo llegué tardada
y tú partiste como en un cuento,
dejando a los niños huérfanos
y solitarios a los viejos?
Bajo, bajito dinos al menos
si puedes en sueño o en veras
contarnos los que llevas hechos
desde que te fuiste lejos.
Inclínate, abaja, sonriendo
y cuenta, sonriendo, el cielo.
232 Almácigo ✺ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ✺ Ternura 233
El He r i d o
En la tierra entera
está el hombre herido,
y éste, ayer, ayer,
bailaba conmigo
y me duele en el pecho
el hombre malherido.
Por sus ojos abiertos
y sus cinco sentidos,
por el pulso y el hálito,
se nos va como un niño.
No podemos parar
esta raya, este hilo.
Pararle no sabemos,
cuerpo que corre herido.
Todo lo que sabemos,
ay, Señor Jesucristo,
no es válido, no junta,
no sella al hombre herido.
Él se va y no lo sabe,
ay, fruto caído
que bebe de él la tierra
y el aire de filo.
Así se va el rocío.
Un hombre no se muere
como vaso vertido.
Tiene toda la tierra,
tiene peces y pinos
y nada de eso empuja
a su pecho partido.
Parecía secuoia
y era solo racimo
con rojo corazón
que gotea exprimido.
Miro, miro y no entiendo:
deja su cuerpo entero
y se nos va el herido.
234 Almácigo ✺ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ✺ Ternura 235
Niñ o II
Niñ o ne g r o
Pechito y vientre de leche
dorados al sol, blancos en la hierba,
y en la tierra que es fea, más leche.
Cuellito de leche
que se quiebra si vuelve de lado.
Y las mejillas de leche, que había
de haber lechecita rosada.
Las orejitas paradas, de leche,
una jarra con asas muy tiernas
y la frente que mira, también
de una leche atónita y alta.
(En lo henchido las copas se quiebran).
La que lo tuvo también sonríe
de que esas leches en mí estuvieran,
tantas leches paradas y blancas.
Si él no me nace no lo supiera.
Sangre sabía, y no más que su sangre
bajo su cuerpo, y los huesos robustos.
Y ha echado al aire y al sol esta nata
que así la asombra, la encanta y la ciega.
Niño negro y niño blanco
duermen en la misma falda
y la mulata se mece
su fruta rosa y quemada.
Niño negro vuelve negra
la blanca leche que mama
y el blanco la bebe y echa
cuando le sobre a tu cara.
Al despertar cuenta el negro
madre fuego y madres aguas
pero el blanco cuenta cocos
y después cuenta castañas.
El blanco se sabe el día
y las cosas desplegadas,
el negro se anda la noche
como si fuese la patria.
El negro se ríe en blanco
y el blanco ríe sin gracia
y la mulata les ve
las risas desparejadas.
Me los llevo a lado y lado
y entramos en la montaña
a buscar indios y ver
carne de Dios que es dorada.
El blanco va tras el negro
“por si cobra y si alimaña”
y el negro se hunde en el vaho
de la gran selva embrujada.
Entre los dos va callado
el indio de mis entrañas
y vamos siguiendo al indio
y su origen rastreamos
por gruta que no se alcanza
y yo voy entre dos niños
como una quena quebrada.
Alm á c i g o
Poe m a s In é d i t o s de Ga b r i e l a Mi s t r a l
Su te x t o se co m p u s o en la fu e n t e Aus t r a l i s, e n su s va r i a n t e s Ro m a n , It a l i c y Sm a l l Ca p s.
Est a tipografía fu e di s e ñ a d a en Ch i l e po r Fr a n c i s c o Ga l v é z y pr e m i a d a en el co n c u r s o
Mor i s a w a 2002, Ja p ó n, c o n la Me d a l l a de Or o.
Par a su cu b i e r t a , s e em p l e ó pa p e l co u c h é op a c o de 270 g r a m o s .
Su interior fu é im p r e s o en pa p e l Bon d Ah u e s a d o de 80 g r a m o s ,
Est e ej e m p l a r se te r m i n ó de imprimir en Sa n t i a g o de Ch i l e ,
e n lo s ta l l e r e s de sa l e s i a n o s im p r e s o r e s,
e l 21 d e no v i e m b r e de 2009,
Festividad Presentación de santa María Virgen.
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