La leyenda - Colegio San Ignacio de Loyola, Piura-Perú.
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CAPÍTULO V<br />
LA LEYENDA<br />
Raúl Estuardo Cornejo,<br />
El gran bandolero, Forilán Alama<br />
Por Chamaquito lindo que nos oye, te esperaré hasta que vuelvas <strong>de</strong>l servicio.<br />
En convoy <strong>de</strong> la lev <strong>de</strong>jó, como un reptil que tragara llanuras, el terroso camino <strong>de</strong><br />
Curbán a Chulucanas, para ingresar a otro, uno real que conducía a <strong>Piura</strong>. Sólo el<br />
ejército, con sus pesadas y ver<strong>de</strong>s unida<strong>de</strong>s motorizadas, podía transitar por esos<br />
andurriales <strong>de</strong>l Señor. Todos iban aletargados y tristes. En eso, una voz <strong>de</strong>scolgada <strong>de</strong>l<br />
montón <strong>de</strong> reclutas, rompió la melancolía y exclamó estentóreamente.<br />
- ¡Muchachos: <strong>de</strong>jemos la tristeza a un lado! ¡Vamos a cantar! ¡Empecemos por el<br />
himno nacional y sigamos con unos tristes y unas cumananas!<br />
Todos aplaudieron. Comenzaron por entonar la magna canción patria y luego los<br />
famosos tristes serranos y cumananas. Uno <strong>de</strong> los primeros <strong>de</strong>cía:<br />
“Ya me voy, ya me lleva el <strong>de</strong>stino<br />
como hoja que el viento arrebata,<br />
ay <strong>de</strong> mi, no lo sabes ingrata<br />
lo que sufre este amante por ti”.<br />
Así disimularon horas y horas el zangoloteante movimiento <strong>de</strong>l cansino camión,<br />
rugiente entre la movediza arena, los yucunales polvorientos o los terrales erizados <strong>de</strong><br />
faique.<br />
- ¡<strong>Piura</strong> a la vista! ¡Primera posta! – gritó <strong>de</strong> pronto el rudo sargento que los<br />
acompañaba.<br />
No sabemos cómo alcanzaría Froilán Alama, un joven recluta, la segunda posta.<br />
<strong>La</strong> <strong>de</strong> <strong>Piura</strong> a <strong>La</strong>mbayeque. Cómo atravesaría el largo litoral peruano lleno <strong>de</strong><br />
dificulta<strong>de</strong>s por los ásperos <strong>de</strong>siertos o por los escasos valles cortados a tajo por ríos<br />
inva<strong>de</strong>ables. Sintió ahora que lo albergaba un cuartel frío, una ciudad fría y un ambiente<br />
frío. Una verda<strong>de</strong>ra jaula don<strong>de</strong> él, pájaro capturado, dialogaba mentalmente con su<br />
querencia y todo lo que le recordaba <strong>de</strong> grato. Se trataba <strong>de</strong>l cuartel <strong>de</strong> <strong>San</strong>ta Catalina,<br />
en Lima.<br />
En medio <strong>de</strong> esta vida cuartelera <strong>de</strong> fusiles, ór<strong>de</strong>nes, marchas, dianas, servicios,<br />
reglamentos, galones, tácticas, campañas, Alama sabía prodigar a su intimidad<br />
momentos <strong>de</strong> fruición. Alternaba con sus compañeros en franca camara<strong>de</strong>ría y<br />
nostalgiaba con los recuerdos. Recordaba su al<strong>de</strong>huela sumida en el sopor <strong>de</strong> siempre,<br />
sólo refrescada por las risas festejadoras <strong>de</strong> sus gentes; su choza y su pequeña chacra,<br />
don<strong>de</strong> con su padre oficiaban <strong>de</strong> yanaconas; su hogar don<strong>de</strong> su madre María Emilia,<br />
abnegada mujer siempre hallaba el modote darle <strong>de</strong> comer, y su padre Alejandro,<br />
fabricante <strong>de</strong> ansias y esperanzas. Finalmente sus amores, esos que en la suprema hora<br />
<strong>de</strong> la <strong>de</strong>spedida le habían prometido fi<strong>de</strong>lidad y permanencia, y bajo cuya promesa se<br />
fortalecía en las eternas presencias <strong>de</strong>l tiempo y la distancia. Cuando su pensamiento<br />
llegaba hasta allí, el soldado anclaba sus sueños en un puerto amantísimo. El puerto se<br />
llamaba Alina. Para él Lina, veinte años, color capulí y una arrobadora cintura <strong>de</strong><br />
espléndidos encantos. Era, a<strong>de</strong>más, bailarina <strong>de</strong> ton<strong>de</strong>ros.<br />
En medio, sin embargo, <strong>de</strong> esta existencia nueva, aparecían los nubarrones, los<br />
días grises. <strong>La</strong>s pocas noticias o ninguna <strong>de</strong> sus padres y <strong>de</strong> Lina. De los primeros era
explicable; dos viejos analfabetos y sin posibilida<strong>de</strong>s físicas para movilizarse y buscar<br />
intermediarios con recados para el hijo. Pero <strong>de</strong> la segunda, su Lina, injustificable.<br />
Pensaba muchas cosas, las más <strong>de</strong> las veces negras. Así en negro ve el amor las cosas<br />
cuando falta comunicación. En la distancia las cartas son mensajeras indispensables.<br />
No faltaron opiniones suspicaces y chanzas <strong>de</strong> algunos camaradas, propensos siempre a<br />
hacer escarnio.<br />
Y luego, otra vez planos cruzados, imágenes partidas, reproches, <strong>de</strong>sconsuelo,<br />
<strong>de</strong>sesperación, rencor.<br />
Dicen que no hay corazón que engañe a su dueño. Una <strong>de</strong> esas tar<strong>de</strong>s limeñas,<br />
opacas y tristes, le llegó una carta. El remitente era su primo Victoriano Panta. Después<br />
<strong>de</strong> saludarlo <strong>de</strong> su parte y <strong>de</strong> la familia, Victoriano hizo un punto aparte y el clavó una<br />
puñalada: “Siento mucho <strong>de</strong>cirte, querido primo, que tu Lina, ya tiene otro faite. Es don<br />
Augusto <strong>de</strong>l Campo, el hijo <strong>de</strong>l patón, que ha venido hace poco <strong>de</strong>l extranjero. <strong>La</strong> cosa<br />
es pública, ya es su marido. De modo que te aviso para que te <strong>de</strong>sengañes <strong>de</strong> ella y ya<br />
no me la sigas recomendando. Así son las mujeres, primo. Consíguete otra y olvida a<br />
esa perra”<br />
No fue a partir <strong>de</strong> entonces el soldado <strong>de</strong> épocas pasadas: bonachón, alegre,<br />
disciplinado, activo. Ahora, uno indolente, irresponsable, torpe y apagado. Un Froilán<br />
irreconocible sobre el cual pesaba, casi diariamente, una ruma <strong>de</strong> papeletas <strong>de</strong> castigos:<br />
“Por llegar último a formación”, “por hacer caso omiso a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l superior”, “Por<br />
incumplimiento <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ber”.<br />
Días oscuros los suyos que parecían siglos por inacabables y exasperantes. Y en<br />
uno <strong>de</strong> ellos, el más azabache, una terrible i<strong>de</strong>a lo emponzoñó. ¡Celos! ¡Venganza!.<br />
Buscó caminos, tentó posibilida<strong>de</strong>s, urdió recursos. Más siempre volvía al mismo punto:<br />
había que fugar para cobrar la revancha.<br />
Muchos rencores había tenido en su vida. Algunos perduraban. Siempre estuvo<br />
al riesgo <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgraciarse, como <strong>de</strong>cían por allá. <strong>La</strong> explotación <strong>de</strong>l gamonalismo, el<br />
<strong>de</strong>sdén <strong>de</strong> las autorida<strong>de</strong>s por los <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong>l pobre y las pocas oportunida<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />
superación lo marcaron para siempre; y por añadidura, el amor, mejor dicho, el <strong>de</strong>samor.<br />
Ese que quema como la peor can<strong>de</strong>la.<br />
El soldado ansiaba <strong>de</strong>satarse. <strong>La</strong> incrustada intención <strong>de</strong> libertad hacia un negro<br />
objetivo, empezó a madurar día tras día, hora tras hora. Se le hizo una obsesión. Una<br />
obsesión alimentada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el toque <strong>de</strong> diana al <strong>de</strong> silencio, en la cuadra, en el campo <strong>de</strong><br />
ejercicios, en el comedor, en el aula. Una obsesión impresa en el empavonado <strong>de</strong> los<br />
fusiles y en las puntas <strong>de</strong> las bayonetas; en el blanco <strong>de</strong> los bastidores y en los<br />
cua<strong>de</strong>rnos <strong>de</strong> la instrucción; en la boca <strong>de</strong> los bastidores y en los cua<strong>de</strong>rnos <strong>de</strong> la<br />
instrucción; en la boca sedienta <strong>de</strong>l cañón <strong>de</strong> su Winchester y en la entrada crepitante <strong>de</strong><br />
su corazón.<br />
<br />
Desertó. Siete días hacía que en las vitrinas <strong>de</strong> la guardia <strong>de</strong> prevención <strong>de</strong>l<br />
cuartel <strong>San</strong>ta Catalina <strong>de</strong> Lima, un edicto <strong>de</strong>l Cuerpo Jurídico Militar se <strong>de</strong>steñía con los<br />
rayos solares, junto a una pasada or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l cuartel. El edicto requería al soldado Froilán<br />
Alama, <strong>de</strong>sertor calificado. Y siete días hacía también que un hombre <strong>de</strong>ambulaba por el<br />
<strong>de</strong>sierto piurano, en medio <strong>de</strong> mil peripecias, sobre el lomo <strong>de</strong> un brioso alazán. Muchas<br />
geografías, leguas y lunas había tramontado para llegar a los lin<strong>de</strong>ros <strong>de</strong>l <strong>de</strong>partamento<br />
<strong>de</strong> <strong>Piura</strong>, internándose entre yernos, faicales e impenetrables bosques <strong>de</strong> algarrobo.<br />
Cruz <strong>de</strong> Caña, <strong>La</strong> Encantada, Ñómala, Huápalas, Vicús, Charanal, Campanas,<br />
Yapatera, Sol Sol, Paccha, Tambogran<strong>de</strong>, Sullana y <strong>Piura</strong> eran pueblos y caseríos <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
entonces mero<strong>de</strong>ados. Vivía a salto <strong>de</strong> mata y al acecho, indagando buscando algo.<br />
Sobre su hombro izquierdo pendía una carabina y en una cartuchera treinta cápsulas
apretadas <strong>de</strong> plomo y pólvora, previsor fiambre para su fiel amiga. En el cinturón <strong>de</strong><br />
cuero un puñal serrano, <strong>de</strong> esos que en Chalaco y Parihuanás llamaban puñaleta.<br />
Pernoctaba en majadas escondidas y antes <strong>de</strong>l alba apuraba hacia el bosque, el<br />
<strong>de</strong>spoblado, la inverna, las sendas traslapadas, durmiendo hoy aquí, mañana allá,<br />
asomando a mediodía en la Quebrada Gran<strong>de</strong>, hacia el atar<strong>de</strong>cer en yapatera, y al<br />
cerrarse la noche por el río <strong>de</strong> Chulucanas, para volver a amanecer por alguna cueva <strong>de</strong><br />
Charanal. Su aliento consistía en cerezas silvestres, uvas <strong>de</strong> monte, miel <strong>de</strong> palo,<br />
plátanos “mata cholos” y algunas otras frutillas <strong>de</strong> las invernas. Como carne, l <strong>de</strong> paloma<br />
o zorro, y a veces la <strong>de</strong> cabritos tomados <strong>de</strong> los potreros.<br />
“<strong>La</strong>s gentes <strong>de</strong> la majada<br />
se sientan a comentar:<br />
don<strong>de</strong> está Froilán Alama,<br />
que no lo vemos pasar.”<br />
Andando así las cosas, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> algunos meses, apareció <strong>de</strong> pronto en <strong>La</strong><br />
Industria, diario <strong>de</strong>partamental, un titular a tres columnas que <strong>de</strong>cía: “Asaltan y matan en<br />
la hacienda Tambogran<strong>de</strong>”, Caserío <strong>de</strong> Malingas”, sobre el hechote sangre cometido en<br />
la persona <strong>de</strong> don Manuel María <strong>de</strong>l Campo, propietario <strong>de</strong> dicha hacienda. Un<br />
<strong>de</strong>sconocido lo atacó a mansalva. <strong>La</strong> policía, pese a hallarse investigando el asesinato,<br />
tuvo la presunción que se trataba <strong>de</strong> alguna venganza. <strong>La</strong> víctima no había sido objeto<br />
<strong>de</strong> robo.<br />
Por entonces, entre la frondosa selva <strong>de</strong> malhechores, abigeos y bandidos,<br />
empezó a difundirse y sonar el nombre <strong>de</strong> un bandolero llamado Froilán Alama, <strong>de</strong>sertor<br />
militar y presunto autor <strong>de</strong>l homicidio <strong>de</strong> un general limeño, en el Cuartel <strong>San</strong>ta Catalina.<br />
Lo pintaban como escurridizo, hábil en las coartadas, fiero en el combate y <strong>de</strong>salmado<br />
como el más. <strong>La</strong> historia se tornaba <strong>leyenda</strong>: robaba a los ricos para darle a los pobres,<br />
<strong>de</strong>safiaba a la autoridad policial, era inubicable, estaba compactado con el diablo y se le<br />
sindicaba nada menos como el asesino <strong>de</strong>l padre <strong>de</strong> Augusto <strong>de</strong>l Campo, el joven<br />
amante <strong>de</strong> Lima Ortiz, ex prometida <strong>de</strong>l bandolero.<br />
Pasó un tiempo. <strong>La</strong> <strong>leyenda</strong> creció. No había asalto ni muerte que se le<br />
atribuyese al implacable Alama. Se le veía en un sitio y en otro, al mismo tiempo.<br />
Depredaba las haciendas robando ganado pero regalando la carne <strong>de</strong> las reses muertas<br />
a los campesinos, quedándose sólo con el cuero. Había sometido a la mayoría <strong>de</strong> los<br />
bandoleros lugareños, haciéndolos cofra<strong>de</strong>s o arrinconándolos a otros territorios. Mató a<br />
dos guardias. Desafiaba a los gendarmes y a la policía a combates singulares, don<strong>de</strong><br />
disparaba <strong>de</strong> pie cubriendo la retirada <strong>de</strong> los suyos. Los suyos eran otros alienados<br />
fierabrases como él: El Moro, El Ñije, Pisa Can<strong>de</strong>la, Pava Blanca, El Gato, Manteca,<br />
Mister Caca. Todos tenebrosos. El inmenso <strong>de</strong>spoblado piurano, incluyendo el <strong>de</strong>sierto<br />
<strong>de</strong> Sechura, lo ganaba en una sola jornada, al lomo <strong>de</strong> un incansable caballo o una mula<br />
acerada. Ambos, se <strong>de</strong>cía, regalados probablemente por su compadre el diablo.<br />
A todo esto, la Lina Ortiz había cambiado mucho. <strong>La</strong> vida cambia según cambia<br />
la suerte. Seducida por el oro y la comodidad, pasó a ser la amante inseparable <strong>de</strong>l<br />
joven gamonal, con quien compartía ahora los beneficios <strong>de</strong>l dinero. El rico terrateniente<br />
satisfacía hasta sus mínimos caprichos, que en la mujer se expresan en el amor, el sexo<br />
o el dinero. Ya no era la montubia muchachita <strong>de</strong> antes sino una emperejilada moza <strong>de</strong><br />
clase social emergente, que por supuesto rechazaba la pasada, la <strong>de</strong> sus progenitores.<br />
Esta Lina vivía ahora otro mundo, el <strong>de</strong>l oropel y el <strong>de</strong>l confort, el que encandila a<br />
cualquier mujer. Ese al que el <strong>de</strong>stino la había extrañamente conducido.<br />
Así las cosas ocurrió un día lo que tenía que ocurrir. Amaneció una mañana<br />
diáfana. El sol espolvoreaba sobre la arena fúlgidos <strong>de</strong>stellos. Una mañana con un cielo<br />
que añadía a su vestido la gema <strong>de</strong> una nube. Una nube hábilmente engastada por<br />
experto joyero. Los chilalos y las santas lucías picoteaban las vainas <strong>de</strong> los algarrobos;
evoloteando <strong>de</strong> aquí a allá llevaban entre el pico una buena ración para sus crías, en<br />
tanto que las zoñas, con sus chillidos siempre quejumbrosos y alertas a cualquier buen<br />
<strong>de</strong>scubrimiento, trazaban en el espacio insólitas figuras.<br />
A dos leguas <strong>de</strong> este paisaje <strong>de</strong> contrastes, sitien había mucha luz, el agua y otro<br />
elemento <strong>de</strong> vida escaseaban. Cerca se hallaba la Quebrada Gran<strong>de</strong>, una rocosa<br />
hen<strong>de</strong>dura por don<strong>de</strong> discurría un riachuelo que apagaba a medias la sed <strong>de</strong>l arenal.<br />
Próximo a esa quebrada. Disimulado entre el tupido follaje cortado verticalmente por un<br />
acantilado, se parapetaba como alerta centinela, un hombre armado. Espiaba<br />
sigilosamente.<br />
Misión <strong>de</strong> noches atrás. Sin que se supiera la hora, pero con frecuencia a la <strong>de</strong>l<br />
mediodía o <strong>de</strong> la oración, se aparecía. Tras olfatear sus contornos, <strong>de</strong>slizábase receloso<br />
hasta <strong>de</strong>saparecer entre las malezas aledañas al río. Allí permanecía tendido horas y<br />
horas, pa<strong>de</strong>ciendo el urticante beso <strong>de</strong>l sol. De cuando en cuando levantaba, al menor<br />
ruido, como un áspid, su cobriza testa, hasta cerciorarse que aquello no era el objetivo<br />
buscado.<br />
Un día <strong>de</strong> esos, <strong>de</strong> los tantos en que el espía había esperado con reprimida<br />
exasperación, a la oración casualmente y cuando pensaba retirarse para dar una ronda<br />
cerca <strong>de</strong> Chulucanas, una alegres risas lo alertaron. Puso ágilmente su cabeza en tierra<br />
para escuchar mejor y permaneció agazapado. Advirtió que las voces eran <strong>de</strong> una<br />
pareja. Ellos tomaron la estrecha senda conducente a la Quebrada Gran<strong>de</strong> y <strong>de</strong>spués<br />
perfilaron sus rostros. Al fin llegaba el momento esperado. Se trataba <strong>de</strong> sus buscadas<br />
presas y sin pensarlo dos veces, alzó la carabina y <strong>de</strong> dos certeros tiros las mató.<br />
Eso fue al menos lo que creyó Froilán. Sin embargo, la mujer logró sobrevivir al<br />
atentado; no al amante. <strong>La</strong> bala le rozó a ella el corazón. Lograron llevarla rápidamente<br />
a <strong>Piura</strong>, don<strong>de</strong> cirujanos conocedores <strong>de</strong> su oficio la salvaron. Quedó inválida, y mas<br />
tar<strong>de</strong>, <strong>de</strong>bido a una larga inactividad, totalmente tullida.<br />
Para esto, la persecución redobló su esfuerzo. Los ricos hacendados, al par que<br />
hicieron una bolsa <strong>de</strong> dinero para gastos en su búsqueda privada, presionaron al<br />
Gobierno para que la policía pusiese inmediato fin a los saqueos y crímenes <strong>de</strong> Alama.<br />
<strong>La</strong> cabeza <strong>de</strong>l prefecto <strong>de</strong> <strong>Piura</strong> fue puesta en la picota. <strong>La</strong>s fuerzas policiales fueron así<br />
reestructuradas, <strong>de</strong>stinándose más pelotones a lo largo y ancho <strong>de</strong>l <strong>de</strong>partamento para<br />
dar caza al <strong>de</strong>stripador. Inútil. Los policías <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> barrer el territorio, volvían<br />
<strong>de</strong>salentados. Sólo una larga tregua entre hecho y hecho, hizo que los rurales creyesen<br />
lo que un informante les había dicho: “Froilán Alama ha muerto. Lo han matado en el<br />
Ecuador.”<br />
<br />
Transcurrieron dos años. Destempladas notas <strong>de</strong>stilaban <strong>de</strong> las guitarras,<br />
arrancadas por floreos <strong>de</strong> embriagadoras manos. Otras <strong>de</strong> estas se turnaban<br />
gozosamente para recibir un voluminoso ”poto” <strong>de</strong> la hervorosa chicha blanca. Una<br />
incitante chola, <strong>de</strong> largos y retintos moños, como <strong>de</strong> zangoloteantes ca<strong>de</strong>ras, iba y venía<br />
si no era <strong>de</strong>tenida en el camino. Con cumplida diligencia atendía a la media docena <strong>de</strong><br />
parroquianos aposentados ahí, en la mejor majada <strong>de</strong> Garbanzal.<br />
Los guitarristas, entretanto, luego <strong>de</strong> hacer culebrear las oxidadas cuerdas, con<br />
los pies en un taburete y chocando a ratos sus cabezas, <strong>de</strong>jaron caer su cacofónico<br />
ruido.<br />
- Esta copla – alegaba unote ellos – se la cantaremos en honor <strong>de</strong> la<br />
Tiodorita..¿Verdad, compadre, Julián…?<br />
- Por su poto, digo… por supuesto…y ojalá no vaya a rebuznar ningún burro a la<br />
hora <strong>de</strong>l canto … Vamos, compadre, déle
Y con <strong>de</strong>stemplada voz, uno <strong>de</strong> los copleros inició la en<strong>de</strong>cha, siguiéndole el otro<br />
sin ningún interés por mantener el ritmo:<br />
“¡Qué suerte la <strong>de</strong> la pulga<br />
que se sube hasta tu cama<br />
a gozar <strong>de</strong> tu hermosura<br />
<strong>de</strong> la noche a la mañana.!”<br />
Un parroquiano, el más bravatero quizás, en momentos que la excitante chola<br />
pasaba cerca <strong>de</strong> él, tomándola <strong>de</strong>l brazo, pretendió acercarla a viva fuerza a su grupo:<br />
- Vente pacá Teodora, para que no acompañes a dar un bebe, que contigo la<br />
chicha es más dulzona…<br />
- Iré don Mauro, pero espere un momento que voy a aten<strong>de</strong>r a un señor que me<br />
ha comprado media chicha, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> antes que usted.<br />
- ¡Y diay, que e interesa a mí ese señor, si yo te puedo comprar toda la chicha!...<br />
Y cuando en un nuevo intento quiso, contra todo propósito, obligarla, una voz<br />
interior, dura y rotunda, or<strong>de</strong>nó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta:<br />
-¡Déjala!<br />
El cholo se sorprendió. Volviendo la vista, dióse con la estampa <strong>de</strong> un hombre<br />
embriagado, que entreabría sus ojos como un tigre soñoliento.<br />
- Tu has pagado tu chicha, y yo la mía – le escupió en tono subido el guapetón –<br />
entonces, los dos tenemos <strong>de</strong>recho… El recién <strong>de</strong>spierto avanzó hasta el insolente. Una<br />
corriente, odiosamente alcohólica, le invadió el cuerpo. A un paso <strong>de</strong>l interlocutor, volvió<br />
a requerirlo:<br />
-¿Tienes <strong>de</strong>recho a qué…?<br />
-¡A lo que me da la gana!<br />
Dos fortísimas puñadas, respondidas con rabia, hicieron rodar por el piso <strong>de</strong> tierra<br />
al torpe alharaquiento. El hombre salido <strong>de</strong>l interior, habló:<br />
- Me llamo Froilán Alama. Todos uste<strong>de</strong>s habrán oído hablar <strong>de</strong> mí. Ténganme<br />
como buen amigo, no ha pasado nada, y por eso, vamos a seguir bebiendo. Todo a mi<br />
cuenta…<br />
Pasada la impresión, repuestos <strong>de</strong>l pasmo, y mientras el bravucón se alejaba<br />
arrastrando su cola <strong>de</strong> ridiculez y fanfarronería, la alegría volvió a la majada <strong>de</strong><br />
Garbanzal. Los guitarristas reiniciaron sus cumananas:<br />
“Quisiera se zapatito<br />
y estar ceñido a tu pie<br />
para como el zapatito<br />
mirar lo que siempre ve.”<br />
Olmos <strong>de</strong>spertó. Por intermedio <strong>de</strong> su puesto policial, a pocas horas <strong>de</strong>l alba,<br />
escuchaba el patético relato <strong>de</strong> un hombre, visiblemente maltratado, que traía una nueva<br />
<strong>de</strong> interés y suspenso:<br />
-¿Cómo dices hombre, que has visto a Alama…?<br />
- Si, señor, en una majada <strong>de</strong> Garbanzal, estaba mareado. Me atacó.<br />
-¿A Froilán Alama?<br />
- Si, señor… al mismo.<br />
-¿A qué hora, dime y con quién?<br />
- ya bien entrada la oración, señor. Descuente mi andada en mula. Estaba solo,<br />
sin ningún otro bandido.<br />
-¿Y por qué no diste cuenta al gobernador <strong>de</strong> Garbanzal estando más cerca?
- De allá venía, señor, pero mi ruta era para el sur, para Chiclayo. Si regresaba a<br />
Garbanzal se <strong>de</strong>ba cuenta que iba a chismear, y seguro <strong>de</strong> la puerta no más me<br />
<strong>de</strong>spachaba. Está armado con revólver, carabina y puñaleta.<br />
-¡Cabo – or<strong>de</strong>nó el sargento – que se alisten tres hombre partiremos!<br />
En fornidas cabalgaduras, pronto, cuatro prestos jinetes enfilaron, fusil en<br />
ban<strong>de</strong>rola, rumbo hacia Garbanzal. En escaso tiempo las bestias <strong>de</strong> la dotación policial<br />
trotaban sobre el <strong>de</strong>sierto lambayecano. Con rítmico galope progresaban, amortiguadas<br />
por las dunas. De cuando en cuando una lechuza o un pájaro lugareño rompían, con<br />
broncos graznidos, el silencio, y otra vez quietud y más quietud.<br />
<strong>La</strong> noche se consumía. Presumiendo la cercanía <strong>de</strong> la meta, un guardia le<br />
comunicó al sargento:<br />
-¡Mi sargento: creo que estamos cerca. Mejor será <strong>de</strong>tenernos y planear la<br />
redada. Garbanzal está a la vuelta…<br />
- Bueno … ¡alto!...<br />
Detenidas las cabalgaduras, el sargento añadió:<br />
- Efectivamente, estamos cerca. Lo mejor será repartirnos. El cholo nos dijo que<br />
el gusto era en la casucha <strong>de</strong>l norte, o sea la primera, y no conviene que oigan el trote <strong>de</strong><br />
las bestias. Iremos en dos grupos. Usted Guivil va con Torres por la izquierda, para caer<br />
por <strong>de</strong>trás, y yo con Ramos y Ramírez por la entada. <strong>La</strong> consigna ya saben: para Alama,<br />
¡vivo o muerto! ¿Comprendido?<br />
- ¡Comprendido! – corearon los rurales.<br />
-¡A<strong>de</strong>lante! Consumida la noche, la madrugada <strong>de</strong>spuntaba. Desplegándose las<br />
parejas hundiendo pronto sus polainas <strong>de</strong> cuero sobre la arena. Caminaban con las<br />
bayonetas caladas.<br />
Minutos van, minutos vienen, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber caminado unos cientos <strong>de</strong> pasos,<br />
los rumores <strong>de</strong>l fandango llegaron al oído <strong>de</strong> los guardias:<br />
-¿Oyes? <strong>La</strong> jarana continúa – dijo Torres a su compañero.<br />
- Sí, dimos con ellos; ahí veo un punto <strong>de</strong> luz.<br />
- Ojalá que el zorro no se nos vaya a haber escurrido…<br />
- Pienso que no, la gallina está <strong>de</strong>ntro.<br />
. Avancemos…<br />
Avanzaron. Se escuchaba con más claridad los tonos <strong>de</strong>l jolgorio. Otra vez, unas<br />
coplas.<br />
Diez trancos a<strong>de</strong>lante, el sargento habló <strong>de</strong>teniéndose:<br />
- El asunto será así. Yo les daré el alto por la entrada, y uste<strong>de</strong>s, juntos con los<br />
<strong>de</strong> atrás, aguardarán con las armas preparadas. A la menor resistencia… ¡fuego!<br />
¿Listos?<br />
-¡Listos”<br />
<strong>La</strong> aurora pestañeaba. El clase cebó su Smith Wesson, hizo una señal cerrando<br />
un ofídico ojillo negro, y penetró resueltamente. Lo siguieron los hombres con sigilo, y…<br />
¡zas!, emergiendo, súbito, en el amanecer, gritó:<br />
-¡Alto!...<br />
Los circunstantes saltaron llenos <strong>de</strong> asombro, y la alegría musical se esfumó.<br />
-¡No se me mueva nadie! – or<strong>de</strong>nó el clase con dureza.<br />
A<strong>de</strong>lantándose unos metros, regó una <strong>de</strong>sconfiada mirada sobre los pitañosos<br />
rostros <strong>de</strong> los cholos, que la mañana lavaba, y requirió:<br />
-¿Nuay nadie más en esta casa…?<br />
Le respondió el silencio.<br />
-¡Oye tú! – dijo mirando al cholo más cercano - ¿Nuay nadie más aquí?<br />
- No, señor.<br />
-¡A ver – volvió a or<strong>de</strong>nas – salir, uno por uno, acá, a la pampa! ¡Con las manos<br />
en alto!
Los aludidos <strong>de</strong>sfilaron pálidos y medrosos, hasta colocarse en hilera, fuera <strong>de</strong> la<br />
choza:<br />
-¡Guivil! Acompáñame a registrar la casa.<br />
El llamado se apersonó por el postigo y <strong>de</strong>rribando con un fuerte culatazo <strong>de</strong> fusil<br />
la puerta, conminó frente a ella, arma en mano:<br />
-¡Salga quien se halle ahí!<br />
Otra vez un silencio insondable.<br />
-¡Salga quien esté ahí, carajo!<br />
Como nadie contestó se introdujo corajudamente con ágil salto, y recelosamente<br />
husmeó la pieza. Sus ojos tropezaron en un primer instante con los ventrudos cántaros<br />
<strong>de</strong> chicha, recostados sobre las aristas <strong>de</strong> las quinchas; mates y calabazas huecas y<br />
talladas; cabezas <strong>de</strong> plátanos colgados como enormes estalactitas en busca <strong>de</strong> madurez,<br />
y dos tarimas para dormir, aparentemente vacías.<br />
El sargento y Torres penetraban por el lado opuesto, cuando Guivil, que iba a<br />
informar sobre lo vació <strong>de</strong> la pieza, se retorció sorpresivamente herido por un potente tiro.<br />
-¡En la tarima! ¡En la tarima! – voceó el jefe <strong>de</strong> los guardias.<br />
Andanadas <strong>de</strong> balas perforaron al instante una <strong>de</strong>svencijada barbacoa <strong>de</strong> pájaro<br />
bobo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> una sombra, carabina en mano, baleaba con ferocidad a sus<br />
asaltantes. Pero la umbra se esfumó hacia la otra pieza, al lado <strong>de</strong>l corral.<br />
El sargento <strong>de</strong>tuvo el ataque:<br />
-¡Alto el fuego!<br />
Enmu<strong>de</strong>cidas las armas, conminó con energía:<br />
-¡Froilán, rín<strong>de</strong>te! ¡Pren<strong>de</strong>ré fuego a la casa!<br />
Una bala, rozando el hombro <strong>de</strong>l guardia Guivil, al que hizo retroce<strong>de</strong>r, fue la<br />
respuesta.<br />
-¡Prendan fuego! – se oyó<br />
Encendíanse tres teas, prestas a sembrar <strong>de</strong> llamas la casucha, albergue <strong>de</strong>l<br />
bandido, pero no fue necesario. Por la entrada apareció, acribillado vientre y cuello, un<br />
hombre tambaleante, beodo, que carabina en mano aún disparaba y retaba:<br />
-¡Soy Froilán Alama! ¡Vengan a mí, mierdas”<br />
-¡Dénle el tiro <strong>de</strong> gracia! – or<strong>de</strong>nó el sargento mientras disparaba al interior <strong>de</strong> la<br />
choza suponiendo que habían secuaces.<br />
El bandido dio unos pasos inseguros, quiso <strong>de</strong>cir más, apoyándose en la quincha<br />
<strong>de</strong> Cancún seco, pero no pudo. Doblándose en dos tiempos, y ahogado por un<br />
correntoso borbotón <strong>de</strong> sangre, rodó por el ensangrentado piso <strong>de</strong> tierra. Dos policías<br />
corrieron con rapi<strong>de</strong>z hasta él, y, ágilmente, no confiando en sus heridas <strong>de</strong> bala, le<br />
hundieron en el pecho las bayonetas caladas.<br />
En eso se oyó un relincho nervioso y lastimero <strong>de</strong> un equino.<br />
-¡Ultimen también a su mula! ¡Está hechizada! Volvió a or<strong>de</strong>nar el sargento. Y<br />
luego: - Traigan nuestros caballos que voy a aten<strong>de</strong>r a Guivil que está herido.<br />
Después <strong>de</strong> socorrer al lesionado, frente al cuerpo <strong>de</strong>l bandido yacente, indagó:<br />
-¿Está todavía vivo?<br />
- Parece que sí.<br />
- Entonces, amárrenlo fuerte. Este cholo tiene las vidas <strong>de</strong>l gato.<br />
Transcurrió un instante.<br />
-¿Ya…?<br />
-¡Ya!<br />
-¡A la montura! Pero no a horcajadas. Atravesado. Así… como un chivo.<br />
Ramos y Torres levantaron el malogrado cuerpo y lo atravesaron sobre un potro.<br />
- Usted Ramos ayu<strong>de</strong> a Guivil. Guivil, ¿necesita usted otra ayuda?<br />
- No, mi sargento. Gracias. Sólo es un brazo…el izquierdo. Mi caballo está<br />
aquietado y podré cabalgarlo.<br />
- Bueno. Vayamos a Olmos. Ahí hallaremos auxilios.
<strong>La</strong> caravana enfiló por un sen<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> arena. Semejaba la procesión <strong>de</strong> la muerte.<br />
Todos iban en silencio. Sólo el sol gesticulaba. Echaba lenguas <strong>de</strong> fuego sobre el traje<br />
azucenado <strong>de</strong> la mañana. Traje que sólo manchó la voz aguar<strong>de</strong>ntosa <strong>de</strong> un borracho<br />
que a lo lejos graznaba:<br />
¡Viva Froilán, el valiente,<br />
que al rico hiciste temblar<br />
Quién velará por los pobres<br />
si te vamos a llorar<br />
<br />
- Veinticuatro horas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber llegado a Olmos, las policías cumplieron<br />
con los trámites <strong>de</strong> ley y <strong>de</strong>cidieron conducir el cadáver <strong>de</strong> Alama al panteón <strong>de</strong> Chiclayo.<br />
Era tar<strong>de</strong>, bien tar<strong>de</strong>, a la hora en que el día se <strong>de</strong>shilacha. Bien porque nadie pudo<br />
sufragar el gasto <strong>de</strong> la caja mortuoria, bien porque no valía la pena per<strong>de</strong>r el tiempo en<br />
exquisiteces para con un ladrón, introdujeron el cuerpo en doble costal, cuidadosamente<br />
cosido y atado. Sobre un caballo matalón, en una parihuela <strong>de</strong> varas <strong>de</strong> pájaro bobo,<br />
llegó al camposanto. Sin rezos, responsos, flores, fue echado en la fosa común. Sólo un<br />
viento azufrado seguido por una nube <strong>de</strong> moscas verdosas, acompañó al cortejo. Luego<br />
el áspero graznar <strong>de</strong> avechuchos funerarios.<br />
“Pasada la medianoche, el silencio <strong>de</strong> los idos se perturbó. Un tropel <strong>de</strong> mulas<br />
erizadas penetró al recinto. <strong>La</strong>s cabalgaban una partida <strong>de</strong> torvos jinetes, a cual más<br />
fiero, y a éstos los acompañaba una mujer que ocultaba el rostro bajo un rebozo negro.<br />
Los hombres llevaban carabinas terciadas y la mujer un ramo <strong>de</strong> flores amarillas. Dos<br />
hombres portaban un féretro <strong>de</strong> cedro oloroso, bien trabajado, con aplicaciones <strong>de</strong><br />
símbolos esotéricos”.<br />
“Se dirigieron directamente hasta la fosa común, seguros <strong>de</strong> lo que buscaban.<br />
Aumentó la fuerte sensación <strong>de</strong> azufre. Extrajeron el cuerpo horas antes enfar<strong>de</strong>lado y<br />
arrojado, y lo acomodaron con un rito extraño en el catafalco. Luego lo subieron a una<br />
mula <strong>de</strong> alzada, <strong>de</strong> rico jaez. Y convertidos en sombras se alejaron presurosamente hacia<br />
el norte”.<br />
“El frío <strong>de</strong> la madrugada cortaba las caras <strong>de</strong> los montados. Recién pu<strong>de</strong><br />
entonces, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi tumba, reconocer en esas caras a los que me asesinaron. Recuerdo<br />
perfectamente lo que uno <strong>de</strong> ellos, al que llamaban Moro, me dijo aquella vez: Hemos<br />
venido da parte <strong>de</strong> Froilán a darte un regalito. Y cada uno ellos me obsequió una<br />
puñalada”.<br />
“Pero terminaré <strong>de</strong> contarte… Me enteré <strong>de</strong> otras cosas… Cuando la pandilla <strong>de</strong><br />
Froilán, que capitanea ahora no se quién, sobrepasó los lin<strong>de</strong>ros <strong>de</strong>l pueblo, y el camino<br />
se bifurcaba el más siniestro <strong>de</strong> aquellos bandidos volvió el rostro hacia la mujer que se<br />
ocultaba en el rebozo negro y entablo el siguiente diálogo:<br />
-¿Adón<strong>de</strong> lo llevamos Alina, a <strong>Piura</strong> o las Honduras?<br />
- Don<strong>de</strong> digas, Lucifer”.