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O}EN PORTADAEl aborto...más allá de la ciencia y del derechoJOSÉ M. SÁNCHEZ-ROMERO. Profesor de Teología Moral de la UPSALa cuestión del aborto, desgraciadamente, vuelve a ser un tema deactualidad en la sociedad española. Desde que hace unos años fueadmitido por primera vez en la Legislación Española viene siendotema de debate; campañas, a favor y en contra; ampliaciones paulatinasde las leyes, divulgación en los ámbitos de la enseña pública, etc. Hoypor hoy, más que un consenso al respecto, lo que se ha conseguidoes radicalizar más las posturas enfrentadas, hasta el punto de que noadmite el más mínimo resquicio de diálogo. Evidentemente, la temáticapuede ser abordada desde muchos ángulos. De hecho, es fácil encontrardocumentos y estudios al respecto. Sin embargo, nuestra atención sedetiene ahora en el tratamiento que recibe en la esfera popular. En esoscomentarios, entrevistas, foros de debates, encuestas, etc., donde lasociedad deja ver su interior.Que la vida comienza en la fecundación es ya un consenso científico yque, por tanto, es éticamente inviolable, también debe serlo (cf. DonumVitae). Es cierto que la bioética filosófica, recientemente, ha ampliado elcampo de comprensión de la misma; ha pasado de la concepción sacraque garantizaba la total protección de toda vida humana en cualquiercircunstancia en la que se encontrase, a aquella otra que la entiendede manera gradual. En este caso su valoración tendría distinta mesuraontológica según el momento, el desarrollo y las características propiasde cada caso; y, consecuentemente, también distinta valoración ética.Pero incluso esta postura bioética sabe que se encuentra ante un temade máxima complejidad.Por otra parte, el derecho ha sucumbido ya, si no teóricamente del todo, sí prácticamente, a no buscarotro aval que el peso de las mayorías. De modo que el justificante ético de una ley vigente no se fundaen la coherencia con el derecho natural, sino en el respaldo social del que goza: el positivismo jurídico.Los parlamentarios no proponen leyes en el marco de la Carta Magna busc<strong>and</strong>o el gobierno justo, sinoaquellas que saben les garantizan la aprobación de pueblo. En este proceder, lo peor es que en las últimasmodificaciones de la ley sobre el aborto, rompiendo la entidad del discurso jurídico, lo presentaban como underecho, exclusivo además de la mujer gestante. Esta “incoherencia jurídica” viene a coronar el tratamientosocial del tema.Perplejos ante la realidad social, cabe de nuevo la pregunta de siempre: si la vida humana es inviolable,¿cómo es que algunos abogan por la liberación total del aborto?; ¿acaso la gestación incipiente del embrióno la malformación física o psíquica del feto les hace “cualitativamente” inferiores?; ¿qué hay detrás de esa“excusa” de los supuestos que lo hace legal y para algunos, incluso, moralmente aceptable? En una sociedaddemocrática, en un Estado de Derecho, ¿cómo puede considerarse un “derecho” atentar contra la vida deotro? Como decimos, la cuestión del aborto, su tratamiento jurídico y la manera como socialmente se trata,ha entrado ya en una dinámica más allá de la ciencia y del propio derecho. Este clima “moral” es realmente elalarmante.Hace unos años, el beato Juan Pablo II acuñó un término que ubica perfectamente la cuestión en laperspectiva que nos ocupa: habló de la cultura de la muerte (cf. Evangelium Vitae, 12), contraponiéndola a lacultura de la vida que emanada del evangelio había nutrido la reflexión ética de Occidente durante siglos. Lapérdida del horizonte trascendental trajo consigo el declive en la valoración ética de la vida humana; un retoque la ética filosófica no ha podido detener, opt<strong>and</strong>o por buscar “argumentos” que justificasen éticamenteuna situación cultural en la que nos vemos atrapados y que nos hace a todos vulnerables.La sociedad confunde el aborto como una práctica anticonceptiva entre otras, olvid<strong>and</strong>o que escontraconceptiva: es decir, incide sobre una vida humana ya gestándose, y no para “interrumpir” la gestación,como se dice, sino para aniquilarla. Lo considera un derecho, pero exclusivo de la mujer, ignor<strong>and</strong>o laresponsabilidad y la decisión del varón, como si la paternidad-maternidad fuese un asunto privado de ella. Elderecho, además, ya no tutela la vida, sino que deja la de “algunos”, de los más indefensos, subordinada a ladecisión de la mujer, aunque sea considerada menor de edad para otras cuestiones más irrelevantes. Lo másalarmante, más allá de estos errores, está en la superficialidad con que se habla y en la irresponsabilidad con laque se decide sobre la vida humana, sin ningún rigor ético.Ya decían los Obispos Españoles, hace algo más de dos décadas, por este y otros síntomas, que la sociedadespañola estaba “moralmente enferma” (La verdad os hará libres, 4). La falta de rigor ético, la confusión eimprecisión del lenguaje, la falacia con la que se abordan cuestiones de tal calado, la incapacidad para integraraquello que no responde a las expectativas inmediatas y efectivas, la insensibilidad ante el feto enfermo ominusválido para quien no se encuentra más salida que la muerte, y un largo etc., muestran el interior de unasociedad que ha perdido el horizonte y amenaza con llegar a puertos muy peligrosos. ¿Qué sería de nosotrossi se tratasen otros temas como la pena de muerte, la guerra, la trata de personas, la constante inmigración, laexplotación laboral, etc., más allá de la ciencia y del derecho? Si nos hacemos insensibles o indiferentes ante eldrama del aborto; si no tomamos conciencia de la situación, no tardará mucho en que así sea. v32junio-dic 2014COMPAÑÍA 33

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