Descargar - Els arbres de Fahrenheit
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eferido a la fluencia como a algo que va hacia la <strong>de</strong>sembocadura (reposo)-, tanto el<br />
tenor <strong>de</strong>l plan fáustico como <strong>de</strong> la mística afín a él llevan en sí el instante y no como<br />
abstracción. «Mantente un instante, eres tan bella» : ello tiene que po<strong>de</strong>r ser dicho<br />
al instante como algo supremo, también a aquel totalmente plenificado y tan<br />
constante, tan resistente al que apunta la mística <strong>de</strong> Eckhardt como el Nu (nunc<br />
stans) <strong>de</strong> la perfección. Todas estas manifestaciones, tan diversas entre sí, se unen<br />
en el reconocimiento <strong>de</strong> un «ahora» real; a diferencia <strong>de</strong> la corriente abstracta <strong>de</strong> los<br />
vitalistas. Y queda, en último término, el pulso, que ofrece el mo<strong>de</strong>lo al carácter<br />
instantáneo intermitente <strong>de</strong> la conciencia, o para <strong>de</strong>cirlo mejor, que tiene lugar en el<br />
organismo como correspon<strong>de</strong>ncia. Partiendo <strong>de</strong> la pulsación se experimenta el<br />
instante anímico en el golpetear <strong>de</strong> su «ahora», en la precipitación hacia a<strong>de</strong>lante, y<br />
también en lo transitivo <strong>de</strong> todos los instantes. Mas, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, no se muestra en<br />
esta inmediatez, el vislumbre no va más allá que a po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>signar y experimentar<br />
como oscuro el instante vivido. Y a ello ha <strong>de</strong> añadirse lo <strong>de</strong>cisivo, <strong>de</strong> que en todo lo<br />
anterior el problema va más allá do ha mera psicología: la oscuridad <strong>de</strong>l instante<br />
vivido es modélico para la oscuridad <strong>de</strong> lo objetivo. También para el no-tenerse <strong>de</strong><br />
aquel elemento temporal intensivo que no se ha <strong>de</strong>sarrollado todavía él mismo en el<br />
tiempo y en el proceso como en su contenido. No lo más lejano, por tanto, sino lo<br />
más próximo es todavía completamente oscuro, y ello precisamente porque lo más<br />
próximo es lo más inmanente; en este algo más próximo se encierra el nudo <strong>de</strong>l<br />
enigma <strong>de</strong> la existencia. La vida <strong>de</strong>l “ahora” intensiva en su sentido más propio, no<br />
ha sido llevada ante sí como vista, como <strong>de</strong>sentrañada; y por eso es, en la menor<br />
medida, existencia, y menos aún, revelación. El «ahora» <strong>de</strong>l existere, que mueve<br />
todo y en el que todo se mueve, es lo menos experimentado <strong>de</strong> todo; se mueve<br />
constantemente bajo el mundo. Constituye el algo a realizar que menos se ha<br />
realizado, una oscuridad <strong>de</strong>l instante activa <strong>de</strong> sí misma.<br />
De don<strong>de</strong> surge la conclusión extraña <strong>de</strong> que ningún hombre está ahí<br />
verda<strong>de</strong>ramente, vive. Porque vida significa, en efecto, estar ahí, no estar antes o<br />
<strong>de</strong>spués, pregusto o trasgusto. Significa cortar la flor <strong>de</strong>l día, en el sentido más<br />
simple y más fundamental; significa comportarse concretamente respecto al<br />
«ahora». Pero precisamente porque nuestro más próximo y propio incesante estar<br />
ahí no lo es, ningún hombre vive realmente, y no vive precisamente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> esta<br />
vertiente. Carpe diem en un gozo rápido, impensado, parece tan simple, tan<br />
extendido, y, sin embargo, es tan raro que, como el verda<strong>de</strong>ro corte <strong>de</strong> la flor, no<br />
tiene lugar en absoluto. Nada es precisamente más fugitivo <strong>de</strong>l presente que aquel<br />
carpe diem que parece sumergirse en el gozo <strong>de</strong>l «ahora», nada menos cargado <strong>de</strong><br />
ser, ninguna mayor trivialidad ante rem. E1 coger la flor <strong>de</strong>l día no se pue<strong>de</strong> por eso<br />
llevar a cabo tan rápidamente, a no ser que el «mantente un punto» dirigido al<br />
instante se convierta, <strong>de</strong> hecho, en el lecho <strong>de</strong>l abandono. La holgura primigenia<br />
tiene, sin duda, su honor; pero, al parecer, solo tiene su lugar propio en el sótano <strong>de</strong><br />
Auerbach o, incluso, en el placer filisteo <strong>de</strong> la posesión. Ya anteriormente (págs. 172<br />
y sgs.) trajimos a la memoria a Lenau y a Kierkegaard como no-maestros-no sin<br />
reservas, pero muy memorables-<strong>de</strong>l carpe diem. Ambos estaban con<strong>de</strong>nados a ver<br />
la imagen <strong>de</strong> la amante con ella misma en el tumulto. Pue<strong>de</strong> tratarse <strong>de</strong> <strong>de</strong>bilidad<br />
vital, pero, sin embargo, el enorme argumento <strong>de</strong> la Helena egipcia nos muestra que<br />
el caso no se agota con<strong>de</strong>bilidad, ni tampoco con excesividad romántica ni con una<br />
especie <strong>de</strong> neurosis utópica. El carpe diem corriente no va más allá <strong>de</strong> lo<br />
meramente impresionable, <strong>de</strong> la superficie <strong>de</strong>l momento, placentero o doloroso, más<br />
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