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La gran señora del espiritismo - Federación Espírita Española

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Seis meses duró el pago de la pensión. Una vida de extrema prueba se inició entonces para<br />

ella. Llamada por una amiga condolida, parte para Sevilla. Un año pasó a distancia <strong>del</strong><br />

túmulo de su madre. Al volver al lugar inolvidable, lloró amargamente:<br />

Madre mía... He bebido el cáliz de la amargura. Todo para mí está muerto... El amor y las<br />

amistades eran torpes mentiras.<br />

**********<br />

Al cumplir diez años de edad, Amalia comenzó a demostrar inquietudes que revasaban la<br />

forma literaria. A los 18 años había publicado una serie de poesías; juzgando que en Madrid<br />

podría recibir alguna remuneración por sus escritos, así como condiciones más favorables<br />

para dedicarse a cualquier trabajo honesto, garantizando su subsistencia, tomó pasaje para<br />

aquella ciudad.<br />

Se encaminó para la corte donde, día y noche, aceptó todo y cualquier especie de trabajo que<br />

se le ofreció. Sus ojos enfermos comenzaron a negarse a un esfuerzo tan intenso.<br />

En la casa de una bondadosa familia encontró humilde, pero sana habitación. Comía<br />

fugazmente, estaba obligada a pequeños sacrificios de modo que no podía darse el lujo de<br />

buscara los mejores oculistas de la ciudad.<br />

Pero... todo se precipitó. <strong>La</strong> ciencia no le da esperanzas y prevee la ceguera si persiste<br />

cosiendo. Agotados los recursos, imposibilitada de proveerse de lo necesario para sobrevivir<br />

en este valle de lágrimas, un nuevo vía crucis se inicia para la huérfana. Debía mendigar un<br />

plato de sopa. A cambio de alimento, se hizo muchacha de recados. Sus ojos no veían sino<br />

bultos. <strong>La</strong> tenebrosa idea <strong>del</strong> suicidio llegó a tomar lugar en su mente. Poco a poco va<br />

resbalando en el más angustioso desamparo. Fue obligada a vivir en el cuarto de un estudio<br />

de un pintor, que un alma piadosa le ofreció.<br />

**********<br />

Reinaba D. Isabel II, después de haber vencido las pretensiones <strong>del</strong> Príncipe Carlos, que<br />

ambicionaba el trono por la muerte de su hermano, el rey Fernando VII, padre de Isabel.<br />

Esta fallida ambición de Carlos, creó en la península ibérica un contingente dé partidarios<br />

denominados carlistas, conservadores recalcitrantes y absolutistas. Antagónicos a éstos,<br />

surgen los liberales, partidarios <strong>del</strong> establecimiento de nuevos rumbos a la política<br />

gubernamental. Entre los liberales se dio aun una bifurcación conceptual, los progresistas,<br />

osados, rozando el socialismo, establecido por Marx en Europa a partir de la publicación <strong>del</strong><br />

Manifiesto <strong>del</strong> Partido Comunista, en 1848.<br />

Esa diversificación de ideas, esa disputa por llevar el Gobierno para el programa que cada<br />

grupo presentaba, pretendiendo la solución de los males de la sociedad, creó infra fronteras<br />

en España, - fenómeno que se repite en muchos países <strong>del</strong> mundo- una situación de<br />

Intranquilidad, de desorientación, pues, de un lado, se lanzaba por tierra viejas tradiciones<br />

penosamente sostenidas por el conservadurismo y, por otro lado, imperaba la inseguridad, la<br />

improvisación y una complicidad por parte de los que sustentaban las ideas actualizadoras.

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