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| Diciembre de 2012 |<br />
[ExTRAcTO DE AhORA, EScRIBO,] — Por Lolita Bosch —<br />
Vivo en la casa vacía<br />
en la que casi chocan los pájaros<br />
pero no los escucho quebrarse.<br />
Mi estado es mineral.<br />
Anterior a la carne.<br />
Ahora, fui al centro histórico de la Ciudad de<br />
México a ver a un evangelista y le pedí que me<br />
escribiera una carta anónima como si yo fuera<br />
alguien que tuviera algo concreto que decirse.<br />
Cualquier cosa que todos fuéramos capaces<br />
de entender. Lenguaje compartido. Como si<br />
yo fuera alguien que había saltado afuera de ese movimiento<br />
absoluto que no alcanzaba a comprender y que, sin embargo,<br />
extrañaba. Como si yo fuera la palabra universo que había expulsado<br />
un minúsculo cazamariposas que sujeta un compás<br />
en su parte exterior. Alguien así de pequeña. Un bosque talado<br />
sin un solo árbol, sin mí. Alguien que recuerda un ritmo<br />
externo al que no logra incorporarse porque ya no lo escucha.<br />
Como si yo fuera un sonido que ignoro en dónde queda.<br />
Porque llevaba un Año De Escritura No y durante ese<br />
tiempo solo conseguía pensar en un lugar donde la escritura<br />
fuera, en efecto, sin nostalgia, sin abstracción, con normalidad,<br />
algo estrictamente útil. Como las fresas, los plátanos, los<br />
melocotones, las ciruelas y las peras. Como un cerdo, tres tipos<br />
de pájaro, un perro, una oveja, un elefante, un león y dos<br />
gatos cuyas voces no van a ser grabadas.<br />
Y se me ocurrió que finalmente visitar Aquel Único<br />
Lugar Así quizás podía orientarme. Ayudarme a volver.<br />
—¿Cómo regreso, cómo escribo de nuevo? —había preguntado<br />
recientemente.<br />
—Tienes que esperar a que suceda algo insólito —me dijeron—.<br />
Un momento extraordinario.<br />
Aunque cuando escuché aquella respuesta recuerdo haber<br />
pensado que tal vez no: que tal vez la escritura solo penetra en<br />
lugares prácticamente humanos y que es difícil detectarla.<br />
Subirse en ella.<br />
Cabalgar.<br />
De modo que me levanté una mañana y caminé hasta el<br />
portal de Santo Domingo donde los evangelistas escriben<br />
cartas para los analfabetos. Y antes de pedirle a uno de ellos<br />
que redactara una carta para animar a Lolita Bosch a continuar<br />
escribiendo, concluí, a escondidas, a hurtadillas de los<br />
escribanos, para mí, en una libreta que escondí en mi bolso,<br />
una sola frase escrita:<br />
Que limpias, las palabras, podían significar algo.<br />
Y luego el evangelista me dijo:<br />
De modo que fui al portal de Santo Domingo para hallar al<br />
que más me convenía de entre todos los escribanos que redactan<br />
y leen cartas para los analfabetos. Que imaginan referencias<br />
personales. Que no temen inventar lo que las cosas son.<br />
Que saben a quién dirigirle sus textos. Que ven en la literatura<br />
una herramienta, un tornillo, la sierra de un carpintero, un<br />
arco. Que está sentado en un confesionario, tres pies por encima<br />
del suelo, y relee las tragedias de Esquilo mientras espera.<br />
—Buenos días, señor.<br />
—Buenos días.<br />
—Necesito que por favor me escriba una carta para una<br />
amiga.<br />
—Yo no redacto. Solo tomo dictado. Vaya con Don Memo<br />
—y levanta la barbilla para señalar discretamente a un hombre<br />
que viste unos jeans gastados y un suéter rojo de deporte.<br />
Y luego, vuelve a Esquilo.<br />
Tres horas más tarde, tras preguntarme sin pudor algunas