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Centurion Mexico Spring 2024

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65 Una isla propia La perspectiva de poseer una isla privada, rodeada solo de agua y espectacularmente desvinculada del resto del mundo, puede trascender la mera fantasía. Por Mark Ellwood Ilustración de Paul Sirand Chris Krolow ha forjado toda su carrera en torno a las islas privadas. El empresario canadiense creó el primer mercado virtual para estos espacios a finales de los años 90 e incluso presentó el exitoso programa de la HGTV, Island Hunters, durante varios años. No obstante, asegura que nunca ha presenciado un repunte de la demanda como el vivido en los últimos cuatro años debido a la pandemia; un incremento que no solo se observa entre los nuevos compradores, sino también entre los dueños que reinvierten. «A veces, la gente quiere adquirir una isla simplemente porque estorba a la que ya tiene y, si alguien construyera una casita en ella, le obstruiría las vistas —comenta entre risas—. Lo he visto en más de una ocasión». El propio Krolow posee y explota varias islas, además de brindar asesoría a quienes desean unirse al club. Y no cabe duda de que cada vez son más. Pese a que resulta complicado verificar datos precisos sobre el número de islas privadas que hay en el mundo, en un estudio reciente se mencionaban 160 propiedades de este tipo a la venta. El año pasado, por ejemplo, la única isla privada de la bahía de San Francisco se lanzó al mercado a un precio de 25 millones de dólares, y un promotor ofreció la Tarpon Island de Palm Beach, de 0.91 hectáreas, por 218 millones de dólares. El famoso par de islas que poseía Jeffrey Epstein en las Islas Vírgenes Británicas se vendió por 60 millones de dólares, mientras que Sea Shell Key, situada en los Cayos de Florida justo al lado de Marathon, fue una relativa ganga: solo costó 2.5 millones de dólares, aunque precisaba reparaciones, pues la casa quedó destruida como consecuencia del huracán Irma. Ahora bien, ¿qué factores deben tener en cuenta aquellos que estén interesados en hacerse con una de estas propiedades y quién puede prestarles ayuda? No existe una fórmula fija que defina la isla privada ideal, pero es cierto que las mejores tienen una serie de características en común; las más codiciadas se encuentran en zonas óptimas, ni muy alejadas de tierra firme como para que ir a cenar en lancha motora suponga un viaje largo, pero sí lo bastante aisladas como para mantener la intimidad y evitar las miradas indiscretas. Por eso, destinos como las Islas Vírgenes Británicas —las más pequeñas se agrupan cerca de Tórtola y Virgen Gorda— están tan solicitados. Las Bahamas comparten esa misma distribución geográfica, incluso su proximidad a Miami las hace más atractivas. Edward de Mallet Morgan, especialista en buscar propiedades para las grandes fortunas del planeta de la mano de Knight Frank, lo corrobora: «Uno puede estar sentado desayunando y decir: “Vamos a almorzar al Joe’s Stone Crab”, para a continuación subirse a un avión y hacerlo sin más. Es mucho más fácil darse un capricho». Edward Childs de Smiths Gore, radicado en las Islas Vírgenes Británicas, donde vive y trabaja desde hace más de tres décadas, subraya que muchos de los nuevos compradores son expertos tripulantes de superyates que adquieren terrenos en las zonas por las que navegaron en su día. «La regla de oro a la hora de manejar un megayate es que los costos anuales equivalgan al 10 % del valor de la embarcación —apunta Childs—. De repente, los dueños de esa clase de yates se han dado cuenta de que gestionar una isla cuesta mucho menos y que, a diferencia de los superyates, que se devalúan con el tiempo, las islas son bienes raíces y, por lo tanto, se revalorizan». Además de estar familiarizados con las rutas marítimas, saben cómo evitar islas situadas, por ejemplo, en una extensión de agua muy transitada los fines de semana. Evidentemente, el Caribe también es un punto clave del sector por otros motivos. La mayoría de los países que lo conforman son paraísos fiscales o, más bien, jurisdicciones con un umbral fiscal bajo, lo que supone un incentivo financiero a la hora de adquirir cualquier propiedad que conceda la residencia, por no hablar de que aportan muchas más facilidades desde el punto de vista legal. En Asia, por ejemplo, puede resultar más complicado demostrar la titularidad, advierte De Mallet Morgan, puesto que «podría ocurrir que alguien se gastara 30 millones de dólares en una propiedad increíble y que, diez años después, apareciera otra persona y dijera: “Es mía”, o se la quitara el gobierno». Chris Krolow constata que en Belice últimamente han subido los precios a causa

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