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<strong>Capítulo</strong> 1<br />
SI al menos hubiera habido algún aviso... nubes<br />
de tormenta en el horizonte, quizá, o un viento<br />
frío repentino de los que hielan la piel. Como<br />
un presagio. Pero el día era cálido y soleado, sin presagio<br />
alguno a la vista, y «si al menos» eran las tres<br />
palabras más inútiles de la lengua; Sienna lo sabía<br />
mejor que nadie.<br />
Y aunque lo hubiera sabido, ¿qué habría podido<br />
hacer para cambiar las cosas? Nada. Se hallaba tan<br />
indefensa como la hoja que un cruel viento otoñal<br />
arranca de la rama.<br />
Sin embargo, se sentía alegre al cruzar el jardín<br />
para entrar por la puerta trasera del hotel Brooke. El<br />
sendero cubierto de hiedra era su camino preferido<br />
de entrada al edificio, porque al llegar al patio oculto<br />
era difícil creer que uno se hallara en el mismo centro<br />
de Londres, que el barullo y el bullicio de las concurridas<br />
calles sólo estuvieran a un paso.<br />
En el patio, las ramas de los altos árboles, que servían<br />
de refugio a toda clase de pájaros, atenuaban los<br />
sonidos de la ciudad. Las abejas zumbaban somnolientas<br />
alrededor de las flores y las mariquitas se posaban<br />
en la piel y a veces la mordisqueaban cuando no se las<br />
miraba. Por aquel entonces, Sienna era, en esencia,<br />
una mujer urbana, pero ese lugar le recordaba su niñez<br />
en el campo, que ahora le parecía otro mundo.
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Le encantaba el Brooke. Allí era adonde había<br />
huido, donde había ascendido y donde había tomado<br />
la decisión, algo temeraria, de trabajar por cuenta<br />
propia, aunque el hotel le seguía proporcionando el<br />
grueso de su trabajo. Se dedicaba a organizar bodas,<br />
fiestas de cumpleaños, lanzamientos de libros y bar<br />
mitzvahs, y su nombre empezaba a ser muy conocido<br />
en los concurridos círculos sociales de Londres. Para<br />
ser de origen humilde y carecer de formación académica,<br />
no le había ido nada mal.<br />
Y si alguna vez se paraba a pensar cómo había<br />
llegado hasta allí... bueno, de eso precisamente se<br />
trataba: nunca lo pensaba. Pensar no servía para nada<br />
ni cambiaba nada. En la vida había que aprender de<br />
los propios errores y superar las malas épocas con la<br />
esperanza de que las buenas se hallaran a la vuelta de<br />
la esquina. Y allí estaban, claro que sí.<br />
Ese día, el mostrador de ónice de la recepción estaba<br />
lleno de deslumbrantes aves del paraíso naranjas,<br />
mezcladas con iris y azucenas. Era una vista espectacular,<br />
en la que sólo desentonaban las personas<br />
tímidas que trataban de pasar desapercibidas, pero<br />
esa clase de gente no solía alojarse allí.<br />
El dinero, el poder y un deseo ávido de algo «distinto»<br />
eran las fuerzas que guiaban a la influyente<br />
clientela del Brooke: estrellas de cine, empresarios,<br />
la realeza... todo aquel que fuera alguien.<br />
Todos acudían en masa a la mansión del siglo<br />
XVIII transformada en hotel. Nunca había habitaciones<br />
libres y a los clientes les costaba un ojo de la cara<br />
su lujo y discreción.<br />
Sienna subió en el ascensor que llevaba al ático.<br />
Iba a ver al señor Altair, y antes de conocer a un<br />
cliente, siempre fantaseaba un poco sobre la clase de<br />
fiesta que querría. ¿Quizá una temática, como aque-
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lla vez que Sienna había montado una carpa para recrear<br />
un circo francés y había conseguido convencer<br />
por los pelos al trapecista de que no se marchara indignado<br />
por no ser la estrella del programa?<br />
O aquella otra en que había llenado una sala de<br />
baile con mil rosas rojas para una de las fiestas de<br />
compromiso matrimonial más extravagantes de las<br />
que había organizado en su vida.<br />
Sienna sonrió. Su trabajo requería la capacidad<br />
organizativa de un general y la discreción verbal de<br />
un diplomático.<br />
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, un<br />
hombre alto y de piel aceitunada abrió la puerta del<br />
ático. Un sexto sentido debería haberla prevenido,<br />
pero ¿por qué? Con sus ojos negros y el traje caro<br />
que a duras penas ocultaba la pistola del bolsillo superior<br />
de la americana, el hombre se parecía a cualquier<br />
otro guardaespaldas extranjero, a los que veía a<br />
menudo debido a su trabajo.<br />
–Hola –sonrió–. Me llamo Sienna Baker y tengo<br />
una cita con el señor Altair.<br />
Una expresión que no pudo identificar recorrió<br />
los rasgos impasibles del hombre, pero éste se limitó<br />
a asentir y empujó la puerta del apartamento para que<br />
entrara. Se hizo a un lado para dejarla pasar, pero no<br />
la siguió, y, al oír la puerta cerrarse, Sienna se sintió<br />
inexplicablemente inquieta, como si la hubieran encerrado<br />
y estuviera atrapada, a pesar de que lo último<br />
que se podía experimentar en una habitación de semejantes<br />
dimensiones era agorafobia.<br />
Miró a su alrededor y se sintió abrumada por la<br />
acumulación repentina de distintas sensaciones que<br />
pugnaban por predominar en su mente.<br />
El impacto de la luz que entraba a raudales por<br />
las enormes ventanas la deslumbró durante unos<br />
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segundos, y frunció los ojos confundida cuando comenzó<br />
a llegarle el débil rastro de un aroma inquietantemente<br />
familiar. El exótico olor la atraía y le<br />
revolvía el estómago al mismo tiempo, y no sabía<br />
por qué.<br />
Y entonces vio a un hombre de pie, completamente<br />
inmóvil, que le daba la espalda, y cuya silueta se<br />
recortaba contra el horizonte de Londres. Era alto y<br />
moreno, delgado y orgulloso, como esculpido en piedra<br />
negra, y Sienna sintió que palidecía cuando el<br />
hombre se movió, pues fue como si una estatua cobrara<br />
vida.<br />
Tomó aire, incrédula, cuando lo recorrió con la<br />
mirada, mientras su mente protestaba a gritos al comenzar<br />
a registrar cada detalle: el pelo negro y ligeramente<br />
ondulado, los anchos hombros, las largas<br />
piernas, la postura arrogante y autocrática. No, por<br />
favor, no. Pero, entonces, el aroma que invadía la<br />
suite se hizo más evocador: ¿no se dice que el olfato<br />
es el más evocador de los sentidos?<br />
¿Había gemido o emitido algún sonido? ¿Fue por<br />
eso por lo que el hombre se estaba dando la vuelta?<br />
Se quedó sin respiración mientras musitaba una oración<br />
sincera. Rezó como no lo había hecho desde hacía<br />
mucho tiempo, desde una vez que había implorado<br />
a un espíritu misterioso que hiciera desaparecer el<br />
dolor. Si nadie la había escuchado entonces, que la<br />
escucharan ahora.<br />
«Que no sea él, por favor, que no sea él». Pero el<br />
corazón le dio un vuelco cuando el hombre se volvió<br />
para mirarla.<br />
Hashim la examinó con sus ojos negros, brillantes<br />
y fríos, mientras sentía, con placer a pesar de todo, la<br />
intensa punzada del deseo en las entrañas, y recordó<br />
el abandono de las piernas abiertas de ella la última
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vez que la había visto, lo cual hizo que su deseo aumentara.<br />
Durante mucho tiempo, se había privado de este<br />
momento porque se decía que era capaz de hacerlo,<br />
pero, al final, el deseo había sido irresistible. Hashim<br />
despreciaba la debilidad que le hacía desear a Sienna,<br />
pero, a la vez, la aceptaba. Y pretendía saborear cada<br />
momento. Esa mujer que lo había engañado iba a pagar<br />
por ello, y lo haría con su cuerpo.<br />
Su mirada de ébano brillante se detuvo en la silueta<br />
femenina para comprobar si el tiempo había estropeado<br />
su perfección, pero era tan firme y esbelta<br />
como la de un joven y preciado saluki, el perro de<br />
caza, de pelo sedoso, que las tribus de su tierra natal<br />
tenían en tanta estima.<br />
Era difícil precisar lo que la hacía tan deseable,<br />
porque su aspecto no era de los que estaban de moda.<br />
Era demasiado menuda y curvilínea para el gusto del<br />
momento, pero tenía un cuerpo de ensueño. Y si a<br />
eso se le añadía su inocencia y sensualidad...<br />
¡Su inocencia!<br />
Hashim apretó los labios al pensar hasta qué punto<br />
las apariencias engañan. Alzó la vista hacia su<br />
cara. Qué piel tan blanca tenía, observó con imparcialidad,<br />
y cómo contrastaba con ella el rosa oscuro<br />
de sus labios. ¡Ah, esos labios! Una de las primeras<br />
cosas en que se había fijado era el mohín que formaban<br />
de modo natural, que muchas mujeres trataban<br />
de conseguir gastándose miles de dólares en cirugía<br />
plástica.<br />
En aquel momento, esos labios temblaban bajo su<br />
escrutinio, y Hashim sintió el deseo de aplastar su<br />
suavidad de pétalo con los suyos, duros y ansiosos de<br />
calidez. Pero eso tendría que esperar... y la espera aumentaría<br />
aún más el placer final.<br />
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–Sienna –murmuró, mientras la sangre latía con<br />
fuerza entre sus piernas.<br />
Su forma de decirlo la transportó a un lugar sin límites,<br />
y se le partió el corazón al mirar al hombre del<br />
que creía haber estado enamorada.<br />
Era hermoso y feo a la vez. Tenía un rostro único,<br />
definido por un contorno duro y los estragos de la<br />
guerra. Un rostro exótico y extranjero. La nariz aguileña<br />
y la dureza de la boca incrementaban su atractivo,<br />
en tanto que los ojos negros e inteligentes parecían<br />
desnudar lentamente a una mujer.<br />
Volver a verlo era una situación que Sienna se había<br />
representado mentalmente de forma repetida, aunque,<br />
a decir verdad, no mucho en los últimos tiempos.<br />
Pero, ¿no era humano preguntarse cómo reaccionaría<br />
si lo volvía a ver? A medida que pasaba el tiempo se<br />
había ido convenciendo de que a la mujer destrozada<br />
y llorosa de los primeros días la había sustituido otra<br />
segura de sí misma que le sonreiría fríamente y le diría:<br />
«¡Hashim, cuánto tiempo sin verte!».<br />
Qué equivocada estaba y qué estúpida había sido.<br />
Como si una mujer pudiera mirar a un hombre semejante<br />
sin querer fundirse de deseo a sus pies. Pero<br />
otra emoción eclipsó el deseo: la cautela... ¿o era<br />
miedo? ¿Qué demonios hacía aquel hombre allí?<br />
–Hashim –susurró, como si despertara de un largo<br />
sueño–. ¿Eres tú de verdad?<br />
–Sí, soy yo –su dura mirada se burlaba de ella y<br />
disfrutaba de su turbación como hacía tiempo que no<br />
lo hacía–. Pareces sorprendida, Sienna.<br />
–La sorpresa conlleva algo agradable –respondió<br />
con voz vacilante.<br />
Hashim elevó sus espesas cejas negras a modo de<br />
interrogación sardónica.<br />
–¿Y ésta no lo es?
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–Claro que no –se pasó la lengua nerviosamente<br />
por los labios para humedecérselos, y deseó no haberlo<br />
hecho, ya que ese movimiento atrajo la mirada<br />
oscura de Hashim como el encantador de serpientes<br />
atrae al reptil–. Estoy horrorizada, como cualquiera<br />
lo estaría.<br />
–No estoy de acuerdo. Muchas mujeres estarían<br />
encantadas de volver a ver a un hombre que fue importante<br />
en sus vidas, pero supongo que no es tu<br />
caso.<br />
Sienna le rogó con la mirada que se callara, pero<br />
él no lo hizo, y su dura boca imitó cruelmente una<br />
sonrisa.<br />
–Me imagino que el pasado vuelve constantemente<br />
para incomodarte de todas las formas posibles,<br />
pero tú eres la única culpable, querida. Si no ocultaras<br />
tantos secretos desagradables, dormirías mejor<br />
–le dijo mientras detenía la mirada en la exquisita<br />
turgencia de sus senos; pero el recuerdo de su traición<br />
hizo disminuir la intensidad de su deseo. Apretó<br />
los labios–. Aunque soy incapaz de imaginar que un<br />
hombre te deje dormir tranquila por la noche.<br />
Quizá él mismo fuera la excepción. El idiota enloquecido<br />
y engañado que la había protegido y respetado,<br />
que la había apreciado como si fuese un objeto<br />
de porcelana delicado y de incalculable valor, que<br />
después se había hecho añicos ante sus ojos.<br />
Pero había dejado de ser idiota... esos días habían<br />
pasado y no iban a volver.<br />
Sienna quería decirle que no la mirara así, pero<br />
sabía que, si lo hacía, la miraría aún más. No era un<br />
hombre al que se pudiera contrariar o dar órdenes, y<br />
en sus ojos duros y oscuros brilló un destello de peligro.<br />
Sienna tragó saliva. La aterrorizaba tener que<br />
preguntarle, por la respuesta que pudiera darle. Hasta<br />
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que se dijo que se trataba de una coincidencia horrible<br />
y desgraciada, tenía que serlo.<br />
¿Lo era? De repente no estaba segura. ¿Había algo<br />
que ocurriera totalmente por casualidad?<br />
–¿Qué haces aquí, Hashim?<br />
Este observó la facilidad con la que había pronunciado<br />
su nombre. Qué poco consciente era del honor<br />
que se le concedía al poder decirlo con tanta libertad,<br />
cuando la mayoría de las mujeres bajarían la mirada<br />
en señal de respeto. Incluso las mujeres sofisticadas<br />
que había conocido en su vida, y había habido muchas,<br />
siempre se habían sentido ligeramente intimidadas<br />
por su poder y posición. La miró fijamente y,<br />
al anticipar lo que estaba a punto de hacer, le hirvió<br />
la sangre de placer.<br />
–Sabes perfectamente por qué estoy aquí –la reprendió<br />
con suavidad.<br />
Durante unos instantes, la incredulidad dejó a<br />
Sienna paralizada. La cruda intención sensual de su<br />
mirada la dejó helada. Y fue como si esa mirada<br />
abrasadora hubiera puesto en marcha algo que su<br />
cuerpo inerme era incapaz de detener. Negó con la<br />
cabeza y trató de parar un escalofrío de deseo furtivo<br />
y odioso.<br />
–No, no lo sé.<br />
–¡Qué vergüenza, Sienna! ¿Siempre reaccionas<br />
así cuando tienes una reunión de negocios? ¿Recuerdas<br />
que se te paga para que me organices una fiesta?<br />
Sus palabras suaves y burlonas le causaron un<br />
miedo que la ahogaba, y tragó saliva para librarse de<br />
él. De ninguna manera iba a tener una reunión con él,<br />
ni de negocios ni de ninguna otra clase. Ya lo tenía<br />
que saber.<br />
–No –dijo con toda la calma de que fue capaz. Al<br />
negar con la cabeza, la abundante mata de pelo, que
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llevaba recogida, estuvo a punto de soltársela–. No<br />
me refería a eso y lo sabes.<br />
Miró a su alrededor con desesperación como si<br />
fuera a despertarse de repente en cualquier momento<br />
y a descubrir que todo el incidente había sido una espantosa<br />
pesadilla.<br />
–Tengo que ver al señor Altair, no a ti.<br />
Le sonrió con frialdad.<br />
–Yo soy el señor Altair, Sienna. ¿No te habías<br />
dado cuenta?<br />
Su sonrisa se volvió aún más fría, a pesar de que<br />
el movimiento de sus cabellos le provocaba un deseo<br />
irrefrenable de quitarle las horquillas y soltárselos,<br />
para que cayeran libremente sobre la cálida desnudez<br />
del pecho masculino. Y de su vientre...<br />
–Altair es uno de mis numerosos alias –siguió diciendo–.<br />
Seguramente ya lo usaba cuando te conocí.<br />
–No –susurró Sienna–, no lo usabas.<br />
–Ah. Cambian tantas cosas con el paso del tiempo,<br />
¿verdad, Sienna? Me pregunto qué más ha cambiado.<br />
Sienna se sintió como si se hubiera despertado en<br />
un lugar desconocido donde todas las reglas de supervivencia<br />
se hubieran modificado. Sabía que tenía<br />
que tomar el control no sólo de sí misma, sino también<br />
de la situación. Ya no era una jovencita enamorada<br />
de un hombre, y totalmente obsesionada con él,<br />
que, en cuanto a experiencia, se hallaba a años luz de<br />
ella. El hombre equivocado, recordó con dolor.<br />
Haciendo un esfuerzo, le sonrió. Fue una sonrisa<br />
compungida, de persona adulta.<br />
–Mira, Hashim, supongo que ahora que me has<br />
visto habrás cambiado de idea. No vamos a poder hacerlo.<br />
Los ojos del hombre brillaron provocativamente.<br />
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–¿A qué te refieres exactamente? ¿Qué es lo que<br />
no vamos a poder hacer, Sienna?<br />
No respondió a la provocación sexual. Si se mantenía<br />
en el plano profesional, quizá estuviera a salvo.<br />
Si dejaba que la conversación derivara hacia el terreno<br />
personal o, peor aún, hacia el pasado, correría peligro.<br />
–Pero, ¿qué haces aquí? –le preguntó, todavía con<br />
la vaga esperanza de que las cosas no fueran lo que<br />
parecían–. Siempre te alojas en el Granchester.<br />
–Quizá allí los recuerdos me resulten demasiado<br />
desagradables –le respondió con voz burlona–. O tal<br />
me resulte irresistible lo que ofrece este hotel...<br />
Volvió a posar una mirada insolente de deseo en<br />
la turgencia de sus magníficos senos.<br />
–Tu fama va creciendo en la capital, Sienna –añadió<br />
con suavidad.<br />
Supuso que no se refería a sus clientes satisfechos.<br />
No se trataba en absoluto de un cumplido, sino<br />
de un insulto velado que implicaba... Sabía perfectamente<br />
lo que implicaba. Sintió que se le abrasaban<br />
los pulmones e inspiró para calmarse.<br />
–Es de suponer que no esperas que trabaje contigo<br />
–le dijo en voz baja.<br />
–Para ser una empleada, presupones demasiadas<br />
cosas. Podrías meterte en un buen lío si no tienes cuidado.<br />
Sienna había olvidado la curiosa mezcla de antiguo<br />
y moderno, pensamiento progresista y ridículamente<br />
anticuado que Hashim representaba. Era uno<br />
de los hombres más inteligentes que había conocido,<br />
así que ¿por qué malinterpretaba sus reservas a propósito?<br />
–No seas tan... burro, Hashim.<br />
–¿Burro? –levantó la barbilla y frunció los ojos
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hasta convertirlos en fragmentos de ébano–. ¿Te atreves<br />
a dirigirte a mí, un jeque, de ese modo?<br />
En el pasado nunca había hecho valer sus privilegios,<br />
pero tampoco le había hecho falta. A ella no le<br />
había importado su posición social, ni siquiera sabía<br />
al principio cuál era. Y cuando lo supo, no le había<br />
importado. O al menos eso creía, pero se trataba de<br />
otra indicación de lo perdida que había estado. Porque<br />
por supuesto que le había importado. Y mucho.<br />
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<strong>Capítulo</strong> 2<br />
NO tenía que haberlo conocido, claro está, porque<br />
sus caminos vitales eran muy distintos y no<br />
estaban destinados a cruzarse. Pero, a veces,<br />
una chica de campo se iba a vivir a una gran ciudad y<br />
conseguía trabajar de recepcionista en un hotel muy<br />
elegante, que era un lugar donde podía conocer a un jeque<br />
de verdad cuando iba camino de su trabajo. Como<br />
sucedía en los cuentos de hadas. Y a veces el cuento de<br />
hadas se hacía realidad, pero lo que se olvidaba con facilidad<br />
era que tales historias siempre tenían un lado<br />
oscuro.<br />
Sienna se había marchado a Londres por los motivos<br />
habituales... y por alguno más. En medio de una<br />
crisis había necesitado dinero y una solución. Y después...<br />
había necesitado olvidar. Y la gran ciudad,<br />
aparte del anonimato, le había ofrecido la oportunidad<br />
de ascender en su trabajo y de vivir sin pagar alquiler<br />
en una de las zonas más caras de Londres, un<br />
extra que le había compensado las largas horas que<br />
pasaba sin relacionarse socialmente.<br />
La primera vez que vio a Hashim fue yendo al hotel<br />
para hacer el turno de noche. Había hecho muy<br />
buen tiempo, y Sienna había disfrutado del sol.<br />
Llevaba puesta la ropa habitual, un vestido vaporoso<br />
de verano, el pelo suelto y caminaba con la<br />
energía inconsciente de la juventud. Iba fantaseando
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y no se percató de la gente que se arremolinaba en<br />
torno a la limusina de cristales opacos del hotel<br />
Granchester, de fama mundial.<br />
Y entonces vio a un hombre que salía del coche.<br />
Era alto, poseía elegancia natural y llevaba un traje<br />
de color claro que hacía resaltar su sedosa piel aceitunada,<br />
que brillaba con reflejos dorados y contrastaba<br />
con el negro de sus ojos.<br />
Se miraron durante una fracción de segundo, y sucedió<br />
lo que en las películas antiguas que tanto le<br />
gustaban. Fue como si llevara toda la vida esperando<br />
a que ese hombre la mirara con tanto interés e intención.<br />
Había entrecerrado los ojos cuando uno de los<br />
guardaespaldas puso un brazo frente a ella para obligarla<br />
a detenerse.<br />
–Pero ¿qué hace? –protestó Sienna–, y el hombre<br />
había sonreído con dureza y dicho algo en una lengua<br />
que ella desconocía.<br />
–Déjala pasar – dijo en inglés, como si estuviera<br />
traduciendo la orden para ella.<br />
Y el guardaespaldas lanzó un gruñido y se echó a<br />
un lado. Sienna inclinó la cabeza.<br />
–Gracias –dijo y siguió caminando calle abajo<br />
consciente de que aquellos ojos negros la observaban:<br />
los sentía quemándole la espalda, marcándola a<br />
fuego con su extraño y exótico poder.<br />
Unas semanas después, el hombre entró en el hotel,<br />
y Sienna se quedó paralizada.<br />
Tragó saliva. Tenía un aspecto tan radiante... tan<br />
diferente, como una flor exótica colocada en un jarrón<br />
de flores blancas. Sienna observó que algunas<br />
de las personas que había en el vestíbulo le lanzaban<br />
miradas discretas, mientras que las mujeres no lo hacían<br />
con tanta discreción. Y allí estaban sus dos guardaespaldas,<br />
siempre presentes, sólidos como una pa-<br />
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red de ladrillo, enviando mensajes silenciosos de no<br />
acercarse a él.<br />
La experiencia había hecho a Sienna recelar de<br />
los hombres, por lo que su inesperada forma de reaccionar<br />
ante aquel la había sorprendido. Cuando nunca<br />
se ha deseado a alguien de verdad, la aparición del<br />
deseo causa conmoción. No sabía qué decir. ¡Qué<br />
falta de profesionalidad!<br />
–Buenos días, señor.<br />
Hashim frunció los ojos. Era la joven de los ojos<br />
verdes. ¡Y qué cuerpo tenía!<br />
Chasqueó los dedos para indicar a los guardaespaldas<br />
que permanecieran donde estaban y se aproximó<br />
al mostrador. Se dio perfecta cuenta de la impresión<br />
que causaba en ella cuando la miró a la cara.<br />
–Volvemos a encontrarnos –dijo con voz suave.<br />
Tenía una voz profunda. A Sienna le ardían las<br />
mejillas debido al rubor, cada vez más acentuado. El<br />
corazón le latía desbocadamente. Señaló la agenda de<br />
reservas.<br />
–¿Qué desea, señor?<br />
La parte de Hashim mimada desde la cuna quería<br />
susurrarle que deseaba pasar la tarde en la cama con<br />
ella, pero su inocente sonrojo había logrado que, inconscientemente,<br />
la colocara en la categoría de las<br />
mujeres con las que no es correcto flirtear con descaro.<br />
–He quedado con uno de los huéspedes para comer<br />
–dijo.<br />
–¿Cómo se llama? –le preguntó mientras miraba<br />
la lista de reservas y se esforzaba en dejar de sonrojarse.<br />
Le dio el nombre y observó su asombro, ya que el<br />
político que iba a ver era muy conocido. Hashim sabía<br />
perfectamente lo que pueden el poder y los contactos<br />
adecuados.
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–Lo espera en la mesa, señor. Lo acompañaré.<br />
Se levantó para mostrarle el camino. Él la siguió<br />
hacia el restaurante y pudo observarla sin que se diera<br />
cuenta.<br />
No era alta, pero eso le gustaba, porque creía que<br />
la mujer debía alzar la vista para mirar al hombre, y<br />
aunque tenía las caderas estrechas, sus nalgas eran<br />
tan curvilíneas como sus senos, perfectos para que<br />
unas manos masculinas los sostuvieran.<br />
Pero eran sus ojos verdes y almendrados, el rosa<br />
de sus mejillas y el mohín de sus labios lo que más le<br />
atraía. Durante la comida, hizo un gesto a uno de los<br />
guardaespaldas para que se acercara, le dio instrucciones<br />
en su lengua y éste se dirigió al mostrador de<br />
recepción para pedir a Sienna su número de teléfono.<br />
Pero Sienna se negó a dárselo. ¡Qué caradura!<br />
¡Mandarle a uno de sus esbirros! Eso confirmaba su<br />
visión negativa de los hombres. Deseó que llegara el<br />
momento del descanso en ese mismo instante, pero<br />
todavía faltaba mucho, y cuando él salió del restaurante,<br />
seguía sentada allí.<br />
Lo miró como si no lo viera, como si no estuviera<br />
allí, algo que a Hashim nunca le había ocurrido. Pero<br />
se sentía demasiado intrigado como para ofenderse.<br />
Una emoción desconocida guió sus pasos hacia ella.<br />
–¿No quiere darme su número de teléfono? –le<br />
preguntó.<br />
–No me lo ha pedido.<br />
–¿Y eso es un pecado imperdonable? –se burló.<br />
Ella apartó la mirada, indecisa ante la forma de<br />
tratar a ese hombre fuerte y exótico que le hacía sentir<br />
cosas a las que no estaba acostumbrada.<br />
–¿Cómo se llama? –le preguntó de repente, y ella<br />
volvió a mirarlo y se sintió prisionera del brillo oscuro<br />
de sus ojos.<br />
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–Sienna –susurró como si le hubiera extraído la<br />
palabra sin su permiso.<br />
–Sienna –repitió él con suavidad y asintió–. ¿Quiere<br />
cenar conmigo, Sienna?<br />
En algún rincón oculto de su mente, Sienna sabía<br />
que el personal del hotel no podía confraternizar con<br />
los huéspedes bajo ningún concepto, pero recordó<br />
que aquel hombre no era un huésped.<br />
–No lo sé.<br />
–¿Por qué no? –le preguntó con suavidad.<br />
–Porque ni siquiera sé su nombre.<br />
–Ah, ¿no fue uno de los mejores poetas ingleses<br />
el que dijo: «¿Qué hay en un nombre?». Soy el jeque<br />
Hashim Al Aswad.<br />
¿Un jeque? Algo en los ojos del hombre hizo que<br />
lo mirara fijamente, aterrorizada.<br />
–¿De verdad es usted un jeque?<br />
–Me temo que sí –le respondió muy serio.<br />
Sienna volvió a mirarlo. Su aspecto moreno y extranjero<br />
y la inconfundible aura de autoridad que<br />
emanaba encajaban con su tratamiento.<br />
–¿Y qué me pongo?<br />
–No importa –repuso con sinceridad riéndose–.<br />
Es tan joven y hermosa, que cualquier cosa le sentará<br />
maravillosamente.<br />
Esa noche la llevó a un restaurante con vistas al<br />
río que recorría la ciudad. Las estrellas parecían estar<br />
al alcance de la mano y la noche era tan mágica, que<br />
Sienna pensó que podría tocarlas.<br />
Había creído que se sentiría rara y perdida,<br />
pero, por el contrario, estaba muy emocionada y<br />
dispuesta a disfrutar de cada segundo. Parecía adecuado<br />
hasta el sencillo vestido de algodón que había<br />
elegido. El pelo oscuro, que llevaba suelto, le<br />
llegaba casi hasta la cintura. Vio la mirada de apro-
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bación que le dirigió Hashim y supo que había<br />
acertado.<br />
Parecía una cita a la vieja usanza. Hashim no<br />
prestó atención al hecho de que hubiera dos guardaespaldas<br />
armados sentados a unas mesas de distancia<br />
y alguno más fuera del restaurante. Tenía la sensación<br />
de que aquello era distinto y no sabía por qué.<br />
¿Quizá por el aire de total inocencia de la mujer?<br />
–Háblame de ti –le pidió.<br />
Sienna vaciló, sin saber por dónde empezar. ¿Había<br />
llegado el momento de contar su vida, de confesarse?<br />
En otra época había hecho algo de lo que no<br />
se sentía muy orgullosa, pero era indudable que esa<br />
única acción no la definía como persona. Lo más<br />
probable era que no volviera a ver a aquel hombre<br />
después de esa noche, así que ¿para qué le iba a confiar<br />
un secreto que podía arruinarles la velada?<br />
Pensó en lo que le gustaría oír a un jeque. Estaba<br />
claro que no podía competir con él en el terreno material.<br />
Se inclinó, apoyó con fuerza las manos en el<br />
mantel de lino y trató de evocar una vida muy distinta.<br />
–Me crié en el típico pueblecito inglés, con corderos<br />
trotando por los prados en primavera y cerezos en<br />
flor.<br />
–¿Y en verano?<br />
–¡Llovía! –se encogió de hombros–. Bueno, en realidad<br />
no llovía. Ahora sí, cada vez que vuelvo. Pero<br />
quizá se deba a que ahora soy una persona adulta.<br />
Cuando era pequeña, siempre brillaba el sol. Me imagino<br />
que la infancia de la mayoría de la gente es así.<br />
La vemos de color de rosa –dijo mientras lo miraba y<br />
pensaba que nunca había visto unos ojos tan negros.<br />
Él creía que no. Desde luego, la suya no había<br />
sido así, pero no iba a describirla ni a establecer<br />
19
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20<br />
comparaciones. Jamás se le hubiera ocurrido manifestar<br />
lo que pensaba sobre el hecho de crecer. La intimidad<br />
era un acto reflejo en él, siempre lo había<br />
sido; se la habían inculcado desde el principio. Así<br />
que aprovechó el tono nostálgico de la voz femenina.<br />
–Si era tan idílico, ¿por qué te marchaste?<br />
–Los pájaros tienen que abandonar el nido –repuso<br />
mientras jugueteaba con la servilleta.<br />
–Desde luego –dijo frunciendo los ojos–. ¿Y es la<br />
vida fuera del nido tal como la imaginabas?<br />
Sienna vaciló. La vida podía causar miedo y te<br />
ofrecía oportunidades que podían asustarte aún más.<br />
–Bueno, ganas libertad y pierdes estabilidad. Creo<br />
que la vida consiste en eso, aunque cabe esperar que<br />
las pérdidas y las ganancias se equilibren al final. .<br />
–Tienes la cabeza muy buen puesta sobre esos<br />
hombros tan jóvenes –le dijo con seriedad.<br />
–Te estás burlando de mí.<br />
–No –negó con la cabeza y sonrió con dulzura–.<br />
En absoluto. A decir verdad, tu actitud me resulta encantadora.<br />
A propósito, ¿cuántos años tienes?<br />
¿Creería que era muy joven? «¿Muy joven para<br />
qué, Sienna?»<br />
–Casi veinte.<br />
–¿Sólo casi? –le sonrió burlón.<br />
–Ahora te toca a ti –exclamó–. ¿Qué demonios<br />
hace un jeque?<br />
Le tembló la boca. Era una mujer realmente irresistible.<br />
–A veces también yo me lo pregunto. Básicamente<br />
gobierna un país, lo que implica pelear mucho y<br />
tratar de llegar al poder, aunque también supervisa la<br />
exportación de petróleo, que es la razón por la que<br />
estoy aquí.<br />
«Y está rodeado de una riqueza tal, que a la ma-
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yor parte de la gente le resultaría incomprensible».<br />
Sobre todo a ella.<br />
–¿Dónde vives? –le preguntó mientras desmigaba<br />
un trozo de pan.<br />
No respondió durante unos segundos y después<br />
sonrió de modo extraño.<br />
–Vivo en Qudamah, pero provengo de una raza<br />
nómada –le brillaron los ojos–. No nos establecemos<br />
en un sitio con facilidad.<br />
Si ella hubiera sido mayor, se habría dado cuenta<br />
de que Hashim hablaba de límites, pero su juventud<br />
hizo que las románticas palabras masculinas desataran<br />
su imaginación, de por sí muy exaltada.<br />
Más tarde, en la limusina, su muslo firme rozó el<br />
de ella, y Sienna se quedó sin aliento. Pero no la<br />
besó, sino que se limitó a pedirle, más bien a ordenarle,<br />
que volvieran a verse.<br />
Todo había ocurrido demasiado deprisa. La vida<br />
de Hashim comenzó a deslizarse por una escala temporal<br />
distinta, y descubrió algo que le resultaba desconocido:<br />
un tumulto de sentimientos que su experiencia<br />
y cinismo le impedían denominar amor. Sin<br />
embargo, sus antepasados habían sido poetas y sabios,<br />
además de guerreros, por lo que estaba dispuesto<br />
a confesar que Sienna había conmovido una parte<br />
de su ser de la que hasta entonces no se había preocupado.<br />
Parecía como si su inocencia y belleza hubieran<br />
comenzado a fundir lentamente algo que Hashim<br />
no sabía que estuviera helado.<br />
Quizá fuera su corazón.<br />
Ella tembló cuando la besó por primera vez y, al<br />
tomarla en sus brazos, sintió la tensión de su cuerpo,<br />
que provocaban el deseo y el miedo al mismo tiempo.<br />
Parecía increíble, dada su edad y su educación liberal,<br />
pero algo le dijo que su instinto estaba en lo cierto.<br />
21
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Una noche miró con ojos encendidos su rostro<br />
sonrojado.<br />
–¿No has estado con ningún hombre? –le preguntó.<br />
–No –confesó en voz baja al tiempo que se preguntaba<br />
si esa confesión lo alejaría de ella.<br />
–Una virgen inocente –gimió mientras la besaba–.<br />
Mi virgen inocente.<br />
Eso lo cambió todo, por supuesto. Saber que era<br />
pura lo llenó de alegría, aunque sabía que eso suponía<br />
una gran responsabilidad hacia ella. Un hombre<br />
con una vida repleta de responsabilidades podría haber<br />
prescindido de una más, pero la asumió.<br />
La veía siempre que le era posible, y se preguntaba<br />
si la frecuencia de sus encuentros haría disminuir<br />
la magia. Pero no desaparecía. Se había pasado la<br />
vida evitando cualquier clase de compromiso, pero<br />
en aquellos momentos lo consideraba más un defecto<br />
que una virtud.<br />
La llevaba a restaurantes discretos y ella le mostraba<br />
los lugares ocultos y secretos de la ciudad. Le<br />
hacía sentirse vivo. Antes, nunca se había privado de<br />
tener relaciones sexuales, pero esa vez era una contención<br />
que se había impuesto a sí mismo. Y descubrió<br />
que prescindir de algo que de verdad se deseaba<br />
podía resultar insoportablemente erótico.<br />
Sin embargo, la inocencia de Sienna la hacía ser<br />
adecuada... muy adecuada. Había que cruzar muchos<br />
puentes, desde luego; y el primero sería presentársela<br />
a su familia. Pero sin presiones por ninguna de ambas<br />
partes. En terreno neutral.<br />
–¿Te gustaría acompañarme a una boda, querida<br />
Sienna? –le preguntó una tarde, abrazándola por la<br />
cintura.<br />
–¿A la boda de quién? ¿Dónde? ¿Cuándo? –lo interrogó<br />
mirándole a los ojos.
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–A la boda de mi primo –murmuró–. Se casa en el<br />
sur de Francia, el mes que viene. Mi madre y mis<br />
hermanas estarán allí. ¿Vendrás como mi invitada?<br />
Sienna se dio cuenta de que se trataba de algo importante.<br />
Una declaración. Una indicación de que la<br />
cosa iba en serio. Le sonrió alegremente.<br />
–Me encantaría –respondió con sencillez.<br />
Hashim se dirigió a uno de sus ayudantes.<br />
–Encárgate de todo, por favor.<br />
–¿Está completamente seguro, Alteza?<br />
Hashim frunció el ceño. ¡No consentiría que le dieran<br />
órdenes! La historia de su país estaba repleta de<br />
ejemplos de jeques que se habían casado con plebeyas.<br />
Pero, dos días después, llamaron a la puerta mientras<br />
trabajaba en su despacho, y Hashim se topó con<br />
los ojos oscuros de su secretario privado, que sostenía<br />
en la punta de los dedos, como si estuviera contaminado,<br />
algo parecía una revista.<br />
–¿Qué pasa, Abdul-Aziz? –le preguntó imperiosamente–.<br />
Estoy a punto de salir.<br />
El secretario tenía una expresión adusta.<br />
–Antes de que os marchéis, Alteza, hay algo que<br />
quiero mostraros.<br />
Sienna se pasó los dedos por el pelo por enésima<br />
vez, debido a una mezcla de emoción y nervios. Hashim<br />
había mandado un coche a buscarla para ir a cenar<br />
al Hotel Granchester, donde se alojaba. Todavía<br />
no se había recuperado del impacto que le había producido<br />
la invitación a la boda familiar. Estaba tan<br />
emocionada ante la perspectiva de aparecer en público<br />
con él, que no había tenido tiempo de pensar en lo<br />
que le diría a la madre.<br />
Sería ella misma, sin artificios ni afectación, por-<br />
23
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24<br />
que así le gustaba a Hashim. Sintió un escalofrío de<br />
emoción al subir las imponentes escaleras de mármol<br />
del hotel Granchester.<br />
Pero Hashim no estaba allí para recibirla, ni tampoco<br />
ninguno de sus empleados, ni siquiera Abdul-Aziz.<br />
La recepcionista le dirigió una mirada de complicidad<br />
mientras le indicaba que subiera a la suite.<br />
«No es lo que crees», quería decirle Sienna.<br />
«Hashim siempre me ha tratado con respeto». Pero<br />
mientras subía en el ascensor, se preguntó por qué<br />
había cambiado las pautas de sus encuentros.<br />
El propio Hashim abrió la puerta, y Sienna se sintió<br />
desconcertada, porque nunca lo había visto vestido<br />
de ese modo. Esa noche tenía el aspecto exacto de<br />
lo que Sienna imaginaba que sería un jeque.<br />
Habían desaparecido los trajes inmaculados hechos<br />
a mano que solía ponerse, que contrastaban con<br />
su aspecto exótico y que lo convertían en esa mezcla<br />
tan atractiva entre lo oriental y lo occidental. En cambio<br />
llevaba puestos unos pantalones de seda finísima<br />
de color granate y una camisa también de seda. El<br />
tono oscuro de las prendas favorecía al máximo el color<br />
exótico de su piel, y Sienna sintió la boca seca,<br />
porque estaba descalzo y llevaba la camisa abierta,<br />
que mostraba el vello y los músculos del pecho.<br />
Nunca se había enfrentado de manera tan clara a<br />
su masculinidad manifiesta. Al preguntarse si llevaría<br />
ropa interior, le dio un vuelco el corazón.<br />
Pero lo que la inquietó fue algo más que su desnudez,<br />
ya que sus ojos tenían una mirada peligrosa,<br />
acerada y crispada, como si fuera de azabache. Hubo<br />
algo, no sabía si la emoción o el miedo, que la contuvo<br />
para no echarse en sus brazos del modo que siempre<br />
le hacía reír a él. Pero ¿por qué iba a asustarse?<br />
–Estás muy guapa esta noche, Sienna.
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¿La estaban traicionando los nervios o su voz tenía<br />
un tono raro?<br />
–Gracias... –sus palabras se perdieron bajo la presión<br />
de su boca dura y embriagadora. La había arrastrado<br />
hacia sus brazos sin previo aviso y había comenzado<br />
a besarla de un modo que la dejó sin<br />
aliento–. ¡Hashim! –dijo jadeando.<br />
Abrió su boca bajo la de él, y fue suficiente para<br />
encender todo el fuego y la furia que lo habían estado<br />
consumiendo. La besó hasta que Sienna sintió que se<br />
deshacía ansiosa y gimiendo ante su tacto experimentado,<br />
y sólo entonces Hashim levantó la cabeza y<br />
la miró con ojos duros e inquisitivos.<br />
–Hashim... ¿qué? – preguntó el hombre con voz<br />
ronca mientras le besaba la sedosa garganta con la<br />
suavidad de una pluma.<br />
Sienna pensó que sería una locura protestar diciendo<br />
que nunca la había besado así cuando se había<br />
pasado horas pensado en la causa.<br />
–¡Oh! –se estremeció cuando le puso la mano<br />
suavemente en el pecho.<br />
Sus labios se curvaron en una sonrisa triunfal<br />
cuando volvió a acariciar con la punta de los dedos<br />
sus senos exuberantes.<br />
–¿Oh, qué, Sienna? –le preguntó con voz suave–.<br />
¿Te gusta?<br />
–¡Oh! –exclamó jadeando–. Mucho.<br />
Un ligero temblor recorrió las tensas mejillas<br />
masculinas.<br />
–Dime qué quieres –le dijo con voz crispada.<br />
El instinto venció las reservas e hizo que las palabras<br />
de Sienna surgieran por sí solas.<br />
–Esto –suspiró mientras los dedos masculinos rozaban<br />
momentáneamente los montículos anhelantes<br />
de sus senos–. ¡Esto es lo que quiero!<br />
25
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26<br />
Hashim sostuvo las magníficas turgencias con las<br />
manos y delineó un círculo lento y deliberado con el<br />
pulgar.<br />
–¿Así?<br />
Sienna asintió mientras se ahogaba de placer.<br />
–No te oigo –le dijo con suavidad.<br />
–Sí –gimió–. ¡Sí! Así. Oh, Hashim...<br />
¡Cómo se había equivocado al juzgarla! Sentía<br />
cómo respondía el cuerpo de ella apretándose contra<br />
el suyo, y sabía que si le metía la mano por debajo de<br />
la falda, no se lo impediría. ¿Hasta dónde le dejaría<br />
llegar en público? ¿Le dejaría desabrocharse la cremallera<br />
y entrar en ella? Probablemente.<br />
–¿Quieres que te haga el amor al lado del ascensor?<br />
–le preguntó con vehemencia.<br />
En un oscuro rincón de su mente, Sienna se percató<br />
de su tono severo... de desaprobación... Pero tal vez<br />
se debiera a que se había estado conteniendo demasiado<br />
tiempo. ¿No se decía que los hombres tenían dificultades<br />
para controlar su apetito sexual? Sienna se<br />
echó hacia atrás y tragó saliva, levantó la mano y acarició<br />
su rostro de facciones duras, pero lo sintió frío e<br />
intimidatorio. Era evidente que Hashim se estaba controlando<br />
mucho y no debía hacerlo esperar más. Había<br />
representado el papel de caballero para agradarla.<br />
Había llegado la hora.<br />
–Vamos a la cama –le susurró atrevida.<br />
Él apretó los labios<br />
–Sí –asintió con voz extraña–. ¿Por qué no?<br />
Sin previo aviso, cerró dando un portazo, la tomó<br />
en brazos y la llevó a la inmensa cama de matrimonio<br />
cubierta por una colcha bordada en oro.<br />
–Propia de un rey –murmuró Sienna con placer.<br />
Pero los ojos de Hashim no sonreían cuando la<br />
depositó en ella.
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–Sólo que esta vez es un jeque –respondió con<br />
voz apagada–. ¿Estás decepcionada?<br />
Sienna quería preguntarle qué pasaba, pero él ya<br />
se había tumbado a su lado, y sus últimos reparos se<br />
evaporaron.<br />
–Vamos entonces –dijo él resueltamente, mientras<br />
comenzaba a desabotonarle el vestido con una sonrisa<br />
de ansia salvaje–. Ah –inspiró lenta y placenteramente<br />
cuando le descubrió los senos, que sobresalían<br />
con una exuberante palidez del encaje rosa que los<br />
contenía–. ¡Qué firmes! ¡Qué prietos! Como la fruta<br />
madura. ¡Qué hermosos! Tienes los pechos más bonitos<br />
que he visto en mi vida, Sienna. Qué afortunado<br />
soy.<br />
Había algo en sus palabras que la inquietaba, pero<br />
el movimiento experto de sus dedos disipó cualquier<br />
ansiedad que pudiera sentir, y cerró los ojos.<br />
–Sí –murmuró Hashim–. Recuéstate y disfruta.<br />
Era muy considerado. Bajo su capa exterior de<br />
acero, lo primero y lo que más le preocupaba era el<br />
placer de ella. Sintió que le desabrochaba el sujetador<br />
y suspiró. Parpadeó y sorprendió una mirada casi<br />
de... reticencia... en el rostro de Hashim. Pero él inclinó<br />
la cabeza hacia ella, y Sienna sintió la calidez<br />
de su aliento.<br />
–Hashim... –tragó saliva. No estaba segura de que<br />
la hubiera oído–. Hashim –volvió a decir, casi con<br />
desesperación, porque lo que más deseaba era que la<br />
besara y le dijera palabras dulces que acompañaran<br />
sus gestos eróticos.<br />
–Calla –ordenó con voz suave, ya que sabía por<br />
experiencia que la conversación podía alterar el estado<br />
de ánimo y la concentración. Sabía lo que quería<br />
y no iba a permitir que nada en absoluto le impidiera<br />
conseguirlo.<br />
27
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28<br />
Sienna se retorció sobre la fría colcha, y el movimiento<br />
experto de las manos masculinas hizo desaparecer<br />
la necesidad de que la tranquilizase. Nunca había<br />
experimentado sensaciones semejantes en los pechos.<br />
Parecía que hubieran doblado su tamaño, y sentía un<br />
picor en ellos provocado por la excitación. El más leve<br />
roce le provocaba punzadas de puro placer. Gritó<br />
cuando la lengua de Hashim le lamió la piel sensibilizada.<br />
–Eres muy sensible para ser tan... inocente –le<br />
dijo con la boca pegada a uno de sus pezones.<br />
Sintió otra punzada de placer que, de tan aguda,<br />
se asemejaba al dolor y se percató de la existencia de<br />
un vacío que pedía a gritos ser llenado.<br />
–¿Lo soy?<br />
–Sí. Y ahora lo vas a ser más...<br />
Sienna se quedó sin respiración al sentir que la<br />
mano de Hashim descendía y se acercaba a la parte<br />
de su cuerpo que la reclamaba ardientemente, el punto<br />
donde quería que la tocase por encima de todo, y<br />
rezó en silencio para que no se detuviera.<br />
–No lo haré –dijo él con brusquedad.<br />
Sienna se dio cuenta de que debía de haber hablado<br />
en voz alta.<br />
–Hashim –susurró apoyando los labios en su piel<br />
ardiente–. Te quiero, Hashim.<br />
Se detuvo un instante y luego negó suavemente<br />
con la cabeza y la hizo callar con sus expertas caricias.<br />
Le acarició su centro ardiente y sensible con<br />
mucha delicadeza hasta que ella soltó un grito ahogado<br />
de incredulidad, como alguien que buscara algo<br />
con frenesí, sin saber qué. Movió la cabeza nerviosamente<br />
de un lado a otro al acercarse al punto de no<br />
retorno.<br />
Sollozó al alcanzar la plenitud, sin darse cuenta
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de que Hashim se apartaba. A medida que fue recuperando<br />
la razón y la cordura vio que se había levantado<br />
y... ¡apartado hasta el otro lado de la habitación,<br />
lo más lejos posible!<br />
Parpadeó y trató de recobrar el aliento.<br />
–Hashim –exclamó con voz ronca y confusa–.<br />
¿Qué pasa?<br />
–¿Cómo que qué pasa? –hizo una pausa antes de<br />
responder e inspiró profundamente mientras trataba<br />
de controlar su deseo, para dejar paso a la ira–. Creo<br />
que ya es hora de dejar de jugar, ¿no te parece?<br />
Sienna se sentó en la cama, consciente de que tenía<br />
la ropa revuelta, y se sintió humillada al mirar la<br />
severa máscara en que se había convertido su cara:<br />
un Hashim que nunca había visto, al que no reconocía.<br />
–¿Por qué te comportas así? –le preguntó desconcertada–.<br />
¿No quieres que hagamos el amor... como<br />
es debido?<br />
–¿Crees que me iba a dignar a contaminarme poseyéndote?<br />
–le preguntó de manera insultante–. ¡Me<br />
has engañado!<br />
–No sé de qué me hablas –pero un instinto de autoprotección<br />
la llevó a abotonarse el vestido con dedos<br />
temblorosos.<br />
–¡La dulce virgencita! –exclamó con furia–. ¡Las<br />
vírgenes no posan desnudas como modelos para fotos<br />
pornográficas!<br />
Y entonces, Sienna lo entendió todo con terrible<br />
claridad. El calendario. Las doce fotos. Oh, las malditas<br />
fotos. Se estremeció y dejó escapar un tembloroso<br />
suspiro.<br />
–¿Las has visto?<br />
Si una parte irracional en él había mantenido la<br />
esperanza de que se tratara de un error, de que tuvie-<br />
29
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30<br />
ra una hermana gemela secreta entre bastidores, la<br />
mirada culpable del rostro de Sienna hizo desaparecer<br />
dicho pensamiento.<br />
Al darse cuenta de su error, sus sueños y esperanzas<br />
sobre lo que podía haber sido se derrumbaron<br />
ante sus ojos como el polvo del desierto. Había creído<br />
que era la mujer que él quería que fuera, no la que<br />
era en realidad. Su belleza y su aspecto inocente lo<br />
habían engañado. ¡Oh! ¡Qué estúpido había sido!<br />
–Sí, las he visto – exclamó irritado, al recordar<br />
que había estado a punto de presentársela a su familia,<br />
que había estado pensando en ella como su futura<br />
esposa. ¡Qué idiota!<br />
–Hashim, por favor, no es lo que parece –exclamó<br />
con desesperación.<br />
Había accedido a posar para el calendario como<br />
algo excepcional para que su madre pudiera operarse.<br />
El dolor la tenía inmovilizada y su vida corría peligro,<br />
y la operación que con tanta urgencia necesitaba<br />
era cara. Había sido un modo poco convencional de<br />
obtener el dinero, de acuerdo, pero el único posible<br />
en aquel momento. Y si Hashim supiera lo desesperada<br />
que se había sentido y la situación insostenible en<br />
que se encontraba su madre...<br />
–Hashim, por favor... puedo explicarte...<br />
–¿El qué? ¿Cómo te frotabas los pechos y fingías<br />
un orgasmo? –la interrumpió brutalmente. Pero a pesar<br />
de la repugnancia que sentía, experimentó la llamada<br />
del deseo, ya que, aunque la existencia de las<br />
fotos destruía cualquier clase de futuro en común, no<br />
podía ser hipócrita y negar que eran magníficas–.<br />
¿Crees que puede haber una explicación aceptable?<br />
–No es...<br />
Pero estaba tan furioso, que no la escuchaba.<br />
–Eres una magnífica actriz, te felicito. Has logra-
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do engañarme. Y me has mentido –añadió con amargura<br />
recordando que le había dicho que era virgen y<br />
que lo amaba.<br />
–¡No te he mentido! Sólo... –lo miró y se encogió<br />
de hombros con desesperación–. No encontraba el<br />
momento adecuado para decírtelo.<br />
–¡Es que nunca hubiera sido el momento adecuado!<br />
En mi cultura, semejante conducta por parte de la<br />
esposa del jeque sería repugnante, como sin duda debes<br />
saber.<br />
Sienna lo miró. Claro que lo sabía. ¿No había sido<br />
ésa una razón más para haberlo ocultado, como si al<br />
hacerlo no hubiera sucedido y no tuviera que enfrentarse<br />
a las consecuencias de sus actos y pudiera seguir<br />
viviendo con Hashim en su mundo de fantasía,<br />
libre del pasado y con un futuro sin preocupaciones?<br />
¿Había pensado en algún momento que el resultado<br />
sería distinto de lo que estaba sucediendo, que habría<br />
una solución mágica a pesar de lo que había hecho?<br />
No, Hashim nunca la perdonaría.<br />
Su mirada de desprecio era casi imposible de soportar,<br />
y Sienna se levantó y recogió los zapatos. El<br />
pelo le cayó sobre la cara y ocultó su dolor.<br />
Pero se detuvo en la puerta y alzó la vista, incapaz<br />
de reprimir la débil esperanza que se negaba obstinadamente<br />
a morir.<br />
–Entonces, ¿es el final, Hashim?<br />
–¿El final? –se le endureció la boca, porque quería<br />
hacerla sufrir como ella le había hecho sufrir, destruir<br />
sus sueños como ella había destruido los suyos–. Me<br />
parece que te olvidas de quién eres. ¿Creíste que esto<br />
sería algo más que una diversión temporal? –le preguntó<br />
con voz imperiosa–. Soy un jeque y tú, una plebeya.<br />
Una verdadera plebeya –le dijo clavándole la<br />
última estocada.<br />
31
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<strong>Capítulo</strong> 3<br />
QUÉ doloroso podía resultar el pasado!<br />
Pero a medida que la bruma de la memoria se<br />
aclaraba, Sienna miró a Hashim a los ojos, y<br />
el dolor volvió a invadirla como si no hubiera transcurrido<br />
el tiempo.<br />
Recordó cómo había salido a trompicones de la<br />
suite esa noche mientras las lágrimas comenzaban a<br />
rodarle por las mejillas. Llegó a su casa sin saber<br />
cómo y aulló sobre la almohada como un animal herido.<br />
No sabía que pudiera llegar a llorar o a sufrir<br />
tanto, a que la idea de comer le asqueara y a querer<br />
únicamente dormir. Pero el sueño no llegaba, y cuando<br />
lo hacía, se burlaba de ella con imágenes del rostro<br />
oscuro que tanto había llegado a amar.<br />
Por primera vez en su vida comprendió lo que era<br />
el dolor, y no quería volver a experimentarlo.<br />
Había tardado muchos meses en volver a encarrilar<br />
su vida, en reincorporarse a la especie humana.<br />
Pero, desde entonces, muchas cosas habían cambiado,<br />
y lo más importante era que ella había cambiado.<br />
Ya no era la joven inocente sin la menor idea de lo<br />
que era la vida o de cómo manejar a los hombres.<br />
«No dejes de repetírtelo», pensó con desesperación<br />
cuando sus miradas se cruzaron.<br />
–Estás recordando la última vez que nos vimos<br />
–observó con voz extraña.
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¿La había delatado la cara? Quizá Hashim hubiera<br />
visto en ella su vulnerabilidad y angustia.<br />
–¿Cómo no voy a hacerlo? –le preguntó tratando<br />
de que no le temblara la voz–. Con sólo mirarte me<br />
invaden los recuerdos.<br />
La miró fijamente con ojos de azabache. ¿Creía<br />
que a él no le pasaba lo mismo? Sintió la aguda punzada<br />
del deseo.<br />
–Así que todo vuelve –añadió con suavidad.<br />
–Deberíamos probar una sesión de terapia conjunta<br />
–sugirió en tono desenfadado–, como la gente que<br />
quiere dejar de fumar.<br />
¡Qué frívola y cínica parecía! ¿Eran esos los rasgos<br />
de su carácter que le había ocultado? ¿Y por qué<br />
no? ¿No era una mujer experta en el arte del engaño?<br />
–Quizá no esté dispuesto a dejarlo –dijo pausadamente.<br />
A Sienna se le hizo un nudo extraño en la garganta<br />
y sintió que se cernía en el aire algo seductor y, a<br />
la vez, infinitamente amenazador.<br />
–Y eso, ¿qué significa? –preguntó con voz temblorosa.<br />
–Bueno, al menos para ti fue un... ¿cómo decirlo?<br />
Un encuentro satisfactorio –le dijo con una sonrisa<br />
cruel en los labios.<br />
Lo que implicaban sus palabras estaba claro y resultaba<br />
insultante, aunque no era verdad, o al menos<br />
no en lo que importaba. Quizá, en cierto sentido, había<br />
sido satisfactorio en el plano puramente físico;<br />
pero en el emocional había resultado tan estéril<br />
como uno de los desiertos de su tierra natal. La plenitud<br />
sin ternura nunca satisfacía a una mujer. Se había<br />
sentido vacía, como si aquel hombre le hubiera<br />
arrancado una parte esencial de sí misma y se la hubiera<br />
llevado.<br />
33
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34<br />
–¿Es así como lo describirías? –le preguntó sombríamente.<br />
–¿Tú no? –se burló él.<br />
–No.<br />
Miró sus ojos negros y fríos y supo que nunca<br />
comprendería, que ni siquiera lo intentaría. ¿Por qué<br />
iba a hacerlo? Negó con la cabeza con la esperanza<br />
de alejar parte de la tristeza.<br />
–De todas formas, ¿de qué sirve hablar de ello?<br />
Las cosas han cambiado.<br />
El rostro de Hashim permaneció impasible, pero<br />
en su interior sintió una chispa de ira mezclada con<br />
deseo sexual y anticipación. Lo había engañado una<br />
vez, pero ni una más. ¿Había creído Sienna en algún<br />
momento que ahora que tenía la mira puesta en ella<br />
la dejaría marchar? ¿No se daba cuenta de lo que<br />
quería, de que había llegado hasta allí para conseguirlo?<br />
Pero, como el experto cazador que era, sabía que<br />
había muchas maneras de jugar con la presa. ¿También<br />
ella había lamentado el brusco final de aquel encuentro?<br />
¿Lamentaban tanto él como ella que su relación<br />
amorosa no hubiera sido completa?<br />
–Sí, las cosas no son iguales –asintió–. Pero nos<br />
han devuelto al mismo sitio. Estoy aquí y estás aquí,<br />
así que, ¿qué te parece que hagamos al respecto?<br />
Dio un paso hacia ella. Se hallaba lo suficientemente<br />
próximo como para poder examinarlo como<br />
era debido, y Sienna vio cuánto había cambiado, aunque<br />
no en lo fundamental. Seguía siendo el hombre<br />
más masculino que había visto en su vida. Era como<br />
si proviniera de otro tiempo. Aspiró su olor: un aroma<br />
vital y especiado que hablaba de virilidad salvaje<br />
y se extendía hasta lo más femenino de su ser.<br />
Sienna cerró los ojos desesperada por el hecho de
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reconocerlo, y cuando los abrió, se encontró con la<br />
mirada de ébano ardiente de Hashim. Sentía cómo la<br />
atraía, como un niño al que han dejado fuera de la<br />
casa mucho tiempo pasando frío. Hashim era la promesa<br />
del calor, el consuelo y la seguridad.<br />
No se dio cuenta de que él se hubiera vuelto a<br />
mover, pero tenía que haberlo hecho, por Dios, que<br />
no hubiera sido ella, ya que de repente se encontró en<br />
sus brazos, sin que sus sentidos le dieran tiempo a<br />
preguntarse dónde estaba su cordura cuando el hombre<br />
bajó la cabeza para rozar sus labios con los suyos.<br />
Fue una descarga eléctrica. Un incendio. Hielo.<br />
Todos los extremos que pudieran conmocionar su organismo<br />
hasta lo más profundo: así fue el beso de<br />
Hashim. Despertó en ella algo que había permanecido<br />
aletargado desde la última vez que estuvo en sus<br />
brazos. Por aquel entonces se había imaginado, ingenuamente,<br />
que todos los besos provocarían una combustión<br />
sensual instantánea, pero después había descubierto<br />
lo equivocada que estaba.<br />
Los labios de Hashim eran duros y suaves, buscaban<br />
e imponían a la vez, y tenían un sabor más dulce<br />
que la miel. Abrió los suyos bajo su presión para degustar<br />
la calidez y sentir cómo se deslizaba seductoramente<br />
la lengua masculina por el interior húmedo<br />
de su boca. Comenzó a respirar entrecortadamente y<br />
se le doblaron las rodillas, de modo que él la abrazó<br />
contra sí, aprisionándola con una garra de hierro que<br />
hizo que se derritiera.<br />
La inundó una oleada de deseo. Físico, desde luego,<br />
pero también algo más. Algo que era infinitamente<br />
más poderoso y mucho más peligroso, como si<br />
sólo Hashim pudiera llenar un vacío emocional que<br />
siempre se hallaba presente en su interior.<br />
35
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36<br />
Sintió cómo se le aceleraba la sangre y el clamor<br />
de su reacción al beso, esa primitiva pulsación de la<br />
sangre al concentrarse e invadir un lugar que la hacía<br />
anhelar más. Sintió cómo una de las manos masculinas<br />
descendía hasta sostener una de sus nalgas y rogó<br />
en silencio que se desplazara hacia delante, para<br />
ahondar en ese sitio secreto una vez más.<br />
Parecía que él le leía los pensamientos, porque se<br />
echó a reír al desplazar la mano y arrastrar provocativamente<br />
los dedos por el ansioso montículo. Sienna<br />
gimió dulcemente en respuesta. El murmuró algo en<br />
una lengua extranjera, pero el tono burlón y triunfal<br />
de sus palabras se derramó por sus sentidos encendidos<br />
como agua helada, y la incredulidad la dejó paralizada.<br />
«¿Qué demonios estaba haciendo?»<br />
Se soltó de un tirón y lo miró fijamente con los<br />
ojos como platos. Respiraba entrecortadamente y el<br />
corazón le latía desbocado mientras trataba de calmarse<br />
y se estiraba el vestido con frenesí. Tenía la<br />
cara ardiendo y también, sin duda, el corazón.<br />
–¿Qué demonios estás haciendo?<br />
–Exactamente lo que quieres que haga –su sonrisa<br />
era arrogante; su mirada, fría.<br />
–¡No!<br />
–Sí. Tienes ganas de mí –se burló–. Podría hacértelo<br />
ahora mismo y no me detendrías.<br />
Encolerizada y sin preocuparse de las consecuencias,<br />
Sienna levantó la mano para pegarle, pero él reaccionó<br />
de modo instantáneo, con más rapidez y peligro<br />
que una cobra, y la agarró por la muñeca.<br />
–¿Te atreves a pegar a un jeque? –rugió.<br />
–¿Y tú te atreves a apretarte contra mí?<br />
–¿Apretarme contra ti? –se rió con crueldad y le<br />
soltó la mano. Había demostrado su mayor velocidad
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y destreza, y ella no sería tan idiota como para volver<br />
a intentarlo–. Se me ocurren muchas palabras distintas<br />
para describir a una mujer que frota sus caderas<br />
contra un hombre rogando en silencio que la penetre,<br />
pero «apretarse» no es una de las que me vienen a la<br />
mente.<br />
Se sintió enrojecer, mortificada.<br />
–Eres... eres...<br />
–Ahórrate los insultos, Sienna. No significan nada<br />
cuando ambos sabemos que lo que digo es verdad.<br />
Me deseas –le dijo sin rodeos.<br />
–No te hagas ilusiones.<br />
–¡Ah! La negación es una fuerza poderosa, ¿verdad?<br />
–reflexionó–. Sobre todo en el caso de las mujeres.<br />
Aparte de tejer sutiles laberintos con sus palabras,<br />
¿decía la verdad? ¿Lo seguía deseando? Tal vez físicamente.<br />
Pero emocionalmente... ¡jamás!<br />
–Que sepas qué teclas tocar y todas las maneras<br />
de seducir a una mujer...<br />
–Me estás halagando –la interrumpió con crueldad.<br />
–No significa forzosamente que ella te desee –bramó.<br />
–¿Te excitan con tanta facilidad todos los hombres?<br />
–¡Eres repugnante!<br />
–Te has vuelto fogosa –dijo mientras se percataba<br />
de que no le había respondido, aunque su orgullo no<br />
le permitía creer que ella se derritiera con otro hombre<br />
como lo había hecho con él–. Muy fogosa. Me<br />
gustan las mujeres así.<br />
–No busco tu aprobación. He madurado, Hashim.<br />
Ya no soy la jovencita dócil que creía que eras el<br />
hombre mejor del mundo.<br />
37
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38<br />
Sus palabras eran adecuadas e inadecuadas a la<br />
vez, porque hicieron que estallara, en Hashim, la burbuja<br />
del deseo frustrado, al tiempo que le recordaban<br />
sus mentiras y engaños.<br />
–Sí, muy dócil –silbó como una serpiente–. Tan<br />
joven e inocente. ¡Y un cuerno!<br />
Sienna lo miró a los ojos que centelleaban con expresión<br />
de dura condena. La había juzgado y no daba<br />
la talla. Y, maldito fuera, tenía razón. Todavía lo deseaba.<br />
–Era tan inocente, Hashim –le dijo con voz triste–.<br />
¿Por qué no lo olvidamos? Deja que me vaya y<br />
que salga de tu vida para siempre.<br />
¿Estaba loca? ¿No se daba cuenta de lo que pretendía,<br />
ni de que cuando deseaba algo siempre lo lograba?<br />
Apretó los labios. No, por supuesto que no se<br />
había dado cuenta. La experiencia que habían tenido<br />
era extraña y única. Cinco años antes lo había embrujado,<br />
y Hashim había atemperado sus habituales deseos<br />
autocráticos, aunque parecía haberlo hecho sin<br />
un esfuerzo consciente por su parte.<br />
Ahora iba a conocer al verdadero Hashim, al que<br />
trataba a las mujeres como les gustaba que las trataran.<br />
Parecía que, si eras frío y desdeñoso, te deseaban<br />
más. Una mujer se ofrecía tanto más a un hombre en<br />
la cama cuanto mayor fuera el desdén con que la hubiera<br />
tratado.<br />
–Creo que te olvidas de algo –le dijo con voz de<br />
hielo–. He contratado tus servicios y, por tanto, debes<br />
actuar en consonancia. Me tienes que respetar y escuchar<br />
lo que deseo.<br />
–¿Respetar? –repitió–. ¿Te has vuelto loco?<br />
–Sí, respetar –le rechinaron los dientes–. Es decir,<br />
si sabes el significado de esa palabra.<br />
Sienna parpadeó mientras la recorría un escalofrío
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de miedo. No era posible que pensara... que pensara...<br />
Aspiró con fuerza. Apela a su razón, se dijo. Es<br />
un hombre poderoso y, sin duda, entenderá que sería<br />
una locura prolongar esta torturante entrevista un<br />
solo segundo más de lo necesario.<br />
–Hashim –le dijo en voz baja–. No esperarás en<br />
serio que te organice una fiesta.<br />
–¿Por qué no?<br />
–Porque tenemos una larga historia juntos.<br />
–Ahora eres tú la que te haces ilusiones – le dijo<br />
airadamente–. Que hayamos salido unas cuantas veces<br />
no significa que tengamos una historia; ni el hecho<br />
de que te me abrieras de piernas –vio que su rostro<br />
se ponía muy pálido, pero prosiguió sin piedad–.<br />
Pero lo que ha despertado mi interés es tu reputación<br />
–hizo una pausa deliberada–. Tienes una reputación<br />
admirable, Sienna, al menos en el terreno puramente<br />
profesional. Tu trabajo está muy bien considerado y<br />
quiero que me organices una fiesta.<br />
–¿Quieres o exiges? –le preguntó.<br />
–Lo dejo a tu criterio.<br />
–¿Y si me niego? –le interrogó en voz baja.<br />
–Yo no lo haría –la advirtió con suavidad.<br />
–No tengo nada que perder si rechazo tu propuesta<br />
–y todo que ganar; como recobrar la cordura.<br />
–¿Eso crees? ¿En qué te basas? ¿Podrías enfrentarte<br />
a las consecuencias de hacerlo?<br />
–¿Consecuencias? –preguntó Sienna frunciendo<br />
la nariz.<br />
–Por supuesto. Comunicaría al director del hotel<br />
mi extremo desagrado porque has incumplido un<br />
acuerdo. ¿Cómo se lo explicarías? Dímelo, me encantaría<br />
escucharlo –le dijo desafiándola con sus ojos<br />
negros.<br />
Pídeselo con amabilidad, se dijo Sienna. Y aun-<br />
39
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40<br />
que las palabras amenazaban con ahogarla, consiguió<br />
pronunciarlas.<br />
–Espero que no sea necesario llegar a esos extremos,<br />
Hashim.<br />
Pero éste prosiguió como si ella no hubiera hablado.<br />
–¿Le dirías que una vez alcanzaste el clímax gracias<br />
a mis dedos? Seguro que le interesaría mucho<br />
oírlo, y puede que hasta se excitara. Pero ¿crees que<br />
eso te capacita para rechazar lo que te pido?<br />
–¡No seas tan repugnante!<br />
–Ya van dos veces que utilizas esa palabra –reflexionó–.<br />
¿Te parece que la sexualidad es repugnante?<br />
Me dejas sorprendido, puesto que la tuya te ha debido<br />
de proporcionar buenos ingresos –se preguntó si<br />
se habría gastado todo el dinero. ¿Por qué demonios<br />
no había ahorrado y empleado aquel cuerpo maravilloso<br />
para reunir un pequeño capital? ¿Por qué no se<br />
había hecho rica explotando sus fantásticos senos, en<br />
vez de dedicarse a organizar fiestas ajenas?<br />
Sienna lo intentó por última vez.<br />
–Tienes razón. Tengo una buena y sólida reputación,<br />
hasta el punto de poder permitirme el lujo de<br />
rechazarte.<br />
–Me encargaré de que corra la voz. Y la gente se<br />
hará y te hará preguntas. ¿Qué les dirás? ¿Mentirás,<br />
Sienna? ¡Qué pregunta tan estúpida! ¡Claro que sí!<br />
Ella negó con la cabeza.<br />
–Podría decir que salimos hace un par de años,<br />
podría... fingir –el uso irónico de la palabra la hizo<br />
tartamudear–. Fingir que me resultaría demasiado<br />
doloroso trabajar para ti.<br />
–Harías el ridículo.<br />
–Puedo soportarlo.<br />
–Quizá no puedas permitirte el lujo de tomar esa
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decisión –le dijo con una mirada resuelta–. O trabajas<br />
para mí o despídete de tu trabajo. Más vale que te<br />
lo creas.<br />
Se produjo una pausa.<br />
–Esto es Londres y estamos en el siglo XXI –exclamó<br />
elevando la voz, incrédula– no en un reino en<br />
el desierto donde tu palabra es la ley. Puede que seas<br />
rico y poderoso, pero, en último término, sólo eres un<br />
cliente, igual que cualquier otro –concluyó con aire<br />
desafiante.<br />
Su temple y resistencia hacían que el deseo de<br />
Hashim aumentara. ¿Tampoco se daba cuenta de<br />
eso?<br />
–Puedes quedarte aquí discutiendo conmigo todo<br />
el día, pero al final dará lo mismo. Porque voy a hacer<br />
lo que digo, Sienna: si no aceptas este encargo, te<br />
buscaré la ruina.<br />
–¿La ruina? –se rió con una risa aguda y algo histérica–.<br />
Aunque pudieras, ¿por qué lo harías? –le preguntó<br />
mientras algo le decía que sus amenazas no<br />
eran en vano.<br />
–Porque eres como una mancha negra en mi memoria.<br />
Un encuentro que nunca se debía haber producido,<br />
pero que no podré olvidar hasta que haya llegado<br />
al término que se merece.<br />
Sienna comenzaba a entender el significado de<br />
sus palabras, pero no se lo creía, no se atrevía a hacerlo.<br />
Oía los latidos ensordecedores de su corazón.<br />
–¿Y qué término es ése?<br />
Se produjo una pausa. Hashim le lanzó una mirada<br />
provocativa y burlona.<br />
–Sólo tienes que decir una palabra, Sienna, y podremos<br />
acabar lo que empezamos hace cinco años<br />
–se acarició deliberadamente el muslo y frunció los<br />
ojos–. Ahora mismo, si quieres.<br />
41
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42<br />
Sus palabras crueles la conmocionaron y retrocedió<br />
ante la sexualidad descarada que emanaba de él,<br />
resplandeciente como un halo.<br />
–¿Me estas sugiriendo que me vaya a la cama<br />
contigo?<br />
–Me da lo mismo el sitio –dijo arrastrando las palabras,<br />
y señaló con la cabeza una suntuosa chaiselongue<br />
de terciopelo escarlata–. ¿No te parece que<br />
ése sería un lugar estimulante? ¿Lo has hecho alguna<br />
vez en una de ellas?<br />
La pregunta la humilló, pero era de suponer que<br />
ésa era su intención.<br />
–Has perdido el juicio –musitó.<br />
–Mi juicio no tiene nada que ver con esto –dijo<br />
con suavidad–. Por lo tanto ¿qué dices, Sienna? ¿Vas<br />
a arriesgarte a que todo lo que has conseguido se<br />
evapore como el humo o vas a ser razonable y a<br />
aceptar el encargo?<br />
¿Razonable? Tirarse desde lo alto de un acantilado<br />
sería más sensato, pero a Sienna le importaba muchísimo<br />
la profesión en la que tanto se había esforzado. Su<br />
trabajo dependía casi por entero de las recomendaciones<br />
verbales, e incluso aunque disimulara la verdadera<br />
razón de su negativa a trabajar con Hashim, causaría<br />
una pésima impresión. Podrían empezar a pensar que<br />
tenía problemas... que era difícil trabajar con ella...<br />
¿Tenía elección? No. Pero si la voluntad autocrática<br />
de aquel hombre iba a acorralarla, era de vital<br />
importancia que dejara de comportarse como una<br />
víctima. ¿Iba a dejar que creyera que la atemorizaba,<br />
que la intimidaba, que era incapaz de resistirse a su<br />
atractivo sensual? ¡Jamás!<br />
Asintió e inspiró profundamente para darse ánimos.<br />
–Muy bien. Puesto que no me dejas otra elección,<br />
acepto tu encargo. ¿Estás satisfecho?
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Hashim sintió un cosquilleo de excitación y anticipación.<br />
Había ganado la primera batalla, una batalla<br />
que no esperaba. Se detuvo a pensar si no le habría<br />
gustado una rendición inmediata. No. No había<br />
nada mejor en la vida que aquello por lo que se había<br />
luchado.<br />
–¡Oh, no, Sienna! No estoy en absoluto satisfecho.<br />
Pero tengo la intención de estarlo. Créeme lo<br />
que te digo.<br />
A sus oídos llegaba el tono seductor de deseo que<br />
hacía su voz más profunda, pero optó por no prestarle<br />
atención. Actúa con profesionalidad, se dijo.<br />
–De acuerdo. Hablemos de negocios.<br />
–¡Ay! –la cortó en seco con un movimiento imperioso<br />
de la mano, aunque no parecía apenado–. Ahora<br />
no puede ser –murmuró–. Tengo otra cita.<br />
Sienna lo miró de hito en hito, porque sabía que<br />
podría cancelar cualquier maldita cita que quisiera,<br />
pero que había decidido no hacerlo.<br />
–Entonces nos vemos mañana para hablar de los<br />
detalles de mis requisitos. ¿Cenamos? –concluyó con<br />
voz suave.<br />
Abrió la boca para decirle que no cenaba con los<br />
clientes, pero no era verdad: claro que lo hacía. No podía<br />
rechazarlo, ambos lo sabían. Nunca se había sentido<br />
tan indefensa, como un pez con un enorme anzuelo<br />
en la boca que un hombre cruel va a sacar del agua enrollando<br />
el sedal para zampárselo de desayuno.<br />
–Muy bien. Cenaremos mañana. Pero deja de sonreír<br />
de esa manera triunfal ahora mismo, Hashim,<br />
porque la fiesta es lo único que vas a conseguir. Lo<br />
digo en serio. No me voy a acostar contigo bajo ningún<br />
concepto.<br />
Hashim no dijo nada, pero le sonrió burlonamente<br />
mientras le entregaba un grueso sobre marrón.<br />
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44<br />
–Tal vez quieras echarle un vistazo.<br />
Algo en su mirada le indicó que aquello nada tenía<br />
que ver con la fiesta, y su corazón comenzó a latir<br />
con fuerza. Se dio cuenta de lo que contenía justo<br />
en el momento de hacer la pregunta.<br />
–¿Qué es?<br />
–Un antiguo calendario. Puede que lo reconozcas.
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<strong>Capítulo</strong> 4<br />
SIENNA bajó con el sobre a una oficina vacía,<br />
sacó el calendario y lo miró sin ganas. Hacía<br />
mucho tiempo que no lo veía, y tuvo que hacer<br />
un esfuerzo para reconocerse en aquellas posturas<br />
provocativas. Creía que era recatado comparado con<br />
lo que podías ver en la actualidad, pero, a pesar de<br />
todo, nada podía ocultar la sensualidad de las fotos.<br />
La habían llevado en avión al Caribe y la habían<br />
vestido de diversas maneras. Bueno, no exactamente,<br />
ya que todas las prendas estaban diseñadas más para<br />
mostrar que para esconder, y todas le dejaban los pechos<br />
al descubierto, que era de lo que se trataba: un<br />
fino caftán mojado, la parte inferior de un bikini, un<br />
tanga brillante... Sienna cerró los ojos, pero no pudo<br />
bloquear las vívidas imágenes.<br />
Recordó su sensación inicial de pánico cuando le<br />
dijeron lo que querían que hiciera. Se había tenido<br />
que tomar dos copas de ron para poder tumbarse<br />
boca abajo en la arena y adoptar una postura provocativa<br />
y que la cámara disparara. Y nunca olvidaría el<br />
momento en que se vio en una polaroid, con la piel<br />
salpicada de arena, el pelo desordenado y los oscuros<br />
pezones erectos. Había lanzado un grito ahogado de<br />
incredulidad, y el brillo de aprobación de la mirada<br />
del director artístico le había resultado repulsivo.<br />
Incluso en aquel momento se moría de vergüenza
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46<br />
al pensar en lo ingenua que había sido. Las fotos aún<br />
tenían el poder de alterarla. Metió el calendario en su<br />
maletín con dedos temblorosos y salió del hotel, aspirando<br />
profundamente el aire caliente del verano.<br />
Pasó la noche inquieta y amaneció con un dolor<br />
sordo y constante en las sienes. Al cruzar el vestíbulo<br />
del hotel para ir a cenar, se sintió como si fuera a su<br />
propia ejecución.<br />
–¡Alegra esa cara! –le dijo el portero de noche–.<br />
Tal vez no suceda lo que temes. ¿Vas a algún sitio especial?<br />
–Voy a cenar con uno de los huéspedes –sonrió<br />
débilmente.<br />
–¡Qué suerte!<br />
–Sí, qué suerte –repitió con ironía y una risa falsa–.<br />
Al menos arriba hay aire acondicionado. La temperatura<br />
exterior es insoportable.<br />
–Dímelo a mí– dijo el portero.<br />
De la noche a la mañana había descendido una ola<br />
de calor sobre la capital con toda la fuerza asfixiante<br />
de una masa de fuego que envolviera la ciudad. En<br />
las calles que rodeaban al hotel parecía no haber aire,<br />
y Sienna tenía la garganta tan seca como si todavía<br />
estuviera fuera.<br />
En el ascensor se miró al espejo. Llevaba puesto<br />
un fresco vestido de lino, y el tono anaranjado del<br />
cristal ponía en su rostro un brillo saludable que desmentía<br />
totalmente lo que sentía en su interior. Pero<br />
no iba a consentir que pudiera con ella, ni tampoco<br />
que Hashim la intimidara.<br />
Las fotos pertenecían al pasado. No podía cambiarlo,<br />
ni reescribir su breve y confusa relación con<br />
aquel hombre. Pero le había servido de lección: en
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eso consistía la experiencia, fuera buena o mala. Habían<br />
sido hechos decisivos en su vida, que la habían<br />
convertido en una profesional decidida y segura de sí<br />
misma. El cambio no había sido fácil ni instantáneo,<br />
y no iba arrojar todo por la borda porque Hashim deseara<br />
hacerle pagar un precio erótico por lo que había<br />
sucedido hacía tantos años; o mejor dicho, por lo que<br />
no había pasado.<br />
La despreciaba, lo había dejado perfectamente<br />
claro, a pesar de que su cuerpo seguía deseándola. Y<br />
en cierto sentido, ella también continuaba deseándolo.<br />
Pero no iba a consentir que la utilizara como si<br />
fuera uno de los servicios del hotel y la dejara tirada<br />
a la primera oportunidad. Y no iba a repetir los errores<br />
que había cometido el día anterior.<br />
Si trataba de provocarla o irritarla, no se inmutaría.<br />
Si ella no reaccionaba ante sus palabras, no se<br />
produciría una escena. Si trataba de burlarse de ella,<br />
le sonreiría con frialdad. Actuaría con eficacia, dinamismo<br />
y educación; en resumen, se comportaría<br />
como una profesional, y él no podría criticarla en<br />
nada.<br />
Para su sorpresa, Hashim ya estaba sentado a la<br />
mesa. Sienna llegaba antes de la hora y esperaba que<br />
él lo hiciera tarde, pero allí estaba, haciendo que el<br />
resto de la habitación pareciera insignificante. En una<br />
mesa situada en un rincón oscuro estaban dos de los<br />
guardaespaldas, siempre presentes.<br />
Sienna avanzó hacia él mientras buscaba una señal<br />
de reconocimiento por su parte, un movimiento<br />
de cabeza a modo de saludo, pero no hubo nada. Sólo<br />
sus ojos negros que la apuntaban como los cañones<br />
de una escopeta de caza.<br />
Su cuerpo duro y delgado estaba totalmente inmóvil,<br />
pero la postura era tensa, con los poderosos<br />
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miembros contraídos como los de un león a punto de<br />
saltar. Parecía ajeno a las miradas furtivas del resto<br />
de los comensales y a la excitación casi tangible de<br />
los camareros, normalmente hartos de celebridades.<br />
Hashim la observó mientras se aproximaba, impotente<br />
y furioso por no poder reprimir la lujuria instantánea<br />
que se apoderó de él, ya que había aprendido a<br />
controlar sus deseos, a ser dueño de sus necesidades,<br />
no su esclavo. El hombre que controlaba su apetito<br />
sexual era todopoderoso, porque el sexo debilita a los<br />
hombres. Y su capacidad de control nunca le había fallado.<br />
¿Cómo, si no, podría haber dado placer a Sienna<br />
y negarle el alivio a su propio cuerpo? Y bien que<br />
lo lamentaba<br />
Pero, en cierto sentido, ella seguía constituyendo<br />
un misterio. Había conocido mujeres más hermosas,<br />
así que ¿cuál era el secreto de su atractivo? ¿El balanceo<br />
seductor de sus caderas?, ¿los ojos demasiado<br />
grandes que se asemejaban a los de un ciervo asustado?,<br />
¿o simplemente el hecho de que nunca había<br />
sido suya, pero sí de otros, de haber respetado su virginidad<br />
sólo para descubrir lo falso de su comportamiento<br />
hacia él del modo más humillante?<br />
Recorrió con la mirada sus senos, tan orgullosos,<br />
magníficos y plenos. Pero, bajo un vestido de lino<br />
corriente ocultaba su atractivo más rentable. Torció el<br />
gesto. Detestaba el lino, sin duda el tejido menos favorecedor<br />
que una mujer podía llevar, con su tacto<br />
áspero y su tendencia a arrugarse. ¿Y no era ya una<br />
hora demasiado avanzada para ir vestida con tanta<br />
modestia?<br />
Sin embargo, la familiaridad de volverla a ver lo<br />
conducía al reino desconocido de la fantasía. No solía<br />
volver al pasado, al menos, nunca lo había hecho<br />
hasta aquel momento. Para su naturaleza inquieta y
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nómada carecía de sentido. Para él no existían ni el<br />
consuelo ni el peligro de la amistad duradera. Su destino<br />
era estar solo.<br />
«Entonces, ¿por qué te saltas tus propias normas?»,<br />
se mofó de él una vocecita interior.<br />
No se levantó para saludarla cuando llegó a la<br />
mesa, y, a ella, le dolió esa falta de cortesía. ¿No podía<br />
fingir, comportarse como una persona normal?<br />
–Hola, Hashim –le dijo con toda la calma de la<br />
que fue capaz.<br />
–Sienna –sus rasgos de diamante duro no dejaron<br />
traslucir ni una sombra de emoción–. Siéntate, por<br />
favor.<br />
–Gracias.<br />
Sienna miró al camarero mientras retiraba la silla<br />
para que tomara asiento y, después, ya no hubo nada<br />
más que mirar salvo los enigmáticos ojos negros<br />
masculinos que la examinaban. Tuvo un momento de<br />
debilidad física hasta que recordó la promesa que se<br />
había hecho: comportarse como una profesional<br />
–Bueno –le dirigió una sonrisa rápida–. ¿Por dónde<br />
empezamos?<br />
–¿Tanta prisa tienes para hablar de negocios? –murmuró.<br />
–Hay que tratar de ser profesional –le respondió<br />
con frialdad.<br />
–Resulta irónico que eso sea lo que siempre dice<br />
Abdul-Aziz.<br />
Sienna recordó al secretario, a quien tanto pareció<br />
desagradar.<br />
–¿Está aquí contigo?<br />
Hashim negó con la cabeza. En su exaltación, había<br />
culpado al secretario por haberle enseñado el calendario,<br />
cuando éste se había limitado a hacer su trabajo.<br />
Pero, durante un tiempo, el jeque lo había<br />
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considerado portador de malas noticias. Hashim era<br />
tan supersticioso como cualquiera de sus compatriotas,<br />
por lo que lo había mandado a casa, separación<br />
que, en cierto modo, había sido necesaria, ya que había<br />
comenzado a desempeñar un papel que no correspondía<br />
a un secretario real. Había empezado a querer<br />
a Hashim, huérfano de padre, como a un hijo. Y Hashim<br />
no tenía necesidad alguna de más amor.<br />
–Abdul-Aziz está destinado permanentemente en<br />
Qudamah –le dijo–. Se ha casado y tiene un hijo.<br />
–¿Se ha casado?<br />
–Sí –como esta conversación le parecía demasiado<br />
íntima y familiar, la miró–. ¿No me vas a agradecer<br />
que te haya dado el calendario?<br />
Sienna se había preguntado cuándo lo mencionaría<br />
y había practicado la respuesta hasta sabérsela al<br />
dedillo.<br />
–No. Y si sigues hablando de ello, me marcho<br />
ahora mismo.<br />
–Será mejor que pidamos la comida –dijo sonriendo<br />
débilmente.<br />
Sienna miró la carta y sólo vio una masa borrosa,<br />
aunque se la sabía de memoria.<br />
–Para mí, lenguado a la plancha, sin salsa. De<br />
guarnición, ensalada.<br />
–Es lo que elegiría una mujer que esté a dieta.<br />
–En absoluto. Es lo que elige una mujer que es<br />
cuidadosa con lo que come, sin más.<br />
–¿Cuidadosa? –le brillaron los ojos–. ¡Qué curioso!<br />
No es una palabra que te aplicaría.<br />
Se inclinó hacia él. Grave error, porque ahora le<br />
llegaba de pleno su aroma sutil y especiado, que la<br />
acariciaba sensualmente. Se irguió.<br />
–¿Por qué no aclaramos algo antes de continuar?<br />
No me conoces. Quizá nunca lo hayas hecho, pero
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ahora ciertamente no me conoces. Así que no estás<br />
capacitado para juzgarme. ¿Has entendido?<br />
El camarero volvió a aparecer mientras Hashim<br />
le lanzaba una mirada que decía: «¿no lo estoy?».<br />
Sienna lo observó mientras ordenaba la comida con<br />
rapidez, casi con impaciencia, como quien se ha pasado<br />
la vida comiendo en restaurantes caros y le<br />
aburren.<br />
Y, ahora, toma las riendas, se dijo. Actúa como lo<br />
harías con cualquier nuevo cliente. Sacó un cuaderno<br />
del bolso, que Hashim miró con disgusto.<br />
–¿Es necesario? –le preguntó con acritud.<br />
–Me temo que sí. No te gustaría que me olvidara<br />
de lo me digas, ¿verdad? Y hasta ahora no me has dicho<br />
nada.<br />
–Pero parece que me estás entrevistando... ¡y estamos<br />
en un restaurante!<br />
–Fuiste tú quien lo eligió.<br />
–Ya lo sé, pero ¿habrías aceptado cenar en mi suite<br />
si te lo hubiera pedido?<br />
–Ni en sueños –lo miró retándole a desafiarla–.<br />
Supongo que tu intención era que no tuviera más remedio<br />
que escucharte.<br />
Hashim frunció los ojos mientras analizaba sus<br />
rápidas respuestas. Era inteligente. Y atrevida. Por<br />
muy buena actriz que fuera, no podía fingir ser inteligente<br />
si, en realidad, no lo era.<br />
–Sí, quizá era ésa mi intención –se la imaginó atada<br />
a la cama con cintas de satén negro, llevando lencería<br />
roja y unos zapatos de tacón de aguja a juego, y<br />
sintió la aguda punzada de una erección.<br />
–Así que ¿va a ser una gran fiesta? –le preguntó<br />
Sienna, interrumpiendo sus pensamientos eróticos.<br />
–¿Fiesta?<br />
Con un movimiento distraído de los hombros,<br />
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Hashim retomó, con esfuerzo, el tema del que estaban<br />
hablando.<br />
–No, muy pequeña. Una cena privada para diez<br />
personas.<br />
–¿Y la lista de invitados?<br />
–Uno de mis ayudantes se encargará de eso. Creo<br />
que la mayor parte de mis invitados se negarían a hablar<br />
con una desconocida.<br />
–En ese caso, no sé para qué te puedo servir –dijo<br />
a la defensiva mientras se llevaba un vaso de agua a<br />
los labios.<br />
–Serás responsable de la organización. Quiero<br />
que prepares la música, tal vez un cuarteto de cuerda.<br />
Y la iluminación: quiero muchas velas. Y el vino y la<br />
comida, en la que tiene que haber una oferta vegetariana<br />
imaginativa. El ambiente de la velada dependerá<br />
de ti, Sienna. Debes pedirme todo lo que necesites<br />
y lo tendrás.<br />
¡Qué sencillo resultaba todo cuando se era rico!<br />
Chasqueabas los dedos y tenías lo que querías. Sienna<br />
sonrió levemente. Bueno, todo no. A ella no podía<br />
tenerla.<br />
–¿Qué clase de ambiente quieres? –le preguntó–.<br />
¿Hay algún motivo especial para dar esta fiesta?<br />
Hashim vaciló un segundó.<br />
–Es una fiesta para mostrar mi agradecimiento a<br />
algunas de las muchas personas que me han hecho<br />
favores en Inglaterra–dijo con voz suave mientras recorría,<br />
reflexivo, la servilleta de lino con la punta del<br />
dedo.<br />
Extrañamente, Sienna se preguntó si los favores<br />
sexuales estaban incluidos. Aunque, dado que su aspecto<br />
atraía en aquellos momentos toda clase de miradas<br />
depredadoras, no era, a fin de cuentas, un pensamiento<br />
tan extraño.
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–¿Has pensado qué habitación del hotel quieres?<br />
Hay varias. ¿O prefieres que sea yo la que la elija?–<br />
le dijo mirándolo con expectación.<br />
–De eso se trata, Sienna –le dijo con suavidad,<br />
mirándola fijamente–. No quiero celebrarla aquí ni<br />
en ningún otro hotel. Un hotel es demasiado impersonal<br />
para lo que necesito. Quiero que me busques<br />
una casa.<br />
Sienna alzó la vista del cuaderno y se encontró<br />
con su mirada acerada.<br />
–¿Qué tipo de casa?<br />
–Una hermosa casa de campo, con jardín y vistas,<br />
una casa muy inglesa. Con un mínimo de diez habitaciones,<br />
para que mis huéspedes puedan pasar la noche<br />
si lo desean. Tiene que tener un lago en el que se<br />
reflejen la luna y las estrellas, y estar situada en un<br />
lugar que simbolice la belleza de tu país. ¿Podrás hacerlo?<br />
La poesía de sus palabras la desconcertó momentáneamente<br />
al igual que la mirada soñadora que había<br />
suavizado sus duros rasgos. Tragó saliva.<br />
–¿Cuánto tiempo tengo?<br />
–Un mes.<br />
–¿Un mes? No es mucho para encontrar la casa<br />
que buscas.<br />
–¿Quieres decir que no podrás hacerlo?<br />
–Puedo hacerlo –dijo–. Pero es posible que los invitados<br />
tengan dificultades para acudir si sólo disponen<br />
de cuatro semanas. La gente importante tiene<br />
una agenda apretada, sobre todo la gente que me<br />
imagino que vas a invitar.<br />
Hashim se rió sordamente.<br />
–No te preocupes por eso, por favor. Vendrán<br />
–dijo con voz suave–. Si así lo deseo.<br />
–¿Por orden real? –se burló mientras apoyaba la<br />
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muñeca en el vaso de agua y disfrutaba de la repentina<br />
sensación de frescor–. Dime, a título informativo,<br />
¿toda la vida has conseguido todo lo que querías?<br />
–Las cosas materiales, sí. Supongo que te refieres<br />
a eso.<br />
–Pues no.<br />
–¿No? –examinó las sombras oscuras bajo los<br />
ojos de Sienna. ¿Las tenía por su causa? ¿O había<br />
compartido la cama con un amante la noche anterior,<br />
que no la había dejado dormir? Le pillaron desprevenido<br />
los celos. Se le encogió el estómago, y se le endureció<br />
la voz.<br />
–El dinero es lo que más preocupa a la mayoría<br />
de las mujeres –afirmó con aspereza–. Ni siquiera tú<br />
serías capaz de negarlo.<br />
¡Qué cinismo mostraba! Sienna sintió que la invadía<br />
una oleada de algo parecido al arrepentimiento,<br />
ya que había contribuido a convencerlo de que las<br />
mujeres hacían cualquier cosa por dinero. Quería<br />
marcharse. Sin embargo, ¿no había una pequeñísima<br />
parte de su ser que se deleitaba con la oportunidad de<br />
volver a estar tan cerca de él, de regalarse la vista<br />
con el hombre del que había estado perdidamente<br />
enamorada, y a quien se lo había dicho?<br />
Cerró los ojos unos instantes al recordar cómo se<br />
lo había susurrado en aquella última noche terrible, y<br />
cómo él había hecho caso omiso de su temblorosa<br />
declaración.<br />
Intenta olvidar el pasado, se dijo. Miró la comida<br />
en el plato sin verla<br />
–No tienes hambre, ¿verdad, Sienna? –le dijo con<br />
una voz suave que se abrió camino entre sus pensamientos<br />
inquietantes.<br />
Pronunciaba su nombre como lo había pronuncia-
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do una vez llevado por la pasión, acentuando la última<br />
sílaba y manteniéndolo en la boca como si fuera<br />
un trago de buen vino.<br />
–No.<br />
La miraba de un modo que hacía que sintiera mariposas<br />
en el estómago. Tenía que reaccionar. Debía<br />
protegerse de su embrujo, y se preguntó cómo lo harían<br />
otras mujeres. Era evidente que no podía ser ella la<br />
única a quien embrujaran sus aires anticuados de dominio.<br />
Además, se suponía que las mujeres no debían<br />
dejarse cautivar por esas características masculinas,<br />
sino buscar tolerancia y comprensión, y no limitarse a<br />
desear que un hombre viril de ojos centelleantes las<br />
volviera locas de amor.<br />
Dejó el tenedor y apartó el plato.<br />
–Bueno, como ya hemos dejado zanjado el aspecto<br />
organizativo del asunto, y como parece que ninguno<br />
de los dos está dispuesto a comer, me perdonarás,<br />
pero tengo que marcharme.<br />
–No –lo dijo con énfasis–. No vas a ningún lado<br />
porque aún no he terminado contigo.<br />
Se preguntó si lo decía como si ella fuera desechable,<br />
algo de usar y tirar. Y, de repente, le resultó<br />
difícil no sentirse intimidada, llevar las riendas y<br />
mantenerse tranquila e imperturbable, todo lo que había<br />
aprendido para poder sobrevivir y triunfar.<br />
Quizá se trataba de una conversación que no podía<br />
evitar, y tal vez era una pérdida de tiempo tratar<br />
de hacerlo. Era como sacarse una muela: el momento<br />
de dolor terrible, ¿no se veía compensado por el alivio<br />
que se experimentaba después?<br />
–De acuerdo, Hashim, soy toda oídos –le dijo con<br />
un resto de bravuconería–. Dime lo que tengas que<br />
decir y desahógate.<br />
–Sencillamente no entiendo por qué has elegido<br />
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pasar desapercibida –le dijo pasándose el dedo por el<br />
borde de los labios.<br />
–¿Cómo dices? –lo miró fijamente.<br />
–No hay duda de que has tenido éxito...<br />
–Gracias –exclamó secamente.<br />
–Pero un éxito relativo. Me sorprende que sigas<br />
trabajando en hoteles<br />
–Muchas chicas lo hacen.<br />
–Pero no tienen tu belleza.<br />
–Hashim, por favor...<br />
–Podrías haber ganado una fortuna con tu cuerpo<br />
y, sin embargo, has elegido esto. Así que dime...<br />
–dejó la pregunta en suspenso, y Sienna esperó conteniendo<br />
la respiración. Cuando la hizo, la disfrazó<br />
con la suavidad de la cortesía, pero la repugnancia<br />
que le endurecía la mirada no dejaba lugar a dudas–.<br />
¿Por qué no has seguido con tu carrera de modelo<br />
erótica?
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<strong>Capítulo</strong> 5<br />
POR qué no has seguido con tu carrera de modelo<br />
erótica?»<br />
Con la pregunta decisiva de Hashim resonándole<br />
en los oídos, Sienna se sintió como alguien que<br />
hubiera guardado una prenda de lencería cara en un<br />
cajón y que, al sacarla, viera que había perdido el color<br />
y estaba comida por las polillas. Se sintió humillada.<br />
Rebajada. Un sentimiento que hacía mucho<br />
tiempo que no experimentaba. Miró a su alrededor<br />
por si otros comensales hubieran oído la conversación.<br />
–¿Te preocupa que nos escuchen? –le dijo con<br />
una sonrisa cruel–. Así que, ¿no alardeas de los días<br />
en que trabajabas rodeada de glamur? –pronunció la<br />
última palabra con desprecio–. ¿Te preocupa quizá lo<br />
que piensen los demás? No me lo creo, Sienna. ¿Por<br />
qué exhibes el cuerpo si temes que te descubran?<br />
¿Por qué permites que los hombres se regalen la vista<br />
con tu desnudez si después te andas con remilgos?<br />
–Me sorprende que me hagas preguntas para las<br />
que resulta evidente que tienes todas las respuestas<br />
–repuso en voz baja–. O mejor dicho, para las que<br />
has decidido que sabes las respuestas. Crees que soy<br />
un determinado tipo de mujer... así que, ¿por qué no<br />
lo dejamos ahí?<br />
–Porque siento... curiosidad.
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Sí, claro que sí. Se sentía fascinado del mismo<br />
modo que los que no pueden evitar mirar un accidente<br />
de carretera. No querrían que les hubiera pasado a<br />
ellos, pero hay algo que los obliga a mirar.<br />
–¿Por qué crees que no seguí, Hashim?<br />
–Supongo que porque, al final, te diste cuenta de<br />
que se volvería en tu contra –respondió con un encogimiento<br />
de hombros–. Que te impediría hacer realidad<br />
tu máxima ambición.<br />
–¿Y qué ambición es ésa? –le preguntó con voz<br />
débil.<br />
–Creo que viste el lado sórdido de esa industria,<br />
como suelen hacerlo las chicas que se exhiben. Te<br />
diste cuenta de que había verdaderos peligros, por lo<br />
que decidiste trabajar en el mundo real, una manera<br />
honrada de ganarse la vida, aunque mucho más dura.<br />
Pero supongo que te resulto aún más dura de lo que<br />
habías imaginado, así que buscaste una salida más<br />
fácil incluso que la de desnudarte.<br />
Sienna se estremeció.<br />
–Continúa –dijo con un hilo de voz.<br />
–Te diste cuenta de que poseías un don extraordinario<br />
que a pocos les es concedido: la belleza –su<br />
voz se volvió fría al recordar cómo lo había engañado<br />
con el truco más viejo del mundo–. Lo tienen las<br />
sirenas, y atraen a los marineros hasta llevarlos a la<br />
muerte. A los hombres les vuelve locos la belleza. Y<br />
decidiste emplearla tal como las mujeres han utilizado<br />
su aspecto y su juventud desde el principio de los<br />
tiempos: como instrumento de intercambio.<br />
Sienna tragó saliva mientras deseaba salirse del<br />
cuerpo y flotar suspendida en el aire sobre ellos dos,<br />
mirando desde arriba la horrible escena y oyendo las<br />
palabras crueles que salían de su boca.<br />
–Es de suponer que contigo.
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–Conmigo, sí –se encogió de hombros–. O con<br />
cualquiera que reuniera las condiciones. No me creo<br />
que no me hubieras descartado si hubiera aparecido<br />
alguien más rico. Querías un benefactor con dinero, y<br />
por eso decidiste interpretar el papel de Cenicienta.<br />
Elegiste un trabajo humilde de recepcionista, en el<br />
que tu belleza destacara como... –frunció el ceño<br />
como si tratara de recordar algo y luego relajó la expresión–.<br />
¡Ah, sí! Como un diamante en bruto. Mientras,<br />
esperabas y rezabas para que apareciera alguien<br />
y te sacara de allí.<br />
–Hablas un inglés perfecto, Hashim– le dijo con<br />
voz vacilante.<br />
–Ya lo sé –asintió con arrogancia–. De pequeño<br />
tuve un tutor inglés, y hablo tu lengua con tanta fluidez<br />
como la mía. ¿Por qué cambias de tema, Sienna?<br />
–¿Tú por qué crees?<br />
Si se insultaba a alguien lo suficiente, al final las<br />
afrentas le resbalaban. Que echara pestes sobre ella y<br />
soltara sus palabras venenosas: pronto se habría acabado.<br />
–Pero sigues sin contradecirme –le dijo entrecerrando<br />
los ojos.<br />
–¿Para qué? Tu estrechez de miras es de las peores,<br />
porque no aceptas la posibilidad de estar equivocado.<br />
Has decidido que las cosas son de una determinada<br />
manera, y así tienen que ser. Yo soy una modelo que<br />
se desnuda, carente de moral, aunque ahora parece que<br />
soy una cazafortunas a la que hay que despreciar.<br />
Nada de lo que diga va a cambiar el concepto que tienes<br />
de mí, así que, ¿para qué me voy a molestar siquiera<br />
en intentarlo?<br />
–¡Eso es porque no puedes defenderte de lo que<br />
digo! –la acusó.<br />
–¡No estamos en un tribunal!<br />
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60<br />
–No, pero podrías haber acabado allí – afirmó con<br />
vehemencia–. Al final elegiste bien, aunque hayas tenido<br />
que trabajar mucho para ganarte la vida. Porque<br />
las mujeres que siguen ese camino suelen acabar en<br />
una situación comprometida. La vez siguiente, o la<br />
otra, las fotos no habrían sido de tan buen gusto. Habrías<br />
envejecido, y a medida que se marchitara tu juventud,<br />
habría aumentado tu desesperación. En poco<br />
tiempo habrías aceptado cada vez menos por ofrecer<br />
cada vez más. Y un día habrías acabado totalmente<br />
desnuda en la pared del garaje de un mecánico, en<br />
una de esas posturas explícitas...<br />
–¡Eres un canalla! –le dijo entre dientes.<br />
–Tus insultos no me ofenden. Sabes que lo que te<br />
digo es verdad. Los hechos son incuestionables.<br />
Sienna levantó una mano para atraer la atención<br />
del camarero que se había aproximado a la mesa y al<br />
que veía por el rabillo del ojo.<br />
–Una copa de vino tinto, por favor.<br />
–Sí, señora.<br />
–No te has marchado hecha una furia como creía<br />
que harías.<br />
Sienna negó con la cabeza. Las piernas no la hubieran<br />
llevado a ningún sitio. Agarró la copa que le<br />
llevó el camarero y se la bebió de un gran trago.<br />
Poco a poco, el calor y la vitalidad del líquido comenzaron<br />
a correrle por las venas, en las que parecía<br />
que le habían inyectado hielo.<br />
–¿Por qué te molesta tanto? –le preguntó–. ¿Nunca<br />
habías salido con chicas con un pasado cuestionable?<br />
–Claro que sí. Pero no fingían ser lo que no eran.<br />
Había habido mujeres que no ocultaban que deseaban<br />
su cuerpo y su dinero. Y también había habido<br />
actrices, como una que había trabajado en una pelícu-
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la que había sido un escándalo en su momento. Algunos<br />
críticos la habían calificado de porno blando.<br />
Pero ninguna le había importado: habían sido aventuras<br />
sin mayor trascendencia. Lo que veía era lo que<br />
había, y así lo había aceptado.<br />
Con Sienna había sido distinto, o al menos eso<br />
creyó. Ambos habían ido mucho más en serio. Y<br />
cuando descubrió la sórdida verdad, se sintió ultrajado.<br />
Fue algo que le llevó a hacerse preguntas sobre sí<br />
mismo, a él, que nunca había tenido que cuestionarse<br />
nada.<br />
Para un hombre inmune a la duda, había constituido<br />
una dura lección darse cuenta de que su juicio no<br />
era infalible, aunque, en último término, lo había hecho<br />
más fuerte. Y si hubiera quedado una mínima<br />
parte de su carácter que siguiera creyendo en la fantasía<br />
de la mujer perfecta, Sienna la había desterrado<br />
para siempre. No volvería a cometer el mismo error.<br />
–¿Y si...? –Sienna vaciló al sentir que luchaba por<br />
algo más que el respeto por sí misma. No soportaba<br />
que la mirara de esa manera, con esa fría condena<br />
grabada en los ojos–. ¿Y si entendieras las razones de<br />
haberme hecho las fotos?<br />
–La avaricia no es difícil de entender.<br />
–Tienes que comprender que no se trató de eso.<br />
Necesitaba el dinero urgentemente –tomó aliento y<br />
fue como si una llama de fuego le bajara por la garganta.<br />
¿La creería?–. Para pagarle a mi madre una<br />
operación.<br />
–¡Bravo! –exclamó Hashim después de una pausa.<br />
Aplaudió silenciosamente y miró alrededor con<br />
una expresión de asombro burlón–. ¿Qué pasa con<br />
los violines? No los oigo. ¿No hay también una multitud<br />
de huérfanos en la puerta, esperando para que<br />
les des de comer?<br />
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–¡Es verdad! ¡Te aseguro que es verdad! –quería<br />
levantarse y golpearle el pecho con los puños; gritarle<br />
y recriminarle a pesar de todo lo que se había prometido.<br />
Pero no podía. ¿No era ése otro motivo para<br />
haber elegido el restaurante: librarse de una escena y<br />
poder insultarla cuanto quisiera sabiendo que no podría<br />
responder?<br />
–Que me creas o no es cosa tuya, pero no te miento.<br />
¿Por qué no envías a uno de tus esbirros a verificarlo?<br />
–¿Qué operación? –preguntó entornando los ojos–.<br />
¿Quizá una de cirugía plástica? ¿Era tan guapa como<br />
tú y no pudo aceptar que el tiempo le arrebatara la belleza?<br />
¡Cómo debía despreciarla! «No te des por aludida.<br />
Defiéndete con orgullo y dignidad». Sienna se<br />
mordió los labios al recordar el sufrimiento de su<br />
madre y, casi peor, su preocupación.<br />
–No fue cuestión de vanidad, pero tampoco de<br />
vida o muerte. Aunque en cierto modo lo fue. Necesitaba<br />
una operación de cadera. Tiene una escuela de<br />
equitación, y si no la operaban, corría el riesgo de<br />
quedar incapacitada y de tener que cerrar su querido<br />
negocio.<br />
Sienna bajó la mirada y se percató de que le temblaban<br />
las manos, pero eso no era nada comparado<br />
con los latidos desbocados de su corazón. Volvió a<br />
mirarlo, implorándole con sus verdes ojos. «Créeme»,<br />
decían. Nunca había experimentado una sensación<br />
de injusticia tan intensa.<br />
–Mi madre ya no sabía qué hacer, Hashim, ni yo<br />
tampoco. Así que busqué la salida más fácil, lo confieso.<br />
En una ocasión me dijeron que podía ganar<br />
mucho dinero, que no era lo bastante alta como para<br />
desfilar, pero que con mi cara y mi silueta podía ga-
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nar una fortuna. Entonces no estaba en absoluto interesada,<br />
pero lo recordé cuando lo necesité. Y lo hice.<br />
Fue una sola vez; no repetí ni volvería a hacerlo –<br />
afirmó desafiando su mirada de censura–. Es la verdad,<br />
lo juro.<br />
Se produjo un silencio momentáneo, mientras<br />
Hashim reflexionaba sobre lo que le había dicho.<br />
Una historia interesante, en el caso de que fuera cierta.<br />
Y si era así, quizá la conducta de Sienna fuera menos<br />
despreciable. Pero, ¿cambiaba algo en realidad?<br />
¿Iba a perdonarle lo que había hecho? ¡Jamás!<br />
El mundo de Hashim estaba habitado por mujeres<br />
modestas y recatadas. Era inimaginable que posaran<br />
desnudas por dinero para dar placer a los hombres.<br />
Se quedó en blanco al imaginarse el calendario con<br />
tanta claridad como si se lo hubieran puesto en la<br />
mesa. Porque no sólo eran fotos de desnudos, por<br />
muy «artísticas» que hubiera tratado de sacarlas el<br />
fotógrafo. Parecía que... Sintió un escalofrío involuntario<br />
y el deseo aumentando en la entrepierna.<br />
«Parecía que imploraba al espectador que se introdujera<br />
entre sus muslos de seda».<br />
Y cualquiera que fuese el motivo, no alteraba el<br />
hecho de que había posado para esas fotos eróticas.<br />
Pero tampoco alteraba el hecho de que la deseaba, y<br />
no descansaría hasta perderse en ese cuerpo exquisito.<br />
Y sólo al hacerlo podría apartarla de sí y olvidarla.<br />
Cuando volvió a hablar, ya había recuperado la<br />
calma.<br />
–¿Y a tu madre le pareció bien lo que hiciste? ¿Lo<br />
aprobó?<br />
–¡Claro que no! No lo supo hasta más adelante<br />
–se encogió de hombros y miró el pescado, que se<br />
estaba enfriando. Quería decirle que lo lamentaba<br />
mucho, pero no sería cierto. Estaba contenta de haber<br />
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ayudado a su madre, y la única amargura que sentía<br />
era a causa de él y de cómo había hecho que se sintiera.<br />
Pero ni siquiera eso parecía librarla del deseo,<br />
un deseo ridículo y sin esperanza. ¿Cómo era posible<br />
que ese hombre se riera de ella, la criticara y depreciara<br />
y que, sin embargo, se sintiera atraída por su<br />
cuerpo moreno y delgado y quisiera volver a ver esos<br />
ojos oscuros suavizados por la pasión?<br />
–Ya está. Asunto concluido –levantó la vista y lo<br />
miró sin titubear–. Ahora que ya lo sabes, ¿podemos,<br />
por favor, olvidar esta farsa? Es imposible que desees<br />
que trabaje para ti. ¡Que te organice la maldita fiesta<br />
otra persona!<br />
Las comisuras de los labios masculinos se elevaron<br />
a imitación de una sonrisa cruel. Seguía sin entenderlo.<br />
¡Qué estúpida!<br />
–Todo lo contrario, Sienna –afirmó con voz suave–.<br />
No quiero a nadie más Quiero que seas tú.<br />
Y Sienna comenzó a temblar.
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<strong>Capítulo</strong> 6<br />
UN mes era poquísimo tiempo, pero, en cierto<br />
modo, Sienna estaba contenta de que Hashim<br />
hubiera exigido que la fiesta se organizara en<br />
un plazo de tiempo tan corto. Si los preparativos se<br />
hubieran prolongado varias semanas, ¿a qué estado<br />
habría quedado reducida Sienna?<br />
Tal como estaban las cosas, su trabajo consistiría<br />
en encontrar un sitio para celebrarla. No había tiempo<br />
de pensar en las veladas amenazas de Hashim ni<br />
en su modo sensual de mirarla.<br />
Decidió dejar de pensar en él, se encerró en el pequeño<br />
despacho que tenía en su casa, en Kennington,<br />
y se dedicó a hacer llamadas telefónicas y a recurrir a<br />
todos sus contactos hasta que tuvo un golpe de suerte.<br />
Podía utilizar Bolland House, una mansión situada<br />
en una extensa finca en la maravillosa campiña de<br />
Hampshire. Había ido a verla y la consideraba perfecta.<br />
Había encontrado a un famoso cocinero local que<br />
empleaba productos orgánicos procedentes de las<br />
granjas vecinas. Había elegido las flores e iba a llevar<br />
a su sumiller preferido, aunque le había advertido<br />
de la posibilidad de que algunos huéspedes no tomaran<br />
alcohol, por lo que pidió una amplia variedad de<br />
refrescos que fueran más atractivos que un simple<br />
zumo de naranja.
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De hecho, todo estaba a punto. Sólo faltaban tres<br />
días, y se sentía como si se hallara en una estación<br />
espacial antes de lanzar un cohete: la tensión de la<br />
cuenta atrás era insoportable. Sobre todo con el calor<br />
que hacía.<br />
–Estoy haciendo café –alguien habló desde la cocina–.<br />
¿Quieres?<br />
–Estupendo –repuso Sienna recostándose en la silla<br />
y lanzando un suspiro.<br />
Era curioso cómo podían cambiar las circunstancias<br />
en muy poco tiempo. Hasta su encuentro con<br />
Hashim, Sienna se hallaba totalmente satisfecha. Tenía<br />
su casita en Kennington, que había comprado casi<br />
en estado de ruina. Había dedicado todo el tiempo que<br />
le sobraba a arreglarla: a quitar la pintura de las paredes,<br />
lijarlas y pintarlas de color claro y a colgar espejos<br />
para que las habitaciones parecieran mayores y<br />
más luminosas. Había ahorrado para reformar el cuarto<br />
de baño y la cocina, y había pintado la puerta de<br />
entrada de azul oscuro.<br />
Cuando la casa estuvo habitable, alquiló una de<br />
las habitaciones, como una ayuda para pagar la hipoteca,<br />
a Kat, que estudiaba en una universidad<br />
vecina su último curso de Filología. Sólo entonces<br />
se permitió el lujo de ocuparse del jardín y de intentar<br />
convertir en algo hermoso la pequeña parcela<br />
que parecía un almacén de materiales para la<br />
construcción.<br />
–Ya está el café –gritó Kat.<br />
–Ya voy.<br />
Sienna se levantó y se dirigió a la cocina, donde<br />
Kat estaba poniendo la cafetera y las tazas en una bonita<br />
bandeja. El pelo rojo le caía sobre los hombros.<br />
Al entrar Sienna, alzó la vista y sonrió.<br />
–¿Lo tomamos en el jardín?
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–Será agradable –respondió Sienna mientras oía<br />
la falta de entusiasmo de su voz al salir al sol.<br />
Se sentía ajena al resto del mundo. Normalmente,<br />
el pequeño oasis que había creado la llenaba de orgullo<br />
y placer, pero aquel día no. Veía la luz del sol filtrarse<br />
por la madreselva, pero no olía la fragancia de<br />
los capullos ni apreciaba su sencilla belleza. Parecía<br />
que la reaparición de Hashim en su vida hubiera suprimido<br />
la vitalidad de todo excepto del recuerdo de<br />
su rostro moreno y cruel y de su cuerpo duro y viril.<br />
Levantó la taza de café que Kat le había servido y<br />
la miró con tanta aprensión como alguien con vértigo<br />
que se viera obligado a saltar.<br />
–¿Me vas a decir qué te pasa? –preguntó Kat.<br />
Sienna alzó la vista. Compuso una sonrisa alegre<br />
que había logrado perfeccionar con el tiempo.<br />
–Es el trabajo, nada más. En estos momentos estoy<br />
agobiada.<br />
–No sueles quejarte de eso–observó Kat–. Normalmente<br />
te alegras de tener mucho trabajo.<br />
–Es que además hace calor –se pasó la mano con<br />
un gesto exagerado por la frente húmeda, porque<br />
¿cómo iba a contarle a Kat lo que le preocupaba?<br />
¿Qué podía decirle: tuve una aventura con un jeque<br />
hasta que se enteró de que había posado con el pecho<br />
desnudo para unas fotos y entonces...?<br />
Gotas de sudor le salpicaban la frente, y se las<br />
secó airadamente con la mano. Dicho así, sin adornos,<br />
parecía terrible.<br />
No se lo iba a contar. Porque si le hablaba de Hashim,<br />
le suministraría una identidad para siempre. Kat<br />
querría saberlo todo acerca de él, ¿quién no? No se lo<br />
contaría a nadie. Haría lo que él quería y esperaba<br />
que luego la dejara en paz.<br />
«¿Esperaba?»<br />
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Eso también era parte del problema. La había acorralado<br />
y, a pesar de todo, había algo en ella que deseaba<br />
impresionarlo. Quería organizar la cena más<br />
maravillosa del mundo, deslumbrarlo y dejarle un recuerdo<br />
mejor del que tenía de ella.<br />
¿Pero no había otra parte de su ser, obstinada, estúpida<br />
y romántica, que deseaba volver atrás y reescribir<br />
la historia?<br />
A veces comenzaba a pensar en lo que podría haber<br />
sido si no se hubiera hecho las fotos, pero se obligaba<br />
a dejar de hacerlo, ya que no tenía sentido. Si<br />
no hubiera conseguido el dinero con rapidez, su madre<br />
se habría hundido. ¿Cómo habría podido soportarlo?<br />
Y aunque Hashim no lo hubiera descubierto, su<br />
relación no habría dejado de ser simplemente una<br />
aventura. ¿Qué se había imaginado: que le regalaría<br />
un anillo enorme, se casaría con ella y la llevaría a<br />
Qudamah como su esposa? Sienna bebió un trago de<br />
café. Estaba demasiado caliente e hizo una mueca de<br />
dolor.<br />
–¡Cuidado! –le advirtió Kat medio en broma.<br />
–¡Ya vuelve a sonar el maldito teléfono! –exclamó<br />
Sienna mientras se ponía en pie de un salto y dedicaba<br />
a su compañera de casa una expresión de lamento.<br />
Pero la verdad era que se alegraba de huir de<br />
allí, de poder realizar una actividad en vez de dedicarse<br />
a eludir las preguntas de Kat.<br />
–«Fiestas elegantes» –dijo al descolgar el teléfono.<br />
Después se aferró al auricular hasta que los nudillos<br />
le palidecieron.<br />
–Hola, Sienna –dijo Hashim suavemente.<br />
Su voz le provocaba escalofríos y cerró los ojos<br />
con desesperación. No había hablado con él desde la<br />
noche del restaurante y a veces se imaginaba que
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todo había sido un sueño. Pero la vida rara vez resultaba<br />
tan amable.<br />
–Hola, Hashim –repuso con calma.<br />
Cualquier otra persona le habría preguntado si era<br />
un buen momento para hablar, pero él no lo hizo.<br />
–¿Ya está todo preparado? –le preguntó, mientras<br />
observaba cómo una rubia, al otro lado del vestíbulo,<br />
cruzaba las piernas delgadas cubiertas con medias de<br />
seda y le dedicaba una sonrisa.<br />
–Sí, todo está dispuesto –le dijo mecánicamente–.<br />
¿Tienes las fotos del sitio?<br />
–Sí.<br />
–¿Y te parece bien el menú?<br />
–Muy bien.<br />
–Los aperitivos se servirán de siete y media a<br />
ocho; la cena, a las ocho. Como es natural, estaré allí<br />
antes, para supervisarlo todo. ¿Quieres que me quede<br />
hasta el final? –preguntó con voz vacilante.<br />
–Claro que sí –exclamó con una sonrisa de anticipación<br />
en sus labios crueles–. Y tienes que ir vestida<br />
de fiesta, Sienna. Quiero que no desentones. Y que<br />
destaques –añadió burlón, mientras se excitaba al<br />
imaginársela desnudando sus pechos blancos y perfectos.<br />
Y lo haría, claro que lo haría...<br />
Abrió la boca para decirle que no necesitaba consejo<br />
sobre lo que ponerse, pero se dio cuenta de que<br />
no ganaba nada enfrentándose a él. Había que apretar<br />
los dientes y aguantar. Pronto todo habría terminado.<br />
–Estoy deseando que llegue el momento –afirmó<br />
resueltamente.<br />
La sonrisa de Hashim se endureció. Veía a la rubia<br />
pasándose la lengua por los labios, pero apartó la<br />
mirada. Nunca lo había excitado lo evidente y, además,<br />
sus pensamientos se concentraban en una única<br />
seducción.<br />
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–Esperemos que colme tus expectativas –murmuró,<br />
y sus ojos negros se dilataron como los de un<br />
gato–. Hasta el sábado –dijo y cortó la comunicación<br />
con brusquedad, antes de que la seductora pulsión<br />
del deseo se le notara en la voz. Quería que Sienna<br />
estuviera tranquila, pillarla desprevenida.<br />
Sienna colgó el auricular y se quedó mirándolo<br />
durante largos segundos. Después del sábado, todo<br />
habría terminado.<br />
Y, de repente, le resultó imposible esperar.<br />
Justo después de la hora del té, Sienna enfiló su<br />
viejo coche por el majestuoso sendero que conducía<br />
a Bolland House y entró.<br />
–¡Hola! –gritó sin obtener respuesta. Atravesó el<br />
vestíbulo en forma de arco, entró en el comedor y vio<br />
la mesa puesta para la cena. No pudo reprimir una<br />
sonrisa de satisfacción: era perfecta.<br />
Las servilletas de damasco estaban dobladas al<br />
lado de los cubiertos de plata georgiana y las copas<br />
de cristal de valor incalculable, y los candelabros estaban<br />
listos para ser encendidos. Todo estaba en orden.<br />
Había un centro de mesa floral deslumbrante, formado<br />
por fragantes flores rosas y blancas y alguna<br />
que otra rosa amarilla, que habían sido especialmente<br />
elegidas por ser los colores del jeque, los que llevaban<br />
sus jinetes, los de la bandera de Qudamah. Aspiró su<br />
aroma con agrado. Había centros de flores similares<br />
por todas partes. Sienna recorrió la silenciosa casa,<br />
preguntándose dónde estaba el servicio. Probablemente<br />
estaba disfrutando de un merecido descanso,<br />
porque resultaba evidente que había trabajado mucho.<br />
En la nevera de la espaciosa cocina había platos
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en adobo, púdines de fruta y champán. Al lado de un<br />
racimo de uvas perfecto y un plato con melocotones<br />
había una bandeja de merengues blancos como la<br />
nieve. Varias botellas de vino estaban ya descorchadas<br />
y listas para ser escanciadas en las jarras de cristal<br />
del siglo XVIII.<br />
Sienna volvió a sonreír. ¡A ver si el jeque Hashim<br />
Al Aswad era capaz de encontrar algún defecto de<br />
organización!<br />
Oyó crujir la gravilla fuera y se preguntó si el servicio<br />
habría vuelto. Miró el reloj y pensó que era<br />
probable. Pero al mirar por la ventana, vio detenerse<br />
un coche de carreras carísimo. Si era de uno de los<br />
miembros del servicio, Sienna pensó que debía cambiar<br />
de profesión lo antes posible.<br />
Cuando llamaron al timbre, volvió al vestíbulo y<br />
abrió la puerta. Se quedó helada al ver a Hashim con<br />
una sonrisa perezosa en los labios.<br />
Sienna tragó saliva. Esperaba que llevara puesto<br />
un esmoquin impecable, con una corbata negra y una<br />
camisa nívea, y unos pantalones oscuros en los que<br />
sus piernas parecieran interminables: el estilo occidental<br />
que prefería en la mayoría de las ocasiones.<br />
Pero no era así. Esa noche se había vestido con<br />
prendas que anunciaban climas mucho más exóticos,<br />
hechas de fina seda del color de las granadas y que se<br />
ajustaban suavemente a sus duros músculos. Pegaban<br />
con su abundante pelo negro y su piel dorada, pero a<br />
Sienna le recordaron otra ocasión, amargamente erótica.<br />
Sintió cómo bullían en su interior la vergüenza,<br />
el deseo y el pesar, pero prevalecía el deseo, con una<br />
intensidad que la dejó sin aliento.<br />
«Que no se me note, por favor», rogó en silencio.<br />
Hashim observó las emociones encontradas que<br />
delataba su rostro, y una emoción casi desconocida<br />
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para él lo atrapó en su trampa de seda: la excitación.<br />
–Hola, Sienna.<br />
–¡Hashim! –exclamó suavemente en un tono de<br />
voz que él no pudo descifrar–. Llegas pronto.<br />
La luz suave, pero intensa, del crepúsculo la bañaba,<br />
y Hashim pensó que nunca la había visto tan<br />
hermosa, con el pelo brillante sujeto y entretejido por<br />
pasadores resplandecientes que le dejaban al descubierto<br />
el largo cuello, como el de un cisne.<br />
El vestido era de un tejido ligero y delicado, formado<br />
por capas vaporosas de color rosa, que le recordaron<br />
los pétalos de su boca. Era un vestido discreto,<br />
pero le sorprendió, y no era la primera vez, el modo<br />
en que la insinuación de un cuerpo inflamaba los sentidos<br />
en mayor medida que el hecho de mostrarlo.<br />
¡Como si necesitara que sus sentidos se inflamasen!<br />
Pero mantuvo el rostro impasible. Había esperado<br />
mucho ese momento y era un experto en ocultar sus<br />
sentimientos. No debía atacar hasta no estar seguro.<br />
–¿No me invitas a entrar? –le preguntó burlón.<br />
Sabía que debía decirle que no le correspondía a<br />
ella invitarlo a entrar, que se trataba de su fiesta y de<br />
su dinero, pero se quedó en blanco. Su proximidad la<br />
mareaba. Se echó hacia atrás cuando él pasó a su<br />
lado, como si eso pudiera inmunizarla ante la virilidad<br />
en estado puro que emanaba de él. Pero nada podía<br />
volverla inmune.<br />
Los ojos negros examinaron su rostro como los de<br />
un zorro antes de devorar un pollo de un solo mordisco<br />
y una sonrisa jugueteó en sus labios. Una sonrisa<br />
que la hacía sentirse excitada y rara.<br />
–¿Quieres tomar algo? –le preguntó–. ¿O dar una<br />
vuelta y ver si todo está en orden?
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–No.<br />
Deseaba que no la mirara de ese modo al tiempo<br />
que no quería que dejara de hacerlo. «Serénate, Sienna,<br />
recuerda quién es».<br />
–Me temo que el servicio se ha marchado a disfrutar<br />
de un largo descanso –dijo con ligereza para<br />
disipar la tensión del ambiente.<br />
Y tal vez por eso se relajó y no lo vio venir. Pero<br />
aunque lo hubiera visto, ¿habría podido detenerlo?,<br />
¿o deseado hacerlo?<br />
Porque, de repente, Hashim tiró de ella hacia sí y<br />
la sujetó con firmeza con todo su cuerpo. Su sonrisa<br />
se endureció.<br />
«No lo hagas», se dijo sin fuerzas al sentir su<br />
musculatura y su poder. «Defiéndete».<br />
Pero no se defendió. Temblaba.<br />
Y Hashim cerró los ojos por un instante, al rodearle<br />
la cintura con uno de sus brazos, y dio un suave<br />
suspiro de triunfo al sentir sus senos contra el pecho.<br />
Pronto sería suyo lo que llevaba tanto tiempo deseando.<br />
Iba a ser más fácil de lo previsto.<br />
Le subió la barbilla con la punta de un dedo,<br />
mientras los ojos le brillaban debido al fuego que ardía<br />
en su interior, y ella sintió que se consumía bajo<br />
su mirada ardiente.<br />
–¿Qué más da dónde esté el servicio? –preguntó,<br />
y comenzó a aproximar sus labios a los de ella, como<br />
atraído por una fuerza magnética.<br />
–Pero...<br />
–Calla –le dijo mientras rozaba sus labios con los<br />
suyos–. Hay millones de cosas que quiero hacer y<br />
mostrarte. No podemos perder ni un segundo.<br />
El tiempo se detuvo. El corazón de Sienna latió a<br />
mil por hora en aquellos segundos. La cara de Hashim<br />
flotaba ante ella, enfocándose y desenfocándose,<br />
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y Sienna la recorrió con ansia para absorber sus rasgos<br />
y la cicatriz delgada e irregular que se extendía<br />
por una de sus mejillas.<br />
Pero era, sobre todo, la boca lo que la tentaba, el<br />
labio inferior suave y voluptuoso que contrastaba tan<br />
marcadamente con la línea dura y cruel del superior.<br />
Veía el brillo de los dientes blancos y el rosa de la<br />
lengua. Era como si no hubiera transcurrido todo el<br />
tiempo entremedias, como si no existiera ni hubiera<br />
existido nada excepto aquel momento y aquel lugar:<br />
aquella habitación, sus brazos, aquel ambiente de excitación<br />
y fragilidad, sus respiraciones irregulares y<br />
el perfume de las flores.<br />
–Hashim –susurró. Pero no tuvo tiempo de saber<br />
lo que quería decirle, porque los ojos masculinos se<br />
endurecieron al mismo tiempo que su cuerpo, y Hashim<br />
inclinó la cabeza, y el mundo desapareció.
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<strong>Capítulo</strong> 7<br />
UN beso podía ser una pregunta y una respuesta.<br />
Podía dar o tomar. Pero el beso de Hashim<br />
privó a Sienna de toda reacción salvo la de<br />
responderle sin poder hacer nada más. En un rincón<br />
de su mente, mil voces elevaban su protesta, pero las<br />
silenció tan despiadadamente como si fueran sus enemigos,<br />
y abrió la boca bajo los labios duros y cálidos<br />
de Hashim. Y se dejó ir.<br />
Hashim se rió con placer ante la facilidad con que<br />
la que ella apretaba sus labios con ansia contra los<br />
suyos; la risa se le formó en la parte posterior de la<br />
garganta y surgió como el gruñido suave de un cachorro<br />
de león mientras juega.<br />
–¡Oh, sí! –murmuró en su boca, y ella le devolvió<br />
un murmullo apagado e incoherente, el sonido sin<br />
sentido que a veces emitían las mujeres cuando estaban<br />
listas para el sexo.<br />
Pero Hashim fue cuidadoso. Aunque el corazón le<br />
saltaba en el pecho y el deseo lo endurecía con un<br />
fuego que era una tortura exquisita, sabía que debía<br />
llevar a cabo esa seducción con la cabeza fría. Un<br />
movimiento en falso y ella huiría de sus brazos. Una<br />
palabra indebida y todo se echaría a perder. Sabía<br />
qué teclas tocar, porque tenía mucha experiencia con<br />
las mujeres. Sabía cuándo engatusarlas y cuándo exigirles,<br />
cuándo guiar y cuándo ser guiado. Pero con
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76<br />
Sienna era distinto. Había declarado su resistencia a<br />
aquel acto, y aunque su cuerpo respondiera en ese<br />
momento, su mente podía constituir una poderosa<br />
fuerza disuasoria. Sobre todo porque se trataba de<br />
una mujer.<br />
Se dio cuenta, al desplazar la boca de su cuello a la<br />
mandíbula y comenzar a besarla suavemente, de que<br />
era la primera vez en su vida que había tenido que seducir<br />
de verdad a una mujer. Normalmente las tenía<br />
que rechazar. Recordaba vagamente algo que había leído<br />
al instruirse por sí mismo en el arte de amar, como<br />
hacían los varones de sangre real de Qudamah al cumplir<br />
los quince años de edad: que cuando una mujer no<br />
estaba segura, había que ir poco a poco y hacerle creer<br />
que no era tu intención hacer el amor, hasta que era<br />
demasiado tarde para poder detenerse. Y las mujeres<br />
no alcanzaban tan fácilmente como los hombres el<br />
punto en que no era posible volver atrás.<br />
La boca de Hashim era como una pluma, provocadora<br />
y tentadora, y Sienna echó la cabeza hacia<br />
atrás.<br />
–Hashim –suspiró, y todos sus deseos y esperanzas<br />
se centraron en esa palabra.<br />
Éste aprovechó esa chispa de consentimiento y<br />
trató de avivar el fuego con palabras dulces.<br />
–¿Qué pasa, querida Sienna? Mi dulce Sienna –susurró<br />
mientras sus labios acariciaban su garganta y jugueteaban<br />
con ella con la punta de la lengua. Era una<br />
zona erótica muy descuidaba. O eso le habían dicho.<br />
El suave gemido que profirió ella le indicó que la información<br />
era correcta. Al mismo tiempo comenzó a<br />
acariciarle las caderas, teniendo cuidado de evitar las<br />
zonas claramente erógenas–. ¿Te gusta?<br />
Sienna sintió cómo le latía el pulso. Las palabras<br />
le salieron como si no las controlara.
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–¡Oh, sí! –jadeó–. ¡Sí!<br />
Sonrió sin que ella lo viera y se atrevió a acariciarle<br />
suavemente las nalgas con la palma de la<br />
mano. Como respuesta silenciosa a la progresión de<br />
sus movimientos, Sienna se retorció contra él. La<br />
sonrisa se le borró al acariciárselas de nuevo y sostenerlas<br />
con dedos posesivos. ¡Por supuesto que respondía<br />
a sus caricias! ¿Acaso se olvidaba de la clase<br />
de mujer que era? Pero trató de apagar su ira, porque<br />
lo excitaba aún más y no deseaba arrancarle las bragas<br />
y penetrarla. Le haría tragarse sus palabras desafiantes<br />
del modo más delicado posible.<br />
«Y ella le pediría que lo hiciera».<br />
La excitó subiendo y bajando los dedos por sus<br />
muslos y rozándole el lugar en que se dividían, pero,<br />
como quien no sabe qué tomar en un banquete por<br />
exceso de oferta, se mantuvo alejado de sus senos a<br />
propósito. Apretó los labios: los reservaba para el final.<br />
–¡Hashim! –susurró maravillada mientras él iba<br />
provocando sensaciones con la punta de los dedos<br />
por toda su piel, que se inflamaba con su tacto, y<br />
conduciéndola por un sendero tan insoportablemente<br />
dulce que le resultaba increíble.<br />
La mente masculina iba más deprisa que los dedos.<br />
Si buscaba el clásico lugar de seducción, una<br />
cama, daría tiempo a que la realidad reapareciera y se<br />
rompiera el hechizo. Hashim se puso tenso y duro al<br />
darse cuenta de que tendría que ser allí. «¡Allí!».<br />
Como un escolar que no tenía donde ir. Pensarlo también<br />
lo excitó. Como siempre, la novedad tenía una<br />
fuerza embriagadora.<br />
Cuando le tocó una pierna, ella no puso objeción<br />
alguna. Sentía su impaciencia y la recompensó deslizando<br />
lentamente la mano por debajo de las finas ca-<br />
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pas de su vestido y rodeando el satén de la parte interior<br />
de su muslo. Sienna gimió.<br />
–¿Te gusta?<br />
¿Qué podía decirle? Sobre todo en aquel momento,<br />
cuando recorría la seda húmeda de sus bragas con<br />
la punta de los dedos. Le ardía la piel, el corazón se<br />
le había desbocado y su deseo era incontenible. Sólo<br />
Hashim hacía que se sintiera así, tan viva, tan maravillosamente<br />
bien. Era como una de esas estatuas que<br />
cobraban vida al final de la obra y eran capaces de<br />
vivir por fin.<br />
–Sí –se estremeció–. Sabes que sí.<br />
–Entonces abrázame, Sienna –le rogó–. Abrázame.<br />
Y cuando las manos femeninas se elevaron para<br />
agarrar sus anchos hombros, sonrió a pesar de todo.<br />
No era eso lo que había querido decir, pero en aquel<br />
momento bastaría.<br />
Llena de júbilo por la libertad de volver a tocarlo,<br />
Sienna se dio cuenta de que presionaba con la punta<br />
de los dedos la fina seda que cubría la seda infinitamente<br />
más fina de su piel. Empezó a arañar el tejido<br />
resbaladizo con las uñas, como un gato, como si quisiera<br />
arrancárselo, y Hashim se rió con deleite.<br />
–Así –murmuró agradecido–. Mucho mejor. Veo<br />
que el tiempo no ha hecho más que incrementar tu<br />
apetito.<br />
Esas palabras debían haberla prevenido, o hacer<br />
que se detuviera, pero se hallaba inmersa en una niebla<br />
dorada de deseo. Mientras, él comenzó a acariciarla<br />
con caricias lentas y expertas, y Sienna se sintió<br />
hechizada, no quería que parase, deseaba más,<br />
mucho más.<br />
Hashim apartó el tejido húmedo de sus bragas y la<br />
acarició en lo más íntimo, cuyo fuego lo quemaba.
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Sintió la calidez femenina y, esa vez, él también gimió.<br />
–¡Hashim!– gritó, sobresaltada por la sensación,<br />
como alguien que volviera a tirarse en paracaídas<br />
después de mucho tiempo y recordara lo excitante<br />
que resultaba. Y hacía tanto tiempo...<br />
–¿Te gusta? –le preguntó provocador.<br />
–Sí –exclamó como si le arrancaran la palabra.<br />
–¿Qué más te gusta?<br />
–Ya lo sabes –musitó.<br />
En medio del clamor de sus sentidos, Hashim<br />
tuvo un último atisbo de claridad: los guardaespaldas<br />
situados en la entrada y donde comenzaba la finca no<br />
podían garantizarle una total intimidad. Los malditos<br />
fotógrafos de la odiosa prensa podían estar escondidos<br />
entre la maleza y... ¡qué historia conseguirían!<br />
«Jeque pillado in fraganti con una empleada».<br />
Sin detenerse, siguió moviendo los dedos, hasta<br />
que, al mirarla, vio que estaba fuera de sí. Tenía la mirada<br />
borrosa y temblaba como una hoja. ¿Reaccionaba<br />
así con los demás hombres?, se preguntó sombríamente,<br />
mientras la serpiente venenosa de los celos se le enroscaba<br />
en el corazón. Examinó el vestíbulo y el pasillo<br />
oscuro que salía de su extremo más alejado. Allí no podrían<br />
verlos.<br />
La sintió moverse inquieta y la volvió a besar,<br />
porque sabía que un beso era más poderoso que cualquier<br />
otra cosa, que el embrujo de un beso inducía a<br />
las mujeres a enamorarse, porque descubrían en él<br />
todos sus deseos y necesidades secretos. Sintió que<br />
Sienna vacilaba una milésima de segundo antes de<br />
deshacerse en su boca y supo sin lugar a dudas que<br />
se le había rendido.<br />
La tomó en brazos y la llevó hacia las frías losas<br />
del pasillo. Una larga alfombra de seda, de colores<br />
79
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80<br />
desvaídos, suavizaba la dureza del suelo. Hashim la<br />
depositó en ella. Sienna abrió los ojos como si acabara<br />
de salir de un estado de coma y se diera cuenta de<br />
dónde estaba.<br />
–¿Qué haces?<br />
El extraño sobresalto de su rostro casi lo conmovió,<br />
hasta que recordó que a veces se hacían falsas preguntas<br />
como ésa por costumbre, no por necesidad. ¿Sabía<br />
ella que a los hombres les excitaba la inocencia? Le seguiría<br />
el juego, si eso servía para tranquilizarla.<br />
–¿Tú qué crees? –le preguntó con voz suave mientras<br />
se tumbaba a su lado, él, un jeque, tumbado en el<br />
suelo con una mujer–. Hago realidad mi sueño y fantasía<br />
más descabellados.<br />
Y también los suyos.<br />
–¿Ah, sí? –le preguntó tímidamente.<br />
–Claro –repuso tomándola en sus brazos, porque<br />
sabía que su abrazo disiparía cualquier posible duda–.<br />
Te deseo, Sienna. Hermosa Sienna. En realidad, nunca<br />
he dejado de hacerlo. ¿No lo sabías?<br />
Negó con la cabeza mientras en su mente se producía<br />
un torbellino de pensamientos confusos.<br />
–Pero...<br />
–Calla.<br />
El rostro de Hashim estaba próximo al de ella,<br />
sentía su respiración cálida y lo único que deseaba<br />
era que la volviera a besar. Sintió la dureza del suelo<br />
bajo la espalda y el duro cuerpo masculino que presionaba<br />
el suyo, y se preguntó fugazmente cómo y<br />
por qué había permitido que sucediera aquello. Pero<br />
sólo fue un pensamiento momentáneo. De repente,<br />
carecía de importancia. No podía detenerse. No quería<br />
hacerlo.<br />
Hacía mucho tiempo, Hashim le había enseñado el<br />
sabor de la pasión, lo cual la había marcado y destrui-
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do para siempre. Los hombres que posteriormente habían<br />
tratado de acercarse a ella buscaban un imposible,<br />
aunque no lo supieran en el momento. ¿No serviría ese<br />
único acto para exorcizar un fantasma demasiado real,<br />
para avanzar y librarse de su encantamiento?<br />
Se pasó la lengua por los labios secos.<br />
–No tenemos mucho tiempo. ¿Y el servicio?,<br />
¿los... los invitados? –consiguió decir.<br />
Hashim se quedó inmóvil. De haber tenido el más<br />
mínimo sentimiento de culpa por la cruel seducción<br />
que pretendía llevar a cabo, Sienna habría conseguido<br />
que se disipara con sus palabras. Sabía perfectamente<br />
lo que hacía. Estaba tan ávida de sexo como él<br />
y probablemente era casi igual de experimentada.<br />
Pues que comprobara cuál era el mejor de los amantes<br />
de todos los que había tenido.<br />
Porque también él se sentía hechizado por la sensación<br />
de algo inacabado e incompleto. Su cólera,<br />
contra ella y contra sí mismo, lo había empujado a<br />
apartarla antes de haberse saciado de ella, y esa sensación<br />
de deseo y frustración abrasadores no habían<br />
llegado a desaparecer del todo. Ahora desparecería, y<br />
sería para siempre.<br />
–Tenemos tiempo de sobra –afirmó, y el tono descarnado<br />
de avidez hizo que su voz sonara hueca,<br />
como si procediera de muy lejos, por lo que, momentáneamente,<br />
apenas la reconoció.<br />
Las manos le temblaban de deseo, y su ansia de<br />
unirse a ella era tan incontenible que tiraba por tierra<br />
todos los planes que con tanto cuidado había elaborado.<br />
Olvidado estaba el deseo, largamente acariciado,<br />
de disfrutar de sus magníficos senos, que ella había<br />
mostrado a todo el mundo. En lugar de eso, y por increíble<br />
e inexplicable que resultara, no quería esperar;<br />
mejor dicho, no podía esperar.<br />
81
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82<br />
Con un gemido, le levantó la falda y le arrancó las<br />
delicadas bragas. Ella no protestó, sino que abrió las<br />
piernas inmediatamente. En las prendas masculinas<br />
no había cinturones, botones ni cremalleras que supusieran<br />
un impedimento. Se quitó los pantalones de<br />
seda ligera con facilidad y se puso la protección necesaria<br />
con la torpeza impaciente de un escolar. Y,<br />
entonces, la tocó y empujó suavemente. ¡Por fin!<br />
Qué dulce tortura ese momento de espera, pero una<br />
tortura que iba a atesorar y saborear hasta que no pudiera<br />
resistir más.<br />
–Ahora –susurró, no como una pregunta, sino<br />
como una afirmación y, en respuesta, Sienna apretó<br />
los labios contra su hombro, mientras se abría para él<br />
y se cerraba en torno a su carne. Hashim sentía la humedad<br />
de su lengua y el duro roce de sus dientes, y<br />
no pudo contenerse más. Entró en ella con fuerza.<br />
Hubo un momento antes de que se diera cuenta,<br />
una fracción de segundo en la que comprendió lo que<br />
sucedía, pero ya era demasiado tarde. Vio cómo ella<br />
cerraba los ojos con fuerza y cómo se mordía el labio<br />
inferior; y lo supo.<br />
–¡Sienna!<br />
La palabra salió de sus labios mientras el cuerpo<br />
femenino se tensaba como un arco, antes de que la<br />
flecha de su deseo hallara el camino hasta lo más<br />
profundo.<br />
–¡Sienna! –repitió, esa vez en tono de asombro.<br />
–¡Oh! –susurró ella. La palabra fue una pequeña<br />
pluma que salió volando cuando el dolor se convirtió<br />
en una ola de placer creciente e indescriptible al comenzar<br />
Hashim a moverse dentro de ella.<br />
Había planeado conseguir su propia satisfacción<br />
sin tener en cuenta la de ella, no como había sucedido<br />
la primera vez. Pero en aquel momento las cosas
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habían cambiado. Nunca había tenido tanto cuidado<br />
con una mujer al entrar en ella, pero tampoco nunca<br />
había sentido tanto el peso de la responsabilidad sobre<br />
sus hombros.<br />
Se descubrió tierno con ella, una ternura extraña y<br />
desconocida que hacía que lo que estaba sucediendo<br />
pareciera transcurrir a cámara lenta, como una película<br />
vista a través de una lente velada por una gasa.<br />
–Ah, Sienna –pronunció su nombre dando un largo<br />
y tembloroso suspiro.<br />
Se movió lentamente todo el tiempo necesario y<br />
después un poco más deprisa. Se contuvo el tiempo<br />
necesario, y volvió a adentrarse con más y más fuerza.<br />
La incitó cuando, sin aliento, ella le pedía más,<br />
retirándose sin compasión para hacerla avanzar por<br />
aquel sendero inexorable, y justo cuando creyó que<br />
ya no podía resistir más ese autocontrol exquisito,<br />
sintió que ella comenzaba a experimentar sacudidas.<br />
Los gritos de Sienna partieron el aire, separó las<br />
piernas y arqueó la espalda mientras echaba hacia<br />
atrás el rostro bañado en sudor y pronunciaba su<br />
nombre maravillada e incrédula. Y entonces, oh dulce<br />
deseo, Hashim se dejó ir en un éxtasis que hizo<br />
que el mundo temblara, que le hizo abandonar el<br />
cuerpo. La vuelta a la tierra fue lenta, y Hashim se<br />
resistió a volver durante todo el camino.<br />
Había sido el acto sexual más increíble de su<br />
vida, pero, en realidad, no tenía que haberlo sorprendido.<br />
Al fin y al cabo, llevaba mucho tiempo esperándolo.<br />
83
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<strong>Capítulo</strong> 8<br />
EN la suave oscuridad, Sienna se dio cuenta de<br />
los latidos de su corazón, fuertes y regulares. Y<br />
luego fue consciente del latido de otro corazón,<br />
tan próximo al suyo que casi parecía tenerlo dentro de<br />
sí. Se sentía plena, como si por fin estuviera completa,<br />
y el ligero dolor en su interior sólo era un maravilloso<br />
recordatorio físico de lo que le había parecido<br />
un sueño ideal.<br />
Al abrir los ojos, contempló la escena con algo parecido<br />
a la incredulidad. No había sido un sueño. Estaba<br />
tumbada en una alfombra en un pasillo oscuro y<br />
frío, en los brazos de Hashim. Tenía el vestido enrollado<br />
en torno a las caderas y aquel hombre la miraba<br />
fijamente. Era imposible saber lo que expresaban<br />
aquellos ojos negros y brillantes, pero la pregunta que<br />
le hizo Hashim le dio una idea aproximada.<br />
–¿Por qué no me lo dijiste? –le preguntó quedamente,<br />
con una voz tan mortífera como las silenciosas serpientes<br />
que se deslizan por las montañas de Qudamah.<br />
–¿El qué? –repuso provocativamente<br />
–¡No juegues conmigo! ¡Eres virgen!<br />
El tono acusatorio de su voz hizo que la burbuja<br />
de alegría comenzara a disolverse.<br />
–Era virgen –lo corrigió.<br />
–Me resulta increíble – dijo mientras negaba con<br />
la cabeza.
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–Me parece que tienes pruebas irrefutables, Hashim.<br />
–Pero... ¿cómo?<br />
En cualquier otro momento, su incredulidad habría<br />
sido casi risible, pero en aquél resultaba dolorosa.<br />
–Será, sin duda, innecesario que te lo explique.<br />
Hashim apretó los labios. Todavía no se había recuperado<br />
del impacto de aquel increíble descubrimiento<br />
que había conseguido que su mundo se tambaleara<br />
del mismo modo que lo había conseguido el éxtasis alcanzado,<br />
porque, ante su inocencia, se habían evaporado<br />
todos sus prejuicios. Y había sucedido algo más...<br />
Desde el principio, su instinto le había dicho que<br />
era inocente, pero el calendario lo había convencido<br />
de que su inocencia era fingida. Si su instinto había<br />
estado en lo cierto, ¿qué pasaba con los sentimientos<br />
que lo habían invadido por aquel entonces, que lo habían<br />
confundido y le habían llevado a preguntarse si<br />
había hallado en ella algo que consideraba imposible?<br />
¿No le había complacido dejar de lado tales sentimientos<br />
aferrándose con alivio a su pasado dudoso?<br />
Era como si le resultara más sencillo vivir en un estado<br />
de cinismo que en uno de esperanza y deseo,<br />
como hacían otros hombres.<br />
–No tenía que haber sido así –dijo mientras volvía<br />
a negar con la cabeza aturdido y enfadado.<br />
Sienna quería decirle que había sido perfecto,<br />
pero había algo en su actitud que la desconcertaba.<br />
Se comportaba como si acabara de suceder algo vergonzoso<br />
en vez de maravilloso. Lo miró.<br />
–¿Qué ha tenido de malo?<br />
–¿De malo? –frunció la frente mientras le examinaba<br />
el rostro, como un científico inclinado sobre un<br />
tubo de ensayo–. No ha tenido nada de malo –¿por<br />
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86<br />
qué no entendía Sienna lo que pasaba?–. Pero, de haberlo<br />
sabido, no hubiera ocurrido. ¿Por qué no me lo<br />
dijiste, Sienna?<br />
Porque no había pensado en nada salvo en el roce<br />
de sus labios y en el fuerte abrazo de su cuerpo. Le había<br />
resultado imposible detener algo que llevaba tanto<br />
tiempo deseando, a pesar de negarse a sí misma que lo<br />
deseara y de decirse que no estaba bien hacerlo.<br />
–No es que estuviéramos conversando en esos<br />
momentos –dijo, consciente de que su voz tenía un<br />
tono frívolo.<br />
–La primera vez no debería tener lugar con un<br />
amante fortuito en el suelo de una casa desconocida<br />
–afirmó con voz profunda y pesarosa–. La virginidad<br />
es un don que, obviamente, has conservado, como<br />
debería hacerlo toda mujer. Deberías haberla guardado<br />
para un hombre al que ames y que te ame.<br />
Con esas tristes palabras, hizo añicos todas las ridículas<br />
esperanzas y sueños de Sienna. Se sintió<br />
como si le hubiera ofrecido flores recién cortadas de<br />
madrugada, todavía húmedas del rocío matinal, y él<br />
las hubiera arrojado descuidadamente al suelo, para<br />
que las pisadas las redujeran a pétalos aplastados.<br />
Hashim parecía hallarse muy lejos, a pesar de estar<br />
a su lado. Momentos antes la estaba besando una<br />
y otra vez, pero ya no lo hacía. Las manos de las que<br />
provenía esa magia maravillosa ya no la tocaban. Se<br />
había acabado. Y Sienna sintió el dolor sordo de la<br />
comprensión plena, que eclipsó otro más profundo en<br />
su cuerpo recién despierto.<br />
Había consentido... no, había tomado parte voluntariamente<br />
en que se produjera la situación en que se<br />
encontraba. Estar tumbada con él en aquel suelo de<br />
dura piedra y... y... No quería utilizar las palabras «hacer<br />
el amor», porque no se había tratado de eso. No
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había tenido nada que ver con el amor. Hashim se lo<br />
acababa de decir.<br />
Entonces, ¿por qué se le seguían agolpando en la<br />
mente imágenes eróticas y tiernas? Cómo había pronunciado<br />
el nombre de Hashim maravillada y sin<br />
aliento; cómo le había temblado el cuerpo de placer y<br />
cómo éste había aumentado, la había invadido y conducido<br />
a un lugar donde los sentidos eran los reyes supremos.<br />
Como una estúpida, había creído que, para él,<br />
había sido algo más que puro goce, que las palabras de<br />
aliento y placer que le había susurrado expresaban una<br />
emoción más profunda que el mero deseo, más valiosa<br />
que la lujuria. Pero se había equivocado por completo.<br />
Sienna tragó saliva y trató de librarse de los recuerdos,<br />
porque, en breve, sólo le producirían dolor.<br />
Era demasiado tarde para lamentarse, pero no para<br />
recuperar su orgullo.<br />
–Bueno, no tiene sentido hacer un examen a fondo,<br />
¿verdad? –exclamó con una nota de falsa alegría<br />
en la voz.<br />
Él se mantuvo en silencio unos instantes y luego<br />
la aprisionó con la mirada, tratando de saber.<br />
–¿Por qué no ha habido nadie más? –le preguntó.<br />
Era una pregunta que Sienna se había hecho muchas<br />
veces, pero ¡cómo alimentaría su ego monstruoso<br />
si le decía lo que ella sospechaba que era la verdad!:<br />
que era el único hombre con quien se había<br />
imaginado que podía hacer el amor. Otros lo habían<br />
intentado y fracasaron. ¿O era ella la que había fracasado<br />
al abandonar las esperanzas ilusorias y tratar de<br />
obtener lo máximo de una vida corriente?<br />
–Das a entender que he cometido un fallo por el<br />
hecho de que no haya habido nadie más –repuso con<br />
amargura.<br />
–Lo que nos pasó la ultima vez, mi forma de com-<br />
87
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88<br />
portarme... ¿Fue eso lo que te hizo rechazar a los<br />
hombres? –le preguntó entornando los ojos.<br />
–En cierto modo –pero no en el modo al que él se<br />
refería.<br />
–Debías habérmelo dicho –afirmó con voz airada–.<br />
Tenías que habérmelo dicho entonces. Pero ahora,<br />
que eres mayor y más independiente, una mujer<br />
de verdad al fin, debías haber dicho algo.<br />
–¿Me habrías creído?<br />
Otro silencio.<br />
–¿Lo habrías hecho? –insistió.<br />
–No –aceptó finalmente–. Creo que no<br />
Se sentía como si hubiera estado nadando hacia<br />
una playa conocida y hubiera descubierto que se encaminaba<br />
hacia un territorio desconocido del que no<br />
sabía nada. Todo aquello carecía de lógica. ¿Nada<br />
menos que ella? ¿Virgen?<br />
–Porque ya habías decidido la clase de mujer que<br />
era. Las fotos demostraban que era una cualquiera.<br />
–¿Una cualquiera? –preguntó entornando los ojos,<br />
pues, por una vez, le fallaba el inglés.<br />
–Una mujer que duerme con el primero que se lo<br />
propone. No viste más allá de la superficie, ¿verdad,<br />
Hashim? Te formaste una opinión de mí. Pero las<br />
personas son mucho más de lo que superficialmente<br />
aparentan. No son figuras de cartón, sino seres vivos<br />
que respiran, que tienen carne y sangre, virtudes y<br />
defectos ¿No te das cuenta? –concluyó.<br />
–Me parece que, por mi posición, soy especial<br />
–repuso con frialdad, amparándose en la invisible barrera<br />
de su estatus real–. No dispongo de tiempo para<br />
profundizar más allá de la superficie.<br />
–¿Ni ganas de intentarlo por lo menos? –lo desafió.<br />
–Quizá no –confesó, porque era imposible no<br />
contestar a aquellos ojos verdes que lo interrogaban.
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Sienna asintió e hizo un esfuerzo para manifestar<br />
la amarga verdad. Había dejado que la pasión le nublara<br />
el entendimiento, pero ahora que había pasado,<br />
veía con dolorosa claridad.<br />
–Para ti, las mujeres son objetos –susurró– que<br />
usas para obtener un placer pasajero y poco más, salvo<br />
quizá, un día, para que te den hijos.<br />
Sintió un gran anhelo, que era estúpido, al darse<br />
cuenta de que Hashim nunca la colocaría en esa categoría.<br />
Ni aunque pasaran mil años. Una mujer que<br />
había consentido en que la fotografiaran como a ella,<br />
una mujer que había caído en sus brazos con tanta facilidad,<br />
era una mujer que había que desechar. Y la<br />
dolorosa sensación de desear algo que no podría tener<br />
la invadió como una ola de amargura.<br />
Hashim se daba cuenta de que Sienna se alejaba<br />
de él, tanto mental como físicamente, lo cual reavivó<br />
el deseo que había eclipsado su sorprendente descubrimiento.<br />
Estaba acostumbrado a tener la última palabra,<br />
y lo que correspondía era que hubiese sido él<br />
quien se distanciara de ella. O quizá no.<br />
–Sienna –murmuró mientras extendía la mano<br />
para acariciarle la cara–. ¿No es demasiado tarde<br />
para lanzar reproches?<br />
Sienna tembló contra su voluntad, porque el tacto<br />
de su piel era suave, cálido y exquisito. Tenía el poder<br />
de atraerla hacia ese lugar de placer inimaginable que<br />
ya conocía. Pero, ¿a qué precio? Le apartó la mano y<br />
se incorporó.<br />
–Tienes razón. Te lo tenía que haber dicho.<br />
–Pero no podías –exclamó triunfalmente–. Porque<br />
estabas tan subyugada por mí como yo por ti. Lo que<br />
acaba de pasar ha sido tan inevitable como que el día<br />
siga a la noche. Lo sabía.<br />
–Bueno, todos tenemos derecho a equivocarnos<br />
89
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90<br />
–afirmó sin expresión–. En cualquier caso, estamos<br />
perdiendo el tiempo aquí sentados hablando. Los invitados<br />
llegarán en cualquier momento, por lo que<br />
sugiero que nos arreglemos un poco –dijo mientras<br />
se tocaba el pelo enmarañado y se preguntaba cómo<br />
se lo iba a poder peinar.<br />
Le sorprendió que no se levantara de un salto. Ni<br />
siquiera había mencionado la ausencia del servicio,<br />
ni que los invitados estuvieran a punto de llegar. Y<br />
entonces se le ocurrió otra cosa, que se deslizó por<br />
sus pensamientos como un lento veneno y que era<br />
tan horrible como lo que acababa de permitir que pasara.<br />
El corazón se le partió cuando todas las piezas<br />
encajaron limpiamente.<br />
¡Oh, no! ¿Cómo había sido tan estúpida? Se volvió<br />
lentamente para mirarlo.<br />
–No va a haber ningún invitado, ¿no es así, Hashim?<br />
Éste vio su mirada acusadora, pero no se arredró.<br />
–No.<br />
–Nunca los hubo, ¿verdad?<br />
–No.<br />
Se preparó para el siguiente golpe, aunque sabía<br />
la respuesta antes de hacer la pregunta.<br />
–¿Y el servicio? ¿Las personas a las que con tanto<br />
cuidado entrevisté y contraté y que no se han molestado<br />
en aparecer?<br />
–Prepararon la cena para no despertar tus sospechas,<br />
y luego los despedí.<br />
–Los despediste –dijo lentamente. Su plan elaborado<br />
a sangre fría la ponía enferma–. ¿Así de fácil?<br />
–No fue difícil. Les pagué todo lo acordado.<br />
–¿Todo lo acordado? –repitió con voz temblorosa,<br />
acosada por el pensamiento de que le había seguido el<br />
juego, de que había actuado conforme a sus deseos.
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La había atraído hacia una trampa sensual en la que<br />
había caído con todo el entusiasmo del converso. Sintió<br />
el aguijón del dolor, pero no iba a consentir que se<br />
transformara en lágrimas. No iba a llorar delante de<br />
él.<br />
–Supongo que chasqueaste los dedos y todo el<br />
mundo dio un salto. Tú, tu maldito dinero y tu maldito<br />
poder –susurró. La había engañado para que organizara<br />
una fiesta y poder seducirla. ¿Se podía caer<br />
más bajo? ¿Y cómo se lo había consentido? Al percibir<br />
la amplitud del engaño, se enfadó.<br />
–¿Te crees que puedes elegir a las personas, utilizarlas,<br />
moverlas como si fueran peones de ajedrez y<br />
luego echarlas por la borda cuando has acabado con<br />
ellas? –estalló<br />
Hashim la escuchaba esperando pacientemente a<br />
que pasara la tormenta. Cuando se disipara su cólera,<br />
se avendría a razones, se daría cuenta de que lo que<br />
había pasado entre ellos había sido magnífico y que<br />
dejarlo correr sería un desperdicio de primer orden.<br />
Podía llevarla al piso de arriba, a uno de los fantásticos<br />
dormitorios, donde proseguirían la búsqueda del<br />
placer. ¡Una noche en sus brazos y se le olvidaría<br />
toda la cólera!<br />
–Sienna...<br />
–¡No! –exclamó con fiereza, mientras le daba un<br />
empujón y se ponía en pie apresuradamente. Había<br />
visto cómo se le oscurecía la mirada y, a pesar de la<br />
novedad que suponía aquel juego para ella, sabía<br />
exactamente lo que significaba. ¿Confiaba en sí misma<br />
en su presencia? No. Quizá su espíritu luchara sin<br />
parar, pero, ante Hashim, su carne era la debilidad<br />
personificada.<br />
Se alejo de él tanto como le fue posible. No había<br />
un modo digno de ajustarse el vestido y las bragas,<br />
91
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92<br />
pero hizo todo lo que pudo. Luego, se echó hacia<br />
atrás el pelo, que le caía en mechones desordenados<br />
por el largo cuello.<br />
Al menos se dio el gusto de ver que Hashim se levantaba<br />
y comenzaba a arreglarse la ropa con el rostro<br />
tenso de desagrado y la ira a punto de estallar. ¿O<br />
sólo era frustración?<br />
Ella se dirigió al vestíbulo, y la calidez, el bienestar<br />
y el placer se fueron evaporando de su cuerpo<br />
como gotas de lluvia sobre un suelo abrasador. Se vio<br />
fugazmente en un espejo y la vista de sus mejillas encendidas<br />
y el cabello despeinado, el aspecto evidente<br />
de alguien que se ha dado un revolcón, la hizo retroceder.<br />
¿Cómo había permitido aquello?<br />
Recogió el bolso, y una voz aterciopelada le hizo<br />
detener sus pasos.<br />
–¿Adónde vas? –le preguntó con suavidad.<br />
Compuso la expresión, se dio la vuelta y, de repente,<br />
dejó de importarle con qué tratara de amenazarla.<br />
Que lo intentara. No podía haber nada peor que<br />
lo que acababa de permitir que sucediera, a pesar de<br />
sus supuestas buenas intenciones.<br />
–A casa –repuso con voz cortante–. ¿Adónde si<br />
no?<br />
–Podrías venirte a casa conmigo.<br />
–¡Preferiría pasar la noche en la jaula de un león!<br />
Y en ningún caso llamaría «casa» a una lujosa suite<br />
de hotel. No es tuya, es anónima, igual que este sitio.<br />
No hay nada de ti en ella, Hashim. Una habitación de<br />
lujo sin alma. Y así está tu vida: vacía –exclamó casi<br />
sin poder hablar por la furia.<br />
Una sombra oscura atravesó momentáneamente el<br />
corazón de Hashim. ¿Cómo se atrevía a hablarle así,<br />
a acusarlo de llevar una vida vacía? A él, que poseía
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palacios, yacimientos de petróleo y personas repartidas<br />
por todo el mundo dispuestas a hacer lo que se le<br />
antojara. Ninguna mujer se había atrevido a decirle<br />
algo así. Se atrevía a mirarlo y a hablarle como ninguna<br />
otra lo había hecho, casi como su igual. Volvió<br />
a experimentar la sensación de hallarse en terreno<br />
desconocido y apretó los labios con ira.<br />
–¡Te prohíbo que te vayas!<br />
–No puedes. No te pertenezco. Ni siquiera trabajo<br />
ya para ti. He hecho lo que me pedías y ahora me<br />
marcho.<br />
–¿Y qué pasa con tus obligaciones para con esta<br />
casa? –le preguntó mientras miraba con los ojos entrecerrados<br />
alrededor del espacioso vestíbulo de madera<br />
tallada.<br />
–Ya no es asunto mío. Soluciónalo tú. Toma –le<br />
dijo lanzándole las llaves.<br />
Las atrapó con una mano. Se daba cuenta de que<br />
iba a hacer lo que decía. ¡Se marchaba! Lo dejaba<br />
plantado, aunque sólo unos instantes antes había dicho<br />
su nombre sollozando. Y, de repente, se sintió<br />
lleno de admiración, a su pesar, lo que contribuyó a<br />
renovar la pulsión sutil del deseo.<br />
–¿Te han dicho lo hermosa que te pones cuando te<br />
enfadas? –le preguntó suavemente.<br />
–¿No se te ocurre nada más original que decir?<br />
–Pero aún no hemos terminado, Sienna –dijo sin<br />
alterarse–. Te lo digo claramente. Sólo has probado<br />
los placeres que puedo proporcionarte y pronto ansiarás<br />
más.<br />
–Te equivocas. Y mucho –lo miró fijamente–. Al<br />
fin y al cabo, estamos en paz. Yo te engañé y ahora<br />
me has engañado tú. Dejémoslo de una vez. Quiero<br />
olvidarme de ti y de tu falsa fiesta. De hecho, quiero<br />
olvidar todo sobre ti.<br />
93
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94<br />
Hashim negó con la cabeza y sus labios se curvaron<br />
en una sonrisa cruel.<br />
–Sigues sin entenderlo, Sienna. Eso no es lo que<br />
deseo, y los deseos de un jeque siempre se cumplen.<br />
No había prestado atención a nada de lo que le<br />
había dicho. Llena de frustración, se dio la vuelta.<br />
Salió por la entrada principal dando un portazo mientras<br />
su risa aún resonaba en sus oídos, y corrió hasta<br />
donde se hallaba su coche desvencijado, aparcado al<br />
lado del coche deportivo de Hashim. Si necesitaba<br />
una prueba concreta de las diferencias insuperables<br />
de sus vidas, lo único que tenía que hacer era mirar<br />
aquellos dos coches tan distintos.<br />
Se acabó, se dijo con fiereza.<br />
Entonces, ¿por qué miró por el espejo retrovisor<br />
para ver su figura alta y oscura y la ropa de seda que,<br />
movida por la brisa, acariciaba ese cuerpo que le había<br />
hecho el amor de modo tan dulce e inolvidable?<br />
Arrancó el coche con un gesto furioso. Se había<br />
acabado.
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<strong>Capítulo</strong> 9<br />
HASHIM la llamó por teléfono. Muchas veces.<br />
Sienna tenía activado el buzón de voz, pero<br />
una de las veces descolgó sin comprobar<br />
quién llamaba y oyó su voz. Colgó silenciosamente<br />
con mano temblorosa.<br />
Le envió un cheque por una cantidad tan inflada<br />
que la mujer de negocios que había en ella se ablandó<br />
momentáneamente, hasta que su furia la llevó a<br />
meterlo en un sobre y devolvérselo por correo. Podría<br />
haberlo roto, pero el hecho de devolverlo contribuiría<br />
a que quedase aún más claro el mensaje.<br />
Incluso le mandó flores que, por algún motivo,<br />
fue lo que más la irritó. ¿Cómo se atrevía a pensar<br />
que podía comprarla con un ramo de flores?<br />
–Son preciosas –afirmó Kat después de aspirar su<br />
aroma.<br />
–Quédatelas. Son tuyas –le dijo mientras arrojaba<br />
sin ceremonias el ramo en los brazos de su desconcertada<br />
inquilina.<br />
Su trabajo, que antes la llenaba, se convirtió de<br />
pronto en algo aburrido. Kat le preguntaba si estaba<br />
incubando alguna enfermedad. Sienna sabía que debía<br />
animarse. Tenía un negocio que mantener y no podía<br />
tener activado el buzón de voz permanentemente. Y<br />
parecía que, por fin, Hashim había comprendido, ya<br />
que llevaba casi una semana sin molestarla.
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96<br />
Estaba sentada en su minúsculo despacho, tratando<br />
de concentrarse en una fiesta de compromiso matrimonial<br />
que parecía burlarse de ella con su canto al<br />
amor cuando sonó el teléfono de su escritorio. Los<br />
pelillos de la nuca comenzaron a erizársele al oír una<br />
voz inquietantemente familiar, oscura y sedosa; y vaciló<br />
un instante. Podía colgar, desde luego, o tener el<br />
valor de decirle que la dejara en paz. No podía seguir<br />
huyendo eternamente.<br />
–¿En qué puedo servirte, Hashim? –le preguntó<br />
con frialdad.<br />
–¿Por qué no has cobrado el cheque que te envié?<br />
–Porque no quiero tu dinero.<br />
–Ah, Sienna –dijo con un arrullo–. ¿No te das<br />
cuenta de que el rechazo excita a un hombre?<br />
Sobre todo a uno que no estaba habituado a que<br />
se le resistieran.<br />
–No lo hago por eso –repuso con voz de hielo.<br />
Hashim lo sabía. Como estratagema habría fallado,<br />
porque él se habría percatado.<br />
–Quiero verte –le dijo con suavidad.<br />
–Pues no puedes –exclamó, mientras recordaba,<br />
contra su voluntad, sus burlones ojos oscuros.<br />
¿No se daba ella cuenta de que oía la nota de vacilación<br />
en su voz y el deseo involuntario que se asemejaba<br />
al suyo? Su voz se convirtió en una caricia<br />
burlona al sentir la ardiente punzada del deseo.<br />
–Entonces dilo como si lo creyeras de verdad.<br />
Sienna cerró los ojos, lo cual sólo sirvió para empeorar<br />
las cosas, porque las imágenes se habían convertido<br />
en las de un cuerpo duro penetrándola con<br />
una dulzura casi desgarradora.<br />
–No hay razón para que nos veamos –afirmó.<br />
–Todo lo contrario. Hay muchas razones. Tengo<br />
que hacerte una propuesta.
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–¿Una propuesta? –preguntó con una voz en la<br />
que se adivinaba la sospecha–. ¿No estarás organizando<br />
otra fiesta ficticia?<br />
–Mira, es una idea –le dijo riéndose–. Vamos a<br />
vernos y te lo explicaré.<br />
–¿Has oído lo que te he dicho? No quiero que me<br />
llames ni que me mandes flores y, sobre todo, no<br />
quiero verte, Hashim.<br />
–Sí quieres –murmuró–. Y los dos lo sabemos.<br />
Estás inquieta, igual que yo. ¿Por qué te resistes?<br />
Para empezar, tu trabajo se resentirá.<br />
Tenía razón. Tenía más trabajo del que podía<br />
atender dentro de unos límites razonables, y la paradoja<br />
consistía en que no tenía ganas de hacerlo. Había<br />
necesitado toda la concentración que poseía para<br />
no quedarse sentada mirando el vacío, pensando en<br />
el jeque y tratando de aprender a no desearlo, pero en<br />
realidad... ¡La realidad era tan distinta!<br />
–Si nos vemos, ¿prometes que después me dejarás<br />
en paz?<br />
Hashim sonrió con ironía. ¿Cómo había conseguido<br />
esa mujer llegar tan lejos con esa lógica tan terrible?<br />
–Si es lo que deseas.<br />
Desear. ¡Qué palabra tan peligrosa y provocativa!<br />
Sienna cerró el puño con fuerza al sentir el vacío de<br />
su corazón.<br />
–Di el sitio y la hora.<br />
–Ahora.<br />
–¿Ahora?<br />
–Estoy muy cerca de tu casa. Te espero.<br />
–Estás de broma.<br />
–¿Qué pasa, Sienna? –se burló–. ¿Nunca actúas<br />
con espontaneidad?<br />
Llevaba puestos los vaqueros más viejos que tenía<br />
97
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98<br />
y una camiseta que le había dado uno de los jugadores<br />
del equipo de fútbol de la universidad. Tenía el<br />
dobladillo roto y una mancha de no sabía muy bien<br />
qué. Se miró en el espejo el pelo sucio, que se recogió<br />
en una cola de caballo. Tal vez si la veía así, la<br />
Sienna real y esencial, Hashim entraría en razón.<br />
–Está bien –le dijo lentamente–. Voy a verte.<br />
–Dentro de cinco minutos –zanjó la conversación<br />
y colgó.<br />
Se entretuvo solamente en lavarse los dientes<br />
mientras se decía que habría hecho lo mismo por<br />
cualquier otra persona. Se puso unas chancletas y salió<br />
preguntándose dónde estaría esperándola.<br />
No tardó mucho en descubrirlo. Una brillante limusina<br />
con los cristales oscurecidos se hallaba aparcada<br />
al final de la calle, probablemente porque, al ser<br />
tan estrecha, no podía avanzar más. Delante y detrás<br />
del vehículo había dos motoristas, vestidos de cuero,<br />
en potentes motos. Era como la escena de una película,<br />
y Sienna vio un par de cortinas que se movían<br />
mientras se dirigía hacia él.<br />
Mis vecinos no volverán a mirarme igual, pensó,<br />
mientras el chófer se bajaba y le abría la puerta. Se dijo<br />
que no podía ser maleducada con el empleado de Hashim,<br />
por lo que no tuvo más remedio que introducirse<br />
en el lujoso asiento trasero. Sus ojos tardaron unos segundos<br />
en acostumbrarse a la débil luz, y vio a Hashim,<br />
sentado de forma poco elegante, que la observaba.<br />
Ese día iba vestido al estilo occidental, sin nada<br />
de seda brillante a la vista. Un traje oscuro de corte<br />
inmaculado, una camisa nívea y una corbata que resplandecía<br />
débilmente en la escasa luz existente. El<br />
corazón de Sienna comenzó a latir con fuerza.<br />
–Qué amable has sido saliendo tú mismo del coche<br />
–le dijo con ironía.
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–Pensaba en tu reputación.<br />
–Mientes.<br />
Hashim se rió.<br />
–Me juzgas de manera totalmente errónea,<br />
Sienna. Dicen que mi franqueza a veces resulta<br />
brutal.<br />
Brutal. Sí. Había un aspecto brutal en su naturaleza<br />
que, sin embargo, contrastaba con la extraordinaria<br />
dulzura que le había demostrado cuando se hallaba<br />
indefensa en sus brazos. Sintió los labios secos y,<br />
como si le hubiera leído el pensamiento, Hashim se<br />
inclinó y se los rozó con los suyos; apenas fue un<br />
beso, pero inflamó los sentidos de Sienna.<br />
–No lo hagas –dijo con voz débil.<br />
Con la misma habilidad fría y calculadora que le<br />
había convertido en un jugador de póquer de fama<br />
mundial la besó hasta que la oyó suspirar, y luego se<br />
detuvo y se reclinó en el asiento para examinarla.<br />
Apretó un botón que había a su lado y dijo algo que<br />
ella no entendió. El coche comenzó a acelerar.<br />
–¿Adónde vamos? –preguntó alarmada.<br />
–A dar una vuelta. Así llamaremos menos la atención.<br />
Este coche suele atraer a los viandantes.<br />
–Entonces, ¿por qué no te desplazas en otro menos<br />
ostentoso? –le preguntó mordazmente.<br />
–Porque no puedo –respondió con sencillez–. Tiene<br />
que ser un vehículo blindado.<br />
Quizá por primera vez, Sienna se dio cuenta de<br />
los inconvenientes de su vida. ¿No era cierto que una<br />
parte de ella había creído que los guardaespaldas que<br />
lo acompañaban eran puro lucimiento, una especie de<br />
indicador de su poder y elevada posición? No se había<br />
detenido a pensar que podían dispararle, y al hacerlo<br />
en aquel momento, se le encogió el estómago<br />
de angustia.<br />
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–Seamos los dos sinceros –dijo Hashim en voz<br />
baja–. ¿Puedes serlo?<br />
–No me haces caso cuando lo soy.<br />
–No, Sienna –negó con la cabeza–. Me refiero a<br />
ser sinceros de verdad, no a que digas lo que crees<br />
que debes decir, sino a lo que verdaderamente sientes<br />
en el fondo de tu corazón.<br />
–Estoy en desventaja, ya que tú no tienes corazón.<br />
Se quedó callado porque no era la primera vez<br />
que le lanzaban semejante acusación.<br />
–¿Has pensado en mí?<br />
Sienna iba a decir que no, pero algo en sus ojos la<br />
detuvo.<br />
–Sí.<br />
–A mí me sucede igual –dijo asintiendo–. Apenas<br />
he pensado en otra cosa. Cómo te sentí en mis brazos.<br />
Me obsesionas, Sienna, porque no olvido el importante<br />
regalo que me hiciste.<br />
–Que me arrebataste, querrás decir –lo corrigió en<br />
voz baja–. Me tendiste una trampa y me sedujiste,<br />
que era lo que pretendías desde el principio.<br />
–Sí –confesó con amargura–. Soy culpable de eso,<br />
te he robado tu mayor virtud. Pero no lo habría hecho<br />
si hubiera sabido que eras virgen, y tu virginidad lo<br />
ha cambiado todo –hizo una pausa para contemplar<br />
la exuberante plenitud de su boca y, al retomar la palabra,<br />
lo hizo con voz casi reflexiva–. Lo que ha habido<br />
entre nosotros no ha sido suficiente ni para ti ni<br />
para mí. Estabas hermosa y receptiva, pero tu iniciación<br />
en los placeres del cuerpo no debería limitarse a<br />
una sola sesión sobre un suelo frío, sin estar siquiera<br />
desnudos.<br />
Sienna se alegró de que la luz fuera tan tenue,<br />
porque comenzó a sonrojarse, y él se dio cuenta. Entornó<br />
los ojos, y Sienna se preguntó si estaría recor-
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dando, como ella, la primera vez que se ruborizó, hacía<br />
ya tanto tiempo.<br />
–Se acabó –le dijo, consciente de la falta de convicción<br />
de sus palabras. ¿Se debía a que no quería<br />
que terminara?<br />
Hashim pensó que era extraño que una mujer se<br />
ruborizara inocentemente cuando había perdido la<br />
inocencia.<br />
–Te equivocas –susurró–. No ha terminado. De<br />
hecho, acaba de comenzar.<br />
Sienna parpadeó porque, de pronto, la situación<br />
había cambiado. ¿Le estaba pidiendo que fuera su<br />
novia?<br />
–¿Qué quieres decir? –susurró.<br />
–Llegaste a mí carente de experiencia, una hermosa<br />
novata –afirmó con voz ronca–. Y en cierto<br />
modo, era algo nuevo tanto para mí como para ti –le<br />
brillaron los ojos–. Nunca había estado con una virgen.<br />
Lo decía como el jinete que había intentado saltar<br />
más alto de lo habitual. Sus prosaicas palabras hicieron<br />
añicos la débil esperanza que había comenzado a<br />
brillar en la vida de Sienna. Pero tal vez era una suerte,<br />
porque la palabra «virgen» estaba cargada de emoción,<br />
y se daba cuenta de que la emoción podía cambiar de<br />
carácter, en todos los sentidos del término. Podía debilitarte<br />
cuando más necesitabas ser fuerte.<br />
–¿Lo dices para que me sienta halagada?<br />
–Sí. Porque te confieso que la experiencia me ha<br />
resultado profundamente conmovedora.<br />
Como confesión bordeaba la arrogancia y, de haberse<br />
tratado de otro, Sienna lo habría dicho. Pero<br />
algo la detuvo: quizá su mirada, que, como si hubiesen<br />
arrancado un velo que la cubriera, expresaba una<br />
chispa de arrepentimiento, lo cual, inesperadamente,
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le confería un atisbo de vulnerabilidad y recordaba a<br />
Sienna que, en el fondo, sólo era un hombre, que<br />
todo lo demás era envoltorio.<br />
–Continúa –dijo con seguridad–. Me pica la curiosidad.<br />
–Quiero enseñarte todo lo que hay que saber del<br />
arte de amar –su sonrisa dejaba traslucir el deseo.<br />
Hizo una brevísima pausa antes de volver a hablar–.<br />
Quiero que seas mi amante.<br />
Sienna se quedó paralizada.<br />
–¿Qué?<br />
–Te elijo para ser la amante del jeque.<br />
Lo decía de un modo tan... mecánico.<br />
–¿Hay una vacante? ¿O voy a compartir el puesto<br />
con otra? –le preguntó mordazmente.<br />
Hashim estaba tan acostumbrado a la obediencia<br />
absoluta, a la conformidad agradecida y entusiasta de<br />
las mujeres que lo adoraban, que, por un momento,<br />
se sintió desconcertado ante la actitud de Sienna.<br />
–Me parece que no te das cuenta del honor que te<br />
hago –le dijo con voz glacial.<br />
–Probablemente no –repuso Sienna con voz grave–.<br />
Quizá podrías contarme algo más sobre lo que<br />
implica ese puesto tan apasionante.<br />
Como nadie jamás se había burlado de él, no reconoció<br />
el tono de mofa de su voz. Nunca había tenido<br />
que convencer o tentar a una amante, por lo que,<br />
hacerlo, no le salía espontáneamente.<br />
–Tendrás una cuenta con total disponibilidad<br />
–echó una mirada desdeñosa a sus vaqueros y a la camiseta<br />
manchada–. Y en el futuro te comprarás la<br />
ropa que te guste y que le guste a tu jeque.<br />
–¿Quieres alguna prenda en especial? –le preguntó<br />
con voz sumisa–. ¿Qué colores prefieres?<br />
Hashim entrecerró los ojos con recelo. ¿Se avenía
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sin discutir? ¡Maldita mujer! ¿Por qué tenía salidas<br />
que le seguían sorprendiendo?<br />
–Es evidente que lo que llevas puesto resulta totalmente<br />
inadecuado.<br />
–Evidente –asintió Sienna con voz segura.<br />
–Quiero que, de ahora en adelante, lleves seda y<br />
satén –dijo con frialdad–. Y terciopelo y encaje. Nada<br />
que resulte masculino –se estremeció–. Te vestirás<br />
para complacerme, porque si estoy contento, tú también<br />
lo estarás.<br />
–¡Qué deliciosamente sencillo parece! –murmuró<br />
Sienna–. ¿Algo más?<br />
Le brillaron los ojos de anticipación al imaginársela<br />
en ropa interior delicada que pudiera arrancarle.<br />
–Como sabes, paso la mayor parte del tiempo en<br />
Qudamah, pero voy con frecuencia a ciudades importantes<br />
en viaje de negocios, en nombre de mi país y,<br />
cuando lo haga, quiero que vengas conmigo. Te enviaré<br />
mi avión privado –le prometió con voz de terciopelo.<br />
Sienna hizo caso omiso de la propuesta que le hacía.<br />
–¿Y mi trabajo? –le preguntó con seriedad.<br />
–¿Tu trabajo?<br />
–O, mejor dicho, mi profesión –se corrigió–. He<br />
partido de cero y he trabajado duro. No puedo abandonarla<br />
así como así para marcharme a cualquier rincón<br />
del mundo porque se me antoje.<br />
–Ya no será necesario que trabajes. Tendrás todo<br />
el dinero que necesites. Puedes dejar tu empleo –le<br />
dijo lanzándole una mirada impaciente.<br />
¿Dejarlo? Sienna no pudo controlarse más. ¿Es<br />
que aquel hombre no tenía ni idea de cómo vivía la<br />
gente de verdad? Suponía que no.<br />
–No voy a hacerlo –exclamó–. Estoy orgullosa de
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mi trabajo, Hashim. Tengo varios contratos en perspectiva.<br />
–Subcontrátalos.<br />
–No.<br />
–¡Mi paciencia se está acabando, Sienna!<br />
–¡Y la mía! ¿Es que te has creído que me puedes<br />
comprar?<br />
Se produjo un silencio momentáneo.<br />
–Todo el mundo tiene un precio. Tú más que nadie<br />
deberías saberlo.<br />
–¿Aún sigues con lo de esas malditas fotos? ¿Es<br />
que no puedes dejarlo de una vez? –lo miró fijamente<br />
y se volvió hacia la puerta–. No voy a permitir que<br />
me sigas insultando. Has logrado tener sexo conmigo,<br />
Hashim, conténtate con eso.<br />
De repente, éste deseó poder tragarse las palabras<br />
que había dicho.<br />
–No te vayas, Sienna –la agarró del brazo y comenzó<br />
a acariciárselo–. Por favor.<br />
Sienna cerró los ojos. El tacto de su mano apaciguaba<br />
el torbellino interno que experimentaba. Reconoció<br />
que su ruego le resultaba desconocido. Había<br />
estado firme, demostrado su independencia y su orgullo,<br />
pero nada podría alterar el efecto que aquel<br />
hombre siempre le había causado y seguía causándole,<br />
la sensación de derretirse por dentro cada vez que<br />
la tocaba, la de sentirse viva por su sola presencia. Si<br />
prescindía de eso, no tendría que considerar nada<br />
más, pero era demasiado poderoso para no tenerlo en<br />
cuenta. Volvió a abrir los ojos.<br />
–No se trata únicamente de lo que tú quieras,<br />
Hashim, sino también de lo que yo quiera.<br />
Estaba casi seguro de que, por increíble que pareciera,<br />
iba a rechazarlo, por lo que esa vez fue Hashim<br />
el que se sorprendió. ¿Estaba jugando con él?
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105<br />
–¿Quieres decir que vas a considerar mi propuesta?<br />
–Claro que sí. La mujer que no lo hiciera sería estúpida,<br />
¿verdad? Al fin y al cabo, no todos los días le<br />
ofrecen a una la oportunidad de representar el papel<br />
principal de Cenicienta.<br />
Inexplicablemente, una sensación fugaz de desencanto<br />
empañaba el triunfo de Hashim, porque parecía<br />
que Sienna se iba a rendir, y le gustaba pelearse con<br />
ella.<br />
–Entonces, ¿estás de acuerdo?<br />
–Sólo si aceptas mis condiciones.<br />
–¿Tus condiciones? –repitió indignado.<br />
–Por supuesto. ¿Por qué iba a tener que ser todo<br />
como tú quieres?<br />
«¡Porque así había sido toda su vida!».<br />
–Dímelas –repuso con voz cortante.<br />
–Pues, para empezar, puedes irte olvidando de la<br />
tarjeta de crédito con total disponibilidad. No la quiero,<br />
aunque gracias. No gano una fortuna, pero lo que<br />
gano lo hago honradamente, y no suelo pasar desapercibida<br />
a pesar de no ponerme ropa cara. Y sólo<br />
volaré para verte si me conviene –porque la historia<br />
acabaría pronto y, cuando así fuera, necesitaría ganarse<br />
la vida como siempre–. Seguiré viviendo como<br />
hasta ahora. Si quieres verme, tendrás que amoldarte<br />
a mi vida.<br />
–¡Lo que me pides es escandaloso! –protestó.<br />
–Pues olvida todo lo que hemos dicho –afirmó<br />
encogiéndose de hombros–. De hecho, a largo plazo,<br />
sería lo mejor para mí –añadió con sinceridad.<br />
–Pero a corto plazo no deseas olvidarlo –murmuró<br />
mientras la atraía hacia sí–. En este preciso instante, tu<br />
cuerpo me reclama. Sabes que me estoy excitando, del<br />
mismo modo que tú estás húmeda de deseo, ¿verdad?
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106<br />
–Hashim, eres... eres...<br />
Pero se olvidó de lo que iba a decir, porque<br />
Hashim le había metido las manos por debajo de la<br />
camiseta y sostenía los ansiosos montículos de sus<br />
senos.<br />
–¿No llevas sujetador? –le preguntó con voz temblorosa,<br />
escindido entre la excitación y la desaprobación,<br />
al sentir aquel peso aterciopelado en las manos.<br />
–Nunca lo llevo cuando estoy en casa trabajando.<br />
¡Oh! –exclamó cuando él inclinó la boca hacia uno<br />
de los pezones endurecidos y comenzó a lamerlo.<br />
Una de sus manos le rozó la cintura, descendió a la<br />
cinturilla de los pantalones y después al centro de su<br />
feminidad, y la tocó a través del tejido, una y otra<br />
vez.–. Hashim, ¿qué haces?<br />
–Adivínalo.<br />
–Pero estamos en un coche.<br />
–El chófer no nos ve. ¿Quieres que pare?<br />
Se retorció de placer ante su tacto. Todavía no.<br />
Un par de minutos más y le diría que parara.<br />
–No podemos hacer nada con los vaqueros puestos,<br />
¿verdad? –preguntó sin aliento.<br />
–¿No podemos? –se rió mientras rozaba con suavidad<br />
su lugar más íntimo.<br />
¿Cómo era posible que se sintiera así? Era como<br />
si le tocara la carne en vez del grueso tejido de los<br />
pantalones.<br />
–Hashim...<br />
–Calla. Déjate ir –le pidió, excitado al verla–. Déjate<br />
ir.<br />
Y eso hizo, para su vergüenza. Se olvidó de que<br />
se estaba retorciendo en la parte trasera de un automóvil,<br />
Dios sabía dónde. Se olvidó de que quizá había<br />
recuperado parte de su orgullo al devolverle el<br />
cheque y no contestar a sus llamadas. Se limitó a
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107<br />
obedecer las exigencias de su cuerpo y se dejó llevar<br />
por aquel torrente dulce e irresistible.<br />
–¡Oh! –casi sollozó cuando Hashim aumentó el<br />
movimiento del dedo.<br />
–Sí –murmuró él–. Estás tan cerca, Sienna. Tan<br />
maravillosamente cerca. Deja que te mire mientras te<br />
doy placer. Déjame ver cómo llegas al éxtasis.<br />
Y volvió a invadirla esa sensación de estar fuera<br />
del mundo, volando hacia el paraíso, causada por la<br />
experta caricia de los dedos masculinos. Y, de repente,<br />
comenzó a gritar, a lanzar suaves gritos de placer<br />
estupefacto, hasta que la fiera presión de la boca de<br />
Hashim le impidió seguir emitiendo sonidos, y su<br />
cuerpo estalló en un millón de hermosos fragmentos.<br />
Durante innumerables segundos sintió los espasmos<br />
de su cuerpo estremecido, hasta que fueron desapareciendo<br />
lentamente para convertirse en la calidez<br />
de la alegría. Se dio cuenta de que Hashim le<br />
apartaba, con una caricia, el pelo de la frente bañada<br />
en sudor.<br />
–¿Cómo es posible que haya sucedido eso? –susurró,<br />
casi para sí–. ¿Cómo?<br />
Hashim sonrió sin que lo viera. ¡Qué poco sabía y<br />
cuánto tenía que enseñarle! Alzó la barbilla para poder<br />
mirarla con sus ojos negros burlones y penetrantes.<br />
–Ah, Sienna –le dijo con voz suave–. ¿Ves todo lo<br />
que tienes que aprender?<br />
Hecha un ovillo en sus brazos después del clímax,<br />
se hallaba en un estado de máxima vulnerabilidad.<br />
–Tal vez sí –asintió con voz soñolienta.<br />
Quizá cuando entregabas tu corazón por primera<br />
vez era difícil recuperarlo. Con Hashim siempre había<br />
tenido la sensación de haber dejado algo sin terminar:<br />
¿no lo había dicho él mismo? Quizá ésa era la
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108<br />
respuesta. Si lo veía con más frecuencia, ¿no disminuiría<br />
la magia que lo rodeaba, que hacía que lo viera<br />
como no veía a los demás hombres?<br />
–Entonces, ¿estás de acuerdo en ser mi amante?<br />
Sienna volvió la cara hacia la suya y abrió mucho<br />
los ojos.<br />
–Sólo de manera estrictamente informal.<br />
–¿Y vas a volver ahora conmigo al hotel para que<br />
te invite a cenar?<br />
Y es de suponer que también a la cama. Pero eso<br />
era lo que hacía una amante, y ¿quién era ella para<br />
quejarse si eso implicaba que Hashim le haría el<br />
amor?<br />
–Primero tengo que ir a casa a ducharme.<br />
Hashim sonrió lentamente anticipando lo que iba<br />
a suceder.<br />
–Nos bañaremos juntos –le dijo. Y mandaría esa<br />
ropa de ella tan desagradable a la lavandería.
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Seis meses después<br />
<strong>Capítulo</strong> 10<br />
–Llegas tarde –dijo Hashim con frialdad al entrar<br />
Sienna en la habitación del hotel.<br />
–Sólo un poco.<br />
–Llevo esperándote más de una hora –le dijo con<br />
una voz que no presagiaba nada bueno.<br />
–Lo siento, cariño –se quitó el abrigo de cachemira<br />
verde que había consentido que Hashim le regalara<br />
en Navidad. Era lo único que había permitido<br />
que le comprase, y eso porque era Navidad. Aunque,<br />
como había apuntado burlona, él no celebraba esas<br />
fiestas.<br />
–Pero tú sí –le había respondido con un gruñido.<br />
En cierto sentido le frustraba que Sienna se hubiera<br />
negado firmemente a recibir la lluvia de regalos<br />
que él creía que se merecía. Pero Hashim no tenía el<br />
monopolio de la frustración. Sienna había descubierto<br />
enseguida que ésta iba de la mano de los placeres<br />
de ser la amante del jeque.<br />
Era una existencia totalmente irreal.<br />
Buena parte de sus encuentros tenían lugar en secreto,<br />
tras la puerta cerrada de la habitación de un<br />
hotel, donde se perdían uno en brazos del otro. A veces<br />
se escapaban a un restaurante discreto, aunque
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110<br />
siempre seguidos de cerca por la presencia constante<br />
de los guardaespaldas.<br />
Era más fácil en París o en algunas ciudades españolas,<br />
por el anonimato que proporcionaban, pero estar en<br />
el extranjero aumentaba la sensación de irrealidad de<br />
Sienna, la certeza de que la relación no podía durar y su<br />
miedo de que terminara. No sabía si sería menos doloroso<br />
que acabara pronto o que lo hiciera más adelante.<br />
Era como si lo que había entre ellos fuera tan frágil,<br />
que cualquier análisis pudiera hacerlo trizas. Ni<br />
siquiera podía hablar de ello con sus amigas, ni con<br />
su madre, por supuesto. Cuando se tenía una relación<br />
normal y se experimentaba el temor normal al preguntarse<br />
hacia dónde se encaminaba, se podía recurrir<br />
al consejo de un amigo. Pero ser la amante de alguien<br />
era algo muy mal visto por la sociedad en<br />
general, tanto por la suya como por la de Hashim,<br />
porque hacía caso omiso de los valores familiares en<br />
los que la mayoría de la gente creía.<br />
Sólo que, en su caso, no era amante en sentido estricto.<br />
Hashim no tenía una esposa que lo esperara en<br />
casa, sino un país, que era mucho más exigente.<br />
Se volvió a mirarlo. Estaba apretando un botón<br />
que había en la pared, y las pesadas cortinas se corrieron<br />
sin hacer ruido, impidiendo que la luz entrara<br />
y encerrándolos en su mundo privado. Con la mano<br />
apoyada provocativamente en la cadera, Sienna elevó<br />
las cejas cuando él se dio la vuelta.<br />
–Te quejas de que te he hecho esperar y todavía<br />
no me has saludado con un beso.<br />
–Hola –le dijo exasperado y excitado mientras la<br />
atraía hacia sus brazos.<br />
–Hola.<br />
–Te encanta hacerme enfadar, Sienna –afirmó<br />
mientras frotaba su frente contra la de ella.
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111<br />
–No –repuso muy seria–. Es que te pones como un<br />
loco cuando no hago exactamente lo que me dices.<br />
–Es que nunca haces lo que te digo.<br />
–Pídeme algo, lo que sea, y lo haré.<br />
Tomó su cara entre las manos y la miró.<br />
–¿Me da mi amante desobediente e informal otro<br />
beso?<br />
Sienna elevó sus labios hacia los de él, le rodeó el<br />
cuello con los brazos y lanzó un gritito de placer<br />
cuando sus bocas se fundieron en un beso que, esa<br />
vez, fue mucho más que un mero saludo. Fue un beso<br />
duro, ávido y pleno de frustración. Llevaba casi un<br />
mes sin verlo, y se suponía que él debía tardar aún<br />
dos semanas en volver a Londres. Pero había conseguido<br />
introducir un viaje extra a dicha ciudad al volver<br />
de Estados Unidos, y la avisó en el último momento.<br />
Sienna había decidido no hacerse de rogar y<br />
accedió a cambiar su agenda. Y se compró un conjunto<br />
nuevo de ropa interior.<br />
Mientras, frenéticos, se bajaban las cremalleras y<br />
se desabotonaban la ropa, hubo momentos de conversación<br />
interrumpida.<br />
–Te he echado de menos –gimió Hashim.<br />
–¡Qué bien!<br />
Hashim se agachó y le quitó los zapatos de tacón,<br />
acariciándole de paso los tobillos.<br />
–Deberías decirme que también tú me has echado<br />
de menos.<br />
–Eso... ¡oh! –se estremeció cuando la mano de<br />
Hashim subió por sus piernas hasta donde terminaban<br />
las medias y le acarició la piel de satén que había<br />
más allá–. Eso es lo que se dice andar a la caza de un<br />
cumplido –exclamó, y tragó saliva.<br />
–Así que ¿no me has echado de menos? –detuvo<br />
la mano.
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112<br />
–Llevas fuera sólo un mes.<br />
–¿Sólo? –le preguntó con voz irritada.<br />
Le agarró la mano y la condujo de vuelta al lugar<br />
de donde la había levantado.<br />
–Sí, sí, sí. Te he echado de menos. No he dejado<br />
de pensar en ti ni de soñar con este momento ¿Así<br />
está mejor?<br />
–Mucho mejor –murmuró–. Siempre que sea verdad.<br />
Claro que era verdad, pensó Sienna mientras la<br />
llevaba en brazos a la cama y la depositaba en su<br />
centro. Lo había echado de menos más de lo que se<br />
podía imaginar y más de lo que nunca le diría. A pesar<br />
de haber sido novata al iniciar la relación con<br />
Hashim, estaba aprendiendo las reglas. Y la regla numero<br />
uno era ocultar siempre algo.<br />
Enseguida se había dado cuenta de que su jeque<br />
era un cazador innato y, como a todos los cazadores,<br />
le excitaba perseguir la presa. Se mostraba más apasionado<br />
que nunca cuando ella no lo obedecía. No<br />
había que ser psicólogo para darse cuenta de que un<br />
hombre cuyas órdenes el mundo entero acataba se<br />
sentiría fascinado por alguien que no lo hiciera.<br />
Para Sienna no era tanto un juego como un elemento<br />
de autoprotección, de evitar enamorarse cada<br />
vez más de un hombre que nunca correspondería a su<br />
amor. Pero ocultar el amor era más difícil que hacerse<br />
de rogar.<br />
Abandonó esos pensamientos cuando Hashim le<br />
quitó el vestido, el sujetador y las bragas, dejándole<br />
las medias y el liguero. Recostada sobre unos cojines,<br />
lo observó mientras se quitaba la ropa hasta quedarse<br />
formidablemente desnudo.<br />
A veces, Sienna se acariciaba mientras Hashim se<br />
desnudaba, tal cómo él le había enseñado: se frotaba
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113<br />
los pechos o le provocaba con la caricia seductora de<br />
un dedo entre sus piernas. A veces, a Hashim le gustaba<br />
mirarla mientras se provocaba un orgasmo, pero,<br />
ese día, Sienna observó la gran tensión de su musculoso<br />
cuerpo, frunció el ceño y no le provocó.<br />
Cuando se tumbó a su lado, se dio cuenta que tenía<br />
sombras oscuras bajo los ojos y alzó un dedo para<br />
tocarlas.<br />
–Estas cansado– le dijo con dulzura.<br />
–Hazme descansar –cerró los ojos mientras Sienna<br />
le lamía desde los pezones hasta el vientre y más<br />
abajo, donde la dureza era insoportable–. Sienna –gimió–<br />
¿dónde demonios has aprendido a hacer eso?<br />
–Me lo has enseñado tú, Hashim –murmuró, antes<br />
de tomarlo lentamente en su boca–. ¿Te acuerdas?<br />
Todo me lo has enseñado tú.<br />
Después, Hashim pensó que quizá había enseñado<br />
a Sienna demasiado bien. Era todo lo que había soñado<br />
y mucho más. Y un día, otro hombre se beneficiaría<br />
de sus enseñanzas, tal vez antes de lo que ambos<br />
suponían. Otro hombre vería la cabeza de Sienna subir<br />
y bajar en su regazo, sentiría cómo su boca lo hechizaba<br />
dulcemente y lo conducía al paraíso. Torció<br />
el gesto al pillarle desprevenido una punzada de dolor,<br />
pero después lo invadió el cansancio y se durmió.<br />
Cuando se despertó, Sienna lo observaba apoyada<br />
en un codo, con el pelo cayéndole sobre el pecho<br />
arrebolado, y en ese momento confuso entre la vigilia<br />
y el sueño, Hashim sonrió instintivamente, porque<br />
se encontraba en su lugar preferido.<br />
Sienna pensó que parecía un león temporalmente<br />
saciado, con una mirada fugaz de satisfacción antes<br />
de volver a la dura y despiadada búsqueda del sustento.<br />
Se daba cuenta de que se exigía a sí mismo<br />
más que la mayoría de los hombres. Tenía una gran
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114<br />
capacidad de trabajo, y nunca había visto ese matiz<br />
de cansancio en su sonrisa.<br />
–¿Es por el desfase horario? –le preguntó rozándole<br />
los labios suavemente con un dedo.<br />
–Quizá –le besó el dedo. Era tan indulgente, tan<br />
perspicaz. A veces le resultaba difícil no decirle lo<br />
que le pasaba por la cabeza, pero rara vez manifestaba<br />
sus pensamientos más íntimos. Era preferible que un<br />
gobernante se reservase sus opiniones, pero, después<br />
de hacer el amor con ella, deseaba hablarle de sus<br />
problemas, como parecía que otros hombres hacían.<br />
Se preguntaba qué había cambiado y cuándo.<br />
Le había sucedido algo sin darse cuenta. Quizá<br />
era como la sombra de una barba incipiente. Uno no<br />
se percataba de ella, y hasta que la barbilla no raspaba,<br />
no se recordaba que había que afeitarse.<br />
Sienna le apartó un mechón de pelo oscuro que le<br />
había caído sobre la frente. Contra el blanco de las<br />
sábanas, el cuerpo dorado de Hashim resaltaba eróticamente,<br />
como un óleo que cobrara una vida vibrante<br />
ante sus ojos.<br />
–No suele afectarte el desfase horario –observó en<br />
voz baja.<br />
–No.<br />
Se produjo un silencio. Sienna sabía que podía<br />
hacer dos cosas: levantarse e ir a la cocina de la suite<br />
para preparar el té de jazmín helado que tanto gustaba<br />
a Hashim y que a ella le había ido gustando con el<br />
tiempo, poner música suave y relajante y llenar la bañera<br />
para bañarse juntos. Después harían el amor otra<br />
vez. Y otra. Eso era lo que una amante haría; o bien,<br />
podía aventurarse en el terreno inseguro de averiguar<br />
qué pasaba por aquella cabeza inteligente y rápida.<br />
Seis meses antes, no se habría atrevido ni a imaginárselo.<br />
Pero ¿no se había ablandado Hashim última-
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115<br />
mente? ¿No parecía, a veces, el aspecto enigmático y<br />
formidable de su naturaleza menos dominante, más<br />
accesible?<br />
–¿Quieres decirme qué te pasa o prefieres que me<br />
vaya a hacer labores femeninas?<br />
–¿Por ejemplo, cuáles?<br />
–Preparar el té, llenar la bañera, poner música...<br />
Una sonrisa le borró la dureza de la boca.<br />
–No, no te vayas. Quédate. Acabas de hacer lo<br />
más importante que una mujer puede hacer por un<br />
hombre.<br />
Se produjo otro silencio, y Sienna se esforzó en<br />
no dar demasiada importancia a sus palabras. El hecho<br />
de que resultaran inusitadamente tiernas no significaba<br />
nada. En esencia, Hashim alababa sus habilidades<br />
amatorias, que progresaban con rapidez, y a<br />
la vez, las suyas como instructor experto, eso era<br />
todo. O quizá se mostraba algo más cariñoso porque<br />
llevaban varias semanas sin verse. Podía haber muchas<br />
razones.<br />
Sienna pensó en lo que aquel hombre le había enseñado<br />
y en su negativa a obedecerlo en cuanto chasqueaba<br />
los dedos. Hashim lo respetaba, estaba segura.<br />
Lo que no toleraba era el miedo o la timidez.<br />
–¿Me vas a decir qué te pasa?<br />
Hashim cambió ligeramente de postura para mirar<br />
los enormes ojos verdes y almendrados de Sienna.<br />
Sus senos, que tanto lo habían obsesionado, eran parte<br />
del hermoso conjunto, aunque los pezones sonrosados<br />
le recordaban cómo los había utilizado Sienna,<br />
y eso no podía olvidarlo.<br />
–Estoy cansado. No es nada –murmuró. Lo cual<br />
era cierto, pero sólo en parte. Había una oposición<br />
creciente en Qudamah a su estilo de vida occidental,<br />
y algunos grupos le exigían que se instalase allí defi-
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116<br />
nitivamente y adoptara por completo la cultura de sus<br />
antepasados. Consideraban que debía reducir los viajes<br />
al extranjero y concentrar toda su energía en su<br />
patria.<br />
¿No personificaba Sienna todo lo que los elementos<br />
más tradicionales de su país detestaban de Occidente?<br />
¿No le daba a entender Abdul-Aziz, cada vez<br />
con más frecuencia, que la relación con ella dañaba<br />
su credibilidad, que se acabaría por descubrir si no se<br />
llegaba a una solución? Y Hashim sabía cuál era.<br />
–No es nada –repitió con firmeza.<br />
Sienna se esforzó en que su rostro no manifestara<br />
su decepción. Le había interrogado y él se había recluido<br />
en sí mismo; lo adivinaba al mirarlo a la cara.<br />
Pues que hiciera lo que quisiera. Ella había decidido<br />
preguntarle, y él, no contestar.<br />
Tomó sus palabras en sentido literal, como claramente<br />
deseaba Hashim.<br />
–¿Cuándo fue la última vez que tuviste vacaciones?<br />
–¿Vacaciones? –le preguntó sorprendido tanto por<br />
el tema elegido como por el giro repentino de la conversación.<br />
Sienna se rió, complacida de haberlo dejado perplejo.<br />
–Sí, vacaciones. Es lo que la gente suele hacer<br />
cuando está cansada y quiere relajarse.<br />
–No me acuerdo –dijo cerrando los ojos con fuerza.<br />
–¿No has usado últimamente el cubo y la pala en<br />
España? –preguntó burlona.<br />
–¿El cubo y la pala? –frunció el ceño.<br />
–¿Nunca has hecho castillos de arena, Hashim?<br />
–La arena no es nada del otro mundo en Qudamah,<br />
hay demasiada –dijo riéndose–. Tendemos a<br />
huir de ella más que a dedicarle nuestros ratos de<br />
ocio –añadió con voz seca.
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117<br />
–No se me había ocurrido –se acurrucó contra él–.<br />
¿Cómo eran tus vacaciones cuando eras pequeño?<br />
–Seguro que no te interesa –dijo con el ceño fruncido.<br />
Eso significaba, en realidad, que no quería contárselo.<br />
Pero una mujer no podía subsistir a base de<br />
sexo únicamente.<br />
–Claro que me interesa –dijo con firmeza.<br />
Y Hashim sonrió al sentirse invadido, cosa rara en<br />
él, por la nostalgia. ¡Qué lejana parecía la infancia y,<br />
sin embargo, qué increíblemente claros eran los recuerdos<br />
si se les abría la puerta!.<br />
–Los varones de mi familia y yo llevábamos los<br />
halcones al bosque para enseñarles a matar.<br />
–¡Qué bonito!<br />
Hashim rodeó con un dedo uno de sus pezones y,<br />
al instante, lo sintió erguirse y endurecerse, y volvió<br />
a experimentar la excitación del deseo.<br />
–Allí aprendíamos a ser hombres –exclamó con<br />
voz soñadora.<br />
–¿No había mujeres?<br />
–Ni una.<br />
–¿Y tu madre? ¿No quería ir con vosotros?<br />
Hashim recordó el primer viaje, cómo lo arrancaron<br />
de los brazos maternos. Tenía sólo cinco años y<br />
había llorado a mares. Los demás se habían burlado<br />
de él sin piedad. Y su padre le había dicho que esa<br />
dolorosa separación formaba parte del proceso de<br />
aprender a ser hombre. Hashim se imaginaba lo que<br />
un psicólogo occidental diría al respecto.<br />
–Las mujeres no formaban parte de aquello –reflexionó–.<br />
Su sitio estaba en palacio.<br />
–¿Y no les importaba?<br />
–Resulta que a mi madre sí le importaba –confesó<br />
tras unos instantes de duda–. Y así lo manifestó, lo
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118<br />
cual le supuso muchos conflictos con mi padre. Pero<br />
estaba decidida a que las mujeres de Qudamah llevaran<br />
a cabo algunos de los cambios que las mujeres de<br />
todo el mundo iniciaban en aquella época. Aunque<br />
nada parecido a quemar sujetadores, desde luego<br />
–añadió con rapidez.<br />
–Me lo imagino –rió Sienna.<br />
–Gracias a sus esfuerzos, a las mujeres de Qudamah<br />
se les concedieron pequeñas libertades.<br />
–¿Por ejemplo?<br />
–Se les permitió andar por la capital sin la compañía<br />
de un hombre, aunque muchas preferían no hacerlo<br />
–dijo con un encogimiento de hombros, y vio la<br />
cara que ponía Sienna–. Es probable que para ti no<br />
signifique nada. Una mujer que ha crecido en libertad<br />
y la da por supuesta tal vez no comprenda que, en<br />
mi país, aquello fue una especie de revolución.<br />
–Parece una mujer asombrosa.<br />
–Lo es –la frase «me gustaría que la conocieras»<br />
quedó en suspenso. Por cierta que fuese, ¿cómo iba a<br />
pronunciarla dadas las circunstancias?<br />
Sienna permaneció en silencio un momento. Había<br />
percibido la omisión deliberada por parte de Hashim,<br />
y no habría sido un ser humano si no le hubiera<br />
dolido. ¡Qué mundo tan distinto describía y cómo hacían<br />
hincapié sus palabras en la enorme distancia que<br />
separaba sus culturas!<br />
Si antes no hubiera entendido su reacción extrema<br />
a las fotos del calendario, sin duda en aquel momento,<br />
lo habría hecho. Si que una mujer saliera sola se consideraba<br />
un gran avance, ¿qué le habría parecido a un<br />
hombre con esa educación tradicional que se la viera<br />
en un calendario erótico con los senos desnudos?<br />
Si alguna vez sucumbía a la tentación desesperada<br />
de pensar qué habría pasado si..., lo único que tenía
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119<br />
que hacer era recordar las diferencias insalvables entre<br />
ambos que siempre habían existido y seguirían<br />
existiendo. Daba igual lo que hicieran: la relación estaba<br />
condenada al fracaso.<br />
Sienna, además, se había dado cuenta de otra<br />
cosa. Tal vez Hashim hubiera estado a punto de enamorarse<br />
cuando se conocieron, pero los sentimientos<br />
de ambos no habían sido más que una emoción violenta<br />
que no tenía nada que ver con sus vidas reales.<br />
En ese sentido, nada había cambiado. El breve tiempo<br />
que pasaban juntos estaban como en una burbuja.<br />
Hashim vio que se le había ensombrecido la mirada,<br />
pero no le pregunto por qué. Se hacía una idea<br />
bastante aproximada, y algunas cosas era mejor no<br />
decirlas. ¿Para qué hablar y causar dolor cuando éste<br />
esperaba a la vuelta de la esquina envuelto en sombras?<br />
En lugar de hacerlo, le acarició la mejilla.<br />
–Y tú, ¿cuándo fue la última vez que te fuiste de<br />
vacaciones?<br />
–El año pasado. Estuve en Australia para ver a<br />
una antigua amiga del colegio. Se ha ido a vivir allí,<br />
se ha casado con un australiano –una idea comenzó a<br />
tomar forma en su mente–. ¿No sería estupendo que<br />
nos marcháramos juntos a algún sitio, Hashim? –dirigió<br />
la mirada al dormitorio suntuoso pero frío e impersonal–.<br />
¿A algún sitio que no sea un hotel?<br />
Hashim le siguió la corriente en su fantasía, al<br />
igual que ella lo había hecho en muchas de las suyas.<br />
–¿Y adónde iríamos?<br />
Sienna echó la cabeza hacia un lado y reflexionó.<br />
–Creo que nos quedaríamos en Inglaterra. Salir al<br />
extranjero supondría muchas complicaciones, y bastante<br />
viajas ya. Tendría que ser un sitio donde pudieras<br />
ir de incógnito, ser completamente libre.<br />
–¿Existe semejante lugar? –se burló.
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120<br />
–Conozco una antigua y hermosa granja que ha<br />
sido remodelada. Está en medio de la nada. La alquilé<br />
para la fiesta de una estrella de rock que cumplía<br />
cuarenta años, y a todos les encantó.<br />
–¿Y dónde se alojarían los guardaespaldas?<br />
–Hay una casita en la finca. No demasiado lejos,<br />
pero lo suficiente...<br />
Sus palabras se apagaron, y él vio la promesa erótica<br />
que había en sus ojos. Lo invadió una tentación<br />
insoportable. En breve, algo en su vida iba a tener<br />
que desaparecer, y sabía que iba a ser su relación con<br />
Sienna. Pero antes...<br />
¿No podía experimentar, aunque fuera por un periodo<br />
muy breve, lo que era ser «normal»?, ¿ser un<br />
hombre corriente que se iba de vacaciones con una<br />
mujer que lo excitaba, calmaba, provocaba y estimulaba<br />
de modo sucesivo y vertiginoso? Alguien que<br />
formaba parte de su pasado y de su presente, pero<br />
que nunca podría hacerlo de su futuro...<br />
–¿Puedes encargarte tú? –preguntó de repente.<br />
–¿Lo dices en serio? –repuso parpadeando.<br />
–Sí –hizo un rápido cálculo mental –. Puedo disponer<br />
del próximo fin de semana, si te viene bien por<br />
tu trabajo.<br />
Sienna estaba demasiado emocionada como para<br />
percibir el ligero sarcasmo de su voz; o para preguntarse<br />
si dos fines de semana seguidos no era tentar a la suerte.<br />
–Pues claro que puedo encargarme yo –asintió–.<br />
A ver si la granja está disponible. Vamos a avisar con<br />
muy poca antelación, pero no habrá problemas.<br />
¿Quién en su sano juicio querría pasar unos días de<br />
vacaciones en la campiña inglesa a mitad de febrero?<br />
–Pues yo.<br />
Se miraron y Sienna se echó a reír.<br />
–Yo también.
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<strong>Capítulo</strong> 11<br />
HABÍA una enorme chimenea, una cocina de<br />
aspecto antiguo y una cama, en el dormitorio<br />
principal del piso superior, que parecía una<br />
copia exacta de las de hacía un siglo.<br />
Los guardaespaldas se instalaron en la casita próxima<br />
a la entrada, con una televisión y la promesa de<br />
una enorme bonificación por no hacer preguntas.<br />
Sienna y Hashim estaban, por fin, solos.<br />
–Es como haber retrocedido en el tiempo –murmuró<br />
Hashim, mientras miraba alrededor con ojos<br />
fascinados–. Y hace un frío tremendo.<br />
–Sí –se volvió hacia él–. ¿Sabes encender la chimenea?<br />
–Por supuesto –afirmó con una sonrisa rayana en<br />
la arrogancia.<br />
–Pues es toda tuya. Voy a preparar algo de comer.<br />
Pero Hashim negó con la cabeza. Si jugaban a estar<br />
de luna de miel, que era lo que él se imaginaba, había<br />
una cosa mucho más urgente que la comida o el fuego.<br />
–¿Quieres comer algo? –murmuró–, ¿o quieres<br />
comerme?<br />
–¡No digas esas cosas! –protestó ella, aunque sin<br />
muchas ganas, porque las manos masculinas se habían<br />
deslizado por debajo de su jersey y estaban haciendo<br />
que se le endurecieran los pezones–. Deberíamos correr<br />
las cortinas –dijo sin aliento.
Omn Bia 312-3 02/03/2012 10:04 Página 122<br />
122<br />
Fue hacia la ventana y, de un tirón, corrió aquel<br />
tejido descolorido. Él se le acercó por detrás y le acarició<br />
las caderas.<br />
–Me alegro de que lleves falda.<br />
–Porque a mi jeque no le gustan los pantalones<br />
–repuso con recato, y cerró los ojos al sentir sus dedos<br />
debajo de la prenda rozándole su fuego abrasador.<br />
–Estás lista –observó en tono de sorpresa.<br />
–Hace horas que lo estoy –confesó, saltando sobre<br />
un pie, a punto de caerse por el ansia de ayudarlo<br />
a quitarle las bragas.<br />
–Yo también –confesó con voz ronca.<br />
Sólo consiguieron llegar al sofá grande y antiguo,<br />
donde Hashim se quitó los pantalones y la echó sobre<br />
sí, guiándola despacio hacia su sexo anhelante hasta<br />
penetrarla profundamente.<br />
–¡Oh! –gimió Sienna. La llenaba por completo al<br />
hacer que subiera y bajara sobre él, hasta que no<br />
pudo soportarlo más. Antes de poderse creer que estaba<br />
sucediendo, sintió que se derretía.<br />
Y Hashim lo sintió también, de forma simultánea.<br />
Y cuando el cuerpo de ella comenzó a experimentar<br />
sacudidas de placer, el suyo lo siguió casi en completa<br />
armonía. Y en los últimos segundos antes de que la<br />
fuerza del placer les hiciera perder temporalmente la<br />
conciencia, sus miradas se encontraron y se fundieron.<br />
–¡Sienna! –exclamó con voz entrecortada mientras<br />
ella comenzaba a estremecerse sobre él. Parecía<br />
que el nombre le salía del alma.<br />
–¡Hashim! –jadeó ella clavándole los dedos en la<br />
piel satinada. «Si pudiera decirte cuánto te quiero».<br />
Permanecieron como estaban un rato, Sienna sentada<br />
a horcajadas sobre él, mirándolo y acariciándole<br />
la mandíbula.<br />
–¿En qué piensas? –preguntó con voz suave.
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Que lo que jamás debía haber sucedido había sucedido.<br />
Que estaba completamente enamorada. Que<br />
era demasiado tarde para detenerse y protegerse. Y<br />
que había ocurrido justo en el momento en que se temía<br />
que todo iba a acabar.<br />
–Eso no se le pregunta a una mujer después de<br />
hacer el amor –no cuando se sentía lo suficientemente<br />
vulnerable como para decirle algo que él no quería<br />
oír. Experimentó un ligero temblor al comenzar a disiparse<br />
el calor de la pasión en su piel–. Será mejor<br />
que enciendas la chimenea –le dijo con voz alegre, y<br />
se levantó.<br />
Mientras Hashim la encendía, fue a la cocina, preparó<br />
una sopa de verduras y la sirvió con pan integral<br />
y queso recién traído de una granja cercana. Saciaron<br />
la sed con agua y luego bebieron té aromático, sentados<br />
en una alfombra de pelo largo frente a un fuego<br />
cada vez más potente.<br />
–¿Te gusta? –preguntó Sienna.<br />
–Es perfecto –repuso él, pero su corazón experimentó<br />
una súbita pesadumbre.<br />
Vieron, en vídeo, una de las películas favoritas de<br />
Sienna, un viejo musical que enseguida logró que se<br />
pusiera a sorber por la nariz como si tuviera alergia<br />
al polen.<br />
–¡Estás llorando! –exclamó en tono acusador.<br />
–No. No es más que una película cursi –contestó<br />
enfadada.<br />
–Ven aquí.<br />
Y lo hizo, a pesar del dolor de corazón que le producía.<br />
Pasaron el tiempo haciendo cosas sencillas. Se<br />
abrigaban antes de salir a pasear por un terreno que
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crujía debido a la helada matinal, que apenas tenía<br />
tiempo de fundirse antes de que un sol carmesí incendiara<br />
los campos por la tarde.<br />
Los guardaespaldas parecían satisfechos de estar<br />
a su aire, ya que el teléfono de Hashim no sonó ni<br />
una vez. Un día fueron incluso a comer al pub local,<br />
y si alguien se preguntó qué hacía un coche grande y<br />
oscuro en el aparcamiento, no se molestó en hacer<br />
averiguaciones.<br />
El mundo real parecía muy lejano, y una parte de<br />
Sienna deseaba fervientemente que siguiera así. Si no<br />
fuera por la posición social de Hashim, podrían vivir<br />
siempre así. Él tenía razón: ella había dado su libertad<br />
por supuesta en todo momento, pero nunca la había<br />
apreciado tanto como durante aquel fin de semana.<br />
Observó cómo se relajaba Hashim. Vio las ojeras<br />
desaparecer y evaporarse, como por arte de magia,<br />
los pequeños pliegues, semejantes a los de un abanico,<br />
que tenía a los lados de los ojos.<br />
En cuanto a Hashim, vislumbraba una vida que no<br />
conocía en realidad. No se había sentido tan relajado<br />
desde aquellos días lejanos en que cazaba con los<br />
halcones en las montañas de Qudamah.<br />
–Ah, Sienna –le dijo la última mañana mientras<br />
desayunaban tortitas–. ¿No te gustaría que la vida<br />
fuera siempre tan sencilla?<br />
Sienna sonrió, porque sabía que no tenía sentido<br />
soltar la frase típica de que siempre podía ser así.<br />
Porque no podía serlo.<br />
–¿Quieres oír la radio? –le preguntó mientras tapaba<br />
el sirope.<br />
–¿Para qué? –respondió con el ceño fruncido.<br />
–Qudamah sale mucho en las noticias últimamente.<br />
Era gracioso que, después de encontrar la oportu-
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nidad de decir algo, se deseara no haberlo dicho.<br />
Hashim miró su té.<br />
–Muy pronto habrá elecciones, y éstas siempre requieren<br />
que les dedique buena parte de mi tiempo –la<br />
miró–. Tengo que volver mañana.<br />
–Ya lo sé.<br />
–Y no estoy seguro de cuándo volveré –dijo después<br />
de una profunda inspiración.<br />
Sienna sintió que los tentáculos de un miedo largamente<br />
incubado se le enrollaban en el corazón.<br />
–Eso también lo sé –no era necesario obligarlo a<br />
decirlo. Había que aceptar lo inevitable y sobrellevarlo<br />
lo mejor posible–. No te preocupes, Hashim.<br />
No tienes que decirlo. Sé que se ha acabado.<br />
No lo negó, pero al alzar el rostro, Sienna vio su<br />
mirada de preocupación.<br />
–No deseo que eso suceda, Sienna, pero cada vez<br />
me doy más cuenta de que mi sitio está en mi país,<br />
no aquí –movió los hombros inquieto–. Hay obligaciones<br />
que debo cumplir. Y no quiero encadenarte a<br />
una relación sin futuro. Ni hacerte promesas que no<br />
voy a poder cumplir. Si nuestra relación se consume<br />
por intenciones fallidas y encuentros que no se producen,<br />
lo único que nos quedará como recuerdo será<br />
la amargura –se le endureció la voz–. Y no estoy dispuesto<br />
a que sea así. Otra vez no. No cuando...<br />
Tenía las palabras en la boca, y pugnaban por salir.<br />
Pero las palabras podían engañar, a pesar de ser<br />
dichas de buena fe. Podían dar pie a toda clase de expectativas<br />
no realistas. Si trataba de explicarle lo que<br />
había llegado a significar para él, ¿no la ataría a él,<br />
por mucho que él intentara que eso no sucediera? ¿Y<br />
si ella comenzaba a considerarlos amantes desventurados<br />
en vez de limitarse a seguir viviendo?<br />
Sienna observó la turbación de su rostro y se lan-
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zó a salvar la situación; o mejor dicho, a salvarse.<br />
Había tenido con él mucho más de lo que cualquier<br />
mujer podía esperar, y se iba a asegurar de que la recordara<br />
con dignidad.<br />
–Ha sido maravilloso, estupendo. Una hermosa<br />
relación –dijo con suavidad–. Pero se ha acabado.<br />
Hashim entornó los ojos. Había esperado... ¿qué?<br />
Que al menos derramara una lágrima por él. O que su<br />
cara diera muestras de desánimo. Se sentía herido en<br />
su orgullo, pero el dolor que experimentaba procedía<br />
de sentimientos más profundos que el orgullo. Los<br />
echó a un lado, guiado por el instinto de protegerse.<br />
–Casi parece que te alegras –observó con frialdad.<br />
–Oh, Hashim –exclamó con impaciencia–. Claro<br />
que no me alegro, pero me doy cuenta de que tiene<br />
que ser así. ¿Qué alternativa me queda?<br />
Las mujeres le habían rogado muchas veces. Habían<br />
llorado y se habían aferrado a él. ¿No esperaba<br />
su lado egoísta que Sienna hiciera lo mismo? Porque<br />
si se comportaba como las demás, le resultaría más<br />
fácil dejarla sin pensárselo dos veces.<br />
Pero nunca había tenido una relación como ésa, lo<br />
confesaba. Ni la volvería a tener. Su destino no lo<br />
consentiría, ya que sus aventuras y su libertad se verían<br />
recortadas. Le esperaban las puertas lujosas pero<br />
pesadas de su prisión real para cerrarse tras él. ¿Qué<br />
bien le iba a hacer a él, o a ella, dedicarse a análisis<br />
inútiles e indulgentes?<br />
–Ven aquí –le dijo sencillamente mientras abría<br />
los brazos.<br />
Sienna no necesitaba que le dijera que iba a ser la<br />
última vez. Estaba escrito en sus ojos y se lo estaba<br />
diciendo con cada beso y caricia. Parecía que sus manos<br />
y dedos la descubrían por primera vez al tiempo<br />
que se despedían de ella.
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127<br />
–Oh, Hashim –exclamó con voz ahogada.<br />
–Vamos a tumbarnos otra vez en esa vieja cama<br />
–le dijo.<br />
Sienna asintió, y Hashim subió, con ella en brazos,<br />
la desvencijada escalera y se dirigió a la habitación<br />
que habían compartido. Bajó la cabeza para no<br />
darse con una de las oscuras vigas y la depositó en el<br />
lecho con tanta delicadeza como si fuera una valiosa<br />
porcelana.<br />
Se desnudaron lentamente en silencio. Cuando<br />
Sienna apoyó la cabeza en la almohada de plumas, él<br />
se puso encima de ella. Sienna pensó en la cantidad<br />
de parejas que habrían estado en aquella cama como<br />
ellos. ¿Cuántos hijos se habrían concebido, e incluso<br />
nacido, en ella? Generaciones fantasmas de antiguos<br />
amantes se les unieron, llenando, sin palabras, el espacio<br />
indefinible entre el presente y el pasado. Porque,<br />
¿en qué momento el presente se convertía en pasado?<br />
El clímax pondría fin a todo, y el sexo se transformaría<br />
en recuerdo. Como todo lo demás. Sienna tembló<br />
cuando Hashim la penetró de modo tan ansioso y<br />
conmovedor, que se le saltaron las lágrimas.<br />
–No llores, Sienna –le dijo después mientras se<br />
las secaba con un dedo.<br />
Se quedaron tumbados un rato, sin dormirse.<br />
Sienna se removió. Era mejor ser la primera en levantarse,<br />
se dijo, y no ponerse en situación de ser la<br />
abandonada.<br />
–Será mejor que me levante y recoja la cocina.<br />
–Puedo llamar a los guardaespaldas para que vengan<br />
a hacerlo –le dijo abrazándola con más fuerza<br />
por la cintura.<br />
Pero ella negó con la cabeza y le quitó las manos.<br />
–No, Hashim. Eso echaría a perder el propósito
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128<br />
de pasar un fin de semana normal. Voy a tirar las sobras;<br />
tú puedes fregar los platos.<br />
–Sí, Sienna –murmuró mientras se debatía entre<br />
la risa y la indignación. Pero tenía el corazón apesadumbrado.<br />
Durante el viaje de vuelta permanecieron en silencio,<br />
a pesar de que el chófer se hallaba al otro lado de<br />
un cristal insonorizado. Había comenzado a llover.<br />
Sienna veía las gotas golpear contra la ventanilla,<br />
como si el mismísimo cielo estuviera llorando.<br />
Al aproximarse a South Kensington, Hashim puso<br />
su mano en la de ella.<br />
–¿Vuelves al hotel conmigo?<br />
–No.<br />
Hashim no pidió explicaciones, porque sabía la<br />
respuesta.<br />
–¿Sienna?<br />
Se volvió para mirarlo. Sus ojos verdes estaban apagados,<br />
pero había una dignidad en ella que lo dejó sin<br />
aliento. Pensó en la cantidad de veces que había podido<br />
convencerla de que hiciera algo contra su voluntad gracias<br />
a la fuerza de la química sexual que había entre<br />
ellos, pero en aquel momento se percató de que nada de<br />
lo que hiciera la haría cambiar de opinión. Esta vez no.<br />
Algo había cambiado. En ella. En él. En los dos.<br />
Porque ella se negaría a sucumbir a sus deseos, pero él<br />
no trataría de doblegarla. En algún momento habían<br />
pasado a ser iguales, lo que para Hashim fue un descubrimiento<br />
agridulce, una toma de conciencia que se<br />
produjo en el momento equivocado. Pero, ¿podía haber<br />
habido un momento adecuado? Con Sienna, no.<br />
Se inclinó hacia la valija diplomática con el escudo<br />
de Qudamah, que le acompañaba a todas partes, y<br />
extrajo una cajita de piel. Se la ofreció, pero Sienna<br />
negó con la cabeza.
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129<br />
–No, Hashim –no consentiría que le pagase, que<br />
se despidiera con las joyas que antes había rechazado–.<br />
Sea lo que sea, no lo quiero. No quiero tus diamantes<br />
ni tus esmeraldas. Gracias, pero no. Hace<br />
tiempo te dije que no estaba a la venta, y lo dije en<br />
serio.<br />
–Ya lo sé, orgullosa Sienna –murmuró mientras se<br />
reía suavemente–. Me parece que exageras al esperar<br />
piedras preciosas –le puso la caja en la mano y le cerró<br />
los dedos en torno a ella mientras la miraba–.<br />
Ábrela, por favor.<br />
Había algo en su actitud que la obligó a obedecerlo.<br />
Los dedos le temblaron al levantar el cierre. En su<br />
interior de terciopelo había un colgante. Pero no se<br />
trataba de un colgante normal. La cadena tenía la sutileza<br />
de un rayo de luz, y en el centro había un pajarito<br />
dorado.<br />
–¿Hashim? –lo interrogó con voz temblorosa.<br />
–Toma –lo depositó en la palma de su mano, donde<br />
la fina cadena quedó enrollada como una elegante<br />
serpiente y el pajarito brillaba como el sol.<br />
–¿Qué es?<br />
–Un águila de oro. Es el emblema de la bandera<br />
de Qudamah y el símbolo de mi país, porque representa<br />
la libertad y el poder. Es la única vez que la verás<br />
encadenada.<br />
Como él. El pensamiento se le ocurrió a Sienna<br />
espontáneamente. La libertad, el poder y no encadenarse.<br />
Examinó el colgante con atención, fijándose<br />
en el trabajo artesanal porque al menos así podía<br />
contener las lágrimas.<br />
–Es precioso.<br />
–¿Quieres que te lo ponga?<br />
Sienna asintió, incapaz de hablar por temor a pronunciar<br />
palabras de las que no podría retractarse. Pa-
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labras de amor que lo mortificarían y harían su separación<br />
más dolorosa.<br />
Hashim deslizó las manos por su cuello y deseó<br />
dejarlas allí, levantarle la mata de pelo y besar su<br />
suave nuca, y luego girarle la cabeza hacia sí para<br />
besarle los labios y conseguir que le respondieran<br />
con ardor.<br />
–Creía que me lo ibas a poner.<br />
La voz femenina, ligeramente desconcertada, interrumpió<br />
sus atribulados pensamientos.<br />
–Así es –le cerró el broche–. Ya está.<br />
Sus miradas se encontraron durante un instante, y<br />
el dolor que Sienna experimentó hizo que se sintiera<br />
débil y mareada. Volvió la cabeza para mirar por la<br />
ventanilla con la desesperación de la mujer que se<br />
está ahogando y lucha por salir a la superficie para<br />
ver la luz y respirar. Observó que estaban al final de<br />
su calle.<br />
–Bueno, ya hemos llegado. Gracias, Hashim –se<br />
inclinó hacia él y le rozó ligeramente los labios con<br />
los suyos, lo que aumentó su dolor–. Cuídate mucho.<br />
Hashim se llevó los dedos de Sienna a los labios<br />
y, mientras ella abría la puerta, le dijo algo en su lengua<br />
nativa al conductor, que se bajó del coche y sacó<br />
una bolsa del maletero.<br />
La ventanilla bajó lentamente, y lo único que<br />
Sienna vio fueron unos ojos negros y brillantes, lo<br />
único que parecía vivo de verdad en la tensa máscara<br />
del rostro de Hashim. Le lanzó una rápida sonrisa y<br />
se alejó.<br />
Consiguió entrar en su casa sin llorar, pero, una<br />
vez dentro, le brotaron unas lágrimas imparables. Kat<br />
no estaba, y se alegró de que así fuera, ya que eso le<br />
daría tiempo para que lo peor pasase, para recuperarse<br />
como un animal herido.
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131<br />
No había nadie que le dijera que comiera, ni que<br />
le preguntara por qué no dormía; nadie que le dijera<br />
que no tenía que llorar y que había muchos más hombres<br />
en el mundo. Tal vez fuera así, pero no como<br />
Hashim.<br />
Al tercer día comenzó a sentirse algo mejor. Le<br />
dolía el corazón, pero sabía que Hashim detestaría<br />
que se convirtiera en una de esas mujeres que se hunden<br />
porque les sale mal una relación amorosa.<br />
Se bañó y se lavó la cabeza. Se estaba poniendo<br />
un jersey negro que le llegaba a las rodillas cuando<br />
sonó el timbre de la puerta. Pensó que era Kat que<br />
había olvidado las llaves.<br />
Abrió la puerta sin esperarse la legión de fotógrafos<br />
que tomaba posición frente a ella. Se echó hacia<br />
atrás alarmada por los múltiples flashes de las cámaras<br />
que la cegaban. Alguien le puso un micrófono de<br />
aspecto fálico bajo la barbilla.<br />
–¡Señorita Baker! –gritó una voz con tono televisivo–.<br />
¡Sienna! ¿Sabe el jeque de Qudamah que fue<br />
usted modelo erótica?
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<strong>Capítulo</strong> 12<br />
LA foto de Sienna en el umbral de la puerta, sobresaltada,<br />
apareció en la primera edición de<br />
los periódicos sensacionalistas, y en la segunda,<br />
sólo que acompañada de otra de tamaño mucho<br />
mayor: allí estaba su imagen sensual y salpicada de<br />
arena en primera página.<br />
Hasta le concedieron espacio los periódicos serios,<br />
para lo cual tuvieron que justificar el hecho de<br />
saltarse su política habitual de no mostrar senos con<br />
sesudos artículos sobre el cambio moral en Oriente<br />
Medio. Y una versión censurada, como complemento<br />
de un informativo televisivo, por lo demás muy aburrido,<br />
se transmitió a todos los hogares a lo largo y<br />
ancho del país.<br />
«Y para acabar, se rumorea que el jeque del estado<br />
de Qudamah, un país extremadamente tradicional,<br />
sale con una glamurosa modelo: la despampanante<br />
morena Sienna Baker...»<br />
Periodistas femeninas siguieron su caso en las columnas<br />
de sus periódicos, preguntándose indignadas:<br />
«¿Qué haría usted si su hijo llevara a una modelo<br />
erótica a su hogar?»<br />
Atrapada en su casa, incapaz de salir por miedo a<br />
que la abordasen en la calle, Sienna estaba sentada en<br />
la cocina, que se encontraba en la parte posterior de<br />
la casa, con las cortinas corridas, cuando entró Kat y
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133<br />
le entregó el teléfono con una mirada que lo decía<br />
todo.<br />
Presionó el auricular contra su oreja. No estaba<br />
segura de haber dicho cosa alguna, pero debía de haber<br />
emitido algún sonido porque oyó la voz profunda<br />
y aterciopelada de Hashim.<br />
–¿Sienna?<br />
Se mordió los labios. Cerró los ojos. No iba a llorar.<br />
No iba a hacerlo. Pero el sonido de aquella querida<br />
voz era más de lo que podía soportar.<br />
–Sí, soy yo.<br />
–¿Estás bien?<br />
–Mejor pregúntame otra cosa. ¿Y tú?<br />
–¿Sigue ahí la prensa? –la interrogó a su vez, haciendo<br />
caso omiso de su pregunta.<br />
–No hay tantos periodistas como antes. Creo que<br />
se han hartado de esperar, porque me he negado a hacer<br />
declaraciones.<br />
–Muy bien. Si das pábulo a una historia, acaba<br />
por crecer.<br />
–¿Cómo se han enterado, Hashim? ¿Cómo lo han<br />
conseguido?<br />
Hashim apretó los labios hasta adoptar una expresión<br />
adusta y severa. Sospechaba que alguien de Qudamah<br />
había informado a la prensa extranjera de un jugoso<br />
cotilleo sobre la vida de su gobernante. En el juego<br />
de poderes que constituía su vida, el pasado de Sienna<br />
se había convertido en un arma. Tenía que protegerla<br />
de las consecuencias de aquel juego.<br />
–Esa información suele terminar por salir a la luz<br />
–afirmó con lentitud–. Así son las cosas.<br />
Su voz sonaba fatigada, como si Hashim hubiera<br />
visto aspectos del mundo que ella desconocía, y<br />
sin duda los había visto. Era incapaz de imaginar<br />
qué era ser jeque, pero estaba segura de que sería
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134<br />
difícil saber con qué intención se te acercaban los<br />
demás.<br />
–Sí, supongo que sí –dijo con suavidad.<br />
El silencio se hizo inmenso.<br />
–Voy a mandar a unas personas para que cuiden<br />
de ti, Sienna. Si fuera yo personalmente, sólo avivaría<br />
el fuego de esta historia. ¿Puedes irte a algún sitio?<br />
De repente, se dio cuenta claramente de que aquella<br />
conversación era puramente práctica, que no había<br />
nada personal en ella. Hashim no quería hablar,<br />
hablar de verdad. Además, ¿qué quedaba por decir?<br />
Era el momento de intentar reducir los daños al mínimo.<br />
Se mordió los labios. ¿Dónde iba siempre que necesitaba<br />
una vía de escape? ¿Quién la acogía siempre<br />
con los brazos abiertos y sin hacer preguntas? ¿Quién<br />
quería lo mejor para ella por encima de todo?<br />
–Mi madre quiere que vaya a su casa.<br />
–Pues ve. Ya me encargo yo.<br />
–¡Hashim! Parece que no lo entiendes –exclamó<br />
con frustración–. Tengo contratos que cumplir. Y el<br />
teléfono no ha dejado de sonar con propuestas laborales.<br />
Nunca he sido tan famosa. Creo que es la curiosidad<br />
–añadió mordazmente–. Que la «modelo del<br />
glamur» le organice su fiesta. Pero estoy segura de<br />
que algunas de las llamadas son de periodistas que se<br />
hacen pasar por clientes.<br />
Hashim se despreció a sí mismo al recordar que<br />
era lo que él había hecho: hacerse pasar por otro, fingir.<br />
Al final se salió con la suya y la sedujo. ¿Y qué<br />
había ocurrido? ¿Se tenía Sienna merecido lo que estaba<br />
pasando por haber tomado una decisión juvenil<br />
precipitada con la mejor de las intenciones?<br />
–Lo siento –dijo en voz baja.
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135<br />
Sienna negó con la cabeza como si estuviera en la<br />
habitación con ella. Sus excusas le parecieron detestables,<br />
tan formales y poco naturales, como si se tratara<br />
de un desconocido.<br />
–No es culpa tuya, sino mía. Para empezar, no debía<br />
haberlo hecho. No fui consciente de que el pasado<br />
volvería y me perseguiría de ese modo.<br />
–Pero es por mi culpa, por tu relación conmigo.<br />
Lo más preciado de la vida de Sienna. Tuvo que<br />
recordarse que se había acabado. Suspiró y deseó<br />
apoyarse en él, a pesar de que sabía que no debía hacerlo.<br />
Además, no podía. Él se hallaba en su palacio,<br />
a miles de kilómetros, y ella, refugiada en su casita<br />
de Kennington. No había brazos que la abrazaran, ni<br />
un corazón que latiera junto al suyo, ni una mano que<br />
la acariciara el pelo.<br />
–¿No puedes conseguir que alguien se ocupe de<br />
los contratos ya firmados y hacer caso omiso de todo<br />
lo demás?<br />
–¿Y quién va a pagarme la hipoteca mientras tanto?<br />
Se produjo un momento de silencio. Hashim eligió<br />
las palabras con un cuidado exquisito, porque sabía<br />
que aquél era un terreno delicado.<br />
–Es muy sencillo. Déjame que te ayude, Sienna.<br />
Ella se quedó inmóvil.<br />
–¿Qué quieres decir con ayudarme?<br />
Hashim percibió el tono a la defensiva de su voz<br />
y, aunque en silencio aplaudía su fiero orgullo, sabía<br />
que no la beneficiaría en absoluto ni podía hacerlo en<br />
aquellas circunstancias.<br />
–Escúchame sin interrumpirme. Es lo único que<br />
te pido. Por favor, Sienna. Es de vital importancia<br />
–dijo son suavidad–. Si me hago cargo de la hipoteca,<br />
¿no serás libre para marcharte durante un tiempo?
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136<br />
–No voy a consentir que la pagues –bajó la voz–.<br />
Tienes que darte cuenta de por qué adopto una actitud<br />
tan firme en este tema.<br />
Tuvo que controlar la mordacidad instintiva de su<br />
lengua. ¡Qué mujer tan obstinada! ¿No se daba cuenta<br />
de que sólo trataba de ayudarla? Recurrió a las reservas<br />
diplomáticas que nunca se había visto obligado<br />
a usar y volvió a intentarlo.<br />
–Sienna –le dijo pacientemente–. Admiro tu independencia<br />
y tu temple, pero no se trata de colmar a<br />
una amante de baratijas caras, sino de tratar de ayudarte<br />
a salir de una situación perjudicial de la que<br />
soy, en gran medida, el causante. Para reparar en parte<br />
el daño que he provocado. ¿No me vas dejar que<br />
haga eso por ti? ¿No carecerá de valor todo lo que ha<br />
surgido entre nosotros si no permites que me comporte<br />
como un verdadero amigo lo haría con otro?<br />
Se produjo un silencio. Hashim se quedaría consternado<br />
si supiera que Sienna no estaba indignada por que<br />
tratara de sacarla de un apuro ayudándola económicamente,<br />
sino que su pensamiento se había concentrado<br />
en una palabra que resonaba cruelmente en su cerebro.<br />
¿Quién le habría dicho que el hecho de que Hashim reconociera<br />
que era su amigo le causaría tanto dolor?<br />
–¿Dejarás que te ayude?<br />
¿Qué otra opción tenía? ¿Salir descaradamente a<br />
la calle en Londres, sabiendo las miradas de curiosidad<br />
que la perseguirían? ¿Soportar que las mujeres la<br />
miraran por encima del hombro y que los hombres la<br />
miraran...?<br />
–Dentro de unas semanas todo este alboroto se<br />
habrá calmado –añadió–. Habrá otras noticias más<br />
importantes. Es lo que pasa siempre.<br />
Aunque fuera una estupidez, eso la trastornaba<br />
aún más, porque, cuando todo se hubiera calmado, su
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137<br />
relación habría acabado de verdad. ¿No había una<br />
parte de ella que, a pesar de detestar todo aquel escándalo<br />
y atención, se hallaba secretamente complacida<br />
porque le habían devuelto a Hashim cuando creía que<br />
se había marchado para siempre?<br />
–De acuerdo. Iré con mi madre.<br />
Al otro lado de la línea telefónica, Hashim cerró<br />
los ojos aliviado. Fuera de su despacho, la corte estaba<br />
muy alborotada, y Abdul-Aziz merodeaba por el<br />
palacio como un gato hambriento. Pero no le importaba.<br />
Ella estaba a salvo. Tenía recursos para protegerla.<br />
–Te enviaré un coche inmediatamente –afirmó<br />
contento de poder pasar a la acción, donde siempre<br />
se sentía cómodo–. Y colocaré guardaespaldas en la<br />
entrada de la casa de tu madre.<br />
Sienna estuvo a punto de decirle que ni siquiera sabía<br />
dónde vivía su madre, pero no lo hizo. Claro que<br />
lo sabía. Lo sabía todo. Y si no era así, alguien lo averiguaría<br />
por él. Hashim conseguía todo lo que quería.<br />
–Gracias, Hashim.<br />
–No me lo agradezcas –le espetó–. Sé fuerte. ¿Lo<br />
harás? –casi dijo «por mí», pero sabía que, dadas las<br />
circunstancias, no tenía derecho a hacerle esa pregunta.<br />
Evocó su imagen y supo que no flaquearía.<br />
–Seré fuerte como un toro –dijo con voz ronca.<br />
–O como un águila –murmuró él cerrando los ojos.<br />
–Adiós –murmuró ella a su vez. Colgó antes de<br />
empezar a llorar. Aunque la estructura de su vida se<br />
había resquebrajado, no era eso lo que le causaba dolor.<br />
No había nada que la conmoviera, ni nada podía<br />
hacerlo, salvo el sufrimiento de no estar con el hombre<br />
al que amaba.
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<strong>Capítulo</strong> 13<br />
CÁLMATE, cariño. Siéntate y bébete el té antes<br />
de que se enfríe.<br />
Sienna se sorbió la nariz, sonrió y tomó un trago<br />
del fragrante té. Había cosas que no cambiaban.<br />
–Así está mejor –afirmó su madre con tono de<br />
aprobación, mientras se quitaba un poco de barro de<br />
una pernera de los pantalones de montar y mojaba<br />
una galleta en el té.<br />
–Lo siento, mamá.<br />
–Tonterías –exclamó alegremente–. Ha sido estupendo<br />
para mi reputación en el pueblo. No me volverán<br />
a pedir que sea jurado del premio a la mejor coliflor<br />
en el concurso local –suspiró–. A decir verdad,<br />
me estaba empezando a aburrir.<br />
–Lo digo en serio.<br />
–Yo también, Sienna –observó su madre con firmeza–.<br />
En mi opinión, estás muy guapa en esas fotos;<br />
y si las comparas con algunos desnudos de nuestros<br />
museos nacionales...¡son totalmente sosas! Se<br />
trata de un asunto de percepción. Confieso que cuando<br />
te las hiciste me enfadé, pero no me duró mucho.<br />
¿Cómo iba a estar enfadada si el dinero que ganaste<br />
sirvió para operarme? Entonces te lo agradecí en el<br />
fondo de mi corazón, y lo sigo haciendo –acabó de<br />
comerse la galleta y se dispuso a tomarse otra–. Será<br />
mejor que no lo haga. Bueno, lo que quiero saber es
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139<br />
cómo es ese joven jeque tuyo del que me has hablado.<br />
En cierto modo, eso era más difícil de explicar<br />
que el hecho de que hubiera dos fornidos guardaespaldas<br />
en la puerta principal<br />
–No es joven, mamá –dijo Sienna–. Tiene treinta<br />
y cinco años.<br />
–¡Oh! Un anciano, sin duda.<br />
–Y no es... –ésta era la parte más difícil–. No es<br />
mío. Ya no. En realidad, nunca lo ha sido –dejó la<br />
taza y miró con franqueza a su madre–. Simplemente<br />
tuvimos una relación –afirmó en tono desafiante.<br />
–Gracias a Dios –murmuró la madre–. Ya me estaba<br />
empezando a preguntar cuándo saldrías con alguien<br />
en serio.<br />
–¡Mamá!<br />
–Nunca ha parecido que te interesara alguien de<br />
verdad.<br />
Los ojos de su madre la interrogaban y, por primera<br />
vez, Sienna le habló, no como si fuera su madre,<br />
sino como a otra mujer.<br />
–Salí con Hashim hace unos años, exactamente<br />
dos años después de hacerme las fotos –dijo en voz<br />
baja–. Y fue algo increíble.<br />
Su madre le respondió en los mismos términos.<br />
–No me extraña. Es guapísimo.<br />
–Pues sí, pero como resulta que es jeque, no tenemos<br />
ningún futuro. Es de un país extremadamente<br />
tradicional y, de todas maneras, no me quiere.<br />
–¿Estás segura?<br />
–Claro que sí.<br />
–No tenía que haberse molestado en establecer<br />
este dispositivo de protección para ti, ni haberme enviado<br />
esa magnífica cesta llena de flores –miró ale-
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140<br />
gremente el enorme despliegue de capullos que hacía<br />
que el cuarto de estar pareciera una floristería.<br />
¿Cómo podía su madre sospechar siquiera que<br />
para un hombre de inmensa riqueza como Hashim tales<br />
gestos eran meras gotas en un océano sin límites?<br />
–Se siente culpable –afirmó rotundamente–. Esto<br />
no habría salido a la luz de no ser por su posición social.<br />
Eso es todo.<br />
–Como quieras, cariño. Si quieres ser cabezota,<br />
no voy a impedírtelo –le lanzó una gran sonrisa–.<br />
¿Vas a ver si te están bien tus viejos pantalones de<br />
montar y me echas una mano en las cuadras? Un<br />
poco de aire fresco y ejercicio es lo que siempre recomienda<br />
el médico. Luego he pedido a Kirsty que<br />
venga a tomar el té. Cara ya ha cumplido tres años.<br />
¿No es increíble? –sonrió–. Parece que fue ayer<br />
cuando Kirsty y tú ibais a la guardería juntas.<br />
Sienna sonrió también al pensar que volver a ver a<br />
su vieja amiga sería un consuelo. Era muy fácil perder<br />
las amistades, pues el tiempo y la distancia constituían<br />
un factor importante. A veces se preguntaba qué<br />
habría pasado si hubiera hecho en la vida lo que<br />
Kirsty: quedarse en el pueblo, casarse con un granjero<br />
y tener hijos. ¿Le habría garantizado eso la felicidad?<br />
Decidió que no era tan sencillo, mientras trataba<br />
de meterse en sus viejos pantalones de montar. No<br />
importaba el lugar que eligieras ni el trabajo que acabaras<br />
teniendo, sino el hombre del que te enamoraras<br />
y el camino posterior que siguieras.<br />
Y había tenido la desgracia de enamorarse de alguien<br />
con quien no tenía futuro.<br />
Su madre tenía razón: el aire fresco y el ejercicio<br />
obraron el milagro; al menos físicamente. La pesadumbre<br />
de su corazón necesitaba un remedio que no<br />
era instantáneo: necesitaba tiempo.
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141<br />
Se levantaba al amanecer y bajaba a las cuadras.<br />
Llevaba a cabo las tareas desagradables, pero también<br />
se divertía, ya que no había nada más gratificante<br />
que ver a los niños, temerosos al principio, ir ganando<br />
confianza al comenzar a dominar la habilidad<br />
de montar a caballo. De repente, la vida parecía muy<br />
sencilla, y su atareada existencia de Londres, algo<br />
perteneciente al pasado.<br />
Creyó que echaría de menos sus contactos y el ritmo<br />
frenético de conseguir que las fiestas con que soñaban<br />
sus clientes se hicieran realidad. Pero no era<br />
así. Deseaba poseer la capacidad de hacer realidad<br />
sus propios sueños, pero no la tenía. Además, se decía<br />
que no debía depender de un hombre para ser feliz.<br />
Todo el mundo lo sabía.<br />
Y Cara era un encanto. Dedicó toda su atención a<br />
Sienna desde el primer momento y abrió los ojos<br />
como platos cuando le explicaron que su mamá y<br />
Sienna habían tenido, hacía mucho tiempo, su misma<br />
edad. Tenía la costumbre de sacar la lengua por un<br />
lado de la boca cuando pensaba.<br />
–¿Puedo jugar con Sienna, mamá? –preguntó un<br />
día.<br />
–Sienna está muy ocupada.<br />
–No –dijo Sienna con voz firme–. Quiero que<br />
Cara venga a jugar conmigo. Un día podemos hacer<br />
magdalenas si quieres.<br />
–¿Con trocitos de chocolate?<br />
–Sí, cariño. Me encanta el chocolate.<br />
Al menos había muchas cosas que la mantenían<br />
ocupada y la dejaban poco tiempo para deambular<br />
por la casa echando de menos a su amado. Pero, probablemente,<br />
lo más difícil era aceptar que se había<br />
acabado. Porque, en cierto modo, todo parecía igual.<br />
Los sentimientos de ambos no habían cambiado y,
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142<br />
cuando estaban juntos, solían pasar semanas entre un<br />
encuentro y el siguiente.<br />
Si se hubieran peleado, o dejado de hablar por<br />
completo, le habría resultado más fácil creer que<br />
todo había terminado. ¿Más fácil? Quizá no. Era pedir<br />
demasiado. Se preguntaba qué necesitaría para olvidarlo.<br />
¿El anuncio de que se casaba con otra mujer,<br />
como sabía que un día sucedería?<br />
Una tarde, Sienna estaba haciendo magdalenas<br />
con Cara cuando su madre entró apresuradamente en<br />
la cocina.<br />
–Uno de los guardaespaldas ha llamado a la puerta<br />
–balbuceó excitada–. Tienes visita.<br />
El corazón dejó de latirle. Se quedó con la cuchara<br />
de madera suspendida en el aire como si fuera una<br />
varita mágica y... ¡oh, cómo deseaba que así fuese!<br />
La agitaría y...<br />
–¿Es Hashim? –musitó.<br />
–No, cariño, me temo que no. Es un hombre que<br />
se llama... –frunció el ceño al concentrarse para pronunciar<br />
el nombre correctamente–. Abdul-Aziz.<br />
Sienna esperaba que su rostro no dejara traslucir<br />
la decepción que experimentó.<br />
–Será mejor que lo hagas pasar –dijo cortésmente.<br />
Abdul-Aziz entró en la cocina de vigas bajas<br />
como si fuera suya. Hacía mucho tiempo que Sienna<br />
no lo veía, y, a su manera, seguía siendo imponente.<br />
Los ojos seguían siendo fríos como las aguas del<br />
océano Artico y la expresión de la boca indicaba que<br />
siempre decía las cosas en serio. Pero había desaparecido<br />
parte de la dureza de sus rasgos, y Sienna se<br />
preguntó si se debía al efecto tranquilizador de la<br />
vida de casado. ¿O corría el peligro de atribuir su<br />
propia nostalgia de esa vida de pareja a los demás?<br />
Cinco años antes, se había sentido totalmente inti-
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143<br />
midad en su presencia, pero habían cambiado muchas<br />
cosas desde entonces. Para empezar, había madurado<br />
y, lo que era más importante, había compartido<br />
algo con Hashim. Él le había proporcionado<br />
confianza y seguridad en sí misma como mujer, y eso<br />
no se lo podían arrebatar de ninguna manera.<br />
Abdul-Aziz entrecerró los ojos al verla. Sienna se<br />
dio cuenta de que su aspecto no podía ser peor: llevaba<br />
ropa vieja, iba sin maquillaje, estaba cubierta de<br />
harina y una niñita se aferraba a su delantal y le preguntaba<br />
quién era aquel hombre enfadado.<br />
–Es alguien al que conozco –susurró, y miró a su<br />
madre–. ¿Te importa acabar de hacer los bollos con<br />
Cara mientras lo llevo al salón?<br />
Cara gimoteó un poco, y su madre pareció decepcionada<br />
por no poder sentarse en primera fila para oír<br />
lo que el «hombre enfadado» tuviera que decir, pero<br />
Sienna se sintió extrañamente serena al conducir al<br />
secretario al salón. Lo peor ya había pasado, y Hashim<br />
no estaba con ella. Nada podía ya herirla.<br />
Lo miró desde el otro lado de la habitación. Mentiría<br />
si no confesara que la mirada de perplejidad de<br />
aquel hombre le causaba placer. ¿Acaso se esperaba<br />
haberla encontrado sentada sin hacer nada ante un tocador,<br />
vestida únicamente con unas medias provocativas<br />
y un liguero?<br />
–¿Le apetece una taza de té, señor Aziz? –le preguntó<br />
cortésmente–. No sé cómo dirigirme a usted.<br />
–Puede llamarme Abdul –dijo de mala gana–. Y<br />
gracias, pero no quiero té –añadió como si acabara de<br />
recordar algo.<br />
Tal vez los buenos modales, pensó Sienna con<br />
ironía, ya que daba la impresión de que se esforzaba<br />
en contenerse.<br />
–¿Qué desea? –murmuró.
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144<br />
–Esa niña –inclinó la cabeza en dirección a la<br />
puerta–. ¿Es su hija?<br />
Sienna iba a decir que desde luego que no, pero<br />
los ojos de aquel hombre indicaban que él no lo daba<br />
por sentado. Si, de pronto, ella hubiera sacado un libro<br />
de conjuros y hubiera comenzado a lanzárselos,<br />
no habría pestañeado.<br />
–No –respondió en voz baja–. Es la hija de mi<br />
amiga.<br />
En aquel momento, Abdul-Aziz miró fijamente la<br />
pequeña águila de oro que colgaba del cuello esbelto<br />
de Sienna, pues nunca se la quitaba.<br />
–¿Mi jeque le ha dado eso? –preguntó.<br />
–Creo que ya sabe la respuesta a esa pregunta. Sí,<br />
así es.<br />
Abdul-Aziz echó la cabeza hacia atrás como el<br />
semental que está a punto de encabritarse.<br />
–¡Debe renunciar a él! –afirmó con voz dramática–.<br />
De modo inequívoco e inmediato.<br />
–¿Cómo dice? –lo miró fijamente.<br />
–¿No me ha oído? –preguntó.<br />
–No sé de qué me habla.<br />
–¿No se lo ha dicho?<br />
–No –eso le había dolido.<br />
–El jeque Hashim pretende anunciar algo en la televisión<br />
estatal.<br />
–¿Qué es lo que va a anunciar?<br />
Abdul-Aziz apretó los labios.<br />
–Se niega a decírmelo... el muy obstinado... pero<br />
en el fondo de mi corazón sé lo que va a decir.<br />
–¿Ah, sí? ¿Es que sabe leer los pensamientos?<br />
–¡Va a declarar su amor por usted! –dijo entre<br />
dientes.<br />
La risa de Sienna era sincera, pero estaba teñida<br />
de tristeza.
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145<br />
–Nunca se hará rico adivinando el futuro, Abdul<br />
–le dijo–. Lo nuestro ha acabado. Hashim no está<br />
enamorado de mí.<br />
–¿Ah, no? –desapareció la sospecha de su mirada<br />
y fue sustituida por una expresión de franca alegría–.<br />
¿Está segura?<br />
–Sí.<br />
–Entonces, ¿qué se trae entre manos? –se preguntó<br />
Abdul-Aziz pensativamente.<br />
–¿No cree que debería preguntárselo?<br />
–Lo he hecho. No ha querido decirme nada.<br />
–Entonces se muestra usted muy desleal al venir<br />
en secreto aquí, sin que él lo sepa, para tratar de<br />
averiguar algo que es evidente que no desea contarle.<br />
–Aunque su lealtad al jeque sea digna de admiración,<br />
no estoy acostumbrado a que me hablen así, señorita<br />
Baker. Sobre todo cuando es una mujer quien<br />
lo hace –dijo fulminándola con la mirada.<br />
–¿Cómo es que no me sorprende? –murmuró<br />
Sienna.<br />
–¿Va a tratar de detenerlo? –insistió.<br />
–Ni en sueños –dijo Sienna con calma–. Y aunque<br />
quisiera, no podría. Es él quien controla su destino.<br />
Como todos nosotros.<br />
Un brillo extraño y calculador apareció en los fríos<br />
ojos de aquel hombre.<br />
–Sí, como todos. Es usted una mujer fuerte, señorita<br />
Baker.<br />
¿Lo era? En ese momento, experimentaba una<br />
mezcla de fuerza y debilidad, pero la fuerza derivaba<br />
de su amor inquebrantable por Hashim. Y también,<br />
en cierto modo, la debilidad.<br />
–Gracias, Abdul.<br />
Los fríos ojos se entrecerraron. ¿Se habían ablan-
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146<br />
dado durante una décima de segundo o eran imaginaciones<br />
suyas?<br />
–¿Tiene algún mensaje para él?<br />
«Dígale que lo amo, que no puedo dejar de pensar<br />
en él, que si tuviera poderes mágicos los usaría para<br />
protegerlo del mal durante toda su vida».<br />
–Salúdelo de mi parte.<br />
–¿Quiere que lo salude? –preguntó con voz débil.<br />
Asintió e hizo una profunda reverencia antes de salir.<br />
Sienna se sentía como si llevara puesto el piloto<br />
automático mientras continuaba con el ritual de decorar<br />
las magdalenas con Cara. Se daba cuenta de<br />
que esperaba algo, pero no estaba segura de por qué<br />
lo sabía ni, por supuesto, de qué esperaba.<br />
Cuando sonó el teléfono móvil supo quién era antes<br />
de ver «Hashim» en la pantalla. El corazón estuvo<br />
a punto de estallarle.<br />
–¿Sienna?<br />
–Abdul ha venido a verme –le espetó.<br />
–Ya lo sé.<br />
–¿No pensaste en avisarme?<br />
–¿Necesitabas que lo hiciera? –preguntó con frialdad.<br />
–Dice que vas a transmitir un mensaje a la nación<br />
por televisión.<br />
–Así es.<br />
–Quería que tratara de impedírtelo.<br />
–¿Y vas a hacerlo?<br />
–Si te has propuesto hacer algo, sería como tratar<br />
de impedir que el sol salga –repuso riendo.<br />
Hashim sonrió. ¡Cuánta razón tenía!<br />
–Muy bien –murmuró–. Me alegro de que nos entendamos.<br />
–Hashim –Sienna vaciló–. ¿No irás a hacer ninguna<br />
estupidez, verdad?
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147<br />
Bueno, eso dependía del punto de vista. Pero no<br />
era ésa la respuesta que Sienna quería oír en aquel<br />
momento.<br />
–No, Sienna –su voz sonaba extrañamente controlada,<br />
pero había en ella un deje de burla–. Si te envío<br />
un avión, ¿vendrás a Qudamah?<br />
El mundo comenzó a girar vertiginosamente. ¿Un<br />
avión? ¿A Qudamah?<br />
–¿Para qué? –musitó.<br />
Se produjo una pausa.<br />
–Mi madre quiere conocerte.
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<strong>Capítulo</strong> 14<br />
LA primera visión que tuvo Sienna del palacio<br />
de Hashim fue sobre un fondo de estrellas,<br />
como el castillo lejano de un cuento de hadas.<br />
Se llevó la mano a los labios con incredulidad y una<br />
creciente sensación de asombro. Como si aquello no<br />
estuviera ocurriendo, no a ella.<br />
Pero sí estaba sucediendo.<br />
La condujeron a una habitación decorada con oro<br />
y zafiros, pero apenas se fijó en la espléndida y opulenta<br />
decoración, porque sólo una figura dominaba su<br />
campo de visión. Como siempre lo había hecho.<br />
Alto, delgado y orgulloso, con el rostro, hermoso y<br />
feo a la vez, tenso. Las holgadas vestiduras blancas<br />
que llevaba hacían que pareciera un desconocido,<br />
pero sus ojos le resultaban muy familiares. La quemaban<br />
por dentro como carbones ardientes que le calentaban<br />
la piel y el corazón.<br />
Hizo un gesto de asentimiento al verla, como si<br />
ella acabara de confirmarle algo en el pensamiento,<br />
pero Sienna era muy consciente del protocolo y de la<br />
presencia de los criados, a pesar de que apartaban la<br />
mirada. Así que se limitó a asentir ella también,<br />
como si fueran dos viajeros que se cruzan todas las<br />
mañanas en el andén al ir a trabajar.<br />
Hashim hizo salir a los criados con unas palabras<br />
cortantes y secas en su lengua nativa, y una vez vacía
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la habitación, se quedó mirándola fijamente durante<br />
innumerables segundos.<br />
–Ahora acércate –le ordenó.<br />
Fue como una sonámbula. Hacia él. Llamada por<br />
su jeque. Hacia sus brazos. El lugar donde más deseaba<br />
estar.<br />
No la besó, sólo la abrazó con tanta fuerza que le<br />
pareció que los pulmones se le quedaban sin aire.<br />
Luego, apretó la cara contra su fragante cabello.<br />
–Sabes que te quiero, ¿verdad, Sienna? –le dijo<br />
con voz apagada.<br />
Sienna se separó y lo miró parpadeando con rapidez,<br />
segura de haberle oído mal.<br />
–¿Hashim?<br />
–¿No lo sientes en los latidos de mi corazón? –colocó<br />
la mano femenina sobre su pecho, donde el estruendo<br />
vertiginoso de su sangre hizo que los ojos de<br />
Sienna se abrieran como platos al darse cuenta de<br />
que así era–. Es inútil, Sienna. Lo he intentado. ¡Claro<br />
que lo he intentado! He tratado de llevar a cabo lo<br />
imposible y he fracasado: olvidarte, imaginarme la<br />
vida sin ti. No puedo y no lo haré.<br />
–Pero, ¿amor? –susurró.<br />
–Sí, amor –sonrió–. Más poderoso que el águila,<br />
que es una fuerza tan poderosa como la propia vida.<br />
¿No sientes cómo cobra fuerza, Sienna, del mismo<br />
modo que el ave lo hace antes de emprender el vuelo?<br />
Hashim esperó.<br />
Pero Sienna se sentía cohibida y extrañamente humilde,<br />
y también asustada, en aquel imponente entorno.<br />
La declaración que tanto había anhelado y que<br />
nunca creyó que llegaría a oír se había producido,<br />
pero se sentía conmocionada. Era como si el polvo se<br />
hubiera convertido en oro ante sus ojos, y la aterrorizaba<br />
que pudiera volver a transformarse en polvo.
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150<br />
Sin embargo, Hashim tenía razón. Sentía la fuerza<br />
que emanaba de él en oleadas que inundaban su ser y<br />
apenas podía creer lo que sucedía. Tocó con la punta<br />
de los dedos el colgante que llevaba al cuello como si<br />
pudiera proporcionarle valor para decirle las palabras<br />
que una vez Hashim había despreciado, las palabras<br />
que habían ido creciendo dentro de ella mientras trataba<br />
de negarlas.<br />
–Yo también te quiero, Hashim –dijo con voz entrecortada–.<br />
Te he querido desde el primer momento,<br />
y mi amor nunca ha cambiado, ni ha disminuido, incluso<br />
cuando rezaba para que así fuera –lo miró a los<br />
ojos; la mirada masculina se había suavizado–. Pero<br />
ya lo sabías, ¿verdad? Lo leías en mis ojos.<br />
–Sí.<br />
–Y no cambia nada, en realidad, ¿no es así? No en<br />
la práctica. Sigues siendo jeque y yo sigo siendo<br />
una...<br />
–¡No! –la interrumpió brutalmente–. ¡No lo digas!<br />
Eres mucho más, pero no eres eso. Una locura juvenil<br />
no define a una persona para el resto de la vida.<br />
–Pero así es como me verán.<br />
–Por eso –afirmó sombríamente– por eso voy a<br />
hablar en la televisión. Están instalando las cámaras<br />
en la salita del trono –inclinó la cabeza, hermoso e<br />
irresistible–. ¿Vienes conmigo?<br />
–¿Qué vas a decir?<br />
–¿Vienes conmigo? –repitió inexorablemente.<br />
–Sí.<br />
–Tengo que pedirte algo más, Sienna. Es importante.<br />
Tu vida en Inglaterra es incompatible con la<br />
mía. Éste es mi hogar. Mi lugar esta aquí, cada vez<br />
más. ¿Renunciarías a buena parte de la libertad de<br />
que gozas en Inglaterra? ¿Es tu amor lo suficientemente<br />
fuerte como para aceptar vivir aquí conmigo?
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151<br />
Porque si decides que sí, debes hacerlo sin reservas.<br />
No puede haber un periodo de prueba, ni podemos<br />
esperar a ver si te adaptas o no. Tiene que ser un salto<br />
al vacío, guiado por la fe, nada menos. Debes decidir<br />
si tu amor es lo bastante fuerte como para comprometerte<br />
conmigo para el resto de la vida cuando<br />
te cases conmigo –concluyó con la mirada fija en el<br />
rostro de ella.<br />
–¿Casarme contigo? –repitió realmente sorprendida.<br />
Un regocijo irónico rivalizaba en los ojos de Hashim<br />
con la indignación.<br />
–¿Crees que consideraría alguna otra posibilidad?<br />
–preguntó–. ¿Qué no te querría por esposa? Suponiendo<br />
–añadió con arrogancia– que tú quieras serlo.<br />
Pero si es así, tendrás que aceptar mucho más que la<br />
mayoría de las mujeres, por lo que tienes que estar<br />
segura, en tu fuero interno, de que tu destino se halla<br />
a mi lado.<br />
Sienna se pasó la lengua por los labios. Pensó en<br />
el águila que le colgaba del cuello, poderosa y sin<br />
miedo, el símbolo del país de Hashim. Esa tierra desconocida,<br />
con una lengua que le era ajena. Un lugar<br />
muy diferente de todo lo que conocía, pero en donde<br />
estaba el único hombre que le importaba: Hashim.<br />
¿Era lo bastante audaz como para aferrarse a su<br />
amor y no soltarlo?, ¿hacer una promesa a Hashim y<br />
mantenerla?, ¿no abandonarlo nunca?, ¿jurar que le<br />
sería fiel con independencia de lo que la vida les deparara?<br />
Pero, ¿no consistían en eso todas las bodas?<br />
–¡Oh, sí! –susurró–. Sí, sí y mil veces sí –tenía un<br />
nudo en la garganta–. Pero, ¿me aceptará tu pueblo?<br />
–Si quieren que los gobierne, tendrán que hacerlo.<br />
–¿Quieres correr ese riesgo?<br />
–No puedo dejar de hacerlo –dijo sencillamente.<br />
Pero sabía que no gobernaría, ni sería apto para ello,
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152<br />
si consentía que su pueblo le impidiera cumplir los<br />
deseos de su corazón. Porque todo hombre que diera<br />
la espalda a uno de los mayores misterios de la vida<br />
jamás llegaría a ser un hombre auténtico.<br />
–Pero... –Sienna se mordió los labios. No quería<br />
destruir la hermosa magia que las palabras de amor de<br />
Hashim habían creado, pero sabía que no debía ocultarle<br />
sus temores, que tenía que enfrentarse a ellos, aunque<br />
manifestarlos echara por tierra su futura felicidad.<br />
–¿Pero qué, hermosa Sienna? –le preguntó con<br />
suavidad al ver el dolor en sus ojos.<br />
–Las fotos –pronunció esas palabras con un suspiro<br />
amargo– ¿Y si tu pueblo ve el calendario? ¿Cómo<br />
va a aceptarme entonces?<br />
–No lo verá –musitó Hashim–. Ni ahora ni nunca.<br />
Parecía tan seguro de lo que decía que lo miró<br />
perpleja.<br />
–¿Cómo estás tan seguro?<br />
–Porque he adquirido todos los derechos de las<br />
fotos. Ahora son únicamente mías. Ningún periódico<br />
podrá publicarlas, el calendario no volverá a imprimirse<br />
y he destruido los negativos. También me he<br />
asegurado de que no aparezcan en esa infernal Internet<br />
–concluyó en tono grave.<br />
Sienna abrió la boca para preguntarle cómo lo había<br />
conseguido, pero cambió de idea. Cuando se era<br />
tan rico y poderoso como Hashim, todo era posible.<br />
Le sonrió temblorosa, porque en aquel momento necesitaba<br />
algo más que palabras tranquilizadoras, algo<br />
que echaba de menos de modo insoportable: ansiaba<br />
que la volviera a tocar.<br />
–¿Me das un beso, por favor? –susurró.<br />
El corazón le dio un vuelco cuando inclinó la cara<br />
hacia la de ella. ¿No era una debilidad que un hombre<br />
se hallara tan sometido a una mujer?
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153<br />
–¿Quieres que el jeque se presente ante las cámaras<br />
excitado? –murmuró.<br />
–No se me había ocurrido, Hashim. Tengo tanto<br />
que aprender... Tal vez sería mejor que no...<br />
Hashim se rió en tono bajo y sordo.<br />
–¿Crees que no he estado excitado desde el momento<br />
en que has entrado, amor mío?, ¿qué puedo<br />
mirarte sin desearte? Entonces sí, tienes mucho que<br />
aprender. Ven aquí.<br />
Fue un beso breve, alimentado más por la sensación<br />
de haber llegado al hogar que por la pasión, aunque<br />
ésta bullía en el fondo cuando sus labios se rozaron.<br />
–Vamos allá –dijo Hashim con voz firme e hizo<br />
sonar una campanita dorada.<br />
Apareció un torrente de personas: hombres con<br />
túnicas que se inclinaban ligeramente ante ella y mucho<br />
más ante Hashim. Después se dirigieron por pasillos<br />
de frío mármol hacia la «salita» del trono, que<br />
a Sienna le pareció inmensa, aunque carecía de experiencia<br />
al respecto. Había estado en estudios de televisión,<br />
pero en ninguno se habían comportado con<br />
tanta deferencia hacia el entrevistado.<br />
Hashim le señaló una silla al fondo de la habitación,<br />
y Sienna observó cómo la luz de las cámaras iluminaban<br />
el rostro masculino como si fuera la de un sol<br />
brillante. La luz roja parpadeó y las cámaras comenzaron<br />
a rodar: Hashim hablaba a la nación en directo.<br />
Miró la pantalla para leer los subtítulos en inglés,<br />
pero se perdió buena parte de ellos, debido a que el<br />
corazón le latía muy deprisa a causa de los nervios y<br />
la emoción. Pero hubo frases clave que guardaría<br />
para siempre en la mente y el corazón.<br />
–Me han encomendado gobernar este país –Hashim<br />
se puso muy serio en ese momento–. Una tremenda<br />
responsabilidad que siempre he aceptado y apreciado.
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Pero a vuestro gobernante se le debe permitir que haga<br />
realidad su destino personal, para cumplir mejor con<br />
sus deberes para con su país –dirigió a Sienna una brevísima<br />
mirada antes de continuar–. En Qudamah, a<br />
vuestro jeque se le permite tener un harén de hasta sesenta<br />
mujeres.<br />
Sienna se puso de pie de un salto. ¡No lo sabía!<br />
–Pero no deseo tener sesenta mujeres, sino una<br />
sola, porque creo en la monogamia.<br />
Hubo una conmoción inconfundible en la sala,<br />
como si acabara de declarar que era caníbal.<br />
En aquel momento la miró fijamente.<br />
–Porque he encontrado a mi hurí y tengo la intención<br />
de hacerla mi esposa.<br />
Más tarde, Sienna averiguaría el significado de<br />
esa palabra. Una hurí era una hermosa joven que, hecho<br />
crucial, era virgen. Hashim decía a su pueblo que<br />
había encontrado una novia que, aunque a primera<br />
vista no lo pareciera, era adecuada para su jeque.<br />
Supo asimismo que Abdul-Aziz había ido a Inglaterra<br />
con la intención de sobornarla con riquezas inimaginables<br />
para que se alejara del jeque. Pero la había<br />
visto jugando con Cara en la tranquilidad<br />
hogareña de la casa materna.<br />
–Ahora me doy cuenta de que no veía más allá<br />
del estereotipo que creía que usted representaba –le<br />
confesó a Sienna–. Y, desde luego, por entonces ya<br />
me había percatado de que el jeque se había enamorado<br />
de usted. De pronto, vi por qué.<br />
Y no tardó mucho en darse cuenta de que la madre<br />
de Hashim sólo deseaba la felicidad de su hijo.<br />
Porque, en el fondo, los palacios y las diferencias<br />
culturales no importaban mucho. Al final, el espíritu<br />
humano era el mismo en todo el mundo.
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Epílogo<br />
UN trocito de plátano aplastado le cayó en la<br />
mano, y Sienna se rió mientras se lo limpiaba.<br />
Observó la mirada perpleja de su esposo, que<br />
contemplaba la escena del desayuno que se desarrollaba<br />
ante él.<br />
Hashim sonrió. ¡Cómo había cambiado su vida!<br />
Atrás quedaban la rígida formalidad y la lenta procesión<br />
de criados que atendían sus más mínimos deseos.<br />
En su lugar, allí estaba su hermosa Sienna, sentada<br />
con su espléndido hijo que se agitaba en su regazo.<br />
–Hace contigo lo que se le antoja –afirmó Hashim<br />
con disgusto.<br />
–Pero qué coordinación tan estupenda tiene. Con<br />
sólo ocho meses ya come prácticamente solo.<br />
–Desde luego –murmuró diplomáticamente mientras<br />
el enérgico príncipe Marzug lanzaba un nuevo<br />
trozo de fruta al otro lado del mantel de lino.<br />
Hacía tiempo que Hashim había dejado de intentar<br />
que Sienna criara a su hijo del modo convencional<br />
en que se educaba a los príncipes reales. Ésta se<br />
había negado tajantemente a que lo cuidara otra persona,<br />
salvo cuando era estrictamente necesario.<br />
–Nadie quiere a un bebé como su madre –le había<br />
dicho con firmeza–. O como su padre –había añadido<br />
con picardía.<br />
Eso no se lo podía discutir, aunque le gustara in-
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tentarlo. Porque Marzug le había robado el corazón<br />
desde que lanzó su primer y potente grito. ¡Había<br />
tanto amor en el mundo de Hashim en aquellos momentos!<br />
Y Sienna era quien lo había hecho posible.<br />
La miró.<br />
Era difícil de creer, al verla sentada en medio de<br />
aquella íntima escena doméstica, que la noche anterior<br />
hubiera logrado deslumbrar al embajador francés<br />
en una recepción que tuvo lugar en el palacio en su<br />
honor. Hashim había observado con orgullo, amor y<br />
lujuria cómo bailaba, esbelta y grácil como una flor<br />
mecida por la brisa del verano. Y más tarde, solos en<br />
la intimidad de sus aposentos, había... había... Hashim<br />
tragó saliva.<br />
–¿Estás bien, querido? –le preguntó Sienna inocentemente.<br />
Sus palabras interrumpieron el hilo de<br />
unos pensamientos que, probablemente, no eran los<br />
más recomendables cuando tenía que ir a pasar revista<br />
al ejército de Qudamah en menos de una hora.<br />
–Sí, cariño –murmuró mientras observaba que leía<br />
un folio de color crema–. ¿Qué lees?<br />
Sienna besó distraídamente el pelo rizado de Marzug.<br />
–Me piden que patrocine la nueva institución benéfica<br />
para niños que se va a instalar en Nasim.<br />
–¿Otra institución benéfica? Ya presides bastantes.<br />
–Lo sé. Pero parte del trabajo es muy especial y...<br />
–dejó la carta en la mesa, fuera del alcance de Marzug,<br />
y le sonrió–. Me halaga que me lo pidan –dijo<br />
con sencillez.<br />
Y Hashim lo entendió perfectamente. Porque llegar<br />
al punto en que se encontraba en aquel momento<br />
no había sido fácil. Sienna había tenido que esforzarse<br />
mucho para que el pueblo de Qudamah la acepta-
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ra. Algunos no lo habían hecho, desde luego no inmediatamente,<br />
pero ella había entendido sus dudas y<br />
miedos por el hecho de que su amado jeque se hubiera<br />
casado con una mujer que venía de tan lejos y sabía<br />
tan poco de su cultura.<br />
Y había habido algunos que sólo se habían ablandado<br />
cuando dio a luz al principito robusto, regordete<br />
y de piel aceitunada, y los fuegos artificiales iluminaron<br />
el cielo por detrás del palacio. Fue entonces<br />
cuando, por fin, le hicieron un sitio en sus corazones.<br />
La propia boda también había sido un reto. Se había<br />
celebrado un ceremonia civil y luego una religiosa,<br />
después de que Sienna se convirtiera a la religión<br />
de Hashim. Tuvo que memorizar todos los votos en<br />
la lengua de Qudamah, y se pasó la noche previa a la<br />
boda repitiéndolos sin parar hasta pronunciarlos a la<br />
perfección. Comenzó a aprender inmediatamente<br />
aquella lengua antigua, y... ¡eso también fue un desafío!<br />
Pero era joven e inteligente y estaba deseando<br />
aprender. Estaba enamorada. Y había alguien que la<br />
quería. Y eso daba a las cosas su justo valor.<br />
Cuando había ido a conocer a la madre de Hashim,<br />
Sienna era un manojo de nervios, porque todos los que<br />
la conocían sentían por ella una gran veneración. Pero<br />
el hecho de querer al mismo hombre había bastado<br />
para establecer entre ellas una armonía que pronto se<br />
convirtió en verdadera estima. Era una mujer inteligente<br />
y perceptiva. Había calmado los temores de<br />
Sienna contándole la historia de uno de los antepasados<br />
de Hashim, que se casó con la hija de su más feroz<br />
enemigo a pesar de la gran oposición existente contra<br />
dicho matrimonio.<br />
–Así que ya ves que no hay nada nuevo bajo el<br />
sol, Sienna –le dijo suavemente–. Da igual dónde vi-
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van o lo que hagan: las personas son iguales. No<br />
cambian. Se enamoran y luchan por ese amor, y así<br />
es como debe ser.<br />
Sienna sabía que lo que le había contado la madre<br />
de Hashim era importante. No para establecer comparaciones,<br />
claro que no, sino para darse cuenta de<br />
que la vida era un bien preciado que duraba muy<br />
poco. En una ocasión, se había preguntado en qué<br />
momento se convertía el presente en pasado; se daba<br />
cuenta de que lo hacía todo el tiempo. La boda ya era<br />
algo pasado, y su vida con Hashim pasaría como un<br />
rayo, como todos decían. Tenían que aprovecharla al<br />
máximo.<br />
Apartó el tazón con el plátano, lo cual llevó a<br />
Hashim a considerarse a salvo para acariciar el pelo<br />
de su hijo.<br />
–¿Nos bañamos después juntos? –preguntó Sienna<br />
con entusiasmo–. ¿En la piscina del palacio? ¿Los<br />
tres solos?<br />
–Sí, amor mío –murmuró Hashim con indulgencia,<br />
al tiempo que se preguntaba lo que opinaría la<br />
Guardia Especial del ejército si viera la facilidad con<br />
la que se avenía su comandante en jefe a los deseos<br />
de su esposa–. Y luego cenaremos solos –le brillaron<br />
los ojos–. No tenemos ningún compromiso. Y tenemos<br />
que hablar de la visita de tu madre y del semental<br />
que quiero regalarle.<br />
–¡Oh, Hashim! Estará encantada.<br />
La tomó de la mano, rozando la alianza matrimonial<br />
de oro brillante con el pulgar, y se la llevó a los<br />
labios y le lamió los dedos provocativamente. Su mirada<br />
plena de atractivo sensual captó la de Sienna.<br />
–Bueno –afirmó con ligereza–, así seremos dos.<br />
–Tres, en realidad –Sienna sonrió–. Cuatro, contando<br />
a Marzug.
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–Siempre.<br />
Sus miradas se cruzaron y Sienna se quedó sin<br />
respiración. Quería conservar ese momento en su corazón<br />
para siempre, pero tuvo que recordar que no<br />
duraba mucho y decir lo que importaba.<br />
–Te quiero, Hashim.<br />
–Yo también te quiero, dulce Sienna –le dijo con<br />
mirada tierna.<br />
Y Sienna puso al bebé en su sillita y se abrazó a<br />
su marido tan estrechamente, que oyó los poderosos<br />
latidos de su corazón.