Enfermedad inflamatoria intestinal - Avepa
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ENFERMEDAD INFLAMATORIA INTESTINAL<br />
Y DIARREA QUE RESPONDE A ANTIBIÓTICOS<br />
Ángel Sainz Rodríguez<br />
Hospital Clínico Veterinario<br />
Departamento de Medicina y Cirugía Animal<br />
Facultad de Veterinaria<br />
Universidad Complutense de Madrid<br />
ENFERMEDAD INFLAMATORIA INTESTINAL (IBD)<br />
La diarrea crónica en el perro supone un reto diagnóstico, dadas las múltiples etiologías<br />
que puede tener. Entre ellas, destaca una enfermedad idiopática, cada vez más diagnosticada: la<br />
enfermedad <strong>inflamatoria</strong> <strong>intestinal</strong>. No obstante, su incidencia de presentación probablemente no<br />
es tan alta, si se compara con el resto de causas de diarrea en el perro.<br />
En la actualidad, la enfermedad <strong>inflamatoria</strong> <strong>intestinal</strong> se considera un proceso<br />
inflamatorio crónico, de carácter idiopático que afecta a diferentes tramos del aparato digestivo.<br />
Concretamente, en el intestino delgado y, en función de la celularidad predominante en la lámina<br />
propia de la mucosa <strong>intestinal</strong>, se distinguen los siguientes tipos: enteritis linfoplasmocitaria,<br />
enteritis eosinofílica y enteritis granulomatosa. En el caso de las colitis, se distinguen colitis<br />
linfoplasmocitaria, colitis eosinofílica, colitis granulomatosa y colitis ulcerosa-histiocítica.<br />
La enterocolitis linfoplasmocitaria se caracteriza por un infiltrado inflamatorio en lámina<br />
propia de linfocitos y células plasmáticas; la enterocolitis eosinofílica por un infiltrado de<br />
eosinófilos; la enteritis granulomatosa por formaciones granulomatosas de células epiteliales y la<br />
linfangiectasia <strong>intestinal</strong> se caracteriza por alteraciones vasculares de edema y de dilatación de<br />
vasos linfáticos. Algunos autores también incluyen a la linfangiectasia <strong>intestinal</strong> dentro del<br />
complejo IBD, ya que es muy habitual que muchos de estos procesos cursen con linfagiectasia.<br />
Etiopatogenia<br />
La etiología del IBD es, hasta el momento, desconocida, si bien se han propuesto<br />
diferentes hipótesis respecto a las causas de estas enfermedades.<br />
1
En la actualidad se sugiere que existe una respuesta inmunitaria exacerbada o incorrecta<br />
ante una variedad de antígenos, incluidos bacterias propias de la flora bacteriana, componentes<br />
de la dieta o incluso contenidos propios del aparato digestivo en contacto con la mucosa<br />
<strong>intestinal</strong>. Esta alteración en la regulación de la respuesta inmunitaria local del aparato digestivo<br />
puede deberse a un aumento de la exposición de los antígenos por una alteración de la<br />
permeabilidad <strong>intestinal</strong>. Se sugiere la existencia de un defecto en la supresión de la función del<br />
tejido linfoide asociado al intestino, dando lugar a un acumulo de células <strong>inflamatoria</strong>s. Este<br />
infiltrado inflamatorio origina la lesión de la mucosa, dando lugar a una absorción adicional de<br />
antígenos y sustancias pro<strong>inflamatoria</strong>s que acaban por cronificar el proceso. Basándose en esta<br />
hipótesis, numerosos autores proponen los tratamientos inmunosupresores como una terapia<br />
eficaz en estas enfermedades.<br />
Debido a este proceso inflamatorio crónico de la mucosa <strong>intestinal</strong> se van a producir<br />
alteraciones tanto en la absorción como en el peristaltismo. Ello puede conducir a alteraciones en<br />
la microbiota <strong>intestinal</strong>, factor al que cada vez se le está dando más importancia.<br />
Cuadro clínico<br />
El IBD se caracteriza por la presencia de signos clínicos muy variados, destacando entre<br />
ellos la diarrea. Cuando el tramo afectado es el intestino delgado, la diarrea es típica de este<br />
tramo, con heces muy voluminosas, con color habitualmente claro (mostaza), con esteatorrea y<br />
con alimentos sin digerir en las heces. El número de deposiciones suele ser normal o estar<br />
ligeramente aumentado. No suele observarse sangre ni moco en las heces, ni tenesmo ni<br />
disquecia. Suelen ser animales con aumento en los borborigmos <strong>intestinal</strong>es y en la frecuencia de<br />
las flatulencias.<br />
Cuando el tramo afectado es el intestino grueso, suele haber sangre fresca y moco en las<br />
heces, con tenesmo, disquecia y urgencia en la defecación y con un aumento en el número de las<br />
deposiciones (a veces, más de 10 deposiciones al día). La presencia de sangre en heces no<br />
diarreicas es más sugerente de neoplasia de intestino grueso, si bien en estos casos también<br />
puede presentarse un cuadro de diarrea de intestino grueso. Por lo demás, las heces suelen tener<br />
un color normal, sin esteatorrea y sin restos de alimentos sin digerir y sin un aumento en las<br />
flatulencias o en los borborigmos <strong>intestinal</strong>es.<br />
Aunque el apetito pueda estar aumentado, suele ser habitual la pérdida de peso debido a<br />
la existencia de un síndrome de malabsorción, especialmente en enteritis crónicas.<br />
2
También cuando el tramo más afectado es el intestino delgado, es habitual encontrar<br />
vómitos, habitualmente biliosos y con estómago vacío. Estos vómitos se suelen producir como<br />
consecuencia de reflujo duodenal hacia el antro pilórico, provocado como consecuencia de una<br />
incompetencia pilórica secundaria al proceso inflamatorio crónico de intestino delgado. El<br />
reflujo duodenal contiene bilis, así como jugo pancreático y secreciones duodenales, que a nivel<br />
del antro pilórico disuelve la capa de moco gástrico protector, provocando así procesos<br />
inflamatorios sobre la mucosa. Además, este contenido duodenal en el estómago tiene efecto<br />
alcalinizante sobre el antro pilórico dando lugar a hipomotilidad antral (con retardo en el vaciado<br />
gástrico) e hipersecreción de gastrina (y por tanto hipersecreción de ClH por estímulo de los<br />
quimioreceptores antrales). Por tanto, la unión de estos fenómenos (destrucción de la capa de<br />
moco protector, la hipomotilidad del antro pilórico y la hipersecreción de ClH) son los<br />
fenómenos que van a dar lugar a que se desarrolle una gastritis crónica antral, y<br />
consecuentemente los vómitos. Además, muchos animales presentan también un infiltrado<br />
inflamatorio a nivel gástrico en ausencia de reflujo.<br />
Pese a que el signo clínico más sugerente de IBD es la diarrea crónica, en la especie<br />
felina, es muy habitual encontrar gatos con IBD en los que el signo clínico fundamental es el<br />
vómito y la pérdida de peso.<br />
En casos graves que presentan una enteropatía con pérdida de proteínas, se pueden<br />
detectar tanto ascitis como edemas periféricos, especialmente en extremidades.<br />
En otras ocasiones estas enfermedades pueden presentar episodios de dolor abdominal<br />
crónico intermitente. Este dolor puede expresarse de múltiples modos, siendo frecuente la<br />
adopción de posiciones antiálicas como el encorvamiento del dorso o la posición de rezo o<br />
esfinge (praying position). Otras veces, el animal puede mostrar cuadros en forma de ataques de<br />
larga duración, sin pérdida de consciencia ni relajación de esfínteres, que incluso pueden<br />
confundirse con ataques epileptiformes y que pueden acabar con un vómito.<br />
Aunque es mucho menos habitual, se han descrito casos en los que la única<br />
sintomatología era la presencia de anemia ferropénica por pérdida crónica de sangre en heces, en<br />
animales sin vómitos ni diarrea.<br />
Diagnóstico<br />
El diagnóstico del IBD se basa en la realización de un protocolo de diagnósticos<br />
diferenciales previos, sin resultados concluyentes, unido a la realización de una biopsia <strong>intestinal</strong><br />
que muestre un infiltrado inflamatorio compatible con lo descrito previamente.<br />
3
Con respecto al protocolo de diagnósticos diferenciales, en un caso de diarrea crónica<br />
vómitos crónicos, al menos debería realizarse una anamnesis completa y una exploración física<br />
(para descartar errores dietéticos y signos de otras enfermedades sistémicas), analítica sanguínea<br />
completa (para descartar múltiples enfermedades sistémicas y diferentes endocrinopatías), un<br />
análisis coprológico seriado (y, en ocasiones, una desparasitación), un estudio de funcionalidad<br />
pancreática (TLI) y, dependiendo del caso, un estudio de diagnóstico por imagen<br />
(radiología/ecografía), antes de decidir tomar una biopsia <strong>intestinal</strong>. Dada la habitual respuesta<br />
clínica en múltiples casos a dieta o a antibióticos, empíricamente cada vez se recomienda más el<br />
empleo de ensayos terapéuticos en esa línea, antes de llevar a cabo una biopsia del aparato<br />
digestivo.<br />
Una vez llevado a cabo ese protocolo, el diagnóstico de IBD debería basarse en la toma<br />
de biopsias del aparato digestivo. En el caso del intestino grueso, la accesibilidad a la lesión<br />
suele ser sencilla empleando la endoscopia, por lo que ésta suele ser la técnica de elección en la<br />
mayoría de los casos. En el caso de intestino delgado, se puede optar por la endoscopia o la<br />
biopsia excisional, dependiendo del caso. La gastroduodenoscopia en un IBD revela la existencia<br />
de un proceso inflamatorio crónico en intestino delgado, con mucosa irregular, engrosada y<br />
congestiva, a veces, con erosiones o úlceras. Este hallazgo endoscópico es constante en estas<br />
enfermedades idiopáticas <strong>intestinal</strong>es, pero también puede estar presente en otras muchas<br />
patologías. La consistencia de las biopsias puede ser friable en procesos graves. Es también<br />
habitual encontrar lesiones endoscópicas a nivel del antro pilórico, fundamentalmente en<br />
aquellos pacientes que presentan reflujo duodenogástrico (pacientes que muy frecuentemente<br />
presentan vómitos).<br />
El manejo de las biopsias por el endoscopista, el procesado de las mismas y el estudio<br />
anatomopatológico de las muestras biopsiadas es fundamental a la hora del diagnóstico. Un<br />
simple mal procesado de las muestras puede impedir llegar a un diagnóstico. En los últimos años<br />
se ha constatado la dificultad de diferenciar enfermedad <strong>inflamatoria</strong> <strong>intestinal</strong> de linfoma,<br />
especialmente en la especie felina, así como la existencia de diferencias inter-observador en el<br />
diagnóstico de biopsias <strong>intestinal</strong>es. Estas dificultades se han intentado superar con la<br />
publicación de consensos diagnósticos tanto desde un punto de vista endoscópico como<br />
histopatológico, si bien aún quedan muchos pasos que dar.<br />
Muy probablemente, la fácil disponibilidad de las técnicas diagnósticas (en particular, la<br />
endoscopia) en los últimos años ha dado lugar a un sobre-diagnóstico del IBD, especialmente en<br />
animales por debajo del año de edad, en las que esta enfermedad se diagnostica<br />
excepcionalmente.<br />
4
Tratamiento<br />
El tratamiento del IBD debe incluir un tratamiento médico y uno dietético. Éste último es<br />
tan importante como el primero y es, muchas veces, la causa de un fracaso terapéutico. El<br />
tratamiento dietético debe ir enfocado a la utilización de dietas de alta digestibilidad, bajas en<br />
grasa y bajas en fibra, para así reducir al máximo la presión osmótica de la luz <strong>intestinal</strong> y<br />
acelerar el vaciado gástrico. Además, la relación ácidos grasos omega-6:omega-3 en una<br />
proporción que oscila entre 5:1 y 10:1 suele indicarse como la idónea para este grupo de<br />
enfermedades. La existencia de linfangiectasia <strong>intestinal</strong> suele hacer recomendable el empleo de<br />
dietas ultra-bajas en grasa.<br />
La administración de dietas con proteínas de alta digestibilidad, además de reducir la<br />
carga osmótica en el intestino delgado, permiten una mejor absorción de las proteínas de la dieta<br />
y compensan las posibles pérdidas proteicas que puedan potencialmente producirse como<br />
consecuencia de lesiones en la mucosa.<br />
En cuanto al uso de dietas hipoalergénicas y a base de hidrolizados proteicos, son<br />
interesantes, dadas las alteraciones del sistema inmunitario local del aparato digestivo que se<br />
presentan en este proceso. Estudios realizados en gatos con enfermedad <strong>inflamatoria</strong> <strong>intestinal</strong><br />
muestran que muchos de ellos responden a dietas de eliminación, sin necesidad de un tratamiento<br />
médico adicional. Estos hallazgos justificarían el empleo de protocolos previos a la realización<br />
de una biopsia <strong>intestinal</strong>, si bien la respuesta a la dieta no permite distinguir si realmente estos<br />
animales presentan una alergia alimentaria o si presentan una enfermedad <strong>inflamatoria</strong> <strong>intestinal</strong><br />
de bajo grado que responde a dieta.<br />
Además del manejo dietético, debe instaurarse un tratamiento médico cuya potencia<br />
dependerá de la gravedad del proceso. El tratamiento específico del IBD está basado en la<br />
aplicación de una terapia de inmunosupresión, para lo que podemos emplear corticoesteroides<br />
(como la prednisona), metronidazol, azatioprina o ciclosporina. También se ha descrito la posible<br />
utilidad de la budesonida en el IBD.<br />
Probablemente, de todos ellos, el fármaco más empleado es la prednisona, que se suele<br />
emplear a dosis iniciales de 2 a 4 mg/Kg p.v./día, repartida en dos tomas (cada 12 horas), por vía<br />
oral. Esta dosis inicial se suele mantener durante 10 días, para posteriormente irla bajando en un<br />
50% y llegar a dosis mínimas de 0,5 mg/kg/48 horas. Los protocolos suelen durar<br />
aproximadamente 90 días, tras los que se intenta retirar el fármaco. No obstante, algunos<br />
animales requieren dosis mínimas de corticoides durante muy largos periodos de tiempo.<br />
5
Es muy habitual combinar prednisona con metronidazol, fármaco que además de su ya<br />
conocido efecto antiprotozoario y antibacteriano, podría tener un cierto efecto inmunosupresor,<br />
basado en suprimir la reacción inmunitaria mediada por células, afectando también a la<br />
quimiotaxis leucocitaria. Esta hipótesis ha sido cuestionada recientemente, postulándose que la<br />
respuesta de muchos animales con IBD a este fármaco podría ser debida a su efecto sobre la flora<br />
<strong>intestinal</strong> más que por sus posibles efectos sobre el sistema inmunitario. En este sentido, no se<br />
debe olvidar que muchos pacientes con IBD presentan un sobrecrecimiento bacteriano o una<br />
alteración de la flora <strong>intestinal</strong> secundaria al síndrome de malabsorción y a las alteraciones<br />
osmóticas en la luz <strong>intestinal</strong>.<br />
El metronidazol se suele emplear a dosis de 10 a 30 mg/Kg p.v. cada 8 o cada 12 horas<br />
por vía oral durante 10-21 días. El abuso de metronidazol, además de dar lugar a posibles<br />
alteraciones sobre la flora, puede provocar neurotoxicidad, que suele resolverse tras retirar el<br />
fármaco.<br />
Otra opción terapéutica es la azatioprina, inmunosupresor potente, análogo sintético de la<br />
purina, que se metaboliza a 6-mercaptopurina, y éste actúa bloqueando la incorporación de<br />
purina al ADN, interfiriendo así la síntesis proteica y por lo tanto el metabolismo celular. Inhibe<br />
la replicación de células de rápida división, incluyendo los inmunoblastos. Este fármaco no se<br />
suele emplear en gatos dada su potencial toxicidad.<br />
La azatioprina se emplea muchas veces en conjunción con los corticosteroides y se suele<br />
reservar a casos con cuadros graves, con hipoproteinemia importante. También es una alternativa<br />
para aquellos casos que no toleran los corticoides. Debe utilizarse a dosis de 2 mg/Kg p.v./día, en<br />
una sola toma por vía oral, debiéndose mantener durante al menos 4 semanas para después poder<br />
bajar la dosis al 50%, manteniéndose esta dosis (de 1 mg/Kg p.v. cada 24 horas) durante varios<br />
meses. Entre sus efectos secundarios, destaca la posibilidad de provocar una mielosupresión<br />
severa que deriva en leucopenia, trombocitopenia y anemia.<br />
Adicionalmente, en aquellos pacientes en que la sintomatología de vómitos y el hallazgo<br />
endoscópico de lesiones en antro pilórico nos indiquen la presencia de reflujo duodeno-gástrico,<br />
estaría indicada la administración de procinéticos como la metoclopramida y de antisecretores<br />
gástricos. La detección de erosiones o úlceras gástricas también aconsejaría el empleo de<br />
protectores de mucosa como el sucralfato.<br />
La asociación de determinadas cepas de E. coli que invaden capas profundas de itnestino<br />
grueso parecen ser la causa de la colitis ulcerosa-histiocítica, lo que ha hecho que el tratamiento<br />
recomendado en la actualidad para esta enfermedad sean quinolonas (especialmente<br />
enrofloxacina) durante largos periodos de tiempo.<br />
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DIARREA QUE RESPONDE A ANTIBIOTERAPIA<br />
La flora bacteriana del aparato digestivo está sujeta a múltiples cambios, tanto en<br />
situaciones fisiológicas como patológicas. Clásicamente se ha considerado el sobrecrecimiento<br />
bacteriano de intestino delgado (SIBO) como un aumento en dichas bacterias, con consecuencias<br />
patológicas.<br />
Este sobrecrecimiento bacteriano se dividía clásicamente en primario y secundario. El<br />
SIBO primario parecía ser típico de Pastores Alemanes, jóvenes y se consideraba idiopático. El<br />
SIBO secundario se consideraba el resultado de una disbiosis causada por múltiples patologías<br />
digestivas.<br />
En los últimos años, el término SIBO se considera controvertido. Sin embargo, sí es<br />
cierto que en la práctica clínica existen casos clínicos con cuadros de diarrea crónica que<br />
responden a antibióticos. Es por ello por lo que en los últimos años se ha generalizado el término<br />
“diarrea que responde a antibióticos”. Este concepto se considera típico del perro y no se ha<br />
diagnosticado en la especie felina, si bien es probable que exista, como signo de disbiosis y<br />
secundario a otras patologías digestivas.<br />
De cualquier manera la etiopatogenia de este proceso sigue sin ser clara. En muchas<br />
patologías digestivas, como consecuencia de las alteraciones en la absorción <strong>intestinal</strong> y las<br />
alteraciones osmóticas en la luz del intestino delgado, puede aparecer un cuadro de disbiosis, con<br />
disminución de la presencia de Lactobacillus spp. y crecimiento de algunas otras bacterias como<br />
Clostridium o E. coli. Últimamente se ha cuestionado si realmente en estos casos hay un<br />
aumento real del número global de bacterias, sugiriéndose que más bien se pueda producir un<br />
aumento de determinadas bacterias o incluso una especial interacción de la flora con el huésped,<br />
independiente del número de bacterias.<br />
Los signos clínicos que se asocian a este proceso suelen ser diarreas crónicas de intestino<br />
delgado, con pérdida de peso. Potencialmente pueden presentarse vómitos y alteraciones en el<br />
apetito, similares a las descritas en el IBD.<br />
El diagnóstico clásico de esta enfermedad era complicado ya que la técnica de referencia<br />
era poco práctica ya que debía realizarse el recuento de unidades formadoras de colonias (UFC)<br />
en cultivos de aspirados duodenales. No obstante, esta técnica parece no ser idónea ya que se han<br />
detectado perros que responden a antibióticos, con recuentos bacterianos normales.<br />
Probablemente, en la actualidad, la mejor estrategia ante un caso que responde a<br />
antibióticos sea realizar un buen protocolo de diagnósticos diferenciales para descartar una causa<br />
7
secundaria de disbiosis. Una vez hecho esto, algunos autores sugieren un tratamiento empírico<br />
con antibiótico. En cualquier caso, la ausencia de una etiología precisa y la respuesta clínica a<br />
antibióticos no deben ser los únicos parámetros a tener en cuenta para generalizar el empleo de<br />
antibioterapia masiva ante un cuadro crónico digestivo.<br />
Los tratamientos indicados suelen ser antibióticos como la tilosina (10-20 mg/Kg p.v.<br />
cada 8 hora), la doxiciclina (10 mg/Kg p.v. cada 8 horas), la oxiteraciclina (10-20 mg/kg cada 8<br />
horas), el metronidazol (10-30 mg/Kg p.v. cada 12 horas) y el trimetoprim-sulfa (10-20 mg/Kg<br />
p.v. cada 12 horas). El tratamiento antibiótico debe administrarse durante un mínimo de 3<br />
semanas, aunque la sintomatología clínica presente una clara mejoría. Los protocolos que se<br />
recomiendan se basan en experiencias puntuales, pero no se conocen datos concretos acerca de la<br />
duración de los protocolos terapéuticos ni del modo de actuar tras una eventual recaída. En líneas<br />
generales se recomiendan protocolos de 4-6 semanas, debiendo cambiar el antibiótico si a las 2<br />
semanas no hay respuesta favorable.<br />
El uso potencial de prebióticos y prebióticos podría ser de interés en estos casos, si bien<br />
no existen aún evidencias científicas suficientes al respecto.<br />
Algunos autores consideran que un porcentaje de casos pueden solucionarse con la edad,<br />
probablemente por la madurez del sistema inmunitario de la mucosa del aparato digestivo o bien<br />
por la disminución de la ingesta calórica al cambiar la alimentación a una dieta de adultos.<br />
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