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Amarga juventud - España Roja

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Prefacio: El valor de la memoria. Lorenzo Peña. 2010 8<br />

quiera en los relativos refugios de París y Ginebra), más que las penurias y las<br />

dificultades, más que todas las incomodidades prácticas, hacían dura la lucha<br />

la frialdad y la aspereza que frecuentemente se practicaban en nuestras filas.<br />

Sigo pensando hoy que el comunismo del siglo XX fue un movimiento<br />

con importantes virtudes, globalmente positivo para la historia humana; pero<br />

tuvo también serios defectos.<br />

El mayor de todos fue el espíritu de rudeza, el trato hosco, a veces<br />

agrio, hacia los camaradas, fruto de un afán desmedido de crítica y autocrítica,<br />

que a menudo se convertía en flagelación sadomasoquista. La raíz del mal fue<br />

una carencia axiológica, una falta de inclusión en la tabla de valores profesados<br />

(junto a los masculinos, que sí se apreciaban: firmeza, combatividad, intransigencia<br />

de principio, disciplina férrea, aguante y entrega) de valores femeninos:<br />

afecto, compasión, amabilidad, indulgencia. Sin ellos un movimiento humanista,<br />

como el comunismo, se trocaba en algo deshumanizado.<br />

Tal vez la adopción de esos valores femeninos hubiera obstaculizado un<br />

poco, a corto plazo, las tareas revolucionarias; un utilitarismo de vía estrecha<br />

llevaría, pues, a desecharlos. Pero un utilitarismo más inteligente, que vea más<br />

a largo plazo (o, quizá mejor, un consecuencialismo ponderado), sabrá que tensar<br />

la cuerda en exceso, ser duros e implacables con los errores o las carencias<br />

de los compañeros (o lo que —visto desde fuera y sin la debida apreciación de<br />

las circunstancias— puede parecer un error o una carencia), acaban conduciendo<br />

al desánimo y la división, a sembrar la cizaña y a provocar la deserción y aun<br />

la hostilidad de quienes se sienten vejados e injustamente tratados. Muchas escisiones,<br />

muchas enemistades, se habrían evitado con unas dosis de esos valores<br />

convencionalmente asociados a lo femenino. La lucha habría sido más llevadera<br />

y, en definitiva, la organización habría sido más fuerte y eficaz.<br />

En este punto sí creo que mi testimonio puede servir de guía. No porque<br />

esté hoy planteada una lucha similar a aquella en la que yo participé. Estamos<br />

en otros tiempos, con sus propias demandas, con sus propias posibilidades,<br />

con sus propias tareas. Pero sí es verdad que, para cualesquiera obras humanas,<br />

es menester la coordinación, la asociación; y que, para asociarse, hay que compartir<br />

unas pautas, fundadas en unos valores. ¿Qué valores? Maximizar la eficacia<br />

a corto plazo llevará a seleccionar valores que sirvan a lo expeditivo. El afán<br />

de resultados hoy se suele presentar con otras modalidades, como las de la<br />

cultura de contabilidad tecnocrática y gestocrática. El problema de fondo es<br />

igual. Es menester atemperar esa ansia de adquisiciones con un espíritu cálido<br />

de comprensión humana, con los valores de la delicadeza, la suavidad y la<br />

mesura.<br />

Aclararé, por último, que no porque los hechos aquí recordados sean<br />

amargos lo es mi memoria de quienes fueron mis compañeros de aventuras<br />

—con un par de excepciones, que dejo al lector adivinar leyendo las páginas que<br />

siguen—. Al revés, a mis camaradas los recuerdo como mujeres y hombres valerosos,<br />

inteligentes y abnegados. ¿Qué memoria, dulce o amarga, dejé yo en ellos<br />

y en cuantos se relacionaron conmigo? A quienes han sobrevivido se les puede

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