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Enamórate de ti - walter rizo

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Autoelogio

Lo que nos decimos a nosotros mismos determina en gran parte nuestra manera de sentir y actuar.

Permanentemente sostenemos diálogos internos y rumiamos sobre esto o aquello de manera

consciente o inconsciente, simplemente porque la mente es una parlanchina compulsiva. Estas

conversaciones que el “yo” sostiene consigo mismo comienzan a muy temprana edad y van formando

con los años un “lenguaje interno”, el cual puede ser beneficioso o dañino para nuestra vida,

dependiendo de su contenido. Es imposible mantenernos en un silencio interior prolongado a no ser

que seamos meditadores avanzados y de alta escuela. Siempre tendrás algo que decirte, bueno o

malo, constructivo o destructivo, enriquecedor o depresivo.

Cuando hablamos de autoelogio nos referimos a una manera positiva o constructiva de hablarte

a ti mismo y felicitarte cuando crees haber hecho bien las cosas. No hace falta que lo hagas en voz

alta y en público (serías sancionado y duramente criticado), pero sí puedes hacerlo en voz baja

(nadie lo sabrá y será un idilio oculto de “ti contigo”). Los autoelogios (como “¡Qué bien lo hice!”,

“¡Estuve genial!” o “¡Me gusta mi manera de ser!”) suelen ser tanto o más importantes para nuestra

autoestima como los refuerzos externos. La ventaja aquí es que no necesitas de intermediarios: serás

tu propio Cyrano de Bergerac y podrás endulzarte los oídos a ti mismo.

Tres creencias irracionales que nos impiden felicitarnos

a nosotros mismos

Aunque las causas pueden ser muchas, hay tres factores principales a tener en cuenta a la hora de

explicar por qué nuestro diálogo interno no es autorreforzante:

1|

“No lo merezco”

o “No fue gran cosa”

Típico de las personas que ven en la modestia (así sea falsa) y en la subestimación de los logros

personales un acto de virtuosismo. En realidad, es un acto de hipocresía en la mayoría de los casos,

porque cuando actuamos correctamente sabemos que lo hicimos bien, sabemos que fue resultado de

un esfuerzo, una habilidad o una competencia. El sabio no niega la virtud que posee; lo que hace es

no exponerse buscando aprobación y aplausos, pero no se autoengaña. Si eres bueno en alguna cosa,

pues qué le vas a hacer: ¡acéptalo y acéptate! Si la comunidad te hace un reconocimiento o una

felicitación honesta y franca, no los desprecies ni les des a entender que se equivocaron. No digas

que no la mereces. ¡Da las gracias y después cállate! La otra explicación se refiere a personas cuyas

metas son tan inalcanzables que el elogio y la felicitación no cristalizan nunca. Su creencia irracional

es como sigue: “Ninguna felicitación es para tanto”. Si éste es tu estilo, trata de relajarte: no tienes

que ganar un premio Nobel ni llevar adelante empresas quijotescas para reforzarte positivamente.

Siempre eres merecedor de tus propias felicitaciones si son auténticas y están al servicio de fines

nobles. No eres un héroe, sólo un superviviente, una persona que vive o intenta hacerlo bien. ¿No

debería bastarte para estar a gusto contigo mismo?

2| “Era mi deber” o “Era mi obligación”

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