Biblioteca de México - Red Nacional de Bibliotecas
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ciudad, en un cartel, usted es la <strong>de</strong> la conferencia.<br />
Luego puso cara seria y dijo:<br />
-El título no me gusta, no promete nada<br />
bueno.<br />
Su voz se volvió casi <strong>de</strong> <strong>de</strong>sprecio, o así le<br />
pareció a ella: "Nuestro camarada Céline", añadió<br />
el señor anciano haciendo una ligera mueca:<br />
-Creía que cosas como ésas las había ya tragado<br />
el tiempo.<br />
-El título no lo escogí yo -contestó ella con<br />
vehemencia. Se acercó a su maleta y la agarró<br />
con <strong>de</strong>cisión.<br />
-Escuche --dijo <strong>de</strong>spués-, aprovecharemos<br />
el tiempo <strong>de</strong> una manera más útil, tenemos dos<br />
horas <strong>de</strong> espera por <strong>de</strong>lante, tal vez podríamos ir<br />
a un restaurante a comer algo.<br />
En su interior comprendió que se trataba <strong>de</strong><br />
una súplica, pero quizá el anciano no se había<br />
percatado <strong>de</strong> eso.<br />
Se sentía mejor ahora, más serena, más calmada;<br />
advirtió que la presencia <strong>de</strong>l anciano, con sus<br />
buenos modales, la apaciguaba. Porque era hermoso<br />
y tranquilizador estar en ese restaurante<br />
algo viejo y simpático, con el mesero que esperaba<br />
pacientemente las indicaciones <strong>de</strong> ellos dos.<br />
Tienes que lograr que no vuelva sobre el tema,<br />
<strong>Biblioteca</strong> <strong>de</strong> <strong>México</strong><br />
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se dijo, y durante un rato lo logró, prácticamente<br />
habló sólo ella, habló <strong>de</strong>l tiempo, <strong>de</strong> viajes, <strong>de</strong><br />
los trenes, <strong>de</strong> un viaje que nunca había hecho y<br />
que <strong>de</strong>scribió en sus pormenores. Pero durante<br />
una pequeña pausa él volvió sobre el tema. Dijo<br />
su nombre y su apellido, y agregó:<br />
-Discúlpeme si hace un rato estuve un poco<br />
brusco, señora.<br />
-No creo que fuera brusco -contestó ella,<br />
esperando dar por terminado el asunto.<br />
-Sí -insistió él-, fui brusco, pero tengo que<br />
ser sincero, no me gustan los fascistas.<br />
-Si es por eso, no se preocupe -cortó ella,<br />
tajante-, tampoco a mí me gustan.<br />
Observó atentamente la expresión que sus palabras<br />
provocaron en la cara <strong>de</strong> él. Era una expresión<br />
<strong>de</strong> asombro infantil, y una expresión <strong>de</strong> asombro<br />
infantil en el rostro <strong>de</strong> un hombre anciano era algo<br />
curioso, lo volvía vulnerable y <strong>de</strong>sarmado.<br />
-No comprendo -replicó él seriamente.<br />
También ella sintió que tenía que ser seria, y<br />
en el fondo lo era, sin duda, ahora lo sentía profundamente,<br />
con la seriedad que otorgaban el<br />
ambiente y esa persona respetable, sintió haber<br />
dicho la verdad, porque esa era la verdad, su profunda<br />
verdad que jamás lograría explicar a nadie.<br />
-No creo que pueda usted compren<strong>de</strong>rme<br />
--dijo con firmeza-, créame.<br />
y entonces él, con <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za, empezó a hablar<br />
<strong>de</strong> otras cosas. Primero habló <strong>de</strong> la pequeña ciudad<br />
y luego, inevitablemente, pero siempre con<br />
<strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za y con pudor, empezó a hablar <strong>de</strong> él<br />
mismo y <strong>de</strong> su vida. ¡Cómo le gustaba oírlo<br />
hablar! Experimentó nuevamente una sensación<br />
<strong>de</strong> serenidad y bienestar. Era hermoso escuchar a<br />
un hombre que le hablaba; mientras oía esa voz<br />
tranquilizadora, podía pensar en otras cosas, huir<br />
lejos por un instante y luego volver a prestar<br />
atención y <strong>de</strong>spués huir <strong>de</strong> nuevo, total, el hombre<br />
contaba una vida banal y previsible. Era<br />
viudo, algo que ella había presentido, quién sabe<br />
por qué. Y estaba jubilado, cosa que también<br />
había sospechado. Había sido profesor <strong>de</strong> latín<br />
en un liceo <strong>de</strong> la pequeña ciudad cercana, don<strong>de</strong><br />
,<br />
ahora vivía su hija, casada y con dos niños. El, en<br />
cambio, vivía ahí, en ese gran pueblo a cincuenta<br />
kilómetros <strong>de</strong> la pequeña ciudad, don<strong>de</strong> se había<br />
retirado porque no quería vivir con su hija y su<br />
yerno. Tenía una casita que había pertenecido a<br />
sus padres, don<strong>de</strong> había pasado su juventud,<br />
pero era fácil ir a visitar a su hija , la ruta <strong>de</strong>l<br />
ferrocarril era buena, al menos cuando no ocurrían<br />
acci<strong>de</strong>ntes como ahora; esa noche justamente<br />
se disponía a ir a casa <strong>de</strong> ella, aunque <strong>de</strong> todas<br />
maneras ya le había avisado <strong>de</strong>l contratiempo,<br />
hablándole por teléfono. Y luego le habló <strong>de</strong> su<br />
mujer, <strong>de</strong> una vida feliz , ella había muerto hacía<br />
cuatro años y él se sentía muy solo. Habló <strong>de</strong> la<br />
soledad, <strong>de</strong> una vida gris y escuálida en aquella<br />
provincia estúpida, <strong>de</strong>l aburrimiento, <strong>de</strong> la melancolía.<br />
Su sola compañía eran los clásicos latinos. Y<br />
tenía un gato. Como si <strong>de</strong>spertara <strong>de</strong> golpe <strong>de</strong> sus<br />
meditaciones en voz alta, miró alarmado el reloj: