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Capítulo 1 - Inicio

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<strong>Capítulo</strong> 1<br />

SI al menos hubiera habido algún aviso... nubes<br />

de tormenta en el horizonte, quizá, o un viento<br />

frío repentino de los que hielan la piel. Como<br />

un presagio. Pero el día era cálido y soleado, sin presagio<br />

alguno a la vista, y «si al menos» eran las tres<br />

palabras más inútiles de la lengua; Sienna lo sabía<br />

mejor que nadie.<br />

Y aunque lo hubiera sabido, ¿qué habría podido<br />

hacer para cambiar las cosas? Nada. Se hallaba tan<br />

indefensa como la hoja que un cruel viento otoñal<br />

arranca de la rama.<br />

Sin embargo, se sentía alegre al cruzar el jardín<br />

para entrar por la puerta trasera del hotel Brooke. El<br />

sendero cubierto de hiedra era su camino preferido<br />

de entrada al edificio, porque al llegar al patio oculto<br />

era difícil creer que uno se hallara en el mismo centro<br />

de Londres, que el barullo y el bullicio de las concurridas<br />

calles sólo estuvieran a un paso.<br />

En el patio, las ramas de los altos árboles, que servían<br />

de refugio a toda clase de pájaros, atenuaban los<br />

sonidos de la ciudad. Las abejas zumbaban somnolientas<br />

alrededor de las flores y las mariquitas se posaban<br />

en la piel y a veces la mordisqueaban cuando no se las<br />

miraba. Por aquel entonces, Sienna era, en esencia,<br />

una mujer urbana, pero ese lugar le recordaba su niñez<br />

en el campo, que ahora le parecía otro mundo.


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Le encantaba el Brooke. Allí era adonde había<br />

huido, donde había ascendido y donde había tomado<br />

la decisión, algo temeraria, de trabajar por cuenta<br />

propia, aunque el hotel le seguía proporcionando el<br />

grueso de su trabajo. Se dedicaba a organizar bodas,<br />

fiestas de cumpleaños, lanzamientos de libros y bar<br />

mitzvahs, y su nombre empezaba a ser muy conocido<br />

en los concurridos círculos sociales de Londres. Para<br />

ser de origen humilde y carecer de formación académica,<br />

no le había ido nada mal.<br />

Y si alguna vez se paraba a pensar cómo había<br />

llegado hasta allí... bueno, de eso precisamente se<br />

trataba: nunca lo pensaba. Pensar no servía para nada<br />

ni cambiaba nada. En la vida había que aprender de<br />

los propios errores y superar las malas épocas con la<br />

esperanza de que las buenas se hallaran a la vuelta de<br />

la esquina. Y allí estaban, claro que sí.<br />

Ese día, el mostrador de ónice de la recepción estaba<br />

lleno de deslumbrantes aves del paraíso naranjas,<br />

mezcladas con iris y azucenas. Era una vista espectacular,<br />

en la que sólo desentonaban las personas<br />

tímidas que trataban de pasar desapercibidas, pero<br />

esa clase de gente no solía alojarse allí.<br />

El dinero, el poder y un deseo ávido de algo «distinto»<br />

eran las fuerzas que guiaban a la influyente<br />

clientela del Brooke: estrellas de cine, empresarios,<br />

la realeza... todo aquel que fuera alguien.<br />

Todos acudían en masa a la mansión del siglo<br />

XVIII transformada en hotel. Nunca había habitaciones<br />

libres y a los clientes les costaba un ojo de la cara<br />

su lujo y discreción.<br />

Sienna subió en el ascensor que llevaba al ático.<br />

Iba a ver al señor Altair, y antes de conocer a un<br />

cliente, siempre fantaseaba un poco sobre la clase de<br />

fiesta que querría. ¿Quizá una temática, como aque-


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lla vez que Sienna había montado una carpa para recrear<br />

un circo francés y había conseguido convencer<br />

por los pelos al trapecista de que no se marchara indignado<br />

por no ser la estrella del programa?<br />

O aquella otra en que había llenado una sala de<br />

baile con mil rosas rojas para una de las fiestas de<br />

compromiso matrimonial más extravagantes de las<br />

que había organizado en su vida.<br />

Sienna sonrió. Su trabajo requería la capacidad<br />

organizativa de un general y la discreción verbal de<br />

un diplomático.<br />

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, un<br />

hombre alto y de piel aceitunada abrió la puerta del<br />

ático. Un sexto sentido debería haberla prevenido,<br />

pero ¿por qué? Con sus ojos negros y el traje caro<br />

que a duras penas ocultaba la pistola del bolsillo superior<br />

de la americana, el hombre se parecía a cualquier<br />

otro guardaespaldas extranjero, a los que veía a<br />

menudo debido a su trabajo.<br />

–Hola –sonrió–. Me llamo Sienna Baker y tengo<br />

una cita con el señor Altair.<br />

Una expresión que no pudo identificar recorrió<br />

los rasgos impasibles del hombre, pero éste se limitó<br />

a asentir y empujó la puerta del apartamento para que<br />

entrara. Se hizo a un lado para dejarla pasar, pero no<br />

la siguió, y, al oír la puerta cerrarse, Sienna se sintió<br />

inexplicablemente inquieta, como si la hubieran encerrado<br />

y estuviera atrapada, a pesar de que lo último<br />

que se podía experimentar en una habitación de semejantes<br />

dimensiones era agorafobia.<br />

Miró a su alrededor y se sintió abrumada por la<br />

acumulación repentina de distintas sensaciones que<br />

pugnaban por predominar en su mente.<br />

El impacto de la luz que entraba a raudales por<br />

las enormes ventanas la deslumbró durante unos<br />

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segundos, y frunció los ojos confundida cuando comenzó<br />

a llegarle el débil rastro de un aroma inquietantemente<br />

familiar. El exótico olor la atraía y le<br />

revolvía el estómago al mismo tiempo, y no sabía<br />

por qué.<br />

Y entonces vio a un hombre de pie, completamente<br />

inmóvil, que le daba la espalda, y cuya silueta se<br />

recortaba contra el horizonte de Londres. Era alto y<br />

moreno, delgado y orgulloso, como esculpido en piedra<br />

negra, y Sienna sintió que palidecía cuando el<br />

hombre se movió, pues fue como si una estatua cobrara<br />

vida.<br />

Tomó aire, incrédula, cuando lo recorrió con la<br />

mirada, mientras su mente protestaba a gritos al comenzar<br />

a registrar cada detalle: el pelo negro y ligeramente<br />

ondulado, los anchos hombros, las largas<br />

piernas, la postura arrogante y autocrática. No, por<br />

favor, no. Pero, entonces, el aroma que invadía la<br />

suite se hizo más evocador: ¿no se dice que el olfato<br />

es el más evocador de los sentidos?<br />

¿Había gemido o emitido algún sonido? ¿Fue por<br />

eso por lo que el hombre se estaba dando la vuelta?<br />

Se quedó sin respiración mientras musitaba una oración<br />

sincera. Rezó como no lo había hecho desde hacía<br />

mucho tiempo, desde una vez que había implorado<br />

a un espíritu misterioso que hiciera desaparecer el<br />

dolor. Si nadie la había escuchado entonces, que la<br />

escucharan ahora.<br />

«Que no sea él, por favor, que no sea él». Pero el<br />

corazón le dio un vuelco cuando el hombre se volvió<br />

para mirarla.<br />

Hashim la examinó con sus ojos negros, brillantes<br />

y fríos, mientras sentía, con placer a pesar de todo, la<br />

intensa punzada del deseo en las entrañas, y recordó<br />

el abandono de las piernas abiertas de ella la última


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vez que la había visto, lo cual hizo que su deseo aumentara.<br />

Durante mucho tiempo, se había privado de este<br />

momento porque se decía que era capaz de hacerlo,<br />

pero, al final, el deseo había sido irresistible. Hashim<br />

despreciaba la debilidad que le hacía desear a Sienna,<br />

pero, a la vez, la aceptaba. Y pretendía saborear cada<br />

momento. Esa mujer que lo había engañado iba a pagar<br />

por ello, y lo haría con su cuerpo.<br />

Su mirada de ébano brillante se detuvo en la silueta<br />

femenina para comprobar si el tiempo había estropeado<br />

su perfección, pero era tan firme y esbelta<br />

como la de un joven y preciado saluki, el perro de<br />

caza, de pelo sedoso, que las tribus de su tierra natal<br />

tenían en tanta estima.<br />

Era difícil precisar lo que la hacía tan deseable,<br />

porque su aspecto no era de los que estaban de moda.<br />

Era demasiado menuda y curvilínea para el gusto del<br />

momento, pero tenía un cuerpo de ensueño. Y si a<br />

eso se le añadía su inocencia y sensualidad...<br />

¡Su inocencia!<br />

Hashim apretó los labios al pensar hasta qué punto<br />

las apariencias engañan. Alzó la vista hacia su<br />

cara. Qué piel tan blanca tenía, observó con imparcialidad,<br />

y cómo contrastaba con ella el rosa oscuro<br />

de sus labios. ¡Ah, esos labios! Una de las primeras<br />

cosas en que se había fijado era el mohín que formaban<br />

de modo natural, que muchas mujeres trataban<br />

de conseguir gastándose miles de dólares en cirugía<br />

plástica.<br />

En aquel momento, esos labios temblaban bajo su<br />

escrutinio, y Hashim sintió el deseo de aplastar su<br />

suavidad de pétalo con los suyos, duros y ansiosos de<br />

calidez. Pero eso tendría que esperar... y la espera aumentaría<br />

aún más el placer final.<br />

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–Sienna –murmuró, mientras la sangre latía con<br />

fuerza entre sus piernas.<br />

Su forma de decirlo la transportó a un lugar sin límites,<br />

y se le partió el corazón al mirar al hombre del<br />

que creía haber estado enamorada.<br />

Era hermoso y feo a la vez. Tenía un rostro único,<br />

definido por un contorno duro y los estragos de la<br />

guerra. Un rostro exótico y extranjero. La nariz aguileña<br />

y la dureza de la boca incrementaban su atractivo,<br />

en tanto que los ojos negros e inteligentes parecían<br />

desnudar lentamente a una mujer.<br />

Volver a verlo era una situación que Sienna se había<br />

representado mentalmente de forma repetida, aunque,<br />

a decir verdad, no mucho en los últimos tiempos.<br />

Pero, ¿no era humano preguntarse cómo reaccionaría<br />

si lo volvía a ver? A medida que pasaba el tiempo se<br />

había ido convenciendo de que a la mujer destrozada<br />

y llorosa de los primeros días la había sustituido otra<br />

segura de sí misma que le sonreiría fríamente y le diría:<br />

«¡Hashim, cuánto tiempo sin verte!».<br />

Qué equivocada estaba y qué estúpida había sido.<br />

Como si una mujer pudiera mirar a un hombre semejante<br />

sin querer fundirse de deseo a sus pies. Pero<br />

otra emoción eclipsó el deseo: la cautela... ¿o era<br />

miedo? ¿Qué demonios hacía aquel hombre allí?<br />

–Hashim –susurró, como si despertara de un largo<br />

sueño–. ¿Eres tú de verdad?<br />

–Sí, soy yo –su dura mirada se burlaba de ella y<br />

disfrutaba de su turbación como hacía tiempo que no<br />

lo hacía–. Pareces sorprendida, Sienna.<br />

–La sorpresa conlleva algo agradable –respondió<br />

con voz vacilante.<br />

Hashim elevó sus espesas cejas negras a modo de<br />

interrogación sardónica.<br />

–¿Y ésta no lo es?


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–Claro que no –se pasó la lengua nerviosamente<br />

por los labios para humedecérselos, y deseó no haberlo<br />

hecho, ya que ese movimiento atrajo la mirada<br />

oscura de Hashim como el encantador de serpientes<br />

atrae al reptil–. Estoy horrorizada, como cualquiera<br />

lo estaría.<br />

–No estoy de acuerdo. Muchas mujeres estarían<br />

encantadas de volver a ver a un hombre que fue importante<br />

en sus vidas, pero supongo que no es tu<br />

caso.<br />

Sienna le rogó con la mirada que se callara, pero<br />

él no lo hizo, y su dura boca imitó cruelmente una<br />

sonrisa.<br />

–Me imagino que el pasado vuelve constantemente<br />

para incomodarte de todas las formas posibles,<br />

pero tú eres la única culpable, querida. Si no ocultaras<br />

tantos secretos desagradables, dormirías mejor<br />

–le dijo mientras detenía la mirada en la exquisita<br />

turgencia de sus senos; pero el recuerdo de su traición<br />

hizo disminuir la intensidad de su deseo. Apretó<br />

los labios–. Aunque soy incapaz de imaginar que un<br />

hombre te deje dormir tranquila por la noche.<br />

Quizá él mismo fuera la excepción. El idiota enloquecido<br />

y engañado que la había protegido y respetado,<br />

que la había apreciado como si fuese un objeto<br />

de porcelana delicado y de incalculable valor, que<br />

después se había hecho añicos ante sus ojos.<br />

Pero había dejado de ser idiota... esos días habían<br />

pasado y no iban a volver.<br />

Sienna quería decirle que no la mirara así, pero<br />

sabía que, si lo hacía, la miraría aún más. No era un<br />

hombre al que se pudiera contrariar o dar órdenes, y<br />

en sus ojos duros y oscuros brilló un destello de peligro.<br />

Sienna tragó saliva. La aterrorizaba tener que<br />

preguntarle, por la respuesta que pudiera darle. Hasta<br />

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que se dijo que se trataba de una coincidencia horrible<br />

y desgraciada, tenía que serlo.<br />

¿Lo era? De repente no estaba segura. ¿Había algo<br />

que ocurriera totalmente por casualidad?<br />

–¿Qué haces aquí, Hashim?<br />

Este observó la facilidad con la que había pronunciado<br />

su nombre. Qué poco consciente era del honor<br />

que se le concedía al poder decirlo con tanta libertad,<br />

cuando la mayoría de las mujeres bajarían la mirada<br />

en señal de respeto. Incluso las mujeres sofisticadas<br />

que había conocido en su vida, y había habido muchas,<br />

siempre se habían sentido ligeramente intimidadas<br />

por su poder y posición. La miró fijamente y,<br />

al anticipar lo que estaba a punto de hacer, le hirvió<br />

la sangre de placer.<br />

–Sabes perfectamente por qué estoy aquí –la reprendió<br />

con suavidad.<br />

Durante unos instantes, la incredulidad dejó a<br />

Sienna paralizada. La cruda intención sensual de su<br />

mirada la dejó helada. Y fue como si esa mirada<br />

abrasadora hubiera puesto en marcha algo que su<br />

cuerpo inerme era incapaz de detener. Negó con la<br />

cabeza y trató de parar un escalofrío de deseo furtivo<br />

y odioso.<br />

–No, no lo sé.<br />

–¡Qué vergüenza, Sienna! ¿Siempre reaccionas<br />

así cuando tienes una reunión de negocios? ¿Recuerdas<br />

que se te paga para que me organices una fiesta?<br />

Sus palabras suaves y burlonas le causaron un<br />

miedo que la ahogaba, y tragó saliva para librarse de<br />

él. De ninguna manera iba a tener una reunión con él,<br />

ni de negocios ni de ninguna otra clase. Ya lo tenía<br />

que saber.<br />

–No –dijo con toda la calma de que fue capaz. Al<br />

negar con la cabeza, la abundante mata de pelo, que


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llevaba recogida, estuvo a punto de soltársela–. No<br />

me refería a eso y lo sabes.<br />

Miró a su alrededor con desesperación como si<br />

fuera a despertarse de repente en cualquier momento<br />

y a descubrir que todo el incidente había sido una espantosa<br />

pesadilla.<br />

–Tengo que ver al señor Altair, no a ti.<br />

Le sonrió con frialdad.<br />

–Yo soy el señor Altair, Sienna. ¿No te habías<br />

dado cuenta?<br />

Su sonrisa se volvió aún más fría, a pesar de que<br />

el movimiento de sus cabellos le provocaba un deseo<br />

irrefrenable de quitarle las horquillas y soltárselos,<br />

para que cayeran libremente sobre la cálida desnudez<br />

del pecho masculino. Y de su vientre...<br />

–Altair es uno de mis numerosos alias –siguió diciendo–.<br />

Seguramente ya lo usaba cuando te conocí.<br />

–No –susurró Sienna–, no lo usabas.<br />

–Ah. Cambian tantas cosas con el paso del tiempo,<br />

¿verdad, Sienna? Me pregunto qué más ha cambiado.<br />

Sienna se sintió como si se hubiera despertado en<br />

un lugar desconocido donde todas las reglas de supervivencia<br />

se hubieran modificado. Sabía que tenía<br />

que tomar el control no sólo de sí misma, sino también<br />

de la situación. Ya no era una jovencita enamorada<br />

de un hombre, y totalmente obsesionada con él,<br />

que, en cuanto a experiencia, se hallaba a años luz de<br />

ella. El hombre equivocado, recordó con dolor.<br />

Haciendo un esfuerzo, le sonrió. Fue una sonrisa<br />

compungida, de persona adulta.<br />

–Mira, Hashim, supongo que ahora que me has<br />

visto habrás cambiado de idea. No vamos a poder hacerlo.<br />

Los ojos del hombre brillaron provocativamente.<br />

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–¿A qué te refieres exactamente? ¿Qué es lo que<br />

no vamos a poder hacer, Sienna?<br />

No respondió a la provocación sexual. Si se mantenía<br />

en el plano profesional, quizá estuviera a salvo.<br />

Si dejaba que la conversación derivara hacia el terreno<br />

personal o, peor aún, hacia el pasado, correría peligro.<br />

–Pero, ¿qué haces aquí? –le preguntó, todavía con<br />

la vaga esperanza de que las cosas no fueran lo que<br />

parecían–. Siempre te alojas en el Granchester.<br />

–Quizá allí los recuerdos me resulten demasiado<br />

desagradables –le respondió con voz burlona–. O tal<br />

me resulte irresistible lo que ofrece este hotel...<br />

Volvió a posar una mirada insolente de deseo en<br />

la turgencia de sus magníficos senos.<br />

–Tu fama va creciendo en la capital, Sienna –añadió<br />

con suavidad.<br />

Supuso que no se refería a sus clientes satisfechos.<br />

No se trataba en absoluto de un cumplido, sino<br />

de un insulto velado que implicaba... Sabía perfectamente<br />

lo que implicaba. Sintió que se le abrasaban<br />

los pulmones e inspiró para calmarse.<br />

–Es de suponer que no esperas que trabaje contigo<br />

–le dijo en voz baja.<br />

–Para ser una empleada, presupones demasiadas<br />

cosas. Podrías meterte en un buen lío si no tienes cuidado.<br />

Sienna había olvidado la curiosa mezcla de antiguo<br />

y moderno, pensamiento progresista y ridículamente<br />

anticuado que Hashim representaba. Era uno<br />

de los hombres más inteligentes que había conocido,<br />

así que ¿por qué malinterpretaba sus reservas a propósito?<br />

–No seas tan... burro, Hashim.<br />

–¿Burro? –levantó la barbilla y frunció los ojos


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hasta convertirlos en fragmentos de ébano–. ¿Te atreves<br />

a dirigirte a mí, un jeque, de ese modo?<br />

En el pasado nunca había hecho valer sus privilegios,<br />

pero tampoco le había hecho falta. A ella no le<br />

había importado su posición social, ni siquiera sabía<br />

al principio cuál era. Y cuando lo supo, no le había<br />

importado. O al menos eso creía, pero se trataba de<br />

otra indicación de lo perdida que había estado. Porque<br />

por supuesto que le había importado. Y mucho.<br />

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<strong>Capítulo</strong> 2<br />

NO tenía que haberlo conocido, claro está, porque<br />

sus caminos vitales eran muy distintos y no<br />

estaban destinados a cruzarse. Pero, a veces,<br />

una chica de campo se iba a vivir a una gran ciudad y<br />

conseguía trabajar de recepcionista en un hotel muy<br />

elegante, que era un lugar donde podía conocer a un jeque<br />

de verdad cuando iba camino de su trabajo. Como<br />

sucedía en los cuentos de hadas. Y a veces el cuento de<br />

hadas se hacía realidad, pero lo que se olvidaba con facilidad<br />

era que tales historias siempre tenían un lado<br />

oscuro.<br />

Sienna se había marchado a Londres por los motivos<br />

habituales... y por alguno más. En medio de una<br />

crisis había necesitado dinero y una solución. Y después...<br />

había necesitado olvidar. Y la gran ciudad,<br />

aparte del anonimato, le había ofrecido la oportunidad<br />

de ascender en su trabajo y de vivir sin pagar alquiler<br />

en una de las zonas más caras de Londres, un<br />

extra que le había compensado las largas horas que<br />

pasaba sin relacionarse socialmente.<br />

La primera vez que vio a Hashim fue yendo al hotel<br />

para hacer el turno de noche. Había hecho muy<br />

buen tiempo, y Sienna había disfrutado del sol.<br />

Llevaba puesta la ropa habitual, un vestido vaporoso<br />

de verano, el pelo suelto y caminaba con la<br />

energía inconsciente de la juventud. Iba fantaseando


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y no se percató de la gente que se arremolinaba en<br />

torno a la limusina de cristales opacos del hotel<br />

Granchester, de fama mundial.<br />

Y entonces vio a un hombre que salía del coche.<br />

Era alto, poseía elegancia natural y llevaba un traje<br />

de color claro que hacía resaltar su sedosa piel aceitunada,<br />

que brillaba con reflejos dorados y contrastaba<br />

con el negro de sus ojos.<br />

Se miraron durante una fracción de segundo, y sucedió<br />

lo que en las películas antiguas que tanto le<br />

gustaban. Fue como si llevara toda la vida esperando<br />

a que ese hombre la mirara con tanto interés e intención.<br />

Había entrecerrado los ojos cuando uno de los<br />

guardaespaldas puso un brazo frente a ella para obligarla<br />

a detenerse.<br />

–Pero ¿qué hace? –protestó Sienna–, y el hombre<br />

había sonreído con dureza y dicho algo en una lengua<br />

que ella desconocía.<br />

–Déjala pasar – dijo en inglés, como si estuviera<br />

traduciendo la orden para ella.<br />

Y el guardaespaldas lanzó un gruñido y se echó a<br />

un lado. Sienna inclinó la cabeza.<br />

–Gracias –dijo y siguió caminando calle abajo<br />

consciente de que aquellos ojos negros la observaban:<br />

los sentía quemándole la espalda, marcándola a<br />

fuego con su extraño y exótico poder.<br />

Unas semanas después, el hombre entró en el hotel,<br />

y Sienna se quedó paralizada.<br />

Tragó saliva. Tenía un aspecto tan radiante... tan<br />

diferente, como una flor exótica colocada en un jarrón<br />

de flores blancas. Sienna observó que algunas<br />

de las personas que había en el vestíbulo le lanzaban<br />

miradas discretas, mientras que las mujeres no lo hacían<br />

con tanta discreción. Y allí estaban sus dos guardaespaldas,<br />

siempre presentes, sólidos como una pa-<br />

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red de ladrillo, enviando mensajes silenciosos de no<br />

acercarse a él.<br />

La experiencia había hecho a Sienna recelar de<br />

los hombres, por lo que su inesperada forma de reaccionar<br />

ante aquel la había sorprendido. Cuando nunca<br />

se ha deseado a alguien de verdad, la aparición del<br />

deseo causa conmoción. No sabía qué decir. ¡Qué<br />

falta de profesionalidad!<br />

–Buenos días, señor.<br />

Hashim frunció los ojos. Era la joven de los ojos<br />

verdes. ¡Y qué cuerpo tenía!<br />

Chasqueó los dedos para indicar a los guardaespaldas<br />

que permanecieran donde estaban y se aproximó<br />

al mostrador. Se dio perfecta cuenta de la impresión<br />

que causaba en ella cuando la miró a la cara.<br />

–Volvemos a encontrarnos –dijo con voz suave.<br />

Tenía una voz profunda. A Sienna le ardían las<br />

mejillas debido al rubor, cada vez más acentuado. El<br />

corazón le latía desbocadamente. Señaló la agenda de<br />

reservas.<br />

–¿Qué desea, señor?<br />

La parte de Hashim mimada desde la cuna quería<br />

susurrarle que deseaba pasar la tarde en la cama con<br />

ella, pero su inocente sonrojo había logrado que, inconscientemente,<br />

la colocara en la categoría de las<br />

mujeres con las que no es correcto flirtear con descaro.<br />

–He quedado con uno de los huéspedes para comer<br />

–dijo.<br />

–¿Cómo se llama? –le preguntó mientras miraba<br />

la lista de reservas y se esforzaba en dejar de sonrojarse.<br />

Le dio el nombre y observó su asombro, ya que el<br />

político que iba a ver era muy conocido. Hashim sabía<br />

perfectamente lo que pueden el poder y los contactos<br />

adecuados.


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–Lo espera en la mesa, señor. Lo acompañaré.<br />

Se levantó para mostrarle el camino. Él la siguió<br />

hacia el restaurante y pudo observarla sin que se diera<br />

cuenta.<br />

No era alta, pero eso le gustaba, porque creía que<br />

la mujer debía alzar la vista para mirar al hombre, y<br />

aunque tenía las caderas estrechas, sus nalgas eran<br />

tan curvilíneas como sus senos, perfectos para que<br />

unas manos masculinas los sostuvieran.<br />

Pero eran sus ojos verdes y almendrados, el rosa<br />

de sus mejillas y el mohín de sus labios lo que más le<br />

atraía. Durante la comida, hizo un gesto a uno de los<br />

guardaespaldas para que se acercara, le dio instrucciones<br />

en su lengua y éste se dirigió al mostrador de<br />

recepción para pedir a Sienna su número de teléfono.<br />

Pero Sienna se negó a dárselo. ¡Qué caradura!<br />

¡Mandarle a uno de sus esbirros! Eso confirmaba su<br />

visión negativa de los hombres. Deseó que llegara el<br />

momento del descanso en ese mismo instante, pero<br />

todavía faltaba mucho, y cuando él salió del restaurante,<br />

seguía sentada allí.<br />

Lo miró como si no lo viera, como si no estuviera<br />

allí, algo que a Hashim nunca le había ocurrido. Pero<br />

se sentía demasiado intrigado como para ofenderse.<br />

Una emoción desconocida guió sus pasos hacia ella.<br />

–¿No quiere darme su número de teléfono? –le<br />

preguntó.<br />

–No me lo ha pedido.<br />

–¿Y eso es un pecado imperdonable? –se burló.<br />

Ella apartó la mirada, indecisa ante la forma de<br />

tratar a ese hombre fuerte y exótico que le hacía sentir<br />

cosas a las que no estaba acostumbrada.<br />

–¿Cómo se llama? –le preguntó de repente, y ella<br />

volvió a mirarlo y se sintió prisionera del brillo oscuro<br />

de sus ojos.<br />

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–Sienna –susurró como si le hubiera extraído la<br />

palabra sin su permiso.<br />

–Sienna –repitió él con suavidad y asintió–. ¿Quiere<br />

cenar conmigo, Sienna?<br />

En algún rincón oculto de su mente, Sienna sabía<br />

que el personal del hotel no podía confraternizar con<br />

los huéspedes bajo ningún concepto, pero recordó<br />

que aquel hombre no era un huésped.<br />

–No lo sé.<br />

–¿Por qué no? –le preguntó con suavidad.<br />

–Porque ni siquiera sé su nombre.<br />

–Ah, ¿no fue uno de los mejores poetas ingleses<br />

el que dijo: «¿Qué hay en un nombre?». Soy el jeque<br />

Hashim Al Aswad.<br />

¿Un jeque? Algo en los ojos del hombre hizo que<br />

lo mirara fijamente, aterrorizada.<br />

–¿De verdad es usted un jeque?<br />

–Me temo que sí –le respondió muy serio.<br />

Sienna volvió a mirarlo. Su aspecto moreno y extranjero<br />

y la inconfundible aura de autoridad que<br />

emanaba encajaban con su tratamiento.<br />

–¿Y qué me pongo?<br />

–No importa –repuso con sinceridad riéndose–.<br />

Es tan joven y hermosa, que cualquier cosa le sentará<br />

maravillosamente.<br />

Esa noche la llevó a un restaurante con vistas al<br />

río que recorría la ciudad. Las estrellas parecían estar<br />

al alcance de la mano y la noche era tan mágica, que<br />

Sienna pensó que podría tocarlas.<br />

Había creído que se sentiría rara y perdida,<br />

pero, por el contrario, estaba muy emocionada y<br />

dispuesta a disfrutar de cada segundo. Parecía adecuado<br />

hasta el sencillo vestido de algodón que había<br />

elegido. El pelo oscuro, que llevaba suelto, le<br />

llegaba casi hasta la cintura. Vio la mirada de apro-


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bación que le dirigió Hashim y supo que había<br />

acertado.<br />

Parecía una cita a la vieja usanza. Hashim no<br />

prestó atención al hecho de que hubiera dos guardaespaldas<br />

armados sentados a unas mesas de distancia<br />

y alguno más fuera del restaurante. Tenía la sensación<br />

de que aquello era distinto y no sabía por qué.<br />

¿Quizá por el aire de total inocencia de la mujer?<br />

–Háblame de ti –le pidió.<br />

Sienna vaciló, sin saber por dónde empezar. ¿Había<br />

llegado el momento de contar su vida, de confesarse?<br />

En otra época había hecho algo de lo que no<br />

se sentía muy orgullosa, pero era indudable que esa<br />

única acción no la definía como persona. Lo más<br />

probable era que no volviera a ver a aquel hombre<br />

después de esa noche, así que ¿para qué le iba a confiar<br />

un secreto que podía arruinarles la velada?<br />

Pensó en lo que le gustaría oír a un jeque. Estaba<br />

claro que no podía competir con él en el terreno material.<br />

Se inclinó, apoyó con fuerza las manos en el<br />

mantel de lino y trató de evocar una vida muy distinta.<br />

–Me crié en el típico pueblecito inglés, con corderos<br />

trotando por los prados en primavera y cerezos en<br />

flor.<br />

–¿Y en verano?<br />

–¡Llovía! –se encogió de hombros–. Bueno, en realidad<br />

no llovía. Ahora sí, cada vez que vuelvo. Pero<br />

quizá se deba a que ahora soy una persona adulta.<br />

Cuando era pequeña, siempre brillaba el sol. Me imagino<br />

que la infancia de la mayoría de la gente es así.<br />

La vemos de color de rosa –dijo mientras lo miraba y<br />

pensaba que nunca había visto unos ojos tan negros.<br />

Él creía que no. Desde luego, la suya no había<br />

sido así, pero no iba a describirla ni a establecer<br />

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comparaciones. Jamás se le hubiera ocurrido manifestar<br />

lo que pensaba sobre el hecho de crecer. La intimidad<br />

era un acto reflejo en él, siempre lo había<br />

sido; se la habían inculcado desde el principio. Así<br />

que aprovechó el tono nostálgico de la voz femenina.<br />

–Si era tan idílico, ¿por qué te marchaste?<br />

–Los pájaros tienen que abandonar el nido –repuso<br />

mientras jugueteaba con la servilleta.<br />

–Desde luego –dijo frunciendo los ojos–. ¿Y es la<br />

vida fuera del nido tal como la imaginabas?<br />

Sienna vaciló. La vida podía causar miedo y te<br />

ofrecía oportunidades que podían asustarte aún más.<br />

–Bueno, ganas libertad y pierdes estabilidad. Creo<br />

que la vida consiste en eso, aunque cabe esperar que<br />

las pérdidas y las ganancias se equilibren al final. .<br />

–Tienes la cabeza muy buen puesta sobre esos<br />

hombros tan jóvenes –le dijo con seriedad.<br />

–Te estás burlando de mí.<br />

–No –negó con la cabeza y sonrió con dulzura–.<br />

En absoluto. A decir verdad, tu actitud me resulta encantadora.<br />

A propósito, ¿cuántos años tienes?<br />

¿Creería que era muy joven? «¿Muy joven para<br />

qué, Sienna?»<br />

–Casi veinte.<br />

–¿Sólo casi? –le sonrió burlón.<br />

–Ahora te toca a ti –exclamó–. ¿Qué demonios<br />

hace un jeque?<br />

Le tembló la boca. Era una mujer realmente irresistible.<br />

–A veces también yo me lo pregunto. Básicamente<br />

gobierna un país, lo que implica pelear mucho y<br />

tratar de llegar al poder, aunque también supervisa la<br />

exportación de petróleo, que es la razón por la que<br />

estoy aquí.<br />

«Y está rodeado de una riqueza tal, que a la ma-


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yor parte de la gente le resultaría incomprensible».<br />

Sobre todo a ella.<br />

–¿Dónde vives? –le preguntó mientras desmigaba<br />

un trozo de pan.<br />

No respondió durante unos segundos y después<br />

sonrió de modo extraño.<br />

–Vivo en Qudamah, pero provengo de una raza<br />

nómada –le brillaron los ojos–. No nos establecemos<br />

en un sitio con facilidad.<br />

Si ella hubiera sido mayor, se habría dado cuenta<br />

de que Hashim hablaba de límites, pero su juventud<br />

hizo que las románticas palabras masculinas desataran<br />

su imaginación, de por sí muy exaltada.<br />

Más tarde, en la limusina, su muslo firme rozó el<br />

de ella, y Sienna se quedó sin aliento. Pero no la<br />

besó, sino que se limitó a pedirle, más bien a ordenarle,<br />

que volvieran a verse.<br />

Todo había ocurrido demasiado deprisa. La vida<br />

de Hashim comenzó a deslizarse por una escala temporal<br />

distinta, y descubrió algo que le resultaba desconocido:<br />

un tumulto de sentimientos que su experiencia<br />

y cinismo le impedían denominar amor. Sin<br />

embargo, sus antepasados habían sido poetas y sabios,<br />

además de guerreros, por lo que estaba dispuesto<br />

a confesar que Sienna había conmovido una parte<br />

de su ser de la que hasta entonces no se había preocupado.<br />

Parecía como si su inocencia y belleza hubieran<br />

comenzado a fundir lentamente algo que Hashim<br />

no sabía que estuviera helado.<br />

Quizá fuera su corazón.<br />

Ella tembló cuando la besó por primera vez y, al<br />

tomarla en sus brazos, sintió la tensión de su cuerpo,<br />

que provocaban el deseo y el miedo al mismo tiempo.<br />

Parecía increíble, dada su edad y su educación liberal,<br />

pero algo le dijo que su instinto estaba en lo cierto.<br />

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Una noche miró con ojos encendidos su rostro<br />

sonrojado.<br />

–¿No has estado con ningún hombre? –le preguntó.<br />

–No –confesó en voz baja al tiempo que se preguntaba<br />

si esa confesión lo alejaría de ella.<br />

–Una virgen inocente –gimió mientras la besaba–.<br />

Mi virgen inocente.<br />

Eso lo cambió todo, por supuesto. Saber que era<br />

pura lo llenó de alegría, aunque sabía que eso suponía<br />

una gran responsabilidad hacia ella. Un hombre<br />

con una vida repleta de responsabilidades podría haber<br />

prescindido de una más, pero la asumió.<br />

La veía siempre que le era posible, y se preguntaba<br />

si la frecuencia de sus encuentros haría disminuir<br />

la magia. Pero no desaparecía. Se había pasado la<br />

vida evitando cualquier clase de compromiso, pero<br />

en aquellos momentos lo consideraba más un defecto<br />

que una virtud.<br />

La llevaba a restaurantes discretos y ella le mostraba<br />

los lugares ocultos y secretos de la ciudad. Le<br />

hacía sentirse vivo. Antes, nunca se había privado de<br />

tener relaciones sexuales, pero esa vez era una contención<br />

que se había impuesto a sí mismo. Y descubrió<br />

que prescindir de algo que de verdad se deseaba<br />

podía resultar insoportablemente erótico.<br />

Sin embargo, la inocencia de Sienna la hacía ser<br />

adecuada... muy adecuada. Había que cruzar muchos<br />

puentes, desde luego; y el primero sería presentársela<br />

a su familia. Pero sin presiones por ninguna de ambas<br />

partes. En terreno neutral.<br />

–¿Te gustaría acompañarme a una boda, querida<br />

Sienna? –le preguntó una tarde, abrazándola por la<br />

cintura.<br />

–¿A la boda de quién? ¿Dónde? ¿Cuándo? –lo interrogó<br />

mirándole a los ojos.


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–A la boda de mi primo –murmuró–. Se casa en el<br />

sur de Francia, el mes que viene. Mi madre y mis<br />

hermanas estarán allí. ¿Vendrás como mi invitada?<br />

Sienna se dio cuenta de que se trataba de algo importante.<br />

Una declaración. Una indicación de que la<br />

cosa iba en serio. Le sonrió alegremente.<br />

–Me encantaría –respondió con sencillez.<br />

Hashim se dirigió a uno de sus ayudantes.<br />

–Encárgate de todo, por favor.<br />

–¿Está completamente seguro, Alteza?<br />

Hashim frunció el ceño. ¡No consentiría que le dieran<br />

órdenes! La historia de su país estaba repleta de<br />

ejemplos de jeques que se habían casado con plebeyas.<br />

Pero, dos días después, llamaron a la puerta mientras<br />

trabajaba en su despacho, y Hashim se topó con<br />

los ojos oscuros de su secretario privado, que sostenía<br />

en la punta de los dedos, como si estuviera contaminado,<br />

algo parecía una revista.<br />

–¿Qué pasa, Abdul-Aziz? –le preguntó imperiosamente–.<br />

Estoy a punto de salir.<br />

El secretario tenía una expresión adusta.<br />

–Antes de que os marchéis, Alteza, hay algo que<br />

quiero mostraros.<br />

Sienna se pasó los dedos por el pelo por enésima<br />

vez, debido a una mezcla de emoción y nervios. Hashim<br />

había mandado un coche a buscarla para ir a cenar<br />

al Hotel Granchester, donde se alojaba. Todavía<br />

no se había recuperado del impacto que le había producido<br />

la invitación a la boda familiar. Estaba tan<br />

emocionada ante la perspectiva de aparecer en público<br />

con él, que no había tenido tiempo de pensar en lo<br />

que le diría a la madre.<br />

Sería ella misma, sin artificios ni afectación, por-<br />

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que así le gustaba a Hashim. Sintió un escalofrío de<br />

emoción al subir las imponentes escaleras de mármol<br />

del hotel Granchester.<br />

Pero Hashim no estaba allí para recibirla, ni tampoco<br />

ninguno de sus empleados, ni siquiera Abdul-Aziz.<br />

La recepcionista le dirigió una mirada de complicidad<br />

mientras le indicaba que subiera a la suite.<br />

«No es lo que crees», quería decirle Sienna.<br />

«Hashim siempre me ha tratado con respeto». Pero<br />

mientras subía en el ascensor, se preguntó por qué<br />

había cambiado las pautas de sus encuentros.<br />

El propio Hashim abrió la puerta, y Sienna se sintió<br />

desconcertada, porque nunca lo había visto vestido<br />

de ese modo. Esa noche tenía el aspecto exacto de<br />

lo que Sienna imaginaba que sería un jeque.<br />

Habían desaparecido los trajes inmaculados hechos<br />

a mano que solía ponerse, que contrastaban con<br />

su aspecto exótico y que lo convertían en esa mezcla<br />

tan atractiva entre lo oriental y lo occidental. En cambio<br />

llevaba puestos unos pantalones de seda finísima<br />

de color granate y una camisa también de seda. El<br />

tono oscuro de las prendas favorecía al máximo el color<br />

exótico de su piel, y Sienna sintió la boca seca,<br />

porque estaba descalzo y llevaba la camisa abierta,<br />

que mostraba el vello y los músculos del pecho.<br />

Nunca se había enfrentado de manera tan clara a<br />

su masculinidad manifiesta. Al preguntarse si llevaría<br />

ropa interior, le dio un vuelco el corazón.<br />

Pero lo que la inquietó fue algo más que su desnudez,<br />

ya que sus ojos tenían una mirada peligrosa,<br />

acerada y crispada, como si fuera de azabache. Hubo<br />

algo, no sabía si la emoción o el miedo, que la contuvo<br />

para no echarse en sus brazos del modo que siempre<br />

le hacía reír a él. Pero ¿por qué iba a asustarse?<br />

–Estás muy guapa esta noche, Sienna.


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¿La estaban traicionando los nervios o su voz tenía<br />

un tono raro?<br />

–Gracias... –sus palabras se perdieron bajo la presión<br />

de su boca dura y embriagadora. La había arrastrado<br />

hacia sus brazos sin previo aviso y había comenzado<br />

a besarla de un modo que la dejó sin<br />

aliento–. ¡Hashim! –dijo jadeando.<br />

Abrió su boca bajo la de él, y fue suficiente para<br />

encender todo el fuego y la furia que lo habían estado<br />

consumiendo. La besó hasta que Sienna sintió que se<br />

deshacía ansiosa y gimiendo ante su tacto experimentado,<br />

y sólo entonces Hashim levantó la cabeza y<br />

la miró con ojos duros e inquisitivos.<br />

–Hashim... ¿qué? – preguntó el hombre con voz<br />

ronca mientras le besaba la sedosa garganta con la<br />

suavidad de una pluma.<br />

Sienna pensó que sería una locura protestar diciendo<br />

que nunca la había besado así cuando se había<br />

pasado horas pensado en la causa.<br />

–¡Oh! –se estremeció cuando le puso la mano<br />

suavemente en el pecho.<br />

Sus labios se curvaron en una sonrisa triunfal<br />

cuando volvió a acariciar con la punta de los dedos<br />

sus senos exuberantes.<br />

–¿Oh, qué, Sienna? –le preguntó con voz suave–.<br />

¿Te gusta?<br />

–¡Oh! –exclamó jadeando–. Mucho.<br />

Un ligero temblor recorrió las tensas mejillas<br />

masculinas.<br />

–Dime qué quieres –le dijo con voz crispada.<br />

El instinto venció las reservas e hizo que las palabras<br />

de Sienna surgieran por sí solas.<br />

–Esto –suspiró mientras los dedos masculinos rozaban<br />

momentáneamente los montículos anhelantes<br />

de sus senos–. ¡Esto es lo que quiero!<br />

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Hashim sostuvo las magníficas turgencias con las<br />

manos y delineó un círculo lento y deliberado con el<br />

pulgar.<br />

–¿Así?<br />

Sienna asintió mientras se ahogaba de placer.<br />

–No te oigo –le dijo con suavidad.<br />

–Sí –gimió–. ¡Sí! Así. Oh, Hashim...<br />

¡Cómo se había equivocado al juzgarla! Sentía<br />

cómo respondía el cuerpo de ella apretándose contra<br />

el suyo, y sabía que si le metía la mano por debajo de<br />

la falda, no se lo impediría. ¿Hasta dónde le dejaría<br />

llegar en público? ¿Le dejaría desabrocharse la cremallera<br />

y entrar en ella? Probablemente.<br />

–¿Quieres que te haga el amor al lado del ascensor?<br />

–le preguntó con vehemencia.<br />

En un oscuro rincón de su mente, Sienna se percató<br />

de su tono severo... de desaprobación... Pero tal vez<br />

se debiera a que se había estado conteniendo demasiado<br />

tiempo. ¿No se decía que los hombres tenían dificultades<br />

para controlar su apetito sexual? Sienna se<br />

echó hacia atrás y tragó saliva, levantó la mano y acarició<br />

su rostro de facciones duras, pero lo sintió frío e<br />

intimidatorio. Era evidente que Hashim se estaba controlando<br />

mucho y no debía hacerlo esperar más. Había<br />

representado el papel de caballero para agradarla.<br />

Había llegado la hora.<br />

–Vamos a la cama –le susurró atrevida.<br />

Él apretó los labios<br />

–Sí –asintió con voz extraña–. ¿Por qué no?<br />

Sin previo aviso, cerró dando un portazo, la tomó<br />

en brazos y la llevó a la inmensa cama de matrimonio<br />

cubierta por una colcha bordada en oro.<br />

–Propia de un rey –murmuró Sienna con placer.<br />

Pero los ojos de Hashim no sonreían cuando la<br />

depositó en ella.


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–Sólo que esta vez es un jeque –respondió con<br />

voz apagada–. ¿Estás decepcionada?<br />

Sienna quería preguntarle qué pasaba, pero él ya<br />

se había tumbado a su lado, y sus últimos reparos se<br />

evaporaron.<br />

–Vamos entonces –dijo él resueltamente, mientras<br />

comenzaba a desabotonarle el vestido con una sonrisa<br />

de ansia salvaje–. Ah –inspiró lenta y placenteramente<br />

cuando le descubrió los senos, que sobresalían<br />

con una exuberante palidez del encaje rosa que los<br />

contenía–. ¡Qué firmes! ¡Qué prietos! Como la fruta<br />

madura. ¡Qué hermosos! Tienes los pechos más bonitos<br />

que he visto en mi vida, Sienna. Qué afortunado<br />

soy.<br />

Había algo en sus palabras que la inquietaba, pero<br />

el movimiento experto de sus dedos disipó cualquier<br />

ansiedad que pudiera sentir, y cerró los ojos.<br />

–Sí –murmuró Hashim–. Recuéstate y disfruta.<br />

Era muy considerado. Bajo su capa exterior de<br />

acero, lo primero y lo que más le preocupaba era el<br />

placer de ella. Sintió que le desabrochaba el sujetador<br />

y suspiró. Parpadeó y sorprendió una mirada casi<br />

de... reticencia... en el rostro de Hashim. Pero él inclinó<br />

la cabeza hacia ella, y Sienna sintió la calidez<br />

de su aliento.<br />

–Hashim... –tragó saliva. No estaba segura de que<br />

la hubiera oído–. Hashim –volvió a decir, casi con<br />

desesperación, porque lo que más deseaba era que la<br />

besara y le dijera palabras dulces que acompañaran<br />

sus gestos eróticos.<br />

–Calla –ordenó con voz suave, ya que sabía por<br />

experiencia que la conversación podía alterar el estado<br />

de ánimo y la concentración. Sabía lo que quería<br />

y no iba a permitir que nada en absoluto le impidiera<br />

conseguirlo.<br />

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Sienna se retorció sobre la fría colcha, y el movimiento<br />

experto de las manos masculinas hizo desaparecer<br />

la necesidad de que la tranquilizase. Nunca había<br />

experimentado sensaciones semejantes en los pechos.<br />

Parecía que hubieran doblado su tamaño, y sentía un<br />

picor en ellos provocado por la excitación. El más leve<br />

roce le provocaba punzadas de puro placer. Gritó<br />

cuando la lengua de Hashim le lamió la piel sensibilizada.<br />

–Eres muy sensible para ser tan... inocente –le<br />

dijo con la boca pegada a uno de sus pezones.<br />

Sintió otra punzada de placer que, de tan aguda,<br />

se asemejaba al dolor y se percató de la existencia de<br />

un vacío que pedía a gritos ser llenado.<br />

–¿Lo soy?<br />

–Sí. Y ahora lo vas a ser más...<br />

Sienna se quedó sin respiración al sentir que la<br />

mano de Hashim descendía y se acercaba a la parte<br />

de su cuerpo que la reclamaba ardientemente, el punto<br />

donde quería que la tocase por encima de todo, y<br />

rezó en silencio para que no se detuviera.<br />

–No lo haré –dijo él con brusquedad.<br />

Sienna se dio cuenta de que debía de haber hablado<br />

en voz alta.<br />

–Hashim –susurró apoyando los labios en su piel<br />

ardiente–. Te quiero, Hashim.<br />

Se detuvo un instante y luego negó suavemente<br />

con la cabeza y la hizo callar con sus expertas caricias.<br />

Le acarició su centro ardiente y sensible con<br />

mucha delicadeza hasta que ella soltó un grito ahogado<br />

de incredulidad, como alguien que buscara algo<br />

con frenesí, sin saber qué. Movió la cabeza nerviosamente<br />

de un lado a otro al acercarse al punto de no<br />

retorno.<br />

Sollozó al alcanzar la plenitud, sin darse cuenta


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de que Hashim se apartaba. A medida que fue recuperando<br />

la razón y la cordura vio que se había levantado<br />

y... ¡apartado hasta el otro lado de la habitación,<br />

lo más lejos posible!<br />

Parpadeó y trató de recobrar el aliento.<br />

–Hashim –exclamó con voz ronca y confusa–.<br />

¿Qué pasa?<br />

–¿Cómo que qué pasa? –hizo una pausa antes de<br />

responder e inspiró profundamente mientras trataba<br />

de controlar su deseo, para dejar paso a la ira–. Creo<br />

que ya es hora de dejar de jugar, ¿no te parece?<br />

Sienna se sentó en la cama, consciente de que tenía<br />

la ropa revuelta, y se sintió humillada al mirar la<br />

severa máscara en que se había convertido su cara:<br />

un Hashim que nunca había visto, al que no reconocía.<br />

–¿Por qué te comportas así? –le preguntó desconcertada–.<br />

¿No quieres que hagamos el amor... como<br />

es debido?<br />

–¿Crees que me iba a dignar a contaminarme poseyéndote?<br />

–le preguntó de manera insultante–. ¡Me<br />

has engañado!<br />

–No sé de qué me hablas –pero un instinto de autoprotección<br />

la llevó a abotonarse el vestido con dedos<br />

temblorosos.<br />

–¡La dulce virgencita! –exclamó con furia–. ¡Las<br />

vírgenes no posan desnudas como modelos para fotos<br />

pornográficas!<br />

Y entonces, Sienna lo entendió todo con terrible<br />

claridad. El calendario. Las doce fotos. Oh, las malditas<br />

fotos. Se estremeció y dejó escapar un tembloroso<br />

suspiro.<br />

–¿Las has visto?<br />

Si una parte irracional en él había mantenido la<br />

esperanza de que se tratara de un error, de que tuvie-<br />

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30<br />

ra una hermana gemela secreta entre bastidores, la<br />

mirada culpable del rostro de Sienna hizo desaparecer<br />

dicho pensamiento.<br />

Al darse cuenta de su error, sus sueños y esperanzas<br />

sobre lo que podía haber sido se derrumbaron<br />

ante sus ojos como el polvo del desierto. Había creído<br />

que era la mujer que él quería que fuera, no la que<br />

era en realidad. Su belleza y su aspecto inocente lo<br />

habían engañado. ¡Oh! ¡Qué estúpido había sido!<br />

–Sí, las he visto – exclamó irritado, al recordar<br />

que había estado a punto de presentársela a su familia,<br />

que había estado pensando en ella como su futura<br />

esposa. ¡Qué idiota!<br />

–Hashim, por favor, no es lo que parece –exclamó<br />

con desesperación.<br />

Había accedido a posar para el calendario como<br />

algo excepcional para que su madre pudiera operarse.<br />

El dolor la tenía inmovilizada y su vida corría peligro,<br />

y la operación que con tanta urgencia necesitaba<br />

era cara. Había sido un modo poco convencional de<br />

obtener el dinero, de acuerdo, pero el único posible<br />

en aquel momento. Y si Hashim supiera lo desesperada<br />

que se había sentido y la situación insostenible en<br />

que se encontraba su madre...<br />

–Hashim, por favor... puedo explicarte...<br />

–¿El qué? ¿Cómo te frotabas los pechos y fingías<br />

un orgasmo? –la interrumpió brutalmente. Pero a pesar<br />

de la repugnancia que sentía, experimentó la llamada<br />

del deseo, ya que, aunque la existencia de las<br />

fotos destruía cualquier clase de futuro en común, no<br />

podía ser hipócrita y negar que eran magníficas–.<br />

¿Crees que puede haber una explicación aceptable?<br />

–No es...<br />

Pero estaba tan furioso, que no la escuchaba.<br />

–Eres una magnífica actriz, te felicito. Has logra-


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do engañarme. Y me has mentido –añadió con amargura<br />

recordando que le había dicho que era virgen y<br />

que lo amaba.<br />

–¡No te he mentido! Sólo... –lo miró y se encogió<br />

de hombros con desesperación–. No encontraba el<br />

momento adecuado para decírtelo.<br />

–¡Es que nunca hubiera sido el momento adecuado!<br />

En mi cultura, semejante conducta por parte de la<br />

esposa del jeque sería repugnante, como sin duda debes<br />

saber.<br />

Sienna lo miró. Claro que lo sabía. ¿No había sido<br />

ésa una razón más para haberlo ocultado, como si al<br />

hacerlo no hubiera sucedido y no tuviera que enfrentarse<br />

a las consecuencias de sus actos y pudiera seguir<br />

viviendo con Hashim en su mundo de fantasía,<br />

libre del pasado y con un futuro sin preocupaciones?<br />

¿Había pensado en algún momento que el resultado<br />

sería distinto de lo que estaba sucediendo, que habría<br />

una solución mágica a pesar de lo que había hecho?<br />

No, Hashim nunca la perdonaría.<br />

Su mirada de desprecio era casi imposible de soportar,<br />

y Sienna se levantó y recogió los zapatos. El<br />

pelo le cayó sobre la cara y ocultó su dolor.<br />

Pero se detuvo en la puerta y alzó la vista, incapaz<br />

de reprimir la débil esperanza que se negaba obstinadamente<br />

a morir.<br />

–Entonces, ¿es el final, Hashim?<br />

–¿El final? –se le endureció la boca, porque quería<br />

hacerla sufrir como ella le había hecho sufrir, destruir<br />

sus sueños como ella había destruido los suyos–. Me<br />

parece que te olvidas de quién eres. ¿Creíste que esto<br />

sería algo más que una diversión temporal? –le preguntó<br />

con voz imperiosa–. Soy un jeque y tú, una plebeya.<br />

Una verdadera plebeya –le dijo clavándole la<br />

última estocada.<br />

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<strong>Capítulo</strong> 3<br />

QUÉ doloroso podía resultar el pasado!<br />

Pero a medida que la bruma de la memoria se<br />

aclaraba, Sienna miró a Hashim a los ojos, y<br />

el dolor volvió a invadirla como si no hubiera transcurrido<br />

el tiempo.<br />

Recordó cómo había salido a trompicones de la<br />

suite esa noche mientras las lágrimas comenzaban a<br />

rodarle por las mejillas. Llegó a su casa sin saber<br />

cómo y aulló sobre la almohada como un animal herido.<br />

No sabía que pudiera llegar a llorar o a sufrir<br />

tanto, a que la idea de comer le asqueara y a querer<br />

únicamente dormir. Pero el sueño no llegaba, y cuando<br />

lo hacía, se burlaba de ella con imágenes del rostro<br />

oscuro que tanto había llegado a amar.<br />

Por primera vez en su vida comprendió lo que era<br />

el dolor, y no quería volver a experimentarlo.<br />

Había tardado muchos meses en volver a encarrilar<br />

su vida, en reincorporarse a la especie humana.<br />

Pero, desde entonces, muchas cosas habían cambiado,<br />

y lo más importante era que ella había cambiado.<br />

Ya no era la joven inocente sin la menor idea de lo<br />

que era la vida o de cómo manejar a los hombres.<br />

«No dejes de repetírtelo», pensó con desesperación<br />

cuando sus miradas se cruzaron.<br />

–Estás recordando la última vez que nos vimos<br />

–observó con voz extraña.


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¿La había delatado la cara? Quizá Hashim hubiera<br />

visto en ella su vulnerabilidad y angustia.<br />

–¿Cómo no voy a hacerlo? –le preguntó tratando<br />

de que no le temblara la voz–. Con sólo mirarte me<br />

invaden los recuerdos.<br />

La miró fijamente con ojos de azabache. ¿Creía<br />

que a él no le pasaba lo mismo? Sintió la aguda punzada<br />

del deseo.<br />

–Así que todo vuelve –añadió con suavidad.<br />

–Deberíamos probar una sesión de terapia conjunta<br />

–sugirió en tono desenfadado–, como la gente que<br />

quiere dejar de fumar.<br />

¡Qué frívola y cínica parecía! ¿Eran esos los rasgos<br />

de su carácter que le había ocultado? ¿Y por qué<br />

no? ¿No era una mujer experta en el arte del engaño?<br />

–Quizá no esté dispuesto a dejarlo –dijo pausadamente.<br />

A Sienna se le hizo un nudo extraño en la garganta<br />

y sintió que se cernía en el aire algo seductor y, a<br />

la vez, infinitamente amenazador.<br />

–Y eso, ¿qué significa? –preguntó con voz temblorosa.<br />

–Bueno, al menos para ti fue un... ¿cómo decirlo?<br />

Un encuentro satisfactorio –le dijo con una sonrisa<br />

cruel en los labios.<br />

Lo que implicaban sus palabras estaba claro y resultaba<br />

insultante, aunque no era verdad, o al menos<br />

no en lo que importaba. Quizá, en cierto sentido, había<br />

sido satisfactorio en el plano puramente físico;<br />

pero en el emocional había resultado tan estéril<br />

como uno de los desiertos de su tierra natal. La plenitud<br />

sin ternura nunca satisfacía a una mujer. Se había<br />

sentido vacía, como si aquel hombre le hubiera<br />

arrancado una parte esencial de sí misma y se la hubiera<br />

llevado.<br />

33


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34<br />

–¿Es así como lo describirías? –le preguntó sombríamente.<br />

–¿Tú no? –se burló él.<br />

–No.<br />

Miró sus ojos negros y fríos y supo que nunca<br />

comprendería, que ni siquiera lo intentaría. ¿Por qué<br />

iba a hacerlo? Negó con la cabeza con la esperanza<br />

de alejar parte de la tristeza.<br />

–De todas formas, ¿de qué sirve hablar de ello?<br />

Las cosas han cambiado.<br />

El rostro de Hashim permaneció impasible, pero<br />

en su interior sintió una chispa de ira mezclada con<br />

deseo sexual y anticipación. Lo había engañado una<br />

vez, pero ni una más. ¿Había creído Sienna en algún<br />

momento que ahora que tenía la mira puesta en ella<br />

la dejaría marchar? ¿No se daba cuenta de lo que<br />

quería, de que había llegado hasta allí para conseguirlo?<br />

Pero, como el experto cazador que era, sabía que<br />

había muchas maneras de jugar con la presa. ¿También<br />

ella había lamentado el brusco final de aquel encuentro?<br />

¿Lamentaban tanto él como ella que su relación<br />

amorosa no hubiera sido completa?<br />

–Sí, las cosas no son iguales –asintió–. Pero nos<br />

han devuelto al mismo sitio. Estoy aquí y estás aquí,<br />

así que, ¿qué te parece que hagamos al respecto?<br />

Dio un paso hacia ella. Se hallaba lo suficientemente<br />

próximo como para poder examinarlo como<br />

era debido, y Sienna vio cuánto había cambiado, aunque<br />

no en lo fundamental. Seguía siendo el hombre<br />

más masculino que había visto en su vida. Era como<br />

si proviniera de otro tiempo. Aspiró su olor: un aroma<br />

vital y especiado que hablaba de virilidad salvaje<br />

y se extendía hasta lo más femenino de su ser.<br />

Sienna cerró los ojos desesperada por el hecho de


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reconocerlo, y cuando los abrió, se encontró con la<br />

mirada de ébano ardiente de Hashim. Sentía cómo la<br />

atraía, como un niño al que han dejado fuera de la<br />

casa mucho tiempo pasando frío. Hashim era la promesa<br />

del calor, el consuelo y la seguridad.<br />

No se dio cuenta de que él se hubiera vuelto a<br />

mover, pero tenía que haberlo hecho, por Dios, que<br />

no hubiera sido ella, ya que de repente se encontró en<br />

sus brazos, sin que sus sentidos le dieran tiempo a<br />

preguntarse dónde estaba su cordura cuando el hombre<br />

bajó la cabeza para rozar sus labios con los suyos.<br />

Fue una descarga eléctrica. Un incendio. Hielo.<br />

Todos los extremos que pudieran conmocionar su organismo<br />

hasta lo más profundo: así fue el beso de<br />

Hashim. Despertó en ella algo que había permanecido<br />

aletargado desde la última vez que estuvo en sus<br />

brazos. Por aquel entonces se había imaginado, ingenuamente,<br />

que todos los besos provocarían una combustión<br />

sensual instantánea, pero después había descubierto<br />

lo equivocada que estaba.<br />

Los labios de Hashim eran duros y suaves, buscaban<br />

e imponían a la vez, y tenían un sabor más dulce<br />

que la miel. Abrió los suyos bajo su presión para degustar<br />

la calidez y sentir cómo se deslizaba seductoramente<br />

la lengua masculina por el interior húmedo<br />

de su boca. Comenzó a respirar entrecortadamente y<br />

se le doblaron las rodillas, de modo que él la abrazó<br />

contra sí, aprisionándola con una garra de hierro que<br />

hizo que se derritiera.<br />

La inundó una oleada de deseo. Físico, desde luego,<br />

pero también algo más. Algo que era infinitamente<br />

más poderoso y mucho más peligroso, como si<br />

sólo Hashim pudiera llenar un vacío emocional que<br />

siempre se hallaba presente en su interior.<br />

35


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36<br />

Sintió cómo se le aceleraba la sangre y el clamor<br />

de su reacción al beso, esa primitiva pulsación de la<br />

sangre al concentrarse e invadir un lugar que la hacía<br />

anhelar más. Sintió cómo una de las manos masculinas<br />

descendía hasta sostener una de sus nalgas y rogó<br />

en silencio que se desplazara hacia delante, para<br />

ahondar en ese sitio secreto una vez más.<br />

Parecía que él le leía los pensamientos, porque se<br />

echó a reír al desplazar la mano y arrastrar provocativamente<br />

los dedos por el ansioso montículo. Sienna<br />

gimió dulcemente en respuesta. El murmuró algo en<br />

una lengua extranjera, pero el tono burlón y triunfal<br />

de sus palabras se derramó por sus sentidos encendidos<br />

como agua helada, y la incredulidad la dejó paralizada.<br />

«¿Qué demonios estaba haciendo?»<br />

Se soltó de un tirón y lo miró fijamente con los<br />

ojos como platos. Respiraba entrecortadamente y el<br />

corazón le latía desbocado mientras trataba de calmarse<br />

y se estiraba el vestido con frenesí. Tenía la<br />

cara ardiendo y también, sin duda, el corazón.<br />

–¿Qué demonios estás haciendo?<br />

–Exactamente lo que quieres que haga –su sonrisa<br />

era arrogante; su mirada, fría.<br />

–¡No!<br />

–Sí. Tienes ganas de mí –se burló–. Podría hacértelo<br />

ahora mismo y no me detendrías.<br />

Encolerizada y sin preocuparse de las consecuencias,<br />

Sienna levantó la mano para pegarle, pero él reaccionó<br />

de modo instantáneo, con más rapidez y peligro<br />

que una cobra, y la agarró por la muñeca.<br />

–¿Te atreves a pegar a un jeque? –rugió.<br />

–¿Y tú te atreves a apretarte contra mí?<br />

–¿Apretarme contra ti? –se rió con crueldad y le<br />

soltó la mano. Había demostrado su mayor velocidad


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y destreza, y ella no sería tan idiota como para volver<br />

a intentarlo–. Se me ocurren muchas palabras distintas<br />

para describir a una mujer que frota sus caderas<br />

contra un hombre rogando en silencio que la penetre,<br />

pero «apretarse» no es una de las que me vienen a la<br />

mente.<br />

Se sintió enrojecer, mortificada.<br />

–Eres... eres...<br />

–Ahórrate los insultos, Sienna. No significan nada<br />

cuando ambos sabemos que lo que digo es verdad.<br />

Me deseas –le dijo sin rodeos.<br />

–No te hagas ilusiones.<br />

–¡Ah! La negación es una fuerza poderosa, ¿verdad?<br />

–reflexionó–. Sobre todo en el caso de las mujeres.<br />

Aparte de tejer sutiles laberintos con sus palabras,<br />

¿decía la verdad? ¿Lo seguía deseando? Tal vez físicamente.<br />

Pero emocionalmente... ¡jamás!<br />

–Que sepas qué teclas tocar y todas las maneras<br />

de seducir a una mujer...<br />

–Me estás halagando –la interrumpió con crueldad.<br />

–No significa forzosamente que ella te desee –bramó.<br />

–¿Te excitan con tanta facilidad todos los hombres?<br />

–¡Eres repugnante!<br />

–Te has vuelto fogosa –dijo mientras se percataba<br />

de que no le había respondido, aunque su orgullo no<br />

le permitía creer que ella se derritiera con otro hombre<br />

como lo había hecho con él–. Muy fogosa. Me<br />

gustan las mujeres así.<br />

–No busco tu aprobación. He madurado, Hashim.<br />

Ya no soy la jovencita dócil que creía que eras el<br />

hombre mejor del mundo.<br />

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Sus palabras eran adecuadas e inadecuadas a la<br />

vez, porque hicieron que estallara, en Hashim, la burbuja<br />

del deseo frustrado, al tiempo que le recordaban<br />

sus mentiras y engaños.<br />

–Sí, muy dócil –silbó como una serpiente–. Tan<br />

joven e inocente. ¡Y un cuerno!<br />

Sienna lo miró a los ojos que centelleaban con expresión<br />

de dura condena. La había juzgado y no daba<br />

la talla. Y, maldito fuera, tenía razón. Todavía lo deseaba.<br />

–Era tan inocente, Hashim –le dijo con voz triste–.<br />

¿Por qué no lo olvidamos? Deja que me vaya y<br />

que salga de tu vida para siempre.<br />

¿Estaba loca? ¿No se daba cuenta de lo que pretendía,<br />

ni de que cuando deseaba algo siempre lo lograba?<br />

Apretó los labios. No, por supuesto que no se<br />

había dado cuenta. La experiencia que habían tenido<br />

era extraña y única. Cinco años antes lo había embrujado,<br />

y Hashim había atemperado sus habituales deseos<br />

autocráticos, aunque parecía haberlo hecho sin<br />

un esfuerzo consciente por su parte.<br />

Ahora iba a conocer al verdadero Hashim, al que<br />

trataba a las mujeres como les gustaba que las trataran.<br />

Parecía que, si eras frío y desdeñoso, te deseaban<br />

más. Una mujer se ofrecía tanto más a un hombre en<br />

la cama cuanto mayor fuera el desdén con que la hubiera<br />

tratado.<br />

–Creo que te olvidas de algo –le dijo con voz de<br />

hielo–. He contratado tus servicios y, por tanto, debes<br />

actuar en consonancia. Me tienes que respetar y escuchar<br />

lo que deseo.<br />

–¿Respetar? –repitió–. ¿Te has vuelto loco?<br />

–Sí, respetar –le rechinaron los dientes–. Es decir,<br />

si sabes el significado de esa palabra.<br />

Sienna parpadeó mientras la recorría un escalofrío


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de miedo. No era posible que pensara... que pensara...<br />

Aspiró con fuerza. Apela a su razón, se dijo. Es<br />

un hombre poderoso y, sin duda, entenderá que sería<br />

una locura prolongar esta torturante entrevista un<br />

solo segundo más de lo necesario.<br />

–Hashim –le dijo en voz baja–. No esperarás en<br />

serio que te organice una fiesta.<br />

–¿Por qué no?<br />

–Porque tenemos una larga historia juntos.<br />

–Ahora eres tú la que te haces ilusiones – le dijo<br />

airadamente–. Que hayamos salido unas cuantas veces<br />

no significa que tengamos una historia; ni el hecho<br />

de que te me abrieras de piernas –vio que su rostro<br />

se ponía muy pálido, pero prosiguió sin piedad–.<br />

Pero lo que ha despertado mi interés es tu reputación<br />

–hizo una pausa deliberada–. Tienes una reputación<br />

admirable, Sienna, al menos en el terreno puramente<br />

profesional. Tu trabajo está muy bien considerado y<br />

quiero que me organices una fiesta.<br />

–¿Quieres o exiges? –le preguntó.<br />

–Lo dejo a tu criterio.<br />

–¿Y si me niego? –le interrogó en voz baja.<br />

–Yo no lo haría –la advirtió con suavidad.<br />

–No tengo nada que perder si rechazo tu propuesta<br />

–y todo que ganar; como recobrar la cordura.<br />

–¿Eso crees? ¿En qué te basas? ¿Podrías enfrentarte<br />

a las consecuencias de hacerlo?<br />

–¿Consecuencias? –preguntó Sienna frunciendo<br />

la nariz.<br />

–Por supuesto. Comunicaría al director del hotel<br />

mi extremo desagrado porque has incumplido un<br />

acuerdo. ¿Cómo se lo explicarías? Dímelo, me encantaría<br />

escucharlo –le dijo desafiándola con sus ojos<br />

negros.<br />

Pídeselo con amabilidad, se dijo Sienna. Y aun-<br />

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40<br />

que las palabras amenazaban con ahogarla, consiguió<br />

pronunciarlas.<br />

–Espero que no sea necesario llegar a esos extremos,<br />

Hashim.<br />

Pero éste prosiguió como si ella no hubiera hablado.<br />

–¿Le dirías que una vez alcanzaste el clímax gracias<br />

a mis dedos? Seguro que le interesaría mucho<br />

oírlo, y puede que hasta se excitara. Pero ¿crees que<br />

eso te capacita para rechazar lo que te pido?<br />

–¡No seas tan repugnante!<br />

–Ya van dos veces que utilizas esa palabra –reflexionó–.<br />

¿Te parece que la sexualidad es repugnante?<br />

Me dejas sorprendido, puesto que la tuya te ha debido<br />

de proporcionar buenos ingresos –se preguntó si<br />

se habría gastado todo el dinero. ¿Por qué demonios<br />

no había ahorrado y empleado aquel cuerpo maravilloso<br />

para reunir un pequeño capital? ¿Por qué no se<br />

había hecho rica explotando sus fantásticos senos, en<br />

vez de dedicarse a organizar fiestas ajenas?<br />

Sienna lo intentó por última vez.<br />

–Tienes razón. Tengo una buena y sólida reputación,<br />

hasta el punto de poder permitirme el lujo de<br />

rechazarte.<br />

–Me encargaré de que corra la voz. Y la gente se<br />

hará y te hará preguntas. ¿Qué les dirás? ¿Mentirás,<br />

Sienna? ¡Qué pregunta tan estúpida! ¡Claro que sí!<br />

Ella negó con la cabeza.<br />

–Podría decir que salimos hace un par de años,<br />

podría... fingir –el uso irónico de la palabra la hizo<br />

tartamudear–. Fingir que me resultaría demasiado<br />

doloroso trabajar para ti.<br />

–Harías el ridículo.<br />

–Puedo soportarlo.<br />

–Quizá no puedas permitirte el lujo de tomar esa


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decisión –le dijo con una mirada resuelta–. O trabajas<br />

para mí o despídete de tu trabajo. Más vale que te<br />

lo creas.<br />

Se produjo una pausa.<br />

–Esto es Londres y estamos en el siglo XXI –exclamó<br />

elevando la voz, incrédula– no en un reino en<br />

el desierto donde tu palabra es la ley. Puede que seas<br />

rico y poderoso, pero, en último término, sólo eres un<br />

cliente, igual que cualquier otro –concluyó con aire<br />

desafiante.<br />

Su temple y resistencia hacían que el deseo de<br />

Hashim aumentara. ¿Tampoco se daba cuenta de<br />

eso?<br />

–Puedes quedarte aquí discutiendo conmigo todo<br />

el día, pero al final dará lo mismo. Porque voy a hacer<br />

lo que digo, Sienna: si no aceptas este encargo, te<br />

buscaré la ruina.<br />

–¿La ruina? –se rió con una risa aguda y algo histérica–.<br />

Aunque pudieras, ¿por qué lo harías? –le preguntó<br />

mientras algo le decía que sus amenazas no<br />

eran en vano.<br />

–Porque eres como una mancha negra en mi memoria.<br />

Un encuentro que nunca se debía haber producido,<br />

pero que no podré olvidar hasta que haya llegado<br />

al término que se merece.<br />

Sienna comenzaba a entender el significado de<br />

sus palabras, pero no se lo creía, no se atrevía a hacerlo.<br />

Oía los latidos ensordecedores de su corazón.<br />

–¿Y qué término es ése?<br />

Se produjo una pausa. Hashim le lanzó una mirada<br />

provocativa y burlona.<br />

–Sólo tienes que decir una palabra, Sienna, y podremos<br />

acabar lo que empezamos hace cinco años<br />

–se acarició deliberadamente el muslo y frunció los<br />

ojos–. Ahora mismo, si quieres.<br />

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Sus palabras crueles la conmocionaron y retrocedió<br />

ante la sexualidad descarada que emanaba de él,<br />

resplandeciente como un halo.<br />

–¿Me estas sugiriendo que me vaya a la cama<br />

contigo?<br />

–Me da lo mismo el sitio –dijo arrastrando las palabras,<br />

y señaló con la cabeza una suntuosa chaiselongue<br />

de terciopelo escarlata–. ¿No te parece que<br />

ése sería un lugar estimulante? ¿Lo has hecho alguna<br />

vez en una de ellas?<br />

La pregunta la humilló, pero era de suponer que<br />

ésa era su intención.<br />

–Has perdido el juicio –musitó.<br />

–Mi juicio no tiene nada que ver con esto –dijo<br />

con suavidad–. Por lo tanto ¿qué dices, Sienna? ¿Vas<br />

a arriesgarte a que todo lo que has conseguido se<br />

evapore como el humo o vas a ser razonable y a<br />

aceptar el encargo?<br />

¿Razonable? Tirarse desde lo alto de un acantilado<br />

sería más sensato, pero a Sienna le importaba muchísimo<br />

la profesión en la que tanto se había esforzado. Su<br />

trabajo dependía casi por entero de las recomendaciones<br />

verbales, e incluso aunque disimulara la verdadera<br />

razón de su negativa a trabajar con Hashim, causaría<br />

una pésima impresión. Podrían empezar a pensar que<br />

tenía problemas... que era difícil trabajar con ella...<br />

¿Tenía elección? No. Pero si la voluntad autocrática<br />

de aquel hombre iba a acorralarla, era de vital<br />

importancia que dejara de comportarse como una<br />

víctima. ¿Iba a dejar que creyera que la atemorizaba,<br />

que la intimidaba, que era incapaz de resistirse a su<br />

atractivo sensual? ¡Jamás!<br />

Asintió e inspiró profundamente para darse ánimos.<br />

–Muy bien. Puesto que no me dejas otra elección,<br />

acepto tu encargo. ¿Estás satisfecho?


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Hashim sintió un cosquilleo de excitación y anticipación.<br />

Había ganado la primera batalla, una batalla<br />

que no esperaba. Se detuvo a pensar si no le habría<br />

gustado una rendición inmediata. No. No había<br />

nada mejor en la vida que aquello por lo que se había<br />

luchado.<br />

–¡Oh, no, Sienna! No estoy en absoluto satisfecho.<br />

Pero tengo la intención de estarlo. Créeme lo<br />

que te digo.<br />

A sus oídos llegaba el tono seductor de deseo que<br />

hacía su voz más profunda, pero optó por no prestarle<br />

atención. Actúa con profesionalidad, se dijo.<br />

–De acuerdo. Hablemos de negocios.<br />

–¡Ay! –la cortó en seco con un movimiento imperioso<br />

de la mano, aunque no parecía apenado–. Ahora<br />

no puede ser –murmuró–. Tengo otra cita.<br />

Sienna lo miró de hito en hito, porque sabía que<br />

podría cancelar cualquier maldita cita que quisiera,<br />

pero que había decidido no hacerlo.<br />

–Entonces nos vemos mañana para hablar de los<br />

detalles de mis requisitos. ¿Cenamos? –concluyó con<br />

voz suave.<br />

Abrió la boca para decirle que no cenaba con los<br />

clientes, pero no era verdad: claro que lo hacía. No podía<br />

rechazarlo, ambos lo sabían. Nunca se había sentido<br />

tan indefensa, como un pez con un enorme anzuelo<br />

en la boca que un hombre cruel va a sacar del agua enrollando<br />

el sedal para zampárselo de desayuno.<br />

–Muy bien. Cenaremos mañana. Pero deja de sonreír<br />

de esa manera triunfal ahora mismo, Hashim,<br />

porque la fiesta es lo único que vas a conseguir. Lo<br />

digo en serio. No me voy a acostar contigo bajo ningún<br />

concepto.<br />

Hashim no dijo nada, pero le sonrió burlonamente<br />

mientras le entregaba un grueso sobre marrón.<br />

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–Tal vez quieras echarle un vistazo.<br />

Algo en su mirada le indicó que aquello nada tenía<br />

que ver con la fiesta, y su corazón comenzó a latir<br />

con fuerza. Se dio cuenta de lo que contenía justo<br />

en el momento de hacer la pregunta.<br />

–¿Qué es?<br />

–Un antiguo calendario. Puede que lo reconozcas.


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<strong>Capítulo</strong> 4<br />

SIENNA bajó con el sobre a una oficina vacía,<br />

sacó el calendario y lo miró sin ganas. Hacía<br />

mucho tiempo que no lo veía, y tuvo que hacer<br />

un esfuerzo para reconocerse en aquellas posturas<br />

provocativas. Creía que era recatado comparado con<br />

lo que podías ver en la actualidad, pero, a pesar de<br />

todo, nada podía ocultar la sensualidad de las fotos.<br />

La habían llevado en avión al Caribe y la habían<br />

vestido de diversas maneras. Bueno, no exactamente,<br />

ya que todas las prendas estaban diseñadas más para<br />

mostrar que para esconder, y todas le dejaban los pechos<br />

al descubierto, que era de lo que se trataba: un<br />

fino caftán mojado, la parte inferior de un bikini, un<br />

tanga brillante... Sienna cerró los ojos, pero no pudo<br />

bloquear las vívidas imágenes.<br />

Recordó su sensación inicial de pánico cuando le<br />

dijeron lo que querían que hiciera. Se había tenido<br />

que tomar dos copas de ron para poder tumbarse<br />

boca abajo en la arena y adoptar una postura provocativa<br />

y que la cámara disparara. Y nunca olvidaría el<br />

momento en que se vio en una polaroid, con la piel<br />

salpicada de arena, el pelo desordenado y los oscuros<br />

pezones erectos. Había lanzado un grito ahogado de<br />

incredulidad, y el brillo de aprobación de la mirada<br />

del director artístico le había resultado repulsivo.<br />

Incluso en aquel momento se moría de vergüenza


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46<br />

al pensar en lo ingenua que había sido. Las fotos aún<br />

tenían el poder de alterarla. Metió el calendario en su<br />

maletín con dedos temblorosos y salió del hotel, aspirando<br />

profundamente el aire caliente del verano.<br />

Pasó la noche inquieta y amaneció con un dolor<br />

sordo y constante en las sienes. Al cruzar el vestíbulo<br />

del hotel para ir a cenar, se sintió como si fuera a su<br />

propia ejecución.<br />

–¡Alegra esa cara! –le dijo el portero de noche–.<br />

Tal vez no suceda lo que temes. ¿Vas a algún sitio especial?<br />

–Voy a cenar con uno de los huéspedes –sonrió<br />

débilmente.<br />

–¡Qué suerte!<br />

–Sí, qué suerte –repitió con ironía y una risa falsa–.<br />

Al menos arriba hay aire acondicionado. La temperatura<br />

exterior es insoportable.<br />

–Dímelo a mí– dijo el portero.<br />

De la noche a la mañana había descendido una ola<br />

de calor sobre la capital con toda la fuerza asfixiante<br />

de una masa de fuego que envolviera la ciudad. En<br />

las calles que rodeaban al hotel parecía no haber aire,<br />

y Sienna tenía la garganta tan seca como si todavía<br />

estuviera fuera.<br />

En el ascensor se miró al espejo. Llevaba puesto<br />

un fresco vestido de lino, y el tono anaranjado del<br />

cristal ponía en su rostro un brillo saludable que desmentía<br />

totalmente lo que sentía en su interior. Pero<br />

no iba a consentir que pudiera con ella, ni tampoco<br />

que Hashim la intimidara.<br />

Las fotos pertenecían al pasado. No podía cambiarlo,<br />

ni reescribir su breve y confusa relación con<br />

aquel hombre. Pero le había servido de lección: en


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eso consistía la experiencia, fuera buena o mala. Habían<br />

sido hechos decisivos en su vida, que la habían<br />

convertido en una profesional decidida y segura de sí<br />

misma. El cambio no había sido fácil ni instantáneo,<br />

y no iba arrojar todo por la borda porque Hashim deseara<br />

hacerle pagar un precio erótico por lo que había<br />

sucedido hacía tantos años; o mejor dicho, por lo que<br />

no había pasado.<br />

La despreciaba, lo había dejado perfectamente<br />

claro, a pesar de que su cuerpo seguía deseándola. Y<br />

en cierto sentido, ella también continuaba deseándolo.<br />

Pero no iba a consentir que la utilizara como si<br />

fuera uno de los servicios del hotel y la dejara tirada<br />

a la primera oportunidad. Y no iba a repetir los errores<br />

que había cometido el día anterior.<br />

Si trataba de provocarla o irritarla, no se inmutaría.<br />

Si ella no reaccionaba ante sus palabras, no se<br />

produciría una escena. Si trataba de burlarse de ella,<br />

le sonreiría con frialdad. Actuaría con eficacia, dinamismo<br />

y educación; en resumen, se comportaría<br />

como una profesional, y él no podría criticarla en<br />

nada.<br />

Para su sorpresa, Hashim ya estaba sentado a la<br />

mesa. Sienna llegaba antes de la hora y esperaba que<br />

él lo hiciera tarde, pero allí estaba, haciendo que el<br />

resto de la habitación pareciera insignificante. En una<br />

mesa situada en un rincón oscuro estaban dos de los<br />

guardaespaldas, siempre presentes.<br />

Sienna avanzó hacia él mientras buscaba una señal<br />

de reconocimiento por su parte, un movimiento<br />

de cabeza a modo de saludo, pero no hubo nada. Sólo<br />

sus ojos negros que la apuntaban como los cañones<br />

de una escopeta de caza.<br />

Su cuerpo duro y delgado estaba totalmente inmóvil,<br />

pero la postura era tensa, con los poderosos<br />

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miembros contraídos como los de un león a punto de<br />

saltar. Parecía ajeno a las miradas furtivas del resto<br />

de los comensales y a la excitación casi tangible de<br />

los camareros, normalmente hartos de celebridades.<br />

Hashim la observó mientras se aproximaba, impotente<br />

y furioso por no poder reprimir la lujuria instantánea<br />

que se apoderó de él, ya que había aprendido a<br />

controlar sus deseos, a ser dueño de sus necesidades,<br />

no su esclavo. El hombre que controlaba su apetito<br />

sexual era todopoderoso, porque el sexo debilita a los<br />

hombres. Y su capacidad de control nunca le había fallado.<br />

¿Cómo, si no, podría haber dado placer a Sienna<br />

y negarle el alivio a su propio cuerpo? Y bien que<br />

lo lamentaba<br />

Pero, en cierto sentido, ella seguía constituyendo<br />

un misterio. Había conocido mujeres más hermosas,<br />

así que ¿cuál era el secreto de su atractivo? ¿El balanceo<br />

seductor de sus caderas?, ¿los ojos demasiado<br />

grandes que se asemejaban a los de un ciervo asustado?,<br />

¿o simplemente el hecho de que nunca había<br />

sido suya, pero sí de otros, de haber respetado su virginidad<br />

sólo para descubrir lo falso de su comportamiento<br />

hacia él del modo más humillante?<br />

Recorrió con la mirada sus senos, tan orgullosos,<br />

magníficos y plenos. Pero, bajo un vestido de lino<br />

corriente ocultaba su atractivo más rentable. Torció el<br />

gesto. Detestaba el lino, sin duda el tejido menos favorecedor<br />

que una mujer podía llevar, con su tacto<br />

áspero y su tendencia a arrugarse. ¿Y no era ya una<br />

hora demasiado avanzada para ir vestida con tanta<br />

modestia?<br />

Sin embargo, la familiaridad de volverla a ver lo<br />

conducía al reino desconocido de la fantasía. No solía<br />

volver al pasado, al menos, nunca lo había hecho<br />

hasta aquel momento. Para su naturaleza inquieta y


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nómada carecía de sentido. Para él no existían ni el<br />

consuelo ni el peligro de la amistad duradera. Su destino<br />

era estar solo.<br />

«Entonces, ¿por qué te saltas tus propias normas?»,<br />

se mofó de él una vocecita interior.<br />

No se levantó para saludarla cuando llegó a la<br />

mesa, y, a ella, le dolió esa falta de cortesía. ¿No podía<br />

fingir, comportarse como una persona normal?<br />

–Hola, Hashim –le dijo con toda la calma de la<br />

que fue capaz.<br />

–Sienna –sus rasgos de diamante duro no dejaron<br />

traslucir ni una sombra de emoción–. Siéntate, por<br />

favor.<br />

–Gracias.<br />

Sienna miró al camarero mientras retiraba la silla<br />

para que tomara asiento y, después, ya no hubo nada<br />

más que mirar salvo los enigmáticos ojos negros<br />

masculinos que la examinaban. Tuvo un momento de<br />

debilidad física hasta que recordó la promesa que se<br />

había hecho: comportarse como una profesional<br />

–Bueno –le dirigió una sonrisa rápida–. ¿Por dónde<br />

empezamos?<br />

–¿Tanta prisa tienes para hablar de negocios? –murmuró.<br />

–Hay que tratar de ser profesional –le respondió<br />

con frialdad.<br />

–Resulta irónico que eso sea lo que siempre dice<br />

Abdul-Aziz.<br />

Sienna recordó al secretario, a quien tanto pareció<br />

desagradar.<br />

–¿Está aquí contigo?<br />

Hashim negó con la cabeza. En su exaltación, había<br />

culpado al secretario por haberle enseñado el calendario,<br />

cuando éste se había limitado a hacer su trabajo.<br />

Pero, durante un tiempo, el jeque lo había<br />

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considerado portador de malas noticias. Hashim era<br />

tan supersticioso como cualquiera de sus compatriotas,<br />

por lo que lo había mandado a casa, separación<br />

que, en cierto modo, había sido necesaria, ya que había<br />

comenzado a desempeñar un papel que no correspondía<br />

a un secretario real. Había empezado a querer<br />

a Hashim, huérfano de padre, como a un hijo. Y Hashim<br />

no tenía necesidad alguna de más amor.<br />

–Abdul-Aziz está destinado permanentemente en<br />

Qudamah –le dijo–. Se ha casado y tiene un hijo.<br />

–¿Se ha casado?<br />

–Sí –como esta conversación le parecía demasiado<br />

íntima y familiar, la miró–. ¿No me vas a agradecer<br />

que te haya dado el calendario?<br />

Sienna se había preguntado cuándo lo mencionaría<br />

y había practicado la respuesta hasta sabérsela al<br />

dedillo.<br />

–No. Y si sigues hablando de ello, me marcho<br />

ahora mismo.<br />

–Será mejor que pidamos la comida –dijo sonriendo<br />

débilmente.<br />

Sienna miró la carta y sólo vio una masa borrosa,<br />

aunque se la sabía de memoria.<br />

–Para mí, lenguado a la plancha, sin salsa. De<br />

guarnición, ensalada.<br />

–Es lo que elegiría una mujer que esté a dieta.<br />

–En absoluto. Es lo que elige una mujer que es<br />

cuidadosa con lo que come, sin más.<br />

–¿Cuidadosa? –le brillaron los ojos–. ¡Qué curioso!<br />

No es una palabra que te aplicaría.<br />

Se inclinó hacia él. Grave error, porque ahora le<br />

llegaba de pleno su aroma sutil y especiado, que la<br />

acariciaba sensualmente. Se irguió.<br />

–¿Por qué no aclaramos algo antes de continuar?<br />

No me conoces. Quizá nunca lo hayas hecho, pero


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ahora ciertamente no me conoces. Así que no estás<br />

capacitado para juzgarme. ¿Has entendido?<br />

El camarero volvió a aparecer mientras Hashim<br />

le lanzaba una mirada que decía: «¿no lo estoy?».<br />

Sienna lo observó mientras ordenaba la comida con<br />

rapidez, casi con impaciencia, como quien se ha pasado<br />

la vida comiendo en restaurantes caros y le<br />

aburren.<br />

Y, ahora, toma las riendas, se dijo. Actúa como lo<br />

harías con cualquier nuevo cliente. Sacó un cuaderno<br />

del bolso, que Hashim miró con disgusto.<br />

–¿Es necesario? –le preguntó con acritud.<br />

–Me temo que sí. No te gustaría que me olvidara<br />

de lo me digas, ¿verdad? Y hasta ahora no me has dicho<br />

nada.<br />

–Pero parece que me estás entrevistando... ¡y estamos<br />

en un restaurante!<br />

–Fuiste tú quien lo eligió.<br />

–Ya lo sé, pero ¿habrías aceptado cenar en mi suite<br />

si te lo hubiera pedido?<br />

–Ni en sueños –lo miró retándole a desafiarla–.<br />

Supongo que tu intención era que no tuviera más remedio<br />

que escucharte.<br />

Hashim frunció los ojos mientras analizaba sus<br />

rápidas respuestas. Era inteligente. Y atrevida. Por<br />

muy buena actriz que fuera, no podía fingir ser inteligente<br />

si, en realidad, no lo era.<br />

–Sí, quizá era ésa mi intención –se la imaginó atada<br />

a la cama con cintas de satén negro, llevando lencería<br />

roja y unos zapatos de tacón de aguja a juego, y<br />

sintió la aguda punzada de una erección.<br />

–Así que ¿va a ser una gran fiesta? –le preguntó<br />

Sienna, interrumpiendo sus pensamientos eróticos.<br />

–¿Fiesta?<br />

Con un movimiento distraído de los hombros,<br />

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Hashim retomó, con esfuerzo, el tema del que estaban<br />

hablando.<br />

–No, muy pequeña. Una cena privada para diez<br />

personas.<br />

–¿Y la lista de invitados?<br />

–Uno de mis ayudantes se encargará de eso. Creo<br />

que la mayor parte de mis invitados se negarían a hablar<br />

con una desconocida.<br />

–En ese caso, no sé para qué te puedo servir –dijo<br />

a la defensiva mientras se llevaba un vaso de agua a<br />

los labios.<br />

–Serás responsable de la organización. Quiero<br />

que prepares la música, tal vez un cuarteto de cuerda.<br />

Y la iluminación: quiero muchas velas. Y el vino y la<br />

comida, en la que tiene que haber una oferta vegetariana<br />

imaginativa. El ambiente de la velada dependerá<br />

de ti, Sienna. Debes pedirme todo lo que necesites<br />

y lo tendrás.<br />

¡Qué sencillo resultaba todo cuando se era rico!<br />

Chasqueabas los dedos y tenías lo que querías. Sienna<br />

sonrió levemente. Bueno, todo no. A ella no podía<br />

tenerla.<br />

–¿Qué clase de ambiente quieres? –le preguntó–.<br />

¿Hay algún motivo especial para dar esta fiesta?<br />

Hashim vaciló un segundó.<br />

–Es una fiesta para mostrar mi agradecimiento a<br />

algunas de las muchas personas que me han hecho<br />

favores en Inglaterra–dijo con voz suave mientras recorría,<br />

reflexivo, la servilleta de lino con la punta del<br />

dedo.<br />

Extrañamente, Sienna se preguntó si los favores<br />

sexuales estaban incluidos. Aunque, dado que su aspecto<br />

atraía en aquellos momentos toda clase de miradas<br />

depredadoras, no era, a fin de cuentas, un pensamiento<br />

tan extraño.


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–¿Has pensado qué habitación del hotel quieres?<br />

Hay varias. ¿O prefieres que sea yo la que la elija?–<br />

le dijo mirándolo con expectación.<br />

–De eso se trata, Sienna –le dijo con suavidad,<br />

mirándola fijamente–. No quiero celebrarla aquí ni<br />

en ningún otro hotel. Un hotel es demasiado impersonal<br />

para lo que necesito. Quiero que me busques<br />

una casa.<br />

Sienna alzó la vista del cuaderno y se encontró<br />

con su mirada acerada.<br />

–¿Qué tipo de casa?<br />

–Una hermosa casa de campo, con jardín y vistas,<br />

una casa muy inglesa. Con un mínimo de diez habitaciones,<br />

para que mis huéspedes puedan pasar la noche<br />

si lo desean. Tiene que tener un lago en el que se<br />

reflejen la luna y las estrellas, y estar situada en un<br />

lugar que simbolice la belleza de tu país. ¿Podrás hacerlo?<br />

La poesía de sus palabras la desconcertó momentáneamente<br />

al igual que la mirada soñadora que había<br />

suavizado sus duros rasgos. Tragó saliva.<br />

–¿Cuánto tiempo tengo?<br />

–Un mes.<br />

–¿Un mes? No es mucho para encontrar la casa<br />

que buscas.<br />

–¿Quieres decir que no podrás hacerlo?<br />

–Puedo hacerlo –dijo–. Pero es posible que los invitados<br />

tengan dificultades para acudir si sólo disponen<br />

de cuatro semanas. La gente importante tiene<br />

una agenda apretada, sobre todo la gente que me<br />

imagino que vas a invitar.<br />

Hashim se rió sordamente.<br />

–No te preocupes por eso, por favor. Vendrán<br />

–dijo con voz suave–. Si así lo deseo.<br />

–¿Por orden real? –se burló mientras apoyaba la<br />

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muñeca en el vaso de agua y disfrutaba de la repentina<br />

sensación de frescor–. Dime, a título informativo,<br />

¿toda la vida has conseguido todo lo que querías?<br />

–Las cosas materiales, sí. Supongo que te refieres<br />

a eso.<br />

–Pues no.<br />

–¿No? –examinó las sombras oscuras bajo los<br />

ojos de Sienna. ¿Las tenía por su causa? ¿O había<br />

compartido la cama con un amante la noche anterior,<br />

que no la había dejado dormir? Le pillaron desprevenido<br />

los celos. Se le encogió el estómago, y se le endureció<br />

la voz.<br />

–El dinero es lo que más preocupa a la mayoría<br />

de las mujeres –afirmó con aspereza–. Ni siquiera tú<br />

serías capaz de negarlo.<br />

¡Qué cinismo mostraba! Sienna sintió que la invadía<br />

una oleada de algo parecido al arrepentimiento,<br />

ya que había contribuido a convencerlo de que las<br />

mujeres hacían cualquier cosa por dinero. Quería<br />

marcharse. Sin embargo, ¿no había una pequeñísima<br />

parte de su ser que se deleitaba con la oportunidad de<br />

volver a estar tan cerca de él, de regalarse la vista<br />

con el hombre del que había estado perdidamente<br />

enamorada, y a quien se lo había dicho?<br />

Cerró los ojos unos instantes al recordar cómo se<br />

lo había susurrado en aquella última noche terrible, y<br />

cómo él había hecho caso omiso de su temblorosa<br />

declaración.<br />

Intenta olvidar el pasado, se dijo. Miró la comida<br />

en el plato sin verla<br />

–No tienes hambre, ¿verdad, Sienna? –le dijo con<br />

una voz suave que se abrió camino entre sus pensamientos<br />

inquietantes.<br />

Pronunciaba su nombre como lo había pronuncia-


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do una vez llevado por la pasión, acentuando la última<br />

sílaba y manteniéndolo en la boca como si fuera<br />

un trago de buen vino.<br />

–No.<br />

La miraba de un modo que hacía que sintiera mariposas<br />

en el estómago. Tenía que reaccionar. Debía<br />

protegerse de su embrujo, y se preguntó cómo lo harían<br />

otras mujeres. Era evidente que no podía ser ella la<br />

única a quien embrujaran sus aires anticuados de dominio.<br />

Además, se suponía que las mujeres no debían<br />

dejarse cautivar por esas características masculinas,<br />

sino buscar tolerancia y comprensión, y no limitarse a<br />

desear que un hombre viril de ojos centelleantes las<br />

volviera locas de amor.<br />

Dejó el tenedor y apartó el plato.<br />

–Bueno, como ya hemos dejado zanjado el aspecto<br />

organizativo del asunto, y como parece que ninguno<br />

de los dos está dispuesto a comer, me perdonarás,<br />

pero tengo que marcharme.<br />

–No –lo dijo con énfasis–. No vas a ningún lado<br />

porque aún no he terminado contigo.<br />

Se preguntó si lo decía como si ella fuera desechable,<br />

algo de usar y tirar. Y, de repente, le resultó<br />

difícil no sentirse intimidada, llevar las riendas y<br />

mantenerse tranquila e imperturbable, todo lo que había<br />

aprendido para poder sobrevivir y triunfar.<br />

Quizá se trataba de una conversación que no podía<br />

evitar, y tal vez era una pérdida de tiempo tratar<br />

de hacerlo. Era como sacarse una muela: el momento<br />

de dolor terrible, ¿no se veía compensado por el alivio<br />

que se experimentaba después?<br />

–De acuerdo, Hashim, soy toda oídos –le dijo con<br />

un resto de bravuconería–. Dime lo que tengas que<br />

decir y desahógate.<br />

–Sencillamente no entiendo por qué has elegido<br />

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pasar desapercibida –le dijo pasándose el dedo por el<br />

borde de los labios.<br />

–¿Cómo dices? –lo miró fijamente.<br />

–No hay duda de que has tenido éxito...<br />

–Gracias –exclamó secamente.<br />

–Pero un éxito relativo. Me sorprende que sigas<br />

trabajando en hoteles<br />

–Muchas chicas lo hacen.<br />

–Pero no tienen tu belleza.<br />

–Hashim, por favor...<br />

–Podrías haber ganado una fortuna con tu cuerpo<br />

y, sin embargo, has elegido esto. Así que dime...<br />

–dejó la pregunta en suspenso, y Sienna esperó conteniendo<br />

la respiración. Cuando la hizo, la disfrazó<br />

con la suavidad de la cortesía, pero la repugnancia<br />

que le endurecía la mirada no dejaba lugar a dudas–.<br />

¿Por qué no has seguido con tu carrera de modelo<br />

erótica?


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<strong>Capítulo</strong> 5<br />

POR qué no has seguido con tu carrera de modelo<br />

erótica?»<br />

Con la pregunta decisiva de Hashim resonándole<br />

en los oídos, Sienna se sintió como alguien que<br />

hubiera guardado una prenda de lencería cara en un<br />

cajón y que, al sacarla, viera que había perdido el color<br />

y estaba comida por las polillas. Se sintió humillada.<br />

Rebajada. Un sentimiento que hacía mucho<br />

tiempo que no experimentaba. Miró a su alrededor<br />

por si otros comensales hubieran oído la conversación.<br />

–¿Te preocupa que nos escuchen? –le dijo con<br />

una sonrisa cruel–. Así que, ¿no alardeas de los días<br />

en que trabajabas rodeada de glamur? –pronunció la<br />

última palabra con desprecio–. ¿Te preocupa quizá lo<br />

que piensen los demás? No me lo creo, Sienna. ¿Por<br />

qué exhibes el cuerpo si temes que te descubran?<br />

¿Por qué permites que los hombres se regalen la vista<br />

con tu desnudez si después te andas con remilgos?<br />

–Me sorprende que me hagas preguntas para las<br />

que resulta evidente que tienes todas las respuestas<br />

–repuso en voz baja–. O mejor dicho, para las que<br />

has decidido que sabes las respuestas. Crees que soy<br />

un determinado tipo de mujer... así que, ¿por qué no<br />

lo dejamos ahí?<br />

–Porque siento... curiosidad.


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Sí, claro que sí. Se sentía fascinado del mismo<br />

modo que los que no pueden evitar mirar un accidente<br />

de carretera. No querrían que les hubiera pasado a<br />

ellos, pero hay algo que los obliga a mirar.<br />

–¿Por qué crees que no seguí, Hashim?<br />

–Supongo que porque, al final, te diste cuenta de<br />

que se volvería en tu contra –respondió con un encogimiento<br />

de hombros–. Que te impediría hacer realidad<br />

tu máxima ambición.<br />

–¿Y qué ambición es ésa? –le preguntó con voz<br />

débil.<br />

–Creo que viste el lado sórdido de esa industria,<br />

como suelen hacerlo las chicas que se exhiben. Te<br />

diste cuenta de que había verdaderos peligros, por lo<br />

que decidiste trabajar en el mundo real, una manera<br />

honrada de ganarse la vida, aunque mucho más dura.<br />

Pero supongo que te resulto aún más dura de lo que<br />

habías imaginado, así que buscaste una salida más<br />

fácil incluso que la de desnudarte.<br />

Sienna se estremeció.<br />

–Continúa –dijo con un hilo de voz.<br />

–Te diste cuenta de que poseías un don extraordinario<br />

que a pocos les es concedido: la belleza –su<br />

voz se volvió fría al recordar cómo lo había engañado<br />

con el truco más viejo del mundo–. Lo tienen las<br />

sirenas, y atraen a los marineros hasta llevarlos a la<br />

muerte. A los hombres les vuelve locos la belleza. Y<br />

decidiste emplearla tal como las mujeres han utilizado<br />

su aspecto y su juventud desde el principio de los<br />

tiempos: como instrumento de intercambio.<br />

Sienna tragó saliva mientras deseaba salirse del<br />

cuerpo y flotar suspendida en el aire sobre ellos dos,<br />

mirando desde arriba la horrible escena y oyendo las<br />

palabras crueles que salían de su boca.<br />

–Es de suponer que contigo.


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–Conmigo, sí –se encogió de hombros–. O con<br />

cualquiera que reuniera las condiciones. No me creo<br />

que no me hubieras descartado si hubiera aparecido<br />

alguien más rico. Querías un benefactor con dinero, y<br />

por eso decidiste interpretar el papel de Cenicienta.<br />

Elegiste un trabajo humilde de recepcionista, en el<br />

que tu belleza destacara como... –frunció el ceño<br />

como si tratara de recordar algo y luego relajó la expresión–.<br />

¡Ah, sí! Como un diamante en bruto. Mientras,<br />

esperabas y rezabas para que apareciera alguien<br />

y te sacara de allí.<br />

–Hablas un inglés perfecto, Hashim– le dijo con<br />

voz vacilante.<br />

–Ya lo sé –asintió con arrogancia–. De pequeño<br />

tuve un tutor inglés, y hablo tu lengua con tanta fluidez<br />

como la mía. ¿Por qué cambias de tema, Sienna?<br />

–¿Tú por qué crees?<br />

Si se insultaba a alguien lo suficiente, al final las<br />

afrentas le resbalaban. Que echara pestes sobre ella y<br />

soltara sus palabras venenosas: pronto se habría acabado.<br />

–Pero sigues sin contradecirme –le dijo entrecerrando<br />

los ojos.<br />

–¿Para qué? Tu estrechez de miras es de las peores,<br />

porque no aceptas la posibilidad de estar equivocado.<br />

Has decidido que las cosas son de una determinada<br />

manera, y así tienen que ser. Yo soy una modelo que<br />

se desnuda, carente de moral, aunque ahora parece que<br />

soy una cazafortunas a la que hay que despreciar.<br />

Nada de lo que diga va a cambiar el concepto que tienes<br />

de mí, así que, ¿para qué me voy a molestar siquiera<br />

en intentarlo?<br />

–¡Eso es porque no puedes defenderte de lo que<br />

digo! –la acusó.<br />

–¡No estamos en un tribunal!<br />

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–No, pero podrías haber acabado allí – afirmó con<br />

vehemencia–. Al final elegiste bien, aunque hayas tenido<br />

que trabajar mucho para ganarte la vida. Porque<br />

las mujeres que siguen ese camino suelen acabar en<br />

una situación comprometida. La vez siguiente, o la<br />

otra, las fotos no habrían sido de tan buen gusto. Habrías<br />

envejecido, y a medida que se marchitara tu juventud,<br />

habría aumentado tu desesperación. En poco<br />

tiempo habrías aceptado cada vez menos por ofrecer<br />

cada vez más. Y un día habrías acabado totalmente<br />

desnuda en la pared del garaje de un mecánico, en<br />

una de esas posturas explícitas...<br />

–¡Eres un canalla! –le dijo entre dientes.<br />

–Tus insultos no me ofenden. Sabes que lo que te<br />

digo es verdad. Los hechos son incuestionables.<br />

Sienna levantó una mano para atraer la atención<br />

del camarero que se había aproximado a la mesa y al<br />

que veía por el rabillo del ojo.<br />

–Una copa de vino tinto, por favor.<br />

–Sí, señora.<br />

–No te has marchado hecha una furia como creía<br />

que harías.<br />

Sienna negó con la cabeza. Las piernas no la hubieran<br />

llevado a ningún sitio. Agarró la copa que le<br />

llevó el camarero y se la bebió de un gran trago.<br />

Poco a poco, el calor y la vitalidad del líquido comenzaron<br />

a correrle por las venas, en las que parecía<br />

que le habían inyectado hielo.<br />

–¿Por qué te molesta tanto? –le preguntó–. ¿Nunca<br />

habías salido con chicas con un pasado cuestionable?<br />

–Claro que sí. Pero no fingían ser lo que no eran.<br />

Había habido mujeres que no ocultaban que deseaban<br />

su cuerpo y su dinero. Y también había habido<br />

actrices, como una que había trabajado en una pelícu-


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la que había sido un escándalo en su momento. Algunos<br />

críticos la habían calificado de porno blando.<br />

Pero ninguna le había importado: habían sido aventuras<br />

sin mayor trascendencia. Lo que veía era lo que<br />

había, y así lo había aceptado.<br />

Con Sienna había sido distinto, o al menos eso<br />

creyó. Ambos habían ido mucho más en serio. Y<br />

cuando descubrió la sórdida verdad, se sintió ultrajado.<br />

Fue algo que le llevó a hacerse preguntas sobre sí<br />

mismo, a él, que nunca había tenido que cuestionarse<br />

nada.<br />

Para un hombre inmune a la duda, había constituido<br />

una dura lección darse cuenta de que su juicio no<br />

era infalible, aunque, en último término, lo había hecho<br />

más fuerte. Y si hubiera quedado una mínima<br />

parte de su carácter que siguiera creyendo en la fantasía<br />

de la mujer perfecta, Sienna la había desterrado<br />

para siempre. No volvería a cometer el mismo error.<br />

–¿Y si...? –Sienna vaciló al sentir que luchaba por<br />

algo más que el respeto por sí misma. No soportaba<br />

que la mirara de esa manera, con esa fría condena<br />

grabada en los ojos–. ¿Y si entendieras las razones de<br />

haberme hecho las fotos?<br />

–La avaricia no es difícil de entender.<br />

–Tienes que comprender que no se trató de eso.<br />

Necesitaba el dinero urgentemente –tomó aliento y<br />

fue como si una llama de fuego le bajara por la garganta.<br />

¿La creería?–. Para pagarle a mi madre una<br />

operación.<br />

–¡Bravo! –exclamó Hashim después de una pausa.<br />

Aplaudió silenciosamente y miró alrededor con<br />

una expresión de asombro burlón–. ¿Qué pasa con<br />

los violines? No los oigo. ¿No hay también una multitud<br />

de huérfanos en la puerta, esperando para que<br />

les des de comer?<br />

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–¡Es verdad! ¡Te aseguro que es verdad! –quería<br />

levantarse y golpearle el pecho con los puños; gritarle<br />

y recriminarle a pesar de todo lo que se había prometido.<br />

Pero no podía. ¿No era ése otro motivo para<br />

haber elegido el restaurante: librarse de una escena y<br />

poder insultarla cuanto quisiera sabiendo que no podría<br />

responder?<br />

–Que me creas o no es cosa tuya, pero no te miento.<br />

¿Por qué no envías a uno de tus esbirros a verificarlo?<br />

–¿Qué operación? –preguntó entornando los ojos–.<br />

¿Quizá una de cirugía plástica? ¿Era tan guapa como<br />

tú y no pudo aceptar que el tiempo le arrebatara la belleza?<br />

¡Cómo debía despreciarla! «No te des por aludida.<br />

Defiéndete con orgullo y dignidad». Sienna se<br />

mordió los labios al recordar el sufrimiento de su<br />

madre y, casi peor, su preocupación.<br />

–No fue cuestión de vanidad, pero tampoco de<br />

vida o muerte. Aunque en cierto modo lo fue. Necesitaba<br />

una operación de cadera. Tiene una escuela de<br />

equitación, y si no la operaban, corría el riesgo de<br />

quedar incapacitada y de tener que cerrar su querido<br />

negocio.<br />

Sienna bajó la mirada y se percató de que le temblaban<br />

las manos, pero eso no era nada comparado<br />

con los latidos desbocados de su corazón. Volvió a<br />

mirarlo, implorándole con sus verdes ojos. «Créeme»,<br />

decían. Nunca había experimentado una sensación<br />

de injusticia tan intensa.<br />

–Mi madre ya no sabía qué hacer, Hashim, ni yo<br />

tampoco. Así que busqué la salida más fácil, lo confieso.<br />

En una ocasión me dijeron que podía ganar<br />

mucho dinero, que no era lo bastante alta como para<br />

desfilar, pero que con mi cara y mi silueta podía ga-


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nar una fortuna. Entonces no estaba en absoluto interesada,<br />

pero lo recordé cuando lo necesité. Y lo hice.<br />

Fue una sola vez; no repetí ni volvería a hacerlo –<br />

afirmó desafiando su mirada de censura–. Es la verdad,<br />

lo juro.<br />

Se produjo un silencio momentáneo, mientras<br />

Hashim reflexionaba sobre lo que le había dicho.<br />

Una historia interesante, en el caso de que fuera cierta.<br />

Y si era así, quizá la conducta de Sienna fuera menos<br />

despreciable. Pero, ¿cambiaba algo en realidad?<br />

¿Iba a perdonarle lo que había hecho? ¡Jamás!<br />

El mundo de Hashim estaba habitado por mujeres<br />

modestas y recatadas. Era inimaginable que posaran<br />

desnudas por dinero para dar placer a los hombres.<br />

Se quedó en blanco al imaginarse el calendario con<br />

tanta claridad como si se lo hubieran puesto en la<br />

mesa. Porque no sólo eran fotos de desnudos, por<br />

muy «artísticas» que hubiera tratado de sacarlas el<br />

fotógrafo. Parecía que... Sintió un escalofrío involuntario<br />

y el deseo aumentando en la entrepierna.<br />

«Parecía que imploraba al espectador que se introdujera<br />

entre sus muslos de seda».<br />

Y cualquiera que fuese el motivo, no alteraba el<br />

hecho de que había posado para esas fotos eróticas.<br />

Pero tampoco alteraba el hecho de que la deseaba, y<br />

no descansaría hasta perderse en ese cuerpo exquisito.<br />

Y sólo al hacerlo podría apartarla de sí y olvidarla.<br />

Cuando volvió a hablar, ya había recuperado la<br />

calma.<br />

–¿Y a tu madre le pareció bien lo que hiciste? ¿Lo<br />

aprobó?<br />

–¡Claro que no! No lo supo hasta más adelante<br />

–se encogió de hombros y miró el pescado, que se<br />

estaba enfriando. Quería decirle que lo lamentaba<br />

mucho, pero no sería cierto. Estaba contenta de haber<br />

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ayudado a su madre, y la única amargura que sentía<br />

era a causa de él y de cómo había hecho que se sintiera.<br />

Pero ni siquiera eso parecía librarla del deseo,<br />

un deseo ridículo y sin esperanza. ¿Cómo era posible<br />

que ese hombre se riera de ella, la criticara y depreciara<br />

y que, sin embargo, se sintiera atraída por su<br />

cuerpo moreno y delgado y quisiera volver a ver esos<br />

ojos oscuros suavizados por la pasión?<br />

–Ya está. Asunto concluido –levantó la vista y lo<br />

miró sin titubear–. Ahora que ya lo sabes, ¿podemos,<br />

por favor, olvidar esta farsa? Es imposible que desees<br />

que trabaje para ti. ¡Que te organice la maldita fiesta<br />

otra persona!<br />

Las comisuras de los labios masculinos se elevaron<br />

a imitación de una sonrisa cruel. Seguía sin entenderlo.<br />

¡Qué estúpida!<br />

–Todo lo contrario, Sienna –afirmó con voz suave–.<br />

No quiero a nadie más Quiero que seas tú.<br />

Y Sienna comenzó a temblar.


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<strong>Capítulo</strong> 6<br />

UN mes era poquísimo tiempo, pero, en cierto<br />

modo, Sienna estaba contenta de que Hashim<br />

hubiera exigido que la fiesta se organizara en<br />

un plazo de tiempo tan corto. Si los preparativos se<br />

hubieran prolongado varias semanas, ¿a qué estado<br />

habría quedado reducida Sienna?<br />

Tal como estaban las cosas, su trabajo consistiría<br />

en encontrar un sitio para celebrarla. No había tiempo<br />

de pensar en las veladas amenazas de Hashim ni<br />

en su modo sensual de mirarla.<br />

Decidió dejar de pensar en él, se encerró en el pequeño<br />

despacho que tenía en su casa, en Kennington,<br />

y se dedicó a hacer llamadas telefónicas y a recurrir a<br />

todos sus contactos hasta que tuvo un golpe de suerte.<br />

Podía utilizar Bolland House, una mansión situada<br />

en una extensa finca en la maravillosa campiña de<br />

Hampshire. Había ido a verla y la consideraba perfecta.<br />

Había encontrado a un famoso cocinero local que<br />

empleaba productos orgánicos procedentes de las<br />

granjas vecinas. Había elegido las flores e iba a llevar<br />

a su sumiller preferido, aunque le había advertido<br />

de la posibilidad de que algunos huéspedes no tomaran<br />

alcohol, por lo que pidió una amplia variedad de<br />

refrescos que fueran más atractivos que un simple<br />

zumo de naranja.


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De hecho, todo estaba a punto. Sólo faltaban tres<br />

días, y se sentía como si se hallara en una estación<br />

espacial antes de lanzar un cohete: la tensión de la<br />

cuenta atrás era insoportable. Sobre todo con el calor<br />

que hacía.<br />

–Estoy haciendo café –alguien habló desde la cocina–.<br />

¿Quieres?<br />

–Estupendo –repuso Sienna recostándose en la silla<br />

y lanzando un suspiro.<br />

Era curioso cómo podían cambiar las circunstancias<br />

en muy poco tiempo. Hasta su encuentro con<br />

Hashim, Sienna se hallaba totalmente satisfecha. Tenía<br />

su casita en Kennington, que había comprado casi<br />

en estado de ruina. Había dedicado todo el tiempo que<br />

le sobraba a arreglarla: a quitar la pintura de las paredes,<br />

lijarlas y pintarlas de color claro y a colgar espejos<br />

para que las habitaciones parecieran mayores y<br />

más luminosas. Había ahorrado para reformar el cuarto<br />

de baño y la cocina, y había pintado la puerta de<br />

entrada de azul oscuro.<br />

Cuando la casa estuvo habitable, alquiló una de<br />

las habitaciones, como una ayuda para pagar la hipoteca,<br />

a Kat, que estudiaba en una universidad<br />

vecina su último curso de Filología. Sólo entonces<br />

se permitió el lujo de ocuparse del jardín y de intentar<br />

convertir en algo hermoso la pequeña parcela<br />

que parecía un almacén de materiales para la<br />

construcción.<br />

–Ya está el café –gritó Kat.<br />

–Ya voy.<br />

Sienna se levantó y se dirigió a la cocina, donde<br />

Kat estaba poniendo la cafetera y las tazas en una bonita<br />

bandeja. El pelo rojo le caía sobre los hombros.<br />

Al entrar Sienna, alzó la vista y sonrió.<br />

–¿Lo tomamos en el jardín?


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–Será agradable –respondió Sienna mientras oía<br />

la falta de entusiasmo de su voz al salir al sol.<br />

Se sentía ajena al resto del mundo. Normalmente,<br />

el pequeño oasis que había creado la llenaba de orgullo<br />

y placer, pero aquel día no. Veía la luz del sol filtrarse<br />

por la madreselva, pero no olía la fragancia de<br />

los capullos ni apreciaba su sencilla belleza. Parecía<br />

que la reaparición de Hashim en su vida hubiera suprimido<br />

la vitalidad de todo excepto del recuerdo de<br />

su rostro moreno y cruel y de su cuerpo duro y viril.<br />

Levantó la taza de café que Kat le había servido y<br />

la miró con tanta aprensión como alguien con vértigo<br />

que se viera obligado a saltar.<br />

–¿Me vas a decir qué te pasa? –preguntó Kat.<br />

Sienna alzó la vista. Compuso una sonrisa alegre<br />

que había logrado perfeccionar con el tiempo.<br />

–Es el trabajo, nada más. En estos momentos estoy<br />

agobiada.<br />

–No sueles quejarte de eso–observó Kat–. Normalmente<br />

te alegras de tener mucho trabajo.<br />

–Es que además hace calor –se pasó la mano con<br />

un gesto exagerado por la frente húmeda, porque<br />

¿cómo iba a contarle a Kat lo que le preocupaba?<br />

¿Qué podía decirle: tuve una aventura con un jeque<br />

hasta que se enteró de que había posado con el pecho<br />

desnudo para unas fotos y entonces...?<br />

Gotas de sudor le salpicaban la frente, y se las<br />

secó airadamente con la mano. Dicho así, sin adornos,<br />

parecía terrible.<br />

No se lo iba a contar. Porque si le hablaba de Hashim,<br />

le suministraría una identidad para siempre. Kat<br />

querría saberlo todo acerca de él, ¿quién no? No se lo<br />

contaría a nadie. Haría lo que él quería y esperaba<br />

que luego la dejara en paz.<br />

«¿Esperaba?»<br />

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Eso también era parte del problema. La había acorralado<br />

y, a pesar de todo, había algo en ella que deseaba<br />

impresionarlo. Quería organizar la cena más<br />

maravillosa del mundo, deslumbrarlo y dejarle un recuerdo<br />

mejor del que tenía de ella.<br />

¿Pero no había otra parte de su ser, obstinada, estúpida<br />

y romántica, que deseaba volver atrás y reescribir<br />

la historia?<br />

A veces comenzaba a pensar en lo que podría haber<br />

sido si no se hubiera hecho las fotos, pero se obligaba<br />

a dejar de hacerlo, ya que no tenía sentido. Si<br />

no hubiera conseguido el dinero con rapidez, su madre<br />

se habría hundido. ¿Cómo habría podido soportarlo?<br />

Y aunque Hashim no lo hubiera descubierto, su<br />

relación no habría dejado de ser simplemente una<br />

aventura. ¿Qué se había imaginado: que le regalaría<br />

un anillo enorme, se casaría con ella y la llevaría a<br />

Qudamah como su esposa? Sienna bebió un trago de<br />

café. Estaba demasiado caliente e hizo una mueca de<br />

dolor.<br />

–¡Cuidado! –le advirtió Kat medio en broma.<br />

–¡Ya vuelve a sonar el maldito teléfono! –exclamó<br />

Sienna mientras se ponía en pie de un salto y dedicaba<br />

a su compañera de casa una expresión de lamento.<br />

Pero la verdad era que se alegraba de huir de<br />

allí, de poder realizar una actividad en vez de dedicarse<br />

a eludir las preguntas de Kat.<br />

–«Fiestas elegantes» –dijo al descolgar el teléfono.<br />

Después se aferró al auricular hasta que los nudillos<br />

le palidecieron.<br />

–Hola, Sienna –dijo Hashim suavemente.<br />

Su voz le provocaba escalofríos y cerró los ojos<br />

con desesperación. No había hablado con él desde la<br />

noche del restaurante y a veces se imaginaba que


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todo había sido un sueño. Pero la vida rara vez resultaba<br />

tan amable.<br />

–Hola, Hashim –repuso con calma.<br />

Cualquier otra persona le habría preguntado si era<br />

un buen momento para hablar, pero él no lo hizo.<br />

–¿Ya está todo preparado? –le preguntó, mientras<br />

observaba cómo una rubia, al otro lado del vestíbulo,<br />

cruzaba las piernas delgadas cubiertas con medias de<br />

seda y le dedicaba una sonrisa.<br />

–Sí, todo está dispuesto –le dijo mecánicamente–.<br />

¿Tienes las fotos del sitio?<br />

–Sí.<br />

–¿Y te parece bien el menú?<br />

–Muy bien.<br />

–Los aperitivos se servirán de siete y media a<br />

ocho; la cena, a las ocho. Como es natural, estaré allí<br />

antes, para supervisarlo todo. ¿Quieres que me quede<br />

hasta el final? –preguntó con voz vacilante.<br />

–Claro que sí –exclamó con una sonrisa de anticipación<br />

en sus labios crueles–. Y tienes que ir vestida<br />

de fiesta, Sienna. Quiero que no desentones. Y que<br />

destaques –añadió burlón, mientras se excitaba al<br />

imaginársela desnudando sus pechos blancos y perfectos.<br />

Y lo haría, claro que lo haría...<br />

Abrió la boca para decirle que no necesitaba consejo<br />

sobre lo que ponerse, pero se dio cuenta de que<br />

no ganaba nada enfrentándose a él. Había que apretar<br />

los dientes y aguantar. Pronto todo habría terminado.<br />

–Estoy deseando que llegue el momento –afirmó<br />

resueltamente.<br />

La sonrisa de Hashim se endureció. Veía a la rubia<br />

pasándose la lengua por los labios, pero apartó la<br />

mirada. Nunca lo había excitado lo evidente y, además,<br />

sus pensamientos se concentraban en una única<br />

seducción.<br />

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–Esperemos que colme tus expectativas –murmuró,<br />

y sus ojos negros se dilataron como los de un<br />

gato–. Hasta el sábado –dijo y cortó la comunicación<br />

con brusquedad, antes de que la seductora pulsión<br />

del deseo se le notara en la voz. Quería que Sienna<br />

estuviera tranquila, pillarla desprevenida.<br />

Sienna colgó el auricular y se quedó mirándolo<br />

durante largos segundos. Después del sábado, todo<br />

habría terminado.<br />

Y, de repente, le resultó imposible esperar.<br />

Justo después de la hora del té, Sienna enfiló su<br />

viejo coche por el majestuoso sendero que conducía<br />

a Bolland House y entró.<br />

–¡Hola! –gritó sin obtener respuesta. Atravesó el<br />

vestíbulo en forma de arco, entró en el comedor y vio<br />

la mesa puesta para la cena. No pudo reprimir una<br />

sonrisa de satisfacción: era perfecta.<br />

Las servilletas de damasco estaban dobladas al<br />

lado de los cubiertos de plata georgiana y las copas<br />

de cristal de valor incalculable, y los candelabros estaban<br />

listos para ser encendidos. Todo estaba en orden.<br />

Había un centro de mesa floral deslumbrante, formado<br />

por fragantes flores rosas y blancas y alguna<br />

que otra rosa amarilla, que habían sido especialmente<br />

elegidas por ser los colores del jeque, los que llevaban<br />

sus jinetes, los de la bandera de Qudamah. Aspiró su<br />

aroma con agrado. Había centros de flores similares<br />

por todas partes. Sienna recorrió la silenciosa casa,<br />

preguntándose dónde estaba el servicio. Probablemente<br />

estaba disfrutando de un merecido descanso,<br />

porque resultaba evidente que había trabajado mucho.<br />

En la nevera de la espaciosa cocina había platos


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en adobo, púdines de fruta y champán. Al lado de un<br />

racimo de uvas perfecto y un plato con melocotones<br />

había una bandeja de merengues blancos como la<br />

nieve. Varias botellas de vino estaban ya descorchadas<br />

y listas para ser escanciadas en las jarras de cristal<br />

del siglo XVIII.<br />

Sienna volvió a sonreír. ¡A ver si el jeque Hashim<br />

Al Aswad era capaz de encontrar algún defecto de<br />

organización!<br />

Oyó crujir la gravilla fuera y se preguntó si el servicio<br />

habría vuelto. Miró el reloj y pensó que era<br />

probable. Pero al mirar por la ventana, vio detenerse<br />

un coche de carreras carísimo. Si era de uno de los<br />

miembros del servicio, Sienna pensó que debía cambiar<br />

de profesión lo antes posible.<br />

Cuando llamaron al timbre, volvió al vestíbulo y<br />

abrió la puerta. Se quedó helada al ver a Hashim con<br />

una sonrisa perezosa en los labios.<br />

Sienna tragó saliva. Esperaba que llevara puesto<br />

un esmoquin impecable, con una corbata negra y una<br />

camisa nívea, y unos pantalones oscuros en los que<br />

sus piernas parecieran interminables: el estilo occidental<br />

que prefería en la mayoría de las ocasiones.<br />

Pero no era así. Esa noche se había vestido con<br />

prendas que anunciaban climas mucho más exóticos,<br />

hechas de fina seda del color de las granadas y que se<br />

ajustaban suavemente a sus duros músculos. Pegaban<br />

con su abundante pelo negro y su piel dorada, pero a<br />

Sienna le recordaron otra ocasión, amargamente erótica.<br />

Sintió cómo bullían en su interior la vergüenza,<br />

el deseo y el pesar, pero prevalecía el deseo, con una<br />

intensidad que la dejó sin aliento.<br />

«Que no se me note, por favor», rogó en silencio.<br />

Hashim observó las emociones encontradas que<br />

delataba su rostro, y una emoción casi desconocida<br />

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para él lo atrapó en su trampa de seda: la excitación.<br />

–Hola, Sienna.<br />

–¡Hashim! –exclamó suavemente en un tono de<br />

voz que él no pudo descifrar–. Llegas pronto.<br />

La luz suave, pero intensa, del crepúsculo la bañaba,<br />

y Hashim pensó que nunca la había visto tan<br />

hermosa, con el pelo brillante sujeto y entretejido por<br />

pasadores resplandecientes que le dejaban al descubierto<br />

el largo cuello, como el de un cisne.<br />

El vestido era de un tejido ligero y delicado, formado<br />

por capas vaporosas de color rosa, que le recordaron<br />

los pétalos de su boca. Era un vestido discreto,<br />

pero le sorprendió, y no era la primera vez, el modo<br />

en que la insinuación de un cuerpo inflamaba los sentidos<br />

en mayor medida que el hecho de mostrarlo.<br />

¡Como si necesitara que sus sentidos se inflamasen!<br />

Pero mantuvo el rostro impasible. Había esperado<br />

mucho ese momento y era un experto en ocultar sus<br />

sentimientos. No debía atacar hasta no estar seguro.<br />

–¿No me invitas a entrar? –le preguntó burlón.<br />

Sabía que debía decirle que no le correspondía a<br />

ella invitarlo a entrar, que se trataba de su fiesta y de<br />

su dinero, pero se quedó en blanco. Su proximidad la<br />

mareaba. Se echó hacia atrás cuando él pasó a su<br />

lado, como si eso pudiera inmunizarla ante la virilidad<br />

en estado puro que emanaba de él. Pero nada podía<br />

volverla inmune.<br />

Los ojos negros examinaron su rostro como los de<br />

un zorro antes de devorar un pollo de un solo mordisco<br />

y una sonrisa jugueteó en sus labios. Una sonrisa<br />

que la hacía sentirse excitada y rara.<br />

–¿Quieres tomar algo? –le preguntó–. ¿O dar una<br />

vuelta y ver si todo está en orden?


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–No.<br />

Deseaba que no la mirara de ese modo al tiempo<br />

que no quería que dejara de hacerlo. «Serénate, Sienna,<br />

recuerda quién es».<br />

–Me temo que el servicio se ha marchado a disfrutar<br />

de un largo descanso –dijo con ligereza para<br />

disipar la tensión del ambiente.<br />

Y tal vez por eso se relajó y no lo vio venir. Pero<br />

aunque lo hubiera visto, ¿habría podido detenerlo?,<br />

¿o deseado hacerlo?<br />

Porque, de repente, Hashim tiró de ella hacia sí y<br />

la sujetó con firmeza con todo su cuerpo. Su sonrisa<br />

se endureció.<br />

«No lo hagas», se dijo sin fuerzas al sentir su<br />

musculatura y su poder. «Defiéndete».<br />

Pero no se defendió. Temblaba.<br />

Y Hashim cerró los ojos por un instante, al rodearle<br />

la cintura con uno de sus brazos, y dio un suave<br />

suspiro de triunfo al sentir sus senos contra el pecho.<br />

Pronto sería suyo lo que llevaba tanto tiempo deseando.<br />

Iba a ser más fácil de lo previsto.<br />

Le subió la barbilla con la punta de un dedo,<br />

mientras los ojos le brillaban debido al fuego que ardía<br />

en su interior, y ella sintió que se consumía bajo<br />

su mirada ardiente.<br />

–¿Qué más da dónde esté el servicio? –preguntó,<br />

y comenzó a aproximar sus labios a los de ella, como<br />

atraído por una fuerza magnética.<br />

–Pero...<br />

–Calla –le dijo mientras rozaba sus labios con los<br />

suyos–. Hay millones de cosas que quiero hacer y<br />

mostrarte. No podemos perder ni un segundo.<br />

El tiempo se detuvo. El corazón de Sienna latió a<br />

mil por hora en aquellos segundos. La cara de Hashim<br />

flotaba ante ella, enfocándose y desenfocándose,<br />

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y Sienna la recorrió con ansia para absorber sus rasgos<br />

y la cicatriz delgada e irregular que se extendía<br />

por una de sus mejillas.<br />

Pero era, sobre todo, la boca lo que la tentaba, el<br />

labio inferior suave y voluptuoso que contrastaba tan<br />

marcadamente con la línea dura y cruel del superior.<br />

Veía el brillo de los dientes blancos y el rosa de la<br />

lengua. Era como si no hubiera transcurrido todo el<br />

tiempo entremedias, como si no existiera ni hubiera<br />

existido nada excepto aquel momento y aquel lugar:<br />

aquella habitación, sus brazos, aquel ambiente de excitación<br />

y fragilidad, sus respiraciones irregulares y<br />

el perfume de las flores.<br />

–Hashim –susurró. Pero no tuvo tiempo de saber<br />

lo que quería decirle, porque los ojos masculinos se<br />

endurecieron al mismo tiempo que su cuerpo, y Hashim<br />

inclinó la cabeza, y el mundo desapareció.


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<strong>Capítulo</strong> 7<br />

UN beso podía ser una pregunta y una respuesta.<br />

Podía dar o tomar. Pero el beso de Hashim<br />

privó a Sienna de toda reacción salvo la de<br />

responderle sin poder hacer nada más. En un rincón<br />

de su mente, mil voces elevaban su protesta, pero las<br />

silenció tan despiadadamente como si fueran sus enemigos,<br />

y abrió la boca bajo los labios duros y cálidos<br />

de Hashim. Y se dejó ir.<br />

Hashim se rió con placer ante la facilidad con que<br />

la que ella apretaba sus labios con ansia contra los<br />

suyos; la risa se le formó en la parte posterior de la<br />

garganta y surgió como el gruñido suave de un cachorro<br />

de león mientras juega.<br />

–¡Oh, sí! –murmuró en su boca, y ella le devolvió<br />

un murmullo apagado e incoherente, el sonido sin<br />

sentido que a veces emitían las mujeres cuando estaban<br />

listas para el sexo.<br />

Pero Hashim fue cuidadoso. Aunque el corazón le<br />

saltaba en el pecho y el deseo lo endurecía con un<br />

fuego que era una tortura exquisita, sabía que debía<br />

llevar a cabo esa seducción con la cabeza fría. Un<br />

movimiento en falso y ella huiría de sus brazos. Una<br />

palabra indebida y todo se echaría a perder. Sabía<br />

qué teclas tocar, porque tenía mucha experiencia con<br />

las mujeres. Sabía cuándo engatusarlas y cuándo exigirles,<br />

cuándo guiar y cuándo ser guiado. Pero con


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Sienna era distinto. Había declarado su resistencia a<br />

aquel acto, y aunque su cuerpo respondiera en ese<br />

momento, su mente podía constituir una poderosa<br />

fuerza disuasoria. Sobre todo porque se trataba de<br />

una mujer.<br />

Se dio cuenta, al desplazar la boca de su cuello a la<br />

mandíbula y comenzar a besarla suavemente, de que<br />

era la primera vez en su vida que había tenido que seducir<br />

de verdad a una mujer. Normalmente las tenía<br />

que rechazar. Recordaba vagamente algo que había leído<br />

al instruirse por sí mismo en el arte de amar, como<br />

hacían los varones de sangre real de Qudamah al cumplir<br />

los quince años de edad: que cuando una mujer no<br />

estaba segura, había que ir poco a poco y hacerle creer<br />

que no era tu intención hacer el amor, hasta que era<br />

demasiado tarde para poder detenerse. Y las mujeres<br />

no alcanzaban tan fácilmente como los hombres el<br />

punto en que no era posible volver atrás.<br />

La boca de Hashim era como una pluma, provocadora<br />

y tentadora, y Sienna echó la cabeza hacia<br />

atrás.<br />

–Hashim –suspiró, y todos sus deseos y esperanzas<br />

se centraron en esa palabra.<br />

Éste aprovechó esa chispa de consentimiento y<br />

trató de avivar el fuego con palabras dulces.<br />

–¿Qué pasa, querida Sienna? Mi dulce Sienna –susurró<br />

mientras sus labios acariciaban su garganta y jugueteaban<br />

con ella con la punta de la lengua. Era una<br />

zona erótica muy descuidaba. O eso le habían dicho.<br />

El suave gemido que profirió ella le indicó que la información<br />

era correcta. Al mismo tiempo comenzó a<br />

acariciarle las caderas, teniendo cuidado de evitar las<br />

zonas claramente erógenas–. ¿Te gusta?<br />

Sienna sintió cómo le latía el pulso. Las palabras<br />

le salieron como si no las controlara.


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–¡Oh, sí! –jadeó–. ¡Sí!<br />

Sonrió sin que ella lo viera y se atrevió a acariciarle<br />

suavemente las nalgas con la palma de la<br />

mano. Como respuesta silenciosa a la progresión de<br />

sus movimientos, Sienna se retorció contra él. La<br />

sonrisa se le borró al acariciárselas de nuevo y sostenerlas<br />

con dedos posesivos. ¡Por supuesto que respondía<br />

a sus caricias! ¿Acaso se olvidaba de la clase<br />

de mujer que era? Pero trató de apagar su ira, porque<br />

lo excitaba aún más y no deseaba arrancarle las bragas<br />

y penetrarla. Le haría tragarse sus palabras desafiantes<br />

del modo más delicado posible.<br />

«Y ella le pediría que lo hiciera».<br />

La excitó subiendo y bajando los dedos por sus<br />

muslos y rozándole el lugar en que se dividían, pero,<br />

como quien no sabe qué tomar en un banquete por<br />

exceso de oferta, se mantuvo alejado de sus senos a<br />

propósito. Apretó los labios: los reservaba para el final.<br />

–¡Hashim! –susurró maravillada mientras él iba<br />

provocando sensaciones con la punta de los dedos<br />

por toda su piel, que se inflamaba con su tacto, y<br />

conduciéndola por un sendero tan insoportablemente<br />

dulce que le resultaba increíble.<br />

La mente masculina iba más deprisa que los dedos.<br />

Si buscaba el clásico lugar de seducción, una<br />

cama, daría tiempo a que la realidad reapareciera y se<br />

rompiera el hechizo. Hashim se puso tenso y duro al<br />

darse cuenta de que tendría que ser allí. «¡Allí!».<br />

Como un escolar que no tenía donde ir. Pensarlo también<br />

lo excitó. Como siempre, la novedad tenía una<br />

fuerza embriagadora.<br />

Cuando le tocó una pierna, ella no puso objeción<br />

alguna. Sentía su impaciencia y la recompensó deslizando<br />

lentamente la mano por debajo de las finas ca-<br />

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78<br />

pas de su vestido y rodeando el satén de la parte interior<br />

de su muslo. Sienna gimió.<br />

–¿Te gusta?<br />

¿Qué podía decirle? Sobre todo en aquel momento,<br />

cuando recorría la seda húmeda de sus bragas con<br />

la punta de los dedos. Le ardía la piel, el corazón se<br />

le había desbocado y su deseo era incontenible. Sólo<br />

Hashim hacía que se sintiera así, tan viva, tan maravillosamente<br />

bien. Era como una de esas estatuas que<br />

cobraban vida al final de la obra y eran capaces de<br />

vivir por fin.<br />

–Sí –se estremeció–. Sabes que sí.<br />

–Entonces abrázame, Sienna –le rogó–. Abrázame.<br />

Y cuando las manos femeninas se elevaron para<br />

agarrar sus anchos hombros, sonrió a pesar de todo.<br />

No era eso lo que había querido decir, pero en aquel<br />

momento bastaría.<br />

Llena de júbilo por la libertad de volver a tocarlo,<br />

Sienna se dio cuenta de que presionaba con la punta<br />

de los dedos la fina seda que cubría la seda infinitamente<br />

más fina de su piel. Empezó a arañar el tejido<br />

resbaladizo con las uñas, como un gato, como si quisiera<br />

arrancárselo, y Hashim se rió con deleite.<br />

–Así –murmuró agradecido–. Mucho mejor. Veo<br />

que el tiempo no ha hecho más que incrementar tu<br />

apetito.<br />

Esas palabras debían haberla prevenido, o hacer<br />

que se detuviera, pero se hallaba inmersa en una niebla<br />

dorada de deseo. Mientras, él comenzó a acariciarla<br />

con caricias lentas y expertas, y Sienna se sintió<br />

hechizada, no quería que parase, deseaba más,<br />

mucho más.<br />

Hashim apartó el tejido húmedo de sus bragas y la<br />

acarició en lo más íntimo, cuyo fuego lo quemaba.


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Sintió la calidez femenina y, esa vez, él también gimió.<br />

–¡Hashim!– gritó, sobresaltada por la sensación,<br />

como alguien que volviera a tirarse en paracaídas<br />

después de mucho tiempo y recordara lo excitante<br />

que resultaba. Y hacía tanto tiempo...<br />

–¿Te gusta? –le preguntó provocador.<br />

–Sí –exclamó como si le arrancaran la palabra.<br />

–¿Qué más te gusta?<br />

–Ya lo sabes –musitó.<br />

En medio del clamor de sus sentidos, Hashim<br />

tuvo un último atisbo de claridad: los guardaespaldas<br />

situados en la entrada y donde comenzaba la finca no<br />

podían garantizarle una total intimidad. Los malditos<br />

fotógrafos de la odiosa prensa podían estar escondidos<br />

entre la maleza y... ¡qué historia conseguirían!<br />

«Jeque pillado in fraganti con una empleada».<br />

Sin detenerse, siguió moviendo los dedos, hasta<br />

que, al mirarla, vio que estaba fuera de sí. Tenía la mirada<br />

borrosa y temblaba como una hoja. ¿Reaccionaba<br />

así con los demás hombres?, se preguntó sombríamente,<br />

mientras la serpiente venenosa de los celos se le enroscaba<br />

en el corazón. Examinó el vestíbulo y el pasillo<br />

oscuro que salía de su extremo más alejado. Allí no podrían<br />

verlos.<br />

La sintió moverse inquieta y la volvió a besar,<br />

porque sabía que un beso era más poderoso que cualquier<br />

otra cosa, que el embrujo de un beso inducía a<br />

las mujeres a enamorarse, porque descubrían en él<br />

todos sus deseos y necesidades secretos. Sintió que<br />

Sienna vacilaba una milésima de segundo antes de<br />

deshacerse en su boca y supo sin lugar a dudas que<br />

se le había rendido.<br />

La tomó en brazos y la llevó hacia las frías losas<br />

del pasillo. Una larga alfombra de seda, de colores<br />

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80<br />

desvaídos, suavizaba la dureza del suelo. Hashim la<br />

depositó en ella. Sienna abrió los ojos como si acabara<br />

de salir de un estado de coma y se diera cuenta de<br />

dónde estaba.<br />

–¿Qué haces?<br />

El extraño sobresalto de su rostro casi lo conmovió,<br />

hasta que recordó que a veces se hacían falsas preguntas<br />

como ésa por costumbre, no por necesidad. ¿Sabía<br />

ella que a los hombres les excitaba la inocencia? Le seguiría<br />

el juego, si eso servía para tranquilizarla.<br />

–¿Tú qué crees? –le preguntó con voz suave mientras<br />

se tumbaba a su lado, él, un jeque, tumbado en el<br />

suelo con una mujer–. Hago realidad mi sueño y fantasía<br />

más descabellados.<br />

Y también los suyos.<br />

–¿Ah, sí? –le preguntó tímidamente.<br />

–Claro –repuso tomándola en sus brazos, porque<br />

sabía que su abrazo disiparía cualquier posible duda–.<br />

Te deseo, Sienna. Hermosa Sienna. En realidad, nunca<br />

he dejado de hacerlo. ¿No lo sabías?<br />

Negó con la cabeza mientras en su mente se producía<br />

un torbellino de pensamientos confusos.<br />

–Pero...<br />

–Calla.<br />

El rostro de Hashim estaba próximo al de ella,<br />

sentía su respiración cálida y lo único que deseaba<br />

era que la volviera a besar. Sintió la dureza del suelo<br />

bajo la espalda y el duro cuerpo masculino que presionaba<br />

el suyo, y se preguntó fugazmente cómo y<br />

por qué había permitido que sucediera aquello. Pero<br />

sólo fue un pensamiento momentáneo. De repente,<br />

carecía de importancia. No podía detenerse. No quería<br />

hacerlo.<br />

Hacía mucho tiempo, Hashim le había enseñado el<br />

sabor de la pasión, lo cual la había marcado y destrui-


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do para siempre. Los hombres que posteriormente habían<br />

tratado de acercarse a ella buscaban un imposible,<br />

aunque no lo supieran en el momento. ¿No serviría ese<br />

único acto para exorcizar un fantasma demasiado real,<br />

para avanzar y librarse de su encantamiento?<br />

Se pasó la lengua por los labios secos.<br />

–No tenemos mucho tiempo. ¿Y el servicio?,<br />

¿los... los invitados? –consiguió decir.<br />

Hashim se quedó inmóvil. De haber tenido el más<br />

mínimo sentimiento de culpa por la cruel seducción<br />

que pretendía llevar a cabo, Sienna habría conseguido<br />

que se disipara con sus palabras. Sabía perfectamente<br />

lo que hacía. Estaba tan ávida de sexo como él<br />

y probablemente era casi igual de experimentada.<br />

Pues que comprobara cuál era el mejor de los amantes<br />

de todos los que había tenido.<br />

Porque también él se sentía hechizado por la sensación<br />

de algo inacabado e incompleto. Su cólera,<br />

contra ella y contra sí mismo, lo había empujado a<br />

apartarla antes de haberse saciado de ella, y esa sensación<br />

de deseo y frustración abrasadores no habían<br />

llegado a desaparecer del todo. Ahora desparecería, y<br />

sería para siempre.<br />

–Tenemos tiempo de sobra –afirmó, y el tono descarnado<br />

de avidez hizo que su voz sonara hueca,<br />

como si procediera de muy lejos, por lo que, momentáneamente,<br />

apenas la reconoció.<br />

Las manos le temblaban de deseo, y su ansia de<br />

unirse a ella era tan incontenible que tiraba por tierra<br />

todos los planes que con tanto cuidado había elaborado.<br />

Olvidado estaba el deseo, largamente acariciado,<br />

de disfrutar de sus magníficos senos, que ella había<br />

mostrado a todo el mundo. En lugar de eso, y por increíble<br />

e inexplicable que resultara, no quería esperar;<br />

mejor dicho, no podía esperar.<br />

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Con un gemido, le levantó la falda y le arrancó las<br />

delicadas bragas. Ella no protestó, sino que abrió las<br />

piernas inmediatamente. En las prendas masculinas<br />

no había cinturones, botones ni cremalleras que supusieran<br />

un impedimento. Se quitó los pantalones de<br />

seda ligera con facilidad y se puso la protección necesaria<br />

con la torpeza impaciente de un escolar. Y,<br />

entonces, la tocó y empujó suavemente. ¡Por fin!<br />

Qué dulce tortura ese momento de espera, pero una<br />

tortura que iba a atesorar y saborear hasta que no pudiera<br />

resistir más.<br />

–Ahora –susurró, no como una pregunta, sino<br />

como una afirmación y, en respuesta, Sienna apretó<br />

los labios contra su hombro, mientras se abría para él<br />

y se cerraba en torno a su carne. Hashim sentía la humedad<br />

de su lengua y el duro roce de sus dientes, y<br />

no pudo contenerse más. Entró en ella con fuerza.<br />

Hubo un momento antes de que se diera cuenta,<br />

una fracción de segundo en la que comprendió lo que<br />

sucedía, pero ya era demasiado tarde. Vio cómo ella<br />

cerraba los ojos con fuerza y cómo se mordía el labio<br />

inferior; y lo supo.<br />

–¡Sienna!<br />

La palabra salió de sus labios mientras el cuerpo<br />

femenino se tensaba como un arco, antes de que la<br />

flecha de su deseo hallara el camino hasta lo más<br />

profundo.<br />

–¡Sienna! –repitió, esa vez en tono de asombro.<br />

–¡Oh! –susurró ella. La palabra fue una pequeña<br />

pluma que salió volando cuando el dolor se convirtió<br />

en una ola de placer creciente e indescriptible al comenzar<br />

Hashim a moverse dentro de ella.<br />

Había planeado conseguir su propia satisfacción<br />

sin tener en cuenta la de ella, no como había sucedido<br />

la primera vez. Pero en aquel momento las cosas


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habían cambiado. Nunca había tenido tanto cuidado<br />

con una mujer al entrar en ella, pero tampoco nunca<br />

había sentido tanto el peso de la responsabilidad sobre<br />

sus hombros.<br />

Se descubrió tierno con ella, una ternura extraña y<br />

desconocida que hacía que lo que estaba sucediendo<br />

pareciera transcurrir a cámara lenta, como una película<br />

vista a través de una lente velada por una gasa.<br />

–Ah, Sienna –pronunció su nombre dando un largo<br />

y tembloroso suspiro.<br />

Se movió lentamente todo el tiempo necesario y<br />

después un poco más deprisa. Se contuvo el tiempo<br />

necesario, y volvió a adentrarse con más y más fuerza.<br />

La incitó cuando, sin aliento, ella le pedía más,<br />

retirándose sin compasión para hacerla avanzar por<br />

aquel sendero inexorable, y justo cuando creyó que<br />

ya no podía resistir más ese autocontrol exquisito,<br />

sintió que ella comenzaba a experimentar sacudidas.<br />

Los gritos de Sienna partieron el aire, separó las<br />

piernas y arqueó la espalda mientras echaba hacia<br />

atrás el rostro bañado en sudor y pronunciaba su<br />

nombre maravillada e incrédula. Y entonces, oh dulce<br />

deseo, Hashim se dejó ir en un éxtasis que hizo<br />

que el mundo temblara, que le hizo abandonar el<br />

cuerpo. La vuelta a la tierra fue lenta, y Hashim se<br />

resistió a volver durante todo el camino.<br />

Había sido el acto sexual más increíble de su<br />

vida, pero, en realidad, no tenía que haberlo sorprendido.<br />

Al fin y al cabo, llevaba mucho tiempo esperándolo.<br />

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<strong>Capítulo</strong> 8<br />

EN la suave oscuridad, Sienna se dio cuenta de<br />

los latidos de su corazón, fuertes y regulares. Y<br />

luego fue consciente del latido de otro corazón,<br />

tan próximo al suyo que casi parecía tenerlo dentro de<br />

sí. Se sentía plena, como si por fin estuviera completa,<br />

y el ligero dolor en su interior sólo era un maravilloso<br />

recordatorio físico de lo que le había parecido<br />

un sueño ideal.<br />

Al abrir los ojos, contempló la escena con algo parecido<br />

a la incredulidad. No había sido un sueño. Estaba<br />

tumbada en una alfombra en un pasillo oscuro y<br />

frío, en los brazos de Hashim. Tenía el vestido enrollado<br />

en torno a las caderas y aquel hombre la miraba<br />

fijamente. Era imposible saber lo que expresaban<br />

aquellos ojos negros y brillantes, pero la pregunta que<br />

le hizo Hashim le dio una idea aproximada.<br />

–¿Por qué no me lo dijiste? –le preguntó quedamente,<br />

con una voz tan mortífera como las silenciosas serpientes<br />

que se deslizan por las montañas de Qudamah.<br />

–¿El qué? –repuso provocativamente<br />

–¡No juegues conmigo! ¡Eres virgen!<br />

El tono acusatorio de su voz hizo que la burbuja<br />

de alegría comenzara a disolverse.<br />

–Era virgen –lo corrigió.<br />

–Me resulta increíble – dijo mientras negaba con<br />

la cabeza.


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–Me parece que tienes pruebas irrefutables, Hashim.<br />

–Pero... ¿cómo?<br />

En cualquier otro momento, su incredulidad habría<br />

sido casi risible, pero en aquél resultaba dolorosa.<br />

–Será, sin duda, innecesario que te lo explique.<br />

Hashim apretó los labios. Todavía no se había recuperado<br />

del impacto de aquel increíble descubrimiento<br />

que había conseguido que su mundo se tambaleara<br />

del mismo modo que lo había conseguido el éxtasis alcanzado,<br />

porque, ante su inocencia, se habían evaporado<br />

todos sus prejuicios. Y había sucedido algo más...<br />

Desde el principio, su instinto le había dicho que<br />

era inocente, pero el calendario lo había convencido<br />

de que su inocencia era fingida. Si su instinto había<br />

estado en lo cierto, ¿qué pasaba con los sentimientos<br />

que lo habían invadido por aquel entonces, que lo habían<br />

confundido y le habían llevado a preguntarse si<br />

había hallado en ella algo que consideraba imposible?<br />

¿No le había complacido dejar de lado tales sentimientos<br />

aferrándose con alivio a su pasado dudoso?<br />

Era como si le resultara más sencillo vivir en un estado<br />

de cinismo que en uno de esperanza y deseo,<br />

como hacían otros hombres.<br />

–No tenía que haber sido así –dijo mientras volvía<br />

a negar con la cabeza aturdido y enfadado.<br />

Sienna quería decirle que había sido perfecto,<br />

pero había algo en su actitud que la desconcertaba.<br />

Se comportaba como si acabara de suceder algo vergonzoso<br />

en vez de maravilloso. Lo miró.<br />

–¿Qué ha tenido de malo?<br />

–¿De malo? –frunció la frente mientras le examinaba<br />

el rostro, como un científico inclinado sobre un<br />

tubo de ensayo–. No ha tenido nada de malo –¿por<br />

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qué no entendía Sienna lo que pasaba?–. Pero, de haberlo<br />

sabido, no hubiera ocurrido. ¿Por qué no me lo<br />

dijiste, Sienna?<br />

Porque no había pensado en nada salvo en el roce<br />

de sus labios y en el fuerte abrazo de su cuerpo. Le había<br />

resultado imposible detener algo que llevaba tanto<br />

tiempo deseando, a pesar de negarse a sí misma que lo<br />

deseara y de decirse que no estaba bien hacerlo.<br />

–No es que estuviéramos conversando en esos<br />

momentos –dijo, consciente de que su voz tenía un<br />

tono frívolo.<br />

–La primera vez no debería tener lugar con un<br />

amante fortuito en el suelo de una casa desconocida<br />

–afirmó con voz profunda y pesarosa–. La virginidad<br />

es un don que, obviamente, has conservado, como<br />

debería hacerlo toda mujer. Deberías haberla guardado<br />

para un hombre al que ames y que te ame.<br />

Con esas tristes palabras, hizo añicos todas las ridículas<br />

esperanzas y sueños de Sienna. Se sintió<br />

como si le hubiera ofrecido flores recién cortadas de<br />

madrugada, todavía húmedas del rocío matinal, y él<br />

las hubiera arrojado descuidadamente al suelo, para<br />

que las pisadas las redujeran a pétalos aplastados.<br />

Hashim parecía hallarse muy lejos, a pesar de estar<br />

a su lado. Momentos antes la estaba besando una<br />

y otra vez, pero ya no lo hacía. Las manos de las que<br />

provenía esa magia maravillosa ya no la tocaban. Se<br />

había acabado. Y Sienna sintió el dolor sordo de la<br />

comprensión plena, que eclipsó otro más profundo en<br />

su cuerpo recién despierto.<br />

Había consentido... no, había tomado parte voluntariamente<br />

en que se produjera la situación en que se<br />

encontraba. Estar tumbada con él en aquel suelo de<br />

dura piedra y... y... No quería utilizar las palabras «hacer<br />

el amor», porque no se había tratado de eso. No


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había tenido nada que ver con el amor. Hashim se lo<br />

acababa de decir.<br />

Entonces, ¿por qué se le seguían agolpando en la<br />

mente imágenes eróticas y tiernas? Cómo había pronunciado<br />

el nombre de Hashim maravillada y sin<br />

aliento; cómo le había temblado el cuerpo de placer y<br />

cómo éste había aumentado, la había invadido y conducido<br />

a un lugar donde los sentidos eran los reyes supremos.<br />

Como una estúpida, había creído que, para él,<br />

había sido algo más que puro goce, que las palabras de<br />

aliento y placer que le había susurrado expresaban una<br />

emoción más profunda que el mero deseo, más valiosa<br />

que la lujuria. Pero se había equivocado por completo.<br />

Sienna tragó saliva y trató de librarse de los recuerdos,<br />

porque, en breve, sólo le producirían dolor.<br />

Era demasiado tarde para lamentarse, pero no para<br />

recuperar su orgullo.<br />

–Bueno, no tiene sentido hacer un examen a fondo,<br />

¿verdad? –exclamó con una nota de falsa alegría<br />

en la voz.<br />

Él se mantuvo en silencio unos instantes y luego<br />

la aprisionó con la mirada, tratando de saber.<br />

–¿Por qué no ha habido nadie más? –le preguntó.<br />

Era una pregunta que Sienna se había hecho muchas<br />

veces, pero ¡cómo alimentaría su ego monstruoso<br />

si le decía lo que ella sospechaba que era la verdad!:<br />

que era el único hombre con quien se había<br />

imaginado que podía hacer el amor. Otros lo habían<br />

intentado y fracasaron. ¿O era ella la que había fracasado<br />

al abandonar las esperanzas ilusorias y tratar de<br />

obtener lo máximo de una vida corriente?<br />

–Das a entender que he cometido un fallo por el<br />

hecho de que no haya habido nadie más –repuso con<br />

amargura.<br />

–Lo que nos pasó la ultima vez, mi forma de com-<br />

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portarme... ¿Fue eso lo que te hizo rechazar a los<br />

hombres? –le preguntó entornando los ojos.<br />

–En cierto modo –pero no en el modo al que él se<br />

refería.<br />

–Debías habérmelo dicho –afirmó con voz airada–.<br />

Tenías que habérmelo dicho entonces. Pero ahora,<br />

que eres mayor y más independiente, una mujer<br />

de verdad al fin, debías haber dicho algo.<br />

–¿Me habrías creído?<br />

Otro silencio.<br />

–¿Lo habrías hecho? –insistió.<br />

–No –aceptó finalmente–. Creo que no<br />

Se sentía como si hubiera estado nadando hacia<br />

una playa conocida y hubiera descubierto que se encaminaba<br />

hacia un territorio desconocido del que no<br />

sabía nada. Todo aquello carecía de lógica. ¿Nada<br />

menos que ella? ¿Virgen?<br />

–Porque ya habías decidido la clase de mujer que<br />

era. Las fotos demostraban que era una cualquiera.<br />

–¿Una cualquiera? –preguntó entornando los ojos,<br />

pues, por una vez, le fallaba el inglés.<br />

–Una mujer que duerme con el primero que se lo<br />

propone. No viste más allá de la superficie, ¿verdad,<br />

Hashim? Te formaste una opinión de mí. Pero las<br />

personas son mucho más de lo que superficialmente<br />

aparentan. No son figuras de cartón, sino seres vivos<br />

que respiran, que tienen carne y sangre, virtudes y<br />

defectos ¿No te das cuenta? –concluyó.<br />

–Me parece que, por mi posición, soy especial<br />

–repuso con frialdad, amparándose en la invisible barrera<br />

de su estatus real–. No dispongo de tiempo para<br />

profundizar más allá de la superficie.<br />

–¿Ni ganas de intentarlo por lo menos? –lo desafió.<br />

–Quizá no –confesó, porque era imposible no<br />

contestar a aquellos ojos verdes que lo interrogaban.


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Sienna asintió e hizo un esfuerzo para manifestar<br />

la amarga verdad. Había dejado que la pasión le nublara<br />

el entendimiento, pero ahora que había pasado,<br />

veía con dolorosa claridad.<br />

–Para ti, las mujeres son objetos –susurró– que<br />

usas para obtener un placer pasajero y poco más, salvo<br />

quizá, un día, para que te den hijos.<br />

Sintió un gran anhelo, que era estúpido, al darse<br />

cuenta de que Hashim nunca la colocaría en esa categoría.<br />

Ni aunque pasaran mil años. Una mujer que<br />

había consentido en que la fotografiaran como a ella,<br />

una mujer que había caído en sus brazos con tanta facilidad,<br />

era una mujer que había que desechar. Y la<br />

dolorosa sensación de desear algo que no podría tener<br />

la invadió como una ola de amargura.<br />

Hashim se daba cuenta de que Sienna se alejaba<br />

de él, tanto mental como físicamente, lo cual reavivó<br />

el deseo que había eclipsado su sorprendente descubrimiento.<br />

Estaba acostumbrado a tener la última palabra,<br />

y lo que correspondía era que hubiese sido él<br />

quien se distanciara de ella. O quizá no.<br />

–Sienna –murmuró mientras extendía la mano<br />

para acariciarle la cara–. ¿No es demasiado tarde<br />

para lanzar reproches?<br />

Sienna tembló contra su voluntad, porque el tacto<br />

de su piel era suave, cálido y exquisito. Tenía el poder<br />

de atraerla hacia ese lugar de placer inimaginable que<br />

ya conocía. Pero, ¿a qué precio? Le apartó la mano y<br />

se incorporó.<br />

–Tienes razón. Te lo tenía que haber dicho.<br />

–Pero no podías –exclamó triunfalmente–. Porque<br />

estabas tan subyugada por mí como yo por ti. Lo que<br />

acaba de pasar ha sido tan inevitable como que el día<br />

siga a la noche. Lo sabía.<br />

–Bueno, todos tenemos derecho a equivocarnos<br />

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–afirmó sin expresión–. En cualquier caso, estamos<br />

perdiendo el tiempo aquí sentados hablando. Los invitados<br />

llegarán en cualquier momento, por lo que<br />

sugiero que nos arreglemos un poco –dijo mientras<br />

se tocaba el pelo enmarañado y se preguntaba cómo<br />

se lo iba a poder peinar.<br />

Le sorprendió que no se levantara de un salto. Ni<br />

siquiera había mencionado la ausencia del servicio,<br />

ni que los invitados estuvieran a punto de llegar. Y<br />

entonces se le ocurrió otra cosa, que se deslizó por<br />

sus pensamientos como un lento veneno y que era<br />

tan horrible como lo que acababa de permitir que pasara.<br />

El corazón se le partió cuando todas las piezas<br />

encajaron limpiamente.<br />

¡Oh, no! ¿Cómo había sido tan estúpida? Se volvió<br />

lentamente para mirarlo.<br />

–No va a haber ningún invitado, ¿no es así, Hashim?<br />

Éste vio su mirada acusadora, pero no se arredró.<br />

–No.<br />

–Nunca los hubo, ¿verdad?<br />

–No.<br />

Se preparó para el siguiente golpe, aunque sabía<br />

la respuesta antes de hacer la pregunta.<br />

–¿Y el servicio? ¿Las personas a las que con tanto<br />

cuidado entrevisté y contraté y que no se han molestado<br />

en aparecer?<br />

–Prepararon la cena para no despertar tus sospechas,<br />

y luego los despedí.<br />

–Los despediste –dijo lentamente. Su plan elaborado<br />

a sangre fría la ponía enferma–. ¿Así de fácil?<br />

–No fue difícil. Les pagué todo lo acordado.<br />

–¿Todo lo acordado? –repitió con voz temblorosa,<br />

acosada por el pensamiento de que le había seguido el<br />

juego, de que había actuado conforme a sus deseos.


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La había atraído hacia una trampa sensual en la que<br />

había caído con todo el entusiasmo del converso. Sintió<br />

el aguijón del dolor, pero no iba a consentir que se<br />

transformara en lágrimas. No iba a llorar delante de<br />

él.<br />

–Supongo que chasqueaste los dedos y todo el<br />

mundo dio un salto. Tú, tu maldito dinero y tu maldito<br />

poder –susurró. La había engañado para que organizara<br />

una fiesta y poder seducirla. ¿Se podía caer<br />

más bajo? ¿Y cómo se lo había consentido? Al percibir<br />

la amplitud del engaño, se enfadó.<br />

–¿Te crees que puedes elegir a las personas, utilizarlas,<br />

moverlas como si fueran peones de ajedrez y<br />

luego echarlas por la borda cuando has acabado con<br />

ellas? –estalló<br />

Hashim la escuchaba esperando pacientemente a<br />

que pasara la tormenta. Cuando se disipara su cólera,<br />

se avendría a razones, se daría cuenta de que lo que<br />

había pasado entre ellos había sido magnífico y que<br />

dejarlo correr sería un desperdicio de primer orden.<br />

Podía llevarla al piso de arriba, a uno de los fantásticos<br />

dormitorios, donde proseguirían la búsqueda del<br />

placer. ¡Una noche en sus brazos y se le olvidaría<br />

toda la cólera!<br />

–Sienna...<br />

–¡No! –exclamó con fiereza, mientras le daba un<br />

empujón y se ponía en pie apresuradamente. Había<br />

visto cómo se le oscurecía la mirada y, a pesar de la<br />

novedad que suponía aquel juego para ella, sabía<br />

exactamente lo que significaba. ¿Confiaba en sí misma<br />

en su presencia? No. Quizá su espíritu luchara sin<br />

parar, pero, ante Hashim, su carne era la debilidad<br />

personificada.<br />

Se alejo de él tanto como le fue posible. No había<br />

un modo digno de ajustarse el vestido y las bragas,<br />

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92<br />

pero hizo todo lo que pudo. Luego, se echó hacia<br />

atrás el pelo, que le caía en mechones desordenados<br />

por el largo cuello.<br />

Al menos se dio el gusto de ver que Hashim se levantaba<br />

y comenzaba a arreglarse la ropa con el rostro<br />

tenso de desagrado y la ira a punto de estallar. ¿O<br />

sólo era frustración?<br />

Ella se dirigió al vestíbulo, y la calidez, el bienestar<br />

y el placer se fueron evaporando de su cuerpo<br />

como gotas de lluvia sobre un suelo abrasador. Se vio<br />

fugazmente en un espejo y la vista de sus mejillas encendidas<br />

y el cabello despeinado, el aspecto evidente<br />

de alguien que se ha dado un revolcón, la hizo retroceder.<br />

¿Cómo había permitido aquello?<br />

Recogió el bolso, y una voz aterciopelada le hizo<br />

detener sus pasos.<br />

–¿Adónde vas? –le preguntó con suavidad.<br />

Compuso la expresión, se dio la vuelta y, de repente,<br />

dejó de importarle con qué tratara de amenazarla.<br />

Que lo intentara. No podía haber nada peor que<br />

lo que acababa de permitir que sucediera, a pesar de<br />

sus supuestas buenas intenciones.<br />

–A casa –repuso con voz cortante–. ¿Adónde si<br />

no?<br />

–Podrías venirte a casa conmigo.<br />

–¡Preferiría pasar la noche en la jaula de un león!<br />

Y en ningún caso llamaría «casa» a una lujosa suite<br />

de hotel. No es tuya, es anónima, igual que este sitio.<br />

No hay nada de ti en ella, Hashim. Una habitación de<br />

lujo sin alma. Y así está tu vida: vacía –exclamó casi<br />

sin poder hablar por la furia.<br />

Una sombra oscura atravesó momentáneamente el<br />

corazón de Hashim. ¿Cómo se atrevía a hablarle así,<br />

a acusarlo de llevar una vida vacía? A él, que poseía


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palacios, yacimientos de petróleo y personas repartidas<br />

por todo el mundo dispuestas a hacer lo que se le<br />

antojara. Ninguna mujer se había atrevido a decirle<br />

algo así. Se atrevía a mirarlo y a hablarle como ninguna<br />

otra lo había hecho, casi como su igual. Volvió<br />

a experimentar la sensación de hallarse en terreno<br />

desconocido y apretó los labios con ira.<br />

–¡Te prohíbo que te vayas!<br />

–No puedes. No te pertenezco. Ni siquiera trabajo<br />

ya para ti. He hecho lo que me pedías y ahora me<br />

marcho.<br />

–¿Y qué pasa con tus obligaciones para con esta<br />

casa? –le preguntó mientras miraba con los ojos entrecerrados<br />

alrededor del espacioso vestíbulo de madera<br />

tallada.<br />

–Ya no es asunto mío. Soluciónalo tú. Toma –le<br />

dijo lanzándole las llaves.<br />

Las atrapó con una mano. Se daba cuenta de que<br />

iba a hacer lo que decía. ¡Se marchaba! Lo dejaba<br />

plantado, aunque sólo unos instantes antes había dicho<br />

su nombre sollozando. Y, de repente, se sintió<br />

lleno de admiración, a su pesar, lo que contribuyó a<br />

renovar la pulsión sutil del deseo.<br />

–¿Te han dicho lo hermosa que te pones cuando te<br />

enfadas? –le preguntó suavemente.<br />

–¿No se te ocurre nada más original que decir?<br />

–Pero aún no hemos terminado, Sienna –dijo sin<br />

alterarse–. Te lo digo claramente. Sólo has probado<br />

los placeres que puedo proporcionarte y pronto ansiarás<br />

más.<br />

–Te equivocas. Y mucho –lo miró fijamente–. Al<br />

fin y al cabo, estamos en paz. Yo te engañé y ahora<br />

me has engañado tú. Dejémoslo de una vez. Quiero<br />

olvidarme de ti y de tu falsa fiesta. De hecho, quiero<br />

olvidar todo sobre ti.<br />

93


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94<br />

Hashim negó con la cabeza y sus labios se curvaron<br />

en una sonrisa cruel.<br />

–Sigues sin entenderlo, Sienna. Eso no es lo que<br />

deseo, y los deseos de un jeque siempre se cumplen.<br />

No había prestado atención a nada de lo que le<br />

había dicho. Llena de frustración, se dio la vuelta.<br />

Salió por la entrada principal dando un portazo mientras<br />

su risa aún resonaba en sus oídos, y corrió hasta<br />

donde se hallaba su coche desvencijado, aparcado al<br />

lado del coche deportivo de Hashim. Si necesitaba<br />

una prueba concreta de las diferencias insuperables<br />

de sus vidas, lo único que tenía que hacer era mirar<br />

aquellos dos coches tan distintos.<br />

Se acabó, se dijo con fiereza.<br />

Entonces, ¿por qué miró por el espejo retrovisor<br />

para ver su figura alta y oscura y la ropa de seda que,<br />

movida por la brisa, acariciaba ese cuerpo que le había<br />

hecho el amor de modo tan dulce e inolvidable?<br />

Arrancó el coche con un gesto furioso. Se había<br />

acabado.


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<strong>Capítulo</strong> 9<br />

HASHIM la llamó por teléfono. Muchas veces.<br />

Sienna tenía activado el buzón de voz, pero<br />

una de las veces descolgó sin comprobar<br />

quién llamaba y oyó su voz. Colgó silenciosamente<br />

con mano temblorosa.<br />

Le envió un cheque por una cantidad tan inflada<br />

que la mujer de negocios que había en ella se ablandó<br />

momentáneamente, hasta que su furia la llevó a<br />

meterlo en un sobre y devolvérselo por correo. Podría<br />

haberlo roto, pero el hecho de devolverlo contribuiría<br />

a que quedase aún más claro el mensaje.<br />

Incluso le mandó flores que, por algún motivo,<br />

fue lo que más la irritó. ¿Cómo se atrevía a pensar<br />

que podía comprarla con un ramo de flores?<br />

–Son preciosas –afirmó Kat después de aspirar su<br />

aroma.<br />

–Quédatelas. Son tuyas –le dijo mientras arrojaba<br />

sin ceremonias el ramo en los brazos de su desconcertada<br />

inquilina.<br />

Su trabajo, que antes la llenaba, se convirtió de<br />

pronto en algo aburrido. Kat le preguntaba si estaba<br />

incubando alguna enfermedad. Sienna sabía que debía<br />

animarse. Tenía un negocio que mantener y no podía<br />

tener activado el buzón de voz permanentemente. Y<br />

parecía que, por fin, Hashim había comprendido, ya<br />

que llevaba casi una semana sin molestarla.


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96<br />

Estaba sentada en su minúsculo despacho, tratando<br />

de concentrarse en una fiesta de compromiso matrimonial<br />

que parecía burlarse de ella con su canto al<br />

amor cuando sonó el teléfono de su escritorio. Los<br />

pelillos de la nuca comenzaron a erizársele al oír una<br />

voz inquietantemente familiar, oscura y sedosa; y vaciló<br />

un instante. Podía colgar, desde luego, o tener el<br />

valor de decirle que la dejara en paz. No podía seguir<br />

huyendo eternamente.<br />

–¿En qué puedo servirte, Hashim? –le preguntó<br />

con frialdad.<br />

–¿Por qué no has cobrado el cheque que te envié?<br />

–Porque no quiero tu dinero.<br />

–Ah, Sienna –dijo con un arrullo–. ¿No te das<br />

cuenta de que el rechazo excita a un hombre?<br />

Sobre todo a uno que no estaba habituado a que<br />

se le resistieran.<br />

–No lo hago por eso –repuso con voz de hielo.<br />

Hashim lo sabía. Como estratagema habría fallado,<br />

porque él se habría percatado.<br />

–Quiero verte –le dijo con suavidad.<br />

–Pues no puedes –exclamó, mientras recordaba,<br />

contra su voluntad, sus burlones ojos oscuros.<br />

¿No se daba ella cuenta de que oía la nota de vacilación<br />

en su voz y el deseo involuntario que se asemejaba<br />

al suyo? Su voz se convirtió en una caricia<br />

burlona al sentir la ardiente punzada del deseo.<br />

–Entonces dilo como si lo creyeras de verdad.<br />

Sienna cerró los ojos, lo cual sólo sirvió para empeorar<br />

las cosas, porque las imágenes se habían convertido<br />

en las de un cuerpo duro penetrándola con<br />

una dulzura casi desgarradora.<br />

–No hay razón para que nos veamos –afirmó.<br />

–Todo lo contrario. Hay muchas razones. Tengo<br />

que hacerte una propuesta.


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–¿Una propuesta? –preguntó con una voz en la<br />

que se adivinaba la sospecha–. ¿No estarás organizando<br />

otra fiesta ficticia?<br />

–Mira, es una idea –le dijo riéndose–. Vamos a<br />

vernos y te lo explicaré.<br />

–¿Has oído lo que te he dicho? No quiero que me<br />

llames ni que me mandes flores y, sobre todo, no<br />

quiero verte, Hashim.<br />

–Sí quieres –murmuró–. Y los dos lo sabemos.<br />

Estás inquieta, igual que yo. ¿Por qué te resistes?<br />

Para empezar, tu trabajo se resentirá.<br />

Tenía razón. Tenía más trabajo del que podía<br />

atender dentro de unos límites razonables, y la paradoja<br />

consistía en que no tenía ganas de hacerlo. Había<br />

necesitado toda la concentración que poseía para<br />

no quedarse sentada mirando el vacío, pensando en<br />

el jeque y tratando de aprender a no desearlo, pero en<br />

realidad... ¡La realidad era tan distinta!<br />

–Si nos vemos, ¿prometes que después me dejarás<br />

en paz?<br />

Hashim sonrió con ironía. ¿Cómo había conseguido<br />

esa mujer llegar tan lejos con esa lógica tan terrible?<br />

–Si es lo que deseas.<br />

Desear. ¡Qué palabra tan peligrosa y provocativa!<br />

Sienna cerró el puño con fuerza al sentir el vacío de<br />

su corazón.<br />

–Di el sitio y la hora.<br />

–Ahora.<br />

–¿Ahora?<br />

–Estoy muy cerca de tu casa. Te espero.<br />

–Estás de broma.<br />

–¿Qué pasa, Sienna? –se burló–. ¿Nunca actúas<br />

con espontaneidad?<br />

Llevaba puestos los vaqueros más viejos que tenía<br />

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98<br />

y una camiseta que le había dado uno de los jugadores<br />

del equipo de fútbol de la universidad. Tenía el<br />

dobladillo roto y una mancha de no sabía muy bien<br />

qué. Se miró en el espejo el pelo sucio, que se recogió<br />

en una cola de caballo. Tal vez si la veía así, la<br />

Sienna real y esencial, Hashim entraría en razón.<br />

–Está bien –le dijo lentamente–. Voy a verte.<br />

–Dentro de cinco minutos –zanjó la conversación<br />

y colgó.<br />

Se entretuvo solamente en lavarse los dientes<br />

mientras se decía que habría hecho lo mismo por<br />

cualquier otra persona. Se puso unas chancletas y salió<br />

preguntándose dónde estaría esperándola.<br />

No tardó mucho en descubrirlo. Una brillante limusina<br />

con los cristales oscurecidos se hallaba aparcada<br />

al final de la calle, probablemente porque, al ser<br />

tan estrecha, no podía avanzar más. Delante y detrás<br />

del vehículo había dos motoristas, vestidos de cuero,<br />

en potentes motos. Era como la escena de una película,<br />

y Sienna vio un par de cortinas que se movían<br />

mientras se dirigía hacia él.<br />

Mis vecinos no volverán a mirarme igual, pensó,<br />

mientras el chófer se bajaba y le abría la puerta. Se dijo<br />

que no podía ser maleducada con el empleado de Hashim,<br />

por lo que no tuvo más remedio que introducirse<br />

en el lujoso asiento trasero. Sus ojos tardaron unos segundos<br />

en acostumbrarse a la débil luz, y vio a Hashim,<br />

sentado de forma poco elegante, que la observaba.<br />

Ese día iba vestido al estilo occidental, sin nada<br />

de seda brillante a la vista. Un traje oscuro de corte<br />

inmaculado, una camisa nívea y una corbata que resplandecía<br />

débilmente en la escasa luz existente. El<br />

corazón de Sienna comenzó a latir con fuerza.<br />

–Qué amable has sido saliendo tú mismo del coche<br />

–le dijo con ironía.


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–Pensaba en tu reputación.<br />

–Mientes.<br />

Hashim se rió.<br />

–Me juzgas de manera totalmente errónea,<br />

Sienna. Dicen que mi franqueza a veces resulta<br />

brutal.<br />

Brutal. Sí. Había un aspecto brutal en su naturaleza<br />

que, sin embargo, contrastaba con la extraordinaria<br />

dulzura que le había demostrado cuando se hallaba<br />

indefensa en sus brazos. Sintió los labios secos y,<br />

como si le hubiera leído el pensamiento, Hashim se<br />

inclinó y se los rozó con los suyos; apenas fue un<br />

beso, pero inflamó los sentidos de Sienna.<br />

–No lo hagas –dijo con voz débil.<br />

Con la misma habilidad fría y calculadora que le<br />

había convertido en un jugador de póquer de fama<br />

mundial la besó hasta que la oyó suspirar, y luego se<br />

detuvo y se reclinó en el asiento para examinarla.<br />

Apretó un botón que había a su lado y dijo algo que<br />

ella no entendió. El coche comenzó a acelerar.<br />

–¿Adónde vamos? –preguntó alarmada.<br />

–A dar una vuelta. Así llamaremos menos la atención.<br />

Este coche suele atraer a los viandantes.<br />

–Entonces, ¿por qué no te desplazas en otro menos<br />

ostentoso? –le preguntó mordazmente.<br />

–Porque no puedo –respondió con sencillez–. Tiene<br />

que ser un vehículo blindado.<br />

Quizá por primera vez, Sienna se dio cuenta de<br />

los inconvenientes de su vida. ¿No era cierto que una<br />

parte de ella había creído que los guardaespaldas que<br />

lo acompañaban eran puro lucimiento, una especie de<br />

indicador de su poder y elevada posición? No se había<br />

detenido a pensar que podían dispararle, y al hacerlo<br />

en aquel momento, se le encogió el estómago<br />

de angustia.<br />

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–Seamos los dos sinceros –dijo Hashim en voz<br />

baja–. ¿Puedes serlo?<br />

–No me haces caso cuando lo soy.<br />

–No, Sienna –negó con la cabeza–. Me refiero a<br />

ser sinceros de verdad, no a que digas lo que crees<br />

que debes decir, sino a lo que verdaderamente sientes<br />

en el fondo de tu corazón.<br />

–Estoy en desventaja, ya que tú no tienes corazón.<br />

Se quedó callado porque no era la primera vez<br />

que le lanzaban semejante acusación.<br />

–¿Has pensado en mí?<br />

Sienna iba a decir que no, pero algo en sus ojos la<br />

detuvo.<br />

–Sí.<br />

–A mí me sucede igual –dijo asintiendo–. Apenas<br />

he pensado en otra cosa. Cómo te sentí en mis brazos.<br />

Me obsesionas, Sienna, porque no olvido el importante<br />

regalo que me hiciste.<br />

–Que me arrebataste, querrás decir –lo corrigió en<br />

voz baja–. Me tendiste una trampa y me sedujiste,<br />

que era lo que pretendías desde el principio.<br />

–Sí –confesó con amargura–. Soy culpable de eso,<br />

te he robado tu mayor virtud. Pero no lo habría hecho<br />

si hubiera sabido que eras virgen, y tu virginidad lo<br />

ha cambiado todo –hizo una pausa para contemplar<br />

la exuberante plenitud de su boca y, al retomar la palabra,<br />

lo hizo con voz casi reflexiva–. Lo que ha habido<br />

entre nosotros no ha sido suficiente ni para ti ni<br />

para mí. Estabas hermosa y receptiva, pero tu iniciación<br />

en los placeres del cuerpo no debería limitarse a<br />

una sola sesión sobre un suelo frío, sin estar siquiera<br />

desnudos.<br />

Sienna se alegró de que la luz fuera tan tenue,<br />

porque comenzó a sonrojarse, y él se dio cuenta. Entornó<br />

los ojos, y Sienna se preguntó si estaría recor-


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dando, como ella, la primera vez que se ruborizó, hacía<br />

ya tanto tiempo.<br />

–Se acabó –le dijo, consciente de la falta de convicción<br />

de sus palabras. ¿Se debía a que no quería<br />

que terminara?<br />

Hashim pensó que era extraño que una mujer se<br />

ruborizara inocentemente cuando había perdido la<br />

inocencia.<br />

–Te equivocas –susurró–. No ha terminado. De<br />

hecho, acaba de comenzar.<br />

Sienna parpadeó porque, de pronto, la situación<br />

había cambiado. ¿Le estaba pidiendo que fuera su<br />

novia?<br />

–¿Qué quieres decir? –susurró.<br />

–Llegaste a mí carente de experiencia, una hermosa<br />

novata –afirmó con voz ronca–. Y en cierto<br />

modo, era algo nuevo tanto para mí como para ti –le<br />

brillaron los ojos–. Nunca había estado con una virgen.<br />

Lo decía como el jinete que había intentado saltar<br />

más alto de lo habitual. Sus prosaicas palabras hicieron<br />

añicos la débil esperanza que había comenzado a<br />

brillar en la vida de Sienna. Pero tal vez era una suerte,<br />

porque la palabra «virgen» estaba cargada de emoción,<br />

y se daba cuenta de que la emoción podía cambiar de<br />

carácter, en todos los sentidos del término. Podía debilitarte<br />

cuando más necesitabas ser fuerte.<br />

–¿Lo dices para que me sienta halagada?<br />

–Sí. Porque te confieso que la experiencia me ha<br />

resultado profundamente conmovedora.<br />

Como confesión bordeaba la arrogancia y, de haberse<br />

tratado de otro, Sienna lo habría dicho. Pero<br />

algo la detuvo: quizá su mirada, que, como si hubiesen<br />

arrancado un velo que la cubriera, expresaba una<br />

chispa de arrepentimiento, lo cual, inesperadamente,


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le confería un atisbo de vulnerabilidad y recordaba a<br />

Sienna que, en el fondo, sólo era un hombre, que<br />

todo lo demás era envoltorio.<br />

–Continúa –dijo con seguridad–. Me pica la curiosidad.<br />

–Quiero enseñarte todo lo que hay que saber del<br />

arte de amar –su sonrisa dejaba traslucir el deseo.<br />

Hizo una brevísima pausa antes de volver a hablar–.<br />

Quiero que seas mi amante.<br />

Sienna se quedó paralizada.<br />

–¿Qué?<br />

–Te elijo para ser la amante del jeque.<br />

Lo decía de un modo tan... mecánico.<br />

–¿Hay una vacante? ¿O voy a compartir el puesto<br />

con otra? –le preguntó mordazmente.<br />

Hashim estaba tan acostumbrado a la obediencia<br />

absoluta, a la conformidad agradecida y entusiasta de<br />

las mujeres que lo adoraban, que, por un momento,<br />

se sintió desconcertado ante la actitud de Sienna.<br />

–Me parece que no te das cuenta del honor que te<br />

hago –le dijo con voz glacial.<br />

–Probablemente no –repuso Sienna con voz grave–.<br />

Quizá podrías contarme algo más sobre lo que<br />

implica ese puesto tan apasionante.<br />

Como nadie jamás se había burlado de él, no reconoció<br />

el tono de mofa de su voz. Nunca había tenido<br />

que convencer o tentar a una amante, por lo que,<br />

hacerlo, no le salía espontáneamente.<br />

–Tendrás una cuenta con total disponibilidad<br />

–echó una mirada desdeñosa a sus vaqueros y a la camiseta<br />

manchada–. Y en el futuro te comprarás la<br />

ropa que te guste y que le guste a tu jeque.<br />

–¿Quieres alguna prenda en especial? –le preguntó<br />

con voz sumisa–. ¿Qué colores prefieres?<br />

Hashim entrecerró los ojos con recelo. ¿Se avenía


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sin discutir? ¡Maldita mujer! ¿Por qué tenía salidas<br />

que le seguían sorprendiendo?<br />

–Es evidente que lo que llevas puesto resulta totalmente<br />

inadecuado.<br />

–Evidente –asintió Sienna con voz segura.<br />

–Quiero que, de ahora en adelante, lleves seda y<br />

satén –dijo con frialdad–. Y terciopelo y encaje. Nada<br />

que resulte masculino –se estremeció–. Te vestirás<br />

para complacerme, porque si estoy contento, tú también<br />

lo estarás.<br />

–¡Qué deliciosamente sencillo parece! –murmuró<br />

Sienna–. ¿Algo más?<br />

Le brillaron los ojos de anticipación al imaginársela<br />

en ropa interior delicada que pudiera arrancarle.<br />

–Como sabes, paso la mayor parte del tiempo en<br />

Qudamah, pero voy con frecuencia a ciudades importantes<br />

en viaje de negocios, en nombre de mi país y,<br />

cuando lo haga, quiero que vengas conmigo. Te enviaré<br />

mi avión privado –le prometió con voz de terciopelo.<br />

Sienna hizo caso omiso de la propuesta que le hacía.<br />

–¿Y mi trabajo? –le preguntó con seriedad.<br />

–¿Tu trabajo?<br />

–O, mejor dicho, mi profesión –se corrigió–. He<br />

partido de cero y he trabajado duro. No puedo abandonarla<br />

así como así para marcharme a cualquier rincón<br />

del mundo porque se me antoje.<br />

–Ya no será necesario que trabajes. Tendrás todo<br />

el dinero que necesites. Puedes dejar tu empleo –le<br />

dijo lanzándole una mirada impaciente.<br />

¿Dejarlo? Sienna no pudo controlarse más. ¿Es<br />

que aquel hombre no tenía ni idea de cómo vivía la<br />

gente de verdad? Suponía que no.<br />

–No voy a hacerlo –exclamó–. Estoy orgullosa de


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mi trabajo, Hashim. Tengo varios contratos en perspectiva.<br />

–Subcontrátalos.<br />

–No.<br />

–¡Mi paciencia se está acabando, Sienna!<br />

–¡Y la mía! ¿Es que te has creído que me puedes<br />

comprar?<br />

Se produjo un silencio momentáneo.<br />

–Todo el mundo tiene un precio. Tú más que nadie<br />

deberías saberlo.<br />

–¿Aún sigues con lo de esas malditas fotos? ¿Es<br />

que no puedes dejarlo de una vez? –lo miró fijamente<br />

y se volvió hacia la puerta–. No voy a permitir que<br />

me sigas insultando. Has logrado tener sexo conmigo,<br />

Hashim, conténtate con eso.<br />

De repente, éste deseó poder tragarse las palabras<br />

que había dicho.<br />

–No te vayas, Sienna –la agarró del brazo y comenzó<br />

a acariciárselo–. Por favor.<br />

Sienna cerró los ojos. El tacto de su mano apaciguaba<br />

el torbellino interno que experimentaba. Reconoció<br />

que su ruego le resultaba desconocido. Había<br />

estado firme, demostrado su independencia y su orgullo,<br />

pero nada podría alterar el efecto que aquel<br />

hombre siempre le había causado y seguía causándole,<br />

la sensación de derretirse por dentro cada vez que<br />

la tocaba, la de sentirse viva por su sola presencia. Si<br />

prescindía de eso, no tendría que considerar nada<br />

más, pero era demasiado poderoso para no tenerlo en<br />

cuenta. Volvió a abrir los ojos.<br />

–No se trata únicamente de lo que tú quieras,<br />

Hashim, sino también de lo que yo quiera.<br />

Estaba casi seguro de que, por increíble que pareciera,<br />

iba a rechazarlo, por lo que esa vez fue Hashim<br />

el que se sorprendió. ¿Estaba jugando con él?


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–¿Quieres decir que vas a considerar mi propuesta?<br />

–Claro que sí. La mujer que no lo hiciera sería estúpida,<br />

¿verdad? Al fin y al cabo, no todos los días le<br />

ofrecen a una la oportunidad de representar el papel<br />

principal de Cenicienta.<br />

Inexplicablemente, una sensación fugaz de desencanto<br />

empañaba el triunfo de Hashim, porque parecía<br />

que Sienna se iba a rendir, y le gustaba pelearse con<br />

ella.<br />

–Entonces, ¿estás de acuerdo?<br />

–Sólo si aceptas mis condiciones.<br />

–¿Tus condiciones? –repitió indignado.<br />

–Por supuesto. ¿Por qué iba a tener que ser todo<br />

como tú quieres?<br />

«¡Porque así había sido toda su vida!».<br />

–Dímelas –repuso con voz cortante.<br />

–Pues, para empezar, puedes irte olvidando de la<br />

tarjeta de crédito con total disponibilidad. No la quiero,<br />

aunque gracias. No gano una fortuna, pero lo que<br />

gano lo hago honradamente, y no suelo pasar desapercibida<br />

a pesar de no ponerme ropa cara. Y sólo<br />

volaré para verte si me conviene –porque la historia<br />

acabaría pronto y, cuando así fuera, necesitaría ganarse<br />

la vida como siempre–. Seguiré viviendo como<br />

hasta ahora. Si quieres verme, tendrás que amoldarte<br />

a mi vida.<br />

–¡Lo que me pides es escandaloso! –protestó.<br />

–Pues olvida todo lo que hemos dicho –afirmó<br />

encogiéndose de hombros–. De hecho, a largo plazo,<br />

sería lo mejor para mí –añadió con sinceridad.<br />

–Pero a corto plazo no deseas olvidarlo –murmuró<br />

mientras la atraía hacia sí–. En este preciso instante, tu<br />

cuerpo me reclama. Sabes que me estoy excitando, del<br />

mismo modo que tú estás húmeda de deseo, ¿verdad?


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–Hashim, eres... eres...<br />

Pero se olvidó de lo que iba a decir, porque<br />

Hashim le había metido las manos por debajo de la<br />

camiseta y sostenía los ansiosos montículos de sus<br />

senos.<br />

–¿No llevas sujetador? –le preguntó con voz temblorosa,<br />

escindido entre la excitación y la desaprobación,<br />

al sentir aquel peso aterciopelado en las manos.<br />

–Nunca lo llevo cuando estoy en casa trabajando.<br />

¡Oh! –exclamó cuando él inclinó la boca hacia uno<br />

de los pezones endurecidos y comenzó a lamerlo.<br />

Una de sus manos le rozó la cintura, descendió a la<br />

cinturilla de los pantalones y después al centro de su<br />

feminidad, y la tocó a través del tejido, una y otra<br />

vez.–. Hashim, ¿qué haces?<br />

–Adivínalo.<br />

–Pero estamos en un coche.<br />

–El chófer no nos ve. ¿Quieres que pare?<br />

Se retorció de placer ante su tacto. Todavía no.<br />

Un par de minutos más y le diría que parara.<br />

–No podemos hacer nada con los vaqueros puestos,<br />

¿verdad? –preguntó sin aliento.<br />

–¿No podemos? –se rió mientras rozaba con suavidad<br />

su lugar más íntimo.<br />

¿Cómo era posible que se sintiera así? Era como<br />

si le tocara la carne en vez del grueso tejido de los<br />

pantalones.<br />

–Hashim...<br />

–Calla. Déjate ir –le pidió, excitado al verla–. Déjate<br />

ir.<br />

Y eso hizo, para su vergüenza. Se olvidó de que<br />

se estaba retorciendo en la parte trasera de un automóvil,<br />

Dios sabía dónde. Se olvidó de que quizá había<br />

recuperado parte de su orgullo al devolverle el<br />

cheque y no contestar a sus llamadas. Se limitó a


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obedecer las exigencias de su cuerpo y se dejó llevar<br />

por aquel torrente dulce e irresistible.<br />

–¡Oh! –casi sollozó cuando Hashim aumentó el<br />

movimiento del dedo.<br />

–Sí –murmuró él–. Estás tan cerca, Sienna. Tan<br />

maravillosamente cerca. Deja que te mire mientras te<br />

doy placer. Déjame ver cómo llegas al éxtasis.<br />

Y volvió a invadirla esa sensación de estar fuera<br />

del mundo, volando hacia el paraíso, causada por la<br />

experta caricia de los dedos masculinos. Y, de repente,<br />

comenzó a gritar, a lanzar suaves gritos de placer<br />

estupefacto, hasta que la fiera presión de la boca de<br />

Hashim le impidió seguir emitiendo sonidos, y su<br />

cuerpo estalló en un millón de hermosos fragmentos.<br />

Durante innumerables segundos sintió los espasmos<br />

de su cuerpo estremecido, hasta que fueron desapareciendo<br />

lentamente para convertirse en la calidez<br />

de la alegría. Se dio cuenta de que Hashim le<br />

apartaba, con una caricia, el pelo de la frente bañada<br />

en sudor.<br />

–¿Cómo es posible que haya sucedido eso? –susurró,<br />

casi para sí–. ¿Cómo?<br />

Hashim sonrió sin que lo viera. ¡Qué poco sabía y<br />

cuánto tenía que enseñarle! Alzó la barbilla para poder<br />

mirarla con sus ojos negros burlones y penetrantes.<br />

–Ah, Sienna –le dijo con voz suave–. ¿Ves todo lo<br />

que tienes que aprender?<br />

Hecha un ovillo en sus brazos después del clímax,<br />

se hallaba en un estado de máxima vulnerabilidad.<br />

–Tal vez sí –asintió con voz soñolienta.<br />

Quizá cuando entregabas tu corazón por primera<br />

vez era difícil recuperarlo. Con Hashim siempre había<br />

tenido la sensación de haber dejado algo sin terminar:<br />

¿no lo había dicho él mismo? Quizá ésa era la


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108<br />

respuesta. Si lo veía con más frecuencia, ¿no disminuiría<br />

la magia que lo rodeaba, que hacía que lo viera<br />

como no veía a los demás hombres?<br />

–Entonces, ¿estás de acuerdo en ser mi amante?<br />

Sienna volvió la cara hacia la suya y abrió mucho<br />

los ojos.<br />

–Sólo de manera estrictamente informal.<br />

–¿Y vas a volver ahora conmigo al hotel para que<br />

te invite a cenar?<br />

Y es de suponer que también a la cama. Pero eso<br />

era lo que hacía una amante, y ¿quién era ella para<br />

quejarse si eso implicaba que Hashim le haría el<br />

amor?<br />

–Primero tengo que ir a casa a ducharme.<br />

Hashim sonrió lentamente anticipando lo que iba<br />

a suceder.<br />

–Nos bañaremos juntos –le dijo. Y mandaría esa<br />

ropa de ella tan desagradable a la lavandería.


Omn Bia 312-3 02/03/2012 10:04 Página 109<br />

Seis meses después<br />

<strong>Capítulo</strong> 10<br />

–Llegas tarde –dijo Hashim con frialdad al entrar<br />

Sienna en la habitación del hotel.<br />

–Sólo un poco.<br />

–Llevo esperándote más de una hora –le dijo con<br />

una voz que no presagiaba nada bueno.<br />

–Lo siento, cariño –se quitó el abrigo de cachemira<br />

verde que había consentido que Hashim le regalara<br />

en Navidad. Era lo único que había permitido<br />

que le comprase, y eso porque era Navidad. Aunque,<br />

como había apuntado burlona, él no celebraba esas<br />

fiestas.<br />

–Pero tú sí –le había respondido con un gruñido.<br />

En cierto sentido le frustraba que Sienna se hubiera<br />

negado firmemente a recibir la lluvia de regalos<br />

que él creía que se merecía. Pero Hashim no tenía el<br />

monopolio de la frustración. Sienna había descubierto<br />

enseguida que ésta iba de la mano de los placeres<br />

de ser la amante del jeque.<br />

Era una existencia totalmente irreal.<br />

Buena parte de sus encuentros tenían lugar en secreto,<br />

tras la puerta cerrada de la habitación de un<br />

hotel, donde se perdían uno en brazos del otro. A veces<br />

se escapaban a un restaurante discreto, aunque


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110<br />

siempre seguidos de cerca por la presencia constante<br />

de los guardaespaldas.<br />

Era más fácil en París o en algunas ciudades españolas,<br />

por el anonimato que proporcionaban, pero estar en<br />

el extranjero aumentaba la sensación de irrealidad de<br />

Sienna, la certeza de que la relación no podía durar y su<br />

miedo de que terminara. No sabía si sería menos doloroso<br />

que acabara pronto o que lo hiciera más adelante.<br />

Era como si lo que había entre ellos fuera tan frágil,<br />

que cualquier análisis pudiera hacerlo trizas. Ni<br />

siquiera podía hablar de ello con sus amigas, ni con<br />

su madre, por supuesto. Cuando se tenía una relación<br />

normal y se experimentaba el temor normal al preguntarse<br />

hacia dónde se encaminaba, se podía recurrir<br />

al consejo de un amigo. Pero ser la amante de alguien<br />

era algo muy mal visto por la sociedad en<br />

general, tanto por la suya como por la de Hashim,<br />

porque hacía caso omiso de los valores familiares en<br />

los que la mayoría de la gente creía.<br />

Sólo que, en su caso, no era amante en sentido estricto.<br />

Hashim no tenía una esposa que lo esperara en<br />

casa, sino un país, que era mucho más exigente.<br />

Se volvió a mirarlo. Estaba apretando un botón<br />

que había en la pared, y las pesadas cortinas se corrieron<br />

sin hacer ruido, impidiendo que la luz entrara<br />

y encerrándolos en su mundo privado. Con la mano<br />

apoyada provocativamente en la cadera, Sienna elevó<br />

las cejas cuando él se dio la vuelta.<br />

–Te quejas de que te he hecho esperar y todavía<br />

no me has saludado con un beso.<br />

–Hola –le dijo exasperado y excitado mientras la<br />

atraía hacia sus brazos.<br />

–Hola.<br />

–Te encanta hacerme enfadar, Sienna –afirmó<br />

mientras frotaba su frente contra la de ella.


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111<br />

–No –repuso muy seria–. Es que te pones como un<br />

loco cuando no hago exactamente lo que me dices.<br />

–Es que nunca haces lo que te digo.<br />

–Pídeme algo, lo que sea, y lo haré.<br />

Tomó su cara entre las manos y la miró.<br />

–¿Me da mi amante desobediente e informal otro<br />

beso?<br />

Sienna elevó sus labios hacia los de él, le rodeó el<br />

cuello con los brazos y lanzó un gritito de placer<br />

cuando sus bocas se fundieron en un beso que, esa<br />

vez, fue mucho más que un mero saludo. Fue un beso<br />

duro, ávido y pleno de frustración. Llevaba casi un<br />

mes sin verlo, y se suponía que él debía tardar aún<br />

dos semanas en volver a Londres. Pero había conseguido<br />

introducir un viaje extra a dicha ciudad al volver<br />

de Estados Unidos, y la avisó en el último momento.<br />

Sienna había decidido no hacerse de rogar y<br />

accedió a cambiar su agenda. Y se compró un conjunto<br />

nuevo de ropa interior.<br />

Mientras, frenéticos, se bajaban las cremalleras y<br />

se desabotonaban la ropa, hubo momentos de conversación<br />

interrumpida.<br />

–Te he echado de menos –gimió Hashim.<br />

–¡Qué bien!<br />

Hashim se agachó y le quitó los zapatos de tacón,<br />

acariciándole de paso los tobillos.<br />

–Deberías decirme que también tú me has echado<br />

de menos.<br />

–Eso... ¡oh! –se estremeció cuando la mano de<br />

Hashim subió por sus piernas hasta donde terminaban<br />

las medias y le acarició la piel de satén que había<br />

más allá–. Eso es lo que se dice andar a la caza de un<br />

cumplido –exclamó, y tragó saliva.<br />

–Así que ¿no me has echado de menos? –detuvo<br />

la mano.


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–Llevas fuera sólo un mes.<br />

–¿Sólo? –le preguntó con voz irritada.<br />

Le agarró la mano y la condujo de vuelta al lugar<br />

de donde la había levantado.<br />

–Sí, sí, sí. Te he echado de menos. No he dejado<br />

de pensar en ti ni de soñar con este momento ¿Así<br />

está mejor?<br />

–Mucho mejor –murmuró–. Siempre que sea verdad.<br />

Claro que era verdad, pensó Sienna mientras la<br />

llevaba en brazos a la cama y la depositaba en su<br />

centro. Lo había echado de menos más de lo que se<br />

podía imaginar y más de lo que nunca le diría. A pesar<br />

de haber sido novata al iniciar la relación con<br />

Hashim, estaba aprendiendo las reglas. Y la regla numero<br />

uno era ocultar siempre algo.<br />

Enseguida se había dado cuenta de que su jeque<br />

era un cazador innato y, como a todos los cazadores,<br />

le excitaba perseguir la presa. Se mostraba más apasionado<br />

que nunca cuando ella no lo obedecía. No<br />

había que ser psicólogo para darse cuenta de que un<br />

hombre cuyas órdenes el mundo entero acataba se<br />

sentiría fascinado por alguien que no lo hiciera.<br />

Para Sienna no era tanto un juego como un elemento<br />

de autoprotección, de evitar enamorarse cada<br />

vez más de un hombre que nunca correspondería a su<br />

amor. Pero ocultar el amor era más difícil que hacerse<br />

de rogar.<br />

Abandonó esos pensamientos cuando Hashim le<br />

quitó el vestido, el sujetador y las bragas, dejándole<br />

las medias y el liguero. Recostada sobre unos cojines,<br />

lo observó mientras se quitaba la ropa hasta quedarse<br />

formidablemente desnudo.<br />

A veces, Sienna se acariciaba mientras Hashim se<br />

desnudaba, tal cómo él le había enseñado: se frotaba


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113<br />

los pechos o le provocaba con la caricia seductora de<br />

un dedo entre sus piernas. A veces, a Hashim le gustaba<br />

mirarla mientras se provocaba un orgasmo, pero,<br />

ese día, Sienna observó la gran tensión de su musculoso<br />

cuerpo, frunció el ceño y no le provocó.<br />

Cuando se tumbó a su lado, se dio cuenta que tenía<br />

sombras oscuras bajo los ojos y alzó un dedo para<br />

tocarlas.<br />

–Estas cansado– le dijo con dulzura.<br />

–Hazme descansar –cerró los ojos mientras Sienna<br />

le lamía desde los pezones hasta el vientre y más<br />

abajo, donde la dureza era insoportable–. Sienna –gimió–<br />

¿dónde demonios has aprendido a hacer eso?<br />

–Me lo has enseñado tú, Hashim –murmuró, antes<br />

de tomarlo lentamente en su boca–. ¿Te acuerdas?<br />

Todo me lo has enseñado tú.<br />

Después, Hashim pensó que quizá había enseñado<br />

a Sienna demasiado bien. Era todo lo que había soñado<br />

y mucho más. Y un día, otro hombre se beneficiaría<br />

de sus enseñanzas, tal vez antes de lo que ambos<br />

suponían. Otro hombre vería la cabeza de Sienna subir<br />

y bajar en su regazo, sentiría cómo su boca lo hechizaba<br />

dulcemente y lo conducía al paraíso. Torció<br />

el gesto al pillarle desprevenido una punzada de dolor,<br />

pero después lo invadió el cansancio y se durmió.<br />

Cuando se despertó, Sienna lo observaba apoyada<br />

en un codo, con el pelo cayéndole sobre el pecho<br />

arrebolado, y en ese momento confuso entre la vigilia<br />

y el sueño, Hashim sonrió instintivamente, porque<br />

se encontraba en su lugar preferido.<br />

Sienna pensó que parecía un león temporalmente<br />

saciado, con una mirada fugaz de satisfacción antes<br />

de volver a la dura y despiadada búsqueda del sustento.<br />

Se daba cuenta de que se exigía a sí mismo<br />

más que la mayoría de los hombres. Tenía una gran


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capacidad de trabajo, y nunca había visto ese matiz<br />

de cansancio en su sonrisa.<br />

–¿Es por el desfase horario? –le preguntó rozándole<br />

los labios suavemente con un dedo.<br />

–Quizá –le besó el dedo. Era tan indulgente, tan<br />

perspicaz. A veces le resultaba difícil no decirle lo<br />

que le pasaba por la cabeza, pero rara vez manifestaba<br />

sus pensamientos más íntimos. Era preferible que un<br />

gobernante se reservase sus opiniones, pero, después<br />

de hacer el amor con ella, deseaba hablarle de sus<br />

problemas, como parecía que otros hombres hacían.<br />

Se preguntaba qué había cambiado y cuándo.<br />

Le había sucedido algo sin darse cuenta. Quizá<br />

era como la sombra de una barba incipiente. Uno no<br />

se percataba de ella, y hasta que la barbilla no raspaba,<br />

no se recordaba que había que afeitarse.<br />

Sienna le apartó un mechón de pelo oscuro que le<br />

había caído sobre la frente. Contra el blanco de las<br />

sábanas, el cuerpo dorado de Hashim resaltaba eróticamente,<br />

como un óleo que cobrara una vida vibrante<br />

ante sus ojos.<br />

–No suele afectarte el desfase horario –observó en<br />

voz baja.<br />

–No.<br />

Se produjo un silencio. Sienna sabía que podía<br />

hacer dos cosas: levantarse e ir a la cocina de la suite<br />

para preparar el té de jazmín helado que tanto gustaba<br />

a Hashim y que a ella le había ido gustando con el<br />

tiempo, poner música suave y relajante y llenar la bañera<br />

para bañarse juntos. Después harían el amor otra<br />

vez. Y otra. Eso era lo que una amante haría; o bien,<br />

podía aventurarse en el terreno inseguro de averiguar<br />

qué pasaba por aquella cabeza inteligente y rápida.<br />

Seis meses antes, no se habría atrevido ni a imaginárselo.<br />

Pero ¿no se había ablandado Hashim última-


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mente? ¿No parecía, a veces, el aspecto enigmático y<br />

formidable de su naturaleza menos dominante, más<br />

accesible?<br />

–¿Quieres decirme qué te pasa o prefieres que me<br />

vaya a hacer labores femeninas?<br />

–¿Por ejemplo, cuáles?<br />

–Preparar el té, llenar la bañera, poner música...<br />

Una sonrisa le borró la dureza de la boca.<br />

–No, no te vayas. Quédate. Acabas de hacer lo<br />

más importante que una mujer puede hacer por un<br />

hombre.<br />

Se produjo otro silencio, y Sienna se esforzó en<br />

no dar demasiada importancia a sus palabras. El hecho<br />

de que resultaran inusitadamente tiernas no significaba<br />

nada. En esencia, Hashim alababa sus habilidades<br />

amatorias, que progresaban con rapidez, y a<br />

la vez, las suyas como instructor experto, eso era<br />

todo. O quizá se mostraba algo más cariñoso porque<br />

llevaban varias semanas sin verse. Podía haber muchas<br />

razones.<br />

Sienna pensó en lo que aquel hombre le había enseñado<br />

y en su negativa a obedecerlo en cuanto chasqueaba<br />

los dedos. Hashim lo respetaba, estaba segura.<br />

Lo que no toleraba era el miedo o la timidez.<br />

–¿Me vas a decir qué te pasa?<br />

Hashim cambió ligeramente de postura para mirar<br />

los enormes ojos verdes y almendrados de Sienna.<br />

Sus senos, que tanto lo habían obsesionado, eran parte<br />

del hermoso conjunto, aunque los pezones sonrosados<br />

le recordaban cómo los había utilizado Sienna,<br />

y eso no podía olvidarlo.<br />

–Estoy cansado. No es nada –murmuró. Lo cual<br />

era cierto, pero sólo en parte. Había una oposición<br />

creciente en Qudamah a su estilo de vida occidental,<br />

y algunos grupos le exigían que se instalase allí defi-


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nitivamente y adoptara por completo la cultura de sus<br />

antepasados. Consideraban que debía reducir los viajes<br />

al extranjero y concentrar toda su energía en su<br />

patria.<br />

¿No personificaba Sienna todo lo que los elementos<br />

más tradicionales de su país detestaban de Occidente?<br />

¿No le daba a entender Abdul-Aziz, cada vez<br />

con más frecuencia, que la relación con ella dañaba<br />

su credibilidad, que se acabaría por descubrir si no se<br />

llegaba a una solución? Y Hashim sabía cuál era.<br />

–No es nada –repitió con firmeza.<br />

Sienna se esforzó en que su rostro no manifestara<br />

su decepción. Le había interrogado y él se había recluido<br />

en sí mismo; lo adivinaba al mirarlo a la cara.<br />

Pues que hiciera lo que quisiera. Ella había decidido<br />

preguntarle, y él, no contestar.<br />

Tomó sus palabras en sentido literal, como claramente<br />

deseaba Hashim.<br />

–¿Cuándo fue la última vez que tuviste vacaciones?<br />

–¿Vacaciones? –le preguntó sorprendido tanto por<br />

el tema elegido como por el giro repentino de la conversación.<br />

Sienna se rió, complacida de haberlo dejado perplejo.<br />

–Sí, vacaciones. Es lo que la gente suele hacer<br />

cuando está cansada y quiere relajarse.<br />

–No me acuerdo –dijo cerrando los ojos con fuerza.<br />

–¿No has usado últimamente el cubo y la pala en<br />

España? –preguntó burlona.<br />

–¿El cubo y la pala? –frunció el ceño.<br />

–¿Nunca has hecho castillos de arena, Hashim?<br />

–La arena no es nada del otro mundo en Qudamah,<br />

hay demasiada –dijo riéndose–. Tendemos a<br />

huir de ella más que a dedicarle nuestros ratos de<br />

ocio –añadió con voz seca.


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117<br />

–No se me había ocurrido –se acurrucó contra él–.<br />

¿Cómo eran tus vacaciones cuando eras pequeño?<br />

–Seguro que no te interesa –dijo con el ceño fruncido.<br />

Eso significaba, en realidad, que no quería contárselo.<br />

Pero una mujer no podía subsistir a base de<br />

sexo únicamente.<br />

–Claro que me interesa –dijo con firmeza.<br />

Y Hashim sonrió al sentirse invadido, cosa rara en<br />

él, por la nostalgia. ¡Qué lejana parecía la infancia y,<br />

sin embargo, qué increíblemente claros eran los recuerdos<br />

si se les abría la puerta!.<br />

–Los varones de mi familia y yo llevábamos los<br />

halcones al bosque para enseñarles a matar.<br />

–¡Qué bonito!<br />

Hashim rodeó con un dedo uno de sus pezones y,<br />

al instante, lo sintió erguirse y endurecerse, y volvió<br />

a experimentar la excitación del deseo.<br />

–Allí aprendíamos a ser hombres –exclamó con<br />

voz soñadora.<br />

–¿No había mujeres?<br />

–Ni una.<br />

–¿Y tu madre? ¿No quería ir con vosotros?<br />

Hashim recordó el primer viaje, cómo lo arrancaron<br />

de los brazos maternos. Tenía sólo cinco años y<br />

había llorado a mares. Los demás se habían burlado<br />

de él sin piedad. Y su padre le había dicho que esa<br />

dolorosa separación formaba parte del proceso de<br />

aprender a ser hombre. Hashim se imaginaba lo que<br />

un psicólogo occidental diría al respecto.<br />

–Las mujeres no formaban parte de aquello –reflexionó–.<br />

Su sitio estaba en palacio.<br />

–¿Y no les importaba?<br />

–Resulta que a mi madre sí le importaba –confesó<br />

tras unos instantes de duda–. Y así lo manifestó, lo


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118<br />

cual le supuso muchos conflictos con mi padre. Pero<br />

estaba decidida a que las mujeres de Qudamah llevaran<br />

a cabo algunos de los cambios que las mujeres de<br />

todo el mundo iniciaban en aquella época. Aunque<br />

nada parecido a quemar sujetadores, desde luego<br />

–añadió con rapidez.<br />

–Me lo imagino –rió Sienna.<br />

–Gracias a sus esfuerzos, a las mujeres de Qudamah<br />

se les concedieron pequeñas libertades.<br />

–¿Por ejemplo?<br />

–Se les permitió andar por la capital sin la compañía<br />

de un hombre, aunque muchas preferían no hacerlo<br />

–dijo con un encogimiento de hombros, y vio la<br />

cara que ponía Sienna–. Es probable que para ti no<br />

signifique nada. Una mujer que ha crecido en libertad<br />

y la da por supuesta tal vez no comprenda que, en<br />

mi país, aquello fue una especie de revolución.<br />

–Parece una mujer asombrosa.<br />

–Lo es –la frase «me gustaría que la conocieras»<br />

quedó en suspenso. Por cierta que fuese, ¿cómo iba a<br />

pronunciarla dadas las circunstancias?<br />

Sienna permaneció en silencio un momento. Había<br />

percibido la omisión deliberada por parte de Hashim,<br />

y no habría sido un ser humano si no le hubiera<br />

dolido. ¡Qué mundo tan distinto describía y cómo hacían<br />

hincapié sus palabras en la enorme distancia que<br />

separaba sus culturas!<br />

Si antes no hubiera entendido su reacción extrema<br />

a las fotos del calendario, sin duda en aquel momento,<br />

lo habría hecho. Si que una mujer saliera sola se consideraba<br />

un gran avance, ¿qué le habría parecido a un<br />

hombre con esa educación tradicional que se la viera<br />

en un calendario erótico con los senos desnudos?<br />

Si alguna vez sucumbía a la tentación desesperada<br />

de pensar qué habría pasado si..., lo único que tenía


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que hacer era recordar las diferencias insalvables entre<br />

ambos que siempre habían existido y seguirían<br />

existiendo. Daba igual lo que hicieran: la relación estaba<br />

condenada al fracaso.<br />

Sienna, además, se había dado cuenta de otra<br />

cosa. Tal vez Hashim hubiera estado a punto de enamorarse<br />

cuando se conocieron, pero los sentimientos<br />

de ambos no habían sido más que una emoción violenta<br />

que no tenía nada que ver con sus vidas reales.<br />

En ese sentido, nada había cambiado. El breve tiempo<br />

que pasaban juntos estaban como en una burbuja.<br />

Hashim vio que se le había ensombrecido la mirada,<br />

pero no le pregunto por qué. Se hacía una idea<br />

bastante aproximada, y algunas cosas era mejor no<br />

decirlas. ¿Para qué hablar y causar dolor cuando éste<br />

esperaba a la vuelta de la esquina envuelto en sombras?<br />

En lugar de hacerlo, le acarició la mejilla.<br />

–Y tú, ¿cuándo fue la última vez que te fuiste de<br />

vacaciones?<br />

–El año pasado. Estuve en Australia para ver a<br />

una antigua amiga del colegio. Se ha ido a vivir allí,<br />

se ha casado con un australiano –una idea comenzó a<br />

tomar forma en su mente–. ¿No sería estupendo que<br />

nos marcháramos juntos a algún sitio, Hashim? –dirigió<br />

la mirada al dormitorio suntuoso pero frío e impersonal–.<br />

¿A algún sitio que no sea un hotel?<br />

Hashim le siguió la corriente en su fantasía, al<br />

igual que ella lo había hecho en muchas de las suyas.<br />

–¿Y adónde iríamos?<br />

Sienna echó la cabeza hacia un lado y reflexionó.<br />

–Creo que nos quedaríamos en Inglaterra. Salir al<br />

extranjero supondría muchas complicaciones, y bastante<br />

viajas ya. Tendría que ser un sitio donde pudieras<br />

ir de incógnito, ser completamente libre.<br />

–¿Existe semejante lugar? –se burló.


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–Conozco una antigua y hermosa granja que ha<br />

sido remodelada. Está en medio de la nada. La alquilé<br />

para la fiesta de una estrella de rock que cumplía<br />

cuarenta años, y a todos les encantó.<br />

–¿Y dónde se alojarían los guardaespaldas?<br />

–Hay una casita en la finca. No demasiado lejos,<br />

pero lo suficiente...<br />

Sus palabras se apagaron, y él vio la promesa erótica<br />

que había en sus ojos. Lo invadió una tentación<br />

insoportable. En breve, algo en su vida iba a tener<br />

que desaparecer, y sabía que iba a ser su relación con<br />

Sienna. Pero antes...<br />

¿No podía experimentar, aunque fuera por un periodo<br />

muy breve, lo que era ser «normal»?, ¿ser un<br />

hombre corriente que se iba de vacaciones con una<br />

mujer que lo excitaba, calmaba, provocaba y estimulaba<br />

de modo sucesivo y vertiginoso? Alguien que<br />

formaba parte de su pasado y de su presente, pero<br />

que nunca podría hacerlo de su futuro...<br />

–¿Puedes encargarte tú? –preguntó de repente.<br />

–¿Lo dices en serio? –repuso parpadeando.<br />

–Sí –hizo un rápido cálculo mental –. Puedo disponer<br />

del próximo fin de semana, si te viene bien por<br />

tu trabajo.<br />

Sienna estaba demasiado emocionada como para<br />

percibir el ligero sarcasmo de su voz; o para preguntarse<br />

si dos fines de semana seguidos no era tentar a la suerte.<br />

–Pues claro que puedo encargarme yo –asintió–.<br />

A ver si la granja está disponible. Vamos a avisar con<br />

muy poca antelación, pero no habrá problemas.<br />

¿Quién en su sano juicio querría pasar unos días de<br />

vacaciones en la campiña inglesa a mitad de febrero?<br />

–Pues yo.<br />

Se miraron y Sienna se echó a reír.<br />

–Yo también.


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<strong>Capítulo</strong> 11<br />

HABÍA una enorme chimenea, una cocina de<br />

aspecto antiguo y una cama, en el dormitorio<br />

principal del piso superior, que parecía una<br />

copia exacta de las de hacía un siglo.<br />

Los guardaespaldas se instalaron en la casita próxima<br />

a la entrada, con una televisión y la promesa de<br />

una enorme bonificación por no hacer preguntas.<br />

Sienna y Hashim estaban, por fin, solos.<br />

–Es como haber retrocedido en el tiempo –murmuró<br />

Hashim, mientras miraba alrededor con ojos<br />

fascinados–. Y hace un frío tremendo.<br />

–Sí –se volvió hacia él–. ¿Sabes encender la chimenea?<br />

–Por supuesto –afirmó con una sonrisa rayana en<br />

la arrogancia.<br />

–Pues es toda tuya. Voy a preparar algo de comer.<br />

Pero Hashim negó con la cabeza. Si jugaban a estar<br />

de luna de miel, que era lo que él se imaginaba, había<br />

una cosa mucho más urgente que la comida o el fuego.<br />

–¿Quieres comer algo? –murmuró–, ¿o quieres<br />

comerme?<br />

–¡No digas esas cosas! –protestó ella, aunque sin<br />

muchas ganas, porque las manos masculinas se habían<br />

deslizado por debajo de su jersey y estaban haciendo<br />

que se le endurecieran los pezones–. Deberíamos correr<br />

las cortinas –dijo sin aliento.


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122<br />

Fue hacia la ventana y, de un tirón, corrió aquel<br />

tejido descolorido. Él se le acercó por detrás y le acarició<br />

las caderas.<br />

–Me alegro de que lleves falda.<br />

–Porque a mi jeque no le gustan los pantalones<br />

–repuso con recato, y cerró los ojos al sentir sus dedos<br />

debajo de la prenda rozándole su fuego abrasador.<br />

–Estás lista –observó en tono de sorpresa.<br />

–Hace horas que lo estoy –confesó, saltando sobre<br />

un pie, a punto de caerse por el ansia de ayudarlo<br />

a quitarle las bragas.<br />

–Yo también –confesó con voz ronca.<br />

Sólo consiguieron llegar al sofá grande y antiguo,<br />

donde Hashim se quitó los pantalones y la echó sobre<br />

sí, guiándola despacio hacia su sexo anhelante hasta<br />

penetrarla profundamente.<br />

–¡Oh! –gimió Sienna. La llenaba por completo al<br />

hacer que subiera y bajara sobre él, hasta que no<br />

pudo soportarlo más. Antes de poderse creer que estaba<br />

sucediendo, sintió que se derretía.<br />

Y Hashim lo sintió también, de forma simultánea.<br />

Y cuando el cuerpo de ella comenzó a experimentar<br />

sacudidas de placer, el suyo lo siguió casi en completa<br />

armonía. Y en los últimos segundos antes de que la<br />

fuerza del placer les hiciera perder temporalmente la<br />

conciencia, sus miradas se encontraron y se fundieron.<br />

–¡Sienna! –exclamó con voz entrecortada mientras<br />

ella comenzaba a estremecerse sobre él. Parecía<br />

que el nombre le salía del alma.<br />

–¡Hashim! –jadeó ella clavándole los dedos en la<br />

piel satinada. «Si pudiera decirte cuánto te quiero».<br />

Permanecieron como estaban un rato, Sienna sentada<br />

a horcajadas sobre él, mirándolo y acariciándole<br />

la mandíbula.<br />

–¿En qué piensas? –preguntó con voz suave.


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123<br />

Que lo que jamás debía haber sucedido había sucedido.<br />

Que estaba completamente enamorada. Que<br />

era demasiado tarde para detenerse y protegerse. Y<br />

que había ocurrido justo en el momento en que se temía<br />

que todo iba a acabar.<br />

–Eso no se le pregunta a una mujer después de<br />

hacer el amor –no cuando se sentía lo suficientemente<br />

vulnerable como para decirle algo que él no quería<br />

oír. Experimentó un ligero temblor al comenzar a disiparse<br />

el calor de la pasión en su piel–. Será mejor<br />

que enciendas la chimenea –le dijo con voz alegre, y<br />

se levantó.<br />

Mientras Hashim la encendía, fue a la cocina, preparó<br />

una sopa de verduras y la sirvió con pan integral<br />

y queso recién traído de una granja cercana. Saciaron<br />

la sed con agua y luego bebieron té aromático, sentados<br />

en una alfombra de pelo largo frente a un fuego<br />

cada vez más potente.<br />

–¿Te gusta? –preguntó Sienna.<br />

–Es perfecto –repuso él, pero su corazón experimentó<br />

una súbita pesadumbre.<br />

Vieron, en vídeo, una de las películas favoritas de<br />

Sienna, un viejo musical que enseguida logró que se<br />

pusiera a sorber por la nariz como si tuviera alergia<br />

al polen.<br />

–¡Estás llorando! –exclamó en tono acusador.<br />

–No. No es más que una película cursi –contestó<br />

enfadada.<br />

–Ven aquí.<br />

Y lo hizo, a pesar del dolor de corazón que le producía.<br />

Pasaron el tiempo haciendo cosas sencillas. Se<br />

abrigaban antes de salir a pasear por un terreno que


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crujía debido a la helada matinal, que apenas tenía<br />

tiempo de fundirse antes de que un sol carmesí incendiara<br />

los campos por la tarde.<br />

Los guardaespaldas parecían satisfechos de estar<br />

a su aire, ya que el teléfono de Hashim no sonó ni<br />

una vez. Un día fueron incluso a comer al pub local,<br />

y si alguien se preguntó qué hacía un coche grande y<br />

oscuro en el aparcamiento, no se molestó en hacer<br />

averiguaciones.<br />

El mundo real parecía muy lejano, y una parte de<br />

Sienna deseaba fervientemente que siguiera así. Si no<br />

fuera por la posición social de Hashim, podrían vivir<br />

siempre así. Él tenía razón: ella había dado su libertad<br />

por supuesta en todo momento, pero nunca la había<br />

apreciado tanto como durante aquel fin de semana.<br />

Observó cómo se relajaba Hashim. Vio las ojeras<br />

desaparecer y evaporarse, como por arte de magia,<br />

los pequeños pliegues, semejantes a los de un abanico,<br />

que tenía a los lados de los ojos.<br />

En cuanto a Hashim, vislumbraba una vida que no<br />

conocía en realidad. No se había sentido tan relajado<br />

desde aquellos días lejanos en que cazaba con los<br />

halcones en las montañas de Qudamah.<br />

–Ah, Sienna –le dijo la última mañana mientras<br />

desayunaban tortitas–. ¿No te gustaría que la vida<br />

fuera siempre tan sencilla?<br />

Sienna sonrió, porque sabía que no tenía sentido<br />

soltar la frase típica de que siempre podía ser así.<br />

Porque no podía serlo.<br />

–¿Quieres oír la radio? –le preguntó mientras tapaba<br />

el sirope.<br />

–¿Para qué? –respondió con el ceño fruncido.<br />

–Qudamah sale mucho en las noticias últimamente.<br />

Era gracioso que, después de encontrar la oportu-


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nidad de decir algo, se deseara no haberlo dicho.<br />

Hashim miró su té.<br />

–Muy pronto habrá elecciones, y éstas siempre requieren<br />

que les dedique buena parte de mi tiempo –la<br />

miró–. Tengo que volver mañana.<br />

–Ya lo sé.<br />

–Y no estoy seguro de cuándo volveré –dijo después<br />

de una profunda inspiración.<br />

Sienna sintió que los tentáculos de un miedo largamente<br />

incubado se le enrollaban en el corazón.<br />

–Eso también lo sé –no era necesario obligarlo a<br />

decirlo. Había que aceptar lo inevitable y sobrellevarlo<br />

lo mejor posible–. No te preocupes, Hashim.<br />

No tienes que decirlo. Sé que se ha acabado.<br />

No lo negó, pero al alzar el rostro, Sienna vio su<br />

mirada de preocupación.<br />

–No deseo que eso suceda, Sienna, pero cada vez<br />

me doy más cuenta de que mi sitio está en mi país,<br />

no aquí –movió los hombros inquieto–. Hay obligaciones<br />

que debo cumplir. Y no quiero encadenarte a<br />

una relación sin futuro. Ni hacerte promesas que no<br />

voy a poder cumplir. Si nuestra relación se consume<br />

por intenciones fallidas y encuentros que no se producen,<br />

lo único que nos quedará como recuerdo será<br />

la amargura –se le endureció la voz–. Y no estoy dispuesto<br />

a que sea así. Otra vez no. No cuando...<br />

Tenía las palabras en la boca, y pugnaban por salir.<br />

Pero las palabras podían engañar, a pesar de ser<br />

dichas de buena fe. Podían dar pie a toda clase de expectativas<br />

no realistas. Si trataba de explicarle lo que<br />

había llegado a significar para él, ¿no la ataría a él,<br />

por mucho que él intentara que eso no sucediera? ¿Y<br />

si ella comenzaba a considerarlos amantes desventurados<br />

en vez de limitarse a seguir viviendo?<br />

Sienna observó la turbación de su rostro y se lan-


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zó a salvar la situación; o mejor dicho, a salvarse.<br />

Había tenido con él mucho más de lo que cualquier<br />

mujer podía esperar, y se iba a asegurar de que la recordara<br />

con dignidad.<br />

–Ha sido maravilloso, estupendo. Una hermosa<br />

relación –dijo con suavidad–. Pero se ha acabado.<br />

Hashim entornó los ojos. Había esperado... ¿qué?<br />

Que al menos derramara una lágrima por él. O que su<br />

cara diera muestras de desánimo. Se sentía herido en<br />

su orgullo, pero el dolor que experimentaba procedía<br />

de sentimientos más profundos que el orgullo. Los<br />

echó a un lado, guiado por el instinto de protegerse.<br />

–Casi parece que te alegras –observó con frialdad.<br />

–Oh, Hashim –exclamó con impaciencia–. Claro<br />

que no me alegro, pero me doy cuenta de que tiene<br />

que ser así. ¿Qué alternativa me queda?<br />

Las mujeres le habían rogado muchas veces. Habían<br />

llorado y se habían aferrado a él. ¿No esperaba<br />

su lado egoísta que Sienna hiciera lo mismo? Porque<br />

si se comportaba como las demás, le resultaría más<br />

fácil dejarla sin pensárselo dos veces.<br />

Pero nunca había tenido una relación como ésa, lo<br />

confesaba. Ni la volvería a tener. Su destino no lo<br />

consentiría, ya que sus aventuras y su libertad se verían<br />

recortadas. Le esperaban las puertas lujosas pero<br />

pesadas de su prisión real para cerrarse tras él. ¿Qué<br />

bien le iba a hacer a él, o a ella, dedicarse a análisis<br />

inútiles e indulgentes?<br />

–Ven aquí –le dijo sencillamente mientras abría<br />

los brazos.<br />

Sienna no necesitaba que le dijera que iba a ser la<br />

última vez. Estaba escrito en sus ojos y se lo estaba<br />

diciendo con cada beso y caricia. Parecía que sus manos<br />

y dedos la descubrían por primera vez al tiempo<br />

que se despedían de ella.


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127<br />

–Oh, Hashim –exclamó con voz ahogada.<br />

–Vamos a tumbarnos otra vez en esa vieja cama<br />

–le dijo.<br />

Sienna asintió, y Hashim subió, con ella en brazos,<br />

la desvencijada escalera y se dirigió a la habitación<br />

que habían compartido. Bajó la cabeza para no<br />

darse con una de las oscuras vigas y la depositó en el<br />

lecho con tanta delicadeza como si fuera una valiosa<br />

porcelana.<br />

Se desnudaron lentamente en silencio. Cuando<br />

Sienna apoyó la cabeza en la almohada de plumas, él<br />

se puso encima de ella. Sienna pensó en la cantidad<br />

de parejas que habrían estado en aquella cama como<br />

ellos. ¿Cuántos hijos se habrían concebido, e incluso<br />

nacido, en ella? Generaciones fantasmas de antiguos<br />

amantes se les unieron, llenando, sin palabras, el espacio<br />

indefinible entre el presente y el pasado. Porque,<br />

¿en qué momento el presente se convertía en pasado?<br />

El clímax pondría fin a todo, y el sexo se transformaría<br />

en recuerdo. Como todo lo demás. Sienna tembló<br />

cuando Hashim la penetró de modo tan ansioso y<br />

conmovedor, que se le saltaron las lágrimas.<br />

–No llores, Sienna –le dijo después mientras se<br />

las secaba con un dedo.<br />

Se quedaron tumbados un rato, sin dormirse.<br />

Sienna se removió. Era mejor ser la primera en levantarse,<br />

se dijo, y no ponerse en situación de ser la<br />

abandonada.<br />

–Será mejor que me levante y recoja la cocina.<br />

–Puedo llamar a los guardaespaldas para que vengan<br />

a hacerlo –le dijo abrazándola con más fuerza<br />

por la cintura.<br />

Pero ella negó con la cabeza y le quitó las manos.<br />

–No, Hashim. Eso echaría a perder el propósito


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128<br />

de pasar un fin de semana normal. Voy a tirar las sobras;<br />

tú puedes fregar los platos.<br />

–Sí, Sienna –murmuró mientras se debatía entre<br />

la risa y la indignación. Pero tenía el corazón apesadumbrado.<br />

Durante el viaje de vuelta permanecieron en silencio,<br />

a pesar de que el chófer se hallaba al otro lado de<br />

un cristal insonorizado. Había comenzado a llover.<br />

Sienna veía las gotas golpear contra la ventanilla,<br />

como si el mismísimo cielo estuviera llorando.<br />

Al aproximarse a South Kensington, Hashim puso<br />

su mano en la de ella.<br />

–¿Vuelves al hotel conmigo?<br />

–No.<br />

Hashim no pidió explicaciones, porque sabía la<br />

respuesta.<br />

–¿Sienna?<br />

Se volvió para mirarlo. Sus ojos verdes estaban apagados,<br />

pero había una dignidad en ella que lo dejó sin<br />

aliento. Pensó en la cantidad de veces que había podido<br />

convencerla de que hiciera algo contra su voluntad gracias<br />

a la fuerza de la química sexual que había entre<br />

ellos, pero en aquel momento se percató de que nada de<br />

lo que hiciera la haría cambiar de opinión. Esta vez no.<br />

Algo había cambiado. En ella. En él. En los dos.<br />

Porque ella se negaría a sucumbir a sus deseos, pero él<br />

no trataría de doblegarla. En algún momento habían<br />

pasado a ser iguales, lo que para Hashim fue un descubrimiento<br />

agridulce, una toma de conciencia que se<br />

produjo en el momento equivocado. Pero, ¿podía haber<br />

habido un momento adecuado? Con Sienna, no.<br />

Se inclinó hacia la valija diplomática con el escudo<br />

de Qudamah, que le acompañaba a todas partes, y<br />

extrajo una cajita de piel. Se la ofreció, pero Sienna<br />

negó con la cabeza.


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–No, Hashim –no consentiría que le pagase, que<br />

se despidiera con las joyas que antes había rechazado–.<br />

Sea lo que sea, no lo quiero. No quiero tus diamantes<br />

ni tus esmeraldas. Gracias, pero no. Hace<br />

tiempo te dije que no estaba a la venta, y lo dije en<br />

serio.<br />

–Ya lo sé, orgullosa Sienna –murmuró mientras se<br />

reía suavemente–. Me parece que exageras al esperar<br />

piedras preciosas –le puso la caja en la mano y le cerró<br />

los dedos en torno a ella mientras la miraba–.<br />

Ábrela, por favor.<br />

Había algo en su actitud que la obligó a obedecerlo.<br />

Los dedos le temblaron al levantar el cierre. En su<br />

interior de terciopelo había un colgante. Pero no se<br />

trataba de un colgante normal. La cadena tenía la sutileza<br />

de un rayo de luz, y en el centro había un pajarito<br />

dorado.<br />

–¿Hashim? –lo interrogó con voz temblorosa.<br />

–Toma –lo depositó en la palma de su mano, donde<br />

la fina cadena quedó enrollada como una elegante<br />

serpiente y el pajarito brillaba como el sol.<br />

–¿Qué es?<br />

–Un águila de oro. Es el emblema de la bandera<br />

de Qudamah y el símbolo de mi país, porque representa<br />

la libertad y el poder. Es la única vez que la verás<br />

encadenada.<br />

Como él. El pensamiento se le ocurrió a Sienna<br />

espontáneamente. La libertad, el poder y no encadenarse.<br />

Examinó el colgante con atención, fijándose<br />

en el trabajo artesanal porque al menos así podía<br />

contener las lágrimas.<br />

–Es precioso.<br />

–¿Quieres que te lo ponga?<br />

Sienna asintió, incapaz de hablar por temor a pronunciar<br />

palabras de las que no podría retractarse. Pa-


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labras de amor que lo mortificarían y harían su separación<br />

más dolorosa.<br />

Hashim deslizó las manos por su cuello y deseó<br />

dejarlas allí, levantarle la mata de pelo y besar su<br />

suave nuca, y luego girarle la cabeza hacia sí para<br />

besarle los labios y conseguir que le respondieran<br />

con ardor.<br />

–Creía que me lo ibas a poner.<br />

La voz femenina, ligeramente desconcertada, interrumpió<br />

sus atribulados pensamientos.<br />

–Así es –le cerró el broche–. Ya está.<br />

Sus miradas se encontraron durante un instante, y<br />

el dolor que Sienna experimentó hizo que se sintiera<br />

débil y mareada. Volvió la cabeza para mirar por la<br />

ventanilla con la desesperación de la mujer que se<br />

está ahogando y lucha por salir a la superficie para<br />

ver la luz y respirar. Observó que estaban al final de<br />

su calle.<br />

–Bueno, ya hemos llegado. Gracias, Hashim –se<br />

inclinó hacia él y le rozó ligeramente los labios con<br />

los suyos, lo que aumentó su dolor–. Cuídate mucho.<br />

Hashim se llevó los dedos de Sienna a los labios<br />

y, mientras ella abría la puerta, le dijo algo en su lengua<br />

nativa al conductor, que se bajó del coche y sacó<br />

una bolsa del maletero.<br />

La ventanilla bajó lentamente, y lo único que<br />

Sienna vio fueron unos ojos negros y brillantes, lo<br />

único que parecía vivo de verdad en la tensa máscara<br />

del rostro de Hashim. Le lanzó una rápida sonrisa y<br />

se alejó.<br />

Consiguió entrar en su casa sin llorar, pero, una<br />

vez dentro, le brotaron unas lágrimas imparables. Kat<br />

no estaba, y se alegró de que así fuera, ya que eso le<br />

daría tiempo para que lo peor pasase, para recuperarse<br />

como un animal herido.


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131<br />

No había nadie que le dijera que comiera, ni que<br />

le preguntara por qué no dormía; nadie que le dijera<br />

que no tenía que llorar y que había muchos más hombres<br />

en el mundo. Tal vez fuera así, pero no como<br />

Hashim.<br />

Al tercer día comenzó a sentirse algo mejor. Le<br />

dolía el corazón, pero sabía que Hashim detestaría<br />

que se convirtiera en una de esas mujeres que se hunden<br />

porque les sale mal una relación amorosa.<br />

Se bañó y se lavó la cabeza. Se estaba poniendo<br />

un jersey negro que le llegaba a las rodillas cuando<br />

sonó el timbre de la puerta. Pensó que era Kat que<br />

había olvidado las llaves.<br />

Abrió la puerta sin esperarse la legión de fotógrafos<br />

que tomaba posición frente a ella. Se echó hacia<br />

atrás alarmada por los múltiples flashes de las cámaras<br />

que la cegaban. Alguien le puso un micrófono de<br />

aspecto fálico bajo la barbilla.<br />

–¡Señorita Baker! –gritó una voz con tono televisivo–.<br />

¡Sienna! ¿Sabe el jeque de Qudamah que fue<br />

usted modelo erótica?


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<strong>Capítulo</strong> 12<br />

LA foto de Sienna en el umbral de la puerta, sobresaltada,<br />

apareció en la primera edición de<br />

los periódicos sensacionalistas, y en la segunda,<br />

sólo que acompañada de otra de tamaño mucho<br />

mayor: allí estaba su imagen sensual y salpicada de<br />

arena en primera página.<br />

Hasta le concedieron espacio los periódicos serios,<br />

para lo cual tuvieron que justificar el hecho de<br />

saltarse su política habitual de no mostrar senos con<br />

sesudos artículos sobre el cambio moral en Oriente<br />

Medio. Y una versión censurada, como complemento<br />

de un informativo televisivo, por lo demás muy aburrido,<br />

se transmitió a todos los hogares a lo largo y<br />

ancho del país.<br />

«Y para acabar, se rumorea que el jeque del estado<br />

de Qudamah, un país extremadamente tradicional,<br />

sale con una glamurosa modelo: la despampanante<br />

morena Sienna Baker...»<br />

Periodistas femeninas siguieron su caso en las columnas<br />

de sus periódicos, preguntándose indignadas:<br />

«¿Qué haría usted si su hijo llevara a una modelo<br />

erótica a su hogar?»<br />

Atrapada en su casa, incapaz de salir por miedo a<br />

que la abordasen en la calle, Sienna estaba sentada en<br />

la cocina, que se encontraba en la parte posterior de<br />

la casa, con las cortinas corridas, cuando entró Kat y


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133<br />

le entregó el teléfono con una mirada que lo decía<br />

todo.<br />

Presionó el auricular contra su oreja. No estaba<br />

segura de haber dicho cosa alguna, pero debía de haber<br />

emitido algún sonido porque oyó la voz profunda<br />

y aterciopelada de Hashim.<br />

–¿Sienna?<br />

Se mordió los labios. Cerró los ojos. No iba a llorar.<br />

No iba a hacerlo. Pero el sonido de aquella querida<br />

voz era más de lo que podía soportar.<br />

–Sí, soy yo.<br />

–¿Estás bien?<br />

–Mejor pregúntame otra cosa. ¿Y tú?<br />

–¿Sigue ahí la prensa? –la interrogó a su vez, haciendo<br />

caso omiso de su pregunta.<br />

–No hay tantos periodistas como antes. Creo que<br />

se han hartado de esperar, porque me he negado a hacer<br />

declaraciones.<br />

–Muy bien. Si das pábulo a una historia, acaba<br />

por crecer.<br />

–¿Cómo se han enterado, Hashim? ¿Cómo lo han<br />

conseguido?<br />

Hashim apretó los labios hasta adoptar una expresión<br />

adusta y severa. Sospechaba que alguien de Qudamah<br />

había informado a la prensa extranjera de un jugoso<br />

cotilleo sobre la vida de su gobernante. En el juego<br />

de poderes que constituía su vida, el pasado de Sienna<br />

se había convertido en un arma. Tenía que protegerla<br />

de las consecuencias de aquel juego.<br />

–Esa información suele terminar por salir a la luz<br />

–afirmó con lentitud–. Así son las cosas.<br />

Su voz sonaba fatigada, como si Hashim hubiera<br />

visto aspectos del mundo que ella desconocía, y<br />

sin duda los había visto. Era incapaz de imaginar<br />

qué era ser jeque, pero estaba segura de que sería


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134<br />

difícil saber con qué intención se te acercaban los<br />

demás.<br />

–Sí, supongo que sí –dijo con suavidad.<br />

El silencio se hizo inmenso.<br />

–Voy a mandar a unas personas para que cuiden<br />

de ti, Sienna. Si fuera yo personalmente, sólo avivaría<br />

el fuego de esta historia. ¿Puedes irte a algún sitio?<br />

De repente, se dio cuenta claramente de que aquella<br />

conversación era puramente práctica, que no había<br />

nada personal en ella. Hashim no quería hablar,<br />

hablar de verdad. Además, ¿qué quedaba por decir?<br />

Era el momento de intentar reducir los daños al mínimo.<br />

Se mordió los labios. ¿Dónde iba siempre que necesitaba<br />

una vía de escape? ¿Quién la acogía siempre<br />

con los brazos abiertos y sin hacer preguntas? ¿Quién<br />

quería lo mejor para ella por encima de todo?<br />

–Mi madre quiere que vaya a su casa.<br />

–Pues ve. Ya me encargo yo.<br />

–¡Hashim! Parece que no lo entiendes –exclamó<br />

con frustración–. Tengo contratos que cumplir. Y el<br />

teléfono no ha dejado de sonar con propuestas laborales.<br />

Nunca he sido tan famosa. Creo que es la curiosidad<br />

–añadió mordazmente–. Que la «modelo del<br />

glamur» le organice su fiesta. Pero estoy segura de<br />

que algunas de las llamadas son de periodistas que se<br />

hacen pasar por clientes.<br />

Hashim se despreció a sí mismo al recordar que<br />

era lo que él había hecho: hacerse pasar por otro, fingir.<br />

Al final se salió con la suya y la sedujo. ¿Y qué<br />

había ocurrido? ¿Se tenía Sienna merecido lo que estaba<br />

pasando por haber tomado una decisión juvenil<br />

precipitada con la mejor de las intenciones?<br />

–Lo siento –dijo en voz baja.


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Sienna negó con la cabeza como si estuviera en la<br />

habitación con ella. Sus excusas le parecieron detestables,<br />

tan formales y poco naturales, como si se tratara<br />

de un desconocido.<br />

–No es culpa tuya, sino mía. Para empezar, no debía<br />

haberlo hecho. No fui consciente de que el pasado<br />

volvería y me perseguiría de ese modo.<br />

–Pero es por mi culpa, por tu relación conmigo.<br />

Lo más preciado de la vida de Sienna. Tuvo que<br />

recordarse que se había acabado. Suspiró y deseó<br />

apoyarse en él, a pesar de que sabía que no debía hacerlo.<br />

Además, no podía. Él se hallaba en su palacio,<br />

a miles de kilómetros, y ella, refugiada en su casita<br />

de Kennington. No había brazos que la abrazaran, ni<br />

un corazón que latiera junto al suyo, ni una mano que<br />

la acariciara el pelo.<br />

–¿No puedes conseguir que alguien se ocupe de<br />

los contratos ya firmados y hacer caso omiso de todo<br />

lo demás?<br />

–¿Y quién va a pagarme la hipoteca mientras tanto?<br />

Se produjo un momento de silencio. Hashim eligió<br />

las palabras con un cuidado exquisito, porque sabía<br />

que aquél era un terreno delicado.<br />

–Es muy sencillo. Déjame que te ayude, Sienna.<br />

Ella se quedó inmóvil.<br />

–¿Qué quieres decir con ayudarme?<br />

Hashim percibió el tono a la defensiva de su voz<br />

y, aunque en silencio aplaudía su fiero orgullo, sabía<br />

que no la beneficiaría en absoluto ni podía hacerlo en<br />

aquellas circunstancias.<br />

–Escúchame sin interrumpirme. Es lo único que<br />

te pido. Por favor, Sienna. Es de vital importancia<br />

–dijo son suavidad–. Si me hago cargo de la hipoteca,<br />

¿no serás libre para marcharte durante un tiempo?


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136<br />

–No voy a consentir que la pagues –bajó la voz–.<br />

Tienes que darte cuenta de por qué adopto una actitud<br />

tan firme en este tema.<br />

Tuvo que controlar la mordacidad instintiva de su<br />

lengua. ¡Qué mujer tan obstinada! ¿No se daba cuenta<br />

de que sólo trataba de ayudarla? Recurrió a las reservas<br />

diplomáticas que nunca se había visto obligado<br />

a usar y volvió a intentarlo.<br />

–Sienna –le dijo pacientemente–. Admiro tu independencia<br />

y tu temple, pero no se trata de colmar a<br />

una amante de baratijas caras, sino de tratar de ayudarte<br />

a salir de una situación perjudicial de la que<br />

soy, en gran medida, el causante. Para reparar en parte<br />

el daño que he provocado. ¿No me vas dejar que<br />

haga eso por ti? ¿No carecerá de valor todo lo que ha<br />

surgido entre nosotros si no permites que me comporte<br />

como un verdadero amigo lo haría con otro?<br />

Se produjo un silencio. Hashim se quedaría consternado<br />

si supiera que Sienna no estaba indignada por que<br />

tratara de sacarla de un apuro ayudándola económicamente,<br />

sino que su pensamiento se había concentrado<br />

en una palabra que resonaba cruelmente en su cerebro.<br />

¿Quién le habría dicho que el hecho de que Hashim reconociera<br />

que era su amigo le causaría tanto dolor?<br />

–¿Dejarás que te ayude?<br />

¿Qué otra opción tenía? ¿Salir descaradamente a<br />

la calle en Londres, sabiendo las miradas de curiosidad<br />

que la perseguirían? ¿Soportar que las mujeres la<br />

miraran por encima del hombro y que los hombres la<br />

miraran...?<br />

–Dentro de unas semanas todo este alboroto se<br />

habrá calmado –añadió–. Habrá otras noticias más<br />

importantes. Es lo que pasa siempre.<br />

Aunque fuera una estupidez, eso la trastornaba<br />

aún más, porque, cuando todo se hubiera calmado, su


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137<br />

relación habría acabado de verdad. ¿No había una<br />

parte de ella que, a pesar de detestar todo aquel escándalo<br />

y atención, se hallaba secretamente complacida<br />

porque le habían devuelto a Hashim cuando creía que<br />

se había marchado para siempre?<br />

–De acuerdo. Iré con mi madre.<br />

Al otro lado de la línea telefónica, Hashim cerró<br />

los ojos aliviado. Fuera de su despacho, la corte estaba<br />

muy alborotada, y Abdul-Aziz merodeaba por el<br />

palacio como un gato hambriento. Pero no le importaba.<br />

Ella estaba a salvo. Tenía recursos para protegerla.<br />

–Te enviaré un coche inmediatamente –afirmó<br />

contento de poder pasar a la acción, donde siempre<br />

se sentía cómodo–. Y colocaré guardaespaldas en la<br />

entrada de la casa de tu madre.<br />

Sienna estuvo a punto de decirle que ni siquiera sabía<br />

dónde vivía su madre, pero no lo hizo. Claro que<br />

lo sabía. Lo sabía todo. Y si no era así, alguien lo averiguaría<br />

por él. Hashim conseguía todo lo que quería.<br />

–Gracias, Hashim.<br />

–No me lo agradezcas –le espetó–. Sé fuerte. ¿Lo<br />

harás? –casi dijo «por mí», pero sabía que, dadas las<br />

circunstancias, no tenía derecho a hacerle esa pregunta.<br />

Evocó su imagen y supo que no flaquearía.<br />

–Seré fuerte como un toro –dijo con voz ronca.<br />

–O como un águila –murmuró él cerrando los ojos.<br />

–Adiós –murmuró ella a su vez. Colgó antes de<br />

empezar a llorar. Aunque la estructura de su vida se<br />

había resquebrajado, no era eso lo que le causaba dolor.<br />

No había nada que la conmoviera, ni nada podía<br />

hacerlo, salvo el sufrimiento de no estar con el hombre<br />

al que amaba.


Omn Bia 312-3 02/03/2012 10:04 Página 138<br />

<strong>Capítulo</strong> 13<br />

CÁLMATE, cariño. Siéntate y bébete el té antes<br />

de que se enfríe.<br />

Sienna se sorbió la nariz, sonrió y tomó un trago<br />

del fragrante té. Había cosas que no cambiaban.<br />

–Así está mejor –afirmó su madre con tono de<br />

aprobación, mientras se quitaba un poco de barro de<br />

una pernera de los pantalones de montar y mojaba<br />

una galleta en el té.<br />

–Lo siento, mamá.<br />

–Tonterías –exclamó alegremente–. Ha sido estupendo<br />

para mi reputación en el pueblo. No me volverán<br />

a pedir que sea jurado del premio a la mejor coliflor<br />

en el concurso local –suspiró–. A decir verdad,<br />

me estaba empezando a aburrir.<br />

–Lo digo en serio.<br />

–Yo también, Sienna –observó su madre con firmeza–.<br />

En mi opinión, estás muy guapa en esas fotos;<br />

y si las comparas con algunos desnudos de nuestros<br />

museos nacionales...¡son totalmente sosas! Se<br />

trata de un asunto de percepción. Confieso que cuando<br />

te las hiciste me enfadé, pero no me duró mucho.<br />

¿Cómo iba a estar enfadada si el dinero que ganaste<br />

sirvió para operarme? Entonces te lo agradecí en el<br />

fondo de mi corazón, y lo sigo haciendo –acabó de<br />

comerse la galleta y se dispuso a tomarse otra–. Será<br />

mejor que no lo haga. Bueno, lo que quiero saber es


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139<br />

cómo es ese joven jeque tuyo del que me has hablado.<br />

En cierto modo, eso era más difícil de explicar<br />

que el hecho de que hubiera dos fornidos guardaespaldas<br />

en la puerta principal<br />

–No es joven, mamá –dijo Sienna–. Tiene treinta<br />

y cinco años.<br />

–¡Oh! Un anciano, sin duda.<br />

–Y no es... –ésta era la parte más difícil–. No es<br />

mío. Ya no. En realidad, nunca lo ha sido –dejó la<br />

taza y miró con franqueza a su madre–. Simplemente<br />

tuvimos una relación –afirmó en tono desafiante.<br />

–Gracias a Dios –murmuró la madre–. Ya me estaba<br />

empezando a preguntar cuándo saldrías con alguien<br />

en serio.<br />

–¡Mamá!<br />

–Nunca ha parecido que te interesara alguien de<br />

verdad.<br />

Los ojos de su madre la interrogaban y, por primera<br />

vez, Sienna le habló, no como si fuera su madre,<br />

sino como a otra mujer.<br />

–Salí con Hashim hace unos años, exactamente<br />

dos años después de hacerme las fotos –dijo en voz<br />

baja–. Y fue algo increíble.<br />

Su madre le respondió en los mismos términos.<br />

–No me extraña. Es guapísimo.<br />

–Pues sí, pero como resulta que es jeque, no tenemos<br />

ningún futuro. Es de un país extremadamente<br />

tradicional y, de todas maneras, no me quiere.<br />

–¿Estás segura?<br />

–Claro que sí.<br />

–No tenía que haberse molestado en establecer<br />

este dispositivo de protección para ti, ni haberme enviado<br />

esa magnífica cesta llena de flores –miró ale-


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140<br />

gremente el enorme despliegue de capullos que hacía<br />

que el cuarto de estar pareciera una floristería.<br />

¿Cómo podía su madre sospechar siquiera que<br />

para un hombre de inmensa riqueza como Hashim tales<br />

gestos eran meras gotas en un océano sin límites?<br />

–Se siente culpable –afirmó rotundamente–. Esto<br />

no habría salido a la luz de no ser por su posición social.<br />

Eso es todo.<br />

–Como quieras, cariño. Si quieres ser cabezota,<br />

no voy a impedírtelo –le lanzó una gran sonrisa–.<br />

¿Vas a ver si te están bien tus viejos pantalones de<br />

montar y me echas una mano en las cuadras? Un<br />

poco de aire fresco y ejercicio es lo que siempre recomienda<br />

el médico. Luego he pedido a Kirsty que<br />

venga a tomar el té. Cara ya ha cumplido tres años.<br />

¿No es increíble? –sonrió–. Parece que fue ayer<br />

cuando Kirsty y tú ibais a la guardería juntas.<br />

Sienna sonrió también al pensar que volver a ver a<br />

su vieja amiga sería un consuelo. Era muy fácil perder<br />

las amistades, pues el tiempo y la distancia constituían<br />

un factor importante. A veces se preguntaba qué<br />

habría pasado si hubiera hecho en la vida lo que<br />

Kirsty: quedarse en el pueblo, casarse con un granjero<br />

y tener hijos. ¿Le habría garantizado eso la felicidad?<br />

Decidió que no era tan sencillo, mientras trataba<br />

de meterse en sus viejos pantalones de montar. No<br />

importaba el lugar que eligieras ni el trabajo que acabaras<br />

teniendo, sino el hombre del que te enamoraras<br />

y el camino posterior que siguieras.<br />

Y había tenido la desgracia de enamorarse de alguien<br />

con quien no tenía futuro.<br />

Su madre tenía razón: el aire fresco y el ejercicio<br />

obraron el milagro; al menos físicamente. La pesadumbre<br />

de su corazón necesitaba un remedio que no<br />

era instantáneo: necesitaba tiempo.


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141<br />

Se levantaba al amanecer y bajaba a las cuadras.<br />

Llevaba a cabo las tareas desagradables, pero también<br />

se divertía, ya que no había nada más gratificante<br />

que ver a los niños, temerosos al principio, ir ganando<br />

confianza al comenzar a dominar la habilidad<br />

de montar a caballo. De repente, la vida parecía muy<br />

sencilla, y su atareada existencia de Londres, algo<br />

perteneciente al pasado.<br />

Creyó que echaría de menos sus contactos y el ritmo<br />

frenético de conseguir que las fiestas con que soñaban<br />

sus clientes se hicieran realidad. Pero no era<br />

así. Deseaba poseer la capacidad de hacer realidad<br />

sus propios sueños, pero no la tenía. Además, se decía<br />

que no debía depender de un hombre para ser feliz.<br />

Todo el mundo lo sabía.<br />

Y Cara era un encanto. Dedicó toda su atención a<br />

Sienna desde el primer momento y abrió los ojos<br />

como platos cuando le explicaron que su mamá y<br />

Sienna habían tenido, hacía mucho tiempo, su misma<br />

edad. Tenía la costumbre de sacar la lengua por un<br />

lado de la boca cuando pensaba.<br />

–¿Puedo jugar con Sienna, mamá? –preguntó un<br />

día.<br />

–Sienna está muy ocupada.<br />

–No –dijo Sienna con voz firme–. Quiero que<br />

Cara venga a jugar conmigo. Un día podemos hacer<br />

magdalenas si quieres.<br />

–¿Con trocitos de chocolate?<br />

–Sí, cariño. Me encanta el chocolate.<br />

Al menos había muchas cosas que la mantenían<br />

ocupada y la dejaban poco tiempo para deambular<br />

por la casa echando de menos a su amado. Pero, probablemente,<br />

lo más difícil era aceptar que se había<br />

acabado. Porque, en cierto modo, todo parecía igual.<br />

Los sentimientos de ambos no habían cambiado y,


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142<br />

cuando estaban juntos, solían pasar semanas entre un<br />

encuentro y el siguiente.<br />

Si se hubieran peleado, o dejado de hablar por<br />

completo, le habría resultado más fácil creer que<br />

todo había terminado. ¿Más fácil? Quizá no. Era pedir<br />

demasiado. Se preguntaba qué necesitaría para olvidarlo.<br />

¿El anuncio de que se casaba con otra mujer,<br />

como sabía que un día sucedería?<br />

Una tarde, Sienna estaba haciendo magdalenas<br />

con Cara cuando su madre entró apresuradamente en<br />

la cocina.<br />

–Uno de los guardaespaldas ha llamado a la puerta<br />

–balbuceó excitada–. Tienes visita.<br />

El corazón dejó de latirle. Se quedó con la cuchara<br />

de madera suspendida en el aire como si fuera una<br />

varita mágica y... ¡oh, cómo deseaba que así fuese!<br />

La agitaría y...<br />

–¿Es Hashim? –musitó.<br />

–No, cariño, me temo que no. Es un hombre que<br />

se llama... –frunció el ceño al concentrarse para pronunciar<br />

el nombre correctamente–. Abdul-Aziz.<br />

Sienna esperaba que su rostro no dejara traslucir<br />

la decepción que experimentó.<br />

–Será mejor que lo hagas pasar –dijo cortésmente.<br />

Abdul-Aziz entró en la cocina de vigas bajas<br />

como si fuera suya. Hacía mucho tiempo que Sienna<br />

no lo veía, y, a su manera, seguía siendo imponente.<br />

Los ojos seguían siendo fríos como las aguas del<br />

océano Artico y la expresión de la boca indicaba que<br />

siempre decía las cosas en serio. Pero había desaparecido<br />

parte de la dureza de sus rasgos, y Sienna se<br />

preguntó si se debía al efecto tranquilizador de la<br />

vida de casado. ¿O corría el peligro de atribuir su<br />

propia nostalgia de esa vida de pareja a los demás?<br />

Cinco años antes, se había sentido totalmente inti-


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143<br />

midad en su presencia, pero habían cambiado muchas<br />

cosas desde entonces. Para empezar, había madurado<br />

y, lo que era más importante, había compartido<br />

algo con Hashim. Él le había proporcionado<br />

confianza y seguridad en sí misma como mujer, y eso<br />

no se lo podían arrebatar de ninguna manera.<br />

Abdul-Aziz entrecerró los ojos al verla. Sienna se<br />

dio cuenta de que su aspecto no podía ser peor: llevaba<br />

ropa vieja, iba sin maquillaje, estaba cubierta de<br />

harina y una niñita se aferraba a su delantal y le preguntaba<br />

quién era aquel hombre enfadado.<br />

–Es alguien al que conozco –susurró, y miró a su<br />

madre–. ¿Te importa acabar de hacer los bollos con<br />

Cara mientras lo llevo al salón?<br />

Cara gimoteó un poco, y su madre pareció decepcionada<br />

por no poder sentarse en primera fila para oír<br />

lo que el «hombre enfadado» tuviera que decir, pero<br />

Sienna se sintió extrañamente serena al conducir al<br />

secretario al salón. Lo peor ya había pasado, y Hashim<br />

no estaba con ella. Nada podía ya herirla.<br />

Lo miró desde el otro lado de la habitación. Mentiría<br />

si no confesara que la mirada de perplejidad de<br />

aquel hombre le causaba placer. ¿Acaso se esperaba<br />

haberla encontrado sentada sin hacer nada ante un tocador,<br />

vestida únicamente con unas medias provocativas<br />

y un liguero?<br />

–¿Le apetece una taza de té, señor Aziz? –le preguntó<br />

cortésmente–. No sé cómo dirigirme a usted.<br />

–Puede llamarme Abdul –dijo de mala gana–. Y<br />

gracias, pero no quiero té –añadió como si acabara de<br />

recordar algo.<br />

Tal vez los buenos modales, pensó Sienna con<br />

ironía, ya que daba la impresión de que se esforzaba<br />

en contenerse.<br />

–¿Qué desea? –murmuró.


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–Esa niña –inclinó la cabeza en dirección a la<br />

puerta–. ¿Es su hija?<br />

Sienna iba a decir que desde luego que no, pero<br />

los ojos de aquel hombre indicaban que él no lo daba<br />

por sentado. Si, de pronto, ella hubiera sacado un libro<br />

de conjuros y hubiera comenzado a lanzárselos,<br />

no habría pestañeado.<br />

–No –respondió en voz baja–. Es la hija de mi<br />

amiga.<br />

En aquel momento, Abdul-Aziz miró fijamente la<br />

pequeña águila de oro que colgaba del cuello esbelto<br />

de Sienna, pues nunca se la quitaba.<br />

–¿Mi jeque le ha dado eso? –preguntó.<br />

–Creo que ya sabe la respuesta a esa pregunta. Sí,<br />

así es.<br />

Abdul-Aziz echó la cabeza hacia atrás como el<br />

semental que está a punto de encabritarse.<br />

–¡Debe renunciar a él! –afirmó con voz dramática–.<br />

De modo inequívoco e inmediato.<br />

–¿Cómo dice? –lo miró fijamente.<br />

–¿No me ha oído? –preguntó.<br />

–No sé de qué me habla.<br />

–¿No se lo ha dicho?<br />

–No –eso le había dolido.<br />

–El jeque Hashim pretende anunciar algo en la televisión<br />

estatal.<br />

–¿Qué es lo que va a anunciar?<br />

Abdul-Aziz apretó los labios.<br />

–Se niega a decírmelo... el muy obstinado... pero<br />

en el fondo de mi corazón sé lo que va a decir.<br />

–¿Ah, sí? ¿Es que sabe leer los pensamientos?<br />

–¡Va a declarar su amor por usted! –dijo entre<br />

dientes.<br />

La risa de Sienna era sincera, pero estaba teñida<br />

de tristeza.


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–Nunca se hará rico adivinando el futuro, Abdul<br />

–le dijo–. Lo nuestro ha acabado. Hashim no está<br />

enamorado de mí.<br />

–¿Ah, no? –desapareció la sospecha de su mirada<br />

y fue sustituida por una expresión de franca alegría–.<br />

¿Está segura?<br />

–Sí.<br />

–Entonces, ¿qué se trae entre manos? –se preguntó<br />

Abdul-Aziz pensativamente.<br />

–¿No cree que debería preguntárselo?<br />

–Lo he hecho. No ha querido decirme nada.<br />

–Entonces se muestra usted muy desleal al venir<br />

en secreto aquí, sin que él lo sepa, para tratar de<br />

averiguar algo que es evidente que no desea contarle.<br />

–Aunque su lealtad al jeque sea digna de admiración,<br />

no estoy acostumbrado a que me hablen así, señorita<br />

Baker. Sobre todo cuando es una mujer quien<br />

lo hace –dijo fulminándola con la mirada.<br />

–¿Cómo es que no me sorprende? –murmuró<br />

Sienna.<br />

–¿Va a tratar de detenerlo? –insistió.<br />

–Ni en sueños –dijo Sienna con calma–. Y aunque<br />

quisiera, no podría. Es él quien controla su destino.<br />

Como todos nosotros.<br />

Un brillo extraño y calculador apareció en los fríos<br />

ojos de aquel hombre.<br />

–Sí, como todos. Es usted una mujer fuerte, señorita<br />

Baker.<br />

¿Lo era? En ese momento, experimentaba una<br />

mezcla de fuerza y debilidad, pero la fuerza derivaba<br />

de su amor inquebrantable por Hashim. Y también,<br />

en cierto modo, la debilidad.<br />

–Gracias, Abdul.<br />

Los fríos ojos se entrecerraron. ¿Se habían ablan-


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dado durante una décima de segundo o eran imaginaciones<br />

suyas?<br />

–¿Tiene algún mensaje para él?<br />

«Dígale que lo amo, que no puedo dejar de pensar<br />

en él, que si tuviera poderes mágicos los usaría para<br />

protegerlo del mal durante toda su vida».<br />

–Salúdelo de mi parte.<br />

–¿Quiere que lo salude? –preguntó con voz débil.<br />

Asintió e hizo una profunda reverencia antes de salir.<br />

Sienna se sentía como si llevara puesto el piloto<br />

automático mientras continuaba con el ritual de decorar<br />

las magdalenas con Cara. Se daba cuenta de<br />

que esperaba algo, pero no estaba segura de por qué<br />

lo sabía ni, por supuesto, de qué esperaba.<br />

Cuando sonó el teléfono móvil supo quién era antes<br />

de ver «Hashim» en la pantalla. El corazón estuvo<br />

a punto de estallarle.<br />

–¿Sienna?<br />

–Abdul ha venido a verme –le espetó.<br />

–Ya lo sé.<br />

–¿No pensaste en avisarme?<br />

–¿Necesitabas que lo hiciera? –preguntó con frialdad.<br />

–Dice que vas a transmitir un mensaje a la nación<br />

por televisión.<br />

–Así es.<br />

–Quería que tratara de impedírtelo.<br />

–¿Y vas a hacerlo?<br />

–Si te has propuesto hacer algo, sería como tratar<br />

de impedir que el sol salga –repuso riendo.<br />

Hashim sonrió. ¡Cuánta razón tenía!<br />

–Muy bien –murmuró–. Me alegro de que nos entendamos.<br />

–Hashim –Sienna vaciló–. ¿No irás a hacer ninguna<br />

estupidez, verdad?


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Bueno, eso dependía del punto de vista. Pero no<br />

era ésa la respuesta que Sienna quería oír en aquel<br />

momento.<br />

–No, Sienna –su voz sonaba extrañamente controlada,<br />

pero había en ella un deje de burla–. Si te envío<br />

un avión, ¿vendrás a Qudamah?<br />

El mundo comenzó a girar vertiginosamente. ¿Un<br />

avión? ¿A Qudamah?<br />

–¿Para qué? –musitó.<br />

Se produjo una pausa.<br />

–Mi madre quiere conocerte.


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<strong>Capítulo</strong> 14<br />

LA primera visión que tuvo Sienna del palacio<br />

de Hashim fue sobre un fondo de estrellas,<br />

como el castillo lejano de un cuento de hadas.<br />

Se llevó la mano a los labios con incredulidad y una<br />

creciente sensación de asombro. Como si aquello no<br />

estuviera ocurriendo, no a ella.<br />

Pero sí estaba sucediendo.<br />

La condujeron a una habitación decorada con oro<br />

y zafiros, pero apenas se fijó en la espléndida y opulenta<br />

decoración, porque sólo una figura dominaba su<br />

campo de visión. Como siempre lo había hecho.<br />

Alto, delgado y orgulloso, con el rostro, hermoso y<br />

feo a la vez, tenso. Las holgadas vestiduras blancas<br />

que llevaba hacían que pareciera un desconocido,<br />

pero sus ojos le resultaban muy familiares. La quemaban<br />

por dentro como carbones ardientes que le calentaban<br />

la piel y el corazón.<br />

Hizo un gesto de asentimiento al verla, como si<br />

ella acabara de confirmarle algo en el pensamiento,<br />

pero Sienna era muy consciente del protocolo y de la<br />

presencia de los criados, a pesar de que apartaban la<br />

mirada. Así que se limitó a asentir ella también,<br />

como si fueran dos viajeros que se cruzan todas las<br />

mañanas en el andén al ir a trabajar.<br />

Hashim hizo salir a los criados con unas palabras<br />

cortantes y secas en su lengua nativa, y una vez vacía


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la habitación, se quedó mirándola fijamente durante<br />

innumerables segundos.<br />

–Ahora acércate –le ordenó.<br />

Fue como una sonámbula. Hacia él. Llamada por<br />

su jeque. Hacia sus brazos. El lugar donde más deseaba<br />

estar.<br />

No la besó, sólo la abrazó con tanta fuerza que le<br />

pareció que los pulmones se le quedaban sin aire.<br />

Luego, apretó la cara contra su fragante cabello.<br />

–Sabes que te quiero, ¿verdad, Sienna? –le dijo<br />

con voz apagada.<br />

Sienna se separó y lo miró parpadeando con rapidez,<br />

segura de haberle oído mal.<br />

–¿Hashim?<br />

–¿No lo sientes en los latidos de mi corazón? –colocó<br />

la mano femenina sobre su pecho, donde el estruendo<br />

vertiginoso de su sangre hizo que los ojos de<br />

Sienna se abrieran como platos al darse cuenta de<br />

que así era–. Es inútil, Sienna. Lo he intentado. ¡Claro<br />

que lo he intentado! He tratado de llevar a cabo lo<br />

imposible y he fracasado: olvidarte, imaginarme la<br />

vida sin ti. No puedo y no lo haré.<br />

–Pero, ¿amor? –susurró.<br />

–Sí, amor –sonrió–. Más poderoso que el águila,<br />

que es una fuerza tan poderosa como la propia vida.<br />

¿No sientes cómo cobra fuerza, Sienna, del mismo<br />

modo que el ave lo hace antes de emprender el vuelo?<br />

Hashim esperó.<br />

Pero Sienna se sentía cohibida y extrañamente humilde,<br />

y también asustada, en aquel imponente entorno.<br />

La declaración que tanto había anhelado y que<br />

nunca creyó que llegaría a oír se había producido,<br />

pero se sentía conmocionada. Era como si el polvo se<br />

hubiera convertido en oro ante sus ojos, y la aterrorizaba<br />

que pudiera volver a transformarse en polvo.


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Sin embargo, Hashim tenía razón. Sentía la fuerza<br />

que emanaba de él en oleadas que inundaban su ser y<br />

apenas podía creer lo que sucedía. Tocó con la punta<br />

de los dedos el colgante que llevaba al cuello como si<br />

pudiera proporcionarle valor para decirle las palabras<br />

que una vez Hashim había despreciado, las palabras<br />

que habían ido creciendo dentro de ella mientras trataba<br />

de negarlas.<br />

–Yo también te quiero, Hashim –dijo con voz entrecortada–.<br />

Te he querido desde el primer momento,<br />

y mi amor nunca ha cambiado, ni ha disminuido, incluso<br />

cuando rezaba para que así fuera –lo miró a los<br />

ojos; la mirada masculina se había suavizado–. Pero<br />

ya lo sabías, ¿verdad? Lo leías en mis ojos.<br />

–Sí.<br />

–Y no cambia nada, en realidad, ¿no es así? No en<br />

la práctica. Sigues siendo jeque y yo sigo siendo<br />

una...<br />

–¡No! –la interrumpió brutalmente–. ¡No lo digas!<br />

Eres mucho más, pero no eres eso. Una locura juvenil<br />

no define a una persona para el resto de la vida.<br />

–Pero así es como me verán.<br />

–Por eso –afirmó sombríamente– por eso voy a<br />

hablar en la televisión. Están instalando las cámaras<br />

en la salita del trono –inclinó la cabeza, hermoso e<br />

irresistible–. ¿Vienes conmigo?<br />

–¿Qué vas a decir?<br />

–¿Vienes conmigo? –repitió inexorablemente.<br />

–Sí.<br />

–Tengo que pedirte algo más, Sienna. Es importante.<br />

Tu vida en Inglaterra es incompatible con la<br />

mía. Éste es mi hogar. Mi lugar esta aquí, cada vez<br />

más. ¿Renunciarías a buena parte de la libertad de<br />

que gozas en Inglaterra? ¿Es tu amor lo suficientemente<br />

fuerte como para aceptar vivir aquí conmigo?


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151<br />

Porque si decides que sí, debes hacerlo sin reservas.<br />

No puede haber un periodo de prueba, ni podemos<br />

esperar a ver si te adaptas o no. Tiene que ser un salto<br />

al vacío, guiado por la fe, nada menos. Debes decidir<br />

si tu amor es lo bastante fuerte como para comprometerte<br />

conmigo para el resto de la vida cuando<br />

te cases conmigo –concluyó con la mirada fija en el<br />

rostro de ella.<br />

–¿Casarme contigo? –repitió realmente sorprendida.<br />

Un regocijo irónico rivalizaba en los ojos de Hashim<br />

con la indignación.<br />

–¿Crees que consideraría alguna otra posibilidad?<br />

–preguntó–. ¿Qué no te querría por esposa? Suponiendo<br />

–añadió con arrogancia– que tú quieras serlo.<br />

Pero si es así, tendrás que aceptar mucho más que la<br />

mayoría de las mujeres, por lo que tienes que estar<br />

segura, en tu fuero interno, de que tu destino se halla<br />

a mi lado.<br />

Sienna se pasó la lengua por los labios. Pensó en<br />

el águila que le colgaba del cuello, poderosa y sin<br />

miedo, el símbolo del país de Hashim. Esa tierra desconocida,<br />

con una lengua que le era ajena. Un lugar<br />

muy diferente de todo lo que conocía, pero en donde<br />

estaba el único hombre que le importaba: Hashim.<br />

¿Era lo bastante audaz como para aferrarse a su<br />

amor y no soltarlo?, ¿hacer una promesa a Hashim y<br />

mantenerla?, ¿no abandonarlo nunca?, ¿jurar que le<br />

sería fiel con independencia de lo que la vida les deparara?<br />

Pero, ¿no consistían en eso todas las bodas?<br />

–¡Oh, sí! –susurró–. Sí, sí y mil veces sí –tenía un<br />

nudo en la garganta–. Pero, ¿me aceptará tu pueblo?<br />

–Si quieren que los gobierne, tendrán que hacerlo.<br />

–¿Quieres correr ese riesgo?<br />

–No puedo dejar de hacerlo –dijo sencillamente.<br />

Pero sabía que no gobernaría, ni sería apto para ello,


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si consentía que su pueblo le impidiera cumplir los<br />

deseos de su corazón. Porque todo hombre que diera<br />

la espalda a uno de los mayores misterios de la vida<br />

jamás llegaría a ser un hombre auténtico.<br />

–Pero... –Sienna se mordió los labios. No quería<br />

destruir la hermosa magia que las palabras de amor de<br />

Hashim habían creado, pero sabía que no debía ocultarle<br />

sus temores, que tenía que enfrentarse a ellos, aunque<br />

manifestarlos echara por tierra su futura felicidad.<br />

–¿Pero qué, hermosa Sienna? –le preguntó con<br />

suavidad al ver el dolor en sus ojos.<br />

–Las fotos –pronunció esas palabras con un suspiro<br />

amargo– ¿Y si tu pueblo ve el calendario? ¿Cómo<br />

va a aceptarme entonces?<br />

–No lo verá –musitó Hashim–. Ni ahora ni nunca.<br />

Parecía tan seguro de lo que decía que lo miró<br />

perpleja.<br />

–¿Cómo estás tan seguro?<br />

–Porque he adquirido todos los derechos de las<br />

fotos. Ahora son únicamente mías. Ningún periódico<br />

podrá publicarlas, el calendario no volverá a imprimirse<br />

y he destruido los negativos. También me he<br />

asegurado de que no aparezcan en esa infernal Internet<br />

–concluyó en tono grave.<br />

Sienna abrió la boca para preguntarle cómo lo había<br />

conseguido, pero cambió de idea. Cuando se era<br />

tan rico y poderoso como Hashim, todo era posible.<br />

Le sonrió temblorosa, porque en aquel momento necesitaba<br />

algo más que palabras tranquilizadoras, algo<br />

que echaba de menos de modo insoportable: ansiaba<br />

que la volviera a tocar.<br />

–¿Me das un beso, por favor? –susurró.<br />

El corazón le dio un vuelco cuando inclinó la cara<br />

hacia la de ella. ¿No era una debilidad que un hombre<br />

se hallara tan sometido a una mujer?


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153<br />

–¿Quieres que el jeque se presente ante las cámaras<br />

excitado? –murmuró.<br />

–No se me había ocurrido, Hashim. Tengo tanto<br />

que aprender... Tal vez sería mejor que no...<br />

Hashim se rió en tono bajo y sordo.<br />

–¿Crees que no he estado excitado desde el momento<br />

en que has entrado, amor mío?, ¿qué puedo<br />

mirarte sin desearte? Entonces sí, tienes mucho que<br />

aprender. Ven aquí.<br />

Fue un beso breve, alimentado más por la sensación<br />

de haber llegado al hogar que por la pasión, aunque<br />

ésta bullía en el fondo cuando sus labios se rozaron.<br />

–Vamos allá –dijo Hashim con voz firme e hizo<br />

sonar una campanita dorada.<br />

Apareció un torrente de personas: hombres con<br />

túnicas que se inclinaban ligeramente ante ella y mucho<br />

más ante Hashim. Después se dirigieron por pasillos<br />

de frío mármol hacia la «salita» del trono, que<br />

a Sienna le pareció inmensa, aunque carecía de experiencia<br />

al respecto. Había estado en estudios de televisión,<br />

pero en ninguno se habían comportado con<br />

tanta deferencia hacia el entrevistado.<br />

Hashim le señaló una silla al fondo de la habitación,<br />

y Sienna observó cómo la luz de las cámaras iluminaban<br />

el rostro masculino como si fuera la de un sol<br />

brillante. La luz roja parpadeó y las cámaras comenzaron<br />

a rodar: Hashim hablaba a la nación en directo.<br />

Miró la pantalla para leer los subtítulos en inglés,<br />

pero se perdió buena parte de ellos, debido a que el<br />

corazón le latía muy deprisa a causa de los nervios y<br />

la emoción. Pero hubo frases clave que guardaría<br />

para siempre en la mente y el corazón.<br />

–Me han encomendado gobernar este país –Hashim<br />

se puso muy serio en ese momento–. Una tremenda<br />

responsabilidad que siempre he aceptado y apreciado.


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Pero a vuestro gobernante se le debe permitir que haga<br />

realidad su destino personal, para cumplir mejor con<br />

sus deberes para con su país –dirigió a Sienna una brevísima<br />

mirada antes de continuar–. En Qudamah, a<br />

vuestro jeque se le permite tener un harén de hasta sesenta<br />

mujeres.<br />

Sienna se puso de pie de un salto. ¡No lo sabía!<br />

–Pero no deseo tener sesenta mujeres, sino una<br />

sola, porque creo en la monogamia.<br />

Hubo una conmoción inconfundible en la sala,<br />

como si acabara de declarar que era caníbal.<br />

En aquel momento la miró fijamente.<br />

–Porque he encontrado a mi hurí y tengo la intención<br />

de hacerla mi esposa.<br />

Más tarde, Sienna averiguaría el significado de<br />

esa palabra. Una hurí era una hermosa joven que, hecho<br />

crucial, era virgen. Hashim decía a su pueblo que<br />

había encontrado una novia que, aunque a primera<br />

vista no lo pareciera, era adecuada para su jeque.<br />

Supo asimismo que Abdul-Aziz había ido a Inglaterra<br />

con la intención de sobornarla con riquezas inimaginables<br />

para que se alejara del jeque. Pero la había<br />

visto jugando con Cara en la tranquilidad<br />

hogareña de la casa materna.<br />

–Ahora me doy cuenta de que no veía más allá<br />

del estereotipo que creía que usted representaba –le<br />

confesó a Sienna–. Y, desde luego, por entonces ya<br />

me había percatado de que el jeque se había enamorado<br />

de usted. De pronto, vi por qué.<br />

Y no tardó mucho en darse cuenta de que la madre<br />

de Hashim sólo deseaba la felicidad de su hijo.<br />

Porque, en el fondo, los palacios y las diferencias<br />

culturales no importaban mucho. Al final, el espíritu<br />

humano era el mismo en todo el mundo.


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Epílogo<br />

UN trocito de plátano aplastado le cayó en la<br />

mano, y Sienna se rió mientras se lo limpiaba.<br />

Observó la mirada perpleja de su esposo, que<br />

contemplaba la escena del desayuno que se desarrollaba<br />

ante él.<br />

Hashim sonrió. ¡Cómo había cambiado su vida!<br />

Atrás quedaban la rígida formalidad y la lenta procesión<br />

de criados que atendían sus más mínimos deseos.<br />

En su lugar, allí estaba su hermosa Sienna, sentada<br />

con su espléndido hijo que se agitaba en su regazo.<br />

–Hace contigo lo que se le antoja –afirmó Hashim<br />

con disgusto.<br />

–Pero qué coordinación tan estupenda tiene. Con<br />

sólo ocho meses ya come prácticamente solo.<br />

–Desde luego –murmuró diplomáticamente mientras<br />

el enérgico príncipe Marzug lanzaba un nuevo<br />

trozo de fruta al otro lado del mantel de lino.<br />

Hacía tiempo que Hashim había dejado de intentar<br />

que Sienna criara a su hijo del modo convencional<br />

en que se educaba a los príncipes reales. Ésta se<br />

había negado tajantemente a que lo cuidara otra persona,<br />

salvo cuando era estrictamente necesario.<br />

–Nadie quiere a un bebé como su madre –le había<br />

dicho con firmeza–. O como su padre –había añadido<br />

con picardía.<br />

Eso no se lo podía discutir, aunque le gustara in-


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tentarlo. Porque Marzug le había robado el corazón<br />

desde que lanzó su primer y potente grito. ¡Había<br />

tanto amor en el mundo de Hashim en aquellos momentos!<br />

Y Sienna era quien lo había hecho posible.<br />

La miró.<br />

Era difícil de creer, al verla sentada en medio de<br />

aquella íntima escena doméstica, que la noche anterior<br />

hubiera logrado deslumbrar al embajador francés<br />

en una recepción que tuvo lugar en el palacio en su<br />

honor. Hashim había observado con orgullo, amor y<br />

lujuria cómo bailaba, esbelta y grácil como una flor<br />

mecida por la brisa del verano. Y más tarde, solos en<br />

la intimidad de sus aposentos, había... había... Hashim<br />

tragó saliva.<br />

–¿Estás bien, querido? –le preguntó Sienna inocentemente.<br />

Sus palabras interrumpieron el hilo de<br />

unos pensamientos que, probablemente, no eran los<br />

más recomendables cuando tenía que ir a pasar revista<br />

al ejército de Qudamah en menos de una hora.<br />

–Sí, cariño –murmuró mientras observaba que leía<br />

un folio de color crema–. ¿Qué lees?<br />

Sienna besó distraídamente el pelo rizado de Marzug.<br />

–Me piden que patrocine la nueva institución benéfica<br />

para niños que se va a instalar en Nasim.<br />

–¿Otra institución benéfica? Ya presides bastantes.<br />

–Lo sé. Pero parte del trabajo es muy especial y...<br />

–dejó la carta en la mesa, fuera del alcance de Marzug,<br />

y le sonrió–. Me halaga que me lo pidan –dijo<br />

con sencillez.<br />

Y Hashim lo entendió perfectamente. Porque llegar<br />

al punto en que se encontraba en aquel momento<br />

no había sido fácil. Sienna había tenido que esforzarse<br />

mucho para que el pueblo de Qudamah la acepta-


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ra. Algunos no lo habían hecho, desde luego no inmediatamente,<br />

pero ella había entendido sus dudas y<br />

miedos por el hecho de que su amado jeque se hubiera<br />

casado con una mujer que venía de tan lejos y sabía<br />

tan poco de su cultura.<br />

Y había habido algunos que sólo se habían ablandado<br />

cuando dio a luz al principito robusto, regordete<br />

y de piel aceitunada, y los fuegos artificiales iluminaron<br />

el cielo por detrás del palacio. Fue entonces<br />

cuando, por fin, le hicieron un sitio en sus corazones.<br />

La propia boda también había sido un reto. Se había<br />

celebrado un ceremonia civil y luego una religiosa,<br />

después de que Sienna se convirtiera a la religión<br />

de Hashim. Tuvo que memorizar todos los votos en<br />

la lengua de Qudamah, y se pasó la noche previa a la<br />

boda repitiéndolos sin parar hasta pronunciarlos a la<br />

perfección. Comenzó a aprender inmediatamente<br />

aquella lengua antigua, y... ¡eso también fue un desafío!<br />

Pero era joven e inteligente y estaba deseando<br />

aprender. Estaba enamorada. Y había alguien que la<br />

quería. Y eso daba a las cosas su justo valor.<br />

Cuando había ido a conocer a la madre de Hashim,<br />

Sienna era un manojo de nervios, porque todos los que<br />

la conocían sentían por ella una gran veneración. Pero<br />

el hecho de querer al mismo hombre había bastado<br />

para establecer entre ellas una armonía que pronto se<br />

convirtió en verdadera estima. Era una mujer inteligente<br />

y perceptiva. Había calmado los temores de<br />

Sienna contándole la historia de uno de los antepasados<br />

de Hashim, que se casó con la hija de su más feroz<br />

enemigo a pesar de la gran oposición existente contra<br />

dicho matrimonio.<br />

–Así que ya ves que no hay nada nuevo bajo el<br />

sol, Sienna –le dijo suavemente–. Da igual dónde vi-


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van o lo que hagan: las personas son iguales. No<br />

cambian. Se enamoran y luchan por ese amor, y así<br />

es como debe ser.<br />

Sienna sabía que lo que le había contado la madre<br />

de Hashim era importante. No para establecer comparaciones,<br />

claro que no, sino para darse cuenta de<br />

que la vida era un bien preciado que duraba muy<br />

poco. En una ocasión, se había preguntado en qué<br />

momento se convertía el presente en pasado; se daba<br />

cuenta de que lo hacía todo el tiempo. La boda ya era<br />

algo pasado, y su vida con Hashim pasaría como un<br />

rayo, como todos decían. Tenían que aprovecharla al<br />

máximo.<br />

Apartó el tazón con el plátano, lo cual llevó a<br />

Hashim a considerarse a salvo para acariciar el pelo<br />

de su hijo.<br />

–¿Nos bañamos después juntos? –preguntó Sienna<br />

con entusiasmo–. ¿En la piscina del palacio? ¿Los<br />

tres solos?<br />

–Sí, amor mío –murmuró Hashim con indulgencia,<br />

al tiempo que se preguntaba lo que opinaría la<br />

Guardia Especial del ejército si viera la facilidad con<br />

la que se avenía su comandante en jefe a los deseos<br />

de su esposa–. Y luego cenaremos solos –le brillaron<br />

los ojos–. No tenemos ningún compromiso. Y tenemos<br />

que hablar de la visita de tu madre y del semental<br />

que quiero regalarle.<br />

–¡Oh, Hashim! Estará encantada.<br />

La tomó de la mano, rozando la alianza matrimonial<br />

de oro brillante con el pulgar, y se la llevó a los<br />

labios y le lamió los dedos provocativamente. Su mirada<br />

plena de atractivo sensual captó la de Sienna.<br />

–Bueno –afirmó con ligereza–, así seremos dos.<br />

–Tres, en realidad –Sienna sonrió–. Cuatro, contando<br />

a Marzug.


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–Siempre.<br />

Sus miradas se cruzaron y Sienna se quedó sin<br />

respiración. Quería conservar ese momento en su corazón<br />

para siempre, pero tuvo que recordar que no<br />

duraba mucho y decir lo que importaba.<br />

–Te quiero, Hashim.<br />

–Yo también te quiero, dulce Sienna –le dijo con<br />

mirada tierna.<br />

Y Sienna puso al bebé en su sillita y se abrazó a<br />

su marido tan estrechamente, que oyó los poderosos<br />

latidos de su corazón.

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