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Capítulo 1

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<strong>Capítulo</strong> 1<br />

EL SOL era una borrosa esfera dorada en un cielo encapotado<br />

mientras el siroco, que soplaba tierra adentro<br />

desde el mar, aullaba entre las ruinas del castello<br />

como un coro de voces ancestrales de los gladiadores rebeldes<br />

que en un tiempo pasado habían defendido ese pedazo<br />

de Sicilia frente al Imperio de la Antigua Roma.<br />

Stefano Lucchesi pensó en aquellos hombres mientras<br />

subía los últimos escalones de piedra y se detenía<br />

en lo alto del acantilado. Al oeste dormitaba inactivo el<br />

monte Etna. A los pies de la montaña, las aguas tormentosas<br />

del Mediterráneo batían la costa rocosa.<br />

¿Cuántas veces habría ocupado un centinela esa<br />

misma posición mientras vigilaba la llegada del enemigo?<br />

Romanos, griegos, árabes y normandos habían<br />

vertido su sangre en esa misma tierra en su sed de conquista.<br />

Los piratas habían acechado cerca de la costa el<br />

paso de barcos incautos igual que una jauría de lobos<br />

hambrientos.<br />

Los invasores, uno tras otro, habían conquistado la<br />

tierra de sus antepasados hasta que, finalmente, se había<br />

liberado de sus grilletes y se había granjeado un enemigo<br />

propio, una aristocracia que se había enriquecido<br />

gracias al sudor de todos aquellos que habían cultivado<br />

ese suelo pedregoso.<br />

Stefano se volvió de espaldas al mar, metió las manos<br />

en los bolsillos de sus vaqueros y contempló su<br />

reino. El paso del tiempo no había sido generoso. Las<br />

ruinas del castello se reducían a unos pocos muros de<br />

piedra desmoronados y un puñado de columnas.<br />

Incluso el terreno se había vendido. Stefano había


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ordenado a su abogado que comprara nuevamente la<br />

tierra, pedazo a pedazo, de manos de ancianos encorvados,<br />

vestidos de negro, que le recordaban a su abuelo.<br />

Stefano había ofrecido un precio más que justo, pero los<br />

representantes de su bufete no habían tenido éxito.<br />

Todos los propietarios se habían mostrado encantados<br />

ante la idea de vender una tierra básicamente árida<br />

y seca hasta que habían oído el nombre del comprador.<br />

–¿Lucchesi? –habían repetido.<br />

Uno incluso había escupido en la tierra a modo de<br />

respuesta.<br />

Pero, ¿por qué?<br />

Stefano se había criado en Estados Unidos, donde su<br />

abuelo había emigrado décadas antes de su nacimiento.<br />

Su padre había fallecido cuando no era más que un niño<br />

y su madre, proclamada reina en la fiesta de antiguos<br />

alumnos en su Nueva Orleans natal, lo había arrastrado<br />

de ciudad en ciudad en una carrera frenética en busca de<br />

emociones. Tenía doce años cuando murió.<br />

Sus abuelos paternos, a los que apenas conocía, se<br />

habían hecho cargo de él.<br />

Sin embargo, despabilado y ocultando su miedo tras<br />

la máscara de la arrogancia, no había tenido que resultar<br />

fácil para ellos manejarlo.<br />

Su abuela lo había alimentado, lo había vestido y se<br />

había desentendido de él. Su abuelo había tolerado su presencia,<br />

se había ocupado de su educación y, finalmente, se<br />

había encariñado de todo corazón con su nieto.<br />

Quizás la edad avanzada de su abuelo, unido al hecho<br />

de que Stefano hubiera irrumpido en su vida tan<br />

tarde, explicara que no llevara en sus venas eso que<br />

Jack denominaba «el poso de la Mafia» impreso en la<br />

sangre. Su abuelo nunca le había contado historias de<br />

venganzas y baños de sangre. Al contrario, le había hablado<br />

de La Sicilia, del Castello Lucchesi, de los acantilados,<br />

del volcán y del mar.<br />

Ésas eran las cosas que latían en la sangre de Stefano y<br />

que tanto apreciaba sin que nunca hubiera llegado a verlas.


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Sólo en su lecho de muerte el anciano había reclamado<br />

la presencia de Stefano y le había susurrado al<br />

oído palabras de honor, orgullo y famiglia, de cómo se<br />

había visto obligado a abandonarlo todo y se había trasladado<br />

a América para salvar lo que le fuera posible; al<br />

padre de Stefano y, de paso, al propio Stefano.<br />

–Recuperaré nuestra tierra –había prometido Stefano.<br />

Había llevado su tiempo. Su compañero de habitación<br />

en la universidad estudiaba informática. En esos<br />

días, surgían millonarios de la noche a la mañana gracias<br />

a empresas virtuales en Internet. TJ pensaba convertirse<br />

en uno de esos millonarios. Tenía una gran idea,<br />

tenía talento, perspectiva...<br />

Sólo necesitaba el dinero.<br />

Un día de invierno Stefano subió en su viejo Wolkswagen,<br />

se dirigió hacia Yale y siguió en dirección norte<br />

hacía el casino donde se sumó a una partida de póquer<br />

con las apuestas muy altas. Era la primera vez que actuaba<br />

por instinto desde el día en que le había prometido<br />

a su abuelo que restauraría el honor de la familia<br />

Lucchesi, pero no pensó en ello.<br />

Se dijo a sí mismo que merecía un día de descanso.<br />

Era un buen jugador de póquer. Jugaba en la universidad<br />

sólo por diversión. De hecho, había ganado su viejo<br />

coche en una partida en mitad de la noche, en su colegio<br />

mayor, cuando otro chico había pensado que se había tirado<br />

un farol al apostar todo lo que tenía en la mesa.<br />

Esa noche, en el casino, Stefano había ganado algo<br />

más que un coche.<br />

Había ganado miles de dólares.<br />

El casino le había ofrecido una habitación. Había entrado<br />

tambaleándose, se había duchado, había dormido<br />

y había regresado a la mesa. Tres días más tarde había<br />

conducido de vuelta a la universidad, había volcado una<br />

pequeña fortuna en la cama de su sorprendido compañero<br />

de habitación y TJ se había quedado mirando los<br />

billetes con incredulidad.<br />

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–¿Qué has hecho, chico? ¿Has robado un banco?<br />

–Ahí tienes tu inversión inicial –dijo Stefano–.<br />

Quiero el cincuenta y uno por ciento de las acciones de<br />

tu empresa.<br />

Stefano apretó la mandíbula. Habían pasado doce<br />

años desde entonces.<br />

El negocio había convertido a Stefano en un hombre<br />

más rico de lo que jamás hubiera soñado. Ahora, pese a<br />

que su fortuna estuviera invertida en compañías aeroespaciales,<br />

en pozos de petróleo en Tejas, en apartamentos<br />

de lujo en Manhattan, nunca había olvidado el juramento<br />

que le había hecho a su abuelo.<br />

Dos años atrás se había propuesto cumplirlo, pero la<br />

conversación con su abogado le había recordado que<br />

había lugares y personas para quienes el pasado y la rabia<br />

todavía les hacían hervir la sangre.<br />

El siroco ardiente golpeó su espalda y arremolinó su<br />

pelo oscuro sobre su rostro delgado. Se apartó los mechones<br />

de la cara y nuevamente se metió las manos en<br />

los bolsillos de sus vaqueros.<br />

–Dobla nuestra primera oferta –había ordenado a su<br />

abogado.<br />

–Eso es demasiado dinero. Esta tierra no vale tanto...<br />

–No, pero su orgullo sí lo vale. Hazles llegar mi<br />

oferta y asegúrate que comprenden que yo también<br />

tengo mi orgullo. Explícales que es una oferta que no<br />

pueden rechazar.<br />

Jack había asimilado las palabras de Stefano en silencio.<br />

Finalmente, se había aclarado la garganta.<br />

–Has visto esas películas, ¿verdad?<br />

Stefano se había reído.<br />

–Haz la oferta y vuelve para informarme.<br />

Ahora estaba hecho. Todo lo que tenía ante sus ojos,<br />

la tierra, los acantilados, las ruinas del castello y el paisaje<br />

que se perdía en el horizonte le pertenecía. También<br />

era suya la casa que había erigido más allá de las<br />

ruinas. Había obligado al arquitecto a que se plegase al<br />

escarpado paisaje y utilizase las piedras originales del


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castillo. El resultado era una mansión espléndida, de techos<br />

altos y paredes de cristal que ofrecía unas vistas<br />

maravillosas sobre el volcán y el mar.<br />

Stefano sonrió. Estaba seguro de que su abuelo se<br />

sentiría muy complacido.<br />

Esa noche, tras la salida de la luna, saldría nuevamente<br />

con una botella de moscato y una copa. Serviría<br />

el vino, levantaría la copa hacia el mar y brindaría por<br />

el alma de todos aquellos que lo habían precedido.<br />

Y procuraría que ese lugar permaneciese invisible<br />

para el resto del mundo.<br />

Si la prensa amarilla se enteraba sacaría el máximo<br />

provecho a esa operación. La noticia añadiría una nota de<br />

romanticismo a los cotilleos que ya lo acompañaban. Decían<br />

que estaba levantando un imperio. Era un hombre<br />

lleno de misterios. Era uno lupo solo. Un lobo solitario.<br />

En eso, al menos, tenían razón. Empresas Lucchesi habían<br />

convertido a Stefano en una figura pública. Y, por ese<br />

motivo, buscaba el aislamiento en su vida privada.<br />

Había seguido su práctica habitual en la construcción<br />

de su nueva casa. Sólo había contratado aquellos<br />

profesionales que habían aceptado la firma de cláusulas<br />

de confidencialidad y había dejado muy claro que sus<br />

abogados actuarían sin ningún miramiento con relación<br />

al cumplimiento de dichas cláusulas. Sabía que podía<br />

llegar a saberse con el tiempo, pero al menos eso le proporcionaría<br />

un respiro.<br />

Un poco antes había oído el zumbido de un helicóptero<br />

sobre su cabeza. No había nada extraño en eso. Los<br />

helicópteros formaban parte del siglo veintiuno. Pese a<br />

todo había mirado al cielo, preguntándose si los fotógrafos<br />

habían logrado encontrarlo en tan poco tiempo.<br />

–¡Stef-an-oh!<br />

Stefano contuvo la respiración. ¿Acaso era el viento?<br />

El sonido de esa voz, gritando su nombre. No. Tenía<br />

que ser el viento.<br />

–Stef-ann-oh. ¡Hola! ¿No me oyes?<br />

Parpadeó varias veces. Era imposible que el viento<br />

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ordenara las palabras sueltas en frases completas y que<br />

dibujara la esbelta figura de una mujer que lo miraba<br />

desde el pie de la colina mientras se apartaba su melena<br />

rubia con una mano y ahuecaba su otra mano alrededor<br />

de su boca.<br />

¿Carla? Esa idea golpeó su cabeza. Era imposible. Estaba<br />

en Nueva York. Se había despedido de ella un día de<br />

la semana anterior mientras las lágrimas se deslizaban sobre<br />

su rostro perfectamente maquillado. Pero había dejado<br />

de llorar en cuanto había comprendido que hablaba<br />

totalmente en serio y su voz se había vuelto chillona<br />

mientras espetaba en su cara lo que pensaba de él.<br />

El problema había empezado cuando había irrumpido<br />

en su apartamento sin previo aviso y había encontrado<br />

a Stefano cómodamente instalado en la mesa del<br />

comedor, bebiendo un café y mirando las fotos de la<br />

isla. Los acantilados azotados por el viento, las ruinas<br />

del castillo y la nueva casa.<br />

–¡Dios mío! –había exclamado, boquiabierta–. Querido,<br />

¿qué es eso?<br />

No habría tenido sentido que hubiera fingido que no<br />

lo sabía. El arquitecto había preparado una preciosa carpeta<br />

para el proyecto final y cada fotografía estaba etiquetada<br />

con esmero.<br />

Castello Lucchesi, Sicilia.<br />

–Una casa –había respondido como si tan sólo se tratara<br />

de eso.<br />

–Tu casa –había señalado ella en ese tono jadeante<br />

que antes había considerado dotado de cierto encanto y<br />

que ahora sólo conseguía irritarlo–. Y es perfecta para<br />

la portada del primer número de Sueños Nupciales.<br />

–¡No!<br />

–Vamos, Stefano –se había sentado en sus rodillas–.<br />

Sabes que me han contratado para que Sueños Nupciales<br />

se convierta en la mejor revista del planeta. El primer<br />

número es clave para el futuro de mi carrera.<br />

Se había negado por segunda vez y ella había cambiado<br />

de táctica. Se había girado y se había sentado a


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horcajadas sobre él. Entonces lo había besado con esos<br />

labios ardientes como el fuego.<br />

Tendría que haberse separado de ella en ese mismo instante.<br />

Su relación se había estancado. Se había terminado y<br />

Stefano lo sabía. Había perdido interés en Carla. Era egocéntrica,<br />

superficial y reclamaba un lugar en su vida que<br />

no estaba dispuesto a concederle bajo ningún concepto.<br />

Así que había levantado a Carla de su regazo y había<br />

rechazado nuevamente su idea. El teléfono había sonado<br />

cuando ella había empezado a llorar. Era su piloto<br />

para informarle que su avión privado ya había repostado<br />

y estaba listo.<br />

–¿Adónde vas? –había gritado cuando se encaminaba<br />

hacia la puerta–. Tienes que hacerlo por mí, Stefano.<br />

¡Tienes que hacerlo!<br />

Al ver que no respondía, Carla había pasado de las<br />

lágrimas a las maldiciones y los gritos...<br />

Y ahora estaba ahí. En sus tierras. En su isla. Estaba<br />

subiendo a gatas por la falda de la colina como una imagen<br />

surgida de una pesadilla.<br />

Notó un nudo en sus entrañas. Estaba furioso ante su<br />

temeridad y esa intromisión en su espacio privado. Se<br />

dijo a sí mismo que estaba siendo ridículo y que aquel<br />

lugar no era sagrado. Sólo tenía derecho a enfurecerse<br />

porque ella lo hubiera seguido hasta allí sin su permiso,<br />

pero eso no evitaba que hundiera las manos en los bolsillos<br />

con más fuerza todavía y apretase los puños.<br />

–Querido –chilló cuando llegó a su lado–. ¿No estás<br />

sorprendido?<br />

–¿Cómo me has encontrado? –replicó, seco.<br />

–Ése no es un saludo muy elegante.<br />

–Tienes razón. Es una pregunta. Contéstame, ¿quieres?<br />

Ella sonrió y se puso de puntillas para depositar un<br />

delicado beso en la boca inmóvil de Stefano.<br />

–No ha sido tan difícil. Estoy segura de que piensas<br />

que tengo la cabeza hueca, pero incluso un niño podría...<br />

–Lamento que hayas hecho un viaje tan largo para<br />

nada, Carla.<br />

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–¿Eso es lo único que tienes que decirme después de<br />

que haya venido hasta aquí para estar contigo?<br />

Stefano torció la boca en una mueca. Ella había acudido<br />

por sus propios motivos. Ambos lo sabían.<br />

–... un lugar tan maravilloso, querido, y pensar que<br />

no tuvieras intención de compartirlo conmigo...<br />

–¿Has venido en el helicóptero?<br />

–Sí, así es. Hemos aterrizado en un terreno un poco<br />

alejado y después un taxi...<br />

–Regresa y dile al piloto que te lleve al aeropuerto.<br />

–¿Cómo? –Carla parpadeó.<br />

–He dicho...<br />

–Te he oído. Pero no puedo creerme que me estés<br />

echando.<br />

Las lágrimas centellearon en sus ojos. Stefano pensó<br />

que era muy buena en esas situaciones.<br />

–Carla.<br />

Habló con calma, consciente de que la ira que crecía<br />

en su interior se acercaba a un punto sin retorno, pero decidido<br />

a que ella no lo notara. Apreciaba tanto el dominio<br />

de sí mismo como la intimidad. El impulso emocional era<br />

una de las características que menos admiraba de la gente<br />

de Sicilia. Había conducido a su abuelo a la ruina.<br />

–No vas a quedarte –sentenció.<br />

–¿Quieres decir...? –su voz tembló–. Me estás diciendo<br />

que no soy bienvenida, ¿no?<br />

Estuvo a punto de echarse a reír. ¿Creía seriamente<br />

que una escena de ese tipo funcionaría?<br />

–Quiero decir –señaló con tacto– que no te he invitado.<br />

–No tenías que hacerlo. Llevamos juntos mucho<br />

tiempo –replicó Carla.<br />

–Cuatro meses –señaló en un tono gélido.<br />

Era muy consciente, pero no le importó.<br />

–Cuatro meses –repitió ella con el mismo énfasis<br />

que si fuera toda una vida– y ahora, sólo porque te he<br />

pedido un pequeño favor...<br />

–Creo que mi respuesta fue muy clara. Nadie va a<br />

sacar mi casa en la portada de una revista –contestó.


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–Entonces, ¿es tu casa? –dijo con una sonrisa astuta–.<br />

¿No vas a transformar esta propiedad en un complejo<br />

turístico?<br />

Stefano se maldijo entre dientes por su credulidad.<br />

–Adiós, Carla –dijo y pasó junto a ella.<br />

Ella alargó la mano y lo sujetó de la manga de la camisa.<br />

–No se trata sólo de la portada, Stefano. Quiero dedicarle<br />

todo el número. ¡Sería la revista más alucinante<br />

que nadie haya visto jamás!<br />

Stefano se soltó de un tirón e inició el descenso de la<br />

pendiente. Carla se apresuró para colocarse a su altura,<br />

pero resbalaba con los zapatos de tacón de aguja.<br />

–Sólo te pido que me escuches, ¿de acuerdo?<br />

Stefano no contestó.<br />

–Tal y como lo he planeado, mantendrías la privacidad<br />

al tiempo que se realzaría el carácter intimista del<br />

reportaje –explicó Carla.<br />

Llegaron al pie de la colina. Stefano buscó con la<br />

mirada el taxi de Carla. La carretera y el camino estaban<br />

desiertos.<br />

–Ésta es mi idea, Stefano –Carla encaró a Stefano<br />

con una expresión resplandeciente a causa de las luces<br />

que se habían encendido en la parte trasera de la casa–.<br />

Un profesional en cada área. Un fotógrafo de primera<br />

clase, un artista del maquillaje, una preciosa modelo...<br />

Gritó cuando Stefano la agarró por los codos y tiró<br />

de ella con fuerza.<br />

–¡No! ¿Es que estás sorda? No habrá ningún reportaje.<br />

Nada de modelos, ni fotógrafos ni nada.<br />

–Me estás haciendo daño.<br />

Seguramente era verdad. Apartó las manos con cuidado<br />

y dio un paso atrás.<br />

–¿Dónde está tu taxi?<br />

–He dicho que no me esperase –sonrió.<br />

–Espera aquí. Avisaré a alguien para que te lleve al<br />

aeropuerto –dijo y se alejó de ella por última vez.<br />

–¡Stefano!<br />

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Su voz sonó suave como la brisa. Consiguió que se<br />

le erizase el vello de la nuca, pero prosiguió su camino.<br />

–¿En qué revista preferirías que apareciesen esas fotografías,<br />

Sueños Nupciales... o Rumores?<br />

Stefano se detuvo en seco.<br />

–Tienes un minuto para reconsiderar esa amenaza<br />

–dijo mientras se volvía hacia ella–. Después, voy a<br />

echarte de mi propiedad.<br />

Carla palideció. Estaba asustada. Pero también estaba<br />

decidida. Stefano lo notaba en esa leve inclinación<br />

de la cabeza.<br />

–Ya lo he preparado todo. La modelo, el fotógrafo, el<br />

maquillador... Todos llegarán aquí mañana por la mañana.<br />

–¿Disculpa? –replicó, boquiabierto.<br />

–He dicho...<br />

Se acercó a ella en dos zancadas, agarró a Carla por<br />

los hombros y zarandeó su figura hasta que le castañetearon<br />

los dientes.<br />

–¿De qué demonios estás hablando?<br />

–¡Suéltame!<br />

–¡Explícate, maldita sea!<br />

–¡Te demandaré por agresión si no me sueltas!<br />

No sería una agresión, sería asesinato. Estaba a un<br />

paso de cruzar esa frontera. Aturdido ante la intensidad<br />

de su arrebato, soltó a Carla.<br />

–Explícate –repitió.<br />

–Me gustaría, pero no me escucharías –se recogió<br />

sobre sí misma y lo miró a la cara.<br />

Entonces su voz adquirió un timbre más agudo y la<br />

excitación brilló en sus ojos.<br />

–¿Crees que lo sabes todo para ganar dinero? Es posible,<br />

pero no tienes la menor idea de cómo funciona la<br />

industria editorial. Tanto si lanzas al mercado una revista<br />

nueva como si quieres reflotar una publicación antigua,<br />

necesitas un número que atraiga todas las miradas.<br />

Sólo un número y la revista logrará tanta publicidad que<br />

soltará chispas. Y yo, también.<br />

–Busca otra manera para encender ese fuego. Nadie


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pondrá un pie en mis tierras sin mi permiso –contestó<br />

Stefano.<br />

–Sólo estaremos aquí tres días, nada más. No voy a<br />

insultarte ofreciéndote dinero para que nos permitas<br />

realizar el reportaje en tu propiedad.<br />

Se rió y Carla se sonrojó.<br />

–No me obligues a ponértelo difícil, querido.<br />

–¿Obligarme?<br />

–Quieres mantener tu vida en secreto, ¿no es cierto?<br />

–esbozó una sonrisa taimada–. Se me ocurren media<br />

docena de periódicos sensacionalistas que se frotarían<br />

las manos si les ofreciera una entrevista en exclusiva<br />

con la amante del gran Stefano Lucchesi, además de<br />

unas vistas aéreas de su nueva residencia.<br />

En el siguiente silencio, Stefano pudo distinguirlo<br />

todo. El latido de su corazón. El lejano bramido de las<br />

olas y el graznido agudo de un ave por encima del agitado<br />

mar.<br />

–Podría matarte –dijo con voz tenue–. Nadie lo sabría.<br />

Sólo tengo que arrastrarte hasta la cima de los acantilados<br />

y tirarte desde allí. Para cuando tus restos llegaran a la<br />

costa, los cangrejos habrían devorado la carne.<br />

La sonrisa de Carla tembló, pero se acercó un poco<br />

más a él.<br />

–Puedes comportarte como un bastardo despiadado<br />

cuando te lo propones, Stefano Lucchesi. Pero, ¿asesinar<br />

a una mujer? Nunca.<br />

Stefano miró fijamente a su antigua amante durante<br />

unos momentos interminables. Entonces escupió a sus<br />

pies, rozó su cuerpo al pasar junto a ella y se encaminó<br />

hacia la casa.<br />

Quizás sus sueños apuntaban demasiado alto.<br />

Ella había profanado ese lugar.<br />

Quizás su abuelo había hecho bien al alejarse de la isla.<br />

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<strong>Capítulo</strong> 2<br />

TODOS los océanos del mundo presentaban el<br />

mismo aspecto desde una altura de treinta y cinco<br />

mil pies... ¿y no era un poco triste que sólo pudieras<br />

pensar en algo así después de tantos vuelos, a casi<br />

once mil metros sobre el Atlántico?<br />

Fallon O’Connell se recostó en su asiento, reclinó al<br />

máximo su cómoda butaca de cuero y se preguntó en<br />

qué momento se había convertido en una persona tan<br />

cínica, hastiada de la vida. Fallon cerró los ojos.<br />

Iba camino de una isla en el Mediterráneo para un<br />

reportaje de una semana. Tenía reservada una suite en<br />

una mansión, donde también aguardaban su llegada el<br />

mejor maquillador y el mejor fotógrafo del momento,<br />

listos para desplegar toda su magia...<br />

Torció el gesto de la boca con nerviosismo.<br />

Un poco de entusiasmo no le haría ningún daño en<br />

esos momentos.<br />

Suspiró, colocó el respaldo de su asiento en posición<br />

vertical y volvió a mirar por la ventanilla del avión.<br />

No era tanto que no deseara ese trabajo. ¿Qué modelo<br />

rechazaría esa oportunidad? La portada de lanzamiento<br />

de Sueños Nupciales y, en su interior, un reportaje extenso<br />

con páginas y páginas de brillantes fotografías dedicadas<br />

en exclusiva a ella.<br />

Por supuesto, deseaba ese trabajo.<br />

Entonces, ¿qué problema había? Eso mismo le había<br />

preguntado la noche anterior su hermano Cullen, después<br />

de la boda de Keir y Cassie.<br />

La pareja de recién casados se había escapado, finalmente,<br />

entre vítores y aplausos. Pero el clan O’Connell


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no había concluido las celebraciones. Habían trasladado<br />

la fiesta desde la opulencia del restaurante Tender Grapes<br />

hasta la magnífica casa de piedra con vistas sobre<br />

Deer Hill Vineyard.<br />

Sean encendió un fuego en la enorme chimenea y<br />

Cullen abrió otra botella de Chardonnay, de cosecha<br />

propia, premiado ese año. Sean revisó la colección de<br />

discos compactos de Keir y eligió algo de música clásica<br />

mientras su madre y su padrastro se instalaban en<br />

el sofá. Megan, Briana y Fallon se descalzaron y suspiraron<br />

aliviadas al sentirse liberadas de los zapatos de tacón<br />

de aguja.<br />

–¿Qué os parece si hacemos el recorrido completo<br />

de la casa?–había dicho Bree.<br />

–De acuerdo –había contestado Megan, que agarró<br />

del brazo a su hermana–. Quizás podamos, finalmente,<br />

enterarnos de cuántas habitaciones tiene la casa.<br />

Tendió la mano a Fallon, pero ella sonrió y negó con<br />

un gesto de la cabeza.<br />

–Id por delante, chicas. Yo voy a salir al jardín para<br />

respirar un poco de aire fresco.<br />

Sus hermanas se alejaron en tropel y Cullen se<br />

acercó a ella.<br />

–¿Estás bien? –preguntó.<br />

–Sí –dijo y dedicó otra sonrisa a su hermano–. Sólo<br />

quiero disfrutar de este cielo. No estoy acostumbrada a<br />

tantas estrellas.<br />

–Yo, tampoco –sonrió su hermano–. Nosotros, la<br />

gente de ciudad, tendemos a olvidarnos de estas cosas.<br />

Fallon asintió, abrió las puertas correderas de cristal<br />

y salió a la terraza. Las estrellas refulgían con un brillo<br />

cristalino sobre un cielo de terciopelo negro. La luna de<br />

marfil parecía suspendida en las ramas altas de una hilera<br />

de árboles.<br />

El aire cálido de la noche estival de Connecticut envolvía<br />

su cuerpo.<br />

Fallon, con la copa de vino en la mano, bajó los escalones<br />

de piedra que todavía conservaban el calor del<br />

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16<br />

día. Atravesó en calma la suave pendiente de la colina y<br />

cruzó entre las viñas, dispuestas en terraza.<br />

Sentía la tierra fresca y húmeda en contacto con sus<br />

pies descalzos. La brisa, impregnada del fuerte aroma<br />

de los racimos de uvas maduras, perfumaba la atmósfera.<br />

Había sido un día maravilloso. Un fantástico fin de<br />

semana. Su madre estaba encantada y feliz con Dan, que<br />

había resultado la clase de padrastro que daba dignidad a<br />

esa palabra. Siempre disfrutaba en compañía de sus hermanas<br />

y hermanos. Y el primogénito de la familia estaba<br />

tan enamorado de su querida Cassie que parecía en disposición<br />

de convencerte para que creyeras en el amor.<br />

Al menos, si no funcionaba contigo, sí podía tener<br />

sentido para los demás.<br />

Fallon se detuvo junto a una viña, bebió un poco de<br />

vino y deslizó una mano sobre un racimo de uvas aterciopeladas.<br />

Entonces, cómo era que se sentía tan, tan...<br />

¿Qué? ¿Qué estaba sintiendo? ¿Cansancio? ¿Estaba<br />

indispuesta? ¿Quizás un poco deprimida? No había ninguna<br />

razón para eso, nada...<br />

–Hola.<br />

Lanzó un gemido sordo y se volvió justo en el instante<br />

en que Cullen llegaba a su lado.<br />

–Me has dado un susto de muerte –dijo con una risita<br />

nerviosa.<br />

–Lo siento. Creía que me habías oído –sonrió–. Supongo<br />

que soy más ligero de lo que pensaba.<br />

Fallon le devolvió la sonrisa. Nadie utilizaría el término<br />

«ligero» para describir a sus hermanos. Cullen, al<br />

igual que todos los demás, era grande y medía más de<br />

un metro ochenta y cinco, descalzo.<br />

–¡Ajá! Igual de ligero que un alce. ¿Qué estás haciendo<br />

aquí fuera?<br />

–Lo mismo que tú, pequeña –se encogió de hombros–.<br />

Miro las estrellas, estiro las piernas y tomo aire.<br />

Ha sido un día muy largo.


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–Un fin de semana, más bien. Pero ha sido divertido.<br />

–Las reuniones del clan O’Connell siempre resultan<br />

bien. Esta vez, por lo menos, hemos tenido menos fuegos<br />

artificiales.<br />

–Seguramente ha sido por respeto a Cassie –rió Fallon–.<br />

Supongo que ninguno de nosotros queríamos<br />

asustarla. Ha ganado muchos puntos al tolerarnos a todos<br />

juntos de una vez.<br />

–Sí. Parece una chica fantástica.<br />

–Estoy de acuerdo.<br />

Ambos hermanos bebieron de sus respectivas copas.<br />

–Asombroso –dijo Cullen tras una pausa–. Me refiero<br />

a la boda de Keir.<br />

–A veces, pasa –señaló Fallon.<br />

–Desde luego, pero nunca a nosotros –los dos se rieron–.<br />

Ha sido una ceremonia preciosa.<br />

–¡Mmm!<br />

–Esas promesas que han escrito estaban muy bien.<br />

–¡Mmm! –asintió Fallon y bebió otro sorbo de vino.<br />

–Conmovedor.<br />

–¿Conmovedor? –arqueó las cejas.<br />

–Sí. Ya sabes, esa clase de sentimientos que se han<br />

expresado mutuamente. ¿Acaso un hombre no puede<br />

utilizar esa palabra? Tú también lo has pensado.<br />

–¿Es que estábamos hablando de mí? –Fallon parpadeó.<br />

Cullen, que se había desprendido del esmoquin y de<br />

la pajarita varias horas antes, se desabrochó los botones<br />

del cuello de la camisa.<br />

–Has llorado un poco –señaló con delicadeza–. Al final.<br />

–¿Yo? ¿Llorar en una boda? –Fallon se encaró con él<br />

e hincó su dedo en el pecho de su hermano–. Cullen. Mi<br />

querido hermano pequeño...<br />

–Sólo me sacas un año, pequeña. Procura que no se<br />

te suba a la cabeza.<br />

–El hecho es que yo no lloro en las bodas. ¿Por qué<br />

iba a hacerlo? Cuando has sido la novia más de un millón<br />

de veces...<br />

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18<br />

–Una novia de portada de revista, seis veces en total,<br />

y no me mires con esa expresión de sorpresa. Mamá<br />

lleva la cuenta.<br />

–¿En serio? –levantó la vista hacia su hermano.<br />

–Por supuesto. Y si quieres saberlo todo, nos manda<br />

a cada hermano una copia de cada revista en la que sales<br />

en la portada... Como si pensara que no corremos a<br />

la tienda más cercana para comprar todos los ejemplares<br />

por nuestra cuenta.<br />

Fallon, embargada por la gratitud, sonrió.<br />

–Eso es muy bonito.<br />

–¿Bonito? Es necesario. ¿Cómo crees que esas revistas<br />

se mantienen en circulación? Si el clan O’Connell<br />

no las comprara, ¿quién lo haría? –se rió y esquivó el<br />

golpe que su hermana le lanzó a la mandíbula con el<br />

puño–. Pero que aparezcas en la portada de una revista<br />

vestida de novia no te convierte en una novia en la vida<br />

real, cielo. Ambos lo sabemos.<br />

–¿Qué está pasando aquí? –Fallon entornó la mirada–.<br />

¿Crees que, ahora que Keir se ha casado, todos<br />

deberíamos seguir su ejemplo?<br />

–¡Diablos, no! –Cullen se estremeció.<br />

–Bien, porque no tengo el menor interés en casarme.<br />

–A mí me parece bien. Sólo me preguntaba por qué<br />

estabas llorando –su tono de voz se volvió más cálido–.<br />

¿Estás bien?<br />

–Claro que estoy bien. ¿Por qué no iba a estarlo?<br />

–No lo sé. Por eso te lo pregunto. Si algún hombre te<br />

hace daño o algo...<br />

–¡Oh, Cull! –suspiró.<br />

Sus labios dibujaron una sonrisa. Se apoyó en los antebrazos<br />

de su hermano, su puso de puntillas y lo besó<br />

en la mejilla.<br />

–Gracias –dijo.<br />

Miró fijamente a Cullen, preguntándose qué diría si<br />

supiera que ya no salía con nadie porque en demasiadas<br />

ocasiones los hombres habían codiciado poseerla como<br />

un trofeo, ignorándola como una mujer que deseaba


Omn Bia 320-3 14/11/12 16:19 Página 19<br />

sentirse amada por sí misma, pero no por lo que representaba.<br />

–¿Hermana? –dijo Cullen ofreciéndole su brazo.<br />

Fallon sonrió y se agarró del brazo de su hermano.<br />

–Está bien.<br />

Comenzaron a subir la colina hacia la casa de piedra,<br />

jalonada por torreones, iluminada por la luna llena.<br />

–Supongo que todo encajaba... a la perfección –dijo<br />

Fallon tras un minuto, con la voz dulce–. Las flores, la<br />

música, las palabras. La manera en que Keir y Cassie se<br />

miraban. Supongo que tienes razón. Ha sido conmovedor.<br />

–Desde luego.<br />

–Claro que eso no significa que quiera lo mismo<br />

para mí.<br />

–Tu carrera –apuntó Cullen y asintió, consciente de<br />

que en la vida de su hermana no había cabida para nada<br />

más.<br />

Pero, ¿cómo podía comprenderlo cuando ella era incapaz<br />

de asumirlo?<br />

Después de muchos años de trabajo duro, su carrera<br />

había llegado a la cumbre... y estaba disfrutando de su<br />

éxito mucho menos de lo que hubiera creído.<br />

Todo había empezado a los diecisiete años, mientras<br />

paseaba por una calle de Nueva York. Había terminado<br />

el instituto y se preparaba para ir a la universidad. Un<br />

hombre se había acercado a ella y le había entregado<br />

una tarjeta. Fallon se había apartado y ese hombre le había<br />

asegurado que no era un lunático ni quería abusar de<br />

ella. Por el contrario, dirigía una agencia de modelos y,<br />

si ella no era estúpida, llamaría para entrevistarse con<br />

él.<br />

Fallon nunca había sido una estúpida. No se sobrevivía<br />

a una infancia itinerante, siempre de un sitio a otro,<br />

si eras una niña tonta. Había comprobado el nombre de<br />

la agencia y había concertado una cita con el hombre<br />

que, desde entonces, alardeaba de su descubrimiento.<br />

Para cuando había cumplido la mayoría de edad, su<br />

rostro estaba en todas partes. Y ella también. Una se-<br />

19


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20<br />

mana en España, otra en París, largos fines de semana<br />

en el Caribe y en la costa de Florida durante ese primer<br />

año y cientos de sitios desde entonces.<br />

Quizás por eso se había emocionado tanto en la<br />

boda, la tarde anterior. Keir y Cassie iban a establecerse<br />

definitivamente y echarían raíces.<br />

Quizás por eso estuviera mirando por la ventanilla<br />

del avión de nuevo, preguntándose cuándo había asumido<br />

que todos los océanos eran iguales, las islas, los<br />

hombres...<br />

–¿Señorita O’Connell?<br />

Fallon levantó la vista. La azafata estaba a su lado,<br />

sonreía y le ofrecía el menú del desayuno. Sacudió la<br />

cabeza y declinó el ofrecimiento.<br />

Tenías que vigilar tu peso cuando eras modelo, cada<br />

vez más con el paso de los años. La figura esbelta que<br />

lucías con dieciocho años no era la misma que tenías<br />

con veintiocho años.<br />

Pensó en su edad. Ya se acercaba a la treintena. Una<br />

buena marca en ese mundo. Todavía se mantenía en<br />

forma. Las sesiones en el gimnasio daban un buen resultado,<br />

pero pronto tendría que recurrir a otros métodos<br />

para su cara si quería mantenerse en el negocio.<br />

Odiaba la sola idea de semejante artificio. Tal y<br />

como estaba, había momentos en que se miraba al espejo<br />

después de que la hubieran maquillado y peinado,<br />

después de que otra persona hubiera elegido su vestuario,<br />

después de que un tercero le hubiera pedido que<br />

adoptara una expresión llena de sentimiento o divertida<br />

o lo que fuera necesario para que se vendieran coches o<br />

una nueva crema para las manos, y se había preguntado<br />

quién era realmente.<br />

La cirugía, las inyecciones, los retoques y las reducciones<br />

sólo conseguirían que la verdadera Fallon se enterrase<br />

bajo un montón de capas falsas.<br />

A veces, frente al espejo, se preguntaba qué hubiera<br />

sido de su vida si fuera una mujer de carne y hueso en<br />

vez de una imagen creada por la cámara.


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Fallon torció el gesto y dejó la taza sobre la bandeja.<br />

¡Por el amor de Dios!, ¿qué le estaba pasando?<br />

Ella era Fallon O’Connell, supermodelo. Miles de<br />

mujeres darían cualquier cosa por ponerse en su lugar y<br />

todas ellas le dirían que estaba mal de la cabeza si no se<br />

sentía completamente feliz.<br />

Disfrutaba de una vida maravillosa y excitante. Y sabía,<br />

incluso si todo el mundo lo ignoraba salvo su familia,<br />

que era algo más que una cara bonita.<br />

Apretó el botón de su asiento al máximo y se sentó<br />

con la espalda recta.<br />

Ya estaba bien de tanta tontería. Tenía que concentrarse<br />

en el trabajo. Era un reportaje increíble. Sería la<br />

única modelo en una sesión a cargo de Maurice, su fotógrafo<br />

favorito, y Andy, un genio del maquillaje que<br />

siempre había logrado dotarla de una expresión etérea.<br />

Carla, editora de la revista Sueños Nupciales que había<br />

organizado todo, también estaría allí. Y eso era todo.<br />

Tan sólo ese pequeño grupo y nadie más, ni siquiera el<br />

propietario de la mansión. Era todo un alivio. Había intervenido<br />

en otros reportajes localizados en propiedades<br />

privadas y, a veces, los anfitriones se emocionaban<br />

tanto que sólo entorpecían su trabajo.<br />

Carla había dicho que el dueño era un anciano con<br />

bastante mal carácter. Sólo Dios sabría qué artimañas<br />

habría usado Carla para convencerlo y que les permitiera<br />

hacer el reportaje en su propiedad. Cuando Fallon<br />

se lo había preguntado, Carla le había guiñado un ojo y<br />

había dicho que era un secreto. Seguramente había<br />

usado ese mismo encanto personal para deshacerse del<br />

anciano. Carla había dicho que había invitado al propietario<br />

para que asistiera al reportaje, pero éste había renunciado.<br />

Así que sólo estaría un puñado de personas, gente<br />

que Fallon ya conocía, y las ruinas de un castillo en un<br />

decorado natural de ensueño, el mar, el sol, la playa...<br />

Y el volcán en la distancia, latente.<br />

Sólo con imaginárselo se sintió mucho mejor.<br />

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Había pasado por Sicilia una vez, pero sólo se había<br />

quedado un par de días. Había acudido por trabajo, pero<br />

entonces había compartido las sesiones con otras dos<br />

modelos. Las otras chicas habían odiado la isla. Según<br />

ellas, era demasiado escarpada, primitiva y azotada por<br />

el viento. Pero a Fallon le había encantado.<br />

Para ella, Sicilia era sinónimo de autenticidad. Las<br />

islas de exuberante vegetación, colinas onduladas y lugareños<br />

que sonreían relajados eran una pura fantasía.<br />

Un toque de realidad era como un soplo de aire fresco<br />

en un mundo donde el producto final era una ilusión.<br />

Fallon se inclinó sobre la ventanilla. Estaba amaneciendo.<br />

Una delgada franja rojiza se desperezaba en el<br />

horizonte. En unos minutos aterrizarían en el suelo de<br />

París, última escala en su vuelo.<br />

Pensó, animada por un cierto grado de excitación,<br />

que quizás en Sicilia descubriría quién era realmente y<br />

qué haría con el resto de su vida. Una preocupación que<br />

le había rondado la cabeza últimamente.<br />

Un tema al que no dejaba de darle vueltas, en realidad.<br />

Fallon cerró los ojos, ignoró el ruido de los motores<br />

y la voz inquieta del niño al otro lado del pasillo. Respiró<br />

hondo, contuvo la respiración y expulsó el aire<br />

muy despacio.<br />

Un par de ejercicios de relajación bastarían para que<br />

recuperase el ánimo.<br />

Unas horas más tarde, todo un día dedicado a la<br />

práctica de ejercicios de relajación no habría bastado<br />

para aplacar su nerviosismo.<br />

¿Qué clase de lugar era ése?<br />

¿Era normal que estuviera diluviando en Catania en<br />

esa época del año? ¿Era normal que estuviera empapada<br />

y tuviera tanto frío que no dejara de temblar?<br />

Fallon se apartó de los ojos un mechón de pelo mojado.<br />

¿Dónde demonios se había metido su coche?


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Su vuelo había llegado en hora. Había recuperado su<br />

equipaje, cruzado la aduana y se había dirigido hacia la<br />

salida siguiendo, al pie de la letra, las instrucciones de<br />

Carla... y había esperado.<br />

Y había esperado.<br />

Y había esperado un poco más, sin un paraguas o una<br />

gabardina, sólo con una rebeca de algodón. Debajo, una<br />

camiseta y unos pantalones de algodón todavía más finos.<br />

¿Dónde se había metido ese maldito coche?<br />

Se precipitó fuera de la mísera protección que le proporcionaba<br />

un alero del tejado y se asomó a la carretera<br />

en busca de algún coche cuyo conductor encajase en el<br />

perfil de un chófer que estuviera buscándola a ella.<br />

Fallon se refugió nuevamente bajo el saliente, calada<br />

hasta los huesos, el pelo empapado goteándole en la espalda<br />

y sobre los ojos, y la ropa pegada al cuerpo.<br />

Maurice, el fotógrafo, y Andy, el maquillador, habían<br />

llegado la tarde anterior con Carla. Ella había tenido<br />

que retrasar su llegada un día a causa de la boda.<br />

Estaba segura de que los tres estarían cómodamente instalados<br />

en el castillo, secos y abrigados, bebiendo una<br />

copa de vino mientras ella aguardaba de pie, totalmente<br />

empapada.<br />

De acuerdo. No estaba dispuesta a seguir allí, esperando<br />

un coche que no llegaba. Volvería a la terminal,<br />

buscaría un teléfono, llamaría a la oficina de Sueños<br />

Nupciales...<br />

Y no encontraría a nadie. Era primera hora de la mañana<br />

en Italia, así que en Nueva York sería todavía noche<br />

cerrada.<br />

–¡Demonios! –masculló entre dientes–. ¡Demonios,<br />

demonios!<br />

Un gran coche negro se salió de la fila y frenó junto<br />

al bordillo. Fallon contuvo la respiración. ¿Sería el conductor<br />

que aguardaba? No podía distinguirlo. El coche<br />

tenía los cristales tintados de negro y llovía a mantas.<br />

Pero, sí, el coche se había detenido, el chófer se había<br />

bajado, había rodeado el auto, había abierto la puerta...<br />

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Fallon corrió hacia el coche y tiró la maleta sobre el<br />

asiento. El conductor la miró atónito.<br />

–¡Signorina! ¡Uno momento!<br />

–Está bien –dijo entre jadeos–. No se moleste en<br />

guardar mi equipaje en el maletero. Sólo quiero subirme<br />

y resguardarme de la lluvia.<br />

–¡Ya lo creo! –dijo una voz profunda y divertida–.<br />

En caso de necesidad, toda ayuda es poca.<br />

Había un hombre sentado en la esquina del asiento<br />

posterior, en penumbra, y estaba sonriendo.<br />

El primer pensamiento de Fallon fue que era un<br />

hombre guapísimo. Cabello negro, ojos oscuros de<br />

grandes pestañas, una nariz clásica de corte romano...<br />

Su segundo pensamiento fue que tenía que tratarse<br />

de otro coche, puesto que en ése ya había un pasajero.<br />

Y su tercera idea fue que, por primera vez en media<br />

hora, estaba a cubierto.<br />

Se aclaró la garganta.<br />

–Me temo que... ¿existe alguna posibilidad de que<br />

otra persona lo haya enviado a buscarme? –preguntó.<br />

El hombre sonrió de nuevo.<br />

–Me encantaría que así fuera pero, por desgracia, nadie<br />

me ha enviado a buscarla.<br />

–Ya –todavía seguía arrebujaba dentro del coche y se<br />

apartó la masa de pelo húmeda de la cara–. Bien, en ese<br />

caso, lamento las molestias que le he causado. Quiero<br />

decir que llevo un rato esperando un coche que se suponía<br />

que debía pasar a buscarme...<br />

–¿Qué hay del destino?<br />

–¿Disculpe?<br />

–¿Aceptaría si le dijese que el destino me ha enviado<br />

a buscarla?<br />

Sí, desde luego. Era muy atractivo y tenía buenos<br />

modales.<br />

–Desgraciadamente –respondió con una breve sonrisa–,<br />

dudo que el destino me llevara hasta donde tengo<br />

que ir. Le ruego que me disculpe por...<br />

–Mi chófer puede acercarla a cualquier sitio.


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Ella parpadeó. Stefano sabía que su proposición la<br />

había sorprendido. ¡Demonios! Hasta él mismo se había<br />

sorprendido.<br />

¿Qué estaba haciendo, diciéndole a una desconocida<br />

que podía hacer uso de su coche para que la llevara a<br />

donde ella quisiera? Por otro parte, era una extraña fascinante,<br />

incluso en su estado. ¿Incluso? Stefano bajó los<br />

ojos hacia sus pechos perfectamente redondos, los pequeños<br />

pezones enhiestos perfectamente destacados<br />

bajo la camiseta ceñida.<br />

La lluvia sólo había acrecentado su belleza.<br />

Sintió una repentina agitación bajo las costillas, una<br />

repentina avidez de tanta intensidad que lo dejó estupefacto.<br />

No había experimentado esa clase de deseo desde<br />

que había roto con Carla. De hecho, esa sensación había<br />

desaparecido mucho antes de su ruptura.<br />

–Es una oferta muy generosa, signore, pero no<br />

puedo aceptar.<br />

Levantó los ojos hacia ella. Se había sonrojado un<br />

poco, quizás debido al modo en que la había mirado.<br />

Estaba temblando, nada extraño si tenía en cuenta que<br />

estaba empapada, y Stefano se maldijo por evaluarla sexualmente<br />

en un momento así.<br />

–Claro que puede. Yo me bajo aquí y mi chófer no<br />

tiene que ir a ninguna parte después de dejarme. Puede<br />

acercarla a su hotel.<br />

–Ésa es la cuestión, no me alojo en un hotel –negó<br />

con la cabeza–. Yo...<br />

–Cada vez llueve más. ¿Por qué no se sienta, permite<br />

que Luigi cierre la puerta y encienda la calefacción del<br />

coche mientras lo discutimos?<br />

Fallon vaciló unos instantes. Sabía que debía sopesar<br />

las ventajas y las desventajas de una situación así. ¿Era<br />

prudente que una mujer subiera al coche de un perfecto<br />

desconocido?<br />

El hombre sonrió.<br />

–Es usted americana.<br />

–Sí.<br />

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–Estupendo, yo también. Somos almas gemelas, en<br />

ese caso. ¿Cómo se titula esa vieja novela? Extraños en<br />

tierra extraña.<br />

Ella exhibió una deliciosa sonrisa y se convenció. La<br />

mujer se acomodó en el asiento de cuero junto a él, se<br />

apartó el pelo mojado de la cara y le tendió la mano.<br />

–Fallon O’Connell –dijo, pero entonces soltó una tímida<br />

carcajada, retiró la mano, se secó contra el pantalón<br />

y volvió a tender su mano–. Estoy calada.<br />

–Sí, desde luego.<br />

Stefano sonrió mientras estrechaba su mano. ¡Dios<br />

Santo! Era una preciosidad. ¿A quién iría a visitar en Sicilia?<br />

¿Un hombre? Sintió un irracional ataque de celos<br />

de un hombre sin rostro. Puede que debiera quedarse en<br />

la isla en vez de volverse a Nueva York y celebrar su recién<br />

adquirida libertad.<br />

–¿Y su nombre es...?<br />

–Lo siento –se rió–. Soy Stefano Lucchesi. Es un<br />

placer conocerla, señorita O’Connell.<br />

–Fallon, por favor. El placer es mío, señor...<br />

–Stefano –soltó la mano de ella, muy a su pesar, se<br />

recostó en el asiento y cruzó los brazos sobre el pecho–.<br />

Ahora que hemos procedido a las presentaciones formales,<br />

dígame por qué no puede mi chófer conducirla a su<br />

destino.<br />

–Bueno, verá, no conozco la dirección.<br />

–¿Un poco de aventura en vacaciones? –sonrió Stefano.<br />

Ella rió abiertamente. Poseía una risa maravillosa, ligera<br />

y musical, auténtica.<br />

–He venido a hacer un reportaje fotográfico para una<br />

revista, pero la persona que me contrató no me facilitó<br />

una dirección. No parecía necesario, ya que ella me aseguró<br />

que un coche vendría a buscarme al aeropuerto.<br />

–¿No será usted modelo, señorita O’Connell? –preguntó<br />

mientras contenía la respiración.<br />

–Fallon, ¿recuerda? Sí, en efecto, soy modelo. ¿Me<br />

ha reconocido?


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Dijo aquello con una sonrisa, pero sus ojos reflejaban<br />

cierta desilusión. Stefano se preguntó por qué.<br />

¿Quizás porque no la había reconocido antes? Sí, seguramente<br />

ése sería el motivo. Conocía a esa clase de mujeres,<br />

tan conscientes de su aspecto, explotando sus encantos,<br />

seguras de que ningún hombre se resistiría. Y él,<br />

como un estúpido, no había hecho otra cosa más que<br />

probar esa teoría.<br />

Hasta ese momento.<br />

Estaba relacionada con Carla, era parte del plan de<br />

Carla para profanar su santuario. Y no deseaba ninguna<br />

clase de relación con ella.<br />

–No –dijo abruptamente–. No la he reconocido.<br />

–¡Ah! Entonces, ¿cómo...?<br />

–Hay rumores en toda la isla acerca de esos idiotas<br />

que van a tomar un montón de fotografías estúpidas<br />

para una de esas revistas inútiles –dijo.<br />

Era mentira. No habían existido esas habladurías.<br />

Carla se había mantenido fiel al trato. Había sido<br />

muy discreta y él no lo había comentado con nadie,<br />

desde luego. Pero era una excusa tan válida como<br />

cualquier otra. Estaba furioso, mucho más de lo que<br />

era pertinente, y sin ninguna razón. El trabajo de Fallon<br />

O’Connell era un asunto personal que no le concernía.<br />

Aparentemente, ella pensó lo mismo. Su sonrisa se<br />

desvaneció. Y esa deslumbrante expresión se tornó fría.<br />

–Yo no considero que mi trabajo sea inútil, señor<br />

Lucchesi.<br />

–¡Mis disculpas! –dijo en tono de burla.<br />

Ella captó el tono irónico de su respuesta y se ruborizó<br />

un poco.<br />

–¡Usted no sabe nada de mi profesión, señor! Las fotografías<br />

serán preciosas y miles de lectores podrían<br />

asegurarle que los artículos en la revista...<br />

–Estoy seguro –dijo, interrumpiéndola–. Pero eso<br />

sólo prueba que el mal gusto está muy extendido.<br />

¡Demonios! ¿Se había vuelto loco?<br />

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28<br />

–Está bien –dijo ella en voz baja, temblorosa, la furia<br />

contenida–. Ya es suficiente.<br />

Alargó la mano hacia el tirador de la puerta. Stefano<br />

sujetó su mano para detenerla y recibió una descarga de<br />

electricidad desde la yema de sus dedos antes de que<br />

ella se apartara bruscamente.<br />

–El modo en que se gane la vida es asunto suyo. El<br />

caso es que conozco el lugar al que se dirige –se inclinó<br />

hacia delante y golpeó en el hombro al chófer–. Luigi,<br />

la señorita quiere ir al castello. Llévala hasta allí.<br />

–Preferiría ir a pie antes que aceptar sus favores –replicó.<br />

–No sea estúpida. ¿Cómo espera llegar hasta allí si<br />

no conoce el camino?<br />

–Entonces, dígame dónde está y estaremos en paz.<br />

–Mi chófer la llevará hasta allí.<br />

–¡Maldita sea! ¿Es que está sordo? ¡No quiero quedarme<br />

ni un segundo más en este coche! –señaló Fallon.<br />

–No se trata del coche, sino de mí.<br />

Sus ojos brillaron. Calada hasta los huesos, tan despeinada<br />

como un gato bajo la lluvia, todavía era consciente<br />

de su estado.<br />

–¡Tiene usted toda la razón!<br />

–En ese caso... –Stefano abrió la puerta con fuerza,<br />

salió a la carretera y cerró de un portazo–. Arrivederci,<br />

señorita O’Connell. ¿Luigi? Andante.<br />

Fallon O’Connell dijo algo. No pudo escucharlo,<br />

pero estaba tan cerca de la ventanilla que apreció cómo<br />

movía los labios en un gesto de evidente indignación.<br />

Fallon se volvió hacia la puerta y Stefano golpeó el<br />

capó del coche. Luigi, siempre diligente, apretó el botón<br />

de cierre centralizado y pisó a fondo el acelerador.<br />

El coche salió disparado desde la acera.<br />

Stefano se encaminó hacia la terminal, recorrió la<br />

mitad del camino y se detuvo. ¿Qué demonios estaba<br />

haciendo? Masculló entre dientes una retahíla de maldiciones<br />

en italiano que habrían enorgullecido a su


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abuelo, sacó el teléfono móvil del bolsillo y llamó al piloto<br />

de su avión.<br />

Dio media vuelta y se dirigió a toda prisa hacia la<br />

parada de taxis. ¿En qué estaría pensando cuando había<br />

decidido que dejaría a Carla y su cuadrilla a solas en el<br />

castello?<br />

Ella tenía unas instrucciones muy claras. Y también<br />

el servicio de su residencia. Ninguna de las personas del<br />

equipo de Sueños Nupciales tendría acceso al interior<br />

de la casa. Carla se había molestado. ¿Dónde instalaría<br />

a su equipo? Ya había asegurado a su gente que se quedarían<br />

en el castillo.<br />

Stefano le había dicho que lo desmintiera.<br />

Si de él dependiera, podía instalarlos en la playa de<br />

roca en sacos de dormir. Pero había una posada a unos<br />

pocos kilómetros y Carla ya lo había arreglado para que<br />

pasaran allí la semana.<br />

Stefano se había asegurado de que Carla había hecho<br />

las reservas y había instalado un sistema de seguridad<br />

en el castello para los dos próximos meses. Había incluso<br />

contratado unos guardias de seguridad para que<br />

patrullaran sus tierras cada hora.<br />

–¿Taxi, signore?<br />

Stefano asintió, entregó al taxista el dinero por adelantado<br />

y se subió al coche.<br />

–Il Castello Lucchesi –dijo.<br />

Una imagen de la mujer que acababa de conocer<br />

cruzó su mente como un relámpago, esos ojos grandes y<br />

llenos de misterio, la boca cálida y sensual. Durante un<br />

instante, creyó que podía reconocer su aroma, un leve<br />

rastro de vainilla que sólo acentuaba la exuberancia de<br />

su belleza. Stefano apretó los labios.<br />

No estaba reaccionando de ese modo por culpa de Fallon<br />

O’Connell. Actuaba así porque era lo más lógico.<br />

No había ninguna otra razón. Ningún motivo.<br />

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<strong>Capítulo</strong> 3<br />

UNA revista de viajes habría calificado la propiedad<br />

de la familia Lucchesi como espléndida. Era<br />

un marco incomparable. Varias filas de esbeltos<br />

cipreses flanqueaban las ruinas que, en tiempos, habían<br />

sido un castillo medieval. Se encontraba de espaldas a<br />

un acantilado sobre las profundas aguas azules del Mediterráneo<br />

y miraba de frente el perfil borroso del volcán,<br />

en el monte Etna.<br />

En ese mismo terreno elevado, allá donde seguramente<br />

se habían localizado los cobertizos en el pasado,<br />

se erigía un castillo moderno, una estructura diseñada<br />

por entero a partir de una combinación de cristal ahumado<br />

y piedra autóctona. Detrás, había una terraza rodeada<br />

por un jardín y una piscina de estilo libre con un<br />

ángulo en el punto de fuga, de manera que diera la impresión<br />

de que el agua de la piscina se precipitase directamente,<br />

en cascada, sobre el mar.<br />

Una maravilla, en su conjunto... y después de casi<br />

una semana, Fallon confió en que nunca más tuviera<br />

que posar la vista sobre ese lugar.<br />

El sol era implacable, igual que una bola llameante y<br />

dorada de fuego que lanzara sus rayos desde un cielo<br />

tan azul que parecía artificial. Instalada en la terraza<br />

para el reportaje, una hora tras otra, el mar a sus espaldas,<br />

significaba que pasaba la mayor parte de su tiempo<br />

mirando fijamente al castillo y el vidrio ahumado. Era<br />

como mirar a alguien que llevara gafas de espejo.<br />

La piscina era un escenario más agradable, pero<br />

Maurice pensaba que era demasiado insulso. Prefería la<br />

playa y eso era un auténtico infierno.


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Era una playa de cantos, las piedras puntiagudas ardían<br />

bajo sus pies descalzos, e incluso cuando Maurice<br />

le instaba para que se acercara a la orilla, el agua estaba<br />

tan tibia que no le refrescaba los tobillos.<br />

El último día del reportaje resultó interminable.<br />

Maurice gritaba una orden tras otras, como de costumbre.<br />

–¡Gírate hacia mí! ¡Echa el brazo hacia atrás!<br />

¡Piensa en algo excitante!<br />

¿Excitante? Estaba tan sedienta que sólo podía pensar<br />

en la bebida, pero se humedeció los labios, esbozó<br />

una media sonrisa que dirigió a la cámara y se aferró al<br />

pensamiento de que habrían terminado en unos pocos<br />

minutos.<br />

Estaba muy acalorada. Sentía los pies en carne viva<br />

y un intenso picor en la piel bajo la capa de crema solar.<br />

Andy había utilizado un maquillaje resistente al agua y<br />

pesaba como una máscara sobre su piel. Y el peluquero,<br />

ya que Carla había llevado más gente de la que había<br />

prometido en un principio, le había puesto tanta laca en<br />

el pelo que tenía la impresión de que llevara puesta una<br />

peluca.<br />

–¡Adelante, O’Connell! Esta vez quiero que corras<br />

por la orilla. Estás disfrutando, así que demuéstramelo y<br />

juega con el agua.<br />

El sol, reflejado en breves destellos sobre la superficie<br />

del agua, resultaba demasiado brillante. Eso le provocaba<br />

un profundo dolor de cabeza al término de cada<br />

jornada de trabajo. Era totalmente imposible caminar<br />

sobre la playa, todas esas piedras clavándose en las<br />

plantas desnudas de sus pies.<br />

–Está bien, encanto. Apóyate en esa roca. Ya sabes<br />

lo que quiero, preciosa. Descansa el cuerpo sobre las<br />

manos. Bien. Muy bien. Quiero una sonrisa más amplia.<br />

Sí, así es. Bien, pero... gira la cabeza. Quiero esa<br />

mirada. Ya sabes a qué me refiero. Eso es. Bien. Muy<br />

bien. Ahora estás caliente.<br />

Ésa era la palabra. Ese lugar podía calificarse como<br />

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la antesala del infierno. ¿Había pasado tanto calor la última<br />

vez que había visitado Sicilia?<br />

–Mírame. Eres una novia, estás en tu luna de miel y<br />

miras a tu marido sin otra cosa en la cabeza más que el<br />

sexo. Actúa como si estuvieras a punto de salir del<br />

agua, subir al castillo y tirarte sobre él. Bien. Mucho<br />

mejor. Creo que ya estamos cerca.<br />

¿Subir al castillo? Imposible. Lo más cerca que había<br />

estado había sido el día de su llegada.<br />

El chófer había cruzado una puerta impresionante,<br />

vigilada por dos hombres de mirada gélida que parecían<br />

más preparados para llevar botas de campaña y uniformes<br />

de camuflaje en vez de trajes, y había continuado<br />

por un camino jalonado de árboles de cuyas ramas más<br />

altas pendían cámaras de seguridad en dirección al altísimo<br />

edificio de piedra y cristal.<br />

–Il castello –había anunciado el conductor con solemnidad.<br />

El hecho de que pronunciara una sola palabra asombró<br />

a Fallon. No había dicho nada desde que habían salido<br />

del aeropuerto. Había señalado con un leve movimiento<br />

de los hombros que no hablaba inglés, pero<br />

había mentido.<br />

–¡Qué bonito! –dijo con clama.<br />

La realidad era que esa definición se quedaba corta.<br />

Había supuesto que se encontraría una edificación<br />

medieval, fría, lúgubre y desolada. Pero era una mansión<br />

enorme que, de alguna manera, tendía un puente<br />

entre el pasado y el presente. Giró el cuello y observó<br />

con detenimiento la mansión hasta que el coche se detuvo<br />

con exquisita suavidad.<br />

Fallon echó un vistazo a su alrededor mientras el<br />

chófer salía del coche y abría su puerta.<br />

Se habían parado junto a...<br />

¿Una carpa?<br />

–Signorina.<br />

Atónita, miró al hombre a los ojos.<br />

–¿Está seguro de que este es el sitio?


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–Sí.<br />

Salió del coche. Era una carpa, de acuerdo. Muy<br />

grande, desde luego, semejante a las que había visto en<br />

las fiestas que los Hamptons celebraban en su jardín.<br />

Pero, en cualquier caso, no dejaba de ser una carpa.<br />

El chófer se ocupó de su equipaje en el momento en<br />

que el equipo de Sueños Nupciales salía de la carpa<br />

para saludarla. Se abrazó con Andy y Maurice, besó a<br />

Carla en la mejilla, estrechó las manos del resto del<br />

equipo y preguntó lo primero que le vino a la cabeza.<br />

¿Qué hacían todos metidos en una carpa cuando había<br />

una mansión enorme a poco más de veinte metros?<br />

Carla esbozó una sonrisa totalmente falsa y adoptó<br />

un tono confidencial.<br />

–El propietario es un excéntrico. No quiere que hagamos<br />

uso de su propiedad.<br />

La carpa sería su despacho y también funcionaría<br />

como camerino. Había contratado un servicio de comidas<br />

y había instalado un retrete automático en una pequeña<br />

cueva, junto a la playa.<br />

–Es como si hubiéramos acampado en medio de la<br />

selva –dijo Carla con una alegría que todos sabían que<br />

era del todo fingida.<br />

–No me digas que también vamos a dormir aquí<br />

–musitó Fallon y Carla se echó a reír.<br />

–Claro que no, querida. Todos tenemos nuestra propia<br />

habitación en una posada, junto a la costa. Es un lugar<br />

encantador.<br />

El resto del equipo, que ya conocía la posada, refunfuñó<br />

entre dientes y Fallon comprendió que «encantador»<br />

era un feliz eufemismo que ocultaba la falta de<br />

agua caliente, unos colchones abultados y sábanas gastadas.<br />

Carla fue la única persona inteligente. Regresó a<br />

Nueva York el segundo día de trabajo. Nadie comprendía<br />

por qué Carla se había marchado. No había sido la<br />

decisión más práctica pero esa segunda mañana había<br />

sonado su teléfono móvil, había respondido, había pali-<br />

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decido, levantado la vista hacia la mansión erigida sobre<br />

el acantilado, y lo último que habían sabido de ella<br />

era que se había ido.<br />

–Un asunto importante en Nueva York –había dicho,<br />

pero Fallon no había tragado.<br />

Sencillamente, no cuadraba.<br />

Fallon suspiró.<br />

Afortunadamente, la semana casi había terminado.<br />

No le gustaba ese sitio. Nada había salido bien,<br />

desde que a su llegada había confundido ese gran coche<br />

negro en el aeropuerto con el que debía pasar a buscarla.<br />

El coche. El hombre. Stefano Lucchesi, esos ojos negros<br />

y peligrosos, la sonrisa perezosa, esa voz grave,<br />

atractiva.<br />

Era ridículo que un desconocido tan aborrecible se<br />

hubiera instalado en su recuerdo.<br />

–¿O’Connell, estás sorda? Te he dicho que te des la<br />

vuelta. Gracias. Me alegra saber que todavía sigues con<br />

nosotros.<br />

El mundo de las modelos era bastante curioso. Estaba<br />

plagado de hombres como Maurice, egocéntricos y<br />

de fuerte carácter, y de gente como Andy, que era amable<br />

y educado.<br />

Y en la periferia se escondían los depredadores.<br />

Era, por supuesto, un acuerdo mutuo. Los depredadores<br />

lograban su propósito. Las chicas se llevaban los<br />

regalos, la publicidad, la fama.<br />

Fallon no entraba en ese juego. Al menos, desde que<br />

había caído prendida en los brazos de un supuesto industrial<br />

cuando sólo contaba diecisiete años. Había entregado<br />

su corazón y su virginidad. Él le había comprado<br />

una pulsera de diamantes y un montón de<br />

promesas.<br />

Tan sólo los diamantes habían superado la prueba<br />

del tiempo.<br />

Se había movido con cautela desde ese momento<br />

pero, pese a todo, cuatro años más tarde había trope-


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zado en la misma piedra. Su nuevo amante había sido<br />

un hombre muy guapo, rico, increíblemente sexy... y<br />

había roto con ella en cuanto había encontrado una sustituta.<br />

–¿O’Connell? Cielo, pon las manos en las caderas,<br />

¿quieres? Genial. Quédate así...<br />

Las pocas relaciones que había mantenido desde entonces<br />

habían sido con hombres sencillos que tenían los<br />

pies en la tierra. Se había alejado de los hombres castigadores,<br />

de físicos impresionantes. Nadie que acelerase<br />

su pulso con su sola presencia en una espiral de excitación,<br />

tal y como había ocurrido cuando había visto a<br />

Stefano Lucchesi en el aeropuerto, dentro del coche,<br />

esas maravillosas facciones de ángel caído...<br />

Sintió un escalofrío que recorrió su espalda.<br />

Estaba contenta de que el reportaje estuviera prácticamente<br />

terminado. Necesitaba la energía y el ruido de<br />

Nueva York. Podía enfrentarse a la multitud, el tráfico y<br />

el clima, siempre demasiado caluroso, demasiado frío o<br />

demasiado húmedo, mucho mejor que en ese lugar tan<br />

inhóspito.<br />

Cruzaban por su cabeza ideas ridículas y sus sentidos<br />

estaban jugándole malas pasadas. Por ejemplo, tenía<br />

la extraña sensación de que alguien la vigilaba.<br />

Había oído hablar de los lunáticos que acechaban a<br />

las celebridades. Una amiga había sufrido una experiencia<br />

de ese tipo por culpa de un fanático que carecía de<br />

una vida propia. El relato de los hechos, incluso visto<br />

desde fuera, resultaba espeluznante y aterrador.<br />

Esto era distinto.<br />

La primera vez, había estado posando para Maurice<br />

en lo alto del acantilado, de espaldas al mar. De pronto,<br />

se había abierto una puerta en el castillo y un hombre<br />

había salido al jardín.<br />

El hombre se había acercado lentamente al murete<br />

que rodeaba el jardín, había metido las manos en los<br />

bolsillos y se había quedado ahí, de pie. Mirándola. O<br />

puede que observando la mecánica del trabajo. Eso<br />

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era lo que ella había deducido cuando el hombre había<br />

permanecido inmóvil, en esa misma posición, durante<br />

cinco minutos. La gente siempre se agolpaba en<br />

las esquinas cuando realizaban un reportaje fotográfico.<br />

Esa misma tarde, todo el equipo de la revista se había<br />

desplazado hasta la playa. Maurice estaba fotografiándola<br />

vestida de novia, unas instantáneas que había<br />

revelado en tonos grises, de pie en la orilla, de modo<br />

que arrastrara la cola de encaje del vestido sobre el<br />

agua. Había posado, sonreído, hecho pucheros y cualquier<br />

cosa que Maurice había exigido...<br />

Y lo había sentido de nuevo. Una mirada, vigilándola.<br />

Una figura se recortaba en lo alto del acantilado. Un<br />

hombre. Alto, de anchas espaldas, cintura estrecha, las<br />

piernas levemente separadas, los brazos cruzados sobre<br />

el pecho y el viento soplando su cabello negro sobre el<br />

rostro. La distancia era excesiva para que pudiera distinguir<br />

sus rasgos.<br />

La visión de ese hombre resultaba misteriosa y fascinante.<br />

El cuerpo imponente. Los vaqueros se ceñían a<br />

su cuerpo como un guante, la camiseta negra, las gafas<br />

de sol.<br />

¿Quién era? ¿Por qué su extraña presencia le cortaba<br />

la respiración?<br />

Sabía que la miraba, igual que sabía que no era un<br />

lunático, un tipo que se hubiera enamorado de su fotografía.<br />

Su instinto apuntaba en esa dirección.<br />

Fallon entornó los ojos mientras pensaba en ello y la<br />

voz de Maurice le trajo de nuevo al presente.<br />

–No quiero esa sonrisa de satisfacción, quiero que<br />

estés meditabunda –gritó.<br />

Ella asintió, respiró hondo varias veces y ofreció una<br />

perfecta expresión meditabunda.<br />

La evidencia apuntaba a que observaba a todo el<br />

equipo, no sólo a ella. Seguramente se trataba de uno de


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los guardias de seguridad que patrullaban la zona y si<br />

no lo había localizado antes, se debía a su facilidad para<br />

fundirse con el paisaje.<br />

Y si su cerebro, endurecido por el sol, otorgaba más<br />

profundidad al vigilante, dibujándolo como una presencia<br />

cruelmente masculina y muy atractivo, era sólo<br />

culpa suya, no de ese hombre.<br />

Fallon se apartó el pelo de la frente con un soplido.<br />

No había duda de que el calor estaba jugándole malas<br />

pasadas.<br />

–¿Maurice? –se volvió hacia el fotógrafo, las manos<br />

en la cintura–. Escucha, Maurice, creo que ya es suficiente.<br />

Estoy derretida. El maquillaje no aguanta y<br />

tengo la melena empapada en sudor.<br />

–¿Quieres que te diga que todavía estás preciosa?<br />

Descuida, estás perfecta.<br />

–Sí, de acuerdo. Eso es magnífico, pero ya no puedo<br />

más.<br />

–Sólo diez minutos más, eso es todo. Levanta un<br />

poco la barbilla.<br />

–Dijiste lo mismo hace más de una hora.<br />

Maurice se acercó y le levantó la barbilla. Fallon<br />

dejó caer el mentón a la posición anterior.<br />

–Maurice –señaló con firmeza–, todo el mundo se ha<br />

ido. Están metidos en la carpa, a la sombra, bebiendo un<br />

refresco y esperando a que des la orden para que regresemos<br />

a la posada.<br />

–Pues que esperen. Todavía no he terminado. Mírame,<br />

O’Connell. Métete en el papel. Eres una novia, tu<br />

pareja te está mirando y quieres mostrarle lo que tienes<br />

para él. Bien. Estupendo.<br />

¿Deseaba mostrarle al hombre que estaba observándola<br />

lo que tenía? Había pensado en él la noche anterior,<br />

tumbada en la cama estrecha e incómoda. Había<br />

imaginado su rostro. ¿Tendría los ojos negros? ¿Poseería<br />

una nariz clásica, romana? ¿La boca plena, la mandíbula<br />

cincelada?<br />

¿Se parecería al hombre del aeropuerto?<br />

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Se le erizó el vello de la nuca. Estaba otra vez ahí<br />

arriba, mirándola.<br />

Estaba segura.<br />

Levantó la vista, colocó la mano a modo de visera<br />

frente al sol. No tenía la menor intención de ser discreta.<br />

Y ahí estaba, de pie con los brazos cruzados, los<br />

ojos ocultos bajo esas sempiternas gafas de sol.<br />

Una repentina oleada de deseo recorrió su cuerpo tan<br />

deprisa que sintió una debilidad tremenda en las rodillas.<br />

Quería... quería...<br />

Salir de allí. Eso era lo que deseaba. Se dio media<br />

vuelta y avanzó entre chapoteos por el agua poco profunda<br />

de la orilla.<br />

–¿O’Connell?<br />

Tenía sus gafas de sol sobre una silla plegable de<br />

lona. Clavó la montura en el puente de la nariz y se<br />

calzó unas chanclas de suela de goma.<br />

–¿Qué ocurre, encanto?<br />

–La sesión ha terminado. Eso es lo que pasa.<br />

Maurice era un fotógrafo magnífico, pero nunca sabía<br />

cuándo debía parar.<br />

Ella sí lo sabía, y ese momento ya había llegado.<br />

Llegó a lo alto del acantilado sin aliento. El desconocido<br />

había desaparecido y eso fastidió a Fallon. ¿Qué<br />

clase de hombre vigilaba a una mujer y no se tomaba la<br />

molestia de presentarse? Porque, desde luego, estaba<br />

observándola a ella.<br />

A ella.<br />

Fallon se dirigió hacia la carpa, donde todo el equipo<br />

de Sueños Nupciales formaba en semicírculo, en sus<br />

respectivas sillas de loneta, con sus rostros expuestos al<br />

sol.<br />

Andy bajó la mirada y habló en voz alta.<br />

–¿Habéis terminado?<br />

Ella asintió. Andy sonrió y alargó la mano hacia ella<br />

con el pulgar hacia arriba en señal de victoria. Ella le<br />

devolvió la sonrisa, acompañada del mismo gesto de satisfacción,<br />

y abrió la puerta del viejo Fiat rojo, que ha-


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bía alquilado a la posadera cuando había comprendido<br />

que estaban completamente aislados.<br />

Tenía los pantalones vaqueros y la camiseta en el<br />

asiento posterior. Se puso la ropa encima del bikini.<br />

Hizo una mueca de disgusto cuando sintió el roce del<br />

algodón caliente contra su piel pegajosa.<br />

Quería una buena ducha y una bebida fría. Quería<br />

preparar la maleta para su viaje de regreso y, después,<br />

acercarse una última vez a las colinas para disfrutar de<br />

la vista del mar antes de su partida, a la mañana siguiente.<br />

Sobre todo, pensó mientras soltaba el embrague y pisaba<br />

el acelerador, no quería volver a ver nunca más ese<br />

acantilado y el castello.<br />

Stefano observó cómo Fallon O’Connell se dirigía<br />

hacia la carpa que había permitido que montaran en su<br />

propiedad.<br />

Parecía que tenía mucha prisa por largarse de allí.<br />

¿Sería él la causa? Sí, probablemente.<br />

Stefano abrió la pequeña nevera oculta en la pared,<br />

detrás de su mesa de despacho, sacó una botella de agua<br />

y se la llevó a los labios.<br />

La señorita pensaba que estaba vigilándola. Se había<br />

dado cuenta días atrás. El modo en que se tensaba y miraba<br />

en derredor cada vez que aparecía era una señal nítida.<br />

Eso no lo sorprendía. Las mujeres que gozaban de<br />

ese atractivo asumían que todos los hombres que conocían<br />

quedaban prendados de ellas.<br />

Estaba equivocada. No quería saber nada de ella.<br />

Stefano se acomodó en una butaca de cuero, apoyó<br />

los pies en alto sobre un cojín y bebió otro sorbo de<br />

agua fría.<br />

Fallon había llegado a la altura del desvencijado coche<br />

que había conseguido en alguna parte. Stefano frunció<br />

el ceño cuando ella alcanzó la ropa y se vistió. La<br />

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camiseta era muy amplia, pero los vaqueros se ceñían a<br />

su figura. Unas piernas increíblemente largas.<br />

Vestida, Fallon resultaba tan deslumbrante como en<br />

bikini.<br />

De acuerdo. Quizás le prestaba más atención que a<br />

los demás. ¿Qué hombre no lo haría? Era despampanante,<br />

esa clase de mujer que sumiría en el silencio una<br />

sala abarrotada con su sola presencia. Un hombre tendría<br />

que estar ciego para no disfrutar de esa visión.<br />

Al día siguiente, no tendría nada que mirar.<br />

Esa desagradable intromisión en su vida se había<br />

acabado. Era el último día que el equipo de la revista<br />

pasaría en la isla. Fallon O’Connell se alejaba en esos<br />

momentos con su coche. Stefano no reprimió una sonrisa<br />

ante el modo en que se bamboleaba el pequeño Fiat<br />

rojo. Seguramente había soltado el embrague demasiado<br />

pronto. Y también conducía demasiado deprisa.<br />

El coche levantaba una cortina de polvo a su paso.<br />

El fotógrafo se había reunido con el resto del equipo<br />

en la carpa.<br />

Muy pronto, todos subirían a su camioneta alquilada<br />

y entonces... Entonces, ya no volvería a ver a Fallon<br />

nunca más.<br />

Stefano se incorporó y caminó hasta la ventana.<br />

No volvería a ver a esa gente. A eso era a lo que se<br />

refería.<br />

El Fiat desapareció en la arboleda que conducía a la<br />

puerta de entrada. La camioneta lo seguiría segundos<br />

más tarde. Stefano levantó la botella de agua en el aire a<br />

modo de irónica despedida.<br />

Confiaba en que disfrutaran del viaje y se alejaran<br />

para siempre.<br />

Su mundo volvía a ser suyo. Ya no habría más voces<br />

perturbadoras que se elevaran desde la playa. Nadie caminaría<br />

a trompicones entre las ruinas ni se plantaría en<br />

lo alto del acantilado, la vista fija en su mar y en su volcán.<br />

Ya no sufriría la presencia de Fallon O’Connell con


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esos labios carnosos que había soñado de exquisita textura,<br />

esos pechos enhiestos de cálido perfume que seguramente<br />

emborracharían sus sentidos, esas increíbles<br />

piernas que imaginaba alrededor de sus caderas.<br />

Stefano frunció el ceño y dejó la botella sobre la<br />

mesa.<br />

Admitía que ese supuesto desinterés era falso. La<br />

verdad era que había vigilado cada uno de sus movimientos<br />

como un halcón frente a su presa. Había notado<br />

su cuerpo enardecido ante su imagen, pese a que hubiera<br />

fingido que no deseaba acostarse con ella cuando<br />

ése había sido su único pensamiento desde el mismo<br />

instante en que había subido a su coche en el aeropuerto.<br />

Había observado sus poses frente a la cámara,<br />

esas expresiones fingidas de lujuria y deseo, y había sabido<br />

con certeza que podía conseguir que ella experimentara<br />

realmente esas sensaciones por él, esa mirada<br />

anhelante, la voz suave gritando su nombre, clamando<br />

que la poseyera...<br />

¿Acaso había perdido la cabeza?<br />

Stefano salió del despacho a grandes zancadas y<br />

cruzó la cocina ante la mirada atónita de su ama de llaves.<br />

–¿Signore? ¿Avete desiderato qualcosa?<br />

–No –dijo con brusquedad, pese a su intento por parecer<br />

educado–. Gracias, Anna. No deseo nada. Grazie.<br />

Me voy a dar una vuelta. No se moleste en prepararme<br />

la cena.<br />

Anna frunció los labios. Era una mujer menuda, siciliana<br />

hasta el tuétano, y cuyo máximo interés, más allá<br />

de cebarlo sin descanso, era convertirlo en un auténtico<br />

siciliano, capaz de interpretar el canto de los insectos y<br />

los aullidos de la brisa marina.<br />

–Se acerca una tormenta. Habrá mucho viento y lluvia.<br />

–Estaré bien.<br />

–En la oscuridad, las carreteras se vuelven muy traicioneras.<br />

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Era justo lo que necesitaba. Una nueva abuela italiana.<br />

–Seguramente estaré de vuelta antes de que estalle la<br />

tormenta –dijo.<br />

–Como usted quiera, padrone –señaló tras un largo<br />

suspiro.<br />

¿Como usted quiera? Stefano estuvo a punto de<br />

echarse a reír mientras entraba en el garaje y cerraba la<br />

puerta tras él. Pasó de largo delante de las tres primeras<br />

plazas de aparcamiento y deslizó la mano sobre la carrocería<br />

lustrosa de la Harley de color negro que siempre<br />

elegía cuando las carreteras se volvían estrechas y<br />

serpenteantes.<br />

Si las cosas se desarrollaran según sus deseos, Fallon<br />

O’Connell estaría aguardándolo en su dormitorio o bien<br />

habría desaparecido de su cabeza por completo.<br />

Se puso el casco y la cazadora negra de cuero, pulsó<br />

el botón del mando y esperó a que la puerta del garaje<br />

se abriera. Entonces montó y el motor de la motocicleta<br />

rugió.<br />

Conocía la posada en la que ella se alojaba, sabía<br />

que podía presentarse allí y encararse con ella, decirle<br />

que el relámpago de deseo sexual que había advertido<br />

en su mirada cuando se habían conocido también latía<br />

en su interior.<br />

Pero no lo haría.<br />

Stefano bajó la visera del caso y aceleró. Un buen<br />

paseo calmaría sus ánimos.<br />

Y también la seguridad de que nunca más posaría la<br />

mirada sobre Fallon O’Connell.<br />

Una hora más tarde, la isla estaba sumida en la oscuridad<br />

húmeda de la ululante tormenta que Anna había<br />

predicho.<br />

El viento era fortísimo y tiraba de Stefano mientras<br />

tomaba una curva muy cerrada en una carretera estrecha.<br />

Un par de kilómetros más, quizás tres, y llegaría<br />

a...<br />

¿Qué diablos era eso?


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El haz brillante de su faro atravesó la oscuridad y<br />

descubrió la silueta de un coche pequeño que venía de<br />

frente.<br />

–¡Jesús Santísimo! –exclamó Stefano y frenó, pero<br />

era demasiado tarde.<br />

El conductor del otro coche también lo había visto y<br />

había pisado el freno, pero demasiado tarde también. El<br />

coche derrapó y viró bruscamente en su dirección. Entonces<br />

supo, preso de una terrorífica lucidez, que se dirigía<br />

directamente contra un árbol nudoso. Pero fue el<br />

resto de la imagen que cruzó ante su mirada en ese intervalo<br />

de claridad lo que arrancó un grito de espanto de<br />

su garganta.<br />

El coche era un viejo Fiat rojo. Y la expresión aterrorizada<br />

de la mujer que iba al volante, la boca abierta en<br />

un grito de angustia que Stefano no alcanzó a escuchar,<br />

pertenecía a Fallon.<br />

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<strong>Capítulo</strong> 4<br />

LOS NEUMÁTICOS chirriaron agónicamente<br />

mientras luchaban por agarrarse al asfalto mojado,<br />

pero nada pudo detener el ímpetu del Fiat<br />

mientras se precipitaba contra el árbol con espeluznante<br />

determinación.<br />

Stefano saltó de la moto y corrió hacia el coche.<br />

–¡Fallon! –gritó–. ¡Fallon!<br />

La noche estaba sumida en el silencio, a excepción<br />

del tamborileo incesante de la lluvia y la fuerza de su<br />

propio pulso.<br />

Su primer pensamiento fue que ella se encontraba<br />

bien. Había logrado reducir considerablemente la velocidad<br />

antes del impacto y los daños parecían reducidos<br />

a una abolladura en el guardabarros.<br />

Pero, cuando llegó hasta el coche, soltó un gruñido<br />

en voz alta.<br />

Era un coche bastante viejo que no disponía de airbag.<br />

Fallon había recibido el impacto directamente sobre<br />

su cuerpo. El limpiaparabrisas estaba destrozado en<br />

el lado del conductor. Estaba tumbada sobre el volante,<br />

igual que una muñeca de trapo, y pequeños fragmentos<br />

de cristal brillaban en su cabeza, igual que diminutas<br />

estrellas, contra el fondo oscuro de su cabello.<br />

Stefano agarró la manilla de la puerta, pero no cedía.<br />

–¡Vamos! –chilló–. ¡Venga, maldita sea!<br />

Desesperado, entre la angustia y el esfuerzo, tiró con<br />

más fuerza. Era totalmente inútil. La puerta estaba cerrada<br />

u obstruida a causa del choque.<br />

Stefano maldijo su suerte, rodeó el coche entre resbalones<br />

a causa del barrizal, arrancó de sus goznes la<br />

puerta del copiloto y subió al coche.


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–¿Fallon? –llamó mientras se acercaba a ella.<br />

Pero no obtuvo respuesta.<br />

Se quitó uno de los guantes y apoyó los dedos en la<br />

muñeca de Fallon. Sí, gracias a Dios, podía sentir el<br />

pulso.<br />

Estaba viva.<br />

Sintió una punzada en la boca del estómago cuando<br />

comprobó que no se había puesto el cinturón de seguridad.<br />

Si al menos hubiera llevado el cinto. Y si no hubiera<br />

estado lloviendo. Y si él no hubiera aparecido precisamente<br />

en esa curva.<br />

Stefano desechó todas esas hipótesis de su cabeza.<br />

Sólo debía preocuparse por lo que haría a continuación.<br />

El accidente, y todas las circunstancias que habían concurrido<br />

en esa fatalidad, formaban parte del pasado y no<br />

podían cambiarse.<br />

Conocía esas carreteras y esas montañas. Las probabilidades<br />

de que apareciese alguna persona para ofrecerles<br />

su ayuda eran nulas. Había una granja a unos<br />

quince kilómetros de distancia. Si tenía suerte, quizás<br />

tuvieran teléfono.<br />

Por primera vez en toda su vida, Stefano estaba paralizado<br />

por la duda. ¿Debería mover a Fallon? ¿Sería<br />

mejor que subiera a su moto, condujera hasta la granja<br />

con la esperanza de que tuvieran teléfono, llamara a una<br />

ambulancia y regresara a su lado?<br />

Apretó los dientes y rezó al dios que en ese momento<br />

estuviera escuchando sus plegarias. Stefano<br />

tomó a Fallon entre sus brazos y tiró de ella con mucho<br />

cuidado. Fallon emitió un leve gemido, pero no dijo<br />

nada más.<br />

Se detuvo cuando acomodó a Fallon en el asiento del<br />

copiloto. Mientras sostenía su cuerpo con un solo<br />

brazo, se quitó en dos movimientos la cazadora de<br />

cuero y cubrió con ella la frágil figura de Fallon. Todavía<br />

tenía la cabeza baja, pero su respiración se había sosegado.<br />

–Ya te tengo, cariño –susurró–. Estás a salvo.<br />

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No hubo respuesta.<br />

Sostuvo a Fallon contra él, delicadamente, y levantó<br />

su cabeza con las manos temblorosas.<br />

¡Dios Santo!<br />

Su cara. ¡Su increíble rostro!<br />

El color carmesí brotaba de una hendidura en su<br />

frente que alcanzaba el nacimiento del pelo, otra en la<br />

mejilla y un tercer tajo que cruzaba brutalmente su barbilla.<br />

No había más heridas a la vista, pero aquéllas eran<br />

más que suficientes. Sobre todo teniendo en cuenta<br />

quién era y lo que era. Stefano comprendió que lo que<br />

había ocurrido esa noche cambiaría para siempre la vida<br />

de Fallon O’Connell.<br />

Sintió una sacudida en el pecho.<br />

–Fallon –dijo en un susurro–. ¿Puedes oírme?<br />

Ella gimió de nuevo y pestañeó.<br />

–¿Fallon? –se inclinó sobre ella.<br />

Abrió los ojos y miró fijamente a Stefano, sin reconocerlo.<br />

–¿Qué... qué ha pasado? –preguntó con un hilo de<br />

voz.<br />

–Ha habido un accidente.<br />

–¿Un accidente?<br />

–Sí –buscó las palabras adecuadas para reconfortarla–.<br />

Te vas a poner bien.<br />

–Yo no... no recuerdo...<br />

–Tranquila. No tienes que pensar en eso ahora. ¿Fallon?<br />

Estaba perdiendo el conocimiento otra vez. ¿Sería<br />

mejor mantenerla despierta? ¡Demonios! ¿Por qué no<br />

tendría la respuesta idónea? Había asistido a un curso<br />

de primeros auxilios en el instituto. ¿Acaso se había<br />

dormido en las clases?<br />

Stefano volvió la cara hacia el cielo y dejó que la lluvia<br />

refrescara sus ideas. ¿Qué hacías con una persona<br />

que había sufrido un trauma craneoencefálico?<br />

–Fallon, escúchame.<br />

–Tengo sueño.


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–Sí, ya lo sé. Pero antes dime si te has hecho daño en<br />

algún sitio. ¿Los brazos? ¿Las piernas? –tomó aire–.<br />

¿La espalda?<br />

–La cabeza –señaló y acompañó esa afirmación con<br />

un quejido–. Me duele.<br />

Fallon levantó la mano y se la llevó a la frente. Stefano<br />

le sujetó la muñeca, temeroso de que pudiera perjudicarse<br />

las heridas y preocupado ante la posibilidad<br />

de que el descubrimiento de lo que le había ocurrido sumiera<br />

a Fallon en un estado de conmoción.<br />

–Escúchame, Fallon. Tengo que ir a buscar ayuda.<br />

Será sólo un momento –explicó con ternura.<br />

No hubo réplica. Sus largas pestañas cayeron como<br />

un telón sobre las mejillas pero, Dios, no estaba dormida.<br />

Había empalidecido y la sangre se había vuelto<br />

negra.<br />

Stefano se llevó la mano de Fallon a la boca y apretó<br />

los labios contra sus nudillos. Entonces se incorporó y<br />

se estremeció ante el agudo dolor que sintió en el brazo.<br />

¿Un dolor en el brazo? ¿Estaba herido? Se miró el<br />

antebrazo y descubrió un corte profundo que no dejaba<br />

de sangrar. Se habría cortado con los cristales del limpiaparabrisas<br />

o algún trozo de metal retorcido de la carrocería.<br />

Fuera lo que fuera, significaba que no podría<br />

cargar con ella mucho tiempo.<br />

¿Qué, entonces? ¿Iba a dejarla allí, sola? No. Eso era<br />

impensable.<br />

Echó un vistazo al Fiat. Un guardabarros abollado y<br />

la luna hecha añicos no significaban necesariamente<br />

que el motor no arrancase.<br />

Las manos temblorosas, colocó el cinturón de seguridad<br />

a Fallon. Después pasó por encima de ella, limpió<br />

el asiento del conductor de cristales y se situó al volante.<br />

Muy despacio, contuvo la respiración y giró la<br />

llave de contacto.<br />

El motor de arranque soltó un quejido. Después, el<br />

motor amagó un par de veces. Entonces, tras un estremecimiento<br />

y el chirrido del metal en contacto con el<br />

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metal, arrancó. No parecía que tuviera mucha vida, pero<br />

sólo necesitaría recorrer una distancia de poco más de<br />

quince kilómetros si tenía la suerte de cara.<br />

Metió la marcha atrás y retrocedió lentamente. Volvió<br />

a cambiar, giró en redondo con mucha precaución y<br />

se detuvo.<br />

La herida del brazo palpitaba con una crudeza extrema.<br />

Sintió una sudor frío en las sienes y un leve temblor<br />

en los dientes. Supuso que era por efecto de la impresión<br />

y no le concedió más importancia. Sólo<br />

significaba que quizás dispondría de menos tiempo para<br />

ayudar a Fallon.<br />

Estaba sentada con la cabeza apoyada en el respaldo,<br />

inerte. Seguía muy pálida y la sangre había empezado a<br />

coagularse. La piel magullada había empezado a hincharse.<br />

Tanta perfección destruida tan cruelmente.<br />

La garganta cerrada, se inclinó sobre ella y besó su<br />

boca en una caricia.<br />

Entonces tomó aire, metió la marcha y arrancó en el<br />

que sospechaba que sería el viaje más importante de<br />

toda su vida.<br />

Dolor. Dolor, agudo y palpitante. Una luz blanca<br />

muy fuerte. El olor de algo vagamente antiséptico.<br />

Y voces. Una mujer, enérgica y exigente, hablaba en<br />

italiano. A continuación, la voz de un hombre, grave e<br />

insistente, hablaba en inglés.<br />

–Signorina O’Connell. Apra I vostri occhi.<br />

–¿Fallon? Vamos, abre los ojos.<br />

¿Abrir los ojos? ¿Podía hacerlo? Quería hacerlo. Era<br />

horrible esa sensación, tumbada e inmóvil, atrapada en<br />

la oscuridad. ¿Estaba dormida y todo formaba parte de<br />

un sueño? Si se esforzaba, ¿obligaría a sus ojos para<br />

que se abrieran?<br />

–Fallon, por favor. Mírame.<br />

«Lo siento», pensó. «Lo siento, pero no puedo».


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Los párpados pesaban cada vez más. Más y más.<br />

Fallon se sumergió de nuevo en la terrible oscuridad.<br />

–Fallon.<br />

Fallon suspiró. Era esa voz grave otra vez, llamándola.<br />

–Sé que puedes oírme, Fallon. Quiero que abras los<br />

ojos.<br />

Una mano, fuerte y cálida, cubrió la suya.<br />

Estaba equivocado. Sólo podía quedarse ahí tumbada<br />

y dormir.<br />

–Maldita sea, ¿es que no quieres recuperarte? No te<br />

pondrás mejor si no abres los ojos. Tienes que despertarte.<br />

¡Tienes que volver a la vida!<br />

–Signore. Ya sé que está disgustado. Pero, por favor,<br />

tiene que descansar. Il dottore querría revisar la herida<br />

de su brazo otra vez. Ya sé que no ha querido que le pusieran<br />

puntos, pero si pudiera acompañarme...<br />

–No. Primero quiero que recupere la conciencia.<br />

–Sí, ya lo sé, pero eso quizás lleve varias horas –la<br />

voz de la mujer se suavizó–. Puede que días, signore.<br />

–Entonces me quedaré a su lado durante días –dijo<br />

con rudeza–. Me quedaré el tiempo necesario.<br />

–Tiene que ocuparse de su propia herida, signore.<br />

–Necesitas ocuparte de tu propia herida –repitió Fallon<br />

con la voz muy débil mientras abría los ojos–.<br />

Tiene razón.<br />

El hombre y la mujer se volvieron hacia ella, atónitos.<br />

Parecía imposible que hubiera hablado.<br />

–¡Signorina O’Connell!<br />

–¡Fallon! Fallon, gracias a Dios.<br />

Fallon los miró alternativamente. La mujer vestía de<br />

blanco y era, obviamente, una enfermera. El hombre...<br />

le resultaba familiar. Cabello negro. Ojos negros. Una<br />

sonrisa que dulcificaba una boca severa.<br />

¿Quién era? ¿Por qué no recordaba su nombre? Lo<br />

tenía en la punta de la lengua.<br />

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–¡Qué alegría tenerla de nuevo con nosotros, signorina!<br />

–dijo la enfermera–. ¿Cómo se encuentra?<br />

Era una buena pregunta. ¿Cómo se sentía? Exhausta.<br />

Y muy dolorida. Confusa. Pero, sobre todo, padecía un<br />

terrible dolor de cabeza. Y su cara. Todo el rostro, a partir<br />

del cuello, era una masa informe de dolor.<br />

El hombre tomó su mano y entrelazó sus dedos en<br />

ella. Era una sensación agradable. Era un hombre<br />

fuerte. Se veía en sus ojos y, al entrelazar sus dedos con<br />

los de ella, tuvo la impresión de que parte de esa fuerza<br />

fluía hacia su organismo.<br />

–Tengo que ir a buscar il dottore –señaló la enfermera<br />

y salió a toda prisa.<br />

Fallon miró a los ojos del hombre.<br />

–¿Esto es un hospital?<br />

Las palabras no salieron de sus labios con esa claridad.<br />

Farfulló algo vagamente incomprensible, pero el<br />

hombre asintió.<br />

Un hospital. Por supuesto. ¿Qué otro lugar resultaría<br />

tan deslumbradoramente brillante? Las paredes, el techo.<br />

Incluso la anodina lámpara que colgaba del techo<br />

despedía una luz tan blanca que le hacía daño a los ojos.<br />

–El médico vendrá de un momento a otro –dijo.<br />

La enferma había vuelto y trataba de acercarse a la<br />

paciente, pero el hombre no se movía ni un centímetro<br />

de su sitio.<br />

–Signore, per favore, si soltara la mano de la señorita<br />

un instante... Se lo prometo, sólo será un momento.<br />

Se sonrojó un poco. Soltó la mano de Fallon y ella experimentó<br />

un temblor de alarma. Era la única presencia<br />

vagamente familiar en ese extraño y doloroso mundo.<br />

–No te vayas –murmuró.<br />

–No te preocupes, cara –dijo con ternura–. No te dejaré<br />

sola.<br />

Pasó un instante. La enfermera asintió, se colocó el<br />

estetoscopio, escuchó con atención y asintió de nuevo.<br />

–Los signos vitales de la signorina son excelentes<br />

–dijo–. Avisaré al doctor.


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Se incorporó. El hombre rozó a la enfermera y se<br />

instaló junto a la cabecera de la cama. En cuanto tocó la<br />

mano de Fallon, ella entrelazó sus dedos con él.<br />

–¿Qué puedo hacer por ella? –preguntó en voz baja a<br />

la enfermera.<br />

–Puede quedarse junto a ella, signore –la enfermera<br />

miró a Fallon–. Parece que le hace mucho bien a la señorita,<br />

¿sí?<br />

En efecto. Era su único consuelo... y, sin embargo...<br />

¿Por qué le resultaba tan familiar? ¿Por qué no lograba<br />

situarlo?<br />

–No te recuerdo –dijo, algo mareada–. Pero tengo la<br />

sensación de que debería.<br />

–El caballero la ha traído hasta aquí –dijo la enfermera<br />

antes de que Stefano tomara la palabra–. Es...<br />

¿Cómo se dice? El buen samaritano, ¿no?<br />

Fallon sabía que no debía mover la cabeza después<br />

de la experiencia anterior y tampoco le resultaba sencillo<br />

sonreír. Tenía la boca muy dolorida.<br />

–Sí –dijo con voz tenue–. ¿Me has encontrado en la<br />

carretera?<br />

–No exactamente.<br />

Apretó la mano de Fallon mientras la enfermera salía<br />

en silencio de la habitación. Stefano se mordió el labio.<br />

La situación era bastante compleja. ¿Debía decirle<br />

que era lógico que su presencia le resultase familiar?<br />

¿Debía recordarle su primer encuentro y el enfrentamiento<br />

que tuvieron? ¿Debería confesarle que se había<br />

pasado la semana observándola en la distancia?<br />

No. Estaba conmocionada y dolorida. Y las cosas<br />

empeorarían antes de que empezaran a mejorar, puesto<br />

que todavía debía mirarse en un espejo y asumir la gravedad<br />

de sus heridas.<br />

Pero podía contarle lo que había ocurrido en esa carretera<br />

mojada.<br />

–Conducías tu coche –dijo en voz baja–. Yo circulaba<br />

en mi moto. La carretera era estrecha, había empezado a<br />

llover, apareciste tras una curva cerrada y derrapaste.<br />

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Vaciló un instante antes de proseguir con el relato.<br />

–No esperabas encontrarte con nadie más en la carretera<br />

y cuando...<br />

–¿Tú también estás herido?<br />

–¿Yo? No, estoy bien –se aclaró la garganta–. ¿Te<br />

apetece un poco de agua?<br />

Ella asintió. Stefano tomó el vaso de agua que había<br />

en la mesilla, junto a la cama, y lo acercó a sus labios.<br />

Ella intentó incorporarse, pero él se lo impidió.<br />

–No, no. No te muevas. Al menos, espera hasta que<br />

el médico pase a verte. Toma –pasó un brazo por detrás<br />

de sus hombros, levantó un poco su cuerpo y colocó<br />

con delicadeza la pajita entre sus labios–. Bebe un<br />

poco. Despacio. Eso es. ¿Mejor?<br />

Fallon asintió de nuevo y se recostó sobre los almohadones.<br />

–¿Cómo te sientes?<br />

–Fatal –dijo e intentó sonreír.<br />

Pero no funcionó. Básicamente, el dolor se lo impedía.<br />

Y los músculos de su cara no parecían dispuestos a<br />

colaborar. Levantó la mano y se la llevó a la cara, pero<br />

el hombre la sujetó por la muñeca.<br />

–Tienes vendajes –dijo enseguida–. Seguramente sería<br />

mejor que no te tocaras.<br />

–¿Vendajes?<br />

–Sí. Todo irá bien. Ya lo verás.<br />

–¿Tengo vendajes en la cara? ¿Me he cortado?<br />

Reconoció el miedo en su voz y supo que habría hecho<br />

cualquier cosa para que ese temor desapareciese.<br />

¿Cómo y cuándo se lo diría?<br />

–Un poco –afirmó.<br />

Los ojos de Fallon buscaron su mirada. Observó los<br />

músculos de la garganta mientras tragaba saliva y comprendió<br />

que Fallon había decidido que no haría más<br />

preguntas, de momento. ¡Dios! Deseaba abrazarla con<br />

fuerza y mecerla como si fuera una niña pequeña necesitada<br />

de cariño.<br />

–Cuéntame más cosas del accidente –dijo.


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–No hay mucho más que contar –contestó, tomando<br />

su mano de nuevo–. Lo único que importa es que estás<br />

bien y que muy pronto saldrás de aquí por tu propio pie.<br />

Entonces, ¿por qué el «buen samaritano» no le permitía<br />

que se tocara la cara? Antes de que pudiera detenerla,<br />

sacó su otra mano de debajo de las sábanas y se la<br />

llevó al rostro. Sus dedos palparon los vendajes y notaron<br />

las líneas de puntos que le habían cosido con hilo de<br />

seda.<br />

Su estómago se contrajo en un espasmo y bajó la<br />

mano.<br />

–Algo más que vendajes –señalo en un trémulo susurro,<br />

pero en ese instante se abrió la puerta y entraron<br />

la enferma y un hombre rollizo con bata blanca.<br />

–Ah, signorina O’Connell –saludó en un inglés muy<br />

correcto, con poco acento–. Me alegro de verla despierta.<br />

Soy el doctor Scalfani. ¿Cómo se encuentra? Olvídelo.<br />

Me doy cuenta de que no está en muy buenas<br />

condiciones. Pero nos encargaremos de que mejore<br />

muy pronto. ¿Signore? Haga el favor de aguardar en el<br />

pasillo...<br />

El hombre se puso en pie.<br />

–Estaré ahí fuera –dijo con una sonrisa, inclinado sobre<br />

ella–. ¿De acuerdo?<br />

Fallon apretó por última vez su mano antes de soltarlo.<br />

–¿Cómo se llama? –preguntó en un susurro.<br />

–Me llamo Stefano. Stefano Lucchesi –dijo y<br />

aguardó su reacción, igual que la primera vez que ella<br />

había abierto los ojos.<br />

Pero no hubo reacción por su parte. ¿Por qué iba a<br />

recordarlo si tan sólo se habían visto una vez? ¿Por qué<br />

iba a recordar su nombre cuando se había presentado<br />

ese mismo día? Stefano no había olvidado un solo detalle<br />

de su primer encuentro, pero eso no significaba que<br />

hubiera causado ese mismo efecto en ella.<br />

–¿Signore?<br />

–Sí –asintió–. Lo siento. Esperaré fuera.<br />

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El doctor reconoció a la paciente, reflexionó en voz<br />

baja y habló en italiano a la enfermera en ráfagas cortas<br />

y rápidas. Finalmente, palpó las heridas de la cara.<br />

–Espero que me disculpe –dijo–. Sólo será un momento.<br />

Eso dolía. Dolía mucho, mucho, mucho.<br />

–Ya lo sé, signorina –señaló el doctor–. Siente mucho<br />

dolor, ¿verdad?<br />

–Mi cara... –se humedeció los labios y buscó las palabras<br />

adecuadas pese al miedo que sentía–. ¿He sufrido<br />

daños en la cara?<br />

La mirada del doctor se suavizó.<br />

–No lo sé –dijo con brusquedad–. Es demasiado<br />

pronto para saber con seguridad si quedarán cicatrices.<br />

Ojalá pudiera decirle algo más concreto, pero no puedo.<br />

Fallon clavó la mirada más allá del doctor, en el<br />

muro blanco.<br />

–Soy modelo –dijo en voz baja–. Mi cara...<br />

–Sí, lo comprendo. Pero lo más importante es que<br />

está viva, signorina. Si no llega a ser por ese caballero<br />

que la ha traído hasta aquí, ¿quién sabe lo que podría<br />

haberle sucedido?<br />

Fallon, a pesar del dolor, asintió.<br />

–Sí –afirmó con calma–. ¿Quién sabe lo que habría<br />

sucedido?<br />

Y entonces, sin previo aviso, se echó a llorar.<br />

El doctor apoyó la mano en su hombro y murmuró<br />

algo al oído de la enfermera. Fallon notó una sustancia<br />

caliente en sus venas.<br />

Justo antes de que volviera a la oscuridad de la inconsciencia,<br />

Stefano Lucchesi se sentó junto a la cabecera<br />

de su cama y le tomó la mano.<br />

–Ahora te recuerdo –dijo con claridad y cayó en un<br />

profundo sueño.<br />

Pasó un día completo. Fallon despertó, se durmió y<br />

volvió a despertarse.


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Y ya se encontraba mejor.<br />

Sentía menos dolor y había recuperado la lucidez. El<br />

doctor volvió a examinarla, canturreó con evidente satisfacción<br />

y señaló que estaba en el buen camino para<br />

una pronta recuperación.<br />

Esa vez, se entregó al sueño con normalidad.<br />

Cuando despertó, la luz del día inundaba la habitación.<br />

–Fallon. Bienvenida. ¿Cómo te encuentras?<br />

Volvió la cabeza y reconoció a Stefano Lucchesi. Sí,<br />

desde luego. Se acordaba de él. Seguía siendo tan atractivo<br />

como la primera vez que se habían encontrado,<br />

sólo que ahora parecía exhausto. Lucía una barba de varios<br />

días y, si bien sospechaba que había estado junto a<br />

ella todo el tiempo, sólo pudo pensar en la forma en que<br />

se había burlado de ella cuando había sabido que era<br />

modelo.<br />

–¿Qué estás haciendo aquí?<br />

–Ya te dije que me quedaría contigo, ¿no es cierto?<br />

–No quiero que te quedes conmigo, signore.<br />

La sonrisa de Stefano flaqueó. Hasta ese momento<br />

no había estado seguro si las palabras de Fallon implicaban<br />

que lo recordaba.<br />

Ahora conocía la respuesta.<br />

–Has recordado nuestra primera cita –dijo en tono<br />

neutro.<br />

–Sí –Fallon respiró hondo–. Así que nuestros caminos<br />

se han cruzado por segunda vez, signore Lucchesi.<br />

–Más que eso –apuntó, decidido a contarle toda la<br />

verdad–. Pasaste una semana en mi castillo haciéndote<br />

fotos para ese reportaje.<br />

–Es increíble. Primero me insultaste, después me<br />

diste a elegir entre empotrarme contra un árbol o matarte.<br />

–Eso no fue lo que ocurrió.<br />

Stefano tenía razón. Ella todavía no recordaba la secuencia<br />

completa del accidente, pero había reunido suficientes<br />

piezas en su cabeza para tener la certeza de<br />

que no había sido culpa de Stefano. Aun así, merecía<br />

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sentirse culpable. El modo en que había menospreciado<br />

su trabajo, y ahora eso...<br />

Sabía que no era justo equiparar las dos cosas, pero<br />

parecía que el destino hubiera decidido echarle una<br />

mano para que obtuviera un desagravio por su desprecio.<br />

¿Por qué debía soportar ella sola todo el dolor?<br />

–Te han traído el desayuno. ¿Te apetece comer un<br />

poco?<br />

Su tono resultaba un poco frío, pero tenía que reconocerle<br />

cierto mérito. No había salido por la puerta.<br />

Quizás no se sintiera culpable por el accidente, pero había<br />

algo que remordía su conciencia. No quiso pensar<br />

en lo sola que se hubiera sentido si se hubiera marchado<br />

de la habitación.<br />

Miró la bandeja sobre la mesa. Había dos envases de<br />

plástico blanco para la bebida y una taza, también de<br />

plástico.<br />

–Zumo de naranja –dijo Stefano–. Café, y algo que<br />

parece gelatina de cereza. ¿Qué te apetece?<br />

–Nada.<br />

–Tienes que comer para ponerte bien.<br />

–Tendrías que haberme dicho que eras el propietario<br />

del castillo.<br />

–Sí, es cierto. ¿Eso hace que te sientas mejor? ¿Ya<br />

estamos en paz? Un tanto para O’Connell. Ninguno<br />

para Lucchesi. Ahora deja de comportarte como una estúpida,<br />

siéntate y toma algo de esta basura.<br />

Fallon se echó a reír. Una mala idea, si tenía en<br />

cuenta que le dolía toda la cara. Pero, ¿cómo no iba a<br />

reírse después de lo que había dicho?<br />

Y, si era honesta consigo misma, ¿cómo no iba a reconocer<br />

que también él se había anotado algún punto a<br />

su favor? Si no hubiera sido por Stefano Lucchesi,<br />

¿quién sabe cuánto tiempo habría transcurrido hasta que<br />

alguien la hubiera encontrado y la hubiera trasladado al<br />

hospital?<br />

–Bueno, quizás pruebe un poco de café –dijo tras


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unos segundos–. Si pudieras avisar a la enfermera para<br />

que subiera la cama...<br />

En vez de eso, Stefano rodeó el cuerpo de Fallon<br />

con los brazos, tiró de ella suavemente hasta que<br />

apoyó la espalda en la almohada y acercó la taza a sus<br />

labios.<br />

–Despacio. No bebas muy deprisa. ¿Qué tal está?<br />

–Asqueroso –dijo, pero vació la mitad del vaso antes<br />

de recostarse sobre la almohada–. ¿Cuánto tiempo ha<br />

pasado?<br />

–¿Desde el accidente? Dos días.<br />

–Ha sido muy amable por tu parte quedarte todo este<br />

tiempo a mi lado, pero ya estoy mucho mejor, así que...<br />

–Te vas a recuperar por completo.<br />

–Por supuesto.<br />

–Ya sé que las perspectivas son poco halagüeñas<br />

ahora mismo, pero todo saldrá bien –Stefano le tomó de<br />

la mano–. Te lo juro.<br />

Habló despacio y con tanta convicción que Fallon se<br />

volvió hacia él, preguntándose si alguna vez había visto<br />

una expresión tan seria.<br />

–Quiero verme la cara –dijo con suavidad.<br />

–No creo... –palideció.<br />

–Por favor.<br />

Fue ese «por favor», expresado en un susurro tembloroso,<br />

el motivo que inclinó la balanza. Había un espejo<br />

en el aparador. La enfermera se lo había indicado.<br />

Stefano sacó el espejo y se lo acercó a Fallon. Sus<br />

pechos subieron y bajaron bajo la sábana blanca del<br />

hospital mientras tomaba aire. Entonces levantó el espejo<br />

y se miró.<br />

Stefano aguardó una reacción. ¿Lloraría? ¿Maldeciría?<br />

Por lo que sabía, era probable que se desmayara.<br />

Todo lo que no estaba cubierto con las vendas era un<br />

lienzo en el que se mezclaban el negro, el púrpura y el<br />

rojo chillón.<br />

Fallon no hizo nada de lo que hubiera esperado de<br />

ella. Por el contrario, contempló su reflejo mientras pa-<br />

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saban los segundos. Tan sólo el leve temblor del espejo<br />

indicaba su estado de ánimo, hasta que dejó caer la<br />

mano sobre el regazo.<br />

Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Las lágrimas<br />

se escurrieron bajo el manto de sus párpados y se<br />

deslizaron a lo largo de sus mejillas como pequeños<br />

diamantes.<br />

Fue Stefano quien deletreó en silencio una palabrota<br />

mientras se acercaba para sosegarla. Ella apartó sus manos<br />

con violencia y volvió la cara hacia un lado.<br />

–¡Márchate!<br />

–Fallon...<br />

–¿Estás sordo? Te he dicho que salgas de aquí.<br />

–¿Para que puedas entregarte a la autocompasión?<br />

Abrió los ojos de par en par y se encaró con él. Había<br />

sido un golpe bajo y Stefano lo sabía. Había sido<br />

muy valiente, fuerte, y suponía que se había ganado ese<br />

derecho, si era eso lo que realmente buscaba. Pero también<br />

sabía que la compasión no le daría el valor necesario<br />

para enfrentarse a lo que viniera después, las semanas,<br />

incluso meses de rehabilitación. Las decisiones que<br />

habría de afrontar ante la posibilidad de que tuviera que<br />

someterse a nuevas operaciones y, sobre todo, los cambios<br />

que afectarían a su vida diaria después de todo lo<br />

que había sucedido.<br />

–¿Quién diablos te crees que eres? –dijo con voz trémula,<br />

claramente enojada–. No tienes ningún derecho...<br />

–Los chinos dicen que cuando salvas la vida a una<br />

persona, debes hacerte responsable de ella –interrumpió.<br />

–Entonces –sus ojos relampaguearon–, supongo que<br />

ambos deberíamos sentirnos agradecidos ante el hecho<br />

de que no seamos chinos.<br />

–Has sobrevivido a un accidente terrible. ¿Vas a rendirte<br />

ahora?<br />

–Eso es asunto mío.<br />

–Te equivocas. También es asunto mío –sujetó con<br />

fuerza la mano de Fallon–. Hay algo de cierto en lo que


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has dicho. Quizás no hubieras sufrido este accidente si<br />

no hubieras tomado esa curva y me hubieras visto.<br />

–¡Ah! Ahora lo entiendo. Te sientes culpable. Bueno,<br />

no lo hagas. Lo que ocurrió fue sólo culpa mía. ¿De<br />

acuerdo? Ahora, ¿quieres hacerme el favor de largarte y<br />

dejarme a solas...?<br />

Stefano acalló las amargas palabras de Fallon al inclinarse<br />

sobre ella y acariciar su boca con los labios.<br />

Ella soltó un gemido de sorpresa y Stefano pensó en lo<br />

dulce que resultaba su aliento antes de separarse de ella.<br />

–No voy a marcharme –dijo en voz baja–. Será mejor<br />

que lo asumas.<br />

Fallon lo miró fijamente. Claro que iba a marcharse.<br />

No quería que estuviera allí, no quería que nadie la viera<br />

en ese estado ni que fueran amables y educados porque,<br />

si eso ocurría, sabía que se vendría abajo y saldría a la<br />

luz la angustia y el terror que asolaban su corazón...<br />

Pero seguía allí cuando despertó, horas más tarde. Y<br />

al día siguiente, cuando dio sus primeros pasos, Stefano<br />

le tendió el brazo para que se apoyara en él. Estuvo allí<br />

hasta el día en que le dieron el alta.<br />

A petición suya, un celador le facilitó unas gafas oscuras<br />

y un sombrero de ala ancha. Fallon se ajustó ambas<br />

prendas en el vestíbulo del hospital, un momento<br />

antes de franquear la puerta por primera vez en cinco<br />

días.<br />

El cielo estaba azul, despejado y el aire limpio inundó<br />

sus pulmones. Echó la cabeza hacia atrás y respiró profundamente.<br />

–Fallon.<br />

Asustada, se volvió hacia el bordillo. Un Mercedes<br />

negro se había detenido frente a la entrada. Stefano apareció<br />

enmarcado por la puerta. Sonrió, salió del coche y<br />

avanzó hacia ella.<br />

–Stefano –dijo ella, y cuando abrió los brazos, se refugió<br />

en ellos.<br />

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<strong>Capítulo</strong> 5<br />

FALLON se acurrucó en un asiento junto a la ventana<br />

en Castello Lucchesi, los brazos alrededor de<br />

las rodillas dobladas, mientras contemplaba el<br />

mar.<br />

Llevaba tres días instalada en casa de Stefano y había<br />

pasado casi todo el tiempo allí, encerrada en una de<br />

las habitaciones de invitados.<br />

Una sonrisa algo tensa asomó en la comisura de sus<br />

labios mientras recordaba el día en que, más de dos semanas<br />

atrás, había aterrizado en Sicilia. Entonces había<br />

fantaseado con la idea de que se alojaría en un castillo,<br />

en una habitación como ésa, hasta que Carla le había<br />

notificado que los planes habían cambiado.<br />

–El propietario es un anciano con bastante mal carácter<br />

–había dicho–. No nos permitirá que entremos en<br />

su casa.<br />

Fallon suspiró y apoyó la mejilla en sus rodillas.<br />

A todas luces, se trataba de una equivocación. El<br />

propietario era un hombre muy cortés, generoso incluso.<br />

No sólo le había permitido que se alojara en su<br />

casa, había insistido para que se quedara. Era un hombre<br />

joven, en torno a los treinta y cinco, vital y tan<br />

atractivo que cualquier mujer en su sano juicio experimentaría<br />

palpitaciones ante su sola visión.<br />

Pero Fallon ya no era una mujer normal. Era una<br />

criatura informe plagada de hematomas, puntos e hinchazones.<br />

Pasaría mucho tiempo antes de que volviera a<br />

reaccionar ante la presencia de un hombre. O quizás<br />

fuera más ajustado a la verdad asumir que pasaría mu-


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cho tiempo antes de que un hombre se fijara de nuevo<br />

en ella.<br />

¿Qué clase de hombre se sentiría atraído por una<br />

mujer con su aspecto?<br />

Stefano la había abrazado, incluso la había besado.<br />

Pero sólo había buscado proporcionarle cierto consuelo.<br />

Y, Dios, estaba agradecida por esas caricias, la suave<br />

presión de sus labios sobre su boca. Había logrado que<br />

se sintiera menos sola, menos grotesca. Pero no quería<br />

aprovecharse de esa amabilidad.<br />

Primero, había cargado con ella desde el coche hasta<br />

los amplios escalones de piedra de la entrada al castillo.<br />

Después, había subido la impresionante escalera de caracol<br />

que salía del vestíbulo y llevaba al segundo piso.<br />

–Puedo caminar –había insistido, pero su tímida protesta<br />

sólo había logrado que Stefano la sostuviera con<br />

más fuerza.<br />

Había distinguido el latido firme de su corazón, la<br />

calidez de su cuerpo y algo se había despertado en su<br />

interior, una emoción tan inoportuna en su nueva vida<br />

como un torrente de lava en la isla.<br />

Era totalmente incapaz de pensar en sí misma como<br />

una criatura sexual. ¿Quién se fijaría en su rostro totalmente<br />

magullado y se sentiría atraído? Pero sentirse<br />

protegida entre sus brazos le confería una enorme paz.<br />

Nunca antes se había sentido tan segura.<br />

Cuando había empujado la puerta de la habitación de<br />

invitados con el hombro y se había agachado hasta que<br />

ella pudiera sentarse en el borde de una gigantesca<br />

cama con dosel, hubiera querido implorarle que no se<br />

marchara. Sin embargo, se había liberado de su abrazo.<br />

–Gracias –había dicho–. Estás siendo muy amable.<br />

–Mis razones no son tan altruistas –había respondido<br />

con una sonrisa–. Castello Lucchesi está recién construido.<br />

Una casa nueva necesita un invitado para que le<br />

dé buena suerte. Es un viejo dicho siciliano.<br />

–Eres americano –replicó ella con una sonrisa–. Y<br />

eso te lo acabas de inventar.<br />

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–Es posible –se rió–. Pero espera hasta que pruebes<br />

el almuerzo que prepara Anna, mi ama de llaves. Está<br />

encantada ante la perspectiva de que tengamos una invitada.<br />

Así podrá cocinar para alguien más, además de mí.<br />

–¿Almuerzo?<br />

–Sí –dijo, siempre con una sonrisa–. A la una. Después<br />

puedes sentarte fuera. Hay una terraza con vistas<br />

al jardín. O puedo acompañarte a tu habitación si quieres<br />

echarte un rato. La cena no será hasta...<br />

–La verdad es que no me siento con fuerzas para bajar<br />

las escaleras –se anticipó rápidamente–. ¿Crees que<br />

le importaría a tu ama de llaves subirme la comida en<br />

una bandeja?<br />

–Tendría que haber pensado en eso. Ya sé lo que haremos.<br />

Pediré a Anna que prepare la mesa en el balcón<br />

de tu habitación y me reuniré contigo para las comidas<br />

hasta que te encuentres...<br />

–No –replicó enseguida–. Bueno, te lo agradezco, es<br />

una oferta muy generosa por tu parte. Pero no me apetece<br />

mucho la compañía. Espero que lo entiendas.<br />

–Por supuesto –se había aclarado la garganta–. Seguramente,<br />

estarás agotada.<br />

–Estoy un poco cansada, sí.<br />

–En ese caso, mañana.<br />

–¿Por qué no...? ¿Por qué no se lo pido a Anna? ¿Sería<br />

posible? Podría pedirle que te lo comunicara cuando<br />

me encuentre más animada.<br />

Su mirada se había ensombrecido con evidente disgusto,<br />

pero había aceptado. Ahora ya habían pasado dos<br />

días y Stefano, fiel a su palabra, había respetado su soledad.<br />

Fallon suspiró y recuperó una posición erguida en su<br />

asiento.<br />

La realidad era que iba a volverse loca allí arriba. La<br />

habitación era espléndida, muy espaciosa. Pero deseaba<br />

pasearse por el acantilado, explorar las ruinas y correr a<br />

lo largo de la playa.<br />

Y, sobre todo, quería ver a Stefano.


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Pero no podía. Sobre todo si él no quería verla a ella.<br />

Si hubiera querido, habría subido a su habitación, habría<br />

llamado a la puerta y habría insistido para que<br />

abandonara esa reclusión voluntaria.<br />

Sí, era cierto que le había dicho que eso era lo que<br />

quería, pero había mentido. ¿Acaso no lo había notado?<br />

¿Quizás no quisiera darse por enterado? ¿Quizás le hacía<br />

más feliz que ella hubiera elegido la soledad, de<br />

modo que no tuviera que mirarla a la cara? ¿Y acaso no<br />

era una locura que tuviera esa clase de pensamientos<br />

paranoicos?<br />

El rugido ronco de un motor bajo su ventana llamó<br />

su atención. Fallon se asomó justo en el momento en<br />

que una brillante moto negra y su jinete entraban en su<br />

campo de visión. Asumió que salía del garaje. El motorista<br />

paró la moto para colocarse el casco y, al hacerlo,<br />

miró hacia arriba. Era Stefano.<br />

¡Oh, Dios!<br />

Había visto su cara por primera vez en dos días y<br />

ella había observado con palmaria claridad su reacción.<br />

A pesar de su amabilidad, no había ocultado su auténtica<br />

impresión. Sería el modo en que todo el mundo la<br />

miraría de ahora en adelante, una expresión teñida de<br />

piedad, asco y...<br />

Fallon se incorporó de un salto.<br />

Realmente, se volvería loca si no salía de esa prisión<br />

de muros de seda. Necesitaba salir de ese sitio y dirigirse<br />

a cualquier parte donde no la conocieran. Eso era<br />

lo que tenía que haber hecho desde el principio.<br />

Tardó unos minutos, cargados de frustración, hasta<br />

que descubrió la manera de ponerse en contacto por teléfono<br />

con un taxi y prepararlo todo. ¿Cuánto tardaría<br />

Stefano en volver? No tenía forma de conocer la respuesta.<br />

Sólo sabía que tenía que salir de allí antes de<br />

que regresara.<br />

La dirección de la posada le había enviado la maleta.<br />

Anna había guardado todas sus cosas en el armario.<br />

Ahora, las manos temblorosas, Fallon abrió la maleta<br />

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sobre la cama, sacó su ropa de los cajones y las perchas<br />

y guardó todo a bulto. Llevaba puesto un vestido de algodón<br />

y unas sandalias. Sería más que suficiente para<br />

su desplazamiento hasta el hotel. Cualquier hotel. Pediría<br />

al taxista que le recomendara alguno de su gusto.<br />

Abrió muy despacio la puerta de su habitación, escuchó<br />

atentamente y sólo distinguió el estrépito amortiguado<br />

de platos y cacharros que subía de la cocina.<br />

Era ridículo. Parecía una adolescente, escapándose a<br />

hurtadillas del castello como si estuviera quebrando el<br />

toque de queda, pero no quería enfrentarse a las preguntas.<br />

Una vez que estuviera lejos de allí, telefonearía a<br />

Stefano para agradecerle todo lo que había hecho por<br />

ella y le explicaría que había tenido que marcharse porque<br />

no quería abusar de su hospitalidad ni un minuto<br />

más.<br />

No le resultó nada sencillo cargar con la maleta<br />

mientras bajaba las escaleras. Estaba más débil de lo<br />

que había imaginado y cuando alcanzó la puerta que<br />

daba al jardín, estaba mareada y tenía escalofríos. Pero<br />

todavía tuvo fuerzas para apreciar la belleza del castello.<br />

Las enormes vidrieras resultaban cálidas y acogedoras.<br />

Una vez que la puerta se cerró tras ella, dejó la maleta<br />

en el suelo, se sentó sobre ella y respiró hondo media<br />

docena de veces. Estaba mareada, pero no podía<br />

malgastar su tiempo. Stefano podía regresar en cualquier<br />

momento.<br />

En la lejanía, un ave marina graznó mientras cruzaba<br />

el cielo azul. Fallon levantó la vista, se colocó la mano<br />

sobre los ojos a modo de visera y siguió el vuelo del pájaro<br />

hasta que su perfil se difuminó sobre el agua.<br />

Eso era lo que le apetecía. Quería acercarse al mar<br />

para que el sol cálido del Mediterráneo acariciase su<br />

piel y el manto sedoso del mar bañara sus pies.<br />

Si se daba prisa, tendría el tiempo justo.<br />

Fallon se descalzó y corrió hacia el sendero que serpenteaba<br />

hasta la playa de roca. El sol estaba en su ce-


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nit. Caía a plomo sobre ella mientras bajaba la pendiente<br />

del acantilado. Todavía estaba un poco mareada,<br />

pero la sensación de libertad resultaba embriagadora y,<br />

cuando alcanzó la playa, se adentró en el agua, echó la<br />

cabeza hacia atrás, abrió los brazos en cruz y aspiró con<br />

fuerza la dulce brisa marina. Llenó sus pulmones como<br />

si tratara de una fuerza vital que pudiera curar las heridas<br />

del alma, del corazón...<br />

–¡Ma è pazza! ¿Estás loca?<br />

La voz familiar rasgó el aire en un tono de profunda<br />

rabia, acompañada del ruido sordo de un desprendimiento<br />

de piedras.<br />

Fallon se volvió y reconoció a Stefano, que recorría<br />

los últimos metros del camino, demudado por la ira.<br />

Ella retrocedió un paso, gritó cuando tropezó con algo<br />

punzante y perdió el equilibrio en el momento en que<br />

Stefano llegaba a su altura.<br />

–¿Qué demonios crees que estás haciendo? –rugió, y<br />

aupó a Fallon en sus brazos.<br />

–¡Bájame!<br />

–¿Bajarte? ¿Quieres que te baje? –volvió a la playa<br />

con dos zancadas, la respiración agitada y la mirada encendida–.<br />

¡Debería colocarte sobre mis rodillas! Il sole<br />

siciliano ha cucinato la tua cervella!<br />

–No entiendo lo que estás diciendo.<br />

–El sol de Sicilia te ha frito los sesos –repitió.<br />

–¿Cómo habría podido vivir sin que compartieras<br />

conmigo ese encantador sentimiento? –Fallon golpeó el<br />

hombro de Stefano–. Ahora, ¡suéltame!<br />

–¿Dónde? ¿En el mar, para que así puedas ahogar todas<br />

tus penas?<br />

–¿Es eso lo que habías pensado? ¡Por el amor de<br />

Dios! No estaba...<br />

–O quizás preferirías que te dejara aquí, en el sendero,<br />

para que sufrieras un desvanecimiento y tu cuerpo<br />

dibujara una elegante caída sobre las rocas.<br />

–¡Eso es totalmente ridículo! ¿Acaso parezco esa<br />

clase de persona?<br />

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–No, en absoluto. Hasta hace un par de días.<br />

–Creo que se te ha subido a la cabeza tu castillo.<br />

¿Crees que puedes comportarte como un señor feudal e<br />

intimidar a tus siervos? –Stefano no contestó y eso enrabietó<br />

todavía más a Fallon–. ¡Maldita sea! Te he dicho<br />

que me sueltes...<br />

–Deja de pegarme –dijo con firmeza–. Un paso en<br />

falso y podríamos terminar juntos sobre esas rocas.<br />

–Entonces, suéltame y dejaré de golpearte... ¡Eh!<br />

¿Qué estás haciendo?<br />

–Me protejo –señaló con determinación y cargó a<br />

Fallon como un fardo sobre el hombro.<br />

–¡Maldito animal! ¡Bestia! Eres un bastardo primitivo,<br />

hijo de...<br />

Fallon soltó un gemido de impotencia en el momento<br />

en que alcanzaban la cima. Stefano bajó a Fallon<br />

con cuidado.<br />

–¿En qué estabas pensando? –preguntó enfurecido<br />

mientras sujetaba a Fallon por los hombros–. ¿Eh? Contéstame,<br />

¡diablos! ¿Qué estaba pasando por esa preciosa<br />

y vacía cabecita tuya?<br />

–¡No tengo la cabeza vacía! Y, sobre todo, no es preciosa<br />

–se liberó de sus manos y lo miró con fuego–.<br />

Sólo un ciego diría lo contrario.<br />

–¿Se trata de eso? ¿Crees realmente que tu vida ha<br />

terminado porque tendrás un par de cicatrices en la<br />

cara?<br />

–Un par de... –Fallon entrecerró los ojos–. ¿Sabes<br />

una cosa, Stefano? Eres un idiota.<br />

Se volvió y enfiló hacia el sitio en que había dejado<br />

la maleta. Pero, apenas dio unos pasos antes de que Stefano<br />

le diera alcance, sujetara su brazo y la obligase a<br />

volverse hacia él.<br />

–Podrías haberte matado. ¿Te has parado a pensarlo?<br />

–Para tu información, he recorrido este camino una<br />

docena de veces durante la semana que estuve trabajando<br />

aquí. ¿O acaso has olvidado que mancillé tu pre-


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cioso castello mientras estabas... , bueno, donde quiera<br />

que estuvieras esa semana?<br />

–Estaba aquí, en mi casa, y me da igual las veces que<br />

recorrieses este camino. Entonces no acababas de salir<br />

de un hospital.<br />

–Estoy plenamente recuperada de mi accidente. Y,<br />

¿qué significa eso de que estabas aquí? Te marchaste el<br />

día que nos encontramos, en el aeropuerto.<br />

Stefano apretó la mandíbula con fuerza. Soltó a Fallon<br />

y cruzó los brazos sobre el pecho.<br />

–Hubo un cambio de planes de última hora –explicó.<br />

–¿Cómo? ¿Me estás diciendo que todo ese tiempo,<br />

mientras nos abrasamos bajo este sol infernal, sofocados<br />

en esa carpa, estabas observando nuestro trabajo<br />

desde tu castillo? –preguntó incrédula.<br />

–No estaba contemplado en el acuerdo que vuestra<br />

gente deambulara a sus anchas por mi casa –respondió.<br />

–Nuestra gente –Fallon también se cruzó de brazos y<br />

ladeó la cabeza–. Sí, desde luego. Había olvidado lo<br />

que opinas de la gente como yo.<br />

–¡Maldita sea! ¿Cómo hemos llegado a esto? Me he<br />

marchado hace una hora, apenas sesenta minutos, ¿y<br />

qué me encuentro cuando vuelvo? Una mujer loca que,<br />

en plena convalecencia, sale a pasearse por los acantilados.<br />

–No estaba enferma en la cama y tampoco estaba paseando<br />

sin rumbo –corrigió Fallon–. Estaba en la playa.<br />

–Estabas metida hasta las rodillas.<br />

–El agua apenas me cubría los tobillos –levantó la<br />

barbilla–. ¿Por qué diablos estoy dándote explicaciones?<br />

Sólo me he refrescado la punta de los pies.<br />

–Te has pasado dos días tumbada y, de pronto, te<br />

marchas de excursión.<br />

–No he estado tumbada en la cama dos días. No hacía<br />

más que dar vueltas y más vueltas en mi habitación<br />

como un alma en pena.<br />

–¿Y de quién es la culpa? –Stefano apretó los labios–.<br />

Tú decidiste encerrarte en tu habitación, no yo.<br />

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–Signore Lucchesi...<br />

–No me llames así. Soy tan americano como tú.<br />

–¿En serio? Los hombres americanos que he conocido<br />

nunca han intentado decirme lo que tenía que hacer<br />

y cuándo debía hacerlo.<br />

El músculo de su mandíbula se tensó de nuevo con<br />

un rápido espasmo.<br />

–En ese caso –apuntó con suavidad–, te has tratado<br />

con la gente equivocada.<br />

–¡Por favor, dame un respiro! Sólo porque padeces<br />

este... , este complejo de señor del castillo...<br />

–Estás tentando tu suerte –señaló con calma.<br />

–Ni la mitad de lo que tú has tentado la tuya. ¿Qué te<br />

hace pensar que tienes derecho a decirme lo que debo<br />

hacer?<br />

–¿Quieres saberlo? –preguntó, con la mirada maliciosa.<br />

Su voz era suave como la seda, pero sentía la dureza<br />

oculta bajo ese velo. Había demostrado tanta ternura<br />

desde el día en que había despertado en el hospital que<br />

había olvidado la verdadera naturaleza de Stefano, el<br />

hombre que la había insultado en el aeropuerto a su llegada<br />

y había negado a Carla y a su equipo el acceso a su<br />

castillo durante el reportaje.<br />

–¿Fallon?<br />

Parpadeó. Había reducido la distancia entre ellos y<br />

ahora estaba tan cerca que apreció el auténtico color de<br />

sus ojos, de un marrón tan oscuro que parecía negro.<br />

Una ráfaga de intenso calor lamió la sangre de sus<br />

venas.<br />

¿Cómo demostraría a una mujer que ostentaba el poder<br />

en su relación con ella? ¿Tomaría su presa entre sus<br />

brazos y expondría su fuerza con sus besos, sus caricias,<br />

su cuerpo?<br />

Esa idea, tan inesperada y primitiva, ajena a su naturaleza,<br />

sonrojó de inmediato a Fallon. Dio un paso<br />

atrás, levantó la barbilla y miró de frente esos ojos del<br />

color del chocolate puro.


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–Has sido muy amable –dijo con calma, pese a las<br />

palpitaciones de su corazón–. Y muy generoso. Pero si<br />

crees que eso te da derecho a decidir por mí, te equivocas.<br />

–Mis disculpas –replicó muy serio–. Desde luego,<br />

tienes plena libertad de acción.<br />

–No es que no te esté agradecida...<br />

–No quiero tu gratitud.<br />

–Pues, de todas maneras, cuenta con ella –Fallon se<br />

aclaró la garganta–. De hecho, he estado pensando<br />

que... Creo que ya es hora de que me marche.<br />

–Y supongo que eso explica la maleta astutamente<br />

oculta entre los arbustos –señaló con una mueca.<br />

–Pensé... –el color tiñó sus mejillas otra vez–, me figuré<br />

que lo mejor sería marcharme mientras estuvieras<br />

fuera.<br />

–¿Por qué? –se metió las manos en los bolsillos del<br />

pantalón–. ¿Creías que echaría el cerrojo a las puertas y<br />

levantaría el puente levadizo si me decías que habías<br />

decidido marcharte?<br />

–Claro que no. Pero me parecía más sencillo de esa<br />

manera –lo miró a los ojos y apreció la burla en su expresión–.<br />

¡Maldita sea, no te rías de mí! Está bien. Creía<br />

que, si te lo decía, procurarías convencerme para que<br />

me quedara.<br />

–¿Cómo? ¿Una estancia en el calabozo? ¿Latigazos<br />

y cadenas?<br />

–Sólo quería evitarme una escena, ¿de acuerdo?<br />

Imaginaba que intentarías convencerme de que aquí estaría<br />

mejor que en cualquier otro sitio.<br />

Stefano asintió, se balanceó sobre los tacones y dirigió<br />

una mirada a Fallon que expresaba un vago interés<br />

por sus palabras.<br />

–¿Y qué estrategia utilizaría?<br />

–Bueno... bueno, dirías que este es un lugar perfecto<br />

para mi rehabilitación.<br />

–¿Debido a su paz y su tranquilidad? ¿Gracias a que<br />

está alejado de todas las miradas? –preguntó.<br />

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–Eres muy franco –señaló, enrojecida.<br />

–Soy sincero, y no me digas que eso no te preocupa.<br />

–¿Por qué iba a negarlo? –la brisa fresca se enredaba<br />

en su pelo y Fallon se apartó la melena de la cara–. Parece<br />

que lo sabes todo sobre mí.<br />

–Eso pensaba.<br />

–¡Y eso prueba el tamaño de tu ego! Apenas hace<br />

una semana que me conoces...<br />

–Te he observado.<br />

–¿Perdona? –lo miró fijamente.<br />

–Te vigilé –y fue su turno para ponerse colorado–<br />

mientras trabajabas con el resto del equipo.<br />

–¿Tú? ¿Eras tú el hombre que...? ¿Por qué?<br />

–Nunca había asistido a un reportaje fotográfico antes.<br />

Fue... interesante.<br />

–Inténtalo de nuevo –dijo Fallon y Stefano se avergonzó<br />

todavía más.<br />

–Está bien –dijo con la voz grave–. La verdad es que<br />

no me importaba lo más mínimo lo que hicieran los<br />

otros. Sólo te miraba a ti.<br />

–Sabía que alguien estaba observándome –dijo con<br />

suavidad–. Sentía una mirada sobre mí. Vi una figura...<br />

pero pensaba que era uno de los vigilantes del castillo.<br />

Y, ¿por qué me mirabas?<br />

–Porque eras preciosa –dijo con toda franqueza–. Y<br />

serena, y estabas llena de vida... y, al mismo tiempo,<br />

sentía que estabas buscando algo.<br />

Esas palabras, dichas con tanta calma, asombraron a<br />

Fallon. ¿Cómo era posible que hubiera juzgado su personalidad<br />

sin dirigirle la palabra? Y, sin embargo, tenía<br />

razón. La serenidad y la vitalidad eran cualidades que<br />

su agencia reflejaba en los informes para describirla. Y<br />

con respecto a lo demás... también tenía razón. Estaba<br />

buscando algo. A alguien. Pero ya no le hacían honor<br />

esos juicios de valor. Describían a la mujer que había<br />

sido, pero no la mujer que sería en el futuro.<br />

De pronto, esa charla perdió todo el sentido.<br />

–Tienes mucha imaginación –dijo con indiferencia–.


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En todo caso, quizás fuera esas cosas en el pasado, pero<br />

todo ha cambiado. Gracias por todo lo que has hecho<br />

por mí, pero creo que ya es hora de que me vaya.<br />

–Sería un estúpido si fingiera que nada ha cambiado<br />

–sujetó a Fallon por la muñeca e intentó que se volviera<br />

hacia él, pero ella se mantuvo firme y Stefano avanzó<br />

hasta situarse frente a ella–. Fallon, mírame.<br />

Levantó su rostro hacia él con delicadeza. Había lágrimas<br />

en sus ojos y Stefano reprimió el impulso de besarla.<br />

–Esas cualidades permanecen inalterables en tu corazón<br />

y en tu alma –desvió la mirada lentamente sobre<br />

sus labios parcialmente abiertos y volvió a sostener su<br />

mirada–. Y sigues siendo preciosa.<br />

–¡No! Me he visto en el espejo. No puedes engañarme,<br />

Stefano. Sé qué aspecto tengo.<br />

–Necesitas más tiempo para curarte. Ya sabes lo que<br />

ha dicho el médico. No se puede aventurar cómo quedaran<br />

los cortes hasta que te baje la hinchazón y te quiten<br />

los puntos –recordó.<br />

–Mírame –dijo con determinación–. Adelante, ¡maldita<br />

sea! Mírame bien. ¿Crees que lo que ves desaparecerá<br />

sólo porque me quiten los puntos?<br />

–¿Piensas realmente que las cicatrices pueden cambiar<br />

la dulzura de tu sonrisa y la sabiduría de tu mirada?<br />

Sólo necesitas tiempo para aceptarte.<br />

–¿Cómo puedo aceptar a una persona que no conozco?<br />

–la asunción de esa verdad liberó las lágrimas,<br />

que recorrieron sus mejillas mientras entrelazaba sus<br />

dedos con Stefano–. ¿No lo comprendes? ¡Ya no soy<br />

yo!<br />

–En tu interior, sigues siendo la misma –insistió Stefano–.<br />

Eres demasiado inteligente para creerte que la<br />

cara que mostramos al mundo es nuestro verdadero rostro.<br />

–Dos semanas atrás te habría dado la razón. Es fácil<br />

decirlo cuando te miras al espejo y ves reflejada la persona<br />

que siempre has conocido. Pero, ahora, veo...<br />

71


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72<br />

La voz de Fallon se quebró. Stefano masculló en silencio<br />

un juramento siciliano y abrazó a Fallon con<br />

fuerza hasta que venció su resistencia.<br />

–Me miro en el espejo –suspiró– y veo a una desconocida.<br />

Stefano acomodó la cabeza de Fallon bajo su barbilla.<br />

Su pelo despedía el aroma del agua salada y las flores<br />

que crecían en el jardín del castillo. Quería besarla.<br />

Quería zarandearla. Pero se limitó a mecerla entre sus<br />

brazos.<br />

–Ya sé que no tiene que resultarte fácil mirar más<br />

allá de lo que había antes –susurró–. La primera vez que<br />

vine aquí, al Castello Lucchesi, sólo vi ruinas. Sueños<br />

perdidos. Ilusiones desbaratadas. No comprendía por<br />

qué mi abuelo hablaba del castello como si los siglos no<br />

hubieran pasado por este lugar. Pensé que se había<br />

vuelto senil.<br />

Stefano sonrió y deslizó el dedo sobre el labio inferior<br />

de Fallon.<br />

–Después recorrí los acantilados y escuché con atención<br />

el sonido del viento que murmuraba entre las piedras.<br />

Y comprendí que la esencia de la grandeza del<br />

castillo seguía aquí y siempre permanecería en este lugar.<br />

Sólo necesitaba mirar con hondura para verlo.<br />

Fallon reprimió un repentino estremecimiento.<br />

–¿Y qué hubiera pasado si, después de buscar en tu<br />

interior, no hubieras encontrado nada? –el aire soplaba<br />

tan suave como su voz–. ¿Y si hubieras descubierto que<br />

todo lo que la gente creía que contenía este lugar no era<br />

más que una ilusión?<br />

La mirada de Stefano se posó nuevamente en su<br />

boca. Una prueba, eso era todo. Se entregó a la fuerza<br />

del deseo, inclinó la cabeza y besó a Fallon con tanta<br />

ternura que ella sintió cómo se le paralizaba el corazón.<br />

–He visto muchas cosas en mi vida. Conozco la diferencia<br />

entre la realidad y la fantasía. La casa que he<br />

construido en esta tierra es una ilusión. Su verdadera<br />

belleza nace del poder de las piedras que una vez perte-


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necieron al auténtico castello –tensó la mandíbula–. Tu<br />

auténtica belleza nace en tu interior. Y eso nada puede<br />

cambiarlo.<br />

Fallon tragó saliva con cierta dificultad. ¡Tenía tantas<br />

ganas de creer en sus palabras! Deseaba pensar que<br />

su rostro no había sido más que una máscara...<br />

–Quédate aquí –dijo Stefano–. Déjame ayudarte.<br />

–Tienes una vida propia. Hay gente que te necesita<br />

–replicó.<br />

–Tengo una vida inventada por mí y gente que salta<br />

cada vez que hablo –sonrió y apartó algunos mechones<br />

negros de la mejilla de Fallon–. Pueden seguir saltando<br />

desde seis mil kilómetros de distancia.<br />

Fallon se echó a reír, de verdad, por primera vez<br />

desde que el accidente le había robado su personalidad.<br />

–¡Has hablado como un auténtico señor feudal!<br />

–¿Hay algo que te obligue a volver y que te impida<br />

retrasar tu vuelta unas semanas? ¿Alguien que se preocupe<br />

por ti?<br />

Fallon negó con una sacudida de la cabeza. No había<br />

llamado a su familia. Su madre tenía el corazón débil.<br />

Sus hermanos y sus hermanas tenían su propia vida. Y,<br />

además, no quería que el clan O’Connell al completo<br />

corriera a reunirse junto a ella para rodearla de su amor<br />

bienintencionado y su compasión. Todavía no.<br />

–¿Un hombre?<br />

Miró a los ojos negros de Stefano.<br />

–No –contestó–. No hay ningún hombre.<br />

–Ahora, sí –dijo con voz grave.<br />

Y esa vez, cuando sintió la mirada de Stefano como<br />

una caricia sobre su boca, acercó sus labios y lo besó.<br />

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<strong>Capítulo</strong> 6<br />

PODRÍA un beso doblegar la voluntad de una mujer?<br />

Sí, pensó Fallon, desde luego.<br />

Quería naufragar en el calor de su boca y que su<br />

cuerpo se fundiera con él. Quería sentir sus manos sobre<br />

sus pechos, los dientes sobre su piel, su boca entre<br />

sus muslos.<br />

Quería todo eso, ahora. Allí, en el acantilado que se<br />

elevaba sobre el mar, envuelta en el perfume de las flores<br />

y el salitre. Ese hombre, ese desconocido se había<br />

convertido en su amigo. Era su protector.<br />

Ahora, sería también su amante. Y ella ardería en el<br />

fuego de la pasión.<br />

Stefano soltó un gemido ronco, una señal de ardor y<br />

desenfreno. Su cuerpo palpitaba, henchido de excitación,<br />

sus besos eran suaves y dulces incluso cuando<br />

mordisqueaba con los dientes su labio inferior.<br />

Ambos se deseaban con igual desgarro. Habían alimentado<br />

ese furor desde el mismo día en que se habían<br />

conocido y había llegado el momento de la liberación.<br />

Levantó las manos y agarró sus pechos. Palpó con<br />

los dedos la carne ansiosa por encima de la tela de algodón<br />

y Fallon expulsó el aire entre los dientes ante esa<br />

exquisita tortura que se propagó como un fogonazo<br />

desde sus pezones hasta el lomo.<br />

–Stefano –susurró.<br />

Él repitió su nombre, profundizó en el beso hasta<br />

que se sintió inundada por su sabor. Bajó las manos a lo<br />

largo de su cuerpo, arremangó la falda en un puño, deslizó<br />

los dedos bajo la frágil falda de verano y sobre los<br />

muslos. Cada caricia enviaba un chispazo eléctrico de<br />

deseo a lo largo de su cuerpo.


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Fallon gimió. Levantó una pierna y se enroscó en la<br />

pierna de Stefano.<br />

Estaba inflamándola por completo. Estaba derritiéndose.<br />

Iba a matarla con sus besos, sus caricias, sus manos.<br />

–Stefano –repitió–. ¡Oh, por favor! Por favor...<br />

–Sí –dijo, los labios sobre su cuello al tiempo que<br />

ella echaba la cabeza hacia atrás.<br />

Entonces colocó la palma de su mano entre los muslos<br />

de Fallon y ella gritó. Era consciente de que él sabía perfectamente<br />

lo que estaba provocando en ella y que su calor<br />

y su humedad estaban besando la palma de su mano.<br />

Eso era lo que tanto había anhelado. Siempre, no<br />

sólo desde hacía unos días o unas semanas, sino desde<br />

el principio de los tiempos, desde el primer latido del<br />

universo...<br />

Y entonces, sin previo aviso, las manos de Stefano<br />

cayeron a sus costados. Se quedó de pie, sola, estremecida<br />

por ese inesperado rechazo. Y cuando parpadeó y<br />

abrió los ojos, vio a Stefano mirándola como si no la<br />

conociera.<br />

–¡Dios! –dijo con voz ronca–. ¿Qué estamos haciendo?<br />

Fallon tenía la garganta cerrada por completo.<br />

Stefano la miraba fijamente con sus ojos negros,<br />

pero no había pasión en ellos. Sólo reflejaban asombro<br />

y lástima. Llena de aversión, Dios, supo que había comprendido<br />

de súbito qué estaba haciendo... y con quién lo<br />

estaba haciendo.<br />

¿De qué otra manera la miraría un hombre ahora?<br />

Incluso ese hombre que había sido tan amable con ella.<br />

Quería llorar. Y maldecir en voz alta. Quería golpear<br />

su torso con los puños y odiarlo. Pero, ¿cómo podría, si<br />

comprendía perfectamente su reacción? Era grotesca.<br />

Y ahora que se había entregado a Stefano, era todavía<br />

peor.<br />

Era patética.<br />

–Perdóname –se disculpó Stefano con aspereza–. No<br />

quería...<br />

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–No –Fallon notó cómo le temblaba todo el cuerpo y<br />

se rodeó con los brazos antes de tomar aire–. No, claro<br />

que no querías.<br />

–Fallon.<br />

Alargó la mano. Ella observó su movimiento, sacudió<br />

la cabeza y retrocedió.<br />

–Está bien, Stefano. Lo comprendo.<br />

–Lo siento.<br />

–Sí. Yo también –se obligó a mirarlo a los ojos mientras<br />

buscaba una salida antes de escaparse–. Ha sido...<br />

bueno, ha ocurrido. Quiero decir que no quería, no tenía<br />

intención de... ¡Han sido un par de semanas muy difíciles!<br />

–También lo han sido para mí –dijo, agarrándose a<br />

ese salvavidas–. De otro modo, nunca habría...<br />

–Ya lo sé. Yo tampoco.<br />

–Nunca me habría aprovechado de ti de este modo<br />

–concluyó.<br />

Fallon asintió. Estaba comportándose como un caballero.<br />

Quería asumir la culpa frente a su humillante pérdida<br />

de control cuando ambos sabían que el beso de<br />

Stefano había sido afectuoso y que había sido ella, atrayéndolo,<br />

quien lo había convertido en algo ardiente y<br />

muy peligroso.<br />

–Será mejor que olvidemos lo que ha pasado –dijo<br />

ella con una sonrisa forzada–. ¿Te parece bien?<br />

Stefano asintió. Parecía incapaz de decir nada sensato,<br />

así que se limitaba a asentir con la cabeza como<br />

uno de esos muñecos de plástico.<br />

¿Cómo demonios había podido actuar de ese modo?<br />

¿Cómo había perdido el control y había manoseado a<br />

una mujer convaleciente de un accidente que había cambiado<br />

su vida por completo? Sólo había intentado reconfortarla,<br />

asegurarle que se preocupaba por ella y que cuidaría<br />

de ella. Sin embargo, se había abalanzado sobre<br />

ella con la misma sutileza que un toro salvaje en celo.<br />

¿Qué clase de hombre atacaba a una mujer que no<br />

dejaba de agradecerle su amabilidad y su comprensión?<br />

Maldita sea, no quería que ella le devolviera sus besos


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por gratitud. Quería que reaccionara animada por su<br />

propio deseo, pero ¿cómo podía saber lo que quería<br />

cuando las heridas del alma eran tan recientes?<br />

Había recorrido un largo camino, pero todavía era<br />

frágil y vulnerable. ¿Qué clase de bastardo se aprovecharía<br />

de ella en ese estado?<br />

Una vez que estuviera curada, por fuera y por dentro,<br />

volvería a tomarla en sus brazos y le confesaría que<br />

deseaba hacerle el amor para que esa mirada de agradecimiento<br />

se tornara en una mirada de abrumadora pasión...<br />

–...pero esta noche, no.<br />

Parpadeó, fijó la mirada en Fallon y observó que se<br />

alejaba lentamente hacia la casa.<br />

–¿Disculpa? –dijo Stefano.<br />

–He dicho que pensaré en todo lo que hemos hablado.<br />

Acerca de tu consejo, ya sabes. Y volveremos a<br />

discutirlo, pero no...<br />

–Bien. Podemos hablarlo por la mañana –dijo con<br />

una sonrisa.<br />

Algo que no resultaría sencillo, después del modo en<br />

que se había comportado. ¿En que habría estado pensando?<br />

–Desayunaremos juntos –añadió Stefano– ¿Las ocho<br />

es buena hora?<br />

–Si fuera a desayunar, sería una hora perfecta. Pero<br />

nunca...<br />

–Anna me lo ha dicho. Café solo, ¿verdad?<br />

–¿Anna te lo ha dicho? –ladeó la cabeza.<br />

–Sí. Café en el desayuno, una hoja de lechuga en las<br />

comidas...<br />

–Te lo ha dicho –repitió, el tono cada vez más frío–.<br />

¿Acaso tu ama de llaves te ha informado puntualmente<br />

de mis costumbres?<br />

–Yo no lo diría de ese modo –se encogió de hombros.<br />

–¿No? –se cruzó de brazos, consciente de que le resultaba<br />

más sencillo enfadarse ante su arrogancia que<br />

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quedarse allí de pie, deseosa de que se abriera la tierra<br />

bajo sus pies–. Yo diría que sí. Y preferiría desayunar en<br />

mi habitación.<br />

–Y yo te repito que comerás conmigo en la planta<br />

principal.<br />

Fallon entrecerró los ojos. ¿Cuál era ese dicho<br />

acerca de los lobos con piel de cordero? Había encasillado<br />

a Stefano Lucchesi desde el primer día. Era una<br />

lástima que su disfraz de ángel de la guarda no hubiera<br />

durado más tiempo.<br />

–No me gustan las órdenes, signore. Quizás sería<br />

más sensato si mantuviera mi cita con ese taxi –apuntó.<br />

–¿Tiene una cita, signorina? –su sonrisa era sombría.<br />

Ahora que pensaba en ello, ella tampoco había oído<br />

nada. Fallon frunció el ceño y miró su reloj de pulsera.<br />

Ya había pasado más de una hora desde que había quedado<br />

con el taxista en la puerta...<br />

Levantó la cabeza lentamente.<br />

–Tus guardias de seguridad lo han hecho dar media<br />

vuelta –afirmó.<br />

–Tienen órdenes –aseguró–. Nadie entra en mi propiedad<br />

sin mi permiso...<br />

–Y nadie sale. ¿Ése es el mensaje?<br />

–Es la única forma en que puedo preservar mi intimidad<br />

–hizo una pausa–. Y la tuya. ¿O acaso no te has<br />

parado a pensar que a más de uno le gustaría saber que<br />

la mujer del accidente y la modelo mundialmente conocida<br />

son la misma persona?<br />

–¡Paparazzi! –se quedó lívida ante esa evidencia.<br />

–Sicilia es un semillero de cotilleos y ya han circulado<br />

algunos rumores. Supongo que no te apetecerá enfrentarte<br />

a ellos, de momento.<br />

–No. No, no me gustaría. Mi familia todavía no lo<br />

sabe.<br />

–¿Quieres que me encargue de notificárselo?<br />

–Yo lo haré... cuando esté preparada.<br />

–En ese caso –dijo con amabilidad–, mis órdenes se<br />

mantendrán en pie. ¿De acuerdo?


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–Sí –asintió Fallon.<br />

Pero no fue hasta varias horas más tarde, mientras<br />

daba vueltas en la cama, desvelada, cuando se preguntó<br />

si no habría sido manipulada una vez más por un hombre<br />

que jugaba sus cartas con increíble astucia.<br />

Parecía que todo se reducía a una simple elección<br />

entre los informes de Anna y dejar que el señor del castillo<br />

tomara notas directamente durante las comidas.<br />

Fallon optó por lo segundo. Además, siempre cabía<br />

la posibilidad de que entrase en su habitación hecho una<br />

furia y la arrastrara escaleras abajo si no cooperaba. Y<br />

no estaba dispuesta a terminar entre sus brazos otra vez.<br />

Desayunaban a las ocho, almorzaban a la una, cenaban<br />

a las ocho y una conversación forzada acompañaba<br />

cada comida. Durante el día, Stefano se encerraba en su<br />

despacho. Ella paseaba por los acantilados, recorría la<br />

playa y, por la noches, se retiraba a su habitación mientras<br />

él...<br />

No tenía la menor idea de lo que hacía por las noches.<br />

La mayoría de las noches escuchaba el motor de su<br />

moto a las nueve y, de nuevo, horas más tarde. Era probable<br />

que tuviera alguna relación en uno de los pueblos<br />

de los alrededores. Un hombre como él no pasaría mucho<br />

tiempo sin la compañía de una mujer. Ahora sabía<br />

mucho sobre él, después de que una noche se hubiera<br />

colado en su despacho a hurtadillas.<br />

Sabía que se encontraba en su santuario y eso aceleró<br />

un poco su pulso. El despacho no era tal y como lo<br />

había imaginado. No era el refugio de Barba Azul ni el<br />

picadero de un casanova. Era, sencillamente, un despacho<br />

con paneles de madera y suelo alfombrado, amueblado<br />

con butacas de cuero, una mesa y el equipo necesario.<br />

Había un ordenador, un fax, un par de impresoras.<br />

Eso explicaba que pudiera pasar tanto tiempo alejado de<br />

su oficina en Nueva York.<br />

Y había cuadros en las paredes.<br />

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En uno de ellos, Stefano, muy joven, sonreía junto a<br />

un hombre de pelo blanco con sus mismos rasgos. Asumió<br />

que se trataría del abuelo del que había hablado.<br />

También había revistas, periódicos y dedujo, con una<br />

sola ojeada, algo que ya había adivinado gracias a su conocimiento<br />

del mundo de Nueva York. Stefano Lucchesi<br />

era el mismo Stefano Lucchesi que había creado todo<br />

un grupo corporativo desde la nada y había almacenado<br />

una fortuna personal que hacía babear a casi todos los<br />

banqueros de la ciudad.<br />

Fallon echó un último vistazo. Después apagó la luz<br />

y salió del despacho. Todo lo que había visto confirmaba<br />

sus sospechas acerca de Stefano. Tenía un lado<br />

decente, que había comprobado en persona, pero en el<br />

fondo era un hombre extremadamente guapo, tan rico<br />

como el rey Midas y, estaba segura, un conquistador.<br />

Claro que ella no estaba en esa línea. Era totalmente<br />

inmune a esa clase de hombres. Había perdido el interés<br />

en los tipos de su categoría cuando había comprobado<br />

que algunos de ellos coleccionaban mujeres bonitas<br />

igual que si fueran sellos...<br />

Y entonces recordó que ya no necesitaba esa inmunidad.<br />

Ya no era la clase de mujer en la que se fijaría un<br />

hombre como Stefano. Entró en su habitación, cerró la<br />

puerta, salió a la terraza y fijó la vista en el mar, oscuro<br />

y sombrío.<br />

Al cuarto día de su nuevo acuerdo, Stefano miró a<br />

Fallon por encima del borde de su taza de desayuno.<br />

–¿Estás preparada? Tienes una cita con el médico.<br />

El corazón de Fallon se sobresaltó. ¿Era verdad? Había<br />

logrado olvidarse de todo eso durante los últimos<br />

días. Llevaba gafas oscuras en todo momento y el pelo<br />

suelto tapaba su cara. En todo caso, no estaba preparada<br />

para las luces hirientes de un hospital ni para cruzar las<br />

puertas del Castello Lucchesi.<br />

–¿Lo has olvidado?


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–Sí –señaló educadamente–. En efecto. ¿Tienes el<br />

número? Llamaré y cancelaré la cita.<br />

–¿Por qué vas a cancelar la cita? –dijo con los ojos<br />

amusgados.<br />

–Bueno, me encuentro bien. No hay ninguna necesidad...<br />

–Hoy tienen que quitarte los puntos.<br />

–Los puntos... –sintió un nudo en la boca del estómago.<br />

–Sí –afirmó con delicadeza–. Es un gran día.<br />

Fallon dejó caer sus manos en el regazo y cerró los<br />

puños.<br />

–Iré en otro momento.<br />

–Tonterías –replicó con energía y se mesó los cabellos–.<br />

Te diré una cosa. Después de que veas al doctor,<br />

lo celebraremos en un pequeño restaurante que conozco.<br />

Preparan una ensalada de marisco que...<br />

–No estoy preparada –dijo, apenas sin voz.<br />

Stefano quería levantarla de la silla, acurrucarla entre<br />

sus brazos, besarla y explicarle que él tampoco estaba<br />

preparado. Y no era por culpa de los malditos puntos<br />

sino porque ella se marcharía en cuanto se los<br />

quitaran y asumiera que, pese a las cicatrices, de un<br />

modo inexplicable, estaba más bonita que nunca...<br />

–Estaré contigo –dijo con ternura.<br />

Ella levantó la vista y él sonrió de un modo que no<br />

había visto en días, desde que se había abalanzado sobre<br />

ella sin ningún control.<br />

–No te dejaré a solas ni un momento –añadió.<br />

Entonces, se incorporó, tendió su mano abierta y su<br />

corazón se llenó de gozo cuando Fallon, tras una vacilación,<br />

aceptó su ofrecimiento.<br />

Por desgracia, el médico tenía otros planes.<br />

–No –dijo con firmeza cuando Stefano señaló que se<br />

quedaría en la sala de curas mientras le quitaba los pun-<br />

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tos–. Vaya a dar una vuelta, signore. Tómese un espresso.<br />

La signorina y yo tenemos que hablar a solas.<br />

Fuera lo que fuera que habían hablado entre ellos, no<br />

había ayudado mucho. Stefano lo supo desde el momento<br />

en que la enfermera lo avisó. Fallon estaba sentada<br />

en un taburete alto, rígida, la cara vuelta hacia el<br />

otro lado.<br />

El médico lo sujetó del brazo y lo obligó a salir de<br />

nuevo al pasillo.<br />

–Hemos tenido mucha suerte –dijo–. No ha habido<br />

infección, deformación ni han quedado cicatrices severas.<br />

Pero se niega a enfrentarse con la realidad.<br />

–No puede culparla por eso, doctor. ¿Sabía que era<br />

modelo? ¿Y que su carrera dependía por entero de su físico?<br />

–¿Desea para ella una recuperación total, signore Lucchesi?<br />

¿O prefiere que dependa permanente de usted?<br />

–Mida mejor sus palabras, signore Doctor –gruñó<br />

Stefano.<br />

–Es involuntario, por supuesto, pero actúa así constantemente.<br />

Es una signorina muy fuerte, pero resultaría<br />

muy sencillo para ella refugiarse en su exceso de<br />

conmiseración.<br />

–¡Yo no he hecho nada de eso! ¿Acaso le ha dicho<br />

que se ha encerrado en su habitación? ¿Y qué he tenido<br />

que obligarla para que me acompañara durante las comidas?<br />

–¿Ha salido a algún otro sitio? ¿Ha ido a alguna tienda,<br />

una cafetería, de paseo?<br />

Stefano se encorvó contra la pared.<br />

–¿Qué está sugiriendo? ¿Quiere que la obligue a exhibirse<br />

públicamente cuando aprecio todo el dolor que<br />

siente cuando se mira al espejo?<br />

–Sugiero que le ayude a salir adelante –dijo el médico<br />

con calma y apoyó su mano en el antebrazo de Stefano–.<br />

Las heridas de la cara se han curado. Ahora tiene<br />

que recobrar la salud de su corazón, donde el dolor es<br />

más intenso.


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De vuelta a casa, Fallon guardó silencio. Iba oculta<br />

tras las gafas negras y un sombreo de paja de ala ancha.<br />

–Todo ha ido muy bien –dijo Stefano.<br />

–¿No lo entiendes? Todo ha cambiado.<br />

El coche cruzó las puertas de entrada del castello y<br />

se detuvo frente a la mansión. Stefano indicó algo al<br />

chófer, salió y abrió la puerta de Fallon. Ella pasó rápidamente<br />

a su lado y Stefano fue tras ella, posó sus manos<br />

sobre sus hombros y acarició sus brazos de arriba<br />

abajo hasta la muñecas.<br />

Deseaba, más que cualquier otra cosa, ayudarla. En<br />

parte, lo hacía por ella. Pero sabía que, si era totalmente<br />

honesto, tenía que admitir que lo hacía, sobre todo, por<br />

sí mismo.<br />

Sentía algo por esa mujer que no podía expresar con<br />

palabras.<br />

No estaba preparado para definirlo, para asumirlo.<br />

Pero estaba ahí y sabía que no podría descifrarlo hasta<br />

que ella no estuviese totalmente recuperada.<br />

–Creo que no te recuperarás hasta que no aceptes lo<br />

que te ha ocurrido –señaló con precaución.<br />

Dedicó a Stefano una mirada que expresaba la sinrazón<br />

de esa afirmación.<br />

–¿Acaso tengo otra alternativa?<br />

–Cara. Hay una diferencia muy grande entre la<br />

aceptación y el sufrimiento.<br />

–Ya estamos –dijo con la mirada entrecerrada–. Filosofía<br />

de bolsillo al estilo siciliano.<br />

–Ya te lo he dicho muchas veces. No soy...<br />

–Claro que sí. Me doy cuenta de lo que pasa, ese<br />

cambio en la cadencia de tus palabras, esa inmersión repentina<br />

en la sabiduría popular.<br />

No era cierto. Sabía que intentaba ayudarla, pero<br />

sólo lo conseguiría si le decía: «No necesitas esas gafas<br />

ni ese sombrero. Sí, tienes cicatrices en la cara pero veo<br />

más allá de esas marcas. Y te deseo todavía. Siempre te<br />

he deseado, antes incluso de conocerte...»<br />

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¿No habían dicho que había sufrido una leve conmoción<br />

cerebral?<br />

Quizás esa fuera la razón por la que albergaba semejantes<br />

ideas. No deseaba a Stefano, no lo necesitaba ni necesitaba<br />

ningún hombro en el que apoyarse. Nunca lo había<br />

necesitado en el pasado y tampoco ahora. Su madre se<br />

había apoyado en su padre. ¿Y eso dónde la había conducido?<br />

Se había visto arrastrada por todo el país mientras<br />

procuraba sacarle partido a la peor de las situaciones.<br />

–Olvídalo –dijo Fallon–. No tiene importancia.<br />

–Escucha, Fallon. No quiero discutir contigo...<br />

–Entonces, cállate.<br />

–¿No podemos hablar como personas civilizadas?<br />

–No.<br />

¡Era totalmente imposible! Fuego, acero y seda en<br />

un mismo envoltorio.<br />

Stefano no quería discutir, sólo hablar. No, tampoco<br />

era eso lo que quería. Realmente quería auparla en sus<br />

brazos, besarla de un modo inconsciente y decirle que<br />

ya había pensado lo que podía hacer con su vida. Podía<br />

pasarla junto a él.<br />

Stefano tragó saliva con fuerza.<br />

Tenía que calmarse y actuar con racionalidad. Y debía<br />

convencerla para que hiciera lo mismo. Entonces<br />

hablarían, igual que lo habían hecho, con cierto esfuerzo,<br />

el día que la había encontrado en la playa.<br />

Ahora se enfrentaba a una situación nueva. Tenía<br />

que mostrarse totalmente sincero con una mujer para<br />

ayudarla. ¿Cómo se hacía eso?<br />

–Sólo intento recalcarte una cosa, Fallon.<br />

Ella levantó la barbilla. Era un gesto que llevaba un<br />

aviso implícito. Sabía que se adentraba en un terreno<br />

peligroso.<br />

–¿Y se trata de...?<br />

–Compadecerte no te ayudará.<br />

–Así que piensas que estoy compadeciéndome, ¿no<br />

es eso?<br />

–No he dicho tal cosa.


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–No hace falta. Ya sé que lo piensas.<br />

–No es cierto –vaciló un instante–. Pero, incluso si<br />

fuera así, sería perfectamente natural, dadas las circunstancias.<br />

–Escucha, se trata de mí –dijo, señalándose el pecho<br />

con el pulgar.<br />

–Fallon. Cara...<br />

–¡Deja de llamarme cara! –se volvió, caminó hacia<br />

la casa y se giró hacia él–. ¿Quieres oír algo gracioso,<br />

Stefano? Tengo una historia muy buena. Llamaron al<br />

doctor y se ausentó un par de minutos antes de quitarme<br />

los puntos. La enfermera me trajo un par de revistas<br />

para entretenerme mientras esperaba. Así que abrí una<br />

de ellas, hojeé varias páginas y, ¿sabes lo que vi? A mí,<br />

retratada como un ser humano en vez del monstruo en<br />

que me he convertido.<br />

–Fallon, por favor.<br />

–Mañana me vuelvo a casa.<br />

–¿Y qué harás? ¿Mirarte en el espejo de tu apartamento?<br />

–¡Eso es asunto mío!<br />

Fallon le dio la espalda. Stefano la agarró del brazo y<br />

la obligó a volverse.<br />

–Es suficiente –dijo Stefano–. ¡Basta!<br />

–Al menos, estamos de acuerdo en algo. Basta. Ya es<br />

suficiente. No eres mi guardián, y no te molestes en soltarme<br />

ese discurso acerca de los chinos y sus proverbios.<br />

–¿Te has mirado en el espejo? –sujetó a Fallon por<br />

los codos y la zarandeó–. ¡Contéstame! ¿Te has mirado?<br />

–No me hace falta. Veo todo lo que necesito reflejado<br />

en tu cara.<br />

–¿Qué?<br />

Se sacudió a Stefano de encima, corrió a la casa y subió<br />

las escaleras. Mientras, Stefano se quedó en el sitio<br />

mientras intentaba procesar lo que acababa de ocurrir.<br />

85


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<strong>Capítulo</strong> 7<br />

FALLON volcó la maleta abierta sobre la cama,<br />

abrió el armario y arrancó su ropa de las perchas y<br />

los estantes.<br />

Tendría que haberse marchado la primera vez, pero<br />

se había dejado convencer por Stefano para quedarse.<br />

Ella no encajaba en ese lugar y, desde luego, él no encajaba<br />

en su vida.<br />

¡Menudo descarado! ¿Quién se creía que era para<br />

decirle cómo debía sentirse y reaccionar?<br />

Stefano Lucchesi vivía en su personal mundo privado<br />

según sus propias reglas. La gente obedecía sus<br />

órdenes. ¿Acaso no era eso lo que había dicho? Era tan<br />

jactancioso. Seguramente nunca había ganado la paga<br />

de un solo día merced al sudor de su frente. Llevaba una<br />

vida regalada.<br />

¿Cómo podría comprender lo que significaba tener<br />

uno de los rostros más solicitados del mundo y, de<br />

pronto...?<br />

Fallon volcó un puñado de zapatos en la maleta.<br />

Su mundo era seguro. Para ella, en cambio, su<br />

mundo se había emborronado. Parecía obra de una divinidad<br />

aburrida con cierto apego por la comedia negra.<br />

Había truncado su carrera para siempre.<br />

Y, peor aún, había perdido la autoestima.<br />

Todos esos artículos en las revistas de moda acerca<br />

de la importancia de encontrarse a una misma... Siempre<br />

había considerado una terrible pérdida de tiempo<br />

mirarse el ombligo, pero ahora...<br />

Sus labios temblaron.<br />

Sería mejor que pensara en Stefano y lo equivocada


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que había estado al creer que existía un ápice de compasión<br />

en su persona.<br />

¿Contemplaría su caso como un asunto de caridad<br />

cristiana? Había sido una estúpida al quedarse en su<br />

mansión.<br />

Fallon se encaminó al cuarto de baño, agarró la papelera<br />

de mimbre de la esquina y vació el neceser con<br />

todo el maquillaje, las cremas y las lociones. La mitad<br />

de las cosas aterrizaron en el suelo. Se abrieron algunos<br />

botes y se derramaron los polvos.<br />

Ya no necesitaba todas esas estúpidas herramientas<br />

de su antiguo trabajo. ¿Quién se molestaría ahora si llevaba<br />

un color de labios erróneo? ¿A quién le importaría<br />

la máscara que eligiese para las pestañas?<br />

Una mujer con una cara que asustaría a los niños no<br />

necesitaba maquillaje, sino una bolsa de papel.<br />

–Stefano Lucchesi –musitó entre dientes–, eres un<br />

engreído, santurrón, egoísta y moralista hijo de perra.<br />

–Reiterativo –escuchó una voz profunda en un tono<br />

serio–, pero falso. Mi madre es una mujer encantadora.<br />

Fallon giró sobre los talones. Stefano estaba apoyado<br />

en el quicio de la puerta del cuarto de baño, las<br />

manos en los bolsillos.<br />

–¿Qué estás haciendo en mi habitación?<br />

–En calidad de santurrón, egoísta y, ¿qué otra cosa<br />

me has llamado?<br />

–Te he preguntado qué estás haciendo en mi habitación.<br />

–Moralista. Eso era –suspiró, apoyó el hombro contra<br />

el marco de la puerta y cruzó un pie sobre el otro–.<br />

Suena bien, pero algo repetitivo, ¿no te parece? Sobre<br />

todo si consideras que alguien santurrón también es<br />

otras cosas.<br />

–¿Cómo te atreves a irrumpir aquí de ese modo?<br />

–preguntó con la mirada clavada en él.<br />

–He llamado a la puerta.<br />

–¿Cómo? ¿Con una pluma? –se apartó el pelo de los<br />

ojos de un soplido y se cruzó de brazos–. No te he oído.<br />

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88<br />

–Bueno, no me extraña. Estabas montando un alboroto<br />

tremendo, entre los pisotones y el estrépito de los<br />

cristales rotos.<br />

–Yo nunca he dado pisotones –se ruborizó un poco–.<br />

Creo que tienes mucha imaginación.<br />

Stefano arqueó una ceja y miró el suelo embaldosado.<br />

Fallon también miró al suelo y se sonrojó todavía<br />

más.<br />

–Tenía prisa –dijo–. Se me han caído algunas cosas.<br />

–Eso parece. Seguro que hay una fortuna en pócimas<br />

y elixires mágicos.<br />

–¡Hago con mis cosas lo que me viene en gana!<br />

–Creía que las mujeres adorabais todos esos potingues<br />

y esas tonterías.<br />

–No son tonterías.<br />

–Entonces, ¿por qué te deshaces de ellas?<br />

–Ya no me son de utilidad.<br />

Stefano le dirigió una larga mirada, indescifrable.<br />

Fallon estaba preparada para asumir el reto. Si volvía a<br />

sermonearla con otra lección acerca de la necesidad de<br />

enfrentarse a la realidad, lo abofetearía... o se echaría en<br />

sus brazos y lloraría.<br />

¡Oh, Señor! ¿Tan cerca estaba de las lágrimas? ¿Tan<br />

poco faltaba para que cayera su máscara? Se agachó y<br />

comenzó a recolectar los cosméticos desperdigados.<br />

Stefano se acuclilló a su lado y tomó su mano.<br />

–Deja que lo haga yo.<br />

–Soy perfectamente capaz de limpiar mis propios<br />

desórdenes.<br />

–Estoy seguro –dijo él–, pero no hay nada de malo<br />

en aceptar un poco de ayuda.<br />

–Gracias –dijo Fallon, muy rígida–. Y se puso de<br />

pie.<br />

–De nada.<br />

–Y lamento que el ruido te haya molestado.<br />

–No he escuchado nada hasta que estaba al otro lado<br />

de la puerta.<br />

–Entonces, ¿por qué has...?


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–He subido a pedirte perdón –se adelantó.<br />

–¿Para disculparte? –parpadeó.<br />

–En efecto. He sido un idiota.<br />

–¿Perdona?<br />

–Ya me has oído. Creo que decirte cómo debes manejar<br />

esta situación ha sido una equivocación –señaló.<br />

Fallon miró detenidamente a Stefano. ¿Creía realmente<br />

que una simple disculpa borraría el recuerdo de<br />

su arrogancia?<br />

–De hecho –añadió con una leve sonrisa–, me he<br />

comportado como un imbécil egoísta, santurrón y moralista.<br />

Parecía realmente arrepentido. Después de todo lo<br />

que había hecho por ella, en el hospital y en la casa, suponía<br />

que podría ceder un poco y aceptar sus disculpas.<br />

Además, se marcharía del castello enseguida. En<br />

esas circunstancias, sería de buena educación perdonar<br />

a un hombre que admitía haberse portado como un capullo.<br />

–No quería herirte –dijo con voz suave–. Debes saber<br />

que nunca lo haría.<br />

Sus miradas se encontraron y se sostuvieron.<br />

Fallon asumió que decía la verdad. Había tenido<br />

siempre buenas intenciones y si era totalmente honesta,<br />

tenía que admitir que le había ofrecido un consejo que<br />

necesitaría en el futuro. Sabía que compadecerse no la<br />

ayudaría a superar el pasado ni a encarar su nueva vida.<br />

Stefano alargó la mano como si quisiera tocarla. Entonces,<br />

la retiró y carraspeó.<br />

–Te dejaré sola. Pero, si cambias de opinión y quieres<br />

hablar con alguien... –sonrió–. O si quieres una<br />

diana móvil contra la que disparar tus cosas, sólo tienes<br />

que...<br />

–Tenías razón.<br />

Sabía que se había expresado en un balbuceo. ¿De<br />

qué otra manera hubiera podido expulsar esas palabras<br />

de su boca?<br />

–¿Cómo?<br />

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90<br />

–He dicho que tenías razón –tragó saliva y miró al<br />

suelo, incapaz de sostener su mirada–. Me he estado<br />

compadeciendo todo el tiempo.<br />

–No –replicó enseguida–. Eso no es cierto. Ha sido<br />

una insinuación errónea. Sólo quería señalar que...<br />

–Compasión. Y negación –respiró hondo y levantó<br />

la vista–. No dejo de pensar en lo que habría pasado si<br />

no hubiera conducido esa noche, si no hubiera llovido...<br />

Se mordió el labio inferior.<br />

–Ya sé que esa línea de pensamiento es una pérdida<br />

de tiempo.<br />

–No lo es, si forma parte de la recuperación. Eso ha<br />

sido lo que he pasado por alto.<br />

–Cuando era niña, me rompí un brazo montando en<br />

la bici de mi hermano –sonrió un poco–. Fue una estupidez<br />

por mi parte. La bici era muy grande para mí y lo<br />

sabía. Después, cuando supe que tendría que llevar una<br />

escayola el resto del verano, protesté y lloriqueé hasta<br />

que mi madre me dijo: «Fallon, si dedicaras tanta energía<br />

a la hora de arreglar las cosas como cuando te lamentas,<br />

serías mucho más feliz».<br />

–¿Estás segura de que tu madre no es italiana? –Stefano<br />

sonrió.<br />

Ambos sonrieron a un tiempo y, entonces, la sonrisa<br />

de Fallon vaciló un poco.<br />

–El caso es que mi madre me habría dicho lo mismo<br />

que tú me has aconsejado esta tarde. Necesito centrarme<br />

en el mañana y dejar atrás el ayer.<br />

–Me alegra oírtelo decir –dijo Stefano.<br />

Se acercó a ella, alargó la mano y colocó un mechón<br />

de su pelo detrás de la oreja.<br />

–No estaba furiosa contigo, sino conmigo misma. Te<br />

has portado... de maravilla. Has sido amable, generoso<br />

y compasivo –sus labios esbozaron una sonrisa–. No es<br />

reiterativo, pero es cierto.<br />

Stefano también sonrió y deslizó sus brazos alrededor<br />

de su figura.<br />

–Eres una mujer admirable, Fallon O’Connell.


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Sus ojos se cubrieron de lágrimas.<br />

–No es cierto –dijo mientras sacudía la cabeza y se<br />

apoyaba en él–. Soy un desastre.<br />

–En ese caso –Stefano rió–, eres un desastre muy<br />

atractivo.<br />

–Por favor, no me mientas, Stefano. Sé qué aspecto<br />

tengo.<br />

Stefano inclinó la cabeza y depositó un beso en su<br />

negro y sedoso cabello.<br />

–Entonces sabes que tus ojos tienen el color del mar<br />

–señaló– y que tu boca es tan delicada como pétalos de<br />

rosa.<br />

Tomó el rostro de Fallon entre sus manos y la miró a<br />

la cara.<br />

–Y que sigues siendo la misma mujer que antes del<br />

accidente –añadió–. Una mujer más adorable de lo que<br />

cualquier hombre merecería.<br />

Esas palabras bañaron su ánimo como fuego líquido.<br />

Miró sus ojos y, cuando la mirada de Stefano bajó hasta<br />

su boca, ella susurró su nombre y separó los labios<br />

mientras él la besaba.<br />

Apretó su cuerpo contra él para que pudiera sentir la<br />

fuerza de su erección. El deseo aceleró su pulso. Ella<br />

repitió su nombre en un suspiro y rodeó su cuello con<br />

los brazos.<br />

–Fallon –susurró contra sus labios–. Fallon, belissima.<br />

Volvió a besarla y ella empezó a temblar, asombrada<br />

ante la intensidad de su deseo. Nunca se había sentido<br />

de ese modo en los brazos de un amante, nunca había<br />

deseado entregarse tanto y recibir tanto. Se aterrorizó<br />

ante esa idea. Tensó todo su cuerpo y se apartó.<br />

–No puedo hacerlo, Stefano. Lo siento, pero yo...<br />

yo...<br />

Sabía que estaba luchando para controlarse, se veía<br />

en sus ojos. Finalmente, sonrió y apoyó la frente en ella.<br />

–¿Sabes que nunca hemos salido juntos en una cita?<br />

–¿Una cita?<br />

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–Ya sabes. Yo te compro flores, reservo una mesa en<br />

un sitio especial para la cena, bailamos a la luz de la<br />

luna... –sonrió, se llevó las manos a la nuca, tomó a Fallon<br />

de las muñecas y apoyó sus manos contra su pecho–.<br />

Una cita, Fallon.<br />

Su corazón sufrió un leve sobresalto. No estaba preparada<br />

para el mundo exterior. ¡Oh, no! ¡Todavía no!<br />

–Bella signorina –dijo con solemnidad–. ¿Me haría<br />

el honor de salir conmigo esta noche?<br />

–Stefano –se pasó la punta de la lengua por el labio<br />

inferior–. Ya sé que es lo que tengo que hacer. Mostrarme<br />

en público, quiero decir, pero...<br />

Se llevó sus manos a la boca y las besó alternativamente.<br />

–Y conozco el sitio perfecto. Una terraza en un jardín<br />

de ensueño y, justo a su espalda, un acantilado con<br />

unas vistas maravillosas sobre el mar.<br />

–¿Quieres decir... aquí? ¿En el castello?<br />

Volvió a besarla mientras acariciaba sus manos.<br />

–El volcán ha estado inquieto toda la semana. Si tenemos<br />

suerte, quizás ilumine el cielo para nosotros.<br />

–Para mí –Fallon sonrió–, será un honor cenar en su<br />

compañía, signore.<br />

–A las siete en punto, entonces. Esperaré ansioso.<br />

Fallon levantó la cara hacia él y, cuando la besó esa<br />

vez, pensó que el mundo se había movido bajo sus pies.<br />

A las seis en punto, Fallon miraba la ropa extendida<br />

sobre su cama con aire triste.<br />

Había guardado primorosamente toda su ropa en los<br />

armarios, doblada y ordenada. Después había sacado,<br />

uno por uno, todos sus vestidos, las blusas, los pantalones.<br />

Y se había mirado en el espejo con todas las combinaciones<br />

posibles, pero nada la satisfacía.<br />

¿Qué clase de vestido elegía una persona en una situación<br />

así?<br />

¿Un vestido de verano y zapatos de tacón alto? ¿Una


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falda larga y una camiseta sin mangas? Quería que su<br />

decisión fuera acertada. Deseaba que se iluminaran sus<br />

ojos nada más verla. Quería que, de algún modo, se reafirmará<br />

en su idea de que seguía siendo atractiva, deseable...<br />

Escuchó un golpe en la puerta de la sala. Fallon se<br />

levantó, avanzó hasta la puerta y se apartó el pelo de la<br />

cara.<br />

–¿Signorina? Sono Anna.<br />

–Sí, Anna. No he pedido nada...<br />

–Scusi –se disculpó Anna, empujó un carrito cargado<br />

de jarrones de cristal, pasó junto a Fallon y entró en el<br />

dormitorio.<br />

–Scusi –murmuró el impasible Luigi, detrás de<br />

Anna, mientras sostenía un montón de cajas de floristería.<br />

–Perdón –dijo Fallon, atónita–. ¿Qué es todo esto?<br />

–Fiori –dijo Anna–. Fiori, tutti per voi.<br />

Ya fuera italiano o un dialecto local, el significado<br />

estaba claro. Eran flores, todas para ella.<br />

–¿Todas? –repitió, acompañando la pregunta con un<br />

gesto amplio de las manos.<br />

Observó, anonadada, cómo Luigi abría las cajas y<br />

Anna vaciaba su espléndido cargamento. Había rosas<br />

amarillas, rosas rojas, tulipanes negros, orquídeas azul<br />

lavanda, jacintos blancos, violetas púrpuras, pensamientos<br />

blancos e incluso un ramo de flores silvestres.<br />

Anna se apresuraba de una estancia a otra, llenaba los<br />

jarrones de agua, después colocaba las flores y disponía<br />

cada ramo en todos los huecos inimaginables de la habitación.<br />

Finalmente, sonrió a Fallon y le entregó un pequeño<br />

sobre de color marfil. Indicó con un leve movimiento<br />

de la cabeza a Luigi que ya habían terminado y éste<br />

hizo una reverencia.<br />

–Signorina –dijo.<br />

La puerta se cerró y Fallon se quedó sola.<br />

Dibujó lentamente un semicírculo, la mirada fija en<br />

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las flores que inundaban la habitación. Entró en el dormitorio<br />

y observó más jarrones.<br />

Entonces abrió el sobre, sacó la nota manuscrita y la<br />

leyó.<br />

«Quería enviarte flores, pero no sabía cuáles eran tus<br />

favoritas».<br />

Debajo del mensaje figuraba la firma de Stefano.<br />

Fallon se acercó a las rosas amarillas y hundió la<br />

cara entre sus pétalos suaves. Nunca había sentido predilección<br />

por una flor en particular, pero desde ese día<br />

todas serían sus preferidas.<br />

Sonriente, pese a que las lágrimas se agolpaban en<br />

sus ojos, volvió al armario del dormitorio y sacó el<br />

único vestido que había dejado en la percha. Supo, en<br />

ese instante, que era la elección correcta. El único que<br />

estaría a la altura de la velada.


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<strong>Capítulo</strong> 8<br />

ALAS SIETE menos veinte, Stefano había dado<br />

tantas vueltas en su habitación que se sorprendió<br />

al ver que no había hecho un agujero en la moqueta.<br />

Cinco minutos más tarde, decidió que si volvía a mirar<br />

su reloj se lo arrancaría de la muñeca y lo tiraría<br />

contra la pared. Sería preferible que se mirase en el espejo<br />

y se asegurase que seguía peinado...<br />

Estaba comportándose como un colegial.<br />

Apagó la luz en un gesto enérgico y bajó a la terraza.<br />

Sí. Eso estaba mucho mejor. Ahora respiraba con<br />

mayor facilidad mientras la tenue luz del atardecer cedía<br />

su testigo a la noche. El cielo había adquirido un<br />

matiz translúcido, impregnado de reflejos dorados, y<br />

los sempiternos regueros de lava derretida que surcaban<br />

las laderas del Etna brillaban como cintas de<br />

fuego.<br />

Anna había puesto la mesa en la terraza y había utilizado<br />

la mantelería más exquisita del castello, la cubertería<br />

de plata de ley y la vajilla de porcelana. Un carrito,<br />

a un lado de la mesa, aguardaba repleto de bandejas.<br />

Una botella de champaña descansaba en una cubitera de<br />

pie. Todo estaba listo para la cena.<br />

Todo, menos él.<br />

Otra vez estaba paseándose de un lado a otro de la<br />

terraza. No recordaba una situación parecida. Siempre<br />

actuaba con extrema frialdad en asuntos de negocios.<br />

La gente decía que il lupo solo tenía los nervios de<br />

acero.<br />

Era totalmente cierto... salvo esa noche.


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¿Y si Fallon hubiera cambiado de idea y hubiera decidido<br />

que no aceptaba sus disculpas? ¿Y si hubiera reconsiderado<br />

su invitación para la cena? ¿Y si hubiera<br />

recibido con una carcajada irónica todas esas flores?<br />

Stefano miró la hora una vez más. Pasaban cinco minutos<br />

de las siete. Si no aparecía enseguida, subiría los<br />

escalones de dos en dos, abriría la puerta de su habitación,<br />

le diría que estaba volviéndose loco y que todo era<br />

por su culpa...<br />

–Hola.<br />

Se volvió hacia la puerta de la terraza y su corazón<br />

dejó de latir en su pecho. Fallon estaba de pie, frente a<br />

él, con una sonrisa temblorosa en los labios. Era el sueño<br />

de cualquier hombre hecho realidad.<br />

Stefano había elegido un esmoquin para la velada.<br />

Sólo quería que todo estuviera acorde con la vuelta al<br />

mundo de Fallon. Pero no le habría importado que ella<br />

hubiera bajado en pantalones vaqueros.<br />

Sin embargo, había elegido un vestido de noche<br />

largo, de seda, que se ceñía a su esbelta figura, de un<br />

azul tan puro como el color de sus ojos. Llevaba el pelo<br />

suelto, una preciosa melena negra en la que se destacaba<br />

una rosa amarilla prendida en su cabello.<br />

–Hola –respondió, después de aclararse la garganta.<br />

Después de todo, quizás fuera todo según lo previsto.<br />

Fallon no había dejado de sonreír y se acercó, calzada<br />

con unos zapatos de tacón de aguja. Stefano procuró<br />

apartar de su mente esos tacones, esa sonrisa, la<br />

rosa amarilla y todo lo demás.<br />

–Lo siento. Es un poco tarde.<br />

Stefano negó con la cabeza, avanzó hacia ella y le<br />

tendió la mano.<br />

–Mia bella –dijo con voz grave–, ¡qué guapa estás!<br />

Me alegra que te hayan gustado las rosas amarillas.<br />

–Todas las flores son maravillosas –dijo–. Mi habitación<br />

parece un jardín.<br />

La cara de Stefano tomó un ligero color. ¿Se había<br />

sonrojado?


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–Bueno –apuntó–, no sabía cuáles serían tus favoritas.<br />

–Todas ellas. Ha sido el regalo más maravilloso que<br />

me han hecho en toda mi vida –lo miró a la cara y sonrió<br />

de nuevo–. Gracias.<br />

Stefano miró sus ojos, su boca y quiso besarla. Un<br />

beso leve para expresarle que había sido un placer para<br />

él. Pero su perfume embriagaba sus sentidos, un mechón<br />

de melena rozó su mejilla y su cuerpo se enardeció<br />

al instante.<br />

Ahora comprendía su nerviosismo durante toda la<br />

tarde, sus malos modos con Anna y Luigi cuando lo habían<br />

abordado con preguntas sencillas, la razón que lo<br />

había llevado a la playa para bañarse y el motivo que<br />

lo había impulsado a alejarse de la costa de un modo<br />

muy imprudente antes de volver a nado.<br />

Deseaba a Fallon de un modo en que nunca antes había<br />

deseado a otra mujer. Miraba su rostro, las dos cicatrices<br />

que surcaban su piel y delimitaban su belleza e<br />

imaginaba cómo se sentiría al acariciarla y observar en<br />

sus ojos el reflejo del placer que podría proporcionarle.<br />

La verdad era que esa noche tenía como propósito<br />

atraer a Fallon hasta su cama. Y si eso no era una auténtica<br />

canallada por su parte, se acercaba mucho.<br />

–¿Stefano?<br />

Parpadeó ante el tono levemente interrogativo de su<br />

voz y dirigió su mirada sobre ella.<br />

–¿Ocurre algo?<br />

Sí, desde luego. Hacía que sintiera cosas que no<br />

comprendía. Era algo mucho más fuerte que el deseo.<br />

–No, pero ocurrirá si permitimos que se enfríe la<br />

cena que ha preparado Anna.<br />

Deslizó el brazo alrededor de su cintura, atrajo su<br />

cuerpo hacia él y bajó el tono de su voz hasta un leve<br />

susurro.<br />

–Está muy emocionada ante la perspectiva de esta<br />

cena.<br />

Las mejillas de Fallon se tiñeron de rosa pálido.<br />

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–Yo también –admitió, y el deseo de Stefano palpitó<br />

en sus venas como un torrente.<br />

Abrió la botella de champaña y llenó dos copas de<br />

cristal de Baccarat. Después sirvió el carpaccio de atún<br />

marinado, la caponata, el cordero asado y algo que, según<br />

Anna, era una especialidad siciliana, pasta con le<br />

sarde.<br />

El atún era ligero como la seda, la caponata ofrecía<br />

una deliciosa mezcla de tomate, berenjena y aceitunas.<br />

El cordero estaba exquisito y la pasta con sardinas frescas<br />

explotaba en su boca con una mezcla increíble de<br />

sabores, coronado por el aroma de hinojo que crecía en<br />

toda la isla.<br />

Pero tan sólo probó un bocado de cada cosa.<br />

¿Cómo iba a comer si tenía el corazón en la garganta?<br />

Stefano estaba radiante. Tan masculino, tan divertido,<br />

tan apuesto.<br />

La noche era muy agradable y, después de preguntarle<br />

si estaba bien, se había quitado la corbata y la chaqueta.<br />

Había desabrochado los botones del cuello de la<br />

camisa y se había remangado.<br />

Estaba todavía más guapo que cuando había llevado<br />

el esmoquin. Un hombre apuesto, peligroso, atractivo.<br />

Esas ideas aceleraron su pulso.<br />

Hablaron de la ciudad de Nueva York, de Sicilia y<br />

otros lugares que habían conocido en sus múltiples viajes.<br />

Stefano relató su empeño en recuperar la propiedad<br />

en la que había reconstruido el castello. Y cuando describió<br />

a sus antepasados sicilianos, realizó una pésima imitación<br />

de Marlon Brando en el papel de Vito Corleone<br />

que desató la risa de Fallon.<br />

Los ojos de Stefano se oscurecieron.<br />

–Me encanta tu risa –dijo y ella pensó en el tiempo<br />

que había transcurrido desde la última vez que había<br />

sido tan feliz.<br />

Y no se refería sólo al periodo posterior al accidente,


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sino en toda su vida. No se había sentido tan llena de<br />

vida en mucho tiempo.<br />

–Háblame de Castello Lucchesi –dijo–. Háblame de<br />

tu abuelo.<br />

Se encogió de hombros, recostado en el respaldo de<br />

la silla, y bebió de su copa.<br />

–Yo lo quería –dijo–. Era duro y difícil, igual que<br />

esta isla. Y tan generoso y solícito como su gente.<br />

–Y construiste el castillo por él.<br />

Afirmó eso con tanta naturalidad que Stefano supo<br />

que lo comprendía.<br />

–Sí. Construí el castillo por él. Sólo hubiera deseado<br />

que hubiera vivido lo suficiente para verlo –señaló.<br />

Ella, en un impulso, alargó la mano hacia él. Stefano<br />

cerró los dedos sobre su mano.<br />

–Algún día te contaré toda la historia. De momento,<br />

dejémoslo en que la venganza se puede convertir en el<br />

impulso vital de toda una vida –sonrió y apretó su mano<br />

otra vez con cariño–. Es tu turno. Háblame de ti.<br />

Habló de cosas que jamás había revelado a nadie y<br />

de su complejo cuando en el instituto sacaba una cabeza<br />

a sus compañeras e, incluso, a sus hermanas.<br />

–Un problema de altura –dijo muy serio.<br />

Después sonrió. Ella también y, a continuación, estalló<br />

de nuevo en una carcajada. Stefano pensó que era<br />

maravilloso verla sonreír tantas veces en una sola noche.<br />

Y, de pronto, Fallon comprendió que no sería capaz<br />

de fingir mucho más tiempo. Deseaba acurrucarse entre<br />

sus brazos y, si él no daba el primer paso enseguida, se<br />

pondría en ridículo y se tiraría a los brazos de un hombre<br />

que sólo estaba interesado en ser amable con ella,<br />

no en ser su amante.<br />

«Dios, ¿en qué estaba pensando?»<br />

Fallon se sentó erguida en la silla, dejó el tenedor sobre<br />

la mesa y se limpió la boca con la servilleta.<br />

–Bueno –dijo con brío–, se está haciendo tarde.<br />

¿En serio? Sí, seguramente tenía razón. Ya había pa-<br />

99


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100<br />

sado un tiempo desde que había encendido las velas que<br />

decoraban el centro de mesa. La noche había caído sobre<br />

la isla y la oscuridad sólo se rompía por las luces de<br />

algunas casas desperdigadas en el monte y los ríos de<br />

lava que bajaban desde el cráter del volcán.<br />

Los altavoces, escondidos en las ramas de los árboles,<br />

acompañaban con su dulce melodía la noche impregnada<br />

del perfume de las flores.<br />

Era un marco bellísimo, pero no tan deslumbrante<br />

como Fallon.<br />

Se había puesto en pie. No quería que se marchara.<br />

Pero era probable que estuviera cansada. Toda esa comida...<br />

si bien ninguno de los dos había probado más de<br />

un bocado. El vino y el aire de la noche habrían resultado<br />

agotadores...<br />

Stefano también se levantó.<br />

–No te vayas –dijo, el corazón en un puño, y ella lo<br />

miró con sus grandes ojos–. No puedes marcharte hasta<br />

que bailes conmigo, ¿recuerdas?<br />

–Sí, lo sé. Pero...<br />

–Aquí, ahora mismo –su voz había adquirido un<br />

tono de exigencia que suavizó de inmediato–. Por favor.<br />

Abrió los brazos para ella. Observó el modo en que<br />

infló un poco el pecho y supo que había tomado aire.<br />

¿Rechazaría su oferta? Si lo hacía, se comportaría como<br />

un caballero y dejaría que se fuera.<br />

Al diablo con eso. No había amasado una fortuna<br />

comportándose como un caballero. Si se negaba, tiraría<br />

de ella, apoyaría su frágil figura contra su cuerpo, vencería<br />

sus reticencias con caricias hasta que suspirase y<br />

aceptara el baile. Y después diría que sí a su requerimiento<br />

para que hicieran el amor, sí, sí , sí...<br />

–Sí –suspiró Fallon y aceptó el baile.<br />

Acercó su cuerpo, colocó una mano en la curva de su<br />

espalda y otra en la nuca, bajo el manto de su melena.<br />

Era muy alta, más alta que nunca con esos increíbles tacones,<br />

y eso era una ventaja. De ese modo, apoyó la ca-


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101<br />

beza de Fallon contra su hombro y sintió su aliento cálido<br />

en su cuello.<br />

Stefano presionó sus labios contra su cabello. Era la<br />

primera vez que adoptaban esa postura, perfectamente<br />

acoplados, sus pechos aplastados contra el torso, sus<br />

larguísimas piernas en paralelo a las suyas.<br />

Cerró los ojos. La música era lenta y comenzó a moverse,<br />

muy pegado a ella, aspirando su fragancia, excitándose<br />

frente al suave balanceo de su cuerpo. Agonizaba<br />

por ella a causa del deseo, pero no quería forzarla<br />

a algo que no deseara o para lo que no estuviera preparada.<br />

Y estuvo a punto de echarse a reír cuando imaginó<br />

lo que pensaría ahora la gente de il lupo solo, precavido<br />

y vacilante por primera vez en su vida.<br />

Un solo beso y Fallon susurraría su nombre en un<br />

suspiro. Una sola mirada a los ojos de Fallon, radiantes<br />

de deseo, sus labios temblorosos en previsión del inminente<br />

beso, y Stefano olvidó todo salvo esa noche, la<br />

presencia de esa mujer y lo que su corazón le había dictado:<br />

que ambos deseaban desde la primera vez que se<br />

habían visto.<br />

Inclinó la cabeza y aprisionó su boca. Ella separó los<br />

labios, se entregó y Stefano saboreó a conciencia la dulzura<br />

de ese fruto prohibido. Fallon emitió un leve gemido,<br />

característico de las mujeres cuando se hacía<br />

efectiva su rendición, y Stefano olvidó todas las cautelas.<br />

Sus manos recorrieron su cuerpo, se amoldaron a la<br />

circunferencia de sus pechos y juguetearon con los pezones,<br />

duros y enhiestos. Fallon echó la cabeza hacia<br />

atrás y Stefano mordisqueó su cuello desnudo, el hueco<br />

en que su latido cabalgaba a la misma velocidad que su<br />

pulso.<br />

–Dime lo que quieres –murmuró, y ella recuperó el<br />

contacto con su boca.<br />

Fallon no contestó. Durante un interminable minuto,<br />

creyó que había cometido un error, impulsado por una<br />

fuerza que no era idéntica en ambos.


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Entonces, un estremecimiento asoló el cuerpo de Fallon.<br />

–A ti –dijo orgullosa–. Sólo a ti.<br />

Remangó el vestido hasta la altura de las caderas y<br />

metió la pierna entre sus muslos. Estuvo a punto de<br />

perder el control cuando ella gritó y se frotó contra su<br />

pierna.<br />

Stefano la agarró de las nalgas y jadeó al sentir el<br />

contacto de su carne desnuda. Llevaba un tanga. La<br />

imagen que le vino a la mente, vestida únicamente con<br />

esa prenda de seda, casi lo obligó a arrodillarse frente a<br />

ella. Deslizó una mano entre sus muslos, cubrió su<br />

sexo, sintió la humedad en la palma de su mano y supo<br />

que estaba cerca de su propio límite.<br />

Levantó a Fallon en brazos. Ella besó su cuello<br />

mientras Stefano subía las escaleras. Al llegar a su habitación<br />

empujó la puerta con el hombro, cerró de una patada<br />

la puerta y condujo a Fallon a la cama. Bajó lentamente<br />

su cuerpo hasta que sus pies tocaron el suelo,<br />

junto al lecho.<br />

–No quiero hacerte daño –dijo–. Si voy demasiado<br />

lejos, si quieres pararme...<br />

–No estoy hecha de cristal –señaló Fallon, tapándole<br />

la boca con la mano.<br />

–Ya lo sé. Pero...<br />

Ella lo besó con dulzura y calidez. Entonces retrocedió<br />

un paso sin apartar los ojos de él y buscó con la<br />

mano la cremallera del vestido.<br />

Stefano sujetó a Fallon por los hombros.<br />

–Déjame a mí –dijo con la voz espesa.<br />

Ella se recogió el pelo y le ofreció la espalda. Muy<br />

despacio, bajó la cremallera. Besaba cada centímetro de<br />

su espalda a medida que desnudaba su cuerpo. Entonces<br />

deslizó los tirantes y el vestido, en un suspiro, cayó al<br />

suelo.<br />

Apoyó la espalda desnuda de Fallon contra él. Estaba<br />

prácticamente desnuda, sin sujetador. Sólo llevaba<br />

el tanga y los zapatos de tacón. Cerró los ojos, agarró


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103<br />

sus pechos desde atrás y gimió con el contacto de los<br />

pezones enardecidos contra las palmas de sus manos.<br />

–Fallon –dijo y volvió su cuerpo hacia él.<br />

Era soberbia. Los pechos firmes, una cintura delgada,<br />

la curva de sus caderas y unas piernas larguísimas<br />

que se perdían en el infinito.<br />

Y su precioso rostro, elegante, de facciones serenas<br />

y esculpido por un halo divino. Y esas marcas, recuerdo<br />

imborrable de lo cerca que había estado de perderla antes<br />

de que hubiera podido llegar a conocerla.<br />

–No me mires de ese modo –dijo con la voz agitada–.<br />

Mi cara...<br />

–Te deseo tal y como eres –dijo–. ¿Lo entiendes?<br />

Quiero todo lo que has sido y todo lo que eres, ahora y<br />

en el futuro. Y yo, a cambio, te daré todo lo que soy.<br />

Dime que estás de acuerdo, bellísima, porque es la<br />

única manera en que funcionaría.<br />

Aguardó, temeroso de que hubiera tentado su suerte.<br />

Los ojos de Fallon se humedecieron, pero antes de que<br />

Stefano asumiera erróneamente esa reacción, ella levantó<br />

la barbilla y lo besó.<br />

Stefano se quitó la ropa y sacó una caja de la mesilla<br />

de noche. Después aupó en brazos a Fallon y se tendió<br />

con ella en el centro de la cama.<br />

Lentamente, descalzó sus primorosos pies y besó el<br />

arco de su empeine. Besó sus labios, su vientre, sus pechos.<br />

Ella gimió y se arqueó. Stefano le arrancó el tanga<br />

y ella se ofreció completamente desnuda, vulnerable.<br />

En ese momento, supo que nunca desearía a ninguna<br />

otra mujer.<br />

Besó sus muslos, los labios y el capullo de rosa escondido<br />

entre sus pliegues. Ella trató de detenerlo, pero<br />

Stefano sujetó sus manos y aumentó la tortura mientras<br />

ella se arqueaba en un torbellino de sensaciones.<br />

Entonces se situó encima, abrazó su cuerpo, besó sus<br />

labios y repitió hasta la saciedad lo maravillosa que era.<br />

–Stefano –jadeó–. Stefano, por favor...<br />

–Sí, cara –susurró y, tras retroceder un palmo, se-


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104<br />

paró sus muslos y se enterró en la profundidad de su<br />

seno con una larga embestida. Fallon gritó su nombre y<br />

Stefano observó con orgullo cómo le sobrevenía un<br />

nuevo orgasmo.<br />

Entonces ella alargó la mano y tocó su cara. Y esa<br />

sencilla caricia fue su perdición.<br />

Stefano gruñó, liberó su fuerza vital y terminó a la<br />

par.<br />

Fallon se despertó sobresaltada.<br />

Un brazo, pesado y posesivo, rodeaba su cintura.<br />

Una pierna cubría su cuerpo. Se trataba del brazo y la<br />

pierna de Stefano. Estaba en su habitación, en su cama.<br />

Sonrió y descansó la cabeza sobre su hombro. Seguramente<br />

se había quedado dormida entre sus brazos.<br />

Algo retumbó en la distancia. Pensó que se trataba<br />

de un trueno y se acurrucó junto al cuerpo de Stefano.<br />

También había relámpagos. Cada rato, un rayo iluminaba<br />

la oscuridad de la habitación. Quizás fuera a llover.<br />

Le gustaba la lluvia, y la idea de despertarse en los<br />

brazos de Stefano en medio de una tormenta era...<br />

–Va a llover –anunció.<br />

–Justo lo que necesito –masculló, medio dormido–.<br />

Un informe meteorológico imposible en mitad de la noche.<br />

–Creía que nunca llovía en Sicilia en esta época del<br />

año.<br />

–Por eso es totalmente imposible.<br />

–¿Y por qué he oído truenos? También hay relámpagos.<br />

En mi casa, eso significa...<br />

–¿Has oído truenos? ¿Y has visto relámpagos?<br />

–Sí. ¿Tú no lo has notado?<br />

Ahora, sí. Prestó atención al rugido amortiguado y<br />

observó el súbito rayo de luz que cruzó la oscuridad de<br />

la noche.<br />

Stefano rió, enterró sus dedos en la melena de Fallon<br />

y besó la punta de su nariz.


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105<br />

–Está claro que no eres siciliana, cielo. Si lo fueras,<br />

sabrías que no se trata de ninguna tormenta –apuntó–.<br />

Es el volcán.<br />

–¿Qué? –Fallon se incorporó como un resorte y se<br />

tapó los pechos con la sábana–. ¿Quieres decir que ha<br />

entrado en erupción?<br />

–Hace años que el Etna está activo –Stefano alargó<br />

la mano–. Vuelve conmigo. Te necesito entre mis brazos.<br />

–¿Qué es eso que golpea la ventana?<br />

–Ceniza, en su mayor parte. Quizás algunos pedazos<br />

de lava incandescente.<br />

Fallon soltó un chillido, olvidó su decencia y corrió<br />

a la ventana.<br />

–¡Nunca he visto un volcán en erupción!<br />

Stefano entornó los ojos y se sentó. Ya lo había visto<br />

antes. Además, en ese preciso momento, sólo deseaba<br />

mirarla a ella mientras le hacía el amor.<br />

Ella se volvió hacia él con una expresión ardiente en<br />

la mirada. Llevaba el pelo alborotado y sus ojos brillaban,<br />

excitados.<br />

Parecía una auténtica diosa.<br />

–Stefano, ¿no quieres acercarte a ver esto? ¡Es increíble!<br />

Sí, desde luego. Sintió que su corazón se descolocaba<br />

en su interior. Buscó los pantalones, se vistió, agarró<br />

la sábana, se acercó a la ventana y envolvió el<br />

cuerpo desnudo de Fallon. Giró a Fallon hacia sí, la<br />

besó y se encaminó a la puerta.<br />

–¿Qué estás haciendo? Stefano, ¿dónde vas?<br />

–Los fuegos artificiales se ven mucho mejor desde el<br />

jardín –dijo.<br />

–Entonces, espera que me vista. No podemos...<br />

–Claro que podemos –aseguró y silenció sus protestas<br />

con un beso.<br />

Era una noche perfecta para contemplar el espectáculo<br />

del volcán. El cielo estrellado conformaba un telón<br />

de fondo ideal para la lava carmesí.


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106<br />

Stefano se acomodó en una tumbona oculta entre los<br />

macizos de flores, instaló a Fallon en su regazo y cubrió<br />

sus cuerpos con la sábana. Ella se reclinó sobre él entre<br />

exclamaciones de admiración.<br />

–Fíjate –dijo–. ¿No es una maravilla?<br />

–Precioso –asintió, si bien sólo podía pensar en el<br />

contacto de su piel y la firme presión de sus pechos en<br />

las palmas de sus manos.<br />

Pero, tenía razón. La vista era espectacular y el Etna<br />

reclamaba toda la atención esa noche. Disparaba sus<br />

bolas de fuego contra el firmamento, pero no había peligro.<br />

Y, tras un momento, Stefano centró toda su atención<br />

en el espectáculo y apoyó su mejilla en la mejilla<br />

de Fallon para disfrutar en su compañía de esa visión.<br />

Al cabo de un rato, se removió algo inquieta.<br />

Stefano dijo algo en siciliano, besó a Fallon y le advirtió<br />

que sólo debía preocuparse por él. El movimiento<br />

de su trasero sobre él mientras se removía de un lado a<br />

otro había tenido sobre su cuerpo un efecto inmediato.<br />

Ella se quedó muy quieta entre sus brazos. Tenía razón.<br />

Sentía la rigidez de su erección contra su cuerpo.<br />

De pronto, el fuego que iluminaba el cielo quedó reducido<br />

a la nada en comparación con el fuego que ardía<br />

en su bajo vientre.<br />

Esa noche había superado con creces sus sueños más<br />

salvajes. No lo había planeado, pero cuando Stefano la<br />

había besado y había confesado que la deseaba, no habría<br />

renunciado a él por nada del mundo.<br />

Y el deseo renacía en su interior.<br />

Poco a poco, muy despacio, giró sobre su cuerpo<br />

hasta que se situó encima, cara a Stefano. Bajó sus largas<br />

pestañas, separó los labios y los humedeció.<br />

–¿Qué efecto inmediato, signore? –murmuró.<br />

Stefano rugió su nombre, tomó su delicado rostro<br />

entre sus manos y besó su boca con tanta pasión que Fallon<br />

dejó escapar un gemido.<br />

–Eres una bruja –dijo con voz ronca–. Una preciosa<br />

bruja muy seductora.


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107<br />

Ella volvió a besarlo y dejó que la punta de su lengua<br />

culebreara en sus labios.<br />

–Estás jugando con fuego, cara.<br />

Sabía que tenía razón, pero ¿qué sentido tenía jugar<br />

sin riesgo? Quería disfrutar de ese momento, de ese<br />

hombre, mientras el cielo ardía. Llevó sus labios a la<br />

oreja de Stefano y le mordió el lóbulo...<br />

Él se estremeció, metió la mano entre sus cuerpos,<br />

indicó lo que pensaba hacerle en un lenguaje muy explícito<br />

mientras se liberaba y penetraba en ella. Fallon<br />

gritó y echó la cabeza hacia atrás, cabalgó sobre él hasta<br />

que alcanzaron un punto extático tan caliente como la<br />

lava que se deslizaba en la falda de la montaña.<br />

–Stefano –dijo con la voz entrecortada, rendida sobre<br />

él–. Nunca había... nunca había experimentado nada<br />

parecido. Nunca, nunca...<br />

Stefano abrazó a Fallon, besándola y meciéndola<br />

mientras su cuerpo seguía temblando entre espasmos de<br />

placer. Al cabo de un rato, se sosegó. Suspiró y se entregó<br />

al sueño. Permaneció sentado, con ella en sus brazos y<br />

la vista fija en el volcán. Y supo que ese despliegue de<br />

pirotecnia era mucho menos intenso que la verdad desnuda<br />

que le desgarraba el alma.<br />

Estaba enamorado de Fallon.


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<strong>Capítulo</strong> 9<br />

FALLON estaba tumbada en una silla reclinable de<br />

caña junto a la piscina, protegida por una sombrilla,<br />

mientras tomaba el sol.<br />

Llevaba un sombrero de paja de ala ancha, gafas de<br />

sol, un bikini y una tonelada de crema protectora. Las<br />

abejas zumbaban en las flores que rodeaban la piscina.<br />

El sonido encajaba con su estado de ánimo.<br />

Lanzó un suspiro, abrió un ojo y decidió que ya era<br />

hora de tumbarse bocabajo. Era lo máximo que había<br />

hecho desde que había dejado que Stefano recuperase<br />

parte del trabajo atrasado, dos horas antes. Incluso era<br />

probable que fuera su máximo esfuerzo desde que se<br />

habían hecho amantes, dos semanas atrás.<br />

Definitivamente, Stefano la mimaba demasiado.<br />

La verdad era que adoraba que se preocupara de ella.<br />

Había algo maravilloso en el hecho de que tu amante te<br />

tratara como si fueras excepcional.<br />

Ningún otro hombre había logrado que se sintiera de<br />

esa manera.<br />

Amaba a Stefano. Era un amor desesperado, apasionado,<br />

romántico. Hacía días que lo sabía, semanas. Y lo había<br />

negado porque le aterrorizaba enfrentarse a esa verdad.<br />

¿Y si él no la amaba?<br />

Procuró no pensar en eso. Vivía en una nube, ajena a<br />

la realidad. Y él también. Se lo había dicho, recostado<br />

entre sus brazos, unas horas antes.<br />

Entonces su mirada se había oscurecido.<br />

–Antes o después, cara –había dicho–, los dos tendremos<br />

que volver al mundo real.<br />

Fallon notó una cierta frialdad pese al calor del sol


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de Sicilia. Sabía que se habían refugiado en un maravilloso<br />

mundo de fantasía.<br />

Stefano tenía razón. No podía esperar que se quedara<br />

allí con ella para siempre. Y ella tampoco podía ocultarse<br />

mucho más tiempo. La noche del accidente, Stefano<br />

había telefoneado a la posada en que se había alojado<br />

el equipo. Había dejado un mensaje en recepción<br />

en el que decía, en nombre de Fallon, que había decidido<br />

tomarse unos días de vacaciones y que regresaría<br />

por su cuenta.<br />

Incluso entonces había intentado protegerla.<br />

En cuanto había salido del hospital, había llamado a<br />

su madre y le había dicho que iba a tomarse unas semanas<br />

de vacaciones. Su madre había tragado el anzuelo,<br />

pero su agente, Jackie, no había creído una sola palabra.<br />

Fallon se colocó bocabajo y apoyó la cara en sus<br />

brazos.<br />

Había sido una cobardía mentirle a Jackie. No se trataba<br />

de ganar un poco de tiempo hasta que pudiera<br />

plantarse delante de una cámara, otra vez. Nunca permitiría<br />

que le hicieran más fotografías. Sus cicatrices se<br />

borrarían un poco con el tiempo pero, en líneas generales,<br />

su aspecto actual ya no cambiaría.<br />

Su vida como modelo, Jackie, todo pertenecía al pasado.<br />

Allí estaba a salvo de todo eso. Y era feliz, más de lo<br />

que lo había sido en toda su vida. Nunca había disfrutado<br />

de tanta paz y tanta alegría como en ese lugar junto<br />

a un hombre que había sido un completo desconocido<br />

un mes antes.<br />

Ahora comprendía la expresión de su hermano en el<br />

día de su boda. Keir había entregado su alma a Cassie.<br />

Eso era lo que significaba el amor. Tu pareja podía llevarte<br />

al cielo con un solo beso o mandarte al infierno<br />

con una palabra descortés. Nunca antes se había enamorado,<br />

pero lo había visto en otras personas.<br />

Era muy cuidadosa para no decirle esas palabras a<br />

Stefano, si bien siempre estaban en sus labios.


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Quizás fuera Stefano el primero en decirlas.<br />

Quizás despertara un día en sus brazos y él le susurraría<br />

que se moría de ganas de escuchar de su boca...<br />

–Hola.<br />

La voz suave y el cálido aliento de Stefano cosquillearon<br />

su oído. Fallon se volvió y esbozó una sonrisa.<br />

–Hola –rodeó su cuello con las manos y lo besó–.<br />

¿Has trabajado mucho?<br />

–Vaya –señaló, sentándose en la silla, vestido sólo<br />

con un bañador–. ¿Y tú? ¿Has descansado mucho?<br />

–Un poco más de descanso y me convertiré en un<br />

perezoso –dijo con una sonrisa y deslizó sus dedos a lo<br />

largo de su musculoso torso–. Eres mi particular aire<br />

acondicionado. Es muy agradable la frescura que despide<br />

tu cuerpo.<br />

–Me alegra que me des tu aprobación –acarició sus<br />

brazos–. Tú, en cambio, despides tanto calor como un<br />

buen fuego en invierno.<br />

–La culpa es de este sol de Sicilia.<br />

–Y hueles de maravilla –dijo, apartando el pelo y besando<br />

su cuello–. ¿Qué llevas?<br />

–Una fragancia exclusiva, signore.<br />

–Un perfume de mujer –dijo Stefano con una sonrisa,<br />

besó sus labios y sus manos acariciaron su cuerpo<br />

hasta detenerse en sus pechos–. Deberías quitarte este<br />

bañador, cara, y darte un baño de sol de cuerpo entero.<br />

Ella contuvo la respiración mientras Stefano acariciaba<br />

sus pezones.<br />

–¿De cuerpo entero?<br />

–Sí –Stefano alcanzó el cierre del bikini y lo soltó–.<br />

En interés de tu salud, por supuesto.<br />

–Por supuesto. Esa sugerencia no podría estar relacionada<br />

con tu... –lanzó un gemido cuando Stefano<br />

besó su piel desnuda–...intención de desnudarme.<br />

–Y ha funcionado –dijo con una sonrisa grave y muy<br />

atractiva.<br />

–Ha sido brillante –admitió Fallon mientras levan-


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111<br />

taba las caderas para que pudiera quitarle la parte inferior<br />

del bikini–. Es tu turno.<br />

Entonces tomó entre sus manos la erección de Stefano.<br />

Segundos más tarde, estaban desnudos y Stefano enterraba<br />

su miembro en ella. Los suspiros y aromas que<br />

expelían sus cuerpos mientras hacían el amor se mezclaron<br />

con el aire lánguido y salobre.<br />

Al cabo de unos minutos, saciados y exhaustos, permanecían<br />

tumbados y abrazados.<br />

–Deberíamos entrar –dijo ella, perezosa.<br />

–Mmm –murmuró Stefano y se apretó contra ella–.<br />

Enseguida.<br />

–Tengo que ducharme.<br />

–Mmm.<br />

Ella suspiró, cerró los ojos y se acurrucó junto a él.<br />

–¿Quieres que demos un paseo por la playa?<br />

Stefano acarició su espalda con la mano, de arriba<br />

abajo.<br />

–Demasiado esfuerzo.<br />

Los dos sonrieron. Stefano volvió a pensar lo feliz<br />

que le hacía verla sonreír. ¿Seguiría sonriendo cuando<br />

le dijera lo que tenía pensado?<br />

–Ya que lo mencionas –se aclaró la garganta–, había<br />

pensado que hiciéramos algo diferente esta noche. Había<br />

pensado que podíamos salir y cenar temprano en<br />

Catania.<br />

–¿Para qué? –preguntó, súbitamente rígida.<br />

–Ya te lo he dicho –dijo con paciencia–. Una cena<br />

tranquila. Y he pensado que a lo mejor te apetecía mirar<br />

escaparates un rato. Hay algunas galerías cerca del<br />

puerto...<br />

–No estoy de humor para ir de compras.<br />

–En ese caso, iremos únicamente a cenar. He reservado<br />

una mesa en un pequeño café junto al agua...<br />

–No, gracias.


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112<br />

Fallon intentó levantarse, pero Stefano ya lo suponía<br />

y afianzó su posición.<br />

–No te alejes de mí, cara.<br />

–Sólo voy a levantarme, eso es todo. El sol...<br />

–A esa hora, un día entre semana, habrá muy poca<br />

gente en el restaurante.<br />

–Será encantador, seguro –dijo con cortesía.<br />

–Una cena tranquila, un poco de vino...<br />

–He dicho que no.<br />

–Fallon –inclinó la cabeza hacia ella–. Tienes que<br />

encararte con el mundo algún día.<br />

–Y ésta es una forma espléndida de planteármelo<br />

–replicó.<br />

Su tono era amargo, pero no quería que se entablase<br />

una discusión después del trabajo que le había llevado<br />

solucionar un importante asunto de negocios desde su<br />

despacho sin necesidad de volar en persona hasta<br />

Nueva York.<br />

Al final, sus esfuerzos habían resultado vanos. Tendría<br />

que regresar, pero de ningún modo se marcharía de<br />

allí sin aclarar antes las cosas con Fallon.<br />

–Puedes hacerlo –dijo–. Y no estarás sola. Yo estaré<br />

contigo.<br />

Fallon sacó las piernas de la silla reclinable y, esa<br />

vez, Stefano dejó que se incorporase. Se levantó, tomó<br />

una toalla muy grande de la mesa y se cubrió con ella.<br />

–No voy a acompañarte. No puedo expresarlo con<br />

mayor claridad.<br />

–Sí que vendrás. No puedo dejártelo más claro.<br />

–Yo no acepto órdenes –dijo con la mirada encendida–.<br />

Ni de ti ni de nadie.<br />

Stefano se sentó, alcanzó una toalla y se la arrolló en<br />

la cintura. Demonios, estaba complicándolo todo.<br />

–Empecemos de nuevo –dijo–. No quiero que nos<br />

peleemos.<br />

–No –susurró a media voz–. Yo tampoco.<br />

–Bien –exhibió una sonrisa algo forzada y apoyó las<br />

manos en los hombros de Fallon–. Cara, ven conmigo a


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113<br />

Catania y cenemos juntos. Conozco un sitio muy agradable<br />

que estoy seguro de que te gustará.<br />

–Yo también estoy segura –dijo con una sonrisa tan<br />

falsa como la suya–, pero no me siento con ganas para<br />

cenar fuera. Puedes ir tú. Yo cenaré aquí.<br />

–No seas ridícula.<br />

–Intento ser práctica. Seguro que estás a punto de<br />

volverte loco, todo el día encerrado aquí, sin ver a nadie<br />

más, sin hacer nada excepto...<br />

–Esto no tiene nada que ver conmigo y lo sabes.<br />

–De verdad, no me importa –sonrió–. Un anfitrión<br />

no tiene que quedarse atado a la casa sólo porque su invitada...<br />

Stefano maldijo tan sucintamente en inglés como<br />

sólo un nativo de Nueva York era capaz de hacerlo.<br />

Clavó sus dedos en los hombros de Fallon.<br />

–Eso es una tontería –dijo–. Tú no eres mi invitada.<br />

–De acuerdo. Quizás eso sea demasiado formal –admitió.<br />

–Y yo, desde luego, no soy tu anfitrión. Soy el hombre<br />

que...<br />

¿Qué iba a decir? Se quedó mirándola, en blanco.<br />

No era el momento más apropiado para confesarle su<br />

amor. Las declaraciones de ese tipo requerían la luz de<br />

la luna y el perfume de las rosas. Y ahora disfrutaban de<br />

un sol de justicia y el intenso olor del cloro de la piscina.<br />

Además, se había prometido que no diría nada hasta<br />

que estuviera seguro de que ella estaba preparada para<br />

escucharlo. En apenas unas semanas, Fallon había tenido<br />

que asumir un terrible accidente que le había cambiado<br />

la vida. Quería darle tiempo hasta que estuviera<br />

plenamente recuperada.<br />

Y no quería que confundiera sus sentimientos y creyera<br />

que sentía sólo gratitud.<br />

Había estado a punto de estropearlo todo. Había estado<br />

a punto de confesarle su amor sin la menor delicadeza,<br />

de cualquier manera, sin...


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114<br />

–¿El hombre que...? –repitió ella–. ¿Qué ibas a decir?<br />

–...que no puede imaginar ir a ningún sitio sin ti<br />

–dijo, con la mandíbula rígida–. Acompáñame, cariño.<br />

Todo irá bien, te lo prometo.<br />

Era lo más cerca que había estado de decirle que la<br />

amaba. ¿Cómo podría rechazarlo? Fallon respiró hondo<br />

y se abrazó a él.<br />

Una vez más, Stefano aguardó en la terraza mientras<br />

paseaba de un lado a otro.<br />

También había paseado en su habitación, que ahora<br />

compartía con Fallon, y la sala contigua. Y cada vez se<br />

había detenido con la mirada fija frente a la puerta cerrada<br />

del cuarto de baño, preguntándose por qué tardaría<br />

tanto y diciéndose que no era asunto suyo.<br />

Conocía a las mujeres. Había ciertos preliminares<br />

que debían cumplir antes de una cita. Tenían que arreglarse.<br />

Eso no le importaba. Pero temía que Fallon estuviera<br />

paralizada frente al espejo e intentara ocultar un<br />

rostro del que no debía avergonzarse.<br />

Pensó en llamar a la puerta y decírselo. Después lo<br />

había pensado mejor y había decidido esperarla en la terraza.<br />

–¿Stefano?<br />

Se volvió y sus ojos se clavaron en la mujer más deslumbrante<br />

del mundo.<br />

Fallon llevaba un conjunto corto de alguna clase de<br />

tejido vaporoso. Llevaba tirantes y una falda corta que<br />

dejaba a la vista sus piernas. Se había apartado el pelo<br />

del lado de la cara en que no tenía cicatrices, de modo<br />

que caía en cascada sobre la mejilla opuesta. Así suavizaba<br />

las marcas sin ocultarlas.<br />

Era un acto muy valiente y Stefano sintió una oleada<br />

de amor tan plena que se asustó. Una cosa era creer que<br />

estabas enamorado. Pero tener esa certeza, entregar el<br />

corazón por completo a otra persona, era muy diferente.


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115<br />

Y en ese mismo instante supo que eso era exactamente<br />

lo que había hecho.<br />

–¿Estoy bien? –preguntó Fallon y se llevó la mano a<br />

su brillante melena–. He pensado que, puesto que íbamos<br />

a hacerlo, sería mejor hacerlo bien.<br />

–Estás preciosa, cara –dijo mientras se acercaba a ella<br />

y la abrazaba–. Mucho más de lo que puedas imaginar.<br />

Se besaron con intensidad y ternura mientras ella se<br />

apoyaba en su cuerpo.<br />

–No olvides esa idea –susurró Stefano–. ¿De acuerdo?<br />

Estamos haciendo esto, juntos.<br />

Ella sonrió y él la tomó de la mano.<br />

–Estoy asustada –dijo–. No podría hacerlo sola.<br />

–No quiero que hagas nada sin mí –sonrió y la besó<br />

de nuevo.<br />

Entonces rodeó a Fallon por la cintura y se dirigieron<br />

al coche.<br />

Stefano tenía razón.<br />

Había algunas tiendas fantásticas junto al puerto. Fallon<br />

lo arrastró a media docenas de comercios mientras<br />

se maravillaba ante toda clase de artículos.<br />

Al principio se mostró algo reservada, pero enseguida<br />

olvidó su recelo y se entregó a la diversión, ajena<br />

a las posibles miradas compasivas que pudieran dirigirle.<br />

–Tengo que comprar un montón de regalos para mi<br />

familia –dijo.<br />

Stefano ya conocía sus nombres y algo de sus aficiones.<br />

Siguió los pasos de Fallon con buena predisposición<br />

mientras Fallon compraba panderetas para Meg y<br />

Bree, amuletos de la suerte esculpidos en lava para Cullen<br />

y Sean, y una preciosa figura de terracota para su<br />

madre y su padrastro.<br />

Fallon hizo una pausa en la última tienda. Algo había<br />

llamado su atención. Era la figura de un caballero con<br />

armadura. ¿Era un muñeco?


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116<br />

–Estas figuras son marionetas, signorina –señaló el<br />

dependiente, atento a la mirada de Fallon–. Están hechas<br />

a mano. Las marionetas forman parte de la historia<br />

de Sicilia. ¿Le gustaría verlas?<br />

–Stefano –ella lo golpeó en el pecho.<br />

Parpadeó, una sonrisa en su mirada, y ella pensó,<br />

igual que lo había pensado un centenar de veces en las<br />

últimas semanas, hasta qué punto lo adoraba...<br />

Y cuánto había suspirado porque lo que iba a decirle<br />

esa tarde fuera que era el hombre que la amaba.<br />

–Dime, cara. ¿Has visto algo interesante?<br />

–¿Por qué no me esperas fuera? Esta tienda está un<br />

poco llena.<br />

Miró la puerta de la tienda y la calle como un preso<br />

al que hubieran indultado.<br />

–No –dijo con aplomo–. Estoy bien.<br />

–Y yo también. De verdad. Estoy bien –aseguró–.<br />

Puedo ocuparme sola.<br />

Inclinó la cabeza y besó a Fallon. El dependiente carraspeó<br />

a su lado. Fallon se sonrojó y Stefano sonrió,<br />

pero salió a la calle. Tan pronto como desapareció, Fallon<br />

señaló la marioneta vestida de insigne caballero.<br />

–Quiero ésa –dijo y se la llevó envuelta en papel de<br />

regalo para su caballero particular que la había llevado<br />

a vivir a su castillo.<br />

El pequeño café era tan encantador como Stefano<br />

había prometido.<br />

Ocuparon una mesa con vistas al mar. Fallon echó<br />

una mirada a la carta y se dio por vencida.<br />

–Será mejor que elijas tú –dijo.<br />

La comida era deliciosa. El vino era cálido y fuerte.<br />

–Es un poco basto –dijo Stefano–, pero es el vino de<br />

la tierra.<br />

–Es auténtico –replicó Fallon–. Eso está bien. Las<br />

cosas verdaderas son lo que importa.<br />

Stefano tomó su mano y se la llevó a los labios.


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117<br />

–Eres una mujer increíble –dijo con ternura.<br />

–Tú me has dado la fuerza necesaria –sacudió la cabeza–.<br />

Me alegra que no me permitieras quedarme encerrada<br />

en la casa, compadeciéndome.<br />

–Cara. No me refería a...<br />

Notó cómo se tensaba la mano de Fallon. Había palidecido<br />

y en ese momento comprendió que se había olvidado<br />

de las cicatrices. Ella, en algún momento, se había<br />

apartado la melena de la cara y ahora miraba más<br />

allá de su asiento.<br />

Se volvió, dispuesto a enfrentarse con el mundo entero...<br />

y vio a una pareja, sentada en la mesa contigua,<br />

con una niña pequeña de unos cuatro o cinco años. La<br />

chiquilla miraba fijamente a Fallon con una expresión<br />

fascinada. El padre había sujetado a su hija del brazo y<br />

ahora le susurraba algo al oído.<br />

Stefano rezó para que no ocurriese.<br />

–Mami –dijo la niña en un perfecto inglés–, papi,<br />

¿qué le ha pasado a esa señorita en la cara?<br />

La mujer se puso blanca y el padre apretó los labios<br />

con fuerza.<br />

–Calla –dijo en tono severo.<br />

Stefano apretó su mano, pero ella buceó en una parte<br />

de su personalidad que ni siquiera sabía que existía,<br />

tomó aire y dijo, en un tono de voz tan cristalino como<br />

el tintineo de una campana, que no regañaran a la niña.<br />

–He tenido un accidente –añadió y miró a Stefano–.<br />

Pero ya estoy mucho mejor.<br />

Stefano dejó un fajo de billetes en la mesa. Rodeó a<br />

Fallon con el brazo mientras salían del café y caminaban<br />

en dirección al coche. La escena le había afectado<br />

más de lo que aparentaba. Stefano sintió cómo temblaba.<br />

–Has estado maravillosa –dijo.<br />

–Sólo era una niña –respondió con una sonrisa trémula–.<br />

No quería asustarla.<br />

–Repito –dijo de nuevo– que eres una mujer asombrosa,<br />

Fallon O’Connell.


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118<br />

El corazón de Fallon todavía martilleaba en su interior.<br />

Había resultado bastante duro enfrentarse a la niña<br />

y al resto de los comensales, pero estaba contenta.<br />

Sabía que no habría reunido el coraje necesario sin<br />

Stefano.<br />

–Tú también eres bastante asombroso –dijo con una<br />

sonrisa mientras pensaba en la marioneta–. Eres mi caballero<br />

de brillante armadura.<br />

–No soy ningún caballero, cara –se abrazó a ella–.<br />

Sólo soy un hombre. Y, como cualquier hombre, he evitado<br />

decirte algo desagradable.<br />

–¿De qué se trata? –preguntó, precavida.<br />

Levantó la barbilla de Fallon y besó sus labios con<br />

suavidad.<br />

–Me he pasado toda la mañana al teléfono, hablando<br />

con Nueva York. Un acuerdo bastante importante se ha<br />

complicado. Confío en que pueda arreglarlo todo, pero...<br />

–Tienes que volver a la ciudad –dijo mientras mantenía<br />

la sonrisa.<br />

–Sí. Me temo que no hay otro camino. Ojalá existiera<br />

otra fórmula.<br />

–Lo entiendo –asintió.<br />

–Preferiría quedarme aquí contigo antes que marcharme<br />

a Nueva York. Ya lo sabes –señaló Stefano.<br />

Ella asintió de nuevo mientras se preguntaba cuánto<br />

tiempo se ausentaría. Se imaginaba a sí misma paseando<br />

por la playa como la esposa de un capitán de barco, escudriñando<br />

el horizonte mientras aguardaba el regreso<br />

de su hombre.<br />

No parecía muy alentador. No quería quedarse sola y<br />

no se veía esperándolo, sin hacer nada.<br />

–Contaré los días hasta que...<br />

–No puedes esperarme aquí –Stefano tomó aire y lo<br />

soltó despacio–. No podré regresar a Sicilia en varios<br />

meses.<br />

Fallon lo miró fijamente. La gente decía que la vida<br />

pasaba ante los ojos cuando uno se ahogaba, pero era<br />

mentira. Ahora estaba ahogándose y sólo podía pensar


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119<br />

en cómo superaría los siguientes meses con un mínimo<br />

de orgullo.<br />

–¡Ah, bueno! Bueno... –puso las manos en el pecho<br />

de Stefano–. Creo que me has malinterpretado. Claro<br />

que te echaré de menos, por supuesto. Pero ya tendremos<br />

ocasión de volvernos a ver de vez en cuando...<br />

–Cara. ¿Has perdido el juicio? –su voz sonaba<br />

grave–. ¿Por qué lo complicas todo tanto? ¿Realmente<br />

crees que unas pocas semanas juntos han sido suficientes?<br />

Quiero que me acompañes a Nueva York. ¡Y deja de<br />

mirarme como si no comprendieras lo que te estoy diciendo!<br />

Quiero que vivas conmigo y compartas mi vida,<br />

cara. Pero si no es eso lo que tú quieres, dímelo ahora.<br />

¿Qué podía decirle que no desnudara su alma? Fallon<br />

emitió un extraño sonido, entre la risa y el gemido, levantó<br />

la cara hacia él y lo besó. Stefano profundizó en<br />

ese beso, tomó los mandos de la situación y deslizó sus<br />

manos sobre su cuerpo con una urgencia que encendió<br />

todas las alarmas. Ella lanzó una jadeo que propugnaba<br />

su sometimiento. Él le mordió el labio inferior y después<br />

suavizó la piel dañada con la lengua. Ella se estremeció<br />

cuando Stefano se separó y apoyó su frente contra su<br />

melena negra.<br />

–Otro minuto –dijo con voz agitada– y te traeré de<br />

vuelta aquí.<br />

Sus palabras, las imágenes que sugerían, hicieron<br />

que Fallon contuviera la respiración. Susurró su nombre<br />

y llevó la mano hasta la poderosa erección que palpitaba<br />

en su entrepierna.<br />

Stefano masculló una palabra en siciliano, cerró los<br />

dedos sobre la nuca de Fallon y volvió a besarla. Después<br />

entrelazó los dedos de la mano con ella sobre la<br />

palanca de cambio, condujo hasta el castello, subieron<br />

al dormitorio y, en el mundo que habían creado entre<br />

los dos, se entregaron a una pasión desbocada que amenazaba<br />

con consumirlos por completo.


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<strong>Capítulo</strong> 10<br />

ALGO cambió entre ellos esa noche.<br />

Su pasión había crecido en intensidad y se había<br />

vuelto insaciable.<br />

Stefano había dicho que tendrían que levantarse<br />

temprano. Había llamado a su avión privado para que<br />

estuviera listo a las ocho en punto. Pero estaban animados<br />

por un fuego vivísimo e incluso cuando se durmieron,<br />

Fallon se abrazó a él y juntaron los cuerpos en un<br />

único molde.<br />

Se despertó, a lo largo de toda la noche, ante los besos<br />

y las caricias de Stefano que reclamaban un nuevo<br />

capítulo de su ardiente relación.<br />

–¿Es demasiado para ti, cara? –había preguntado en<br />

una ocasión.<br />

–Nunca –susurró ella–. Oh, nunca.<br />

Era cierto. Nunca tenía suficiente. Deseaba someterse<br />

a las exigencias de su cuerpo. Ella le pertenecía. Y<br />

era así como quería que fuera. La asunción de esa certeza<br />

asombró a Fallon. Nunca había querido que nadie<br />

fuera su dueño. La relación de sus padres había resultado<br />

una lección muy amarga.<br />

Pero cada vez que Stefano expresaba en sus besos,<br />

sus caricias y sus palabras que era su dueño, sentía un<br />

verdadero éxtasis.<br />

Y él le pertenecía a ella de la misma manera.<br />

Al amanecer, débil y cálida como un gato, seguía<br />

tumbada entre sus brazos, con la cabeza en su hombro.<br />

–¿Te das cuenta de que no sé nada de ti? –Stefano soltó<br />

una risa débil y ella sonrió–. Ya sabes lo que quiero decir.<br />

–¿Qué te gustaría saber? –la atrajo hacia él.


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121<br />

–Bueno, háblame del castello. ¿Qué pasó con el antiguo<br />

castillo? ¿Por qué construiste uno nuevo?<br />

–Es una historia muy larga y aburrida.<br />

Fallon se tumbó bocabajo sobre él, cruzó los brazos<br />

sobre el torso de Stefano y apoyó la barbilla en las muñecas.<br />

–Cuéntamela.<br />

Acarició el pelo de Fallon y se remontó atrás varios<br />

siglos mientras describía los ataques de los piratas, los<br />

rebeldes y los guerreros que habían intentado la conquista<br />

de esa tierra. Le habló de su abuelo y la promesa<br />

que le había hecho para recuperar lo que había perdido.<br />

–¿Y cómo lo perdió?<br />

–Parece el argumento de una opereta –dijo con una<br />

sonrisa.<br />

Las familias respectivas de sus abuelos estaban enemistadas<br />

y las razones se remontaban en el tiempo hasta<br />

el punto que nadie las recordaba. De alguna manera, sus<br />

abuelos se conocieron y se enamoraron. Se escaparon y<br />

la vieja rivalidad recobró el brío de antaño. Hubo accidentes<br />

poco claros, desapariciones... Finalmente, su<br />

abuelo había decidido que la única manera en que podría<br />

proteger a su esposa y sus hijos sería abandonando<br />

su tierra y empezando de nuevo en América.<br />

–¿Alguna vez se lamentó de su decisión?<br />

–Nunca. Un hombre hace todo lo que esté en su<br />

mano por amor.<br />

Una respuesta muy romántica, acorde con una historia<br />

llena de romanticismo. Se acurrucó junto a él y le pidió<br />

que le contara más cosas de su vida.<br />

Sólo para complacerla, le habló de cosas que nunca<br />

había mencionado a nadie. La pérdida de sus padres. Su<br />

primera reacción cuando se fue a vivir con sus abuelos.<br />

El primer golpe de suerte en el mundo de los negocios.<br />

Ella rectificó y dijo que no había sido suerte, sino<br />

una genialidad.<br />

–No. La fortuna me sonrió –rodó bajo ella–. Igual<br />

que cuando te conocí a ti.


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–Tu galantería te abrirá todas las puertas –dijo en un<br />

susurro.<br />

–Eres consciente –dijo tras un beso ardiente– de que<br />

has arruinado mi imagen.<br />

Fallon lo miró y le apartó el pelo de la frente.<br />

–¿Qué imagen?<br />

–Ésa en la que me tildan los periódicos sensacionalista<br />

de lobo solitario. Me apodan il lupo solo.<br />

–Vaya –rodeó su cuello–. Me gusta. Siempre he pensado<br />

que me gustaría amaestrar un lobo salvaje.<br />

–Me alegro –replicó con una sonrisa.<br />

–¿Por qué te llaman así?<br />

–Todo empezó cuando cometí el error de conceder<br />

una entrevista. El periodista empezó a preguntarme cosas<br />

íntimas y me negué a contestarlas –su tono se volvió<br />

más severo–. Tengo una vida pública porque mi trabajo<br />

así lo exige, pero mi vida privada no se somete al escrutinio<br />

de los lectores.<br />

–Sé cómo te sientes. Yo siempre he carecido de vida<br />

privada, al menos desde que empecé mi carrera como<br />

modelo...<br />

–No, por favor –dijo Stefano–. No pienses en el pasado.<br />

Sólo importa el futuro.<br />

Ella asintió, cerró los ojos y él la besó. Estaba pensando<br />

en el futuro, pero ¿qué sentido tendría decírselo?<br />

Tenía mucho trabajo por delante, ahora que volvían a<br />

casa. Sabía que lo distraería.<br />

La gente hablaría de ella. Stefano repetía que las cicatrices<br />

no tenían importancia. Pero, en Sicilia, su<br />

mundo se había circunscrito a ellos dos.<br />

Sería muy diferente en Nueva York.<br />

Pensó en lo que había ocurrido en el café. La niña<br />

había sido muy directa. La gente, de vuelta en casa, no<br />

sería tan franca. Sonreirían delante de ella y cuchichearían<br />

a sus espaldas.<br />

–Cara.<br />

Fallon abrió los ojos y vio la consternación en Stefano.<br />

Deslizó la mano a lo largo de su cuerpo, en una<br />

caricia tan tierna como protectora.


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123<br />

–Estaré a tu lado. Cuidaré de ti.<br />

–Ya sé que lo harás, pero... –tomó la cara de Stefano<br />

entre sus manos–. Estarán encima de ti, Stefano. Me refiero<br />

a los periódicos. Un hombre que, como tú, valora<br />

tanto su intimidad no aceptará de buen grado las cámaras<br />

y los micrófonos.<br />

Sonrió, pero Fallon apreció la dureza instalada en<br />

sus facciones.<br />

–No te preocupes por mí. Sé cómo cuidarme.<br />

Ella asintió, pero no estaba convencida. Por primera<br />

vez desde que le había pedido que viviera con él en<br />

Nueva York, se preguntó si no se había precipitado<br />

en su respuesta. Ella atraería la prensa. Si se instalaba en<br />

su apartamento y se veían a escondidas...<br />

–Olvídalo –dijo Stefano–. No dejaré que te marches.<br />

Observó la sorpresa en su cara, pero había leído su<br />

pensamiento con suma facilidad. Estaba asustada ante<br />

lo que se encontraría en Nueva York y pensaba que quizás<br />

podría desviar la atención si no se dejaba ver.<br />

No iba a permitírselo.<br />

Necesitaba a Fallon en su vida y esa certeza seguía<br />

asombrándolo. Nunca antes había necesitado a otra persona.<br />

Ahora que conocía las bondades de la vida en común<br />

no dejaría que Fallon huyera de su lado.<br />

Se encargaría de todo. Un par de llamadas de sus<br />

abogados, una amenaza de demanda en toda regla y<br />

esos babosos informadores retrocederían.<br />

Además, estaría con Fallon en todo momento.<br />

Ella no tenía nada que temer.<br />

Se prometió que la protegería y después, la besó. Entonces<br />

lo olvidó todo más allá del desatado furor que lo<br />

inundaba cuando tenía a Fallon entre sus brazos.<br />

Stefano había dicho que tenía un apartamento en la<br />

Quinta Avenida.<br />

Fallon se rió cuando lo vio. Si llamaba apartamento<br />

a un dúplex con cuatro dormitorios, seis cuartos de


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124<br />

baño, dos chimeneas, una sauna y una terraza con vistas<br />

a Central Park, entonces el castello era una cabaña en el<br />

campo.<br />

–Es una maravilla, sencillamente –aclaró Fallon.<br />

–¿Tú crees? –dijo Stefano, que había recelado de su<br />

posible reacción.<br />

–¡Ya lo creo! Es increíble. Y las vistas...<br />

–Sí –la sonrisa de Stefano le recordó un crío en Navidad–.<br />

Fue la razón que me impulsó a comprarlo. Un<br />

decorador de interiores se encargó de las habitaciones,<br />

pero creo que todavía le falta algo.<br />

Fallon ya lo había pensado todo. Algunas flores frescas,<br />

unos cuadros pequeños como los que había visto en<br />

un anticuario francés encima del sofá, la alfombra china<br />

sobre el suelo de mármol y las máscaras que había comprado<br />

en Bali en la pared opuesta.<br />

–Tengo... –se aclaró la garganta.<br />

Conocía el cuerpo de ese hombre milímetro a milímetro,<br />

pero la idea de traer a su apartamento algunas de<br />

sus pertenencias le parecía demasiado personal.<br />

–Tengo algunas cosas –dijo de un modo informal–.<br />

Cosas que he recolectado en mis viajes. Y he pensado<br />

que...<br />

¿Qué había pensado? Stefano estaba mirándola con<br />

cierta extrañeza y pensó que, quizás, se había excedido<br />

en sus atribuciones.<br />

–¿Qué habías pensado? –preguntó muy cortés.<br />

–Olvídalo. Era una tontería. Este sitio es perfecto...<br />

–Dime lo que habías pensado –dijo y la rodeó con<br />

sus brazos.<br />

–Bueno... –jugueteó con su corbata–. He pensado<br />

que podría interesarte ver cómo quedaban algunas de<br />

mis cosas...<br />

–Seguro que quedarían de maravilla.<br />

–Pero ni siquiera las has visto.<br />

–No me hace falta. Deja tu apartamento. Traslada todas<br />

tus cosas aquí. Ya no necesitas un apartamento propio.


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125<br />

Deseaba hacerlo, pero la lógica se impuso. ¿Había<br />

pensado seriamente en lo distintas que serían sus vidas<br />

en Nueva York?<br />

–Vayamos paso a paso –dijo con calma–. Esto no es<br />

Sicilia, Stefano.<br />

–Seguimos estando tú y yo –la besó de nuevo–. Nadie<br />

más importa.<br />

–Te has pasado la vida huyendo de la prensa, Stefano.<br />

Yo me he pasado la vida tratando con ellos. No<br />

tendrán piedad. Querrán invadir mi intimidad. Y la<br />

tuya.<br />

–Me ocuparé de la prensa –dijo con acritud.<br />

–Es posible –dijo y paseó la lengua sobre su labio–.<br />

Pero la gente hará preguntas. Y hablará sobre nosotros.<br />

–¿Señor Lucchesi?<br />

Era su ama de llaves. Había disimulado su reacción<br />

ante las cicatrices de Fallon, pero ella había detectado la<br />

mirada piadosa cuando la buena mujer había reconocido<br />

a la acompañante del señor.<br />

–Señor, la señorita Allen está aquí.<br />

Una mujer cruzó enérgicamente el salón hacia ellos.<br />

–Stefano. Lamento molestarte tan pronto después de<br />

tu llegada, pero... –ahí estaban de nuevo el asombro, el<br />

reconocimiento y la compasión–. Han llegado unos documentos<br />

urgentes.<br />

Stefano asintió y presentó a Fallon a su ayudante<br />

personal. Ella sabía que se había distraído con los documentos<br />

y no había observado la reacción de su secretaria.<br />

Se miraron un instante con cierta tensión. Fallon tenía<br />

ganas de decirle: «Sí, soy yo. Y sí, me he cortado la<br />

cara. Y sí, tu jefe me desea pese a todo...»<br />

Pero no dijo nada y, después de un momento, Stefano<br />

se unió a ellas.<br />

–Bueno, si no me necesita... –dijo la ayudante–. Ah,<br />

una cosa más, señor. Esta noche se celebra la Gala Benéfica<br />

en Defensa de los Animales.


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126<br />

–Llama y presenta mis disculpas –dijo, con la mirada<br />

fija en Fallon.<br />

–Pero es usted el invitado de honor y...<br />

–Explícales que se lo agradezco, pero que ha surgido<br />

algo urgente.<br />

–No –exclamó Fallon–. Por favor, no lo canceles por<br />

mi culpa.<br />

–Es tu primera noche en casa –dijo con ternura–. No<br />

voy a dejarte sola.<br />

–Pero, ¿y la cena? El premio...<br />

–Seguro que se las arreglarán sin mí –dijo con una<br />

sonrisa.<br />

Fallon respiró hondo. Había aprendido en su infancia<br />

que la única manera de superar sus miedos era enfrentándose<br />

de cara a ellos.<br />

–Iré contigo –dijo.<br />

–No es necesario. Iremos paso a paso, ¿recuerdas?<br />

–Quiero acompañarte –dijo y, cuando observó el placer<br />

que iluminó los ojos de Stefano, casi creyó en sus<br />

propias palabras.<br />

Después de todo, la gente era civilizada. Ella podría<br />

soportar las miradas y Stefano se encargaría de todo lo<br />

demás. ¿Cómo podía ser tan difícil?<br />

Era malo.<br />

Horrible, si era sincera.<br />

Menos de un mes después, Sicilia había quedado en<br />

la distancia como un sueño.<br />

Para su sorpresa, los periodistas no habían sido tan<br />

problemáticos como había imaginado. Se acercaban<br />

sólo una vez. Estaba convencida de que Stefano había<br />

intervenido de alguna manera. Tan sólo alguna referencia<br />

escueta en las columnas de cotilleos. Para evitarse<br />

problemas, llamó a su madre y le dijo que había<br />

sufrido un accidente antes de que la noticia se extendiera.<br />

Mary estaba preocupada y quería volar a Nueva


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127<br />

York. Fallon mintió, dijo que sus heridas no tenían importancia<br />

y que les haría una visita durante el fin de semana<br />

de la fiesta del Trabajo. El resto de la familia había<br />

estado fuera, por trabajo o vacaciones, así que no<br />

había tenido que engañarlos.<br />

A primera vista, parecía que habían superado los<br />

problemas.<br />

Se trataba de Stefano y lo que había descubierto en<br />

su mirada.<br />

Descubrió lástima. Esa misma conmiseración que<br />

había visto en los ojos de los demás. Su amante tenía<br />

una vida pública muy ajetreada. Un rey podía aspirar a<br />

la privacidad, pero un reino no se gobernaba desde la<br />

sombra. La ciudad dormitaba en los últimos coletazos<br />

del verano y la vida se había trasladado al este, hacia los<br />

Hamptons.<br />

Beneficios, galas benéficas, subastas. Cada día llegaba<br />

una invitación y Stefano siempre le preguntaba si<br />

quería que fueran, confiado en que rechazaría el plan.<br />

Pero ella siempre asentía porque no quería que cambiara<br />

su vida por su culpa.<br />

Fallon se había acostumbrado a las marcas de su<br />

cara. Una década sometida a la disciplina del maquillaje<br />

había servido para algo. Podía cubrírselas y, desde<br />

cierta distancia, apenas se notaban.<br />

De cerca, en cambio, las cosas eran muy diferentes.<br />

A todas las celebraciones a las que acudían, Stefano<br />

siempre la llevaba de la mano, se la presentaba a todo el<br />

mundo y dejaba claro que ella le importaba.<br />

Todo el mundo afirmaba que era un placer conocerla<br />

y convenciones de ese tipo. Pero ella siempre veía la secuencia<br />

de emociones que surcaban sus expresiones y<br />

sabía que no dejaban de preguntarse cómo era posible<br />

que Stefano se hubiera desterrado del mundo con una<br />

mujer con su aspecto.<br />

Pero Stefano sentía lástima por ella. ¿Qué otra cosa<br />

podía significar esa mirada tan lóbrega?<br />

Una mujer demandaba muchas cosas de su amante.


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128<br />

Pasión, ternura, fidelidad y compasión. Pero, ¿lástima?<br />

Nunca.<br />

Y lo peor era que comprendía lo que había ocurrido.<br />

En Sicilia, su rostro había abarcado toda la realidad.<br />

Stefano podía mirarla y reconocerla más allá de las heridas.<br />

Y, para ser justa, creía que todavía podía hacerlo.<br />

Pero, ¿cuánto tiempo?<br />

Las mujeres de su círculo tenían unos rostros perfectos,<br />

por efecto de la naturaleza o gracias a la pericia de<br />

los cirujanos plásticos.<br />

Había sopesado esa posibilidad, pero no estaba preparada.<br />

Quería acostumbrarse a su nuevo aspecto antes<br />

de tomar ninguna decisión precipitada.<br />

Sólo quería que Stefano le dijera que la amaba a pesar<br />

de sus cicatrices.<br />

Por las noches, se abrazaba a él, consciente de que<br />

estaba tan despierto como ella, preguntándose qué pensaría.<br />

Quería preguntárselo, pero tenía miedo. Si estuviera<br />

en lo cierto y fuera lástima lo que había visto en<br />

su mirada...<br />

No, no quería pensar en esas cosas.<br />

Quizás dispusiera de demasiado tiempo libre. Siempre<br />

había trabajado muy duro. Nunca había pasado<br />

tanto tiempo sentada, sin hacer nada productivo.<br />

Una mañana, después de que Stefano se marchara a<br />

una reunión, se vistió con un traje de Chanel y acudió a<br />

la oficina de su agente. Ya había hablado con Jackie y le<br />

había contado el accidente, pero no se habían visto todavía.<br />

Era duro cruzar los pasillos de la agencia, repletos de<br />

fotos de chicas perfectas entre las que ella misma figuraba,<br />

y más duro todavía soportar la mirada indulgente<br />

de Jackie cuando se quitó las gafas oscuras.<br />

–Necesito un trabajo –dijo con total franqueza.<br />

–No puedo ofrecerte nada –replicó Jackie sin ningún<br />

rubor–. Tu cara...<br />

–Pero conoces a mucha gente. Seguro que has oído<br />

cosas.


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129<br />

–Bueno, sí –se llevó el dedo índice al labio–. De hecho,<br />

ayer almorcé con Carla Kennedy. ¿No hiciste tu último<br />

reportaje para ella?<br />

–¿Crees que Carla tiene un puesto para mí?<br />

–Está buscando un ayudante –Jackie sonrió–. Un recadero.<br />

Tráeme esto y lo otro... Ya sabes de lo que hablo.<br />

Alguien que le quite de encima los moscones. Sacarías<br />

lo suficiente para pagar las facturas. Claro que he<br />

oído que ya tienes a alguien que se haga cargo de tus<br />

gastos.<br />

–Gracias por el soplo –se incorporó–. Por cierto, nadie<br />

paga mis facturas. He ganado mucho dinero en mi<br />

trabajo. Deberías saberlo, puesto que te llevabas limpio<br />

el quince por ciento de mis ganancias.<br />

–Sólo quería decir que...<br />

Fallon no quería escucharlo. Salió de su despacho,<br />

cruzó la sala de espera abarrotada de jóvenes provenientes<br />

de pueblos de los que nadie había oído hablar<br />

jamás y llamó a un taxi. Se presentó en las oficinas de<br />

Sueños Nupciales.<br />

Dio su nombre en recepción y no se arrugó cuando<br />

la chica abrió los ojos de par en par al reconocerla.<br />

Carla salió del despacho para recibirla.<br />

–Cielo –dijo–. ¡Oh, pobrecilla! Me enteré de lo ocurrido<br />

el otro día. Dios Santo, ¡tu cara! Querida, ¿qué<br />

piensas hacer? ¿Ya has visto a algún cirujano plástico?<br />

–No –replicó enérgica–. He oído que estás buscando<br />

una ayudante.<br />

–Sí. ¿Por qué te interesa tanto? –su sonrisa se enfrío–.<br />

También he oído que mantienes una relación con<br />

Stefano Lucchesi. ¿Es cierto?<br />

–No he venido para charlar sobre mi vida –señaló<br />

con cierta ironía–. Con respecto a ese trabajo de ayudante...<br />

–¿Qué pasa con eso? –Carla parpadeó–. ¿Es para ti?<br />

¿Te interesa? No me digas que tu chico no paga tus facturas,<br />

querida. Está podrido de dinero.<br />

–Ese puesto –repitió con frialdad–. ¿Existe o no?


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130<br />

Carla acompañó a Fallon a su despacho, indicó una<br />

silla para ella mientras se apoyaba en la mesa y cruzaba<br />

las piernas.<br />

–No es un trabajo para una estrella –dijo.<br />

–Ya lo supongo.<br />

–Trescientos a la semana –dijo bruscamente–. Media<br />

hora para el almuerzo y no tendrás seguro médico ni seguro<br />

dental. ¿Sigues interesada?<br />

Fallon había ganado mucho más en una sesión de<br />

diez minutos, pero el dinero no le importaba. Necesitaba<br />

sentirse útil y emplear su tiempo.<br />

–Sí –afirmó y tendió su mano, pero Carla ignoró el<br />

gesto.<br />

–¿Sabe tu novio que vas a trabajar para mí?<br />

–Todavía no se lo he dicho.<br />

Carla pareció divertida.<br />

–Estás contratada –dijo y sonrió como un gato ante<br />

una pecera.<br />

Fallon aguardó una semana antes de contárselo a<br />

Stefano.<br />

Tenía la impresión de que no le gustarían sus noticias.<br />

No dejaba de pensar en su segundo día de trabajo en Sicilia.<br />

Carla había recibido una llamada, había mirado hacia<br />

el castello como si hubiera visto un fantasma y se había<br />

largado de la isla. Y estaban las mentiras que Carla le había<br />

contado acerca del propietario del castillo.<br />

¿Qué estaba pasando?<br />

¿Por qué nunca se lo había preguntado a Stefano?<br />

Sabía que algo había ido mal en el acuerdo al que<br />

había llegado con Carla y la revista, pero sólo era una<br />

preocupación más a la que darle vueltas.<br />

¿Por qué permitiría un hombre tan celoso de su intimidad<br />

que una revista violara su entorno privado para<br />

un reportaje fotográfico?<br />

Todo había ocurrido muy deprisa en Sicilia y también<br />

estaba pasando allí. Se estaba abriendo una grieta


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131<br />

en su relación con Stefano. Era mínima y todavía se<br />

abrazaban por las noches y hacían el amor con la misma<br />

entrega. Pero la fluidez de sus charlas había dado paso a<br />

una cortesía recelosa.<br />

Aguardó para hablarle de su trabajo hasta que tuvieron<br />

una noche tranquila en casa.<br />

–Stefano –él levantó la vista de una revista y ella<br />

tragó saliva–. Tengo un trabajo.<br />

–¿Un trabajo? –parecía perplejo.<br />

–Sí –sintió–. Empecé la semana pasada.<br />

–¿Trabajas desde la semana pasada y me lo dices<br />

ahora?<br />

Fallon se sonrojó. Stefano lo notó enseguida y, por<br />

un momento, se arrepintió. Pero, ¿por qué no debía enfadarse?<br />

Fallon estaba distinta. Se había vuelto reservada.<br />

¿Y ahora había encontrado un trabajo y no se lo<br />

decía? ¿Acaso no era feliz a su lado?<br />

–Trabajo en Sueños Nupciales como asistente personal<br />

de Carla Kennedy.<br />

–¿Trabajas con Carla?<br />

–Sí.<br />

–¿Por qué?<br />

–Pues porque necesitaba un asistente y me ofreció el<br />

puesto.<br />

–¿Te llamó, caída del cielo, y te ofreció un puesto de<br />

trabajo?<br />

–No, claro que no.<br />

–¿Fue idea tuya?<br />

–¡Maldita sea! ¿A qué viene este interrogatorio? Sí,<br />

fue idea mía.<br />

–¿Y lo hiciste sin consultarme?<br />

–Sí.<br />

Stefano tiró a un lado la revista. ¿Qué diablos estaba<br />

pasando? ¿Acaso la mujer que se conformaba con pasear<br />

por los acantilados se aburría tanto con él que había<br />

pedido trabajo a su antigua amante?<br />

Pero Fallon no lo sabía. Carla, por su parte, estaría<br />

muerta de risa.


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132<br />

–Bien, se acabó ese trabajo tuyo –dijo con inusitada<br />

calma–. Llámala por la mañana y dile que lo dejas.<br />

–¿Perdona?<br />

–No te hace ninguna falta ese trabajo, Fallon. Si necesitas<br />

dinero...<br />

–No se trata de dinero –se sonrojó todavía más.<br />

–No hay nada malo en eso...<br />

–¿Es que estás sordo? –se puso en pie–. Puedo mantenerme<br />

sola perfectamente.<br />

–¿Y por qué has aceptado un trabajo con Carla Kennedy?<br />

–Me gusta el trabajo. Y lo necesito.<br />

Stefano asintió, pero no lo comprendía. ¿Necesitaba<br />

trabajar? ¿Por qué? Ahora lo tenía a él. Podía decorar de<br />

nuevo ese mausoleo que era su apartamento. Podía reunirse<br />

con él en su despacho para almorzar juntos. Podía<br />

hacer lo que quisiera, siempre que contara con él.<br />

Fallon había cambiado desde que habían regresado<br />

de Sicilia.<br />

–¿Qué significo para ti, Stefano? –preguntó con<br />

calma–. Dímelo.<br />

Tenía la lengua pastosa. Ella era su corazón, su<br />

amada. Pero, ¿cómo podía admitirlo frente a ella hasta<br />

que no estuviera preparada y se aceptara?<br />

–Eres mi responsabilidad –dijo con cautela–. Quiero<br />

cuidarte, Fallon. Ya lo sabes.<br />

Ella asintió. No había sido la respuesta por la que había<br />

suspirado, pero había sido sincero.<br />

–Sí, lo sé. Pero tienes que saber que ya ha llegado el<br />

momento de que me ocupe de mí misma –dijo Fallon.<br />

Stefano tragó saliva y apaciguó su ira. Avanzó hacia<br />

ella y la abrazó.<br />

–Cara. No tiene sentido que discutamos por esto.<br />

–Tienes razón –se sentía a gusto entre sus brazos.<br />

–Si quieres trabajar, adelante. Pero no trabajes para<br />

Carla.<br />

–¿Por qué no?


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133<br />

–Es una mentirosa –dijo–. No se puede confiar en<br />

ella.<br />

–¿Y cómo lo sabes?<br />

Era, como siempre, aguda e incisiva. Sentía admiración<br />

por ella mientras buscaba una respuesta. ¿Cómo le<br />

decía un hombre a la mujer que amaba que había tenido<br />

una relación con otra mujer que ella conocía? ¿Una mujer<br />

que vería cada día? Sabía que Fallon era muy consciente<br />

de que había tenido una intensa vida sentimental,<br />

pero...<br />

Un hombre decía esas cosas con cuidado. Y eso implicaba<br />

que no debía confesarlo ahora que estaba enojada<br />

con él.<br />

–Carla y yo teníamos un acuerdo para el reportaje en<br />

el castello y lo incumplió.<br />

–He pensado mucho en eso. ¿Cómo permitiste a la<br />

revista que realizara ese reportaje en tu propiedad?<br />

–Carla me hizo una oferta que no pude rechazar<br />

–dijo con una sonrisa cauta.<br />

–¿Qué oferta?<br />

–¿Tenemos que discutirlo ahora? –dijo con impaciencia<br />

mientras acariciaba sus brazos–. Si quieres trabajar,<br />

preferiría que buscaras otra cosa. ¿Lo harás? ¿Por<br />

mí?<br />

Fallon suspiró. Stefano había hecho muchas cosas<br />

por ella y seguro que podía complacerlo en ese asunto.<br />

–¿Lo harás? ¿Por favor?<br />

–Está bien. Si eso es lo que quieres, lo haré.<br />

Se apoyó en él, sintió su calor y su fuerza, y supo<br />

que lo que quería discutir con Stefano no tenía nada que<br />

ver con Carla.<br />

–Respóndeme a una cosa –dijo en voz baja–. ¿Qué<br />

pensarías si fuera a ver a un cirujano plástico?<br />

La expresión de Stefano no cambió y una rigidez severa<br />

se apoderó de su cuerpo. Observó las cicatrices<br />

con cierto sentimiento de culpa.<br />

–La decisión sólo dependería de ti –dijo–. No me<br />

gustaría influir en tu postura.


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134<br />

Fallon asintió. Quería echarse a llorar, pero se contuvo.<br />

¿Qué respuesta habría convenido? ¿Acaso que la<br />

deseaba por cómo era ahora y no por lo que había sido<br />

en el pasado?<br />

De alguna manera, forzó una sonrisa.<br />

–Gracias –dijo– por tu sinceridad.<br />

–Yo nunca te mentiría.<br />

No era cierto y lo sabía. Mentía cada día al ocultarle<br />

que la amaba.<br />

Y había mentido en ese momento al asegurarle que<br />

no le importaba que se sometiera a una operación de cirugía<br />

plástica.<br />

Y había mentido cuando no le había hablado de Carla.<br />

«Soy despreciable. El único momento en que soy<br />

sincero es cuando hacemos el amor».<br />

Y besó sus labios con furia hasta que ella se aferró a<br />

él y susurró su nombre entre jadeos. Entonces llevó a<br />

Fallon a su habitación y buscó la expiación de su culpabilidad<br />

a lo largo de toda una noche de entrega y pasión.


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<strong>Capítulo</strong> 11<br />

ALA MAÑANA siguiente, Stefano se encerró en<br />

su despacho antes del desayuno. Apareció al<br />

cabo de un rato y le informó que tenía que volar<br />

fuera de la ciudad, pero que regresaría a tiempo para la<br />

cena.<br />

–Solos, tú y yo –dijo mientras abrazaba a Fallon–.<br />

¿Te parece bien?<br />

Era maravilloso. Habría vendido su alma por más citas<br />

como aquélla.<br />

–Sí –asintió–. Me parece muy bien.<br />

–Lamento que anoche perdiera los estribos –apoyó<br />

la cabeza en su frente–. No tendríamos que haber discutido.<br />

–Fue culpa mía –rodeó el cuello de Stefano con sus<br />

brazos–. Tendría que haberte contado que tenía trabajo.<br />

–Hay cosas que yo también tendría que contarte –y<br />

la abrazó con tanta fuerza que pareciera que no quisiera<br />

desprenderse de ella nunca–. Tenemos que hablar.<br />

–Esta noche –dijo ella.<br />

–Sí, esta noche –repitió Stefano.<br />

Volvió a besarla. Hubo algo en ese beso que asustó a<br />

Fallon, una especie de punto final. Pero, antes de que<br />

pudiera preguntárselo, había salido por la puerta.<br />

Tenía que dejar su empleo. A Carla no le divertiría la<br />

idea. Se había revelado como una jefa con muy poca<br />

paciencia y ahora estaba poniendo en orden todos sus<br />

archivos. Se quedaría una semana más, si Carla se lo<br />

pedía. Stefano era un hombre de negocios y seguro que<br />

lo entendería.<br />

Y después tenía que enfrentarse a su decisión acerca


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136<br />

de la cirugía. Ya lo había descartado, por el momento.<br />

Quería asegurarse que lo hacía por ella y por nadie más.<br />

Amaba a Stefano, y deseaba decírselo, pero una decisión<br />

tan radical tenía que ser sólo suya. Fallon tomó<br />

aire, exhaló, se miró en el espejo una última vez y salió<br />

por la puerta del apartamento.<br />

La oficina de Sueños Nupciales era un verdadero<br />

caos.<br />

Carla caminaba de un lado a otro, ladrando enfurecida<br />

a todo el mundo, acusándolos de una conspiración<br />

que sólo buscaba hundirla.<br />

En esas circunstancias, Fallon no tuvo el coraje de<br />

notificarle que dejaba el trabajo.<br />

Las cosas se calmaron un poco a media tarde y Fallon<br />

asomó la cabeza a través de la puerta entreabierta<br />

del despacho de Carla.<br />

–Carla, ¿tienes un minuto?<br />

–Apenas –repicó irritada–. Espero que vengas para<br />

decirme que ya has terminado con esos malditos archivos.<br />

–Todavía no. Necesitan un repaso general...<br />

–No quiero excusas, Fallon. Limítate a hacer bien tu<br />

trabajo e infórmame cuando hayas terminado –dijo.<br />

Fallon cerró la puerta del despacho y entró. Carla la<br />

miró, sorprendida, mientras tomaba asiento al otro lado<br />

de la mesa.<br />

–He venido para decirte que lo dejo –apuntó–. Me<br />

ocuparé de los archivos, pero tendrás que buscar a otra<br />

persona.<br />

–Tendría que haberlo supuesto –entrecerró los ojos y<br />

se recostó en la butaca–. Te crees demasiado buena para<br />

este trabajo.<br />

–No se trata de eso. Me voy por razones personales,<br />

Carla. No tiene nada que ver contigo.<br />

–¿Qué razones?<br />

–No creo que debamos discutirlo –se levantó–. Creí


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137<br />

que sería justo informarte con un poco de tiempo. Si necesitas<br />

que me quede la semana que viene...<br />

–Se trata de tu novio.<br />

–¿Qué? –se sonrojó–. No, Stefano no tiene nada que<br />

ver...<br />

–No le gusta que trabajes para mí, ¿verdad?<br />

–Ya te he dicho que...<br />

–No se te dan bien las mentiras, O’Connell –Carla se<br />

echó hacia delante, sonriente–. ¿De qué se trata? ¿Cree<br />

que este trabajo es poco para ti? ¿Teme que la gente<br />

murmure que no puede mantenerte?<br />

–No pienso discutir contigo mi vida privada –dijo, y<br />

fue hacia la puerta–. Tal y como te he dicho, si necesitas<br />

que venga la semana...<br />

–¿O tiene miedo de que la mujer con la que se acostaba<br />

hace dos meses y la mujer que ahora comparte su<br />

cama se sienten y comparen sus experiencias?<br />

Fallon sintió que la sangre se agolpaba en su cabeza.<br />

Su mano se paralizó sobre el pomo de la puerta. Intentó<br />

darse la vuelta.<br />

–Los hombres son muy curiosos –apuntó Carla–.<br />

Siempre preocupados por esas pequeñas comparaciones.<br />

Claro que no habría motivo. Ambas sabemos que<br />

es un amante magnífico. Claro que me pregunto si te<br />

hace las mismas cosas que inventaba conmigo. Esos<br />

juegos traviesos, sujetándote las manos...<br />

–¡Basta! –se giró hacia la otra mujer–. Ya está bien.<br />

–¿Por qué? Estamos en el siglo veintiuno, Fallon.<br />

Las mujeres pueden hablar tranquilamente de sexo si...<br />

–hizo una pausa y una sonrisa maliciosa curvó sus labios–.<br />

No lo sabías. Stefano no te lo dijo. Trabajas para<br />

mí y no sabías que conozco a tu hombre tan bien como<br />

tú. Mejor, seguramente.<br />

Fallon miró fijamente el rostro frío y atractivo, la<br />

odiosa sonrisa y esos ojos venenosos. Su actitud era ridícula.<br />

Stefano no era un monje. Claro que habían existido<br />

mujeres en su vida. Ella también había tenido hombres.<br />

¿Qué importaba?


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138<br />

Pero tenía su importancia. Sin embargo, Stefano no<br />

se lo había dicho y le había mentido. ¿No se le había<br />

ocurrido que se sentiría humillada cuando lo descubriera?<br />

–Siéntate –dijo Carla– antes de que te desmayes.<br />

–Estoy bien –dijo y se hundió en una silla.<br />

–¿De verdad no te lo dijo?<br />

–No –sacudió la cabeza.<br />

–Vaya –cruzó los brazos sobre el pecho–. Supongo<br />

que no podemos culparlo. Ocurrió todo tan deprisa.<br />

Corté mi relación con él y, al instante, se juntó contigo...<br />

–¿Tú terminaste la relación?<br />

–Por supuesto. Y Stefano no se lo tomó nada bien.<br />

Llevábamos juntos seis meses. Supongo que dio por<br />

sentado... En todo caso, las mujeres no abandonan a<br />

hombres de su clase. Eso piensa él, claro –su voz se<br />

volvió melosa–. ¿Seguro que quieres oír el resto de la<br />

historia?<br />

–No me importa –replicó Fallon.<br />

–Bueno, ya es agua pasada –suspiró–. Sabía que era<br />

capaz de cualquier locura. Estaba tan herido cuando lo<br />

dejé que... Bueno, no quiero decir que relacionarse contigo<br />

haya sido una tontería, pero estaba siendo vengativo.<br />

No quiso dejarme que entráramos en el castillo y<br />

me llamó al segundo día para asegurarme que había encontrado<br />

la manera para obligarme a que me quedara a<br />

su lado...<br />

Carla seguía con sus explicaciones, pero Fallon ya<br />

no la escuchaba. Esa llamada en el segundo día de trabajo<br />

y la salida apresurada de Carla. Todo encajaba.<br />

–Lo siento, Carla –se incorporó–. Pero tengo que<br />

marcharme.<br />

–¿Te he molestado?<br />

¡Menuda bruja! Ése había sido el único propósito de<br />

su charla. ¿Acaso Carla pensaba que era tan inocente<br />

para no darse cuenta?


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139<br />

–No –dijo, y forzó una sonrisa–. En absoluto. Los<br />

hombres son imposibles. No me explico por qué podría<br />

molestarle a Stefano contarme que habías tenido una relación.<br />

–Tienes razón –dijo Carla–. ¿Querida? ¿Quieres el<br />

nombre de ese cirujano plástico del que te hablé? Estoy<br />

segura de que esas cicatrices no suponen un problema<br />

para ti, pero Stefano...<br />

–¿Sí? –preguntó Fallon.<br />

–Nada. Pero es muy perfeccionista.<br />

–Mi cara no supone un problema para él –dijo con<br />

frialdad–, si te refieres a eso.<br />

–Puede que no, pero la gente habla de esas cosas. En<br />

todo caso, ha demostrado tanta compasión por ti que...<br />

–Sí, en efecto –dijo, segura de que la forma de defenderse<br />

era un ataque directo–. Quizás por eso nunca<br />

me ha mencionado su relación contigo, Carla. Supongo<br />

que no le dejaste una huella muy profunda.<br />

Había sido algo patético, pero no había encontrado<br />

una salida mejor. Fallon se puso la chaqueta, tomó el<br />

bolso y salió a la calle. Stefano había dicho que volvería<br />

pronto para la cena. Y entonces, hablarían sobre la integridad<br />

y las relaciones personales.<br />

Stefano abrió la puerta principal y dejó las llaves y el<br />

maletín sobre la mesa.<br />

Llamó al ama de llaves, pero recordó que era su día<br />

libre.<br />

Había vuelto a la ciudad antes de lo previsto y no tenía<br />

ganas de ver a nadie. Sólo deseaba desnudarse,<br />

darse una buena ducha, ponerse cómodo y prepararse<br />

un cóctel Margarita antes de que ella volviera a casa.<br />

Stefano dejó la ropa sobre una silla en el vestidor.<br />

Tenía mucho que pensar. Ya había cometido algunos<br />

errores muy serios. Estaba convencido de que amaba a<br />

Fallon y tendría que habérselo dicho. Abrió el agua de<br />

la ducha, se colocó debajo del chorro y agradeció el


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140<br />

efecto del agua sobre sus músculos. Estaba muy cansado<br />

y apenas había dormido la noche anterior.<br />

Era terrible que la mujer que amaba estuviera trabajando<br />

para una mujer que despreciaba. ¡Demonios!<br />

Ése había sido su segundo error. Tendría que haberle<br />

confesado a Fallon que había mantenido una relación<br />

sentimental con Carla. Pero se había acobardado.<br />

Stefano cerró el agua y buscó una toalla.<br />

Bueno, estaba decidido a enfrentarse a la situación<br />

de una vez por todas. En cuanto ella entrara por la puerta,<br />

se sentaría y le diría, en primer lugar, que la amaba. Enrolló<br />

la toalla en su cintura y sonrió. Pero esa sonrisa se<br />

desvaneció cuando recordó que no le había explicado a<br />

Fallon el motivo de su vuelo a Boston.<br />

Un amigo suyo dirigía allí uno de los departamentos<br />

más prestigiosos del hospital. Jeff era cirujano torácico.<br />

Literalmente, tenía en sus manos los corazones de las<br />

personas. Era el mejor y Stefano había supuesto que conocería<br />

a los mejores.<br />

Si Fallon quería someterse a una intervención, sería<br />

sólo con el mejor médico.<br />

–¿Cómo son las cicatrices? –había preguntado Jeff.<br />

–No tan malas como para someterse a una operación<br />

–había contestado y Jeff había arqueado las cejas.<br />

–¿Es una decisión personal?<br />

–Por supuesto –había señalado sorprendido–. ¿Por<br />

qué iba a hacerlo si no?<br />

–Por ti, quizás –había aventurado– A lo mejor<br />

piensa...<br />

–Yo la quiero tal como es. Y ella lo sabe. Mira, era<br />

modelo. Pensaba que se miraba en el espejo y sólo veía<br />

esas cicatrices, pero me equivocaba.<br />

–Sí, eso ocurre. Está bien, Stefano. Te daré los nombres<br />

de los dos mejores cirujanos de Nueva York.<br />

–¿Son los mejores?<br />

–Por supuesto. Siempre que la señorita esté convencida.


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141<br />

–Desde luego. Hablaré con ella y procuraré disuadirla.<br />

–No lo harás.<br />

–Claro que sí. Anoche me pilló desprevenido, pero<br />

no voy a permitir que se someta a esa operación si...<br />

¿Qué?<br />

–Escucha, te entiendo. Estás enamorado. Quieres<br />

cuidar de ella. Pero se trata de su cara, Stefano. Es su<br />

vida y es su elección. Acompáñala a la consulta, escucha<br />

las ventajas y los inconvenientes, opina si ella te lo<br />

pide, pero no intentes convencerla.<br />

–Es una decisión crucial en su vida, Jeff. No puedo<br />

permitirle que...<br />

–Claro que puedes.<br />

Stefano buscó los pantalones, metió la mano en el<br />

bolsillo y sacó el papel en el que había apuntado los<br />

nombres de los cirujanos. De acuerdo, Jeff era médico.<br />

Y él sólo era un hombre perdidamente enamorado. Acataría<br />

la decisión de Fallon.<br />

La puerta se abrió y se cerró de un portazo.<br />

–¿Fallon? –Stefano frunció el ceño.<br />

Sí, era ella. Reconoció el ruido de los tacones mientras<br />

subía las escaleras. Se peinó deprisa el pelo húmedo.<br />

Había llegado muy pronto y no había tenido<br />

tiempo de preparar los cócteles...<br />

–Stefano.<br />

Se volvió hacia la puerta. Apenas llevaba unas horas<br />

alejado, pero al verla sintió cuánto la había echado de<br />

menos.<br />

–Cara...<br />

Entonces se fijó en su expresión, fría y tensa. Se avecinaban<br />

auténticos problemas.<br />

–¿Qué ocurre?<br />

Fallon tiró el bolso sobre la cómoda, pero aterrizó en<br />

el suelo. Ninguno de los dos se movió para recogerlo.<br />

–¿Por qué tendría que pasar nada?<br />

–Bueno, no lo sé. Pero tu mirada...<br />

–¿Qué? ¿Parezco furiosa, enfadada? –se cruzó de


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142<br />

brazos y clavó sus ojos en él–. ¿Qué aspecto tengo, Stefano?<br />

–Cariño –se aclaró la garganta, seguro que algo había<br />

ido mal con Carla–. ¿Esto tiene algo que ver con lo<br />

que discutimos anoche?<br />

–Creo recordar que no discutimos nada anoche. Mejor<br />

dicho, yo hablé y tú me evitaste.<br />

–No te entiendo –dijo, receloso.<br />

–Es muy sencillo. Hablé, te hice preguntas. Y tú sólo<br />

diste rodeos. ¿Por qué tenía que dejar mi trabajo? ¿Por<br />

qué no querías que trabajase con Carla? Sencillamente,<br />

ésa era tu voluntad.<br />

Notaba su pulso acelerado. Había elaborado las pautas<br />

de su discurso de camino a la casa y había tomado<br />

una decisión en firme.<br />

No lloraría. No dejaría que supiera la humillación<br />

que había sufrido al enterarse de lo suyo con Carla. No<br />

le diría que la noticia la había destrozado.<br />

–Eres un hijo de perra –dijo y sus buenas intenciones<br />

se volatilizaron–. ¿Por qué no me dijiste que habías sido<br />

el amante de Carla?<br />

–Escucha –dijo–. Ya sé que tendría que habértelo dicho.<br />

–Te abandonó. Ella te dejó y te sentiste muy desgraciado.<br />

–Yo terminé con ella.<br />

–Eso es lo que te gustaría.<br />

–Fui yo quien rompió la relación, Fallon. Prohibí<br />

que el equipo entrara en el castello porque no quería<br />

que ella pusiera el pie en mi casa.<br />

–¡Por favor! Mientras dormía en tu cama, te pareció<br />

bien concederle todos sus caprichos. Pero en cuanto te<br />

dejó...<br />

–¿Eso te ha contado? –su expresión se oscureció–.<br />

Es falso.<br />

Fallon quería creerlo, pero ya le había mentido antes.<br />

–Ya te expliqué por qué te observé mientras trabaja-


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143<br />

bas –cerró los puños sobre las muñecas de ella–. Sólo te<br />

miraba a ti. Nuestro encuentro en el aeropuerto cambió<br />

mi vida. Te vi y te deseé...<br />

–Y siempre consigues lo que te propones. ¿Así encaras<br />

la vida?<br />

Stefano liberó sus manos, dio media vuelta y caminó<br />

por la habitación. Murmuró algo que su abuela siciliana<br />

no habría tolerado y se acercó a ella de nuevo.<br />

–No pienso pelearme contigo –dijo con la máxima<br />

serenidad–. Admito que me equivoqué al ocultártelo.<br />

–Sí. Tendrías que habérmelo dicho. Si me qui..., si<br />

me respetaras, anoche me lo habrías dicho –corroboró<br />

Fallon.<br />

–Tienes razón. Fue una estupidez por mi parte.<br />

Vaciló un instante. Tenía noticias que seguramente la<br />

harían muy feliz. Pero, ¿cómo se lo diría si estaba temblando<br />

a causa de la ira?<br />

–¿No quieres saber dónde he estado hoy?<br />

–No.<br />

–He volado a Boston para ver a un viejo amigo.<br />

–Me alegro por ti. ¿También te has acostado con<br />

«él»?<br />

–¡Por el amor de Dios, Fallon! –soltó las manos y<br />

respiró hondo–. Intento decirte algo importante. Algo<br />

que estoy seguro de que te hará feliz.<br />

«Que me quieres», pensó con tanta claridad que temió<br />

que lo hubiera dicho en voz alta. Sólo eso la habría<br />

hecho feliz en ese instante. Necesitaba oírselo decir.<br />

–Cariño.<br />

Sus ojos se encontraron. Algo brilló en la profundidad<br />

marrón de sus ojos que no había visto antes. El corazón<br />

de Fallon se encogió. Sentía que estaba a punto<br />

de cometer alguna estupidez como desmayarse en sus<br />

brazos y decirle: «Ya sé lo que quieres decirme, Stefano,<br />

y yo también te amo».<br />

–Tengo algo para ti –dijo él con suavidad.<br />

Metió la mano en el bolsillo. Fallon estaba en suspenso.<br />

Toda su vida había creído que las proposiciones


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144<br />

de matrimonio y las alianzas no eran para ella. Ahora<br />

sabía que era lo más importante en la vida. ¿Qué otra<br />

cosa podía buscar en su bolsillo?<br />

Un pedazo de papel. Eso era todo. Una nota con un<br />

par de nombres y los respectivos números de teléfono.<br />

Fallon tomó la nota, lo leyó y levantó la vista hacia<br />

Stefano.<br />

–No lo entiendo. ¿De qué se trata?<br />

Stefano sonrió, convencido de que hacía lo correcto<br />

por una vez.<br />

–Son los dos mejores cirujanos plásticos de Nueva<br />

York. Si alguien puede lograr que recuperes tu aspecto<br />

de antaño, son ellos.<br />

Estaba sonriendo. Parecía muy feliz, orgulloso y<br />

convencido de que había encontrado la panacea universal.<br />

–¿Mi aspecto de antaño? –dijo en un susurro–. ¿Tal<br />

y como era Fallon O’Connell, supermodelo? ¿Te refieres<br />

a eso, Stefano?<br />

Asintió y ella también asintió. Entonces rasgó el papel,<br />

tiró los pedazos a sus pies y salió de la habitación.<br />

Stefano gritó su nombre, corrió tras ella y la sujetó.<br />

Pero ella se deshizo de él y siguió caminando, fuera de<br />

su apartamento y fuera de su vida.


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<strong>Capítulo</strong> 12<br />

FALLON salió atropelladamente del ascensor y<br />

cruzó el vestíbulo de entrada del edificio de apartamentos<br />

donde residía Stefano.<br />

No quería volverlo a ver, nunca. Nunca.<br />

Le había roto el corazón.<br />

Había permitido que fuera al despacho de Carla<br />

como un cordero llevado al matadero y después le había<br />

dejado muy claro que no quería hacerse el mártir por<br />

más tiempo. Quería recuperar a la auténtica Fallon<br />

O’Connell y, para que el mensaje no dejara dudas, había<br />

buscado los nombres de dos cirujanos.<br />

Seguramente había imaginado que ella se tiraría a<br />

sus brazos en agradecimiento ante sus desvelos.<br />

Todas las patrañas que le había dicho en Sicilia sobre<br />

su verdadera personalidad...<br />

Alcanzó la esquina cuando el semáforo se puso rojo.<br />

El cruce estaba atascado y Fallon, engullida por la masa<br />

de peatones impacientes, reprimió un gemido.<br />

Sabía quién era. Era una mujer marcada con un<br />

amante mentiroso y tan pronto como recuperase el control<br />

de su vida...<br />

–¿Fallon? ¡Fallon!<br />

Giró el cuello y miró hacia atrás. Stefano corría hacia<br />

ella. Parecía enfadado.<br />

¿Por qué diablos iba a sentirse así?<br />

La luz seguía en rojo. Los coches apenas avanzaban,<br />

pegados unos a otros. Pero se lanzó a la calzada mientras<br />

sonaban las bocinas y los conductores se quejaban.<br />

A Fallon no le importaba nada. Sólo quería alejarse<br />

de allí.


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146<br />

–¡Fallon! –gritó Stefano–. ¡Párate, maldita sea! ¿Te<br />

has vuelto loca?<br />

Quizás se había vuelto loca. Pero ya había recuperado<br />

la cordura. Quería olvidarse de lo tonta que había<br />

sido al enamorarse de un hombre como él.<br />

Llegó a otro cruce y atisbó un taxi vacío. Fallon se<br />

lanzó a la carrera, abrió la puerta y gritó al taxista.<br />

–Conduzca –dijo sin aire.<br />

–¿Dónde vamos?<br />

–No importa –dijo–. Pero salga de aquí.<br />

Volvió la mirada atrás. Stefano estaba en la esquina<br />

opuesta. Jadeaba y gritaba su nombre. Todo el mundo lo<br />

miraba.<br />

–No quiero problemas, señorita –dijo el taxista<br />

cuando el semáforo cambió.<br />

–No hay ningún problema. ¿Ve a ese hombre? Es mi<br />

marido. Acabo de encontrarlo con otra mujer. Le daré<br />

veinte dólares extra si no nos alcanza.<br />

Stefano casi había llegado a su altura. Estaba rojo.<br />

–Fallon –gritó.<br />

–Cincuenta dólares –anunció desesperada–. Cincuenta<br />

dólares si me saca de aquí.<br />

El taxista asintió, pisó a fondo y dejó a Stefano Lucchesi<br />

atrás.<br />

Dos manzanas más allá, Fallon indicó al taxista que<br />

fuera al aeropuerto de La Guardia.<br />

No tenía sentido que fuera a su apartamento. Stefano<br />

iría a buscarla allí. El aeropuerto parecía más seguro.<br />

Tenía suerte. Había un vuelo a Las Vegas y quedaba<br />

una plaza.<br />

Hizo tres llamadas. Llamó a su agente, a la oficina<br />

de Sueños Nupciales y al portero de su apartamento en<br />

el Soho.<br />

–¿Jackie? –dijo–. Soy Fallon. Si me necesitas, estaré<br />

en Londres una semana.


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147<br />

–¿Por qué iba a necesitarte? –preguntó, pero la comunicación<br />

se había cortado.<br />

Después llamó a la oficina de Carla.<br />

–En caso de que Carla no lo haya mencionado –dijo<br />

Fallon a la secretaria–, me voy.<br />

–Igual que cualquiera con medio cerebro –la chica<br />

se rió–. ¿Quieres pasarte a buscar el cheque o prefieres<br />

que te lo envíe por correo?<br />

–Bueno, me voy a San Francisco un par de semanas<br />

–dijo–. Creo que me pasaré a buscarlo en cuanto regrese.<br />

La última cortina de humo era la más sencilla.<br />

–Jason –dijo al portero de su edificio–, soy Fallon<br />

O’Connell. Ya lo sé, sí. He estado fuera. Y ahora me<br />

marcho otra vez, a Tokio. Así que si alguien pregunta<br />

por mí... Gracias. Eso bastará.<br />

En fin, ahora sólo tenía que preocuparse de lo que le<br />

diría a su madre cuando llegara a Las Vegas. Fallon cerró<br />

los ojos y reclinó la cabeza. Contaría los hechos con<br />

naturalidad, sin muchos detalles, y sin lágrimas.<br />

Pensó que sería un buen plan hasta que su madre<br />

abrió la puerta del ático, en el Casino del Desierto, y se<br />

fijó en su reacción.<br />

–¡Oh, Fallon! Mi pobre criatura...<br />

–¡Mamá! –dijo entre sollozos y se refugió en el<br />

abrazo de su madre.<br />

Una semana más tarde, su madre y su padrastro cuchicheaban<br />

entre ellos como dos colegiales.<br />

–No sé qué podemos hacer con ella –susurró Mary–.<br />

Siempre ha sido tan clara, tan centrada. Ahora está encerrada<br />

en la habitación de invitados y apenas sale.<br />

–Bueno, el accidente...<br />

–No se trata de eso. Estoy segura de que se sintió<br />

hundida, pero ya se ha recuperado de ese golpe. Es otra<br />

cosa, una herida interior mucho más profunda.<br />

–No lo entiendo.


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–Mencionó el nombre de un hombre la semana pasada.<br />

Dijo que se trataba de un periodista muy insistente<br />

y que si llamaba, dijera que no sabía nada de ella.<br />

–Bueno, eso tiene sentido.<br />

–No, es diferente. Su mirada era triste. No se trata de<br />

un periodista, Daniel. Creo que quiere evitarlo por motivos<br />

personales.<br />

–¿Crees que le ha hecho daño? –Dan amusgó los ojos<br />

y cerró los puños–. Dime su nombre. Encontraré a ese<br />

bastardo y le enseñaré que no juegue con mi familia.<br />

Mary sonrió. ¿Quién le habría dicho que, a esas alturas<br />

de su vida, encontraría otro amor como ése?<br />

–Seguro que lo harías –dijo–, pero dudo de que eso<br />

sirviera para algo.<br />

–Entonces, ¿de qué se trata?<br />

–No lo sé –Mary suspiró–. Fallon siempre ha sido<br />

muy independiente.<br />

–Y muy testaruda.<br />

–Ya lo sé. Se parece a mí, más que ninguna de mis<br />

otras hijas. Pero me siento incapaz de ayudarla.<br />

–Fallon es fuerte. Tiene tus genes. Sólo necesita un<br />

poco de tiempo.<br />

–Tienes razón –dijo y palmeó a su marido en el pecho–.<br />

Vete. Sé que tienes una reunión programada.<br />

–¿Estarás bien?<br />

–Sí. Fallon y yo tomaremos café. Veré si puedo hacerle<br />

hablar.<br />

–¿Y si no quiere?<br />

–Entonces, hablaré yo. Buscaré su sangre irlandesa.<br />

Un poco de furia siempre será mejor que verla tan abatida.<br />

–Estaré en mi despacho, duquesa, si me necesitas.<br />

–Lo recordaré –Mary sonrió.<br />

Acompañó a su marido a la puerta y miró la puerta<br />

cerrada de la habitación de invitados a su regreso.<br />

Desde su llegada, Fallon apenas había abierto la boca.<br />

Sólo había salido de su dormitorio durante las comidas.<br />

El ama de llaves tenía la tarde libre. Mary entró en la


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149<br />

cocina, preparó café y llamó a Fallon desde el otro lado<br />

de la puerta con la bandeja en las manos.<br />

–¿Fallon? He preparado un poco de café.<br />

–Gracias, pero no me apetece –se disculpó.<br />

–Se supone que tengo que tomarme un descanso a<br />

media tarde, por prescripción médica –la madre jugó<br />

sus cartas–. Me he acostumbrado al descafeinado a estas<br />

horas, pero si no quieres acompañarme...<br />

La puerta se abrió, tal y como había supuesto.<br />

–Gracias, querida –y pasó junto a ella, ajena a su aspecto<br />

demacrado y la languidez de su cuerpo, detalles<br />

mucho más preocupantes que sus cicatrices–. ¿Te gustaría<br />

que nos instaláramos en la terraza? Hace bastante<br />

calor, pero nos sentará bien.<br />

–¿Por qué tienes que reposar un rato por las tardes?<br />

–preguntó–. Tus últimos análisis estaban bien.<br />

–Bueno, tenía que decirte algo para que me abrieras<br />

la puerta –dejó la bandeja sobre la mesa circular de la<br />

terraza.<br />

–Hacerme creer que te pasaba algo no ha estado<br />

bien, madre.<br />

–No, es cierto –dijo con alegría–. ¿No es terrible que<br />

una persona a la que quieres permita que te preocupes<br />

sin motivo?<br />

–Eso es traicionero, mamá. No es lo mismo, además.<br />

Yo no quiero que te preocupes por mí. Ya te conté lo<br />

que pasó. Me choqué contra un árbol y me corté la cara.<br />

–Eso no ha sido lo que te ha traído hasta aquí –dijo<br />

Mary mientras llenaba las tazas–. Ya sé que lo tomas<br />

con leche, pero siempre olvido si la tomas desnatada.<br />

–Ya no lo necesito –dijo Fallon–. He dejado la disciplina<br />

de las modelos.<br />

–Pero no deberías descuidar tu figura.<br />

–Supongo. ¿De eso querías que hablásemos? ¿Mi figura?<br />

¿Mi futuro? ¿Qué voy a hacer ahora que he dejado<br />

mi profesión?<br />

–¿Es definitivo? –preguntó–. ¿Y el maquillaje? ¿Y la<br />

cirugía?


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–No me hables de eso –Fallon palideció–. Tú también<br />

quieres recomendarme algún cirujano excelente,<br />

¿verdad?<br />

–No, la verdad es que...¿También?<br />

–Olvídalo, madre.<br />

–Yo sólo intentaba...<br />

–Ya sé lo que pretendías. Te gustaría que volviera a<br />

mi aspecto anterior.<br />

–Me gustaría que recuperases las ganas de vivir<br />

–dijo su madre–. Y si estás tan abatida por culpa de esas<br />

cicatrices en tu cara, deberías hacer algo al respecto.<br />

–No estoy abatida.<br />

–Además, esas marcas no te restan ni un ápice de belleza<br />

–añadió Mary.<br />

–¡Ja!<br />

–Y recuerdo que la última vez que nos vimos dijiste<br />

que estabas cansada de tu trabajo y que te apetecería<br />

cambiar.<br />

–Y lo hice. Pero no esperaba que tomaran la decisión<br />

en mi nombre.<br />

–Así es la vida. Las cosas pasan y las opciones se<br />

presentan de un modo muy arbitrario –tendió una pasta<br />

a Fallon–. ¿Quieres una?<br />

–No, gracias.<br />

–Ese hombre del que me hablaste, ese reportero...<br />

–¿Qué pasa con él?<br />

–Tiene un nombre italiano. ¿Lo conociste en Sicilia?<br />

–Sí –afirmó con una sonrisa vacilante.<br />

–Ese tal Steven Lucchesi...<br />

–Stefano Lucchesi.<br />

–Exacto. ¿En qué periódico escribe?<br />

Fallon dudó un instante. ¿Había dicho que Stefano<br />

escribía para un periódico? El día de su llegada estaba<br />

muy confuso en su memoria.<br />

–¿Fallon?<br />

–Trabaja por libre –contestó.<br />

–Entiendo. ¿Lo conociste en Sicilia?<br />

–¿Qué te hace pensar eso?


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–Bueno, su nombre...<br />

–Es americano. Y sí, nos conocimos en Sicilia. ¿Por<br />

qué me preguntas todo esto? ¿Acaso Stefano ha llamado?<br />

–Es curioso que lo llames por su nombre cuando<br />

sólo sientes desprecio.<br />

–Acuérdate, si llama...<br />

–No sé dónde estás.<br />

–Exacto.<br />

–Porque es un periodista muy pertinaz.<br />

–En efecto.<br />

–Y no se trata del hombre que intenta encontrar a la<br />

mujer que ha escapado de su lado.<br />

–Sí, eso... –Fallon parpadeó–. ¿Qué?<br />

–Dan piensa que ese señor Lucchesi te ha maltratado<br />

–dijo Mary–. Pero yo le he dicho que una mujer no pasea<br />

su consternación por la casa...<br />

–¿Quién dice que estoy huyendo? ¡Y no estoy consternada!<br />

–...y que grita en sueños.<br />

–Yo no hago semejante cosa.<br />

–Claro que sí. Y una mujer O’Connell no se comporta<br />

así con un hombre que se ha portado mal con ella.<br />

–¿De qué demonios estás hablando? –Fallon se incorporó.<br />

–No lo sé –Mary miró a su hija–. No tengo la menor<br />

idea. Sólo sé lo que creo, y yo diría que tú y el señor<br />

Lucchesi habéis tenido una pelea de amantes...<br />

–¿Una pelea de amantes? –repitió, los brazos en jarras.<br />

–Sí –insistió Mary–. Una riña de novios. Te has marchado<br />

y ahora lo lamentas.<br />

–¡No lamento nada! ¡Stefano Lucchesi es un egocéntrico<br />

y engreído hijo de perra! –Fallon recorrió la terraza<br />

en dos zancadas–. ¡No quiero volverlo a ver en mi vida!<br />

–¿Por qué?<br />

–Es un mentiroso y un tramposo. Me ha utilizado. Y,<br />

además...


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–Te enamoraste de él y él se enamoró de ti. Y ninguno<br />

de los dos habéis tenido el coraje ni la inteligencia<br />

para declararos ese amor.<br />

Fallon se quedó paralizada. Ésa no había sido la voz<br />

de su madre, ni tampoco había sido la voz de Dan. Era,<br />

era...<br />

Fallon se volvió. Stefano aguardaba de pie, junto a la<br />

puerta de la terraza, las manos en su cintura y sus ojos<br />

echaban chispas.<br />

Tenía un aspecto lamentable. Despeinado, parecía<br />

que hubiera dormido con el traje puesto. Y llevaba más<br />

de una semana sin afeitarse...<br />

Y ella, Dios, estaba loca por él. Amaba desesperadamente<br />

a ese hombre que la había herido, lo amaba...<br />

¿Y qué había dicho? ¿Él también estaba enamorado?<br />

–Sí –dijo, los ojos clavados en ella–. Te quiero, aunque<br />

no lo entiendo. Me abandonaste justo cuando pensaba<br />

decirte todo lo que significabas para mí. Huiste de<br />

mi lado y sembraste una docena de pistas falsas...<br />

–Sólo tres –dijo Fallon con la voz trémula.<br />

–Tokio, Londres y San Francisco.<br />

Entrecerró los ojos y se acercó muy lentamente. Fallon<br />

observó la sonrisa de su madre mientras tocaba en<br />

el hombro a Stefano y salía de la terraza.<br />

–¿Tienes idea de lo que supone una semana en el infierno?<br />

Me he arrastrado por las calles de Londres durante<br />

dos días, bajo la lluvia. He recorrido las calles de<br />

San Francisco y he volado hasta Japón para encontrarme<br />

con un tornado...<br />

–Un poco de humildad nunca le ha hecho daño a nadie<br />

–dijo Fallon.<br />

–¿Se trata de eso? ¿Crees que necesitaba una lección<br />

de humildad? –agarró a Fallon por los hombros con firmeza–.<br />

Te quiero. ¿Eso significa algo para ti?<br />

–No me quieres –dijo e intentó zafarse de él.<br />

–No me digas lo que siento, ¡demonios!<br />

–Querías que me sometiera a una operación de cirugía<br />

plástica.


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153<br />

–Sólo quería que volvieras a sonreír, ¡maldita sea!<br />

–No intentes que parezca que lo hacías por mí –dijo<br />

Fallon.<br />

Entonces, Stefano silenció su protesta con un beso.<br />

Quería demostrarle que había vuelto del revés su mundo<br />

y que había estado a punto de volverse loco.<br />

Ella no respondía a su deseo. Pero, de pronto, poco a<br />

poco, sus labios se suavizaron, levantó las manos y lo<br />

agarró de la camisa. Y emitió un leve gemido de asentimiento<br />

que había temido que no volvería a escuchar.<br />

–Te quiero –repitió–. ¿Sabes lo que sentí cuando aparecieron<br />

en tus ojos las primeras sombras de duda? Comprendí<br />

que estabas dolida, que había sido un egoísta y<br />

que hubieras visitado a un cirujano si no hubiera sido<br />

por mí. Y me lo confirmaste la noche antes de que desaparecieras.<br />

–¿Qué fue lo que confirmé?<br />

–¿No te acuerdas? Me preguntaste qué me parecía<br />

que te operases –tomó su rostro entre sus manos–. Entonces<br />

supe que tenía que dejar de engañarme, creyéndome<br />

que mi amor bastaría para curar tus heridas. Tenías<br />

que hacer lo que tú quisieras.<br />

–¡Oh, Stefano! Todo este tiempo, pensé... –acarició<br />

su mejilla–. Pero, ese papel con esos nombres...<br />

–El amigo del que te hablé en Boston es cirujano.<br />

Me recomendó esos nombres. Si querías algún cirujano,<br />

tenía que ser el mejor. Y yo estaría a tu lado, en cada<br />

paso.<br />

–¿Querías la cirugía porque pensabas que yo la quería?<br />

–Ya te lo he dicho. Me he comportado como un<br />

egoísta...<br />

–¿Tú? –sacudió la cabeza y lo abrazó–. Eres el hombre<br />

más generoso del mundo, Stefano. Pensaba que no<br />

podías mirarme a la cara sin sentir lástima. Y yo sólo<br />

quería...<br />

–¿Qué, cariño? ¿Mi corazón? ¿Mi alma? ¿Mi vida?<br />

Todo eso es tuyo. Quería esperar hasta que estuvieras


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154<br />

plenamente recuperada para decírtelo. Tenía miedo de<br />

aprovecharme de ti si precipitaba las cosas.<br />

Fallon sonrió. Se puso de puntillas y lo besó.<br />

–Te quiero –dijo–. Siempre te he querido. ¿Es que<br />

no lo has sabido siempre?<br />

Stefano devolvió ese beso hasta que ella se pegó a su<br />

cuerpo. Después, apoyó su frente en la frente de Fallon.<br />

–Tendría que haberte hablado de Carla –dijo en voz<br />

baja–. Pero no sabía cómo hacerlo. Después, las cosas<br />

se complicaron entre nosotros.<br />

Fallon asintió. Stefano había cometido errores, pero<br />

ella también.<br />

Sólo importaba que se querían y volvían a estar juntos.<br />

–Fallon, cariño. ¿Querrás convertirte en mi esposa?<br />

Ella sonrió. La mirada de Stefano era diáfana y muy<br />

expresiva.<br />

–Sí –susurró–. Sí, amor mío. Por supuesto.<br />

Atrajo a Fallon más cerca y volvió a besarla.<br />

Del otro lado de las puertas de cristal, Mary Elizabeth<br />

O’Connell Coyle se llevó la mano a los labios. Tenía<br />

los ojos humedecidos, pero descolgó el teléfono y<br />

marcó el número del Servicio de Habitaciones.<br />

–Soy Mary Elizabeth O’Connell –dijo–. Susan, ¿recuerdas<br />

esa boda tan maravillosa que preparaste para<br />

Dan y para mí? Me pregunto si podrías preparar algo similar,<br />

un poco más fastuoso...


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Epílogo<br />

MEGAN O’Connell se miró en el espejo de la<br />

pared de la habitación de invitados del Castello<br />

Lucchesi, se alisó el vestido amarillo pálido<br />

de dama de honor y suspiró.<br />

–Encantador –dijo en un tono de ensoñación.<br />

Briana, de pie al lado de su hermana, se atusaba su<br />

melena cobriza y miraba el reflejo de su hermana.<br />

–¡Cuánta modestia! –dijo.<br />

–Hablaba del vestido –replicó.<br />

–¡Ah!<br />

Las miradas de las hermanas se encontraron. Se sacaron<br />

la lengua y sonrieron.<br />

–En ese caso, estoy de acuerdo –dijo Bree–. Los vestidos<br />

son preciosos.<br />

–Y qué buena idea ha tenido Fallon al pedirnos que<br />

fuéramos sus damas de honor.<br />

–Desde luego –añadió Cassie, que se acercó al espejo–.<br />

Sobre todo, ahora.<br />

Las tres mujeres desviaron su mirada hacia el vientre<br />

de Cassie. Sus miradas se encontraron en el reflejo del<br />

espejo y se echaron a reír.<br />

–Parezco una foca –dijo Cassie.<br />

–¡Hola!<br />

Las mujeres se volvieron. Keir, Sean y Cullen aguardaban<br />

en el marco de la puerta, altos y elegantes en sus<br />

respectivos esmóquines negros.<br />

–Estás deslumbrante –dijo Keir a su esposa con una<br />

sonrisa.<br />

–Sí, una deslumbrante mujer preñada –rectificó ella.<br />

–Todas estáis preciosas –dijo Cullen con cortesía.


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156<br />

–Tiene razón –asumió Meg–. Y mamá con ese traje<br />

color zafiro...<br />

–Y Fallon con ese vestido de novia de satén blanco<br />

–Bree suspiró melancólica–. Hace que parezca incluso<br />

una buena idea.<br />

–¡Muérdete la lengua! –Megan se estremeció.<br />

–No me refería a nosotras. Pero se la nota tan feliz.<br />

Y tú también, Cassie... Creo que será mejor que me calle,<br />

¿verdad?<br />

–Y ahora tendremos otro hombre en el equipo<br />

–apuntó Sean.<br />

–Es un buen tipo –dijo Keir–. Y está loco por Fallon.<br />

–Y sabe salir airoso de una guerra sin que haya derramamiento<br />

de sangre –añadió Cullen–. Me refiero a que<br />

seguro que mamá quería que la boda fuera en Las Vegas.<br />

–Es cierto. Pero tu hermana y yo le explicamos que<br />

este lugar era especial para nosotros.<br />

El clan de los O’Connell se volvió. Stefano, vestido<br />

con esmoquin, estaba junto a la puerta, tan serio y nervioso<br />

como era de esperar.<br />

–Sólo quería que supierais... que amo a Fallon con<br />

todo mi corazón. Ya sé que la adoráis y os prometo que<br />

estaré a la altura.<br />

Se hizo el silencio entre ellos. Los hermanos carraspearon,<br />

las chicas se arreglaron el lazo del vestido y Mary,<br />

tan elegante como una duquesa, brilló con luz propia.<br />

–Para que conste, en cuanto posé mis ojos en este<br />

magnífico castillo, yo también quise que la boda se celebrase<br />

aquí –señalo Mary Elizabeth–. Ya es la hora.<br />

–Sí –asintió, y la sonrisa de Stefano desató los sollozos<br />

de todas las mujeres.<br />

Fallon y su novio se desposaron en la terraza, bajo una<br />

arcada decorada con flores frescas. Habían elegido una infinidad<br />

de variedades, en contra del consejo del encargado<br />

de los preparativos. La brisa, cálida y ligera, soplaba entre<br />

los invitados impregnada del olor del mar y de las flores.


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157<br />

Stefano agarró de la mano a Fallon durante la ceremonia.<br />

Sus ojos nunca se apartaron de la cara de su futura<br />

esposa. Las cicatrices seguían allí, pero se habían<br />

vuelto del todo invisibles a sus ojos.<br />

Ellos mismos habían escrito los votos, de modo que<br />

sus palabras habían sido muy especiales.<br />

–Stefano –dijo el juez–, puedes besar a la novia.<br />

Sonrió y abrazó a su mujer.<br />

–Cara –suspiró–. Ti amo.<br />

–Mo ghrá susurró Fallon–. Gráim thú.<br />

–¿Qué diablos ha sido eso? –preguntó Sean.<br />

–¡Menudo irlandés estás hecho! –contestó su hermano<br />

Cullen–. Eso era gaélico. Ha dicho que lo amaba<br />

y que es suya.<br />

–Vaya –Sean sonrió–. Eso es bastante serio.<br />

–Muy serio.<br />

Cullen miró a su hermana y su marido. Después<br />

miró a su madre y su padrastro, agarrados de la mano<br />

como dos chiquillos. Su mirada azul se desplazó hacia<br />

su hermano Keir, de pie junto a su esposa, la mano sobre<br />

la barriga de Cassie.<br />

Notó un nudo en la garganta. Parecía que el mundo<br />

estaba cambiando. Recordó una mujer, una noche. Un<br />

recuerdo que apenas era un susurro en el tiempo.<br />

–¿Cullen? –Sean se acercó–. ¿Estás bien?<br />

–Claro –aclaró la garganta–. Sólo que hace un poco<br />

de calor.<br />

–Necesitas una copa.<br />

El cuarteto de cuerda empezó a tocar. Stefano y Fallon<br />

se volvieron hacia sus invitados, que se pusieron en<br />

pie y aplaudieron. Toda la familia se felicitó y brindaron.<br />

El champaña empezó a correr entre las copas de<br />

cristal de todos.<br />

–Esto curará todas tus aflicciones –dijo Sean y le entregó<br />

la copa a Cullen.<br />

–Eso suena a proyecto –replicó, y el mundo recuperó<br />

el equilibrio.

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