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Librodot - AMPA Severí Torres

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<strong>Librodot</strong> Lágrimas Fernán Caballero<br />

Pero nada menos que eso, querido lector, ¿florecen en las Batuecas aun violetas? Por acá<br />

no, mi amigo, todas se han secado. Valen hoy día lo que en otro tiempo los tulipanes en<br />

Holanda. Flora está de luto por la pérdida de su querida vasalla; no la consuela la camelia, esa<br />

flor nueva sin perfume.<br />

No es por modestia; al contrario: ¿sabes su delito? Es que se lo apropiaron un ama de<br />

llaves y un mayordomo. Desde entonces el siglo de la igualdad le torció el hocico. Veo que<br />

me vas a hacer una objeción.<br />

Nada puedo contestarte a ella ni darte más respuesta que: ¡anomalías, anomalías!, de las<br />

que tenemos una cosecha incómoda por lo abundante, como has que suele haber de cereales<br />

en Castilla; así, pues, el Don quedó para el algodón; la seda no lo quiere. El pseudo que la<br />

echa por lo español, lo ha reemplazado con el marcial hijo mío, o hija mía: el que la da por lo<br />

extranjero, por el señor molondro. Para ambos no existe más Don que el del caballero de la<br />

Mancha y un río en Rusia. En lo demás, muerto, enterrado el Don: ¡asesinado por un feroz<br />

mayordomo y una sanguinaria ama de llaves! Concluiremos diciéndote, que un pseudo<br />

ilustrado español, rancio, neto, está haciendo una apoteosis de España, en cuya gloria brilla a<br />

guisa de genio el toro Señorito con las astas doradas.<br />

Este ilustre pseudo ilustrado español, era Tiburcio como viste y calza, en el momento en<br />

que le volvemos a ver en la palestra. Habían corrido los años como perdigones, con la gracia<br />

que les es propia, de redoblar su agilidad cuando se desea que anden despacio; veíalos<br />

Tiburcio inexorables a sus ruegos pasar uno tras otro como las paletas de las ruedas de un<br />

vapor, y por consiguiente llegar la época de cubrir su cabeza del bonete de doctor. Causábale<br />

esto horror, no porque le sentase mal a la cara, como de cierto había de suceder, sino porque<br />

con sus estudios se acababa su estada en Sevilla, país clásico de las mollares, de las cigarreras,<br />

de las veladas, del buen pan y de las aceitunas, puesto que Sevilla, la salada andaluza, para<br />

todos tiene.<br />

Como no hay plazo que no se cumpla, cumplíase el de los estudios de Tiburcio, que por fin<br />

se recibió de abogado, lo que no quiere decir que por eso lo fuese, sino que podía ensayarse.<br />

Su padre buscó como con un candil un pleito en Villamar para que lo defendiese su hijo; pero<br />

en Villamar, ese pueblo feliz, no halló ninguno. Estuvo por ponerle uno a su amigo y<br />

compadre el tío Juan López sobre la posesión de un lentisco que había nacido y crecido en la<br />

linde de dos manchones de sus respectivas pertenencias, pero la prudente gallega con cuatro<br />

gritos se lo quitó de la cabeza. Así fue que a Tiburcio no le quedó otro arbitrio que el de<br />

volver a vegetar a su pueblo que odiaba y despreciaba, pueblo que tanto había amado Stein, el<br />

médico alemán que pasó en él tantos años. De estos contrarios sentimientos queda probada<br />

una gran verdad, y es, que la manera de mirar las cosas las hace buenas o malas, y que<br />

nosotros mismos las doramos o ennegrecemos a nuestro albedrío. La filosofía da conformidad<br />

en las situaciones en que nos pone la suerte contra nuestro grado. Si el rincón de tierra que nos<br />

destina es estéril, la filosofía dejará secar las pocas plantas que tiene, haciéndolo más estéril, y<br />

se contentará estoicamente con la arena. Pero hay en nosotros, otro sentimiento muy superior<br />

a la resignación de la filosofía, que nace de contento interior, de la paz del alma, y de la<br />

bondad del corazón: esta no sólo cultivará las plantas que dé su rincón de tierra, sino que las<br />

mejorará con el cultivo y sembrará nuevas con buenas semillas que conserva, o que le den los<br />

ángeles, cuyo oficio divino es esparcirlas. ¡Dichoso aquel que se llega a convencer que la<br />

verdadera superioridad moral, no consiste en deprimir sino en realzar, y que no es el desprecio<br />

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