Sin título, sobre la evolución del Sistema Bancos de Comercio ...

Autor: Manuel Espinosa Yglesias
Tipo de documento: ponencia
Título: Sin título, sobre la evolución
del Sistema Bancos de Comercio
desde la Primera Convención,
celebrada 10 años antes, y del
desarrollo económico del país
Fecha: 6 de octubre de 1967
Lugar: México, d.f.
Audiencia: inauguración de la ii
Convención del Sistema Bancos
de Comercio
Clave de clasificación: II.A.3.a/1967-9
Caja: 37
Palabra clave: Sistema Bancos de
Comercio, logros; desarrollo
económico.
Discursos, ponencias y entrevistas
Sin título, sobre la evolución del Sistema
Bancos de Comercio desde la Primera
Convención, celebrada 10 años antes, y del
desarrollo económico del país
Manuel Espinosa Yglesias
«Los miembros del Consejo de Administración y los Directores y Sub-directores
del Banco de Comercio, s.a., de la ciudad de México, me han confiado el grato
encargo de dar a todos vosotros, miembros de los Consejos de Administración
de nuestros bancos afiliados en el interior del país, la más cordial bienvenida a
esta extraordinaria Convención organizada con motivo de la celebración del xxv
Aniversario de la fundación del Banco de Comercio s.a. Gustoso cumplo este
encargo, deseando para todos vosotros y para vuestras distinguidas señoras, una
permanencia agradable en esta ciudad y para que así sea, incondicionalmente con
cada uno de nosotros que estamos deseosos de servirlos.»
Estas palabras fueron pronunciadas por don Salvador Ugarte hace diez años,
el 15 de octubre de 1957, al iniciarse una reunión de imborrables recuerdos. Es un
mensaje sincero de bienvenida que hoy he querido aprovechar de nuevo pues tengo
confianza en que esta Convención se igualmente fecunda en contactos, en ideas y en
esperanzas. Durante estos tres días mantendremos una relación sumamente estrecha
en la que Mérida y Mexicali, Tampico y Acapulco, Guaymas e Irapuato; en suma,
el país entero, podrá intercambiar experiencias y afrontar problemas comunes.
Nos halaga que la asistencia a esta Convención sea tan nutrida. Creo que está
es una nueva demostración de la unidad y del sentido de colaboración que reina
entre todos los miembros del Sistema Bancos de Comercio. Agradecemos, pues,
a los señores Presidentes y a los demás miembros de los Consejos de Administración,
así como a los representantes de nuestras Comisiones Consultivas su asistencia
a estos actos. Les ruego, además, que hagan extensivo este reconocimiento
a sus distinguidas señoras.
En esta convención estará representado todo el país. Don Julio Díaz Torre a
la cabeza de la delegación del Banco de Comercio de Aguascalientes; don James w.
Stone, encabezando el Banco de Comercio de Baja California; don Oscar Carpizo
Berrón por parte del Banco de Comercio de Campeche; don Aurelio Gonzáles
Jr. del Banco de Comercio de la ciudad de Monterrey; Ing. don Jesús del Valle del
Banco de Comercio de Coahuila; don Eduardo Brun Schmidt del Banco de Comercio
de Colima; don Juan c. Luttman del Banco de Comercio de Chiapas; don José
Díaz del Banco de Comercio de Chihuahua; don Jesús h. Martínez del Banco de
Comercio de Durango; don José Larregui Iriarte del Banco de Comercio del Estado
de México; don Pedro Martínez Rivas del Banco de Comercio de Guadalajara; don
Everardo Hernández del Banco de Comercio de Guanajuato; don Mariano Alonso
del Banco de Comercio de Guerrero; don José del Cueto del Banco de Comercio de
Hidalgo; don José Murillo del Banco de Comercio de Michoacán; don Francisco

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Álvarez Jr. del Banco de Comercio de Morelos; don José M. Menchaca Carpeña del
Banco de Comercio de Nayarit; don Jesús Velásquez Cuervo del Banco de Comercio
de Oaxaca; don Luis Pellón Mediavilla del Banco de Comercio de Puebla;
don Pascual Alcocer Vega del Banco de Comercio de Querétaro; don Constantino
Villalobos Alba del Banco de Comercio de San Luis Potosí; don Carlos j. Felton
del Banco de Comercio de Sinaloa; don Carlos v. Escalante del Banco de Comercio
de Sonora; don Adalberto t. Manssur del Banco de Comercio de Tabasco; don
Alfonso Zolezzi del Banco de Comercio de Tamaulipas; don Julián Ordorica del
Banco de Comercio de Tampico; don Ignacio m. Martínez del Banco de Comercio
de Torreón; don Ramón Colom Bisbal v del Banco de Comercio de Veracruz; don
Pedro Zaragoza Maytorena del Banco de Comercio del Yaqui y Mayo; don José
Martínez Cué del Banco de Comercio de Yucatán y don Salvador Tello Baurraud
del Banco de Comercio de Zacatecas. Están también presentes Financiera Bancomer,
Inmobiliaria Bancomer y Seguros de México Bancomer, amén del propio
Banco de Comercio de esta ciudad de México. Nos acompañan, además varios
representantes de nuestro gobierno y de organizaciones amigas en el extranjero.
La presencia en esta ocasión del señor Licenciado Antonio Ortiz Mena, de don
Rodrigo Gómez y de don Agustín Rodríguez le da particular relieve a la apertura
de esta Convención.
La sola mención de las instituciones que integran nuestro Sistema da una
noción bastante clara de las dimensiones que hemos alcanzado. Con casi 450 oficinas
cubrimos toda la nación, atendiendo las necesidades financieras de ciento de
miles de mexicanos. Hemos alcanzado ya los 0,000 millones de pesos de recursos,
y el año que entra es probable que nuestro financiamiento total a la economía
llegue a más de 3,000 millones de pesos. En los próximos doce meses pondremos
unos 1,000 millones de pesos a disposición de la vivienda de interés social.
Nuestros créditos han servido para impulsar actividades tan diversas como
la minería, la ganadería, la construcción de viviendas y el fortalecimiento de la
industria. Los préstamos al comercio exterior han sido objeto de una atención
creciente por parte nuestra. Hemos aumentado nuestro financiamiento al sector
público, pues estamos conscientes de la enorme carga que representa la creación
del capital básico de la economía nacional, llámese éste educación, riego, carreteras
o electricidad, y el cual sirve de poderosa plataforma para que la inversión
privada se lance a la producción eficiente de bienes y servicios. Hemos hecho
esfuerzos por pulverizar nuestros créditos, a fin de servir cualquier requerimiento
justificado de fondos. Nuestros empleados, que suman casi 15,000, se han venido
capacitando diligentemente para hacer de cada uno de ellos un banquero y de
cada banquero, un elemento útil a este México nuestro.
En realidad, es largo el trecho que hemos recorrido desde la Convención 1957.
A pesar de lo mucho que se había ya logrado para entonces, en varios sentidos el
Sistema balbuceaba. Tanto Financiera Bancomer como Hipotecaría Bancomer, tal
como lo anuncié en la Convención de 1957, iniciaban apenas sus operaciones. Lo
propio sucedía con nuestra compañía de seguros. Nuestras políticas de crédito
tenían algunos huecos; el financiamiento al consumo era uno de ellos. No obstante
nuestras 50 oficinas, muchas plazas y zonas urbanas del país reclamaban
nuestros servicios. En varias de ellas, además, era necesario efectuar mejoras de
apariencia y de funcionalidad.

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Había más, sin embargo, teníamos, ante todo, que continuar la labor de
acercamiento de los bancos de Comercio al gran público mexicano. Teníamos que
seguirlo convenciendo de que los bancos son instituciones de servicio general y
no solo empresas diseñadas para atender unos cuantos. Teníamos que ir al cliente,
no esperar que él acudiera a nosotros, y siempre procurando ofrecerle a cada uno
los servicios específicos que más pudiera interesarle.
Estas tareas comenzaron casi de inmediato a acaparar nuestra atención. Financiera
Bancomer inició un crecimiento vertiginoso que en menos de diez años
la llevo al primer lugar entre las sociedades de su tipo en el país. Hipotecaria Bancomer
también se colocó igualmente entre las principales instituciones del ramo.
Aseguradora Bancomer tuvo hasta 1965 un desempeño destacado en el capítulo de
daños y en ese año se fusionó con la compañía Seguros de México para también
cubrir vida. La nueva empresa se denominó Seguros de México Bancomer y lleva
ya más de dos años de operación provechosa.
No hemos, por otra parte, consolidado nuestra posición de precursores de
una verdadera revolución bancaria en México. A través de nuestras campañas de
publicidad, hemos venido haciendo repetidas invitaciones al grueso de la comunidad
para que se acerque a nuestras oficinas, para que nos de la oportunidad de
servirle. Hemos patrocinado la transmisión de eventos deportivos como el fútbol y
el box, muchos de ellos realizados a miles de kilómetros de distancia y utilizando
medios que se antojan milagrosos, como el Pájaro Madrugador. El deporte conmueve
hondamente a nuestro pueblo y a través de estas transmisiones nos ha sido
más fácil convencerlo de las bondades del ahorro y de la necesidad de que le saque
el mayor provecho posible a su dinero. Estamos incluso diseñando un nuevo
sistema que permita ahorrar con comodidad, aun a aquéllos que aun no tienen a
fortuna de saber leer y escribir.
Estos esfuerzos han dado fruto. Día a día constatamos como a los Bancos de
Comercio de todo el país se vuelcan miles de personas de muy diversos sectores
y condiciones para desahogar sus asuntos financieros. Además, creo que nos
hemos ganado la simpatía y la confianza del público.
Nuestro ejemplo ha cundido a otras instituciones financieras, y esto es el
halago más sincero a una actitud que los bancos de comercio iniciaron en el país.
La publicidad de los demás bancos ha aumentado sensiblemente, siguiendo con
frecuencia la misma ruta que antes habíamos trazado; digamos en relación con el
patrocinio de eventos deportivos, para citar un solo caso. Esto, por supuesto, nos
complace por que la banca está ahora cerca que nunca del pueblo de México.
Estos esfuerzos han tenido que acompañarse de un remozamiento general
de nuestras instalaciones y de una adecuación de nuestros servicios a nuestras circunstancias.
En los últimos diez años hemos abierto casi 00 oficinas, entre ellas
cinco matrices de otros tantos nuevos bancos afiliados; hemos también mejorado
las instalaciones de otras cien oficinas más, entre las que se cuenta el propio
edificio principal del Banco de Comercio de la ciudad de México. Este último es
totalmente nuevo; del antiguo edificio matriz no queda una sola piedra, ni utilizamos
uno solo de los viejos equipos.
Hemos, además, abordado nuevos campos de actividad, como son los
préstamos al consumo, el financiamiento a las exportaciones y los créditos para
la construcción de viviendas populares. Llevamos varios años de preocuparnos

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por la implantación de computadores electrónicos en nuestras operaciones y hace
ya algunos años instalamos en Hipotecaria Bancomer uno de los primeros de
México. En el futuro tendremos uno de los centros electrónicos más importantes
de América Latina.
Al ir implantando estos cambios de estructura, paulatinamente nos fuimos
dando cuenta que era necesario introducir a la vez reformas radicales en los
cuadros de organización. El Sistema Bancos de Comercio había dejado de ser un
grupo pequeño. Lo que había sido adecuado cuando la empresa tenía dimensiones
más modestas, comenzaba ya a suscitar estrangulamiento, ineficiencias. Se
necesitan afinar los mecanismos de operación para que nuestra organización
siguiera desenvolviéndose al ritmo exigido por el desarrollo nacional.
Este es un proceso lógico en cualquier empresa que crece y se fortalece
dentro de un país en evolución ascendente. Gigantes industriales como la General
Motors y la Ford Motor Company tuvieron que experimentarlo en determinadas
etapas de su desarrollo; y lo mismo sucedió con varias instituciones financieras.
Lo importante, sin embargo, es que los ajustes resultan lo más fluidos posibles,
que la empresa no resienta choques demasiado severos. Sabíamos que aquí residía
la clave de una reorganización provechosa.
A fin que efectuara los estudios necesarios, se contrató una compañía especializada
extranjera, no porque en México faltara quien pudiera hacerlo, sino por
que aquella tenía ya una vasta experiencia en casos similares en otros países. Esta
experiencia le permitiría realizar los estudios y hacer las recomendaciones con más
rapidez, con lo cual el proceso se aceleraría y la transformación resultaría más ágil.
Los cuatro años últimos se han dedicado a este esfuerzo. En este lapso, siguiendo
las sugerencias de los asesores, hemos implantando varias medidas que
forman parte de una política general de reorganización. Todavía no se aplica en
su totalidad; es probable que eso nos tome unos tres o cuatro años más. Pero aun
ahora ya hemos comenzado a palpar los efectos positivos de los cambios introducidos.
Los servicios a la clientela se han agilizado; la comunicación dentro de la
empresa ha mejorado; se ha incrementado la labor de equipo entre empleados funcionarios.
Encaramos ahora menos fallas, menos resistencia y más colaboración.
La reorganización se ha llevado a cabo sin los contratiempos que usualmente
otras empresas han padecido. Nos estamos reorganizando en el éxito y no cuando
es el fracaso el que obliga a tomar una serie de medidas apresuradas. En estos
últimos cuatro años, el Sistema Bancos de Comercio ha seguido creciendo con
celeridad y año con año alcanzamos nuevas cifras máximas de recursos prestables.
Nuestras utilidades, mientras tanto son el barómetro por excelencia de nuestra actuación
general, no se han resentido y, a pesar de una serie de presiones de costos,
hemos podido mantener márgenes satisfactorios en todas nuestras instituciones.
Sin embargo, la revolución bancaria a que me he referido antes apenas empieza.
Necesitamos abordar con más decisión actividades que ya nos reclama el
desarrollo económico nacional. Tenemos que hacer más fluido el proceso ahorro-inversión,
procurando que los fondos que captemos se dirijan a los renglones
de más alta prioridad económica a plazos que resultan adecuados. Precisamos
intensificar nuestros esfuerzos para movilizar el ahorro interno y así sea éste, en
lo posible, el que sirva de palanca para aprovechar el enorme potencial económico
que ofrece nuestro país.

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Nos interesa enormemente incrementar nuestro apoyo al campo. Estamos
convencidos de que el desenvolvimiento sano del sector rural mexicano constituye
una de las condiciones básicas para que nuestra economía continúe fortaleciéndose.
Sabemos, además, que el problema campesino no es sólo falta de fondos, sino
entre otros, poca técnica, una mecanización raquítica, fallas severas de distribución
y una ausencia virtual de informaciones de mercado. Pensamos, por tanto, y
eso se discutirá posteriormente en esta convención, que los Bancos de Comercio,
habrán de elevar sus financiamientos al campo, siempre con la precaución a que
está obligado quien maneja recursos ajenos, y así ir poco a poco sustituyendo a la
usura, deben proporcionar una asesoría técnica y de mercados eficiente al agricultor
y al ganadero así como tomar medidas para aumentar la mecanización, el uso
de insecticidas y la fertilización de las áreas rurales. Entre otras cosas, esto implicará
la integración de cuadros asesores que incluyan, cuando menos, agrónomos
y economistas; la formulación de estudios el Sistema durante estos últimos diez
años. Con todo estoy cierto de que lo más significativo es el abismo que media
entre lo que éramos hace apenas un decenio y lo que somos hoy. No sólo hemos
septuplicado nuestros recursos totales. Hemos integrado un complejo que cubre
los aspectos financieros que más relevancia tienen en México. Hemos extendido
nuestro radio de acción a los lugares más recónditos del país. Hemos reafirmado
nuestra importancia como fuente de trabajo productivo, y hemos cambiado algunas
de nuestras actitudes y adoptado algunas otras. En el proceso, sin embargo,
hemos respetado algunas líneas de conducta: por ejemplo, seguimos firmes en
nuestra posición de no utilizar los fondos de la clientela para comprar empresas
que puedan competirle. Hemos participado en ventas de acciones de varias compañías
al público, pero no en adquisiciones permanente por cuenta de alguna de
las instituciones del Sistema.
Pero todo esto no se hubiera logrado sin un desarrollo sano de la economía
nacional. Aquí también, si bien en distintas proporciones claro está, media un
abismo entre lo que era el México de 1957 y lo que es nuestro país hoy en día. La
nación ha crecido y se ha transformado, y lo ha hecho con una celeridad y una
ductilidad pasmosas. Lo que a otras economías había tomado decenios y hasta
siglos, en nuestro país ha sido cuestión de años. Niveles de vida que antes nos
parecían una quimera, en la actualidad resultan casi una realidad. Además, México
se ha habituado al progreso, ha adquirido un impulso que año con año lleva a
escalar niveles más altos de bienestar económico y social.
En realidad, para 1957 era mucho lo que se había logrado. Llevábamos casi
0 años de crecimiento sostenido y más de treinta de que habían comenzado a
establecerse las condiciones básicas para que la economía pudiera desenvolverse.
Teníamos ya una industria bastante diversificada. La agricultura y la ganadería se
habían rezagado en forma alarmante. La dotación de energéticos era holgada. El
sistema financiero había evolucionado con cierta rapidez. Con una población de
casi 3 millones, la producción por habitante llegaba a alrededor de 300 dólares,
contra menos de setenta apenas dos decenios antes.
A pesar de estos avances casi sin precedente en la historia económica mundial,
había huecos importantes. Nuestras exportaciones eran casi en su totalidad
productos primarios. Existía todavía un amplio margen para sustituir importaciones
de productos manufacturados y aun no se ponía mayor atención en la posibi-

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lidad de exportar artículos industriales. Los ingresos por concepto de turismo se
encontraban muy por debajo de su potencial mínimo. El sistema fiscal adolecía de
fallas muy serias. Se había hecho un uso muy raquítico de la capacidad nacional
de endeudamiento externo.
El país por otra parte, llevaba años de estar sujeto a presiones inflacionarias
más o menos severas. Los efectos de la devaluación de 1954 habían dejado una
honda huella y todavía en 1957 existían recelos respecto a la fortaleza futura del
peso mexicano. Se reconocía que era necesaria la estabilidad de precios, pero
apenas se empezaban a tomar medidas adecuadas para asegurarla.
Estos diez últimos años han servido para tapar muchos de estos huecos. La industria
ha seguido expandiéndose y nuevas ramas como la automotriz, la de maquinaria,
la de herramientas y la petroquímica han tenido un desarrollo particularmente
veloz. Nuestras exportaciones han venido cambiando paulatinamente su composición
y poco a poco se advierte una mayor satisfacción de los productos manufacturados.
Los sistemas fiscales federales se han afinado. El turismo, como lo pronostiqué
en la Convención de 1957, ha tenido un crecimiento espectacular y México puede
ufanarse de estar entre los países que más visitantes y mejores ingresos reciben.
Se ha recurrido a los mercados extranjeros de dinero y capitales para obtener
financiamientos complementarios a los que pone a disposición del país ahorro
interno. Estos fondos se han utilizado para aumentar el capital básico de la nación
—sea ése carreteras, presas u obras eléctricas— y elevar así la eficiencia general
de la economía. México, por fortuna, disfrutamos de un amplio prestigio en los
medios financieros internacionales.
Gracias a factores como los que he mencionado, la economía incluso aceleró
la marcha. El año pasado, la producción total de bienes y servicios alcanzó la
impresionante cifra de 7 ,000 millones de pesos y se estima que en el presente
llegará a 300,000 millones, cerca de 190,000 millones más que en 1957. La población,
mientras tanto, aumentó poco más de 14 millones de personas, llegando
este año a poco menos de 46 millones, con lo que la producción pro habitantes
sumará unos 5 5 dólares, 5 dólares, o más, 75% más que hace diez años. Esta
cifra de 5 5 dólares nos sitúa ya al nivel de varios países europeos.
Nuestro crecimiento reciente, especialmente en los últimos tres años, ha
tenido nuevas característica. Ante todo, se ha efectuado dentro de una relativa estabilidad
de precios. Entre agosto de 1957 y el mismo mes de este año los precios
subieron a una tasa anual de .5%, contra un incremento de 8. % al año en el
decenio anterior. De fines de 1964 a la fecha las elevaciones incluso han disminuido,
a sólo . %.
Estos aumentos son modestos. Resultaron incluso inferiores a los registrados
por muchos países con economía más avanzadas que la nuestra y, lo que es
más relevante, se lograron dentro de un clima de crecimiento económico general.
México demostró una vez más que el dilema entre desarrollo y estabilidad es falso;
que se puede crecer sin presiones inflacionarias agudas.
En realidad, creo que a todos los niveles nos hemos convencido de que la
inflación lo único que hace es daño. Se ensaña especialmente con el pobre. Provoca
falsas señales para la asignación de recursos. Desalienta las exportaciones y
promueve importaciones mayores. Propicia fugas de capitales hacia el exterior. En
última instancia, la inflación desquicia totalmente cualquier sistema económico.

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Aun así, a veces es difícil tomar medidas contra esta enfermedad. Los gobiernos,
como los individuos, tienen en ocasiones la inclinación de gastar más de lo
que poseen. Usualmente esto obedece al deseo de hacer obras en forma exagerada,
muchas de las cuales son con frecuencia meros símbolos ornamentales. Estos
gastos comúnmente provocan déficit fiscal, que se financian al menos en parte,
mediante la emisión de dinero nuevo. Al inyectarse en la economía, estos nuevos
fondos incrementan la demanda monetaria de la comunidad y comienzan ejercer
presiones sobre la oferta de bienes y servicios. Como ésta no puede elevarse con
la misma rapidez con que aumenta la demanda, los precios tienden a subir, con lo
cual se inicia la perjudicial espiral inflacionaria.
En estas condiciones, la estabilidad requiere de cierta disciplina por parte del
gobierno, y de mucha decisión. No es fácil ajustarse a déficit presupuestales que
puedan ser financiados con ahorro genuino y no con dinero nuevo. Tampoco es
fácil comprimir la demanda monetaria de la comunidad o detener su crecimiento
ante una amenaza inflacionaria. Para ellos se necesita que los gobiernos tengan
un gran desprendimiento personal y una aguda percepción de lo que es provechoso
a largo plazo para el país.
Sin embargo, en México hemos tenido la fortuna de que se encuentren actualmente
en los mandos gobernantes de esa categoría. El Presidente Díaz Ordaz ha
demostrado que él en lo personal y su gobierno se encuentran dispuestos a incurrir
en cualquier sacrificio para mantener la estabilidad de precios que tantos trabajos
nos ha costado alcanzar. Estos esfuerzos han resultado fructíferos; el peso se ha
fortalecido. Su solidez nos ha dado satisfacciones como la de que el Fondo Monetario
Internacional lo utilice en sus operaciones de estabilización de otras monedas.
La estabilidad es una condición indispensable para que sigamos progresando.
Así lo vio el señor Presidente, a quien la historia lo colocará en el lugar que le
corresponde, y así lo han entendido sus colaboradores. Para todos nosotros que
laboramos en el sector privado, éste es un poderoso augurio de paz y desarrollo.
Es de hecho, la mejor invitación a seguir trabajando.
Existen, además, otras señales muy favorables. Una de ellas es el reciente
acercamiento entre los sectores público y privado. Los problemas se discuten
más abiertamente, las soluciones son cada vez más ágiles y se ha despertado un
verdadero espíritu de apoyo mutuo. Hablamos ya el mismo lenguaje, tenemos
preocupaciones muy semejantes y procuramos combinar esfuerzos para aligerar
lo que podría ser una carga demasiado pesada si se comprendiera aisladamente.
Nuestro Sistema, repito, ha financiando fuertemente el gobierno pues estamos
conscientes de que las obras que actualmente está efectuando son vitales para el
desenvolvimiento futuro del país.
En el exterior, la posición de México es envidiable. Nuestro prestigio financiero
nos ha permitido acudir desahogadamente a los mercados internacionales
de crédito. Los inversionistas extranjeros muestran un interés creciente por nuestro
país. Año con año, la prensa internacional dedica cientos de páginas a examinar
la experiencia económica mexicana y derivar posibles enseñanzas para otras
áreas. México se ha convertido en un verdadero campo de estudio para técnicos
de otras naciones, pero muy especialmente de aquellas menos avanzadas. Hemos
sido seleccionados para servir de sede a eventos de la trascendencia de los Decimononos
Juegos Olímpicos y de la Novena Copa Mundial de Fútbol.

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El panorama, pues, parece claro. Sin embargo, en ocasiones el exceso de
optimismo puede ser tanto o más perjudicial que el pesimismo. Sería absurdo no
reconocer que todavía hay importantes obstáculos que tenemos que superar, si es
que proyectamos alcanzar metas más elevadas. El problema de la baja productividad
campesina en ciertas zonas es quizás el más espinoso y el que requerirá un
embate más decidido. La excesiva protección industrial y la ineficiencia que ello
provoca, así como la imperiosa urgencia de que la industria mexicana exporte más
y mejor, tienen también una enorme relevancia. La necesidad de que la minería
recupere el lugar prominente que durante tantos años mantuvo en la economía
nacional. La obligación de afinar los sistemas de distribución, que en muchos de
los casos están resultando pesados e ineficientes. La implantación de sistemas
más ágiles de crédito, a plazos adecuados, que sustituyan definitivamente a la
usura y al abuso. El compromiso de reducir el contrabando, que tantos prejuicios
está ocasionando. El establecimiento del cuadro de organización que aligeren el
funcionamiento de las empresas y, muy especialmente, en la entidades del público.
La materialización de la integración económica latinoamericana, hasta ahora un
sueño erizado de escollos, pero con posibilidades interesantes.
Estoy convencido de que necesitamos estrechar nuestros vínculos con América
Latina. Pero este acercamiento supone mucho más que un incremento del
comercio recíproco. Entraña aumentos del financiamiento, un mayor movimiento
turístico, una complementación industrial cuidadosa, políticas semejantes en
relación con la inversión extranjera, desplazamientos más fluidos de la mano de
obra. A corto y mediano plazo sin embargo, es el intercambio de experiencias el
que ofrece el conducto más eficiente para fortalecer las economías latinoamericanas.
Hasta ahora, por desgracia, esta falta de comunicación se ha traducido en
una repetición persistente de errores en varios países de la zona.
Los déficit fiscales, por ejemplo, han dejado maltrechas a varias economías
del área, pero eso no ha bastado para convencer a otras de sus enormes peligros.
El exceso de prestaciones a obreros y empleados ha tenido un impacto semejante
en ciertos países, pero sólo unos cuantos han derivado enseñanzas provechosas
de estas experiencias. Lo mismo ha sucedido con las limitaciones a la inversión
extranjera directa, con las políticas agropecuarias, con los programas de protección
industrial, con la nacionalización de ciertas ramas o empresas, con el establecimiento
de determinadas actividades industriales. Con frecuencia, cuando las
empresas estatales son mal negocio, se intenta salvarlas interfiriendo los campos
que atienden compañías privadas, dañando con ello a toda la industria.
En realidad es mucho lo que se podría aprender de los errores de los demás
y, por supuesto, de sus aciertos. Si de alguna ventaja disfrutan países como los
latinoamericanos, es de haber llegado tarde a la lucha por el desarrollo. Esto ha
puesto a nuestra disposición técnicas más avanzadas de producción y vasto caudal
de experiencia que nos han legado la naciones hoy industrializadas y que puede
ser enriquecido con los conocimientos que hayamos podido acumular en los años
que nosotros mismos llevemos de esfuerzo. Pero esto implica ciertas responsabilidades
para empresarios y para los obreros, entre otros. Los primeros tienen la
obligación de lograr que sus negocios estén bien organizados y tengan una alta
productividad. Los segundos deben estar conscientes del papel tan importante
que desempeñan en el proceso nacional de crecimiento y vigilar estrechamente

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sus demandas para que no perjudiquen a la economía. Sólo así, mediante una
labor conjunta, podremos allanar el camino futuro.
Sería absurdo, por ejemplo, que incurriéramos en excesos inflacionarios
cuando tenemos a la vista que en Inglaterra, entre otras cosas, el Partido Laborista
ha congelado sueldos y salarios para limitar los aumentos de precios; o que en
Alemania las medidas implantadas contra la inflación han incluso contribuido
a provocar una recesión económica bastante severa; o que en Suecia los propios
sindicatos exigen al gobierno estabilidad en sus presupuestos. Sería exagerado
insistir en elevaciones de salarios por encima de los incrementos de productividad,
cuando se aprecian los esfuerzos de países como Estados Unidos, el Reino Unido
o Canadá, para mantener un cierto equilibrio. Sería extraño que redujéramos la
inversión extranjera directa, cuando Europa occidental, incluyendo a Francia, han
iniciado campañas decididas para atraerla. Sería poco aconsejable que limitáramos
el tamaño de las empresas que operan en nuestras economías, cuando es
evidente que la tendencia mundial es hacia la formación de compañías de grandes
dimensiones, que puedan aprovechar las bendiciones de las economías de escala.
En México y América Latina tenemos mucho por delante. En nuestro país
en especial, a pesar de todo lo que se ha logrado en un lapso tan corto seguimos
rezagados en muchos sentidos. Todavía no hemos podido desterrar la miseria, que
reina impertérrita en diversas áreas del país. La desocupación, real o disfrazada,
es un problema serio, tanto en el campo como en las ciudades. Persisten núcleos
importantes de analfabetos, así como insalubridad en varias zonas. La nutrición de
nuestro pueblo es deficiente y arroja una falta de proteínas alarmante en ciertos casos.
No es tanto que haya hambre por escasez de alimentos. En nuestro país, la gran
mayoría de la población acusa una insuficiencia de algunos elementos indispensables,
como la carne, la leche, los huevos y el pescado, que permitan que el cuerpo
humano aproveche cabalmente los alimentos. Es, por decirlo así, hambre biológica,
que ocasiona una actividad restringida y una falta de empuje hacia el trabajo.
Problemas como estos poco a poco irán resolviéndose, tal como lo hemos
venido haciendo en el pasado. Para ello, sin embargo, necesitamos acelerar la
marcha, intensificar esfuerzos. El potencial evidentemente existe. Estamos por
terminar el estudio económico nacional que emprendimos con la invaluable ayuda
de ustedes señores convencionistas y, al revisar las conclusiones preliminares,
mucho me impresionaron las enormes posibilidades que ofrece nuestro país. La
explotación de los bosques en estados como Chihuahua, Durango y Chiapas. Los
minerales de Sonora, Coahuila y Oaxaca. La pesca de Campeche, Sinaloa y Baja
California. Las perspectivas turísticas del sureste y de la costa del Pacífico. La
industria de Monterrey, Jalisco y Puebla. La agricultura del noroeste, de la zona
occidental de Guanajuato. La ganadería del norte y de Veracruz.
Creo que no sería difícil hacer un catalogo de proyectos concretos. La industria
turística, por ejemplo, es una de ellas. A pesar de que el año pasado el país tuvo
ingresos de más de 850 millones de dólares por este concepto, existen indicios
de que apenas hemos arañado sus posibilidades. Se está efectuando un estudio
completo de nuestros recursos turísticos y de los mercados disponibles, cuyos resultados
preliminares se antojan asombrosos. Por ejemplo, de los cuatro millones
y medio de norteamericanos vacacionistas que toman cada año el avión para acudir
a los centros de recreo, México solo capta el 10%. De los 1 millones que potencial-

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mente podrían venir a nuestro país en automóvil, únicamente el 5% nos visita. De
los 17 millones de personas que vacacionan en las playas, la nación atrae apenas
una pequeñísima parte. Además en materia de convenciones y expediciones de
caza y pesca, así como en lo que se refiere a turistas a quienes les guste jugar al
golf, México podría incrementar notablemente su participación en el mercado.
Sin embargo, proyectos como este requieren de inversiones cuantiosas
y, aunque en México el ahorro interno ha subido incesantemente, todavía no es
suficiente para satisfacer todas nuestras necesidades. En otras palabras, si pretendemos
aprovechar las muchas oportunidades que ofrece la economía mexicana
y mitigar en el proceso las carencias que aun padecen grandes núcleos de compatriotas,
precisamos del auxilio del capital extranjero. No es que de él dependa
nuestra desarrollo. Sencillamente es una ayuda para hacer el proceso de crecimiento
más ágil, más fluido y menos penoso para los mexicanos.
La inversión extranjera, particularmente la directa, tiene grandes ventajas,
pero, como casi todo en esta vida, también ofrece desventajas. Es por ejemplo, un
medio adecuado para complementar la capitalización interna, pero a la vez implica
una ingerencia externa en la vida económica nacional. Es una forma expedita de
transmitir nuevas técnicas y de mejorar la eficiencia de la mano de obra mexicana,
pero también entraña una salida de dinero por concepto de dividendos y regalías.
Es un instrumento para movilizar el ahorro interno, pero en ocasiones plantea
además una competencia demasiado severa a las empresas nacionales establecidas.
La inversión extranjera, en fin, produce beneficios, pero a la vez acarrea costos.
No cabe duda que en condiciones ideales de abundancia local de capitales y de
una tecnología poderosa, podría pensarse en prescindir de ella. Ésta, sin embargo,
no es la situación de México. En nuestras condiciones y considerando nuestras
necesidades, las compañías extranjeras benefician grandemente. Piénsese, por
ejemplo, en el apoyo que le han venido dando al campo; en las mejoras que han
propiciado a nuestras técnicas de distribución, en el empuje que le han brindado
a nuestro proceso de industrialización; en la trascendencia que pueden tener programas,
como el de las industrias de la maquila, al generar en forma masiva nuevas
fuentes de trabajo productivo para núcleos hoy desocupados y subocupados.
Estas consideraciones me orillaron, en agosto del año pasado, a declarar
públicamente mi apoyo a la inversión directa del exterior. Fue exclusivamente
cuestión de convicción personal. El Banco de Comercio fue fundado por mexicanos
y no tiene inversionistas extranjeros entre sus accionistas. Somos un sistema
de mexicanos; propiedad de mexicanas, manejado por mexicanos, con una preocupación
fundamental: el engrandecimiento de México.
Tenemos conciencia plena del esfuerzo que implica desterrar de nuestro país
la pobreza que durante tantos siglos nos ha lacerado. Sabemos que, para lograrlo,
necesitamos utilizar los medios a nuestro alcance. Es una lucha que reclama trabajo,
sacrificios y desvelos. Ciertamente seremos los mexicanos los que básicamente
iremos forjando un futuro cada vez mejor de nuestra patria, pero si los extranjeros
están dispuestos a auxiliarnos en términos convenientes para nosotros, creo que
su colaboración debe ser bienvenida. Lo que no podemos permitir es que, por falta
de medios, se caiga el esfuerzo. Es demasiado el trecho que llevamos ya recorrido.
Sin embargo, por más que nos empeñemos, por más ayuda que recibimos de
inversionistas del exterior, nuestros avances serán penosos si no contamos con la

©Centro de Estudios Espinosa Yglesias • Discursos, ponencias y entrevistas 11
Sin título, sobre la evolución del Sistema Bancos de Comercio desde la Primera Convención, celebrada 10
años antes, y del desarrollo económico del país • Manuel Espinosa Yglesias • 6 de octubre de 1967
colaboración de países más avanzados, en especial de los Estados Unidos, en materia
de comercio. Mientras más exportemos, más importaremos. En realidad, los
dólares que México obtiene se revierten casi íntegramente a la economía norteamericana,
vía compras mayores para nuestro desarrollo. A medida que este sea mayor,
a medida que vayamos fortaleciendo nuestra economía, tendremos un comercio
mutuo mucho más intenso. Así ha pasado con Europa y así sucederá con México.
Año con año, de hecho, nuestro país registra déficit muy considerable con los
Estados Unidos. La brecha usualmente la cubrimos con ventas de servicios o con
endeudamiento externo. Para una economía con el desarrollo de la nuestra, éste
es un proceso lógico y lo entendemos. Lo que no es lógico es que el déficit se trate
de ampliar artificialmente, comprimiendo las exportaciones de productos en los
que somos particularmente eficientes.
En un país con el potencial y las aspiraciones del nuestro, el futuro promete
muchas satisfacciones. La ruta, no obstante, será accidentada y es indispensable
preparase adecuadamente para salvar cualquier escollo. Este es, en realidad, el
propósito de esta convención: cambiar impresiones entre nosotros y con algunos
representantes del gobierno, asomarnos al futuro y preparar a los Bancos de
Comercio para que en los años próximos intensifiquen su labor en el beneficio
de México. Sabemos que para ello no podemos quedarnos estáticos: necesitamos
estar en un proceso continuo de adaptación, de acomodamiento, de cambio.
Empezamos, sin embargo, a acostumbrarnos. Llevamos treinta y cinco años de
transformación continua en un México vertiginoso. No podríamos parar… ni
México podría hacerlo.