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Desmadre_Ilustrado_3

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EL MÁS GRANDE AMOR | —Por Virginia Mayer— [ @Virginia_Mayer]<br />

Antes de cumplir 2 años,<br />

en carolina del norte,<br />

me enamoré de Cristóbal,<br />

un chileno de 14,<br />

alto, flaco, de piel blanca<br />

y ojos grandes, negros<br />

como su pelo cortado como con totuma.<br />

Era un niño dulce de una familia como<br />

la mía. Cortaba el pasto de su casa en un<br />

tractor pequeño verde y me sentaba sobre<br />

sus piernas a dar vueltas por el jardín<br />

mientras él se ganaba unas monedas de<br />

25 centavos. Mi mamá me miraba desfilar<br />

sobre el tractor con la gracia de una<br />

primera dama, hechizada, hinchada de<br />

amor y apretando un oso amarillo, más<br />

grande que yo, que me había regalado<br />

él. Cristóbal llegaba por mí y salía el sol.<br />

Más importante que todos mis juguetes,<br />

mi primera pasión.<br />

no volví A posAr los ojos sobre nadie<br />

hasta que conocí a María Milagros.<br />

Tenía 8 años y acababa de entrar a estudiar<br />

al colegio italiano de Montevideo.<br />

Nuestras familias se conocían y nos volvimos<br />

amigas porque nos tocó. Tenía el<br />

pelo entre rubio oscuro y pelirrojo claro,<br />

y los ojos chiquitos del mismo color. Era<br />

muy blanca y tenía una cara larga, flaca y<br />

con poca gracia, pero dibujaba como los<br />

dioses. Nunca había visto letras como las<br />

de ella. Su agenda, llena de letras gordas<br />

pintadas con marcadores, era alucinante,<br />

la mejor de todas. María Milagros tenía<br />

su propia mejor amiga, una italiana pelinegra<br />

con un lunar negro en el cachete,<br />

que siempre quedaba de segundas en las<br />

carreras de atletismo. María Milagros y<br />

yo nos alternábamos el tercer puesto y yo<br />

sufría continuamente porque para ella<br />

yo nunca sería la número uno, ese puesto<br />

estaba ocupado.<br />

el Año en que cumplí 18 Años entré<br />

A estudiar a un colegio en bogotá. Había<br />

dejado atrás mi vida en Montevideo,<br />

estaba triste y brava, me sentía desubicada<br />

y odiaba todo y a todos, hasta que<br />

me encontré con Mónica. Era una pelirroja<br />

de rulos y melena larga. Alta, de<br />

huesos pesados. Poderosa. Tenía la cara<br />

llena de pecas, labios rosados y una nariz<br />

imponente. Tampoco hablaba con na-<br />

die y nunca usaba la falda del uniforme.<br />

Siempre andaba con la sudadera verde<br />

con una raya roja al costado de cada<br />

pierna y se sentaba en el piso, apoyando<br />

la espalda sobre una pared de ladrillo.<br />

Desgonzada, descarada e infame, esperando<br />

siempre un regaño. La traté con<br />

antipatía por considerarla competencia<br />

y ella respondió con dolorosa indiferencia.<br />

No volví a verla hasta dos años más<br />

tarde en una heladería en Melgar, llevaba<br />

un vestido corto de flores que amenazaba<br />

con mostrar sus calzones. Mónica se<br />

me instaló en el espacio entre el corazón<br />

y la garganta, sin decir nada y sin saber<br />

que se me inflaba el alma cada vez que<br />

la veía. Nos volvimos a encontrar en la<br />

universidad y entonces ella me llevaba a<br />

dar vueltas en un escarabajo azul oscuro<br />

mientras nos fumábamos un porro camino<br />

a su casa, donde nos encerrábamos<br />

a oír Air con las ventanas de su cuarto<br />

abiertas y el viento volando los afiches y<br />

fotos que colgaba en las paredes...<br />

lA primerA vez que vi A mAriAnA, en lA<br />

universidad en bogotá, yo tenía 22 años.<br />

Alguien con quien yo salía me hablaba<br />

de ella constantemente y ya me caía mal.<br />

Mariana iba para clase y venía empujando<br />

una mesa con ruedas que llevaba<br />

un televisor y un dvd. Subía una cuesta<br />

muy empinada y se le marcaban los<br />

músculos en los brazos que escondían su<br />

cabeza llena de rulos muy negros, que le<br />

colgaba del cuello descansando sin permiso.<br />

La dejé llegar a un descanso y la<br />

llamé por su nombre como si la conociera,<br />

queriendo que se volteara y me mostrara<br />

una cara asquerosa que yo pudiera<br />

detestar. Tenía ojos azules, como cuchillos.<br />

La nariz respingada, como hecha en<br />

virginiA mAyer es AmericAnA y<br />

criAdA en montevideo. es<br />

redActorA senior de kien&ke,<br />

hA publicAdo en vArios medios<br />

colombiAnos y lA editoriAl rey<br />

nArAnjo publicArá su primerA<br />

novelA en 2013.<br />

— 3/11 —<br />

madera, los ojos salpicados con pestañas<br />

negrísimas y los pómulos puntiagudos,<br />

como si dolieran. Se metió en mi cabeza<br />

donde se acomodó durante un par de<br />

años. Inmóvil, impávida, una diosa. Me<br />

dejé hipnotizar por su cara y me quedé<br />

pegada a su energía descomplicada y a su<br />

ego que abrazaba. Amor platónico. Mi<br />

primera obsesión. Mi hada Mariana.<br />

pocos meses Antes de irme A vivir A<br />

miami, conocí a Luis, que también era<br />

corresponsal de la emisora para la que yo<br />

trabajaba. Comenzamos chateando por<br />

Internet y el día que oí su voz en el teléfono<br />

me enamoré. Tenía el hablado que<br />

dan los colegios privados de Bogotá, una<br />

desfachatez descarada, tremendo sentido<br />

del humor y una voz ronca que me<br />

paraba todos los pelos del cuerpo y me<br />

daba piel de gallina. A tantos kilómetros<br />

de distancia, logró manipularme y me<br />

daba órdenes que yo acataba emocionada.<br />

Menos de un año más tarde terminé<br />

viviendo con él en su apartamento en<br />

Queens. Sabía que iba a seguir amándolo<br />

cuando lo viera. Sus pestañas de vaca y<br />

el culo redondo apretado por unos briefs<br />

negros lo confirmaron. La nuestra se<br />

convirtió en una relación abusiva, tóxica<br />

y tremendamente dolorosa. Cuanto<br />

más me lastimaba más me enamoraba.<br />

Aprendí a amar sin ser correspondida,<br />

recogiendo las migas que me dejaba.<br />

Amé a Luis sufrida, disminuida y omitida.<br />

Divino amor.<br />

me demoré unos veinte Años en volver<br />

a enamorarme de mi vieja, la primera<br />

vez me enamoré porque así lo hacemos<br />

todos. Ella me regaló las palabras y los<br />

libros para la vida. A sus casi 60 años, sus<br />

ojos brillan tanto como cuando los vi la<br />

primera vez. Tiene la piel suave, las manos<br />

dulces y pecas en la cara. Es una mujer<br />

chiquita y siempre ha tenido un rabo<br />

envidiable. Es una guitarra. No conozco<br />

mujer más dulce que ella. Es la hormiga<br />

que más trabaja, es un pajarito. Eas rebelde<br />

y todo lo cuestiona. Su fe es milagrosa,<br />

mi mamá tiene línea directa con<br />

Dios. Es dueña de una voluntad testaruda,<br />

fiel defensora de sus creencias y sus<br />

valores, inquebrantable. De carne y hueso,<br />

mi mamá es un caramelo.<br />

| Diciembre de 2012 |

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