La Iglesia en Discipulado Misionero (Simposio de Misionología

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SIMPOSIO DE MISIONOLOGÍ A
técnicos, más en los últimos 150 años, que a lo largo de toda su historia. Esto no significa, sin embargo,
que el hombre haya progresado al mismo ritmo en lo que es el conocimiento de su “Misterio”.
Decimos “Misterio “, consciente de que eso implica el haber sido creados a imagen y semejanza de
Dios. Como lo afirmaba San Gregorio de Nacianzo, si el hombre no fuera Misterio, ya no sería imagen
de Dios; él tiene en sí el sello de lo infinito.
El hoy de América Latina puede ser representado simbólicamente como un enorme estanque a que
llegan a desembocar como otros tantos ríos, tres grandes corrientes culturales. Nos referimos a la
cultura tradicional, la cultura moderna y la cultura postmoderna. Por otra parte está del todo claro
que estas tres corrientes aún no han llegado a una fusión armónica, coherente: aún hoy se puede evidenciar
“ por separado “ sus características. De la tradición nos llegan las profundas raíces cristianas
y católicas de las cuales no cabe prescindir en absoluto. Recordamos lo que Pablo VI dijo en su
discurso de apertura de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano el 24 de agosto de
l968, y sentimos que lo podríamos repetir hoy en día: “Nuestro radical substrato católico con sus vitales
formas vigentes de religiosidad, fue establecido, dinamizado por una vasta legión misionera de
obispos, sacerdotes, religiosos y laicos” (Doc. De Medellín, n° 3 ). Se trata de una convicción que los
obispos de América Latina ya habían expresado en su primera Conferencia General en Río de Janeiro,
en l955; allá dijeron: “ Hemos considerado lo mucho que por la gracia de Dios, hay de laudable y
consolador en la situación religiosa de cada uno de los Países de América Latina, todo lo que hace
de Latinoamérica un inmenso continente que se enorgullece de su fe católica y una magnífica esperanza
para toda la Iglesia de Cristo” ( Preámbulo de las conclusiones; cita en el Doc. De Participación,
p 27).
Toda nuestra cultura está como imbuida de concepciones y de valores cristianos, aunque eso no signifique
que sean llevados a la práctica, y sin embargo creo no exagerar afirmando que la conciencia
religioso- moral de América Latina, es fundamentalmente una conciencia cristiano-católica, inclusive
la de personas, políticos e intelectuales que por alguna razón adversan la Iglesia y sus propuestas.
La segunda corriente corresponde a la Modernidad. Esta se caracteriza sobre todo por la fe en la
ciencia, entendida fundamentalmente como saber de lo constatable, medible, verificable o no falseable.
Y es aquí, cuando la ciencia podría aparecer en contraste con la fe, ya que por ésta el creyente
está llamado a trascender lo constatable y a aceptar, por la autoridad de quien lo revela, el Misterio.
Es verdad, no debería haber contraste entre fe y ciencia, pero con frecuencia se da un abierto contraste
entre las dos, no por ellas mismas, sino por el fácil riesgo que tiene el que “sabe científicamente”
de extrapolar su saber, aplicando al ámbito de la fe el método propio de la ciencia. Cuando la ciencia
quiere dirigir la acción humana, tenemos la técnica. Hoy, debido a los sorprendentes éxitos logrados
en este campo, tenemos una “exagerada” y acrítica fe en la tecnología a tal punto que los Países
del mundo son clasificados por el nivel científico y técnico que ellos han alcanzado, con el fácil
riesgo de olvidar que tal progreso no está acompañado necesariamente por un correspondiente y adecuado
progreso humano integral… Con demasiada frecuencia los conocimientos y destrezas técnicas
son utilizados no en favor del hombre sino para sacrificarlo más fácilmente.
La Modernidad ha introducido en nuestra cultura lo que es conocido como “visión de progreso global”,
significando con esta expresión que la humanidad va necesariamente progresando hacia “ lo mejor”,
lo más humano, y esto gracias a la unión fecunda entre ciencia y técnica.
De los “aportes” propios de la Modernidad, evidenciamos dos que corresponden al ámbito religioso y
moral: