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1 PRIMERA PARTE: INFANCIA 1.- El niño perdido ... - Javier Puebla

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19.- La bronca<br />

-¿Anticongelante en el zumo del desayuno? ¿Es que estás mal de la cabeza?<br />

-¡Joder, Noa! ¡No se me ocurre otra cosa! ¿Yo qué cojones sé?<br />

-¡Tronco, hay posibilidades menos descabelladas! ¡Igual el coche de tu padre<br />

consume mucho anticongelante! ¡Pero a nadie se le ocurre comprarlo para envenenar a<br />

su mujer!<br />

Oriol la chistó con violencia para que guardase silencio. <strong>El</strong> bar estaba abarrotado<br />

de escandalosos parroquianos, y el humo del tabaco era tan denso que satinaba la luz<br />

amarillenta de las lámparas.<br />

-Baja la voz, ¿te importa? A nadie le interesa lo que hablamos.<br />

-Pues aquellos dos están muy interesados- bromeó Noa, señalando, con un<br />

simple gesto de las cejas, hacia dos sesentones que fingían indiferencia. Uno de ellos<br />

carraspeó cuando la joven clavó su fría mirada en él. Oriol se volvió hacia ambos con<br />

expresión glacial.<br />

Al fondo del concurrido local comenzó a formarse una algarabía de lo más<br />

incómoda. Tres tipos de aspecto tosco habían iniciado un tenso debate. De pie y<br />

haciendo violentos aspavientos con las manos, voceaban y gruñían como gorilas en un<br />

zoológico. Eran molestos, muy molestos.<br />

-A mi madre le ocurre algo muy malo, Noa. No sé de qué se trata, pero es<br />

evidente que ni ella misma lo entiende. Las pastillas la están ayudando mucho, pero su<br />

debilidad no proviene solo de la depresión. Está pasándole algo más, aunque los<br />

médicos no sean capaces de verlo.<br />

-¿Y por eso tienes que sospechar de tu propio padre?- se quejó Noa, tras darle un<br />

sorbo a su refresco.<br />

-¡Mi madre hace meses que no sale! Su problema está en casa, estoy convencido<br />

de ello.<br />

La discusión del bar creció en gravedad. Algunos parroquianos decidían<br />

marcharse poco a poco. Noa soltó un resoplido.<br />

-¡Esos tres cabestros están poniéndome de los nervios!- masculló. Como poseído<br />

por un impulso irracional, Oriol se levantó del taburete, se dirigió al fondo del bar, y<br />

antes de que nadie se diese cuenta, le arreó un fuerte puñetazo en la cara a uno de ellos.<br />

Sus nudillos quedaron manchados de sangre, saliva y alcohol. <strong>El</strong> hombre dejó escapar<br />

un berrido de dolor. A su alrededor, murmullos de sorpresa y comentarios de<br />

indignación.<br />

-¡Quieto, pequeño hijo de puta!- bramó otro de los contendientes. Oriol se<br />

preparaba para otro derechazo cuando Noa le frenó, con fingida indolencia.<br />

-¡Para, fierecilla! Vamos a casa.<br />

Le cogió suavemente de un brazo, y le llevó al exterior del local.<br />

-¡¡Me he quedado con tu cara, niñato!!<br />

20

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