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1 EL CAMALEÓN Tomado de: Chejov, Anton. Cuentos ... - Confiar

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<strong>EL</strong> <strong>CAMALEÓN</strong><br />

<strong>Tomado</strong> <strong>de</strong>: <strong>Chejov</strong>, <strong>Anton</strong>. <strong>Cuentos</strong> completos, T.I. Ediciones Aguilar, Madrid, 1965.<br />

El inspector <strong>de</strong> policía Ochumélov, con un nuevo capote y un hato en la mano,<br />

atravesaba la plaza <strong>de</strong>l mercado. Le seguía un guardia pelirrojo que llevaba un cesto<br />

cargado hasta los bor<strong>de</strong>s <strong>de</strong> uva espina confiscada. En torno reinaba el silencio... En la<br />

plaza no había ni un alma... Las puertas abiertas <strong>de</strong> tiendas y tabernas contemplaban el<br />

mundo con aire melancólico, cual fauces hambrientas; junto a ellas no se veía ni siquiera<br />

mendigos.<br />

—¡¿Conque a mor<strong>de</strong>r, maldito?! —oyó <strong>de</strong> pronto Ochumélov—. ¡Que no<br />

escape! ¡¿Quién le ha dado permiso para mor<strong>de</strong>r?! ¡Agárrale! ¡Ah... ah!<br />

Se oyó el gemido <strong>de</strong> un perro. Ochumélov miró hacia un lado y vio cómo <strong>de</strong>l<br />

almacén <strong>de</strong> leña <strong>de</strong>l comerciante Pichuguin, sobre tres patas y mirando en todas<br />

direcciones, salía corriendo un perro. Lo perseguía un hombre que llevaba una camisa<br />

almidonada y el chaleco sin abrochar. El hombre corrió tras él, se abalanzó y cayendo al<br />

suelo sujetó el perro por las patas traseras. Se oyó un segundo gemido y un grito: "¡No lo<br />

sueltes!" En las puertas <strong>de</strong> las tiendas aparecieron algunas caras soñolientas y al poco<br />

rato, como salido <strong>de</strong> la nada, junto al almacén <strong>de</strong> leña, se reunió un gentío.<br />

—¡Diría que hay <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n, señoría! —dijo el guardia.<br />

Ochumélov giró a la izquierda y se dirigió hacia los reunidos. Justo al lado <strong>de</strong>l<br />

portalón <strong>de</strong>l almacén vio al individuo antes mencionado, el <strong>de</strong>l chaleco sin abrochar, que<br />

alzando su mano <strong>de</strong>recha mostraba a la gente su <strong>de</strong>do cubierto <strong>de</strong> sangre. En su rostro<br />

medio ebrio se podía leer la expresión: "¡Esta me la pagas, maldito!", e incluso el <strong>de</strong>do<br />

alzado parecía una ban<strong>de</strong>ra victoriosa. Ochumélov reconoció al hombre, era Jriukin, el<br />

orfebre. En el centro <strong>de</strong>l grupo, con las patas <strong>de</strong>lanteras abiertas y el cuerpo tembloroso,<br />

se hallaba sentado el culpable <strong>de</strong> todo aquel escándalo: un blanco cachorro <strong>de</strong> lebrel, con<br />

el hocico afilado y una mancha amarilla en la espalda. En sus ojos llorosos se reflejaba<br />

la amargura y el horror.<br />

— ¿Qué pasa aquí? —preguntó Ochumélov introduciéndose entre la gente—.<br />

¿Qué hacen aquí? ¿Y tú, por qué levantas el <strong>de</strong>do? ¿Quién ha gritado?<br />

— Mire, señoría, yo iba sin meterme con nadie.... —comenzó diciendo Jriukin<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> toser en el puño—, a por leña con Mitri Mitrich y, sin comerlo ni beberlo,<br />

este maldito perro me mordió el <strong>de</strong>do... Usted me perdonará, pero yo vivo <strong>de</strong> mi<br />

trabajo... Y me <strong>de</strong>dico a cosas <strong>de</strong>licadas. O sea que a ver si me pagan esto, porque a lo<br />

mejor no puedo mover este <strong>de</strong>do en toda una semana... ¡Y es que no hay ley, señoría,<br />

que permita a los bichos a incordiar a la gente!... Porque si todos se ponen a dar<br />

mordiscos, mejor sería no vivir en este mundo...<br />

— ¡Hum!... Bueno... —dijo severo Ochumélov tosiendo y meneando las cejas—.<br />

Bueno... ¿De quién es el perro? Esto no pue<strong>de</strong> quedar así. ¡Ya os enseñaré yo a <strong>de</strong>jar los<br />

perros sueltos! Es hora <strong>de</strong> ver quiénes son esos señores que se niegan a cumplir con lo<br />

mandado! ¡Cuando multe a uno <strong>de</strong> esos canallas ya se enterará <strong>de</strong> lo que es un perro y<br />

<strong>de</strong>más animales sueltos! ¡Ya le enseñaré yo lo que es bueno!... ¡Eldirin —se dirigió el<br />

inspector al guardia—, entérate <strong>de</strong> quién es el perro y levanta un acta! A este perro hay<br />

1


que matarlo, ¡matarlo ahora mismo! Pue<strong>de</strong> estar rabioso... ¿De quién es el perro?,<br />

pregunto.<br />

—Parece que es <strong>de</strong>l general Zhigálov —alguien dijo entre la muchedumbre.<br />

—¿Del general Zhigálov? ¡Hum! Eldirin, quítame el abrigo... ¡Hace un calor<br />

horrible! Parece que vaya a llover... Pero hay una cosa que no entiendo: ¿cómo pudo<br />

mor<strong>de</strong>rte el perro? —dijo Ochumélov dirigiéndose a Jriukin— ¿Cómo ha podido<br />

alcanzarte el <strong>de</strong>do? ¿Cómo, si es un cachorro pequeño y tú una mole? ¿Lo que habrá<br />

pasado es que te has fastidiado el <strong>de</strong>do con algún clavo y ahora se te ha ocurrido<br />

aprovecharte. Porque tú eres un tipo <strong>de</strong> cuidado. ¡Si no os conoceré yo, bribones!<br />

— Señoría, es que para divertirse le ha metido al perrito una colilla en los<br />

morros, y éste que no es tonto le ha pegado un mordisco... ¡Es <strong>de</strong> los que les gusta la<br />

jarana, señoría!<br />

— ¡Mientes, tuerto! ¿Para qué dices mentiras, si no lo has visto? Su señoría es<br />

una persona inteligente que compren<strong>de</strong> quién miente y quién por Dios que dice la<br />

verdad... Y si lo que yo digo es mentira, entonces será el juez <strong>de</strong> paz quien lo <strong>de</strong>cida.<br />

Porque sus leyes dicen... Ahora todos somos iguales... Hasta yo mismo tengo un<br />

hermano gendarme.... por si lo quiere saber.<br />

— ¡Basta ya <strong>de</strong> comentarios!<br />

— No, este perro no es <strong>de</strong>l general... —observó con honda perspicacia el<br />

guardia—. El general no tiene perros como éste. Los suyos son casi todos sabuesos…<br />

— ¿Estás seguro?<br />

— Seguro, señoría...<br />

— Eso también lo sé yo. Los <strong>de</strong>l general son perros caros, <strong>de</strong> raza; en cambio<br />

éste cualquiera sabe lo que es. Con ese aspecto y ese pelo pue<strong>de</strong> ser cualquier<br />

porquería... ¿Para qué tendría un perro así? ¿A quién se le ha ocurrido que sea <strong>de</strong>l<br />

general? Si un perro así aparece en Petersburgo o en Moscú, ¿sabéis lo que pasaría?<br />

Pues que no andarían con leyes ni reglamentos, lo agarrarían y al otro barrio. Tú, Jriukin,<br />

eres el perjudicado; este asunto no lo <strong>de</strong>jes así. ¡Hay que dar una lección! Ya es hora...<br />

— O, a lo mejor sí lo es... —pensó en voz alta el guardia—. Si lo es o no, no va a<br />

llevarlo escrito en el morro... No hace mucho vi uno como éste en su patio.<br />

— ¡Claro que es <strong>de</strong>l general! —se oyó una voz <strong>de</strong> entre la gente.<br />

— ¡Hum! Eldirin, sé bueno, échame el abrigo encima... Parece que sopla el<br />

viento... Tengo algo <strong>de</strong> frío... Te llevas el perrito a casa <strong>de</strong>l general y allí preguntas. Le<br />

dices que yo lo he encontrado y se lo he mandado llevar. Que no lo <strong>de</strong>jen salir a la calle.<br />

Pue<strong>de</strong> que sea un perro caro, y si cada cerdo le mete un cigarrillo en el hocico, no<br />

tardará en echarlo a per<strong>de</strong>r. El perro es un animal <strong>de</strong>licado... ¡Y tú, imbécil, baja ya la<br />

mano! ¡Deja <strong>de</strong> enseñarnos tu estúpido, <strong>de</strong>do! ¡La culpa es tuya!<br />

— Ahí viene el cocinero <strong>de</strong>l general, a él le preguntaremos... ¡Oye, Prójor!<br />

¡Acércate, ten la bondad! Mira ese perro... ¿es vuestro?<br />

— ¡Qué va! Nunca hemos tenido perros como ése...<br />

— ¡Ya está! ¡Basta <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r el tiempo en preguntas! —dijo Ochumélov—. Es<br />

un perro callejero y <strong>de</strong>jemos el tema. Si he dicho que es callejero, lo es y punto... Que lo<br />

maten, se acabó.<br />

2


— No es <strong>de</strong> los nuestros —prosiguió Prójor—. Es <strong>de</strong>l hermano <strong>de</strong>l general, que<br />

acaba <strong>de</strong> llegar. El general no tiene afición por los lebreles. Pero el hermano es<br />

cazador...<br />

— ¡Cómo! ¿Ha llegado el hermano <strong>de</strong>l general? ¿Vladimir Ivánich? —preguntó<br />

Ochumélov y su rostro se inundó <strong>de</strong> una beática sonrisa—. ¡Vaya por Dios! ¡Y yo sin<br />

saberlo! ¿Ha venido por unos días?<br />

— Por unos días...<br />

— Vaya por Dios… Echaba <strong>de</strong> menos al hermano... ¡Y yo sin saberlo! ¿O sea<br />

que el perrito es suyo? Pues me alegro... Tómalo... No está mal el perrito... Qué vivo...<br />

¡A éste —¡zas!— le ha mordido el <strong>de</strong>do! Ja, ja, ja... Bueno, ¿por qué tiemblas? Rrr...<br />

Rrr... Se enfada el pillo... qué majo es...<br />

Prójor llamó al perro y se fue con él <strong>de</strong>l almacén <strong>de</strong> leña... Mientras, la gente se<br />

reía <strong>de</strong> Jriukin.<br />

— ¡Y a ti ya te agarraré algún día! —le gritó amenazador Ochumélov y,<br />

envolviéndose en el capote, prosiguió su camino por la plaza <strong>de</strong>l mercado.<br />

3

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