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Primeras Páginas de El Capitán Centella

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U<br />

n concierto <strong>de</strong> silbos y gruñidos <strong>de</strong>spertó a nuestros héroes,<br />

quienes dormían tranquilamente en su camarote.<br />

<strong>El</strong>los trataron <strong>de</strong> abrir las ventanas para ver qué pasaba en el exterior,<br />

pero al parecer estaban trabadas. Intentaron abrir la puerta, y era<br />

como si tuviera candados <strong>de</strong> bronce.<br />

—¡Estamos prisioneros! —exclamó el Viejo Loro.<br />

—No será por mucho tiempo —dijo el <strong>Capitán</strong> <strong>Centella</strong><br />

y con su espada hizo un boquete en el techo.<br />

9


Arrimaron la mesa, y antes <strong>de</strong> que pudieran subirse a ella para<br />

salir, por el boquete surgieron unas ramas que no <strong>de</strong>jaron <strong>de</strong> crecer<br />

y esparcirse por todo el camarote como si fueran los tentáculos <strong>de</strong><br />

un pulpo. Se enredaron entre los muebles y los antiguos objetos que<br />

guardaba el capitán. Cuando se <strong>de</strong>tuvo el crecimiento, empezaron a<br />

brotar una multitud <strong>de</strong> flores blancas y rosadas.<br />

—Qué bien huele —dijo el capitán—, pero no es aroma para<br />

un barco pirata.<br />

Apenas terminó <strong>de</strong> hablar, numerosas hojas largas como lancetas<br />

llenaron el espacio y casi no podían verse entre ellos.<br />

—¿Todavía estás ahí, mi amigo? —preguntó el loro.<br />

Y antes <strong>de</strong> que se escuchara alguna respuesta, unos frutos ovalados<br />

y peludos acabaron por cerrar las mínimas rendijas <strong>de</strong> luz que<br />

quedaban. En cuestión <strong>de</strong> segundos, el camarote se había convertido<br />

en un bosque <strong>de</strong>…<br />

—Almendros —dijo el Viejo Loro, que se había<br />

puesto a picotear un fruto—. Son las mismas almendras<br />

que vienen en los chocolates rellenos.<br />

10


Al pirata le dio un ataque <strong>de</strong> estornudos por<br />

los pelos que se le metían en las narices. Cuando se<br />

repuso, arremetió contra esa selva que se había zampado en su habitación<br />

y con ayuda <strong>de</strong> su espada po<strong>de</strong>rosa <strong>de</strong>smochó el intruso árbol.<br />

Pudo ver entonces que su reloj <strong>de</strong> arena, su brújula, su astrolabio, su<br />

globo terráqueo y sus libros <strong>de</strong> navegación estaban <strong>de</strong>sparramados<br />

por el piso. Maldiciendo entre dientes, trepó por las ramas y<br />

salió a ver qué diablos ocurría afuera. Al ver el estado <strong>de</strong> su<br />

barco, se quedó sin aliento.


<strong>El</strong> barco <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos daba la impresión <strong>de</strong> ser un<br />

macetero <strong>de</strong> palo en altamar, flotando con sus tallos<br />

apretados y sus pétalos <strong>de</strong> todos los colores; pero visto<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cubierta era una jungla <strong>de</strong> raíces y árboles con frutos<br />

y flores que no <strong>de</strong>jaban lugar para las velas. Por el mástil<br />

habían trepado hiedras y rosales silvestres, que se enredaban<br />

también en los palos y el timón <strong>de</strong> la proa. Entre las escaleras<br />

<strong>de</strong> sogas había crecido un enorme parral <strong>de</strong> uvas negras, que<br />

por el calor <strong>de</strong> esa mañana afiebrada había traído un enjambre<br />

<strong>de</strong> moscardones.<br />

—Hay que echar las uvas al mar —dijo el capitán—, antes<br />

<strong>de</strong> que estos bichos nos muelan a picotazos.<br />

—Dirás las pasas, amigo mío —respondió el loro, mientras<br />

tiraba con su pico <strong>de</strong> los tallos que se atascaban entre las<br />

amarras.


Estuvieron en esta operación un buen rato, para <strong>de</strong>jar las escaleras<br />

limpias <strong>de</strong> racimos y <strong>de</strong> moscardones, pero el mar acabó dulce<br />

y espeso como una mazamorra. Luego el pirata se <strong>de</strong>dicó a abrir<br />

trocha con su espada, y a cada paso <strong>de</strong>scubría más árboles frutales y<br />

bajo sus botas corría un río rojo escarlata, por la cantidad <strong>de</strong> fresas<br />

que aplastaba al caminar. También <strong>de</strong>scubría toda clase <strong>de</strong> roedores y<br />

pájaros, que cambiaban <strong>de</strong>sesperados <strong>de</strong> ramas porque nunca habían<br />

visto tantas frutas al mismo tiempo y <strong>de</strong> distinta temporada y que maduraran<br />

tan pronto, que ya casi estaban pudriéndose.<br />

—¿No vas a <strong>de</strong>cirme ahora que es obra <strong>de</strong>l maligno Comandante<br />

Smog? —preguntó el <strong>Capitán</strong> <strong>Centella</strong>.<br />

—Tampoco <strong>de</strong>l Doctor Deforme —respondió el Viejo Loro—.<br />

Esto se <strong>de</strong>be a otro loco.<br />

<strong>El</strong> barco fue imposible moverlo, porque era tanta la vegetación<br />

que el viento <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> soplar las velas y a<strong>de</strong>más las raíces se habían<br />

<strong>de</strong>sbordado y hundido en las profundida<strong>de</strong>s. Así que <strong>de</strong>cidieron bajar<br />

en su bote y remar a la costa, para indagar si los lugareños sabían algo<br />

<strong>de</strong> este nuevo <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n <strong>de</strong> la naturaleza.


C reyeron estar acercándose a una isla neblinosa, porque la<br />

veían gris y sin vida; pero cuando tropezaron con la orilla<br />

se dieron cuenta <strong>de</strong> su error: era un pedazo <strong>de</strong> tierra don<strong>de</strong>, al parecer,<br />

no había llovido en siglos. Todo lo que veían eran enormes matorrales<br />

que ro<strong>de</strong>aban la isla como si fueran murallas <strong>de</strong> una antigua fortaleza.<br />

Bajaron <strong>de</strong>l bote y bor<strong>de</strong>aron los cerrados muros <strong>de</strong> maleza y no encontraron<br />

una sola hoja ver<strong>de</strong>, un fruto o una flor. <strong>El</strong> <strong>Capitán</strong> <strong>Centella</strong><br />

abrió un forado y penetraron a ese bosque duro y frío.<br />

—No hay ni ratas —dijo el pirata.<br />

—Parece que estuviera petrificado —repuso el Viejo Loro, un<br />

poco más allá—, si no fuera por esta espada.<br />

Se había posado encima <strong>de</strong> una espada <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, que era el<br />

juguete preferido <strong>de</strong> los niños <strong>de</strong> aquellos tiempos. <strong>El</strong> capitán la levantó<br />

y la olfateó, luego le hundió los colmillos como si mordiera una<br />

pata <strong>de</strong> cabrito al horno.<br />

—Es cedro —dijo—. Esta ma<strong>de</strong>ra todavía está fragante y jugosa.<br />

—Entonces es un juguete nuevo —opinó el loro—; quiere <strong>de</strong>cir<br />

que <strong>de</strong>be haber niños por acá.<br />

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