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cristiano de viaje por el mundo, sobre todo cuando acaba de recibir a Jesús Sacramentado
(cristóforo). Normalmente, el cristiano que vive de la fe, está en gracia de Dios y es templo
del Espíritu Santo, tanto como decir asiento de la Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu
Santo inhabitan en el alma del «justo». Habitualmente -solía decir san Josemaría- en nuestro
corazón hay «un cielo». Habita o -según dicen los teólogos reforzando la expresión- «inhabita»
Dios Uno y Trino.
–¿Cómo es posible? ¡Si no se nota nada!
Bueno, preciso es reconocer que nuestra sensibilidad es escasa. San Pablo dice que el
Espíritu Santo clama en nuestros corazones el grito de nuestra filiación divina: «Abbá!»,
¡Padre! (más exactamente: ¡Papá!). Escucha. ¿No oyes? Tal vez te faltan algunos años de
silencio interior. Tendrías que empezar ya a entrenarte un ratito cada día. Lo mejor sería acudir
a la Virgen:
–Mamá, no oigo nada.
–Ven, hijo mío. Con este tapón en los oídos, ¿cómo vas a oír?
Su maternidad se extiende a tantas gentes…; y muchas no conocen a su Madre ni a su
Padre, no saben de su filiación divina ni de su filiación mariana y andan por derroteros que
separan de su Hijo. Ha de ser un peso grave éste, para Ella.
Con Ella se aprende a llevar el peso de Dios, y de todo lo que es de Dios, lo que Dios
ha querido poner sobre nuestros hombros.
En primer lugar, el peso de la propia existencia, que al avanzar el tiempo va haciéndose
más gravoso. La famosa «levedad del ser» sólo puede parecer al que vive en la espuma de la
vida; no a quien vive la existencia en profundidad. En ocasiones incluso el «ser», la existencia,
la vida, puede hacerse muy pesada. Además, siempre es preciso llevar el peso de otros, según
la máxima del Apóstol: «llevad los unos las cargas de los otros». En ocasiones, se hace largo
el camino. «Sucede que a veces me canso de ser hombre», como escribió el poeta. Es el
momento de decírselo claramente, sin tapujos, a Jesús, que se preocupó de aquellos que le
siguieron durante tres días y les multiplicó los panes y los peces «no sea -dijo, antes del
comenzar el prodigio- que les falten las fuerzas en el camino».(Mt 15, 32). El Señor está en
ese detalle vital. Por otro lado, cuando falta algo, por material que sea, la Madre de Dios
siempre será atendida por su Hijo. Dirá: «No tienen vino». Y el vino correrá en abundancia, al
menos en la medida que sea menester. En el vino de Caná se engloban todas las necesidades
vitales del hombre y María es la sapientísima -¡graciosísima, llena de gracia humana y divina!-
presentadora de la indigencia de sus hijos así como la Administradora del Paraíso.
En ocasiones, nos ayudará a comprender que lo que nos hace falta no es justamente
vino, sino la voluntad de no tomarlo y caeremos en la cuenta de que el peso de la existencia -
como el yugo de Cristo-, es suave y el peso ligero…,cuando permitimos que Él y Ella lo lleven
con nosotros.
El peso del trabajo, de las relaciones familiares, profesionales, sociales, económicos,
de la debilidad física o moral, es llevadero y quizá incluso liviano y gozoso, si lo llevamos con
el espíritu de quien sabe que todo es para el bien de los que aman a Dios. De este modo
vivimos el espíritu de penitencia y purificación -tan propio del tiempo de Adviento-, como
debe ser, con alegría honda, esperanzada y agradecida.
Dios carga sobre nosotros «su peso» para que con Él, por Él y en Él santifiquemos esta
existencia de corta duración, santificando todo lo que toquemos: los deberes de estado, los
deberes de cristianos coherentes, para arribar con el espíritu enhiesto, purificado, entero, al
Belén eterno, punto de referencia cierto e indispensable para recorrer con garbo el camino de
la vida en la tierra.
A Ñ O M A R I A N O N A C I O N A L 2 0 2 0 Página 48