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La leyenda - Colegio San Ignacio de Loyola, Piura-Perú.

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explicable; dos viejos analfabetos y sin posibilida<strong>de</strong>s físicas para movilizarse y buscar<br />

intermediarios con recados para el hijo. Pero <strong>de</strong> la segunda, su Lina, injustificable.<br />

Pensaba muchas cosas, las más <strong>de</strong> las veces negras. Así en negro ve el amor las cosas<br />

cuando falta comunicación. En la distancia las cartas son mensajeras indispensables.<br />

No faltaron opiniones suspicaces y chanzas <strong>de</strong> algunos camaradas, propensos siempre a<br />

hacer escarnio.<br />

Y luego, otra vez planos cruzados, imágenes partidas, reproches, <strong>de</strong>sconsuelo,<br />

<strong>de</strong>sesperación, rencor.<br />

Dicen que no hay corazón que engañe a su dueño. Una <strong>de</strong> esas tar<strong>de</strong>s limeñas,<br />

opacas y tristes, le llegó una carta. El remitente era su primo Victoriano Panta. Después<br />

<strong>de</strong> saludarlo <strong>de</strong> su parte y <strong>de</strong> la familia, Victoriano hizo un punto aparte y el clavó una<br />

puñalada: “Siento mucho <strong>de</strong>cirte, querido primo, que tu Lina, ya tiene otro faite. Es don<br />

Augusto <strong>de</strong>l Campo, el hijo <strong>de</strong>l patón, que ha venido hace poco <strong>de</strong>l extranjero. <strong>La</strong> cosa<br />

es pública, ya es su marido. De modo que te aviso para que te <strong>de</strong>sengañes <strong>de</strong> ella y ya<br />

no me la sigas recomendando. Así son las mujeres, primo. Consíguete otra y olvida a<br />

esa perra”<br />

No fue a partir <strong>de</strong> entonces el soldado <strong>de</strong> épocas pasadas: bonachón, alegre,<br />

disciplinado, activo. Ahora, uno indolente, irresponsable, torpe y apagado. Un Froilán<br />

irreconocible sobre el cual pesaba, casi diariamente, una ruma <strong>de</strong> papeletas <strong>de</strong> castigos:<br />

“Por llegar último a formación”, “por hacer caso omiso a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l superior”, “Por<br />

incumplimiento <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ber”.<br />

Días oscuros los suyos que parecían siglos por inacabables y exasperantes. Y en<br />

uno <strong>de</strong> ellos, el más azabache, una terrible i<strong>de</strong>a lo emponzoñó. ¡Celos! ¡Venganza!.<br />

Buscó caminos, tentó posibilida<strong>de</strong>s, urdió recursos. Más siempre volvía al mismo punto:<br />

había que fugar para cobrar la revancha.<br />

Muchos rencores había tenido en su vida. Algunos perduraban. Siempre estuvo<br />

al riesgo <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgraciarse, como <strong>de</strong>cían por allá. <strong>La</strong> explotación <strong>de</strong>l gamonalismo, el<br />

<strong>de</strong>sdén <strong>de</strong> las autorida<strong>de</strong>s por los <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong>l pobre y las pocas oportunida<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

superación lo marcaron para siempre; y por añadidura, el amor, mejor dicho, el <strong>de</strong>samor.<br />

Ese que quema como la peor can<strong>de</strong>la.<br />

El soldado ansiaba <strong>de</strong>satarse. <strong>La</strong> incrustada intención <strong>de</strong> libertad hacia un negro<br />

objetivo, empezó a madurar día tras día, hora tras hora. Se le hizo una obsesión. Una<br />

obsesión alimentada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el toque <strong>de</strong> diana al <strong>de</strong> silencio, en la cuadra, en el campo <strong>de</strong><br />

ejercicios, en el comedor, en el aula. Una obsesión impresa en el empavonado <strong>de</strong> los<br />

fusiles y en las puntas <strong>de</strong> las bayonetas; en el blanco <strong>de</strong> los bastidores y en los<br />

cua<strong>de</strong>rnos <strong>de</strong> la instrucción; en la boca <strong>de</strong> los bastidores y en los cua<strong>de</strong>rnos <strong>de</strong> la<br />

instrucción; en la boca sedienta <strong>de</strong>l cañón <strong>de</strong> su Winchester y en la entrada crepitante <strong>de</strong><br />

su corazón.<br />

<br />

Desertó. Siete días hacía que en las vitrinas <strong>de</strong> la guardia <strong>de</strong> prevención <strong>de</strong>l<br />

cuartel <strong>San</strong>ta Catalina <strong>de</strong> Lima, un edicto <strong>de</strong>l Cuerpo Jurídico Militar se <strong>de</strong>steñía con los<br />

rayos solares, junto a una pasada or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l cuartel. El edicto requería al soldado Froilán<br />

Alama, <strong>de</strong>sertor calificado. Y siete días hacía también que un hombre <strong>de</strong>ambulaba por el<br />

<strong>de</strong>sierto piurano, en medio <strong>de</strong> mil peripecias, sobre el lomo <strong>de</strong> un brioso alazán. Muchas<br />

geografías, leguas y lunas había tramontado para llegar a los lin<strong>de</strong>ros <strong>de</strong>l <strong>de</strong>partamento<br />

<strong>de</strong> <strong>Piura</strong>, internándose entre yernos, faicales e impenetrables bosques <strong>de</strong> algarrobo.<br />

Cruz <strong>de</strong> Caña, <strong>La</strong> Encantada, Ñómala, Huápalas, Vicús, Charanal, Campanas,<br />

Yapatera, Sol Sol, Paccha, Tambogran<strong>de</strong>, Sullana y <strong>Piura</strong> eran pueblos y caseríos <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

entonces mero<strong>de</strong>ados. Vivía a salto <strong>de</strong> mata y al acecho, indagando buscando algo.<br />

Sobre su hombro izquierdo pendía una carabina y en una cartuchera treinta cápsulas

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