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28 / <strong>Por</strong> <strong>eso</strong> <strong>sé</strong> <strong>de</strong> <strong>amor</strong><br />
Cruzando el puente <strong>de</strong> brooklyn<br />
Javier Rioyo<br />
Cuando fui adolescente soñaba con cruzar el Puente <strong>de</strong> Brooklyn. Pasaron muchos<br />
años hasta que la realidad <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> ser un <strong>de</strong>seo. Cada vez que lo he cruzado vuelvo<br />
a ser joven. Nunca seré dueño <strong>de</strong>l puente, <strong>de</strong> ningún puente, <strong>de</strong> ningún Brooklyn.<br />
No me importa: soy el dueño <strong>de</strong> mis recuerdos. Memorias <strong>de</strong> noches con el Puente<br />
<strong>de</strong> Brooklyn. Algunos días, algunas noches he cruzado el Puente en compañía <strong>de</strong> un<br />
amigo que se llama Luis. El también fue uno <strong>de</strong> los adolescentes que soñaba con ese<br />
puente. Creció, siguió siendo poeta, conoció el puente, lo ha cruzado muchas veces<br />
pero él tampoco, nunca, será el dueño <strong>de</strong>l Puente <strong>de</strong> Brooklyn. Una pena.<br />
Si Luis fuera el dueño todos los días cruzaríamos el puente. En las mañanas nos<br />
pondríamos música <strong>de</strong> Chopin para leer mejor a Raymond Chandler. Al caer la noche,<br />
<strong>de</strong>jaríamos atrás las calles <strong>de</strong> Brooklyn, volveríamos a ese garito al otro lado <strong>de</strong>l<br />
puente, el Village Vanguard, dón<strong>de</strong> nunca escuchamos a John Coltrane, pero en<br />
esa cueva <strong>de</strong> jazz y whiskys, una noche que Brad Meldau tocaba el piano hasta que<br />
<strong>de</strong>jó <strong>de</strong> preocuparnos tener la certeza <strong>de</strong> que nunca seríamos los dueños <strong>de</strong>l Puente<br />
<strong>de</strong> Brooklyn. Pero digo, es un <strong>de</strong>cir, si Luis fuera el dueño <strong>de</strong>l Puente <strong>de</strong> Brooklyn,<br />
los bares <strong>de</strong> jazz estarían abiertos todas las noches que nos incitarían a perseguir<br />
caricias y b<strong>eso</strong>s que nos ayudaran a cruzar lentamente los puentes <strong>de</strong> nuestra vida.<br />
Muchas noches, como si hubiera bajado un ángel, cruzaríamos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un puente <strong>de</strong>l<br />
Darro al puente sobre el Hudson. Otras veces seríamos jóvenes cruzando un puente<br />
sobre el Jarama. Y en nuestros ríos, bajo nuestros puentes, no hubieran perdido<br />
la guerra todos aquellos chicos, aquellas muchachas, que tan jóvenes y soñadores<br />
cruzaron el Puente <strong>de</strong> Brooklyn que llegaron <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus barrios, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus lenguas y<br />
con su pasión armada para apren<strong>de</strong>r a morir al lado <strong>de</strong>l Puente <strong>de</strong> los Franceses en<br />
unas noches en que la mentira quiso ganar a la verdad. Si Luis fuera el dueño nunca<br />
hubieran muerto al lado <strong>de</strong>l río, ni entre los árboles. Y volveríamos a cruzar el puente<br />
cada noche que quisiéramos. Y nos besaríamos con las amadas tomando copas en<br />
unos bares que nosotros sabemos. Si Luis fuera el dueño, Nueva York sería Madrid, y<br />
Madrid, Granada, y Granada, Rota, y Rota, Cádiz. Y Cádiz, Oviedo. Y Leganés también<br />
sería Nueva York. Todas nuestras capitales serían capitales <strong>de</strong> la gloria y hasta los<br />
pueblos más pequeños tendrían su puente <strong>de</strong> Brooklyn.<br />
Celebrando que el Puente es <strong>de</strong> nuestro amigo Luis, compraríamos muchos libros<br />
sin pagar. Los libreros <strong>de</strong> viejo serían generosos, ricos y estarían <strong>de</strong>seando que<br />
nos lleváramos <strong>de</strong> sus estantes esas primeras ediciones llenas <strong>de</strong> <strong>de</strong>dicatorias, <strong>de</strong><br />
dibujos y <strong>de</strong> señales <strong>de</strong> otras vidas, otros lectores. Tendríamos tantos libros como<br />
Joaquín, Chus y Luis juntos y revueltos. En nuestra resi<strong>de</strong>ncia en la tierra habría<br />
mucho tiempo libre para leer todos los libros que amamos.Nunca nos ocurriría lo que<br />
al amigo Emilio Pacheco cuando se le ocurrió que moriría sin haber leído ese libro