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Los de Abajo Mariano Azuela

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—Allí vienen ya los gorrudos —clamaron con azoro los vecinos <strong>de</strong> Fresnillo cuando supieron que el<br />

asalto <strong>de</strong> los revolucionarios a la plaza <strong>de</strong> Zacatecas había sido un fracaso.<br />

Volvía la turba <strong>de</strong>senfrenada <strong>de</strong> hombres requema. dos, mugrientos y casi <strong>de</strong>snudos, cubierta la<br />

cabeza con sombreros <strong>de</strong> palma <strong>de</strong> alta copa cónica y <strong>de</strong> inmensa falda que les ocultaba medio<br />

rostro.<br />

Les llamaban los gorrudos. Y los gorrudos regresaban tan alegremente como habían marchado días<br />

antes a los combates, saqueando cada pueblo, cada hacienda, cada ranchería y hasta el jacal más<br />

miserable que encontraban a su paso.<br />

— ¿Quién me merca esta maquinaria? —pregonaba uno, enrojecido y fatigado <strong>de</strong> llevar la carga <strong>de</strong><br />

su "avance".<br />

Era una máquina <strong>de</strong> escribir nueva, que a todos atrajo con los <strong>de</strong>slumbrantes reflejos <strong>de</strong>l niquelado.<br />

La "Oliver", en una sola mañana, había tenido cinco propietarios, comenzando por valer diez pesos,<br />

<strong>de</strong>preciándose uno o dos a cada cambio <strong>de</strong> dueño. La verdad era que pesaba <strong>de</strong>masiado y nadie<br />

podía soportarla más <strong>de</strong> media hora.<br />

— Doy peseta por ella —ofreció la Codorniz.<br />

— Es tuya —respondió el dueño dándosela prontamente y con temores ostensibles <strong>de</strong> que aquél<br />

se arrepintiera.<br />

La Codorniz, por veinticinco centavos, tuvo el gusto <strong>de</strong> tomarla en sus manos y <strong>de</strong> arrojarla luego<br />

contra las piedras, don<strong>de</strong> se rompió ruidosamente.<br />

Fue como una señal: todos los que llevaban objetos pesados o molestos comenzaran a <strong>de</strong>shacerse<br />

<strong>de</strong> ellos, estrellándolos contra las rocas. Volaron los aparatos <strong>de</strong> cristal y porcelana; gruesos espejos,<br />

can<strong>de</strong>labros <strong>de</strong> latón, finas estatuillas, tibores y todo lo redundante <strong>de</strong>l "avance" <strong>de</strong> la jornada quedó<br />

hecho añicos por el camino.<br />

Demetrio, que no participaba <strong>de</strong> aquella alegría, ajena <strong>de</strong>l todo al resultado <strong>de</strong> las operaciones<br />

militares, llamó aparte a Montañés y a Pancracio y les dijo:<br />

—A éstos les falta nervio. No es tan trabajoso tomar una plaza. Miren, primero se abre uno así...,<br />

luego se va juntando, se va juntando..., hasta que ¡zas!... ¡Y ya!<br />

Y, en un gesto amplio, abría sus brazos nervudos y fuertes; luego los aproximaba poco a poco,<br />

acompañando el gesto a la palabra, hasta estrecharlos contra su pecho.<br />

Anastasio y Pancracio encontraban tan sencilla y tan clara la explicación, que contestaron<br />

convencidos:<br />

— ¡Esa es la mera verdá!... ¡A éstos les falta ñervo!...<br />

La gente <strong>de</strong> Demetrio se alojó en un corral.<br />

—¿Se acuerda <strong>de</strong> Camila, compadre Anastasio? —exclamó suspirando Demetrio, tirado boca arriba<br />

en el estiércol, don<strong>de</strong> todos, acostados ya, bostezaban <strong>de</strong> sueño.<br />

— ¿Quién es esa Camila, compadre?<br />

— La que me hacía <strong>de</strong> comer allá, en el ranchito... Anastasio hizo un gesto que quería <strong>de</strong>cir: "Esas<br />

cosas <strong>de</strong> mujeres no me interesan a mí".<br />

— No se me olvida —prosiguió Demetrio hablando y con el cigarro en la boca—. Iba yo muy<br />

retemalo. Acababa <strong>de</strong> beberme un jarro <strong>de</strong> agua azul muy fresquecita. "¿No quere más?", me<br />

preguntó la prietilla... Bueno, pos me quedé rendido <strong>de</strong>l calenturón, y too fue estar viendo una jícara<br />

<strong>de</strong> agua azul y oír la vocecita: "¿No quere más?"... Pero una voz, compadre, que me sonaba en las<br />

orejas como organillo <strong>de</strong> plata... Pancracio, tú ¿qué dices? ¿Nos vamos al ranchito?<br />

— Mire, compadre Demetrio, ¿a que no me lo cree? Yo tengo mucha experiencia en eso <strong>de</strong> las<br />

viejas... ¡Las mujeres!... Pa un rato... ¡Y mi' qué rato!... ¡Pa las lepras y rasguños con que me han

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