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Librodot - AMPA Severí Torres

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<strong>Librodot</strong> Lágrimas Fernán Caballero<br />

extraviaron; y lo mismo en todo y por todo que sucedió al mayor sucedió al segundo. Pero no<br />

así al chico, que como era bueno, hizo todo lo que le dijo la pobrecita, y así fue que los niños<br />

blancos le acompañaron hasta llegar a un jardín muy hermoso donde estaba la flor del Lililá,<br />

que era blanca, resplandecía y olía a gloria.<br />

Cortó el niño la flor, y se puso en camino para llevársela a su padre. Pero a poco encontró<br />

a sus hermanos con los niños negros, que les dijeron matasen a su hermano para llevarles ellos<br />

a su padre la flor; y así lo hicieron los pícaros, y después de matado enterraron a su hermanito<br />

para que nadie lo viese.<br />

En el sitio en que fue enterrado el niño, nació un cañaveral, y un pastorcito que apacentaba<br />

por allí sus ovejitas, cortó una cana e hizo una flauta, y cuando se puso a tocarla, salió de ella<br />

una voz muy triste que cantaba.<br />

La niña se puso a cantar con una voz débil; pura y dulce como un suspiro sobre una<br />

sencilla, pero melodiosa y expresiva tonada:<br />

No me toques, pastorcito,<br />

que tendré que divulgar,<br />

que me han muerto mis hermanos<br />

por la flor del Lililá.<br />

Al pastorcillo le pareció el canto de la flauta una cosa tan rara y tan bonita, que se la llevó<br />

al Rey; más apenas la tenía en las manos el Rey, cuando se oyó el canto mucho más triste<br />

todavía, que cantaba:<br />

No me toques, padre mío,<br />

que tendré que divulgar<br />

que me han muerto mis hermanos,<br />

por la flor del Lililá.<br />

Cuando el padre conoció la voz de su hijo el más chico, se puso a llorar y a arrancarse los<br />

cabellos y mandó traer sus hijos mayores a su presencia. Estos al oír el canto de la flauta,<br />

cayeron de rodillas, deshechos en lágrimas y confesaron su delito. Entonces el Rey los<br />

condenó a morir. Pero de la flauta salió una voz, sin que nadie la tocase, que más suave que<br />

nunca cantó:<br />

No los mates, padre mío,<br />

y ten con ellos piedad,<br />

que los tengo perdonado...<br />

¡que es tan dulce perdonar!<br />

Concluido que hubo la niña su cuento, las demás se esparcieron formando nuevos juegos,<br />

pero casi todas tarareaban en sus infantiles voces, que aun no podían como la de Lágrimas<br />

ceñirse a una melodía, en notas vagas, y sin precisión, que no tenían aun el freno de la<br />

voluntad, así como los pensamientos de entre duerme y vela, que lo han perdido, la canción<br />

del cuento de Lágrimas, mientras ésta con su voz aun más dulce y triste, seguía cantando:<br />

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