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Los Hechos de los Apóstoles (1957) - Ellen G. White Writings

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Capítulo 2—La preparación <strong>de</strong> <strong>los</strong> doce<br />

Para continuar su obra, Cristo no escogió la erudición o la elocuencia<br />

<strong>de</strong>l Sanedrín judío o el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> Roma. Pasando por alto a<br />

<strong>los</strong> maestros judíos que se consi<strong>de</strong>raban justos, el Artífice Maestro<br />

escogió a hombres humil<strong>de</strong>s y sin letras para proclamar las verda<strong>de</strong>s<br />

que habían <strong>de</strong> llevarse al mundo. A esos hombres se propuso<br />

preparar<strong>los</strong> y educar<strong>los</strong> como directores <strong>de</strong> su iglesia. El<strong>los</strong> a su<br />

vez habían <strong>de</strong> educar a otros, y enviar<strong>los</strong> con el mensaje evangélico.<br />

Para que pudieran tener éxito en su trabajo, iban a ser dotados con el<br />

po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l Espíritu Santo. El Evangelio no había <strong>de</strong> ser proclamado<br />

por el po<strong>de</strong>r ni la sabiduría <strong>de</strong> <strong>los</strong> hombres, sino por el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong><br />

Dios.<br />

Durante tres años y medio, <strong>los</strong> discípu<strong>los</strong> estuvieron bajo la<br />

instrucción <strong>de</strong>l mayor Maestro que el mundo conoció alguna vez.<br />

Mediante el trato y la asociación personales, Cristo <strong>los</strong> preparó para<br />

su servicio. Día tras día caminaban y hablaban con él, oían sus palabras<br />

<strong>de</strong> aliento a <strong>los</strong> cansados y cargados, y veían la manifestación<br />

<strong>de</strong> su po<strong>de</strong>r en favor <strong>de</strong> <strong>los</strong> enfermos y afligidos. Algunas veces les<br />

enseñaba, sentado entre el<strong>los</strong> en la la<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la montaña; algunas<br />

veces junto a la mar, o andando por el camino, les revelaba <strong>los</strong> misterios<br />

<strong>de</strong>l reino <strong>de</strong> Dios. Don<strong>de</strong>quiera hubiese corazones abiertos a<br />

la recepción <strong>de</strong>l mensaje divino, exponía las verda<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l camino<br />

<strong>de</strong> la salvación. No or<strong>de</strong>naba a <strong>los</strong> discípu<strong>los</strong> que hiciesen esto o<br />

aquello, sino que <strong>de</strong>cía: “Seguidme.” En sus viajes por el campo<br />

y las ciuda<strong>de</strong>s, <strong>los</strong> llevaba consigo, para que pudiesen ver cómo<br />

enseñaba a la gente. Viajaban con él <strong>de</strong> lugar en lugar. Compartían<br />

sus frugales comidas, y como él, algunas veces tenían hambre y a<br />

menudo estaban cansados. En las calles atestadas, en la ribera <strong>de</strong>l<br />

lago, en el <strong>de</strong>sierto solitario, estaban con él. Le veían en cada fase<br />

<strong>de</strong> la vida.<br />

Al or<strong>de</strong>nar a <strong>los</strong> doce, se dió el primer paso en la organización <strong>de</strong><br />

la iglesia que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la partida <strong>de</strong> Cristo habría <strong>de</strong> continuar su<br />

obra en la tierra. Respecto a esta or<strong>de</strong>nación, el relato dice: “Y subió<br />

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