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Bar La Rambla, donde se dice que López Velarde escribió "La Suave Patria"
diálogos sin sustancia y le dije adiós
enseguida". No obstante, en medio
de reproches y nostalgias, López
Velarde supo registrar los contrastes
urbanos a través de la noche:
También es poderosa la magia
de la lluvia para contagiamos de
tristeza. Mirad ... Los trasnochadores
atraviesan serenamente, protegidos
por sus impermeables,
las avenidas; en la caja charolada
de los carruajes se guarecen las
señoras próceres; por los cristales
de los palacios se asoman los
niños linajudos a mirar cómo los
punteros de la lluvia rayan el
pavimento; pero pocos son los
que reparan en el dolor y en la
indigencia plebeyos ...
Ramó n López Velarde siempre
fue sensible a las influencias atmosféricas,
pero las convertía en paisajes
interiores, en la palabra y los
sonidos de un territorio de sueños
y recuerdos, un traspaís al que se
avizora desde la distancia que trasciende
la geografía, y se expresa en
la magia de los objetos, de los
espacios íntimos y los invernaderos
de lo doméstico. Ellos contagian, a
quienes saben vivirlos, un misterio
irrenunciable y la cifra de lo que
perdura. Así escribió el poeta sobre
la sala de estar de una casa:
Vieja sala, escenario de la medi-
tación y palenque de la fantasía:
que el estrago de la guerra horade
tus muros y tuerza tus rejas;
pero que respete la fragilidad de
tus vidrieras, de tus vidrieras que
deformaban gentilmente la
visión de la Plaza, engrandeciendo
sus árboles y empequeñeciendo
su kiosco. De tus vidrieras
que, mientras la serenata se
desliza entre valses y marchas,
se reflejan en tu oscuridad fielmente,
como si confesaran y
acusaran las burbujas de su
imperfección.
Las anteriores visiones internas
no sólo muestran la vigencia en
1916 de un motivo circular del
periodismo literario desde el siglo
pasado, el que reflejaba los mundos
dentro del mundo de las decoraciones
privadas, reino opuesto a
lo público; aquellas también urdían
las huellas de un temperamento
adicto a los fantasmas. Ya en su
crónica "Espantos", López Velarde
contó su testimonio del "hombre de
gas y de penumbra" que en la
niñez surgía del fondo del ropero
en su recámara; aSimismo, en sus
apuntes sobre las divas del cinematógrafo,
expresa su deseo de que
éstas encarnen, en lugar de ser
sombras distantes: "La Bertini, ¡Ah,
sí, la Bertini! Anhelaríamos que se
corporizase en el mito profundo de
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la pantalla y batiríamos palmas
como si sus tobillos, cuantiosos y
sumarios, franqueasen el utópico
recuadro, camino del espectador",
Hacia aquellas fechas, quizá ya
contagiado de los "espejismos de la
modernidad", como se lo reprochará
su amigo Eduardo J, Correa,
Ramón López Velarde se entrega a
la fantasía de fundir sus valores
provincianos -más que católicoscon
las seducciones urbanas, tal
como se lee en su texto "La dama
en el campo":
Yo entretengo estas horas con
un sabroso capricho: el trasladar
al campo la mujer más sugestiva
de la Capital (...) usted, tan urbanizada,
¿cómo se vería vestida de
negro, en el tablero amarillo de
la cosecha? Yo nunca la he mirado
vestida de negro, por más .
que lo he deseado. Imaginarla
de luto en lo raso de una llanada,
entre maíz o entre paja, bajo
el resplandor metálico de la
tarde, vale tanto como imaginar
mi propia tristeza en medio de
caricias sensuales.
Tal empeño de conciliar lo contrapuesto,
revela no sólo un giro
retórico, sino la certeza de quien
desea hallar un consuelo para una
oscilación de los tiempos, la búsqueda
de un aroma obsolescente: