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Amarga juventud - España Roja

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De la infancia alicantina a la Facultad de Filosofía en Madrid 16<br />

1 de mayo de 1897. Como caballerizo de Palacio, acompañó a Alfonso XIII en muchos<br />

de sus ejercicios ecuestres.<br />

Contrajo matrimonio en la Parroquia de San Marcos el 21 de septiembre de<br />

1910 con Mª de los Ángeles González Prieto (hija de Felipa Prieto Crespo y del capitán<br />

de infantería Mateo González Municio, condecorado con la Cruz de San Hermenegildo<br />

e inválido por la guerra de Cuba —primer acto en la familia de lucha contra el imperialismo<br />

yanqui). La edad de los contrayentes era más avanzada de lo usual: el novio<br />

acababa de cumplir 31 años y la novia tenía 26. El matrimonio tendrá un solo vástago:<br />

mi madre, nacida el 5 de octubre de 1911.<br />

Mi abuela materna, Ángeles González, era, al igual que su marido, una persona<br />

de orden, de convicciones conservadoras, aunque ella pensaba que era de ideas avanzadas<br />

y abierta al cambio de los tiempos. Habiéndose quedado huérfana de madre en su<br />

infancia, le había tocado cuidar maternalmente de sus ocho hermanos (creo que era la<br />

mayor). Llegada a Madrid en los primeros días del siglo XX, recibió la oferta de un empleo<br />

de secretaria, a causa de su buena letra; su padre le prohibió hacerlo (una señorita<br />

de clase media no debía trabajar). Esas experiencias habían marcado algunos rasgos de<br />

su fuerte temperamento.<br />

Yo no conoceré nunca a mis abuelos paternos. A mi abuelo materno un poco,<br />

pero morirá en 1950, teniendo yo cinco años. En cambio tengo un fortísimo y hondo<br />

recuerdo de mi abuela. Sentía una piadosa devoción por la Virgen del Pilar, a cuya milagrosa<br />

intercesión atribuía haberse salvado de muchos peligros. Su arraigadísima religiosidad<br />

era, no obstante, selectiva: no era devota de ningún santo humano ni angélico,<br />

sino sólo de Jesucristo —principalmente en su advocación del Buen Pastor— y de la Madre<br />

de Dios, bajo la ya mencionada advocación del Pilar (evidentemente un rasgo muy<br />

patriótico; las advocaciones foráneas no le decían nada). No practicaba la confesión ni<br />

la comunión frecuentes ni era de misa diaria, aunque sí era asidua de novenas de Nuestra<br />

Señora. Pocas veces en su vida debió acudir a procesiones; que yo sepa nunca asistió<br />

a los Oficios de semana santa (aunque sí visitaba los monumentos el Jueves Santo). Rezaba<br />

el rosario y la salve; traía mucho consigo un misal-devocionario (que yo aún conservo),<br />

donde coleccionaba estampas y recordatorios religiosos; puntualmente ponía las<br />

lamparillas la víspera del Día de Difuntos, 2 de noviembre, y acudía al cementerio a llorar<br />

a su esposo, al que mencionaba y recordaba con gran añoranza y afecto (aunque no<br />

era una mujer sentimental).<br />

Aunque mis abuelos maternos —y los antepasados de mi abuelo— eran gente de<br />

Palacio, su posición en la Corte era la que corresponde a humildes criados —palafreneros<br />

y mozos de cuadra— (por mucho que tal o cual de entre ellos haya sido encumbrado por<br />

el favor regio dentro de la escala de la servidumbre palaciega). Eso sí, conocieron con<br />

asiduidad a personajes de los círculos cortesanos, varios de ellos de alta estirpe, teniendo<br />

trato ocasional —y buenas relaciones— con muchos otros individuos allegados a<br />

la Corona, como el futuro almirante y vicepresidente del gobierno, D. Luis Carrero<br />

Blanco. Siempre sintieron profunda antipatía por la grandeza, a cuya insultante soberbia<br />

contraponían la campechanía populachera de D. Alfonso, para ellos el buen rey sencillo<br />

y accesible. No yendo dirigida tal animadversión más que contra la grandeza, y no<br />

contra la aristocracia en general, el distingo era seguramente sólo un subterfugio por su

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