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Los de Abajo Mariano Azuela

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artículos en El Regional, el que usaba con tanta prodigalidad <strong>de</strong>l epíteto <strong>de</strong> bandidos para nosotros,<br />

milite en nuestras propias filas ahora.<br />

—¡La verdad <strong>de</strong> la verdad, me han convencido! —repuso enfático Cervantes.<br />

— ¿Convencido?...<br />

Solís <strong>de</strong>jó escapar un suspiro; llenó los vasos y bebieron.<br />

—¿Se ha cansado, pues, <strong>de</strong> la revolución? —preguntó Luis Cervantes esquivo.<br />

— ¿Cansado?... Tengo veinticinco años y, usted lo ve, me sobra salud... ¿Desilusionado? Pue<strong>de</strong><br />

ser.<br />

— Debe tener sus razones...<br />

— "Yo pensé una florida pra<strong>de</strong>ra al remate <strong>de</strong> un camino... Y me encontré un pantano." Amigo mío:<br />

hay hechos y hay hombres que no son sino pura hiel... Y esa hiel va cayendo gota a gota en el alma,<br />

y todo lo amarga, todo lo envenena. Entusiasmo, esperanzas, i<strong>de</strong>ales, alegrías..., ¡nada! Luego no le<br />

queda más: o se convierte usted en un bandido igual a ellos, o <strong>de</strong>saparece <strong>de</strong> la escena,<br />

escondiéndose tras las murallas <strong>de</strong> un egoísmo impenetrable y feroz.<br />

A Luis Cervantes le torturaba la conversación; era para él un sacrificio oír frases tan fuera <strong>de</strong> lugar y<br />

tiempo. Para eximirse, pues, <strong>de</strong> tomar parte activa en ella, invitó a Solís a que menudamente refiriera<br />

los hechos que le habían conducido a tal estado <strong>de</strong> <strong>de</strong>sencanto.<br />

— ¿Hechos?... Insignificancias, na<strong>de</strong>rías: gestos inadvertidos para los más; la vida instantánea <strong>de</strong><br />

una línea que se contrae, <strong>de</strong> unos ojos que brillan, <strong>de</strong> unos labios que se pliegan; el significado fugaz<br />

<strong>de</strong> una fiase que se pier<strong>de</strong>. Pero hechos, gestos y expresiones que, agrupados en su lógica y natural<br />

expresión, constituyen e integran una mueca pavorosa y grotesca a la vez <strong>de</strong> una raza... ¡De una<br />

raza irre<strong>de</strong>ntal... —Apuró un nuevo vaso <strong>de</strong> vino, hizo una larga pausa y prosiguió—: Me preguntará<br />

que por qué sigo entonces en la revolución. La revolución es el huracán, y el hombre que se entrega<br />

a ella no es ya el hombre, es la miserable hoja seca arrebatada por el vendaval...<br />

Interrumpió a Solís la presencia <strong>de</strong> Demetrio Macías, que se acercó.<br />

— Nos vamos, curro...<br />

Alberto Solís, con fácil palabra y acento <strong>de</strong> sinceridad profunda, lo felicitó efusivamente por sus<br />

hechos <strong>de</strong> armas, por sus aventuras, que lo habían hecho famoso, siendo conocidas hasta por los<br />

mismos hombres <strong>de</strong> la po<strong>de</strong>rosa División <strong>de</strong>l Norte.<br />

Y Demetrio, encantado, oía el relato <strong>de</strong> sus hazañas, compuestas y a<strong>de</strong>rezadas <strong>de</strong> tal suerte, que él<br />

mismo no las conociera. Por lo <strong>de</strong>más, aquello tan bien sonaba a sus oídos, que acabó por contarlas<br />

más tar<strong>de</strong> en el mismo tono y aun por creer que así habíanse realizado.<br />

— ¡Qué hombre tan simpático es el general Natera! —observó Luis Cervantes cuando regresaba al<br />

mesón—. En cambio, el capitancillo Solís... ¡qué latal...<br />

Demetrio Macías, sin escucharlo, muy contento, le oprimió un brazo y le dijo en voz baja:<br />

—Ya soy coronel <strong>de</strong> veras, curro... Y usted, mi secretario...<br />

<strong>Los</strong> hombres <strong>de</strong> Macías también hicieron muchas amista<strong>de</strong>s nuevas esa noche, y "por el gusto <strong>de</strong><br />

habernos conocido", se bebió harto mezcal y aguardiente. Como no todo el mundo congenia y a<br />

veces el alcohol es mal consejero, naturalmente hubo sus diferencias; pero todo se arregló en buena<br />

forma y fuera <strong>de</strong> la cantina, <strong>de</strong> la fonda o <strong>de</strong>l lupanar, sin molestar a los amigos.<br />

A la mañana siguiente amanecieron algunos muertos: una vieja prostituta con un balazo en el ombligo<br />

y dos reclutas <strong>de</strong>l coronel Macías con el cráneo agujereado. Anastasio Montañés le dio cuenta a su<br />

jefe, y éste, alzando los hombros, dijo:<br />

— ¡Psch!... Pos que los entierren...<br />

XIX

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